Mensaje 22
Lectura bíblica: Fil. 3:10-11; Jn. 6:57; 1 Co. 9:24-26; 2 Ti. 4:7-8; 1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52; He. 11:35; Ef. 2:5-6; Ro. 8:6, 11
Es fácil ver que las cosas materiales pueden llegar a reemplazar a Cristo en nuestra vida e impedirnos disfrutarlo. Pero es difícil darse cuenta de que cosas como por ejemplo, la religión, la filosofía y la cultura, pueden también sustituir a Cristo. Durante el transcurso de los años he conocido a muchos hermanos de distintas nacionalidades, que eran espirituales y buscaban al Señor con sinceridad. Y aunque hasta cierto punto todos progresaron espiritualmente, prácticamente ninguno de ellos abandonó por completo su cultura nacional. Por ejemplo, entre los hermanos de China, eran pocos los que vivían fuera de la ética china. En la mayoría de ellos, la filosofía china formaba parte de su constitución. Ni aún los mejores cristianos pueden liberarse completamente de esta influencia. Con esto no quiero decir que las enseñanzas morales sean malas, pues durante siglos han preservado a las personas. Sin embargo, dichas enseñanzas no son Cristo mismo. Dios no desea que vivamos conforme a ciertas enseñanzas morales. La ética no forma parte de la nueva creación ni forma parte de Cristo, del Espíritu, ni de la vida de resurrección. Todo lo que se relaciona con Cristo debe estar en resurrección, en la nueva creación y debe pertenecer al Espíritu.
El hermano Nee tenía la capacidad de discernir entre la ética y Cristo. No he conocido a nadie que se compare con él en este respecto. Un día, tuvimos una extensa comunión acerca de la diferencia que existe entre Cristo y la ética que enseña Confucio. Pocos cristianos de China tenían un discernimiento tan agudo como él. El problema más grave no es el hecho de vivir según una ética filosófica, sino el hecho de no ver la diferencia que existe entre dicha ética y Cristo mismo.
Con respecto a este asunto, me preocupa la condición de muchos santos que están en el recobro del Señor. A pesar de que han estado bajo este ministerio por años, aún no han adquirido el debido discernimiento entre la ética filosófica y Cristo. Además, es posible que los que tienen un poco de discernimiento, no se den cuenta de que viven más en la esfera de la ética que en Cristo. Quizás su ética sea buena, pero el hecho es que la vida que llevan no está en resurrección ni tiene nada que ver con Cristo, con el Espíritu, ni con la nueva creación.
Puedo testificar que por la misericordia del Señor soy capaz de discernir entre Cristo y la ética. Cristo no tiene nada que ver con la ética china, y la ética tampoco tiene nada que ver con El. Sin embargo, aunque puedo ver la diferencia, no estoy tan seguro de que en mi vida diaria me encuentre totalmente fuera de la esfera de la ética y esté enteramente en Cristo. Es posible que aún me encuentre, al menos hasta cierto grado, bajo la influencia de las enseñanzas éticas. Creo que sólo tendré la certeza de estar absolutamente en Cristo, cuando haya entrado plenamente en la resurrección y haya sido arrebatado. Por ahora, lo único que puedo decir es que tengo el discernimiento. No puedo afirmar que viva continuamente en Cristo, y que esté lejos de la esfera de la ética. Las enseñanzas éticas, sin lugar a dudas, son buenas, pero no son Cristo. Por tanto, si queremos vivir en Cristo y estar lejos de la ética, lo primero que tenemos que hacer es desarrollar mayor discernimiento para distinguir entre la ética y Cristo.
Lo anterior también se aplica a los cristianos de diferentes nacionalidades. Hace mucho tiempo fui recibido como huésped de honor en un grupo cristiano de Inglaterra, el cual era muy conocido por su espiritualidad. Durante mi estancia allí, observé que los santos, y en especial los ancianos, se comportaban la mayor parte del tiempo en su diplomacia británica. Los ancianos se sometían al anciano principal que estaba entre ellos. Delante de él se comportaban con gran cortesía y amabilidad. Pero en cuanto tenían la oportunidad, hablaban mal de él. A pesar de que gran parte de la literatura espiritual provenía de este grupo, los creyentes de aquel lugar no expresaban una espiritualidad muy alta ni genuina. En lugar de ello, vivían conforme a su diplomacia. No hay duda de que amaban al Señor. Pero en su vida diaria practicaban la diplomacia en lugar de vivir en Cristo. Podría decirse que los chinos llevan la ética filosófica en la sangre, pero lo mismo podríamos afirmar de los hermanos de Inglaterra en cuanto a su diplomacia.
