Mensaje 86
Lectura bíblica: Ef. 2:11-22
Es fácil entender aquellos pasajes de la Biblia que concuerdan con nuestros conceptos naturales. Por ejemplo, entendemos bien los versículos que declaran que somos pecaminosos, que somos pecadores condenados por Dios, y que necesitamos Su perdón. No obstante, en 2:11-22 encontramos algunos asuntos que no encajan con nuestros conceptos naturales. Por ello, a los cristianos en su mayoría, cuando leen Efesios, les es difícil entenderlos.
Un asunto que difiere de nuestro concepto natural se encuentra en el versículo 13, donde se nos dice que en Cristo Jesús los que en otro tiempo estábamos lejos, fuimos hechos cercanos por Su sangre. ¿A quién nos hemos acercado? Nos hemos acercado a Dios y unos a otros. No obstante, este versículo hace énfasis en que la sangre de Cristo, por medio de la cual fuimos redimidos, devueltos a Dios, nos hace cercanos unos a otros. Conforme al versículo 12, cuando estábamos separados de Cristo, estábamos “alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Si examinamos el versículo 13 a la luz del versículo 12, nos daremos cuenta de que el versículo 13 hace hincapié en que fuimos hechos cercanos unos a otros. Nosotros estábamos lejos de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa de Dios porque habíamos caído, pero la sangre redentora de Cristo nos trajo de regreso. Así que, por esta sangre fuimos hechos cercanos tanto a Dios como a Su pueblo.
Otra expresión poco común se halla en el versículo 17, donde leemos: “Y vino y anunció la paz como evangelio a vosotros que estabais lejos y también paz a los que estaban cerca”. El sujeto de este versículo es Cristo, quien derribó la pared intermedia de separación, abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, y reconcilió con Dios a los judíos y a los gentiles en un solo Cuerpo mediante la cruz (vs. 15-16). Este Cristo vino a predicarnos la paz como evangelio a nosotros los que estábamos lejos. Esta es la venida de Cristo como Espíritu para predicar las buenas nuevas de la paz que El efectuó por medio de Su cruz. Cuando Pablo fue a Efeso, Cristo lo acompañó. La ida de Pablo era la ida de Cristo. Habiendo ido como Espíritu en Pablo, Cristo predicó la paz como evangelio.
Según este versículo, Cristo no predicó principalmente el perdón o la salvación; más bien, El predicó el evangelio de la paz entre los pueblos. ¿Nos habíamos dado cuenta de que esa paz está relacionada con el evangelio? El evangelio de la paz no sólo atañe a la paz entre el hombre y Dios, sino especialmente a la paz entre los hombres mismos. Por ejemplo, se necesita restablecer la paz entre los alemanes y los franceses, y asimismo entre los chinos y los japoneses. De la misma manera que en la época de Pablo había enemistad entre los judíos y los gentiles, así existe enemistad entre los pueblos de hoy. Entre las diferentes naciones no existe la verdadera paz, sino enemistad. Por consiguiente, es urgente predicar no sólo el evangelio del perdón, la justificación, la salvación, la gracia y de la regeneración, sino también el evangelio de la paz.
Antes de la fundación del mundo, Dios escogió a personas de diversas naciones para que conformaran el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre. Por Su mano soberana, Dios ha reunido a estas personas en la vida de iglesia. Conforme a nuestra constitución natural, es imposible que los chinos y los japoneses sean uno, o que los franceses y los alemanes se unan. Lo único que puede propiciar esta unidad es que reciban el evangelio de la paz. Un día el Señor vino y nos predicó la paz como evangelio, y como resultado, nos dimos cuenta de que ahora somos uno con los santos de todas las nacionalidades y razas. Hoy todos los que creemos en Cristo tenemos una sola fuente, y esta fuente es el propio Cristo. Nuestra fuente ya no debe ser ni nuestra cultura ni nuestra nacionalidad, sino Cristo, y sólo El. Antes, nuestras procedencias nos dividían, pero ahora somos uno en Cristo, nuestra única fuente.
Es fácil hablar de esto, pero difícil de practicarlo. En la cruz, Cristo abolió todas las ordenanzas y luego vino a nosotros y nos predicó la paz como evangelio. Sin embargo, después de que fuimos salvos y traídos a Cristo, quien es la única fuente, volvieron a surgir las ordenanzas.
