Lectura bíblica: Ap. 17:1-6, 16; 14:8; Mt. 13:37-42; 1 Co. 3:9-15; Ap. 21:1-11, 18-21
Debemos saber que no sólo existe la escatología en cuanto al mundo, es decir, el estudio del fin de la situación mundial, sino también una escatología referente a la iglesia. Nuestro estudio sobre este tema se basa en la revelación divina presentada en las Escrituras. Como creyentes, no sólo estamos en el mundo, sino también en la iglesia. La iglesia genuina existe dentro del cristianismo, el cual es considerablemente grande y comprende principalmente la Iglesia Católica y la Iglesia Protestante. Estas dos no existían durante la época del apóstol Pablo; lo que sí existía en aquel entonces era la iglesia original y recobrada. Hablar de la iglesia recobrada es hablar de la iglesia original.
En su primera epístola a los corintios, Pablo reprende a los creyentes porque ellos pretendían dividir a Cristo. En Corinto existían diferentes partidos. Unos afirmaban: “Yo soy de Pablo”; otros: “Yo de Apolos”; y aun otros: “Yo de Cefas”. Incluso habían algunos que, creyéndose más espirituales, decían: “Yo [soy] de Cristo” (1:12-13a). Así vemos que había cuatro divisiones. La iglesia de Corinto ciertamente era parte de la iglesia original, pero se había degradado; había perdido algo. A estas alturas, Pablo les escribe sus epístolas, las cuales pueden considerarse libros de recobro; pues ellos restauraron la iglesia de esa ciudad.
Al leer la segunda epístola que Pablo escribió a Timoteo, podemos ver que para la época de Pablo, la iglesia ya se había degradado. Algunos habían abandonado la fe; otros, como Alejandro el calderero, se oponían rotundamente al apóstol (4:14). No obstante, Pablo declaró que él había guardado la fe (v. 7). Así vemos que 2 Timoteo también es un libro de recobro. La iglesia original existió durante aproximadamente medio siglo. Los apóstoles la habían establecido en un período de no más de cincuenta años. Sin embargo, mientras aún vivían Pedro, Juan y Pablo, la iglesia cayó de su estado original, se degradó, se deformó; hasta podemos decir que se transmutó. Por esta razón se escribieron las epístolas. Después de escribirse las primeras epístolas, las demás que se escribieron (2 Pedro, 2 y 3 Juan, 2 Corintios, etc.) todas fueron epístolas de recobro; pues estaban destinadas a restaurar la iglesia, la cual se había degradado.
Durante la época de Juan ya había algunos que negaban que Cristo hubiera venido en la carne (1 Jn. 4:2-3; 2 Jn. 1:7). Otros afirmaban que originalmente Cristo no era Hijo de Dios, sino que llegó a serlo (1 Jn. 2:22-23). La iglesia en general se había degradado, se había transmutado, había sufrido un cambio de naturaleza. Por esta razón escribió Juan a los creyentes, para restaurarlos. Durante la época de los apóstoles, existía tanto la iglesia original como la iglesia recobrada.
La iglesia recobrada surge poco después de establecerse la iglesia original, la cual en realidad duró muy poco. La primera iglesia nació en una situación poco saludable. Cuando el Espíritu Santo envió al apóstol Pablo de Antioquía a Asia, para que predicara el evangelio y estableciera iglesias, los judíos opositores se infiltraron para estorbarle. Después de establecer las iglesias, los gnósticos también intervinieron y le causaron problemas. Así vemos que tanto el judaísmo como el gnosticismo contribuyeron en la enfermedad de la iglesia. La iglesia original no duró tanto tiempo; sin embargo, Dios no la abandonó, sino que hizo algo para restaurarla. Con este propósito, el Señor, la Cabeza del Cuerpo, encargó a Pedro, Juan y Pablo, que escribieran sus epístolas postreras, las cuales estaban destinadas a restaurar la iglesia. Debemos darnos cuenta de que el recobro comenzó desde finales del primer siglo. Y en los siglos subsecuentes, el Señor levantó a muchos “Esdras” y “Nehemías” para que restauraran la iglesia, para que la restablecieran.
