Mensaje 32
Lectura bíblica: Fil. 1:7, 19-21a
En este mensaje estudiaremos cuatro palabras muy importantes que Pablo usa en su epístola a los Filipenses: la gracia, la salvación, el Espíritu y Cristo. En Filipenses 1:7 Pablo dice a los Filipenses: “Tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de mi gracia” (Gr.). Notemos las palabras de Pablo “mi gracia”. Luego en el versículo 19, él declara: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. En este versículo, Pablo habla de la salvación y del Espíritu. Luego, en los versículos 20 y 21, él añade: “Ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo... Porque para mí el vivir es Cristo”.
En estos versículos, la gracia, la salvación, el Espíritu y Cristo tienen que ver con la experiencia, y no con la doctrina. Cuando Pablo dice “mi gracia”, se refiere a la gracia en su experiencia. Del mismo modo, cuando afirma “esto resultará en mi salvación”, no está hablando de una simple salvación objetiva y doctrinal, sino de una salvación muy subjetiva. Igualmente, cuando menciona al Espíritu, se refiere al Espíritu que experimentaba. Ciertamente, lo que él escribe acerca de magnificar a Cristo y de vivirlo, es algo subjetivo y experimental. Los versículos 20 y 21 nos presentan a un Cristo vivo en la experiencia de Pablo, y no a un Cristo objetivo.
Desafortunadamente muchos cristianos pasan por alto lo que leen en la Biblia. Puesto que están muy familiarizados con las palabras “gracia”, “salvación”, “Espíritu” y “Cristo”, creen entenderlas. Sin embargo, si les pidiéramos que explicaran lo que significan, tendrían dificultades para hacerlo. Por ejemplo, ¿qué es lo que Pablo quiere decir con la frase “mi gracia”? Además, ¿qué quiere decir con la expresión “mi salvación”? El apóstol Pablo escribió esta epístola después de muchos años de haber sido salvo; incluso, en ese entonces ya era apóstol. Entonces, ¿por qué declaró que aún necesitaba experimentar la salvación? Si ya somos salvos, ¿por qué aún necesitamos ser salvos? ¿Qué quiere decir Pablo cuando afirma que todo lo que le sucedía —la persecución, el encarcelamiento y aun la predicación de los disidentes, quienes anunciaban a Cristo por ambición— resultaría en su salvación? ¿A qué clase de salvación se refería?
No sería correcto si contestáramos esta pregunta afirmando que la salvación no es completa. Más bien, debemos hacer notar que la Biblia menciona más de una clase de salvación. La salvación que Dios nos otorga, nos libra de Su condenación. Como pecadores, fuimos condenados por el Dios justo según Su ley justa, y por lo tanto, necesitábamos ser salvos. ¡Alabado sea el Señor porque fuimos salvos de la condenación de Dios mediante la redención de Cristo! Además, como pecadores, nos encontrábamos bajo la mano usurpadora de Satanás, bajo el poder de la muerte y destinados al infierno. Por ende, también necesitábamos ser salvos del infierno. No obstante, además de la salvación que nos libra de la condenación de Dios y del infierno, necesitamos experimentar también otras clases de salvación. Por ejemplo, necesitamos ser salvos de nuestro mal carácter. Tanto los jóvenes como los de más edad necesitan ser liberados de su enojo. Los maridos y las esposas también necesitan experimentar salvación en su vida matrimonial. Las esposas requieren de cierta clase de salvación, mientras que los esposos necesitan de otra, ya que ambos se enfrentan a situaciones y problemas distintos. Así, vemos que la Biblia nos presenta más de una clase de salvación. Cuando Pablo escribió a los filipenses, él necesitaba cierta clase de salvación.
