Mensaje 15
Lectura bíblica: Fil. 2:19-30
En Filipenses 2:19-30 vemos que el apóstol se preocupaba por los creyentes. Después de expresar que estaba dispuesto a derramarse en libación sobre el sacrificio y el servicio de la fe de ellos, les dijo que enviaría a Timoteo y a Epafrodito, sus dos colaboradores íntimos. Tal vez nos preguntemos por qué Pablo habla de algo que al parecer no guarda ninguna relación con el tema de experimentar a Cristo. Pero si profundizamos en este pasaje de Filipenses, veremos que efectivamente este asunto está estrechamente relacionado con dicho tema.
En 2:20 y 21 Pablo declara: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”. Estos versículos muestran claramente que la preocupación que Pablo sentía por los creyentes era en realidad su preocupación por los intereses de Cristo y por la experiencia genuina de Cristo. A excepción de Timoteo, Pablo no tenía a nadie que tuviese el mismo ánimo. Su alma estaba preocupada por los intereses de Cristo. ¿Cuáles son los intereses de Cristo? Sus intereses son: las iglesias y todos los santos.
He aquí un principio fundamental: si nuestra búsqueda de Cristo no despierta en nosotros una verdadera preocupación por la iglesia, esto indica que no es normal ni equilibrada. En la actualidad muchos cristianos procuran ser espirituales, pero no se preocupan por la iglesia ni por los santos. Una actitud así no es normal. ¿Dónde podemos encontrar hoy en día creyentes que verdaderamente busquen a Cristo y se preocupen por la iglesia y los santos? Todos debemos preguntarnos si nuestra búsqueda de Cristo va acompañada de una preocupación por la iglesia y por los santos. Muchos cristianos desean ser “espirituales”, “santos” o “victoriosos”. Sin embargo, los que buscan la espiritualidad y no se preocupan por las iglesias yerran al blanco. Pero si buscamos a Cristo de una manera normal, espontáneamente nos preocuparemos por las iglesias y por los santos.
En esta epístola, Pablo no aborda el tema de experimentar a Cristo de una manera doctrinal. En lugar de ello, se ocupa de asuntos prácticos y de situaciones reales, mediante las cuales revela cómo se puede experimentar y disfrutar a Cristo de una manera genuina. En 2:19-30 él indicó que si verdaderamente experimentamos a Cristo, debemos sentir preocupación por la iglesia y por los santos. Tal vez pensemos que experimentar a Cristo es una cosa y que preocuparnos por la iglesia es otra. Tal vez pocos hemos visto que experimentar y disfrutar a Cristo, es de hecho preocuparse por la iglesia, y que preocuparse por la iglesia, equivale en realidad a experimentar y disfrutar a Cristo. Por naturaleza, tendemos a separar estos dos asuntos. Quizás pensemos que puesto que disfrutamos a Cristo, no nos queda tiempo para la iglesia, o por el contrario, que por estar tan ocupados en la iglesia nos falta tiempo para disfrutar a Cristo. Es imprescindible que veamos que estos dos asuntos presentados en 2:19-30 son en realidad uno solo. Si verdaderamente experimentamos a Cristo y lo disfrutamos, nos preocuparán las iglesias y los santos. La Biblia establece el siguiente principio: si nuestra búsqueda y nuestra experiencia de Cristo no despiertan en nosotros un interés genuino por las iglesias y por los santos, esto indica que nuestra búsqueda y experiencia son anormales. Experimentar a Cristo debe redundar en el beneficio de Su Cuerpo.
No cabe duda de que, mientras Pablo declaraba que estaba dispuesto a ser derramado en libación sobre la fe de los creyentes, él sentía una profunda preocupación por ellos. Era como si en estos versículos, él dijera: “Deseo ser derramado en libación sobre el sacrificio y el servicio de vuestra fe. Me es imposible ir a veros puesto que estoy encarcelado, pero si estuviera en libertad, iría inmediatamente a vosotros. Ya que no puedo ir, os envío a Timoteo. La experiencia que él tiene de Cristo lo ha llevado a sentir una profunda carga por las iglesias y por los santos”. Quisiera recalcar una vez más que si verdaderamente experimentamos a Cristo, nos preocuparemos por las iglesias y por los santos.
A menudo, he afirmado que si tenemos un buen tiempo de comunión con el Señor por la mañana, estaremos ansiosos de reunirnos con la iglesia por la noche. Este es otro hecho que comprueba que cuando realmente experimentamos a Cristo, somos atraídos a la iglesia y sentimos preocupación por los hermanos.
