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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Ezequiel»
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Mensaje 21

EL ALTAR

  Lectura bíblica: Ez. 40:47; 43:13-17

  En este mensaje avanzaremos de la puerta que conduce al atrio interior, e incluso de este mismo atrio, para considerar el asunto central: el altar. Antes de hacer esto, quisiera repasar otros dos asuntos a fin de que ellos causen en nosotros cierta impresión.

  Primero, hemos visto que en total hay seis puertas en tres grupos de dos, al este, al sur y al norte. Debemos recordar que el número seis representa al hombre, quien fue creado al sexto día, y que el número tres representa al Dios Triuno en resurrección. Las seis puertas significan que el Dios Triuno está mezclado con el hombre. El número tres está mezclado con el seis. El hecho de que las puertas estén divididas en tres grupos de dos indica que el Dios Triuno se hizo hombre, el Dios-hombre, y fue “partido” o “cortado” en Su crucifixión y ahora está en resurrección. Él es ahora la puerta a través de la cual entramos en Dios y en todas las cosas de Dios.

  Segundo, debemos percatarnos que de la puerta externa a la puerta interna hay una distancia de exactamente cien codos (40:47). El número cien está compuesto ya sea de diez veces diez o de veinte veces cinco. Diez veces diez significa plenitud en plenitud o compleción en compleción. Veinte veces cinco significa responsabilidad plena y completa que constituye un testimonio. Más aún, como el gráfico 1 en la página 231 indica, hay tres secciones de cien codos cada una, lo cual hace un total de trescientos codos. Nuevamente, el número tres representa al Dios Triuno, quien se hizo hombre, el Dios-hombre. ¡Cuán maravilloso es que estemos en tal Dios-hombre! Él fue crucificado, pero ahora Él está en resurrección y nosotros estamos en Él.

EL ALTAR ESTÁ EN EL CENTRO DEL COMPLEJO

  Si consultamos el gráfico 1 en la página 231, que muestra el plano del terreno del templo, veremos que independientemente de la puerta que usemos para entrar en el complejo, al final siempre seremos conducidos al altar. Sin excepción alguna, el altar es inevitable. Todos hemos entrado a través del Dios-hombre maravilloso, quien fue crucificado y ahora está en resurrección. Si queremos encontrarnos con Dios, tenemos que venir al altar.

  El altar está en el centro del complejo. El altar es el centro no solamente del atrio interior, sino también de todo el templo.

  En realidad este altar, que representa la cruz, es el centro del universo. En lo que concierne a la relación entre el hombre y Dios, la tierra es el centro. El centro de la tierra habitada es la buena tierra de Canaán, Palestina, pues es el centro que conecta los continentes de Europa, Asia y África. La ciudad de Jerusalén es el centro de la buena tierra; el complejo donde está el templo es el centro de Jerusalén; y el altar es el centro de dicho complejo. Por tanto, en último análisis, el altar es el centro del universo. Puesto que el altar representa la cruz, esto significa que la cruz es el centro del universo.

  Es crucial que conozcamos el pleno significado de la cruz. De acuerdo con las enseñanzas superficiales del cristianismo, la cruz es el lugar donde el Señor Jesús murió por nosotros. Ciertamente esto es verdad, pero la cruz significa mucho más que esto. La cruz, como centro del universo, representa la muerte todo-inclusiva de Dios, del hombre y de todas las criaturas. La muerte del Señor Jesús en la cruz no fue meramente la muerte de una sola persona, sino que constituyó una muerte todo-inclusiva en la cual estuvieron involucrados Dios, el hombre y todas las criaturas.

EL LUGAR DONDE SE REÚNEN DIOS Y EL HOMBRE

  Como ya dijimos, si nos fijamos en el plano del terreno donde estaba el complejo del templo, podemos ver que no importa por cuál puerta entremos, llegaremos al altar. Cuando Dios viene del templo a encontrarse con el hombre, Él también llega al altar. Por tanto, el altar no es solamente el centro del universo, sino también el lugar donde se reúnen Dios con el hombre y el hombre con Dios. Si una persona entra por la puerta del norte y otra entra por la puerta del sur, ambas terminarán encontrándose con Dios, y una con otra, en el altar.