La salvación que necesitamos depende de la condición en que nos encontremos. Si estamos bajo el juicio de Dios, necesitamos una salvación que nos rescate de ello. Si estamos bajo la mano de Satanás, necesitamos una salvación que se ajuste a tal situación. Del mismo modo, si nuestro mal genio nos perturba o si enfrentamos dificultades en nuestra vida matrimonial, necesitamos otra clase de salvación. Mientras que Pablo se hallaba en la prisión, él necesitaba una salvación que se ajustara a su situación específica. Pablo, quien era judío, no se hallaba en una cárcel común; él era prisionero de la guardia real del César, del pretorio. El caso de Pablo era verdaderamente excepcional. Además, él no había cometido ningún delito. Por el contrario, había sido arrestado y encarcelado por predicar a Cristo. Todos los días y durante ciertas horas permanecía encadenado a un guardia. Indudablemente Pablo sufría mucho en la cárcel; él debía de sufrir allí menosprecio y maltrato. Debido a esto, necesitaba de una salvación específica. Esto no significa que necesitaba ser liberado de la cárcel, sino que más bien necesitaba experimentar la salvación allí mismo en la cárcel.
Por consiguiente, en el versículo 20 Pablo declara: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. Vemos aquí que el anhelo de Pablo consistía en no ser avergonzado en nada. Supongamos que Pablo llorara y se lamentara de su situación. ¿No habría sido esto vergonzoso? Sus lágrimas habrían sido una señal de derrota, un indicio de que había perdido su fe y su confianza en el Señor. Supongamos, por otra parte, que Pablo se hubiera enojado con el carcelero y hubiera discutido con él. Esto también habría significado una vergüenza. En cambio, sería una gloria si él se regocijara sin importar cómo lo trataran. A fin de mantener una postura victoriosa como apóstol de Cristo, Pablo necesitaba cierta clase de salvación.
En el versículo 20 vemos dos aspectos de la salvación que Pablo necesitaba. El primer aspecto era que en nada fuera avergonzado, y el segundo, que Cristo fuera magnificado en su cuerpo. Pablo esperaba que su situación resultara en su salvación, la salvación de no ser avergonzado en nada y que al mismo tiempo Cristo pudiera ser magnificado en su cuerpo. Es como si Pablo estuviese diciendo: “Necesito ser salvo para no ser avergonzado por el sufrimiento y la persecución; en lugar de ello, deseo que Cristo mi Señor sea magnificado en mi cuerpo”.
Tratemos de entender ahora el significado de “mi gracia”. Si estudiamos esta expresión a la luz de toda la epístola, veremos que la gracia de Pablo era el propio Dios Triuno que él disfrutaba y experimentaba, y del cual participaba. Por lo tanto, la gracia de Pablo no era Dios de una manera objetiva, sino el Dios procesado que llegó a ser su porción subjetiva y experimental. Pablo disfrutaba y experimentaba verdaderamente al Dios Triuno procesado. El apóstol era rico en la experiencia que tenía del Padre, del Hijo y del Espíritu. El Dios Triuno procesado era la gracia de Pablo.
Muchos de nosotros conocemos el himno “Maravillosa gracia”, y aunque es un buen himno, no dice en ninguna estrofa que el Dios Triuno es nuestra porción para que lo disfrutemos. En la época en que este himno fue escrito, el conocimiento experimental que tenía el pueblo del Señor acerca de Dios, aún no había llegado a este punto. Ni siquiera cincuenta años atrás los cristianos tenían el entendimiento de que la gracia es el propio Dios Triuno que experimentamos y disfrutamos. Sin embargo, apoyándonos en los hombros de nuestros predecesores, hemos llegado a entender que la gracia es mucho más que simplemente un favor inmerecido. La gracia es el propio Dios Triuno: El Padre, el Hijo y el Espíritu, quien fue procesado para ser nuestra experiencia y disfrute.