En los versículos 11 y 12, Pablo nos dice que recordemos cuál era nuestra condición antes de ser salvos. Nos recuerda que éramos gentiles en la carne, “llamados incircuncisión por la llamada circuncisión, hecha por mano en la carne”. También nos recuerda que estábamos separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa. Además estábamos sin esperanza y sin Dios en el mundo. Luego, en el versículo 13 empieza con la frase: “Pero ahora en Cristo Jesús”. Estas palabras denotan un cambio de fuente. Antes estábamos fuera de Cristo, pero ahora estamos en Cristo y con El. En Cristo Jesús, nosotros, los que en otro tiempo estábamos lejos, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
¿Por qué menciona Pablo la sangre de Cristo cuando dice que fuimos hechos cercanos los unos a los otros? Esto nos recuerda que antes de que fuéramos hechos cercanos, formábamos parte del linaje caído. Necesitábamos ser redimidos, o sea, devueltos a Dios mediante la preciosa sangre de Cristo. Fue debido a la caída que el género humano fue dividido y esparcido. Debido a que habíamos caído, necesitábamos ser redimidos, devueltos a Dios. La redención se efectuó mediante la sangre de Cristo. En este versículo, la sangre representa la redención. Como redimidos, hemos sido devueltos a Dios. Cuando estábamos caídos, estábamos divididos y esparcidos. Pero habiendo sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo, espontáneamente fuimos hechos cercanos no solamente a Dios sino también los unos a los otros.
En el versículo 14 dice a continuación: “Porque El mismo es nuestra paz”. La palabra “nuestra” alude a los diferentes pueblos, a los creyentes judíos y gentiles. Esta paz no es la que existe entre Dios y el hombre, sino la que existe entre los hombres mismos. Cristo, habiendo efectuado la plena redención por nosotros, es ahora nuestra paz, nuestra armonía. Al llamar Dios un linaje escogido de entre la humanidad caída, se produjo una separación entre Israel y las naciones. Pero dicha separación quedó eliminada mediante la redención de Cristo. Por lo tanto, en el Cristo redentor, todos somos uno. Por ello Pablo dice que de ambos Cristo hizo uno. La palabra “ambos” alude a los creyentes judíos y a los creyentes gentiles.
En la parte final del versículo 14 y en el versículo 15, Pablo declara que Cristo derribó la pared intermedia de separación, la enemistad, “aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Cuando Cristo fue crucificado, todas las ordenanzas fueron clavadas en la cruz. El derribó la pared intermedia de separación aboliendo la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Al hacer esto, Su meta era crear “en Sí mismo de los dos [judíos y gentiles] un solo y nuevo hombre”. Al abolir Cristo las ordenanzas y crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, se hizo la paz entre todos los creyentes. Una vez más vemos que la paz a la que se refiere este pasaje de la Palabra, es la que existe entre los que creen en Cristo.
En el versículo 16, Pablo habla de que los judíos y los gentiles son reconciliados con Dios en un solo Cuerpo mediante la cruz. Luego, en el versículo 17 él declara que Cristo predicó la paz como evangelio a los que estaban lejos, es decir, a los gentiles, y a los que estaban cerca, esto es, a los judíos. Esto dio por resultado que “por medio de El los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre” (v. 18). Los conceptos contenidos en estos versículos no se encuentran en nuestra mentalidad natural. Por esta razón, necesitamos que el Señor nos ilumine si hemos de captarlos.
En el versículo 19 Pablo añade: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.” La expresión “conciudadanos de los santos” alude al reino de Dios, y las palabras “miembros de la familia de Dios”, a la casa, la familia, de Dios. Por una parte, somos ciudadanos del reino de Dios, y por otra, somos miembros de Su familia. En la familia uno tiene vida y disfrute; y en el reino se tienen derechos y responsabilidades.
Lo que queremos recalcar en este mensaje es que en la cruz Cristo abolió todas las ordenanzas. Estas ordenanzas están relacionadas con las diferencias entre los pueblos. Muchos cristianos saben que en la cruz Cristo acabó con el pecado, la carne, el yo, el viejo hombre, el mundo y el diablo, pero pocos se dan cuenta de que allí Cristo también eliminó las ordenanzas. ¡Aleluya, todas las ordenanzas fueron abolidas! ¡Cuánto le agradecemos al Señor por haber revelado esto a las iglesias en Su recobro! La cruz acabó con el pecado para que fuésemos salvos; acabó con el mundo, el viejo hombre, la carne y el yo para que fuésemos santificados; y acabó con el diablo, Satanás, para que fuésemos victoriosos. Ahora vemos que la cruz también abolió las ordenanzas para constituirnos un solo y nuevo hombre.
Aunque somos diferentes en cuanto a nuestras características físicas, en realidad, ya no deberían existir ninguna diferencia entre los que conformamos el nuevo hombre. Según Colosenses 3:11, en el nuevo hombre “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo y en todos”. En el nuevo hombre, no sólo no hay persona natural alguna, sino que ni siquiera existe la posibilidad de que haya una persona natural. En el nuevo hombre sólo existe una persona: Cristo, quien lo es todo y está en todos. Las diferencias entre los pueblos fueron eliminadas por la cruz. ¡Cuán maravilloso es este evangelio! Las ordenanzas que en otro tiempo dividían a las naciones fueron abolidas y ahora gozamos de una paz verdadera. Ya no somos extranjeros, sino conciudadanos de los santos. Ya no somos advenedizos, sino miembros de la familia de Dios. Todos somos ciudadanos del reino de Dios y miembros de Su familia.
