Mensaje 11
Lectura bíblica: Ez. 1:26-28; Mt. 26:64a; Hch. 2:36; Ap. 3:21
En la visión presentada en el capítulo 1 se usaron cosas en la esfera natural para describir cosas en la esfera espiritual. Estas cosas espirituales son profundas, pero podemos entenderlas por medio de las cosas naturales y físicas que se usaron para describirlas. Según el plan de Dios, las cosas espirituales reveladas aquí comienzan con el viento (v. 4) y terminan con el arco iris (v. 28). Como veremos en el mensaje siguiente, hay un arco iris que manifiesta el esplendor de Dios. En nuestra experiencia, el trono (v. 26) y el arco iris dependen de que tengamos un cielo que sea diáfano como el cristal.
En el último mensaje vimos que sobre las cabezas de los seres vivientes se extiende un firmamento claro, un cielo despejado, el cual está en expansión y, no obstante, es estable. Ahora en este mensaje debemos ver que sobre este cielo despejado hay un trono. Ezequiel 1:26 dice: “Por encima de la expansión que estaba sobre sus cabezas se veía la semejanza de un trono, que tenía la apariencia de piedra de zafiro; y sobre la semejanza del trono había un Ser que tenía la apariencia de hombre, sentado sobre él”. Debemos considerar el significado del trono y aplicarlo a nuestra experiencia.
Los cristianos debemos mantener un cielo despejado con el Señor. Esto significa que siempre debemos tener una comunión clara con Él. Nada debe interponerse entre nosotros y el Señor. Si nada se interpone entre nosotros y el Señor, nuestro cielo será diáfano como el cristal y nuestra conciencia será pura, libre de toda ofensa (Hch. 24:16).
Debemos ser profundamente impresionados con el hecho de que si en calidad de cristianos hemos de contar con un cielo despejado, diáfano como el cristal, delante del Señor, será necesario que tengamos una conciencia libre de toda ofensa. Siempre que hay condenación o hay una ofensa en nuestra conciencia, nuestro cielo de inmediato se vuelve nublado, oscuro y nebuloso. En tales ocasiones debemos confesar nuestro fracaso y nuestro pecado al Señor de modo que recibamos Su perdón y el lavamiento de Su preciosa sangre (7, 1 Jn. 1:9). Esto lavará nuestra conciencia para que esté libre de toda ofensa. Entonces tendremos nuevamente un cielo despejado y una comunión clara con el Señor en la que nada se interponga entre nosotros y Él.
A veces es una cosa pequeña, tal como asumir una actitud deplorable ante nuestro cónyuge, lo que puede hacer que tengamos nubes en nuestro cielo. Tal vez la otra persona se haya equivocado, pero nuestra actitud sigue siendo errónea y hace que perdamos nuestro gozo y paz. Además, por un período de tiempo podríamos dejar de tener la unción necesaria para orar. Nuestra conciencia comienza a condenarnos y nos molesta. Esto es perder el cielo cristiano despejado; es la pérdida de un cielo sin nubes. Dejamos de tener un cielo despejado sobre nosotros debido a que algo no está bien entre nosotros y el Señor. Esta situación perdurará hasta que vayamos al Señor y le pidamos Su perdón por nuestra actitud equivocada. Entonces la unción del Señor en nuestro interior hará que tengamos el sentir de que debemos confesar y pedirle perdón a nuestro cónyuge. Aunque dudemos, debido a que hemos perdido la presencia del Señor, finalmente confesamos, nos disculpamos y pedimos perdón. En cuanto hacemos esto, el “clima” cambia; las nubes desaparecen, y el cielo despejado regresa. Hay algo en nuestro interior que nuevamente está vivo, y podemos alabar al Señor. Una vez más tenemos un cielo despejado, un cielo que es como el firmamento de cristal asombroso sobre las cabezas de los seres vivientes. Debemos tener esta clase de experiencia no solamente en nuestra vida diaria, sino también en la vida de iglesia.