Hoy en día, el Dios Triuno ya no es un Dios “crudo”, un Dios sin procesar. Por el contrario, El fue procesado por medio de la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Los que tienen un trasfondo en teología sistemática tal vez se sientan turbados con las expresiones “el Dios procesado” y “el Dios crudo”. Quizás disputen con nosotros, argumentando que estos términos no se encuentran en la Biblia. Pero aunque es cierto que la Biblia no los usa, sí presenta los hechos. Del mismo modo, aunque tampoco encontramos en la Biblia las palabras “Trinidad” y “Dios Triuno”, de todos modos las Escrituras revelan claramente el hecho de que Dios es Triuno. Por consiguiente, no podemos negar que la encarnación fue de por sí un proceso. Además, la crucifixión, la cual dio paso a la resurrección, y la resurrección, que condujo a la ascensión, fueron también pasos del proceso por el cual Dios pasó. Dios pasó por un proceso, no sólo para redimirnos, sino también para brindarnos la posibilidad de disfrutarlo como gracia. Hoy en día, Aquel que disfrutamos como nuestra gracia es el Dios Triuno, quien pasó a través de la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Como tal, El está disponible para que lo tomemos y disfrutemos.
Juan 1:17 declara que la ley fue dada por medio de Moisés y que la gracia vino por medio de Jesucristo. Cuando nos apropiamos de esta gracia en nuestra experiencia, disfrutamos del Dios Triuno y podemos referirnos a la gracia como: “mi gracia”. Nuestra gracia es el Dios Triuno que disfrutamos.
Hace poco, mi esposa y yo estuvimos orando, agradeciéndole al Señor por todo el disfrute que nos permite tener de El ¡Cuán bueno ha sido el Señor con nosotros! Podemos testificar que lo hemos experimentado y disfrutado en gran manera. Hemos participado de El y, como resultado, El ha llegado a ser verdaderamente gracia para nosotros. Ahora podemos llamar a la gracia, nuestra gracia.
¿No ha experimentado usted también la gracia como su gracia? Es posible que ya haya experimentado al Dios Triuno como su gracia en la vida de iglesia y en su vida diaria. Quizás un hermano testifique que él experimenta a Dios como su gracia mientras acomoda las sillas en el local de reunión. Es posible que una hermana casada testifique que experimenta al Señor como su gracia mientras está en su casa con su marido y sus hijos. Es muy bueno experimentar al Señor de esta manera y testificar de ello. Sin embargo, estas situaciones no se comparan con lo que Pablo experimentó en la cárcel.
Pablo experimentaba a Dios tanto en su encarcelamiento como en la defensa y confirmación del evangelio. En 1:7 él habla de “la defensa y confirmación del evangelio”, pero no menciona la predicación del evangelio, puesto que predicar el evangelio es algo ordinario. En cambio, defender el evangelio y confirmarlo son asuntos extraordinarios. Por el lado negativo, Pablo defendía el evangelio de las herejías que intentaban pervertirlo y distorsionarlo, tales como el judaísmo, mencionado en Gálatas, y el gnosticismo, en Colosenses. Por el lado positivo, Pablo confirmaba el evangelio con todas las revelaciones de los misterios de Dios en cuanto a Cristo y la iglesia, lo cual presenta en sus epístolas. En la época en que vivió Pablo, el evangelio había sido pervertido y distorsionado por el judaísmo y la filosofía griega. Por lo tanto, el apóstol fue perseguido por defender el evangelio, ya que ni los judaizantes ni los filósofos griegos estaban contentos con él. Además de defenderlo, Pablo también confirmaba el evangelio. El aclaró cuál era la meta del evangelio.
La meta del evangelio es Cristo y la iglesia. En cada uno de sus mensajes Pablo les presentaba la economía de Dios a las personas, enseñándoles que Cristo era el misterio de Dios y que la iglesia era el misterio de Cristo. De esta manera, confirmaba el evangelio aclarando cuál era la meta del evangelio a todos aquellos que lo recibían.
Hoy en día también existe la urgente necesidad de defender y confirmar el evangelio. Muy pocos cristianos están dispuestos a hablar de la iglesia. Como resultado, predican el evangelio sin saber cuál es el meta de éste. Suponen que la meta del evangelio es simplemente salvar pecadores, o sea ganar almas. De ahí, la necesidad de confirmar el evangelio, aclarando a los demás cuál es la meta del mismo. Sin embargo, al hacer esto enfrentaremos oposición. Tanto la defensa del evangelio como la confirmación del mismo son tareas difíciles y pesadas.