La preocupación que sentimos por la iglesia, esto es, aquella que se basa en la experiencia genuina que se tiene de Cristo, no tiene nada que ver con lo que los cristianos de hoy comúnmente llaman obra pastoral. Dicha obra puede convertirse en una distracción que impide que los creyentes experimenten verdaderamente a Cristo. No obstante, la preocupación por la iglesia que proviene de experimentar a Cristo, nunca desviará a nadie de disfrutar a Cristo. Ya que la obra pastoral por lo general se torna en una preocupación que impide a las personas disfrutar a Cristo, muchos pastores hoy no tienen tiempo para disfrutar al Señor.
La preocupación que Pablo sentía por la iglesia y por los santos, provenía de la experiencia que él tenía de Cristo. Por tanto, la verdadera preocupación por la iglesia sólo puede nacer de la experiencia y disfrute que uno ha tenido de El.
Ciertamente Timoteo y Epafrodito debían ser más jóvenes que Pablo. En el versículo 22, Pablo dice de Timoteo: “Pero ya conocéis su carácter aprobado, que como hijo a padre ha servido conmigo para el progreso del evangelio”. La palabra griega traducida “aprobado” significa mérito aprobado, lo cual es un indicio de haber sido puesto a prueba. También en el versículo 20 vimos que Pablo dijo que Timoteo tenía el mismo ánimo suyo. Tener el mismo ánimo que el del apóstol era el secreto que le permitía a Timoteo experimentar a Cristo.
Este libro presta mucha atención al alma de los creyentes. Nosotros tenemos que combatir unánimes junto con la fe del evangelio (1:27); tenemos que estar unidos en el alma, teniendo el mismo pensamiento (2:2); y tenemos que ser del mismo ánimo, sinceramente interesados por lo que es de Cristo Jesús (2:20-21). En la obra del evangelio, en la comunión entre los creyentes y en el avance de los intereses del Señor, nuestra alma siempre es causa de problemas. Por eso, ésta tiene que ser transformada, especialmente en la parte principal y más fuerte, la mente (Ro. 12:2), a fin de que podamos ser unánimes, estar unidos en el alma y tener el mismo ánimo en la vida del Cuerpo.
El punto crucial de la epístola de Filipenses es experimentar a Cristo, y el secreto para experimentarlo es que seamos uno en el alma, es decir, de una sola alma. Esta epístola muestra que no podemos avanzar en la experiencia que tenemos de Cristo si no somos uno en el alma. Si solamente somos uno en el espíritu, pero no estamos unidos en el alma, no podremos avanzar en dicha experiencia.
Estar en el alma y ser de una sola alma son dos cosas muy diferentes. El secreto para experimentar a Cristo consiste en que seamos uno en el alma, y que no estemos en el alma. Los que causan disensiones están completamente en su alma, y por eso les resulta imposible ser unánimes con los demás creyentes. Asimismo, los que ejercitan mucho su mente, su parte emotiva y voluntad, no son uno en el alma. Si hemos de experimentar a Cristo, debemos ser unánimes, es decir, tener el mismo ánimo. Cuando pasamos mucho tiempo en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad, es posible que nos comportemos de forma muy individualista. Pero si ejercitamos nuestro espíritu buscando ser uno en el alma, nuestra mente se volverá más sobria, nuestra parte emotiva será controlada y nuestra voluntad será corregida. Sólo así podremos ser unánimes con los demás santos.
La expresión “tener el mismo ánimo” es una expresión muy extraordinaria, pues aparece una sola vez en toda la Biblia. En otra versión, la misma palabra griega es traducida “de un mismo pensamiento”, ya que la mente es la parte principal del alma. El contexto nos muestra que tener el mismo ánimo significa primordialmente tener el mismo pensamiento. La epístola de Filipenses habla mucho acerca de la mente. Al inicio del capítulo dos, Pablo nos exhorta a tener el mismo pensamiento y este único pensamiento. Por lo tanto, podemos deducir que tener el mismo ánimo equivale a tener el mismo pensamiento.
En otras traducciones de la Biblia, se han cometido graves errores en la traducción de esta misma palabra griega. Por ejemplo, en una de ellas se tradujo “ser de un mismo espíritu”. ¡Cuán lamentable es esto! De hecho, esto es alterar la Palabra santa. Tales traductores desconocen que hay una diferencia crucial entre el espíritu y el alma. En lugar de usar en 2:2 la expresión “unidos en el alma”, se han desviado al punto de emplear la expresión “unidos en espíritu”.