Siempre que tengamos tal cielo despejado en nuestra vida cristiana y en nuestra vida de iglesia, también tendremos el trono, el cual está sobre el cielo despejado (Ez. 1:26). El trono es el centro del universo y es donde está el Señor. Con frecuencia hablamos de la presencia del Señor, pero tenemos que comprender que la presencia del Señor siempre está con el trono. Allí donde está el Señor, también está Su trono. Su presencia es inseparable de Su trono. El trono del Señor está en el tercer cielo, pero Su trono también está en nuestro espíritu. Por tanto, el trono del Señor está con nosotros todo el tiempo.
Los cristianos y las iglesias locales debemos permanecer bajo un cielo diáfano como el cristal y que está en expansión. Por encima de este cielo despejado y en expansión está el trono del Señor. Al tener tal cielo despejado, espontáneamente estamos sujetos al gobierno del trono del Señor. Ahora nos encontramos bajo el gobierno y reinado del trono.
Siempre debemos estar sujetos al gobierno del trono del Señor. Debido a que estamos sujetos al trono, no necesitamos de policías ni de tribunales que rijan sobre nosotros. Si tenemos necesidad de ser gobernados por la policía y por los tribunales, esto significa que no estamos sujetos al trono.
Debemos permanecer sujetos al trono del Señor todo el tiempo. Quizás nos gustaría decir algo, pero el gobierno ejercido por el trono no nos permite decir nada al respecto. Apenas comenzamos a hablar, el trono ejerce su gobierno, y nos vemos obligados a tragarnos nuestras palabras. En otras ocasiones, tal vez nos enojemos y estemos a punto de perder los estribos, pero nos damos cuenta de que estamos sujetos al gobierno del trono y, entonces, somos subyugados. ¿Quién nos gobierna? No solamente somos gobernados por las enseñanzas de la Biblia, sino por el trono mismo.
Tanto en nuestra vida cristiana como en nuestra vida de iglesia, si el cielo está despejado, habrá un trono allí. Pero si nuestro cielo está nublado y oscuro, no veremos el trono. Cuando no vemos el trono, podemos ser negligentes y hacer muchas cosas regidos por nuestros gustos y conveniencia. En la actualidad son muchos los creyentes que son descuidados en lo referente a su vida cristiana diaria debido a que no tienen un cielo despejado con el trono encima de él. Siempre que los creyentes están en oscuridad y, por tanto, no están sujetos al trono, pueden ser muy negligentes, por lo cual hablan lo que se les antoja, expresan lo que quieren y van a donde quieren. Pero aquel que está sujeto al trono no tiene libertad para comportarse de tal modo.
En cierto sentido, debido a que hemos sido salvos, fuimos liberados; pero en otro sentido, estamos sujetos al trono y no tenemos ninguna libertad. Puedo testificar que a veces yo quería ir a cierto lugar, pero por causa del trono no tuve la libertad para ir allí. ¡Alabado sea el Señor por el cielo despejado y por el trono! Sobre nuestras cabezas está el firmamento, y encima del firmamento está el trono.
La etapa más elevada en la experiencia espiritual de un cristiano es tener el trono en nuestro firmamento, en nuestro cielo despejado. Tener el trono, o llegar al trono, equivale a permitir que Dios ocupe la posición más elevada y más prominente en nuestra vida cristiana. Que Dios tenga el trono en nosotros significa que Él tiene la posición requerida para reinar en nosotros. Por tanto, llegar al trono en nuestra experiencia espiritual significa que en todo estamos completamente sujetos a la autoridad y administración de Dios. Entonces ya no somos personas carentes del trono, carentes de autoridad, carentes de gobierno.
Un creyente que no tenga un cielo despejado con un trono encima del mismo fácilmente se comportará de manera negligente y descuidada en su diario vivir. Por el contrario, un creyente que tiene un cielo diáfano como el cristal tiene el sentir de quien está sujeto al gobierno y restricción divinos; por tanto, él no puede ser negligente o descuidado en nada de lo que dice o hace. Un creyente que tiene un cielo despejado sobre él está sujeto a una autoridad que lo restringe y constriñe en asuntos tales como su hablar o manifestar su enojo. Esta autoridad es un asunto relacionado con el trono.