  Dios dejó Su morada y fue a la cruz para morir allí. Primero, Él dejó Su morada y nació en Belén. Después de vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, Él fue al altar, a la cruz. Mientras moría allí, Él no estaba solo. Mediante Su encarnación, Él se había revestido de humanidad. Por tanto, mientras moría en la cruz, el hombre también moría allí. Esto indica que Dios y el hombre se reunieron en la cruz a través de la muerte.

La muerte es una liberación para Dios

  Sin embargo, la muerte no puede afectar a Dios. No importa por cuánta muerte pase Dios, Él permanece igual. De hecho, la muerte le ayuda a Dios ser liberado. Dios dejó Su morada y fue a la cruz, donde murió a fin de liberar lo que estaba en Él. Podemos valernos de un grano de trigo a manera de ilustración. Cuando un grano de trigo es sembrado en tierra, muere. Esta muerte, ¿es algo terrible o es maravillosa? Deberíamos decir que la muerte de un grano de trigo es maravillosa, porque sin ella todas las riquezas y cosas hermosas contenidas en el grano no podrían ser liberadas. Por esta razón, la muerte del grano de trigo no es algo terrible, sino algo maravilloso. Bajo el mismo principio, la muerte es algo maravilloso para Dios. El Señor Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Él se refería a Sí mismo como único grano que caería en la tierra y moriría a fin de multiplicarse en muchos granos. Por medio de Su muerte, las riquezas de la vida divina que estaban confinadas dentro de Él fueron liberadas. Debido a que Dios es vida, incluso la resurrección misma, Él no puede ser aniquilado por la muerte. Todo cuanto es del hombre puede ser aniquilado, pero lo que es de Dios fue liberado mediante la muerte. Ahora podemos ver que cuando Dios fue al altar, a la cruz, y murió allí, Su vida fue liberada.

La muerte pone fin al hombre

  Como hemos señalado, el hombre también estaba en la cruz. Cuando el Señor Jesús murió, el hombre también murió, y esta muerte puso fin al hombre. En la cruz se dio fin a todas las cosas negativas relacionadas con el hombre. ¡Alabado sea el Señor que se nos dio fin en la cruz! Mediante la muerte todo-inclusiva del Señor Jesús en la cruz, todas las riquezas de Dios fueron liberadas. La muerte de Cristo en la cruz fue una liberación maravillosa para Dios y una maravillosa aniquilación para nosotros. Todos debemos tener esta visión del altar. Debemos ver que, no importa nuestra edad, a todos se nos dio fin en la cruz al mismo tiempo. Las riquezas de Dios fueron liberadas allí, y todas las cosas negativas fueron aniquiladas. Por tanto, la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz fue nuestro aniquilamiento y la liberación de Dios.

  La mezcla de Dios con el hombre comenzó cuando el Señor Jesús nació en Belén. Por medio de Su encarnación, Dios entró en el hombre. Pero la mezcla del hombre con Dios comenzó en la cruz y fue plenamente lograda en la resurrección. Por medio de la muerte y resurrección del Señor, fuimos puestos en Dios y mezclados con Dios. Por tanto, mediante la encarnación Dios entró en el hombre, y mediante la muerte y resurrección el hombre fue puesto en Dios.

  En la cruz, en el altar, se puso fin a todo cuanto somos y tenemos. Por medio de la cruz la vida divina fue liberada, y luego esta vida nos fue impartida mediante la resurrección de Cristo. Si enterramos un grano de trigo y una pequeña piedra, algo viviente brotará del grano de trigo, pero la piedra permanecerá enterrada. Por medio de Su muerte en la cruz, el Señor Jesús como grano de trigo fue liberado; pero nosotros, como “piedras” inertes, fuimos aniquilados. Aunque se nos dio fin de este modo, la vida divina fue impartida a nuestro ser, lo cual hizo de nosotros personas maravillosas.

  Originalmente no éramos maravillosos. Antes de ser salvos, estábamos del lado de afuera del muro que rodea el complejo del templo y nos amábamos mucho a nosotros mismos. Después que fuimos salvos y pasamos por la puerta para entrar al atrio exterior, dejamos de amarnos tanto a nosotros mismos, pero todavía conservamos cierto grado de autocompasión. Sin embargo, después que entramos al atrio interior, ya no nos amamos a nosotros mismos ni sentimos lástima por nosotros mismos; más bien, aborrecemos el yo. A medida que nos internamos más y llegamos al altar, vemos que el yo horrible, al cual amábamos cuando estábamos del lado externo del muro, por el cual sentíamos lástima cuando estábamos en el atrio exterior y al cual aborrecíamos cuando estábamos en el atrio interior, ya ha sido aniquilado. Puesto que el yo ha sido aniquilado, no hay necesidad de que amemos el yo, que sintamos lástima por él o, incluso, que lo aborrezcamos. En lugar de ello, simplemente debemos olvidarnos del yo y dejarlo en el altar.