Durante los primeros cinco siglos, sólo existió la iglesia original y la iglesia recobrada. Luego, para fines del sexto siglo, surge la Iglesia Católica. Durante ese tiempo, se reconoció al papa como la máxima autoridad de la iglesia Católica. La Iglesia Protestante brota en los tiempos de Martín Lutero, cuando se da inicio a la Reforma, en el siglo dieciséis. Estas tres clases de iglesias existen hasta el día de hoy.
El recobro siempre toma el camino estrecho, y los que participan en él aprenden las lecciones elevadas de la vida cristiana, tales como conocer a Cristo, conocerse a uno mismo y conocer la carne. Aprenden a experimentar la cruz para vivir como Dios-hombres. Todos los miembros de la iglesia recobrada deben ser Dios-hombres, es decir, personas deificadas. La verdad cumbre de que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios en vida y naturaleza mas sin ser objeto de adoración, la descubrieron los padres de la iglesia en el segundo siglo. Esta fue una gran verdad que el Señor recobró. Entre nosotros, el recobro comenzó en China hace setenta y dos años. Podemos decir que en la actualidad existen tres clases de iglesias: la Iglesia Católica, la Iglesia Protestante y la iglesia original recobrada. Debemos estar en esta última, pues ésta es la iglesia auténtica.
La verdadera condición de la Iglesia Católica y su final se revelan claramente en Apocalipsis 17; los primeros seis versículos describen su condición, y los últimos tres, su final. Para describir su condición se emplea la figura de un cáliz de oro (v. 4). Un cáliz representa algo que se ofrece a una persona para que beba de él y sacie su necesidad. El cáliz de oro da a entender que en apariencia la iglesia Católica apóstata tiene algo de Dios. La Iglesia Católica reconoce que Cristo es Dios, que nació de una virgen, que murió por los pecados de los pecadores y que resucitó. En el catecismo publicado recientemente, incluso se afirma que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios. Por otro lado, las iglesias protestantes de hoy, por ejemplo, los modernistas, no creen que Cristo es Dios, ni que nació de una virgen ni que murió en la cruz como Redentor. Ellos tienen a Cristo simplemente como un mártir, pero no creen que El resucitó.
En Apocalipsis 17, a la Iglesia Católica se le llama: “MISTERIO, BABILONIA LA GRANDE” (v. 5). Incluso algunos eruditos católicos han reconocido que la Gran Babilonia de Apocalipsis 17 se refiere a la Iglesia Católica. En Mateo 13 el Señor asemeja a esta iglesia con una mujer que toma levadura y la esconde en harina (v. 33). Entre los expositores de la Biblia, una gran parte afirma que la harina alude a Cristo como alimento para Dios y el hombre, y que la levadura representa cosas malignas (1 Co. 5:6, 8), doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12). Incluye cosas tan negativas como las herejías, la idolatría y el adulterio. Por tanto, vemos que la Iglesia Católica es una mixtura.
Aunque el cáliz que la mujer sostiene en su mano es de oro, está lleno de abominaciones y de las inmundicias de la fornicación de ella (Ap. 17:4). En figura, el oro representa la naturaleza de Dios. Por ende, la iglesia apóstata tiene algo de Dios, pero al mismo tiempo está llena de maldades, tales como herejías, prácticas paganas, fornicación espiritual y aun física. El hecho de que una mujer practique la fornicación significa que tiene muchos maridos. La iglesia genuina debe estar unida a Cristo y a la verdad contenida en la Biblia, pues no sólo Cristo es el Marido, sino también lo es la verdad, es decir, la Palabra de Dios. La Palabra de Dios y Cristo son uno. Es verdad que la Iglesia Católica acepta a Cristo y la Palabra de Dios, pero también abriga muchas herejías e ídolos. Esto la ha constituido una fornicaria espiritual.
Las catedrales católicas están llenas de ídolos. G. H. Pember señala que la Iglesia Católica Romana tiene como uno de sus santos a Buda (véase el estudio-vida de Apocalipsis, mensaje 51, pág. 569). En Manila, a la entrada de una catedral, se halla una estatua, supuestamente de Jesús, cuyos pies la gente ha tocado y besado tanto que están completamente desgastados. Esto es idolatría, aunque esté en un “cáliz de oro”.