Esta revelación se hace realidad a nosotros en el espíritu mezclado. En el espíritu somos un solo y nuevo hombre en Cristo. Pero si consideramos nuestra condición analizándola en la mente, las diferencias naturales se volverán manifiestas. Los que son de cierto país o región se considerarán superiores a otros, lo cual hará que los demás se sientan como extranjeros. Lo mismo sucede cuando los santos de una iglesia local consideran que su iglesia es la mejor. Si queremos ser fieles a la visión revelada en este pasaje de la Palabra, debemos permanecer en el espíritu, donde seremos edificados con los demás de una manera genuina. La conclusión de Pablo en este capítulo es que tanto universal como localmente, la iglesia debe ser edificada como morada de Dios en el espíritu.
En cuanto a las reuniones, no debemos aferrarnos a ninguna ordenanza. Posiblemente nos guste liberar nuestro espíritu de cierta manera, pero no debemos insistir en que los demás lo hagan de la misma forma. Aun si las reuniones en cierta localidad fueran diferentes a lo que estamos acostumbrados, esto no debe impedir que ministremos vida a los demás o que les suministremos las riquezas de Cristo. Además, debemos estar dispuestos a recibir ayuda de los demás. De esta manera tendremos una verdadera comunión y disfrutaremos una mutua suministración.
Ni siquiera deberíamos permitir que la terminología que usamos se convierta en una barrera para la comunión. Quizás otros cristianos no estén familiarizados con la palabra “economía”; en tal caso, es preferible reemplazarla con la expresión: la voluntad de Dios. Podríamos decir que la voluntad de Dios consiste en forjar a Cristo en nosotros, y corroborarlo con Efesios 3:17, un versículo que dice que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones.
Debemos siempre enfocar nuestra atención en Cristo y no involucrarnos en disputas sobre doctrinas o prácticas. Reconozco que se requiere mucho aprendizaje y experiencia para saber cómo ministrar Cristo de esta manera a los demás. Sin embargo, es importante que aprendamos a adaptarnos a las reuniones que difieren de las nuestras y a funcionar debidamente en ellas. Por ejemplo, si en cierta localidad los santos acostumbran a ofrecer oraciones extensas o a dar largos testimonios, deberíamos sencillamente seguir lo que ellos hacen y no insistir en que se ofrezcan oraciones y testimonios breves y rápidos. Pero si insistimos en nuestra forma de orar y dar testimonios, posiblemente los ofenderemos e incluso pudieran llegar a pensar innecesariamente que somos extraños o raros.
Es importante que todos aprendamos a ministrar vida en todo tipo de reuniones. Nunca debemos menospreciar las reuniones que difieran de las nuestras. Por el contrario, en cualquier reunión debemos impartir las riquezas de Cristo a los santos. Si en la experiencia verdaderamente hemos abolido todas las ordenanzas, podremos hacer esto; podremos adaptarnos a la manera en que se reúnan los demás por causa de la unidad y a fin de que la vida sea ministrada.
No pensemos que por el hecho de que algunos hermanos de determinada localidad realcen los dones pentecostales, ellos no son una iglesia local. Mientras mantengan la base de unidad de la iglesia, ellos son la iglesia en esa localidad, aunque sus reuniones estén llenas de actividades asociadas con el pentecostalismo. Si ellos son cristianos genuinos que han visto la senda de la iglesia y han comenzado a ponerla en práctica, debemos reconocerlos como la iglesia. Tal vez sus reuniones difieran de las nuestras, pero esto no significa que ellos no sean la iglesia en esa localidad. Si insistimos en que ellos no son una iglesia local genuina, ellos tal vez dirán lo mismo acerca de la iglesia de nuestra localidad. Si discutimos con ellos acerca de la manera de reunirse, aunque tal vez afirmemos que nuestra forma es la correcta, ellos insistirán que la práctica de ellos es la mejor. Enredarse en este tipo de discusiones equivale a involucrarse una vez más con las ordenanzas. Si conservamos nuestras ordenanzas e insistimos en ciertas prácticas, inmediatamente nos volvemos sectarios. Por lo tanto, si queremos llevar una vida de iglesia apropiada, tenemos que hacer a un lado todas las ordenanzas y simplemente dedicarnos a ministrar Cristo a los santos.
En el recobro del Señor, nuestra intención no es formar otra denominación; por ello, necesitamos ser rescatados de todo lo que nos divide y recibir a todos los genuinos creyentes. Aunque en nuestras reuniones oremos-leamos e invoquemos el nombre del Señor, no debemos permitir que estas prácticas se conviertan en ordenanzas. Posiblemente en los años por venir el Señor nos revelará algo nuevo relacionado con la manera de liberar nuestro espíritu. Con relación a nuestra fe en Cristo y en la Biblia, no podemos cambiar; pero en cuanto a la manera de reunirnos, siempre debemos estar abiertos para recibir algo nuevo y mejor de parte del Señor. De esta manera pondremos en práctica la vida de iglesia sin ordenanzas.