  Ya hicimos notar que debido a que la cruz, esto es, el altar, ocupa un lugar central en nuestra relación con Dios, no podemos evitarla. En realidad, en cuanto entramos por la puerta comenzamos a descubrir la cruz. La cruz está implícita en la puerta, la cual representa al Señor Jesús como Aquel que cumplió con todos los requisitos de los Diez Mandamientos para después morir en la cruz a fin de satisfacer todos los justos requisitos de la ley de Dios. La cruz también está implícita en el acto de comer los sacrificios, los cuales han pasado a través de la muerte. Comer de estos sacrificios es algo que se realiza en el pavimento. Además, los fogones así como las mesas donde se inmolaban los sacrificios, ambos implican la cruz. Esto indica que en todo el santo edificio de Dios, podemos ver la cruz: en la puerta principal, en el pavimento, en los fogones de las esquinas y en las mesas del atrio interior. Por tanto, la cruz no es solamente el centro, sino también la circunferencia. La cruz se extiende en toda dirección y a cada rincón. Después de haber sido salvos, nos encontraremos con la cruz en todo lugar. Es imposible contactar a Cristo o tener experiencias espirituales cristianas sin experimentar la cruz.

  Aunque nos encontramos con la cruz en todas las áreas de nuestra vida cristiana, experimentamos la cruz de una manera particular cuando venimos al altar en el centro del edificio de Dios. Venir al altar en dicho centro es comprender que todo cuanto somos y todo cuanto tenemos fue aniquilado en la cruz. Aquí tenemos una experiencia definida de la cruz y no meramente un conocimiento superficial acerca de la cruz. En nuestra comunión con el Señor, somos llevados al punto en que tocamos la cruz de una manera definida y percibimos que Dios ya no nos permitirá vivir en nuestro hombre natural. Esto hace que experimentemos un avance decisivo y que estemos absolutamente sujetos a la cruz. Como resultado de ello, sabremos qué es la vida natural y qué significa que la vieja creación haya sido eliminada. Ésta es la experiencia de la cruz como centro.

  Me contrista que aun cuando muchos de nosotros hemos escuchado mensajes acerca de la cruz, son muy pocos los que verdaderamente viven una vida crucificada. Por ejemplo, tal vez no vivamos una vida crucificada en nuestra vida matrimonial. Si un hermano y su esposa discuten entre sí, esto indica que ellos no llevan una vida crucificada. Si llevasen una vida crucificada, no se acusarían mutuamente ni se vindicarían a sí mismos. Aquellos que viven una vida crucificada no se vindican a sí mismos cuando son atacados o criticados. Ellos experimentan la aniquilación de su vida adámica y de la vieja creación mediante la muerte de la cruz y disfrutan de las riquezas de Dios y de Su elemento divino, el cual fue liberado por medio de la cruz.

  Cuando algunos, en especial los más jóvenes, oyen estas palabras acerca del altar, es posible que se asusten y piensen que es mejor no amar al Señor ni buscarle. Ellos tal vez piensen que es lo suficientemente adecuado sólo entrar por la puerta que conduce al atrio exterior y disfrutar a Cristo en el pavimento; quizás piensen que no es necesario avanzar a través de la puerta que conduce al atrio interior en dirección al altar. Tal vez tengan temor de que pudiera ser peligroso llegar al altar y convertirse en un holocausto.