Doy estos ejemplos para mostrarles que, por muy sinceros que sean los creyentes en su búsqueda del Señor, siguen bajo la influencia de sus características nacionales. En su vida diaria dependen más de su cultura que de Cristo. Cuando Pablo dijo que estimaba todas las cosas como pérdida, él no se refería principalmente a las cosas materiales, sino a la religión, la cultura y la filosofía. Tal vez estemos dispuestos a estimar las cosas materiales como pérdida por causa de Cristo, pero no estamos dispuestos a dejar nuestra cultura ni nuestras características nacionales. Sin embargo, la religión, la cultura y las características nacionales formaban parte de las cosas que Pablo consideró como pérdida, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en El. Todas estas cosas pueden ser buenas, pero no están en resurrección ni pertenecen a la nueva creación. Además, tampoco provienen de Cristo ni del Espíritu.
Aunque amemos mucho al Señor y aunque todos los días tengamos un tiempo de oración en el Espíritu, es posible que en la práctica vivamos conforme a otras cosas que no son Cristo mismo. Es posible que los hermanos chinos vivan según su ética, y que los santos británicos vivan conforme a su diplomacia. Hacemos esto de manera espontánea y automática. Cuánto necesitamos la visión de la excelencia de Cristo. Si tenemos la excelencia del conocimiento de Cristo, veremos que El está muy por encima de los mejores rasgos nacionales y de todo elemento cultural. Unicamente la excelencia del conocimiento de Cristo puede liberarnos de la influencia de todas las cosas que no son Cristo mismo.
Es relativamente sencillo tomar a Cristo como nuestra paz, nuestro gozo y nuestro descanso. Pero cuando consideramos otros aspectos más elevados de El, nos parecen muy difíciles de aplicar. Por ejemplo, tal vez hayamos escuchado que Cristo es el misterio de la economía de Dios, pero no sepamos cómo aplicar este aspecto a nuestra vida diaria. Es como si hubiera un abismo entre este aspecto de Cristo y nuestra vida diaria. De igual manera, se nos hace difícil experimentar a Cristo como el cuerpo, es decir, la realidad, de todas las cosas positivas. Por tanto, es urgente que oremos al respecto.
A pesar de que la luz resplandece entre nosotros, no parece tener mucho efecto en nuestra vida diaria. Mientras estamos en las reuniones, bajo el resplandor de la luz, tal vez nos impresione mucho ver la excelencia de Cristo, pero al volver a nuestras casas, seguimos siendo los mismos. Necesitamos pedir con gran ahínco que podamos ver la excelencia del conocimiento de Cristo. Si recibimos tal conocimiento de una manera real y práctica, todo lo que pertenezca a nuestra vida humana que no sea Cristo mismo, será aniquilado. La excelencia del conocimiento de Cristo neutraliza la influencia que ejercen sobre nosotros nuestras características nacionales y nuestra filosofía regional. Por experiencia puedo testificar que la excelencia del conocimiento de Cristo acaba con todas las cosas buenas que reemplazan a Cristo en nuestra vida.
En Filipenses 3:10 Pablo habla del poder de la resurrección de Cristo. El poder de la resurrección de Cristo es Su vida de resurrección, la cual lo resucitó de entre los muertos (Ef. 1:19-20). La vida divina de Cristo incluye el elemento de la resurrección. Es por eso que aún antes de resucitar, el Señor le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). La realidad de la vida de resurrección de Cristo es el Espíritu. Aunque la resurrección es abstracta y misteriosa, y nadie la puede definir, sí podemos conocer al Espíritu, quien es la realidad de la resurrección. El Espíritu de Cristo es la realidad de la resurrección de Cristo. Por tanto, donde está el Espíritu de Cristo, allí también está la resurrección. Puesto que el Espíritu está ahora en nosotros, el poder de la resurrección de Cristo también se encuentra en nosotros.