Un joven, miembro de una familia católica, recibió al Señor Jesús y fue a sus padres para contarles que ahora el Señor Jesús vivía en él. Ellos, señalando a un cuadro del supuesto Jesús, le respondieron que ya tenían a Jesús. Para ellos, tener aquel cuadro era tener a Jesús. En 1937, mientras viajaba en el interior de China, me presentaron un caso en el que una mujer había sido poseída por un demonio. Les expresé que en principio esto obedecía a que en la casa de ella había pecado, ídolos o imágenes. Más tarde, me di cuenta que en la pared de su casa ella tenía un cuadro del supuesto Jesús, y le recomendé que lo quemara. Desde el momento que lo hizo, el demonio la dejó. La Iglesia Católica está llena de ídolos, herejías y toda índole de prácticas paganas. Esto describe la verdadera condición que prevalece dentro ella.
Apocalipsis 17 también habla del final de la Iglesia Católica. Al fin de esta era, el Anticristo hará un pacto con los judíos por siete años. A la mitad de este período, quebrantará el pacto (Dn. 9:27) y se exaltará a sí mismo “sobre todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” (2 Ts. 2:4). Entonces perseguirá a todas las religiones, la primera de las cuales será la Iglesia Católica. Esto se debe a que tanto el Anticristo como la Iglesia Católica estarán situados en Roma. Apocalipsis 17:16 declara: “Y los diez cuernos que viste, y la bestia, aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego”. Esto significa que el Anticristo y sus diez reyes perseguirán a la Gran Babilonia y la quemarán. Este será el final de la Iglesia Católica.
En la Iglesia Protestante, por otra parte, abundan los falsos creyentes (Mt. 13:37-42). En Mateo 13 el Señor dice que el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo, y que su enemigo vino y sembró cizaña entre el trigo. Los esclavos de este hombre le preguntaron si quería que recogieran la cizaña. Pero su respuesta fue: “Dejad que ambas crezcan juntas hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (v. 30). El Señor declaró que en la consumación de este siglo El enviará a Sus ángeles para que recogieran toda la cizaña, refiriéndose a los creyentes falsos y nominales que estén en cualquier iglesia, y la echen en el lago de fuego (vs. 40-42). Ellos serán lanzados directamente al lago de fuego; no habrá necesidad de que pasen por ninguna especie de juicio. Su fin será el mismo que el del Anticristo y el falso profeta, los cuales también serán arrojados al lago de fuego directamente, sin necesidad de pasar por ningún tribunal (Ap. 19:20).
La iglesia original recobrada es la iglesia genuina. La iglesia de Corinto ciertamente era una iglesia genuina. Pablo les dijo: “Vosotros sois labranza de Dios, edifico de Dios” (1 Co. 3:9). Lo que quería decirles era que ellos eran creyentes genuinos, creyentes verdaderos que habían recibido al Señor Jesús, que había sido regenerados y que estaban en proceso de ser santificados, renovados, transformados, conformados y glorificados. Por una parte, ellos eran la labranza de Dios que cultiva a Cristo; por otra, aún debían ser transformados de la vida botánica a minerales. Debían crecer y ser transformados en oro, plata y piedras preciosas, que son los materiales con los que se produce el edificio de Dios. Pablo puso el fundamento, que es Cristo, pero el progreso de los creyentes dependería de cuánto ellos crecieran y fueran edificados sobre dicho fundamento. Si edificaban con madera, heno y hojarasca, estos materiales serían quemados (vs. 10-13).