Cuanto más despejado esté nuestro firmamento, más estaremos sujetos al trono. Cuanto más clara sea nuestra comunión con el Señor, más estaremos sujetos a Su autoridad. Tenemos que preguntarnos si hay un trono en nuestra vida cristiana. Si tenemos el trono sobre el cielo despejado, somos grandemente bendecidos y debemos adorar a Dios por tal bendición.
Cierta jovencita procedente de una familia adinerada fue salva y experimentó la bendición de aprender a vivir sujeta al trono así como aceptar las restricciones impuestas por el trono en todas las cosas. Había cosas que los demás podían hacer pero que ella no podía hacer, y había cosas que los demás podían usar pero que ella no podía usar. Aunque sus padres la amaban mucho, ellos no podían entender su manera de vivir. Un día ella les dio testimonio diciéndoles: “Hay ciertas cosas que dejo de hacer no porque otros me digan que no las haga. Lo que pasa es que hay una Persona en mí que me gobierna y me impone restricciones con respecto a hacer tales cosas”. Después de esa conversación su padre, una persona muy perspicaz, comprendió que ella era una verdadera cristiana; por tanto, tuvo gran estima por ella y le dio absoluta libertad.
Quisiera recalcar el hecho de que el punto culminante de nuestra experiencia espiritual es tener un cielo despejado con un trono encima del mismo. ¿Ha llegado a esta etapa? ¿Ha llegado al punto en que tiene el sentir de que hay una autoridad que lo restringe? ¿Ha llegado a un estado en su vida espiritual en el que usted es regulado por el trono en todo asunto? Quisiera instarle a considerar este asunto delante del Señor en su comunión con Él.
El trono no tiene por finalidad solamente que Dios reine sobre nosotros, sino también que Dios lleve a cabo Su propósito eterno. Si el trono está presente en nuestra vida espiritual, Dios no sólo nos regirá sino que también podrá cumplir Su propósito en nosotros, con nosotros y a través de nosotros. Quienes no tengan el trono en su vida cristiana no le permitirán a Dios lograr Su propósito con ellos. Espero que el Espíritu Santo cause en ustedes una profunda impresión con respecto a este asunto. Si usted desea que el propósito y el plan de Dios sean llevados a cabo en usted y con usted, usted tiene que ser una persona que se sujete al trono, tiene que ser una persona sujeta al reinado de Dios. Únicamente entonces Dios podrá llevar a cabo Su propósito en relación con usted.
Los seres vivientes todavía están en la tierra, moviéndose o de pie, pero sobre sus cabezas hay un cielo despejado en el cual está el trono. Con base en lo mostrado aquí podemos ver que el trono en los cielos es transmitido a la tierra mediante los seres vivientes y con ellos. Es con ellos y mediante ellos que los cielos y el trono le son abiertos a la tierra. De este modo, el trono en los cielos llega a ser uno con la tierra, pues el trono es transmitido a la tierra.
Esta transmisión puede compararse a la transmisión de la electricidad. La electricidad está en el generador de la central eléctrica que está lejos de nuestras casas; no obstante, esa electricidad es transmitida a nosotros mediante los cables de electricidad. Por medio de esta transmisión, la electricidad que se halla en el generador también está con nosotros en nuestras casas. Podemos afirmar que los seres vivientes descritos en Ezequiel 1 son los cables celestiales de la electricidad. Es mediante ellos, por ellos y con ellos que el trono celestial es transmitido a la tierra. Dondequiera que estén, allí está el trono. Dondequiera que vayan, el trono les sigue.