No debemos dejarnos afectar por el concepto pentecostal de que si oramos y ayunamos por largas horas, súbitamente seremos revestidos de poder espiritual. Según dicho concepto, el poder divino viene inesperadamente sobre aquellos que lo procuran con ayuno y oración. Esto no concuerda con la enseñanza espiritual y verdadera que se revela en el Nuevo Testamento. Conforme a lo que el Nuevo Testamento revela, cuando creemos en el Señor Jesús somos regenerados y recibimos el Espíritu, el cual llega a ser el poder de resurrección en nosotros.
Tomemos como ejemplo una semilla de clavel, para entender mejor la manera en que opera la vida de resurrección. Aunque esta semilla es tan pequeña, contiene una poderosa vida capaz de brotar y producir claveles. Puesto que el elemento de vida ya se encuentra dentro de la semilla, no es necesario añadirle ningún poder externo. Lo único que se requiere es que la semilla caiga en la tierra y muera. Si muere, su cáscara se romperá y la vida será liberada, no “desde lo alto”, sino desde el interior de la semilla.
El ejemplo de la semilla de clavel va muy de acuerdo con la revelación que presenta el Nuevo Testamento. Por haber nacido de nuevo, tenemos la semilla de Dios en nuestro interior. De acuerdo con 1 Juan 3:9, la simiente de Dios permanece en todos aquellos que han nacido de El. Dicha simiente contiene la vida divina, y esta vida es el poder de la resurrección. Pero la cáscara exterior necesita ser quebrada a fin de que la vida de resurrección brote de la semilla. Esto implica sufrimientos.
En 3:10, Pablo habla también de la comunión en los padecimientos de Cristo y de ser configurados a Su muerte. La comunión en Sus padecimientos es, de hecho, nuestra participación en Sus padecimientos. A lo largo de Su vida Cristo pasó por un proceso de quebrantamiento, a fin de que el poder de vida fuese liberado desde Su interior. Esto puede verse especialmente cuando murió en la cruz. La semilla de la vida divina ahora está en nuestro ser, y lo único que nos resta es que ser quebrantados para que el poder de vida que se encuentra encerrado en nosotros pueda ser liberado. Si nuestro hombre exterior es quebrantado, brotará el poder de vida de la semilla que está en nosotros.
Finalmente, el quebrantamiento del hombre exterior dará por resultado que seamos plenamente configurados a la muerte de Cristo. Así, la muerte de Cristo llega a ser el modelo o patrón de nuestro quebrantamiento. Entonces podemos aplicar a Cristo a cada una de las necesidades de nuestra vida diaria. Si necesitamos poder, El será poder para nosotros, y si necesitamos paciencia, El será nuestra paciencia. Esto es lo que significa conocer a Cristo, experimentarlo y disfrutarlo.
En 3:10 Pablo usa la expresión “configurándome a Su muerte”. Esta expresión indica que su deseo era hacer de la muerte de Cristo el molde de su propia vida. Tal como la masa de un pastel toma la forma del molde en que se vierte, así nosotros somos configurados al molde de la muerte de Cristo. Pablo llevaba continuamente una vida crucificada, una vida bajo la cruz, tal como la que Cristo vivió en la tierra. Mediante tal vida, uno experimenta y expresa el poder de resurrección de Cristo. El molde de la muerte de Cristo implica la experiencia que tuvo Cristo de hacer morir continuamente Su vida humana para vivir por la vida de Dios (Jn. 6:57). Nuestra vida debe configurarse a tal molde, esto es, morir a nuestra vida humana, a fin de vivir la vida divina. Ser configurados a la muerte de Cristo es el requisito fundamental para conocerlo y experimentarlo a El, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos.
En nuestra vida diaria debemos ser “la masa” que se conforma al molde de la muerte de Cristo. Si permitimos que las situaciones de presión nos introduzcan en este molde, nuestra vida será conformada al modelo de la muerte de Cristo. Este era el concepto de Pablo cuando hablaba de ser configurado a la muerte de Cristo.
Cuando el Señor Jesús vivió en la tierra, llevó una vida crucificada. El Señor poseía dos vidas: la vida divina y la vida humana. El deseo de Dios era que el hombre Jesús viviera la vida divina por medio de Su vida humana. No deseaba que solamente viviera y expresara la vida humana. Antes bien, Su intención era que el Señor Jesús viviera la vida divina por el canal de la vida humana.