Cuando el Señor regrese, El juzgará y disciplinará no solamente a la Iglesia Católica y a la Iglesia Protestante, sino también a la iglesia original y recobrada. El remitirá a todos los verdaderos creyentes de cualquier iglesia a su tribunal (2 Co. 5:10; Ro. 14:10; 1 Co. 4:5) para que sean juzgados y disciplinados por El. En ese juicio, El determinará si ellos han edificado con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca. La obra realizada con madera, heno y hojarasca será consumida, y todo aquel que haya trabajado con esos materiales inservibles, todavía “será salvo, aunque así como pasado por fuego” (1 Co. 3:15). Por otra parte, los que hayan edificado con oro, plata y piedras preciosas, que son los materiales que constituirán la Nueva Jerusalén en el milenio, llegarán a su consumación en la Nueva Jerusalén, en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Al regreso del Señor, los vencedores que hayan sido transformados en oro, plata y piedras preciosas, obtendrán como galardón el estar en la Nueva Jerusalén, en el reino milenario. El libro de Apocalipsis revela que la Nueva Jerusalén será el Paraíso de Dios para los vencedores durante esos mil años (2:7). Pero la obra de los que produzcan madera, heno y hojarasca, será quemada cuando el Señor regrese, y ellos mismos serán salvos, aunque así como pasados por fuego. El Señor los disciplinará por mil años, a la postre, mediante la paciencia del Señor, ellos también serán perfeccionados y transformados en materiales preciosos para el edificio de Dios. Cuando hayan concluido los mil años, ellos también participarán en la consumación de la Nueva Jerusalén. Esto describe la condición genuina de la iglesia original recobrada, y su final.
Actualmente nos toca a nosotros escoger. ¿Tomaremos la senda de la Iglesia Católica, la senda de la Iglesia Protestante o la senda de la iglesia original y recobrada? Si optamos por la iglesia original y recobrada, ¿cómo la tomaremos? ¿Lo haremos con una actitud negligente? Apocalipsis enseña que de entre los creyentes genuinos, sólo aquellos que como Pablo luchen por seguir a Cristo hasta el fin, lo obtendrán y lo disfrutarán. Ellos serán los vencedores. Tal vez muchos estemos en la iglesia original y recobrada, pero ¿en qué condición nos encontramos? ¿Estamos esforzándonos por ser los vencedores que llevarán esta era a su consumación? Dicho de otra manera, ¿nos estamos esforzando por llevar una vida de Dios-hombres, en la que continuamente nos aplicamos la cruz a nosotros mismos y a nuestra carne para vivir por la vida divina y expresar a Cristo? Si es así, entonces podremos proclamar: “Porque para mí el vivir es Cristo. Yo vivo de una manera que magnifica a Cristo, o por vida o por muerte, mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo”.
Debemos ser los vencedores que continuamente viven a Cristo y lo magnifican. Debemos ser los que siguen a Cristo a cualquier precio; los que dejan el pasado atrás y se extienden para ganar a Cristo. De hecho, ganar a Cristo es vivirlo y magnificarlo. Vivimos y magnificamos a Cristo llevando una vida crucificada con relación a nosotros mismos, nuestra carne, nuestra vida natural y todo lo que no sea Cristo. Tomamos la cruz en cada oportunidad a fin de vivir a Cristo, por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. De esta manera, no sólo le vivimos, sino que también le magnificamos. Cuánto de El obtengamos depende de cuánto le magnifiquemos. De esta manera viven los Dios-hombres, los vencedores.
No debemos declarar a la ligera que somos Dios-hombres, pues esto no es algo superficial. Es correcto alabar al Señor por habernos revelado la cumbre de la revelación divina, que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios en vida y naturaleza mas sin ser objeto de adoración. Pero además de esto, debemos decir: “Señor, necesito Tu misericordia y Tu abundante gracia. De otro modo, ¿cómo podré llegar a ser Dios en vida y naturaleza? Cada día necesito llevar una vida crucificada para ganar y magnificar a Cristo”.
Finalmente, estaremos en la consumación final del propósito de Dios: la Nueva Jerusalén (Ap. 21:1-11). La Nueva Jerusalén está constituida de tres clases de materiales: oro, perlas y piedras preciosas (vs. 18-21). El oro representa a Dios en Su naturaleza divina, las perlas representan al Cristo que nos redime y regenera, y las piedras preciosas representan al Espíritu que nos transforma. Esta es la Trinidad divina consumada, la cual se forja en nuestro ser y nos hace oro, perlas y piedras preciosas, con el fin de obtener un agrandamiento, con miras a Su expresión eterna, la Nueva Jerusalén.