Hay ocasiones en las que podemos tratar con algún querido hermano que es amable, afable y manso; no obstante, en su presencia tenemos el sentir de que algo de peso y poderoso está presente rigiendo sobre la situación. Tal vez nosotros mismos seamos personas negligentes y descuidadas, pero cuando venimos a la presencia de tal hermano percibimos que hay algo que nos gobierna. Éste es el trono, o podríamos decir que ésta es la presencia del Señor. Ya sea que la llamemos el trono o la presencia del Señor, ello es la transmisión del trono celestial a la tierra por medio de este querido hermano.
Quizás tengamos la misma clase de experiencia al visitar las iglesias. Podríamos visitar cierta iglesia local en la que los santos son muy amables, simpáticos y alegres; no obstante, tenemos el sentir de que hay algo de peso y poderoso, algo de autoridad, algo que rige sobre todas las cosas y todas las personas en esa iglesia. Éste es el trono.
No debiéramos hablar de autoridad de una manera natural y humana. En la iglesia no hay autoridad humana. La autoridad en la iglesia es el trono que está sobre el cielo despejado.
Supongamos que los hermanos que llevan la delantera o los ancianos de una iglesia local no están bajo un cielo despejado; no obstante, ejercen autoridad con base en su posición. Esta clase de ejercicio de la autoridad no funciona debido a que carece de peso y del reinado; no hay un trono en el cielo despejado. Sin embargo, supongamos que los hermanos que llevan la delantera y los ancianos están continuamente bajo un cielo despejado, con una conciencia que es pura y libre de toda ofensa. Si ésta es su situación, ellos estarán sujetos al trono celestial y con ellos habrá peso y autoridad. Por tanto, no será necesario que ellos reclamen tener autoridad sobre los santos.
Si alguien reclama tener autoridad sobre los santos, esto indica que tal persona no tiene ninguna autoridad. Siempre y cuando estemos bajo un cielo despejado con un trono encima de él, no hay necesidad de decir que tenemos autoridad: la autoridad simplemente está allí. Jamás debemos intentar traer a otros bajo nuestra autoridad. Eso sería una jerarquía, algo propio de una organización. No debemos intentar regir sobre los santos; más bien, debemos humillarnos y permanecer sujetos al trono que está en el cielo despejado.
Es vergonzoso que alguien diga ser la autoridad en una iglesia local. ¡No existe tal cosa! En la iglesia no hay autoridad humana. El Señor Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos autoridad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo” (Mt. 20:25-27). En Mateo 23:11 Él dijo: “El más grande de vosotros, será vuestro servidor”. Ésta es la manera de ejercer autoridad. La autoridad no es mía ni suya, ni de algún otro. La única autoridad es el trono que está sobre el cielo despejado.
Les puedo asegurar que si estamos bajo un cielo despejado con el trono encima del mismo, la autoridad genuina estará con nosotros. No habrá oposición o persecución alguna que pueda derrotarnos o sacudirnos porque el cielo y el trono están con nosotros. Si el cielo sobre nosotros está despejado y el trono está con nosotros, tendremos la autoridad y el peso.
El peso que una persona tiene delante de Dios es proporcional al grado en que dicha persona está sujeta a la autoridad de Dios. Un cierto hermano podría ser muy apropiado en su hablar y en su comportamiento; sin embargo, es liviano como una pluma y carece por completo de peso. Esto indica que él no está sujeto al trono. Sin embargo, tal vez la situación con otro hermano sea muy distinta. Cuando usted trata con él, tiene el sentir de que es una persona de peso e inspira respeto. Este hermano es una persona de peso debido a que ha aprendido a sujetarse a la autoridad de Dios. Cuanto más se sujete al trono, mayor peso tendrá.
Permítanme contarles la experiencia que una misionera tuvo en China. Por ser alguien que predicaba de manera prevaleciente sobre la regeneración, ella se encontraba bajo la autoridad de Dios, por lo cual era una persona con autoridad y peso en el Señor. Cierto día, el barco en el que ella viajaba fue tomado por unos piratas, quienes tomaron control de la nave por varios días. Mientras los piratas buscaban en su camarote dinero y joyas, la misionera permaneció tranquilamente sentada, sin temor alguno. Ella le dijo al líder de los piratas que hacía demasiado calor para confinar a los pasajeros a sus camarotes; además, le dijo que debía asumir la responsabilidad de mantener limpio el barco. El líder de los piratas le obedeció y ordenó a sus hombres que limpiasen el barco. Así pues, un feroz líder pirata vino a estar bajo la autoridad de aquella misionera debido a que ella estaba sujeta al trono. Ella se sujetó a la autoridad de Dios; por tanto, la autoridad de Dios estaba con ella.