  Sin embargo, debemos comprender que debido a que el Señor ha tenido misericordia de nosotros, no podemos escaparnos de Él. No fuimos salvos por voluntad propia. Por el contrario, mientras deambulábamos por el mundo, sin la menor intención de entrar por la puerta, el Señor nos hizo pasar por la puerta. No fue por elección propia que creímos en Cristo. Todo esto se relaciona directamente con la elección efectuada por Dios, con Su misericordia y con el hecho de que Él nos alcanzó para brindarnos Su cuidado. El principio es el mismo en relación con amar al Señor e ir en pos de Él. Si no creyésemos en el Señor, le amásemos y fuésemos en pos de Él, nos sentiríamos incómodos e insatisfechos. Pero cuanto más amamos al Señor y vamos en pos de Él, más satisfechos nos sentimos. Esto también se relaciona con la misericordia del Señor. Debido a Su misericordia para con nosotros y a Su operación en nuestro ser, no tenemos otra opción que avanzar; no podemos retroceder. Si no avanzamos hacia el altar, sino que intentamos regresar al atrio exterior, nos sentiremos turbados. Por tanto, debemos avanzar y avanzar hasta llegar al altar.

  A la postre, todos los que son espirituales y van en pos del Señor terminan en el altar, donde son aniquilados, incluso destruidos, por el Señor. Aparentemente sin razón alguna, el Señor los derriba y los despoja de todo. Dios hace morir todo cuanto somos y todo cuanto tenemos. Madame de Guyón experimentó esto y pudo decir que Dios le dio la cruz. Debido a que amamos al Señor y vamos en pos de Él, tarde o temprano nos encontraremos con la cruz, la cual nos demolerá y llevará todo a la muerte. Seremos obligados a pasar por la muerte, incluso si no estamos dispuestos a hacerlo así.

  No experimentamos la cruz de una vez por todas, sino que experimentamos la cruz una y otra vez. Aquellos que van en pos del Señor se encuentran con la cruz en todo momento. En cierta ocasión se encontrarán con la cruz por medio de sus hijos. En otra ocasión se encontrarán con la cruz por medio de su cónyuge o mediante alguna enfermedad. En otras ocasiones, tal vez experimenten la cruz por medio de la iglesia o por medio de los colaboradores. La razón por la cual la cruz está en todo lugar es que tenemos que pasar por la cruz a fin de contactar a Dios. Agradecemos al Señor que Dios nos da la cruz y que la cruz nos da a Dios. Aquellos que aman más a Dios y le experimentan más son aquellos que han pasado por la cruz.

EL DISEÑO Y LAS MEDIDAS DEL ALTAR

  ¿Cómo podemos demostrar con base en el libro de Ezequiel que Dios, el hombre y todos los seres creados murieron en el altar, en la cruz? ¿Cómo podemos demostrar que la muerte de Cristo fue tal muerte todo-inclusiva? ¿Cómo podemos demostrar que la cruz nos da a Dios mismo? Todo esto es demostrado por el diseño y las medidas del altar.

  Los detalles claros del altar son una característica especial de la visión de Ezequiel. Los primeros libros de la Biblia no hablan específicamente de las medidas del altar de una manera tan particular, pero Ezequiel nos da detalles con respecto al altar. Si consideramos el gráfico 3 (detalles del altar), veremos que según la visión de Ezequiel, el altar tiene cuatro secciones: la base, el zócalo menor, el zócalo mayor encima del zócalo menor, y el altar superior encima del zócalo mayor. El altar superior es llamado el hogar del altar, el lugar donde algo es incinerado para Dios y por Dios.

  Consideremos ahora brevemente las medidas. La base del altar tiene un codo de alto. El número uno representa al único Dios; por tanto, que la base del altar tenga un codo de alto indica que Dios es la base del altar. Esto significa que la cruz fue algo iniciado por Dios. El zócalo menor, que está sobre la base del altar, mide dos codos de alto. Aquí el número dos representa no solamente un testimonio, sino también al segundo del Dios Triuno. Cristo es el segundo del Dios Triuno en calidad de Testigo. La tercera sección, el zócalo mayor, tiene cuatro codos de alto, que representa a las criaturas. El altar superior, que está encima del zócalo mayor, también tiene cuatro codos de alto.

  La parte superior del altar es un cuadrado de doce codos por doce codos. El número doce está compuesto ya sea de seis veces dos o de tres veces cuatro. En este caso, todos estos números están presentes. El número cuatro representa a las criaturas, el número seis representa al hombre y el número tres representa al Dios Triuno; todo ello está aquí. Esto nos permite ver que Dios está aquí, que Cristo está aquí y que todas las criaturas, incluyendo al hombre, están aquí.

  Dios como base del altar incluye a Cristo. Cuando Cristo murió en la cruz, Dios, el hombre y todas las criaturas murieron allí con Cristo. Por tanto, este altar representa la muerte todo-inclusiva de Cristo.