En el pasado recalcamos que si hemos de experimentar a Cristo, debemos conocer nuestro espíritu humano, puesto que es el único lugar donde podemos experimentarle. Pero ahora, es necesario que avancemos y veamos que también debemos ser uno en el alma. Experimentar a Cristo en nuestro espíritu tiene como fin fortalecer nuestra experiencia individual y personal. Sin embargo, nuestra experiencia personal de Cristo debe despertar en nosotros una preocupación por la iglesia. Si la experiencia que tenemos de Cristo redunda en una genuina preocupación por la iglesia y por los santos, será imposible que seamos individualistas. En lugar de ello, estaremos conscientes de que debemos actuar corporativamente. Comprenderemos que si deseamos cuidar de la iglesia, debemos ser uno con los demás. De otra forma, cuanto más preocupación sintamos por la iglesia, más problemas causaremos. Por ejemplo, supongamos que cierto hermano disfruta a Cristo en su espíritu y que, como resultado de ello, siente preocupación por la iglesia. Luego, supongamos que otro hermano también disfruta a Cristo en su espíritu, pero su preocupación por la iglesia es distinta. Las distintas preocupaciones que tienen estos dos hermanos serán una fuente de problemas. La única manera en que podemos ser uno en nuestra preocupación por la iglesia, es que seamos de un mismo ánimo, es decir, que estemos unidos en el alma.
Permítame darles un ejemplo de los problemas que pueden surgir cuando los ancianos de una iglesia local no son de una sola alma. Hace más de cuarenta años, tuve que ir a una iglesia local de China para tratar de limar las asperezas que había entre los cinco ancianos. Puedo decir que todos ellos amaban al Señor de corazón. Además, todos eran muy inteligentes y francos, y experimentaban al Señor en su espíritu. Sin embargo, diferían en su preocupación por la iglesia, y como resultado, cada vez que se reunían, terminaban discutiendo. Sus discusiones no eran sobre cosas mundanas, sino sobre los asuntos de la iglesia. Así que, de vez en cuando me pedían que fuera a ayudarlos a reconciliarse y a resolver sus diferencias. Sin embargo, al poco tiempo volvía a surgir el mismo problema. A pesar de que estos ancianos amaban al Señor y experimentaban a Cristo en su espíritu, no podían ser uno en el alma.
También entre los esposos se presentan problemas porque no son de una sola alma. En cuanto a amar al Señor y experimentarlo, ellos no tienen problemas; ambos experimentan a Cristo en su espíritu. Pero cuando se ponen a hablar de otros asuntos, cada uno tiene su propio punto de vista. Esto quiere decir que no son de una sola alma. Y aunque la esposa reconozca finalmente que su marido es la cabeza, y termine obedeciéndole, interiormente, seguirá en desacuerdo con él. Esto indica que no son de un mismo ánimo.
Cuando los ancianos de una iglesia local descubren que el problema radica en que no son uno en el alma, ¿qué deben hacer? La relación que hay entre ellos no se parece en nada a la de una pareja. ¿Cuál de los ancianos puede ser considerado como la cabeza ante quien los demás deben someterse? Ninguno es la cabeza. Ciertamente, ellos aman al Señor y experimentan a Cristo en su espíritu, pero no son de un mismo ánimo. La falta de unidad es el factor que debilita el liderazgo en las iglesias. Tal vez los ancianos de mayor experiencia se queden callados y no discutan, pero es muy probable que su silencio sea diplomático. De hecho, tal vez no estén dispuestos a ser francos y a expresar lo que hay en su alma. Debido a que los ancianos no son uno en el alma, carecen de la verdadera unidad en cuanto a su preocupación por la iglesia y por los santos. Les resulta fácil ser uno en el espíritu, mas no en el alma.
Pablo tenía muchos colaboradores, pero Timoteo fue el único del cual dijo que era del mismo ánimo. En cuanto a su preocupación por las iglesias, sólo Timoteo tenía el mismo ánimo que Pablo. Aprecio mucho la expresión “del mismo ánimo” que Pablo usó en 2:20. Estas palabras son como una ventana a través de la cual vemos el secreto de experimentar a Cristo: experimentarlo de una manera que nos lleve a sentir una preocupación genuina por las iglesias. Espero que todos lleguemos a conocer este precioso secreto.