Debemos comprender que el peso que tengamos depende de nuestra sujeción al trono. Las palabras que un hermano dice pueden tener peso y poder, mientras que esas mismas palabras pronunciadas por otro hermano no tienen nada. La razón para ello es que aquel hermano está bajo un cielo despejado con el trono, mientras que éste se encuentra bajo un cielo oscuro y nublado, carente del trono. Es fácil aprender a repetir o citar las palabras dichas por otros; pero que esas palabras tengan peso o no dependerá de si la persona que las dice está bajo un cielo despejado con el trono en él. La vida cristiana apropiada y la vida de iglesia apropiada es una vida sujeta al trono que está sobre un cielo despejado.
Quisiera recordar a todos los queridos hermanos que tienen alguna responsabilidad en las iglesias locales que jamás deben ejercer su autoridad. Debemos comprender que ninguno de nosotros tiene autoridad alguna. La autoridad es el trono. Consideren la situación con Moisés en el libro de Números. Cuando el pueblo de Israel se rebeló contra Moisés, él no ejerció su autoridad. En lugar de ello, Moisés y Aarón se postraron e invocaron la autoridad más elevada. Entonces el Señor intervino para vindicarlos (Nm. 14:5; 16:1-4, 22; 20:2-6). Es un grave error ejercer autoridad sobre otros en la iglesia. Nada es más vergonzoso que esto. Ejercer autoridad sobre los santos no es nada glorioso, sino que es vergonzoso. Ninguno de nosotros es la autoridad. La autoridad es el hombre sobre el trono. Es necesario que tengamos al hombre sobre el trono en nuestro cielo despejado. En la vida de iglesia tenemos necesidad de un cielo despejado con un trono celestial.
El Señor necesita tal iglesia hoy. Él necesita un grupo de seres vivientes en coordinación. Mientras ellos están de pie o andando sobre la tierra, los cielos están abiertos a la tierra. Por medio de ellos el trono celestial es transmitido a la tierra. En esto consiste la vida de iglesia.
No adopten la manera natural y humana de proceder según la cual se ejerce todo tipo de autoridad. Incluso si otros vienen a usted buscando reconocerlo como una autoridad, usted tiene que rehusarse. Debe decir a estas personas que usted no es la autoridad. La autoridad no consiste en esto. La autoridad apropiada es un asunto relacionado con el trono que está sobre el cielo despejado; no es de manera alguna un asunto relacionado con una organización y jerarquía. Debemos tener un cielo despejado con un trono.
Es vergonzoso tener poder entre los santos, ser la autoridad entre los santos o pretender que los santos deban escucharnos. Siempre hemos considerado a Pablo como un gran apóstol. Pero su nombre significa “pequeño”, y él se consideró a sí mismo como menos que el más pequeño de todos los santos (Ef. 3:8). Pablo podría haber dicho: “Me dan un título demasiado elevado. No soy digno de ello”.
Que los hermanos y hermanas presten oído a sus palabras dependerá de dónde está usted y de lo que usted sea. ¿Está usted bajo un cielo despejado? Si usted está bajo un cielo despejado, no es necesario que argumente ni tampoco que reclame nada para sí o que incluso diga algo. El cielo despejado y el trono sobre dicho cielo son los que vindican.
Todas las iglesias locales deben recibir esta revelación del trono que está sobre el cielo despejado. En la vida de iglesia no tenemos una organización o una especie de jerarquía. No tenemos un grupo de directores para la misión ni alguna otra clase de mesa directiva; no tenemos una sede central ni organización alguna. Únicamente tenemos un cielo despejado con un trono sobre dicho cielo.