  Debido a que la muerte de Cristo es misteriosa, hay muchas y diferentes opiniones al respecto. Un judío incrédulo podría decir que fue simplemente un hombre llamado Jesús, el Nazareno, quien murió allí. Muchos de los creyentes de hoy dirían que Aquel que murió en la cruz fue su Redentor. Otros cristianos, más avanzados en su entendimiento espiritual, tal vez digan que Cristo su Redentor y ellos mismos murieron en la cruz. Sin embargo, yo declararía que no solamente Cristo, mi Redentor, y yo mismo morimos allí, sino que también todos los seres creados y Dios mismo murieron allí. El universo entero junto con el Creador han pasado a través de la muerte. Debido a que todo pasó a través de la muerte, todo pudo ser puesto a prueba. Todo aquello a lo cual se le podía poner fin por medio de la muerte fue aniquilado. En realidad, únicamente Dios pudo pasar por la prueba de la muerte. Nosotros y toda la creación fuimos aniquilados, pero Dios pudo pasar por la prueba de la muerte.

  La muerte todo-inclusiva de Cristo produjo una mezcla que introdujo al hombre en Dios. En dicha muerte Dios murió en el hombre a fin de ser liberado, y el hombre murió en Dios a fin de ser aniquilado. ¡Alabado sea el Señor que en la maravillosa muerte todo-inclusiva de Cristo, Dios murió en el hombre y el hombre murió en Dios! ¡Aleluya por la muerte de Cristo que libera y aniquila! En Su muerte nosotros fuimos aniquilados, y Dios fue liberado.

EL HOGAR DEL ALTAR

  La parte superior del altar, llamada el hogar del altar, es un cuadrado de doce codos. Ésta es la hoguera de Dios, el lugar de Dios en el que se incineran cosas para Dios, a Dios y por Dios. Es significativo que el hogar del altar mida doce codos por doce codos. Ésta es la primera vez que el número doce es usado en las medidas del templo. El número doce es el número de la Nueva Jerusalén y está compuesto de tres veces cuatro. El número tres es el número del Dios Triuno, y el número cuatro es el número del hombre en calidad de criatura. El número doce, por tanto, representa al Dios Triuno mezclado con el hombre. La Nueva Jerusalén será la mezcla consumada del Dios Triuno con el hombre. La vida de iglesia hoy también es la mezcla del Dios Triuno con el hombre.

EL ZÓCALO MAYOR

  El zócalo mayor, la sección que está directamente debajo del altar superior, tiene un borde en todos los lados que mide un codo. A esto se debe que el zócalo mayor tenga catorce codos de ancho. El número catorce está compuesto de dos modos: siete veces dos y diez más cuatro. Siete es el número de compleción, dos es el número de testimonio, diez es el número de plenitud en perfección, y cuatro, por supuesto, es el número de las criaturas. Al poner juntos todos estos números, podemos comprender que esto significa que las criaturas en plenitud son portadoras de un testimonio completo.

EL ZÓCALO MENOR

  Debajo del zócalo mayor está el zócalo menor. Este zócalo también tiene cuatro bordes de un codo cada uno, con lo cual llega a medir un total de dieciséis codos de ancho. El número dieciséis está compuesto de dos veces ocho, que representa un testigo (dos) en resurrección (ocho). Cristo es un testigo vivo en resurrección.

LA BASE

  La base también tiene cuatro bordes de un codo cada uno, con lo cual llega a medir un total de dieciocho codos de ancho. El número dieciocho está compuesto de seis veces tres o de tres veces seis, lo cual representa al hombre, al Dios Triuno y la resurrección.

  Debido a su diseño único, el altar es muy sólido y estable. Es más amplio en la base que en la parte superior. La base es un cuadrado de dieciocho codos, el zócalo menor es un cuadrado de dieciséis codos, el zócalo mayor es un cuadrado de catorce codos y el altar es un cuadrado de doce codos. Este tipo de construcción hace que el altar sea muy estable. Si la parte superior fuese más ancha que la parte inferior, el altar no sería estable. Pero debido a que la parte inferior es mucho más amplia que la superior, el altar puede erguirse de manera muy sólida; nada puede conmoverlo.