Tomemos el ejemplo de un injerto. Cuando se injerta una rama en un árbol, ésta deja de vivir su propia vida, y a cambio de ello, disfruta de la vida del árbol en el que ha sido injertada. Esto implica que la vida del árbol fluye en ella.
Cuando el Señor Jesús vivió en la tierra, hizo morir continuamente Su vida humana, para que la vida divina que estaba en El pudiera expresarse libremente. Este es el modelo de la muerte de Cristo. A los ojos de los hombres, el Señor Jesús fue crucificado al final de Su ministerio, pero a los ojos de Dios, El fue crucificado a lo largo de toda Su vida en la tierra. Esto lo comprueba el hecho de que se hizo bautizar al inicio de Su ministerio, con lo cual indicaba que había muerto a Sí mismo. Al ser bautizado por Juan, El declaraba que vivía Su vida humana bajo el poder aniquilador de la cruz. Su vida humana fue continuamente crucificada, a fin de que la vida divina pudiera expresarse. ¡Cuán maravillosa fue la vida del Señor Jesús!
Tal vida presenta el modelo de la muerte de Cristo. Según este modelo, Cristo hizo morir continuamente Su vida humana para que Su vida divina fluyera libremente. Este es el molde de la vida de Cristo y también el molde de Su muerte.
Ciertamente la vida humana del Señor Jesús era excelente. Pero aún teniendo una vida humana tan excelente, tuvo que morir para que la vida divina pudiera liberarse. Por favor, presten atención al hecho de que la vida humana del Señor debía morir, no porque fuese mala en algún aspecto, sino para que la vida divina pudiera manifestarse. Esta es la razón por la que Su vida humana tenía que ser rechazada, quebrantada y aniquilada. Nosotros también debemos vivir conforme al mismo principio. Por haber creído en Cristo y haber sido regenerados por el Espíritu, poseemos también la vida humana y la vida divina. Y no importa cuán buena sea nuestra vida humana, ésta debe ser aniquilada si hemos de expresar la vida divina.
No obstante, la mayoría de los cristianos creen que sólo deben eliminar los elementos negativos de su vida humana. Según su manera de pensar, si la vida humana de una persona es buena en todos los aspectos, no necesita ser aniquilada. Pero éste es un concepto erróneo. Todos los aspectos de la vida humana, sean buenos o malos, deben morir, a fin de que la vida divina se exprese libremente. Esto implica que incluso la ética china y la diplomacia británica, que son elementos de la vida humana, también deben morir. Todo lo que pertenezca a la vida humana deberá ser aniquilado para permitir que la vida divina sea expresada. Debemos llevar a diario una vida crucificada, que consiste en hacer morir continuamente la vida humana para que la vida divina, que está dentro de nosotros, pueda manifestarse. Esto es lo que significa ser configurados a la muerte de Cristo.
No pensemos que un creyente sólo puede ser configurado a la muerte de Cristo cuando es martirizado. No, de hecho, la configuración a Su muerte debe ser una experiencia diaria. Cuando hablamos con nuestro cónyuge, nuestros padres, nuestros hijos o nuestros compañeros, debemos hacer morir nuestra vida natural y no vivir conforme a ella. Sólo cuando le demos muerte a nuestra vida natural, estaremos conscientes de que en nosotros hay otra vida, a saber, la vida divina. Una vez que nuestra vida natural sea aniquilada, la vida divina será liberada. Entonces, de manera práctica, seremos configurados a la muerte de Cristo.
La mayoría de los cristianos sólo hace morir los aspectos negativos de su vida natural. Ellos se aferran a sus buenas cualidades y tratan de preservarlas. Los que pertenecen a cierta nacionalidad, valoran grandemente su filosofía y demás rasgos nacionales. Los chinos se sienten orgullosos de su ética filosófica, y los estadounidenses, de su franqueza y sinceridad. Muy pocos cristianos están dispuestos a abandonar sus características nacionales para expresar la vida divina en su vivir. Pese a que estamos dispuestos a hacer morir muchas cosas, seguimos considerando nuestras características nacionales como si éstas fueran un tesoro de gran valor. Si bien no lo hacemos de manera consciente, sí lo hacemos de manera inconsciente. Como resultado, algunos elementos de nuestra vida natural quedan sin morir. Estos llegan a convertirse en una enorme roca que impide que el poder de la resurrección de Cristo pueda ser liberado desde nuestro interior.
