Mensaje 87
Lectura bíblica: Ef. 2:11-22
Efesios 2 es un capítulo importante porque revela que Cristo murió en la cruz para crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre. Para que el nuevo hombre llegara a existir, se tenía que abolir la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Los cristianos saben que en la cruz Cristo acabó con el pecado, el viejo hombre, la carne, el mundo y el diablo, Satanás. Pero pocos cristianos han visto que en la cruz Cristo también abolió las ordenanzas.
Es fácil comprender que la cruz de Cristo acaba con el pecado. También es fácil entender que la cruz resuelve los problemas que el viejo hombre y la carne constituyen. De la misma manera, cuando leemos en el Nuevo Testamento que la muerte de Cristo juzgó al mundo y a Satanás, no tenemos ningún problema en entender estas verdades. Sin embargo, es posible que no nos demos cuenta de que las ordenanzas también representaban un problema grave.
Las ordenanzas tienen que ver con las diferentes maneras de vivir y de adorar. No parecen ser negativas; al contrario, parecen bastante buenas. Por ejemplo, algunas ordenanzas están relacionadas con los buenos modales para comer. ¿Quién puede decir que no es bueno regirse por ciertos principios al comer? Sin embargo, debido a que cada pueblo tiene diferentes modales para comer, existe la posibilidad de que las regulaciones en cuanto a la forma de comer se conviertan en una fuente de división y enemistad entre los pueblos.
Hay ordenanzas también con respecto a la adoración. Los judíos adoran a Dios conforme a sus propias ordenanzas, y los musulmanes, conforme a las suyas. Esto mismo ocurre en las diferentes denominaciones de hoy. Debido a que las ordenanzas parecen ser provechosas, es difícil reconocer que ellas también deben ser eliminadas por la cruz.
Las ordenanzas tienen su origen en la caída del hombre. Si el hombre no hubiera caído, hoy no habría ninguna ordenanza. Después de que Dios creó al hombre, El no le dio una lista de ordenanzas. Sin embargo, tan pronto como cayó el hombre, éstas comenzaron a surgir. Luego, en Babel, el hombre que Dios había creado para Su propósito, se dividió y se esparció en numerosas razas y naciones, las cuales empezaron a pelear entre sí. Esto imposibilitó que se cumpliera el plan eterno de Dios.
Si vemos la obra redentora de Cristo desde la perspectiva del propósito de Dios, nuestro concepto de la misma se ampliará. La mayoría de los cristianos ven la redención solamente desde la perspectiva de su salvación personal. A ellos no les preocupa el cumplimiento del propósito de Dios; lo único que les interesa es ser salvos del infierno y tener la certeza de pasar la eternidad en el cielo. Tienen un concepto extremadamente limitado con respecto a la muerte que Cristo sufrió en la cruz. Es imprescindible que nosotros entendamos que el propósito eterno de Dios es impartirse a Sí mismo en el hombre y hacerse uno con él para poder expresarse por medio de él. Pero Satanás ha intentado impedir que se cumpla este propósito al dañar la humanidad haciendo que ésta se divida en diferentes pueblos, los cuales combaten entre sí. Cristo vino a redimir la humanidad caída para que se cumpliese el propósito de Dios, y no simplemente para que fuésemos salvos del infierno y se nos garantice el cielo. Cristo, con el fin de redimir la dividida humanidad, murió en la cruz y le puso fin a todo lo negativo, incluyendo las ordenanzas. En la cruz, Cristo abolió todas las regulaciones relacionadas con la manera de vivir y de adorar, regulaciones que han dividido a las naciones. A Dios no le interesa ninguna ordenanza; lo que a El le interesa es que seamos uno y que Cristo se forje en nosotros. Cristo no abolió las ordenanzas con el fin de llevarnos al cielo ni de hacernos espirituales o victoriosos; El abolió las ordenanzas para crear en Sí mismo un nuevo hombre corporativo. Cristo creó el nuevo hombre no sólo en Sí mismo como esfera, sino también consigo mismo como elemento. Aboliendo las ordenanzas y creando de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, El hizo la paz. Ahora, las personas de diferentes nacionalidades tienen paz entre sí en Cristo.
En 2:11 y 12 Pablo nos recuerda nuestra condición cuando estábamos separados de Cristo. Estábamos alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. No teníamos ninguna meta ni a Dios. Pero un día Dios nos llamó, y nosotros respondimos a Su llamado invocando el nombre del Señor Jesús. Como consecuencia, el Dios Triuno entró en nosotros. No importa a dónde vayamos, ni incluso si intentáramos alejarnos del Señor o dejar de creer en El, el Señor siempre estará con nosotros. ¡Cuán maravilloso es que fuimos hechos partícipes de Cristo! No obstante, aun cuando este hecho no nos parezca tan maravilloso en nuestra experiencia, no podemos alejarnos de El. Tal vez lo intentemos, pero El nunca nos dejará.