  En cada nivel, en cada sección, del altar hay bordes que se extienden como brazos que sostienen algo. Los rebordes de dichos bordes también se elevan para sostener algo. Este cuadro claro nos muestra no solamente que el altar es muy sólido y estable, sino también que puede sostener cosas. Esto indica que la muerte de Cristo en la cruz no solamente es algo estable y sólido, sino también capaz de sostener cosas. Su maravillosa muerte todo-inclusiva nos puede sostener a todos nosotros.

LOS CUERNOS

  En cada una de las esquinas del hogar del altar hay un cuerno que apunta hacia arriba. En la Biblia los cuernos representan la fuerza y el poder. Los cuernos del altar, que se orientan hacia los cuatro ángulos de la tierra y que además apuntan hacia arriba, representan el poder de la cruz de Cristo. El poder de la iglesia y de los santos depende de la cruz. Cuanto más experimentamos la cruz, más poder espiritual tendremos.

LAS GRADAS

  Las gradas del altar se dirigen hacia el este. El este indica la gloria del Señor. Es la dirección por donde se levanta el sol, el cual representa la gloria del Señor (Nm. 2:3; Ez. 43:2). Esto indica que la cruz siempre señala hacia la gloria de Dios y siempre conduce a la gloria de Dios.

EL CODO USADO COMO MEDIDA

  El codo usado por Ezequiel no era un codo humano común; más bien, era un codo más un palmo (43:13). A esto se le llama un gran codo, y no es medida humana sino divina. Por tanto, el altar no es medido por el codo humano, sino por el codo divino. Jamás debemos medirnos con nuestras mediciones humanas. Nuestra medición puede ser valiosa para nosotros, pero no es de valor para Dios. Podría parecernos que, conforme a nuestra medición y estándar humano, somos aptos, pero conforme a la medición divina, somos deficientes.

EL ALTAR Y EL TEMPLO

  El último punto con respecto al altar es la relación entre el altar y el templo. Únicamente después de pasar por el altar podemos venir al templo. Esto significa que sin la comprensión y experiencia apropiadas de la cruz de Cristo, no podemos obtener la realidad de la vida de iglesia. El templo representa a Cristo y también representa a la iglesia. Podemos tener la vida de iglesia genuina únicamente después que hemos tenido la experiencia del altar. Si deseamos tener la vida de iglesia apropiada, debemos tener una adecuada comprensión y experiencia del altar, la cruz de Cristo. Es únicamente después que comprendemos que hemos sido completamente aniquilados en la cruz que podemos tener la auténtica vida de iglesia.

  Es maravilloso estar en el atrio exterior disfrutando a Cristo, pero hay una gran distancia entre esto y la experiencia del templo. Ciertamente estar en el atrio interior, donde se da inicio al ministerio, también es algo maravilloso, pero incluso esto se halla muy alejado de la experiencia del templo. Estar en el templo equivale a estar en algo que está íntegramente en resurrección. Por tanto, debemos avanzar hasta que pasemos por el altar, por la cruz de Cristo, y venir al templo. Allí tendremos la realidad de la vida de iglesia.

  Debe impresionarnos profundamente que sólo al pasar por el altar podemos venir al templo. Mientras que el altar representa la cruz, el templo representa tanto a Cristo como a la iglesia, el Cuerpo de Cristo. La cruz, Cristo y la iglesia son el tema central no solamente del Nuevo Testamento, sino también de toda la Biblia. Primero venimos al altar, la cruz, y después venimos al templo. Esto indica que no es posible tener la iglesia aparte de la cruz. Somos introducidos en la realidad de la iglesia mediante la experiencia de la cruz. Únicamente al pasar por la cruz tenemos la auténtica vida de iglesia. Por un lado, como personas salvas nos reunimos para practicar la vida de iglesia; por otro, podemos obtener la realidad de la iglesia únicamente después de haber pasado por la cruz.

  Todos tenemos que ser llevados al punto en que conocemos la cruz y la aceptamos. Entonces, al pasar por la cruz, se le pone fin a nuestra carne, a nuestra vieja creación, a nuestro yo y a nuestro hombre natural con la vida natural. Todo cuanto tiene su fuente en nuestra humanidad será aniquilado en la cruz. Entonces tendremos la realidad de la iglesia. Entonces seremos uno con el Señor, tendremos la coordinación genuina y tendremos armonía, descanso y la presencia de Cristo. Esto es el templo, el lugar donde Dios mora. Ésta es la expresión de Cristo, la realidad de la iglesia.

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