Si valoramos algún elemento de nuestra vida natural, éste se convertirá en un problema grave que estorbará nuestra experiencia de Cristo. Tal vez no estemos dispuestos a hacer morir cierta parte de nuestro ser, y no permitamos que ésta sea configurada a la muerte de Cristo. Por lo tanto, esa parte de nuestra vida natural se convertirá en un obstáculo para la vida divina. Esta es la razón por la que, después de buscar al Señor y de experimentarlo por años, tal vez hayamos llegado a un punto en que nos sentimos estancados y sin ninguna posibilidad de avanzar. Es posible que hayamos experimentado un crecimiento rápido durante las primeras etapas de nuestra vida cristiana, y que ahora nuestro crecimiento se haya detenido, debido que la “roca” de nuestras características nacionales aún permanece en nosotros. Muchos pueden testificar que ésta es exactamente la situación en la que se encuentran.
Algunos santos han sido estorbados por esta “roca” durante mucho tiempo. Pasan los años y ellos siguen igual. No han tenido ningún progreso espiritual. Esta carencia se debe a que no han hecho morir sus características nacionales ni las han estimado como pérdida. Es probable que dichos hermanos estén dispuestos a tenerlo todo por basura, con excepción de sus características nacionales. Tal vez algunos declaren que lo tienen todo por basura, pero por lo menos este asunto permanece en ellos de forma oculta. ¡Que el Señor brille sobre nosotros y nos muestre esta insuficiencia y la raíz de ella!
Nuestra falta de progreso se debe a que no hemos sido plenamente configurados a la muerte de Cristo. Tal vez años atrás, usted experimentó más el ser configurado a la muerte de Cristo que ahora. Debido a que no hemos tenido ningún progreso al respecto, nuestro crecimiento en vida se ha visto estancado y nuestra experiencia del poder de la resurrección de Cristo ha sido muy limitada. Esto nos impide tener experiencias más ricas y elevadas de Cristo. Esta es precisamente la razón por la que, en lugar de tener nuevas experiencias, seguimos viviendo en nuestras experiencias pasadas y hablando de ellas una y otra vez.
Pablo escribe en el versículo 11: “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Esto requiere que nosotros corramos triunfalmente la carrera para obtener el premio (1 Co. 9:24-26; 2 Ti. 4:7-8).
La superresurrección de entre los muertos es la resurrección sobresaliente, la cual será un premio para los santos vencedores. Todos los creyentes que hayan muerto en Cristo tendrán parte en la resurrección de los muertos cuando el Señor regrese (1 Ts. 4:16; 1 Co. 15:52). Pero los santos vencedores disfrutarán una porción extra, una porción sobresaliente de esa resurrección. Esta es la “mejor resurrección” de la cual habla Hebreos 11:35. La mejor resurrección no se refiere a la primera resurrección (Ap. 20:4-6), a la resurrección de vida (Jn. 5:28-29), sino a la superresurrección, la resurrección en la que los vencedores del Señor recibirán el galardón del reino. Esto era lo que procuraba el apóstol Pablo.
Llegar a esta resurrección indica que todo nuestro ser ha sido resucitado poco a poco y continuamente. Dios primero resucitó nuestro espíritu, el cual estaba en una condición de muerte (Ef. 2:5-6); luego, de nuestro espíritu, El pasa a resucitar nuestra alma (Ro. 8:6) y finalmente nuestro cuerpo mortal (Ro. 8:11), hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea completamente resucitado y rescatado de nuestro viejo ser, por Su vida y con Su vida. Esto es un proceso en vida por el cual tenemos que pasar, y una carrera que tenemos que correr hasta que lleguemos a la superresurrección, nuestro premio. Por consiguiente, la superresurrección debe ser la meta y el destino de nuestra vida cristiana. Podemos llegar a esta meta solamente al ser configurados a la muerte de Cristo, o sea, al llevar una vida crucificada. En la muerte de Cristo somos procesados en resurrección, siendo trasladados de la vieja creación, a la nueva.