Como personas salvas, estamos en Cristo. El es nuestra esfera y nuestro origen. Ahora en Cristo Jesús, nosotros, los que en otro tiempo estábamos lejos de Dios y lejos los unos de los otros, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Como dice el versículo 14, el propio Cristo que es nuestra paz, nos hizo uno y derribó la pared intermedia de separación; El nos reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, y vino y nos predicó la paz como evangelio (vs. 16-17). Como resultado de todo esto, ya no somos extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (v. 19).
Aunque Cristo es nuestra esfera, nuestro origen y nuestra paz, y a pesar de que El abolió las ordenanzas, muchos cristianos se siguen aferrando a ciertas ordenanzas. En sus prácticas, les interesan más sus ordenanzas que el propio Cristo. Muchos cristianos pasan por alto a Cristo y se fijan en las mismas ordenanzas que El abolió en la cruz. ¡Qué situación más lamentable!
Ahora estamos en Cristo. El debe ser el único fundamento sobre el cual somos edificados. En 2:20 Pablo habla del fundamento de los apóstoles y profetas, el cual alude al Cristo en quien los apóstoles creyeron y a quien ellos ministraban a las personas. El fundamento de Moisés era la ley, y el fundamento de los profetas era la profecía; pero el único fundamento de los apóstoles y profetas es Cristo mismo. En 1 Corintios 3:11 Pablo declara: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. El fundamento mencionado en Efesios 2 no tiene nada que ver con ningún tipo de ordenanza; este fundamento es Cristo mismo. El fundamento del judaísmo se componía del día sábado, la circuncisión y las reglas alimenticias. Pero cuando los apóstoles comenzaron a ministrar, lo único que pusieron como fundamento fue al Cristo vivo.
La iglesia se edifica sobre Cristo, no sobre ordenanzas ni regulaciones. No obstante, en la actualidad todas las denominaciones tienen otros fundamentos además de Cristo. Por ejemplo, la denominación bautista, además de Cristo, tiene por fundamento el bautismo por inmersión. Da la impresión de que las denominaciones ponen debajo de Cristo otras cosas como fundamento básico. Las diferentes ordenanzas que se usan como fundamento han dividido a la iglesia.
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos cuán terrible es aferrarnos a las ordenanzas. Tal vez afirmemos que vemos la iglesia y hasta declaremos que nos reunimos como la iglesia local. Pero si seguimos insistiendo en ciertas prácticas, éstas llegarán a ser ordenanzas, automáticamente dañaremos e incluso perderemos el terreno de la unidad. En lugar de reunirnos sobre el terreno de la unidad, nos reuniremos sobre la base de nuestras ordenanzas. Si cierta ordenanza llega a ser la base de nuestra unidad, dejamos de ser la iglesia y nos convertimos en una secta. Siempre que insistimos en una práctica en particular, perdemos el terreno de unidad. Debido a esto no debemos insistir en prácticas como orar-leer o invocar el nombre del Señor, por grande que sea el beneficio que recibamos de ellas.
Hay solamente unas cuantas cosas a las que debemos oponernos. Entre ellas están la idolatría, la inmoralidad, la división y la negación de la deidad de Cristo. En la iglesia no cedemos ningún terreno a los ídolos, pues la idolatría representa un insulto para Dios. Asimismo, es imprescindible que la iglesia no tolere la inmoralidad, la cual daña la humanidad que Dios creó para Su propósito. Además, la iglesia debe rechazar a cualquier persona facciosa o sectaria que después de ser amonestada, rehúse a arrepentirse. En cuarto lugar, es preciso que la iglesia no reciba a nadie que se niegue a reconocer la deidad de Cristo, que niegue que Cristo es Dios encarnado. Estos elementos son levadura y deben ser eliminados de la vida de iglesia. Sin embargo, aparte de estas cuatro cosas, el Nuevo Testamento no dicta ningún otro motivo por el cual debamos rechazar a los creyentes. En Romanos 14:1 vemos que mientras que una persona haya abrazado la fe, tenemos que recibirla, aunque sea débil. En ninguna parte del Nuevo Testamento se nos manda a rechazar a alguien por no creer en el bautismo por inmersión. Tampoco se nos pide que no recibamos a aquellas hermanas que no se cubren la cabeza. Ningún creyente debe ser rechazado por cosas tales como el tamaño de la copa que se usa en la mesa del Señor o por la práctica del lavamiento de los pies. Aparte de las cuatro cosas que mencionamos anteriormente, no se debe aplicar ninguna legalidad en la vida de iglesia. Debemos recibir a todos los santos y no tener nada que ver con las ordenanzas.
El Cristo que es nuestra paz, nuestra fuente y nuestra esfera debe ser nuestro único fundamento. No debemos poner ningún otro fundamento además de Cristo. Todos debemos examinarnos en cuanto a esto y preguntarnos: ¿Tendremos algún otro fundamento además de Cristo? Si no tenemos ninguna ordenanza, Cristo de verdad será nuestro único fundamento.
Cristo debe ser también nuestra piedra del ángulo. Como piedra del ángulo, El une los dos muros, el muro compuesto de los creyentes judíos y el de los creyentes gentiles. En Efesios 2 a Cristo se le llama específicamente la piedra del ángulo (v. 20). Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, lo rechazaron como la piedra angular (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), como el que uniría a los gentiles con ellos para la edificación de la casa de Dios.