Puedo testificar que sólo tengo temor de una cosa: perder la presencia de mi Señor. Muchas veces estando solo en mi habitación he declarado ante el universo entero y ante mí mismo que de lo único que tengo temor es perder la presencia del Señor. Siempre y cuando tenga la presencia del Señor, no tengo miedo de nada. Lo único que me importa es Su presencia, y no otra cosa. En otras palabras, lo único que me importa es el cielo despejado con el trono sobre él. Tengo plena certeza de que mientras digo estas palabras, el trono está conmigo. ¡Alabado sea el Señor que esto nos basta! Todos debemos aprender esto.
Somos tan pequeños y no somos dignos; no obstante, el Señor nos ha visitado. Tengo que confesar que, en el pasado, a veces le dije al Señor que a mí no me gustaba realizar esta labor, y le he preguntado por qué me asió para ello. En tales ocasiones, el Señor me hizo una seria advertencia respecto a hablar de este modo. Entonces le he dicho: “Señor, perdóname. Haz lo que quieras. Estoy dispuesto a perderlo todo, pero no quiero perder el cielo despejado ni el trono”. Bajo la cobertura del Señor puedo testificar que digo esto muy en serio.
En su iglesia local sólo deben preocuparse por esto: tener un cielo claro con el trono sobre él. Siempre y cuando tengamos el cielo despejado y el trono, no significarán nada la oposición y las críticas que enfrentemos. Lo único que nos debe importar es tener este cielo despejado con el trono sobre él.
Ezequiel 1:26 habla de “la semejanza de un trono, que tenía la apariencia de piedra de zafiro”. Aquí vemos que el trono tiene apariencia de piedra de zafiro. Éxodo 24:10 nos ayuda a entender el significado de la piedra de zafiro mencionada en Ezequiel 1. Este versículo dice: “Vieron al Dios de Israel; debajo de Sus pies había como un pavimento de baldosas de zafiro, incluso semejante en claridad al mismo cielo”. Una piedra de zafiro representa la condición celestial existente cuando Dios está presente en una situación particular. Según Éxodo 24:10, cuando Moisés, Aarón y los principales hombres de Israel vieron a Dios, vieron debajo de Sus pies la apariencia de piedra de zafiro. Esto dio a las personas cierta comprensión respecto a la apariencia propia de la presencia del Señor. Una piedra de zafiro es de color azul, y el azul es un color celestial que indica la situación y condición de la presencia de Dios. Este versículo también dice que en aquella ocasión los cielos estaban extremadamente despejados. Dios estaba presente en esa clase de situación y atmósfera. Por tanto, la piedra de zafiro representa la situación o condición de los cielos con la presencia de Dios en ellos. Que el trono tuviera la semejanza de una piedra de zafiro muestra la presencia de Dios en una situación celestial.
Siempre que tengamos el trono de Dios en un cielo despejado, la situación será celestial. No habrá nada terrenal ni tampoco nada que sea lúgubre o turbio; más bien, todo será celestial, diáfano, limpio y absolutamente transparente. Esto muestra qué clase de situación debemos tener en la presencia de Dios. Siempre que tenemos un cielo despejado con el trono de Dios en él, estamos en una situación celestial que tiene la apariencia de piedra de zafiro.
Les pediría que contemplasen nuevamente el cuadro presentado en Ezequiel 1. El Señor está sobre el trono encima del firmamento en los cielos, y los seres vivientes andan o están de pie sobre la tierra. Por medio de ellos el Señor en los cielos llega a ser uno con la tierra y, de este modo, los cielos están conectados con la tierra. Esto significa que los cielos han sido traídos a la tierra y que los cielos ahora se mueven en la tierra mediante los seres vivientes, por ellos y con ellos. Ésta debe ser la situación entre las iglesias locales hoy, la situación entre los vencedores y la situación y condición de nuestra vida cristiana diaria.