Puesto que Pablo y Timoteo tenían el mismo ánimo, podían experimentar a Cristo al máximo. Si solamente experimentamos a Cristo en nuestro espíritu, pero no somos uno en el alma con los demás santos que aman y buscan al Señor, la experiencia que tenemos de El será limitada. Los colaboradores de Pablo que no tenían el mismo ánimo suyo, podían experimentar a Cristo, pero no al grado en que lo experimentaban Pablo y Timoteo.
Me sorprendí mucho la primera vez que leí que, a excepción de Timoteo, Pablo no tenía a nadie más del mismo ánimo en cuanto a la preocupación que sentía por los santos de Filipos. ¿Acaso no había más creyentes que se preocuparan por las iglesias? Sí, pero su preocupación no nacía de un alma semejante a la de Pablo.
Tarde o temprano se probará si somos uno en el alma con los hermanos que presiden y con aquellos de más experiencia. Si no tenemos el mismo ánimo de los que conocen verdaderamente la condición de la iglesia, no podremos avanzar en la experiencia que tenemos de Cristo. Pero si somos uno con ellos en el alma, seremos guardados y no tendremos ningún problema en experimentar a Cristo.
En 2:25 Pablo menciona a Epafrodito y se refiere a él como “mi hermano y colaborador y compañero de milicia”. También declara a los creyentes filipenses que Epafrodito es el apóstol de ellos, uno que es enviado con una comisión, y ministrador de las necesidades suyas. La expresión “ministrador” se refiere a un ministro cuyo ministerio es semejante al de un sacerdote. Todos los creyentes neotestamentarios son sacerdotes para Dios (1 P. 2:9, Ap. 1:6). Por esto, nuestro ministerio al Señor, en todo aspecto, es un servicio sacerdotal (Fil. 2:17, 30).
En 2:30 Pablo resalta una característica muy notable de Epafrodito. Dice que por la obra de Cristo, Epafrodito “estuvo próximo a la muerte, arriesgando su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí”. La palabra griega traducida “arriesgando” significa aventurando, imprudentemente exponiendo su vida, como un jugador que lo arriesga todo. En el versículo 30, la palabra griega para vida es psujé, que significa alma. Por lo tanto, decir que Epafrodito arriesgó su vida significa que arriesgó su alma. Epafrodito era alguien que estaba dispuesto a arriesgar su alma por causa de las iglesias y los santos. El Señor Jesús habló claramente acerca de sacrificar el alma en Juan 10:11, donde dijo que El, como el buen pastor, estaba dispuesto a poner la vida de Su alma por nosotros para que pudiéramos recibir Su vida divina.
En Filipenses 2:19 y 30 tenemos dos lecciones cruciales relacionadas con el alma. Primero, debemos ser uno en el alma; y segundo, debemos estar siempre dispuestos a sacrificar o arriesgar nuestra alma. Si deseamos tener un interés sincero por la iglesia y por los santos, debemos aprender estas dos lecciones. Timoteo tenía el mismo ánimo que el apóstol, y Epafrodito estaba dispuesto a arriesgar su alma. Al igual que ellos, nosotros también debemos ser uno en el alma y estar dispuestos a arriesgar nuestra alma. Debemos estar dispuestos a sacrificar nuestra mente, voluntad y parte emotiva, a fin de ser uno con nuestros queridos colaboradores.
En particular, es crucial que los ancianos y los hermanos que llevan la delantera tengan el mismo ánimo y estén dispuestos a arriesgar su alma. En lugar de amarla, debemos aprender a arriesgarla, a sacrificarla y a pagar el precio por causa de la vida de iglesia. Si el alma de los ancianos no cumple con estos dos requisitos, ciertamente no son las personas indicadas para llevar la delantera en su localidad. Si amamos al Señor y a la iglesia, debemos primeramente experimentarle en nuestro espíritu, y luego tener el mismo ánimo en cuanto a la preocupación por iglesia, estando listos y dispuestos a sacrificar nuestra alma por causa de los santos. Hoy en día, en el recobro del Señor, necesitamos santos que busquen al Señor y lo disfruten en su espíritu, y que además demuestren tener un interés sincero por las iglesias, teniendo el mismo ánimo y arriesgando la vida de su alma. Si somos uno tanto en el alma como en el espíritu, la experiencia que tenemos de Cristo llegará a su punto máximo.