Si en lugar de aferrarnos a nuestras ordenanzas tomamos al Cristo todo-inclusivo, lo experimentaremos como la piedra angular que nos une conjuntamente para la edificación de la morada de Dios.
En el versículo 21 Pablo añade: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”. En Cristo, quien es la piedra del ángulo, todo el edificio, el cual incluye a los creyentes judíos y también a los creyentes gentiles, está bien coordinado y crece para ser un templo santo en el Señor. Este templo es la iglesia universal. Como veremos, el versículo 22 se refiere a la iglesia local.
Las iglesias locales no deben tener una actitud independiente, ni deben aislarse las unas de las otras. Si tenemos una actitud independiente, es posible que, en lugar de ser una iglesia local, seamos una secta local. Cristo sólo tiene un Cuerpo en el universo. Si cada iglesia local fuera un cuerpo independiente para Cristo, esto significaría que Cristo tiene muchos cuerpos. Sin importar cuántas iglesias locales haya, Cristo sólo tiene un Cuerpo. Por ello, las iglesias locales deben estar bien acopladas y crecer para ser el único templo universal. En Cristo como fundamento y como piedra angular, todo el edificio, la iglesia universal, está bien acoplado y crece en el Señor.
Aquellos que tienen una actitud de independencia en cuanto a la iglesia de su localidad tal vez hagan alusión a las diferencias que se ven en las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3, para justificar su actitud. Sin embargo, como candeleros de oro, las siete iglesias son iguales en naturaleza, sustancia y forma. Además, en la eternidad, la Nueva Jerusalén tendrá la misma apariencia y el mismo material en cada uno de sus cuatro lados. Las iglesias locales no deben ser organizadas; pero si todas las iglesias toman solamente a Cristo, ellas estarán bien acopladas como el edificio universal de Dios.
Supongamos que las iglesias en cierto lugar adoptan la actitud de que, como iglesias locales independientes, ellas desean avanzar por su cuenta y no quieren tener ninguna relación con las demás iglesias. Ante Dios, es posible que ellas se conviertan en sectas locales. Todas las iglesias deben asirse a Cristo, acoplarse y crecer juntas para ser un templo santo en el Señor. Cuando las iglesias sean acopladas, todas las riquezas que experimente una iglesia se trasmitirá espontáneamente a todas las demás iglesias. Por ejemplo, es posible que un médico inyecte una substancia en el brazo de una persona, pero el elemento que se inyectó se esparce pronto a todo el cuerpo. De esta manera, todo el cuerpo recibe el beneficio de la inyección. ¡Qué insensatez sería que algunos miembros del cuerpo pensasen que la inyección es sólo para ellos! Todo lo que una iglesia recibe es para todo el Cuerpo. Por consiguiente, no debemos confinar las experiencias que tengamos de Cristo a nuestra localidad. Debemos darnos cuenta de que todo lo que recibamos de El debe ser infundido al resto del Cuerpo.
En el versículo 22 Pablo declara: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. La palabra “también” indica que el edificio del versículo 21 es universal, y que el edificio en este versículo es local. Según el contexto, el templo santo del versículo 21 es universal, mientras que la morada de Dios del versículo 22 es local.
Después de todo lo que hemos dicho en cuanto a asirse de Cristo y desechar las ordenanzas, quizás algunos aún tengan preguntas acerca de temas como el método de bautismo. Estas preguntas podrían indicar que los que las hacen todavía tienen ordenanzas. Con todo, algunos quizás persistan con sus preguntas diciendo que debemos ser prácticos y que necesitamos saber cómo bautizar a los nuevos conversos. Cuando nos enfrentamos a problemas prácticos como éste, debemos recordar lo que Pablo expresó en el versículo 18: “Porque por medio de El los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. En lugar de discutir, debemos tornarnos a nuestro espíritu, orar y tener comunión. El Señor está cerca, presente y accesible, y si buscamos seriamente Su dirección, ciertamente El nos guiará, y sabremos cómo manejar todos los aspectos prácticos. Puedo testificar que al paso de los años, el Señor Jesús ha sido muy real, precioso, presente y accesible a nosotros. Lo único que debemos hacer es abrirnos a El en todo lo que nos preocupa. Al hacer esto, debemos estar dispuestos a despojarnos de todo concepto que nos ocupe. Entonces el Señor nos guiará de una manera viviente.
Al cuidar de la iglesia, debemos recordar que es Cristo quien la nutre y la cuida. El está mucho más preocupado por ella que nosotros. Así que, depositemos nuestra confianza en El. Si no hay nada de idolatría, ni de inmoralidad, ni de división, y si no negamos la deidad de Cristo, ninguno de los errores que cometamos será grave. No debemos intentar evitar los errores aferrándonos a las ordenanzas. Nuestra confianza debe ser puesta en el Cristo todo-inclusivo y solamente en El. Si confiamos en algo que no sea Cristo, aquello llegará a ser una ordenanza que dañará la vida de iglesia. Pero si tomamos a Cristo como nuestro todo, todas las iglesias locales en todo el mundo crecerán y seguirán adelante de una manera saludable.