Pablo fue perseguido, arrestado y encarcelado por defender y confirmar el evangelio. La responsabilidad que le fue dada de defender y confirmar el evangelio exigía un suministro especial de Dios. Esta comisión no se podía llevar a cabo por medios comunes. Pablo requería la fuerza y la energía divinas. La fuerza y la energía divinas son el propio Dios Triuno. Mientras Pablo defendía y confirmaba el evangelio, Dios estaba con él para abastecerlo. Ciertamente Pablo fue perseguido, burlado y ridiculizado. Ningún ser humano puede soportar ser tratado así sin un suministro especial de Dios. Pero Pablo, aún en la cárcel pudo disfrutar a Dios y experimentarle. Con el tiempo, el Dios Triuno procesado que Pablo experimentaba llegó a ser su gracia. Los filipenses fueron muy bendecidos por participar de la gracia de Pablo, pues eso significa que participaron del Dios de Pablo, del mismo Dios que él experimentaba.
Ahora podemos entender el significado de la expresión “mi gracia”. Esta expresión se refiere al mismo Dios que Pablo experimentaba y disfrutaba, y del cual participaba. No se refiere a la gracia objetiva, sino la gracia subjetiva y experimental. Tal gracia es muy distinta de un simple favor inmerecido. Como hemos dicho en repetidas ocasiones, esta gracia es en realidad una persona viviente y divina, es el Dios Triuno procesado, quien llega a ser nuestra gracia.
La gracia que Pablo experimentaba llegó a ser su salvación. Todo lo que él disfrutaba del Dios Triuno se convirtió en su salvación. Ciertamente Pablo era un judío patriótico; él amaba a su nación y sentía un profundo menosprecio por el imperialismo romano. Sin embargo, un día cayó prisionero bajo el control de los imperialistas romanos por predicar al Señor Jesucristo. En realidad, fueron los propios compatriotas de Pablo quienes lo entregaron en manos de los romanos. Sin lugar a dudas, mientras que el apóstol sufría persecución en la cárcel, pensaba en su labor. Antes de su encarcelamiento, su obra había sido maravillosa y potente; se había extendiendo incluso hasta Europa. Pero ahora su obra se veía restringida. Algunos de sus contemporáneos, aquéllos que competían con él, se sentían contentos de que estuviera en la cárcel, sin poder llevar adelante su ministerio. Si en medio de tales circunstancias Pablo hubiese llorado, habría sido derrotado y avergonzado. No obstante, el libro de Filipenses nos revela que Pablo, en lugar de lamentarse, se regocijaba en el Señor. En esta corta epístola, él usa constantemente las palabras regocijo y regocijar, lo cual indica que mientras que estaba en la cárcel se regocijaba en el Señor. Los guardias nunca lo oyeron llorar; antes bien, lo oían regocijarse. Fue así como Pablo experimentó y disfrutó al Dios Triuno como gracia, la cual llegó a ser su salvación. Todo lo que le sucedió resultó en su salvación.
Cuando el Señor usó a Pablo para conducir a los filipenses a Cristo, él ciertamente estaba lleno de gozo. No obstante, si él sólo se hubiera regocijado en esta clase de ambiente y no mientras estaba en la cárcel, no habría sido un verdadero vencedor. Pablo no solamente se regocijaba cuando la obra en Filipos estaba floreciendo, sino también mientras estaba la cárcel, cuando su obra para el Señor se encontraba restringida. Podemos apreciar una verdadera victoria en esta situación. Dicha victoria fue a lo que Pablo llamó: “mi salvación”. Además, como ya dijimos, Pablo también le llamó a esta salvación: “mi gracia”, la cual era Dios mismo como su disfrute. Por consiguiente, la gracia que Pablo disfrutaba era su salvación, y dicha salvación era el propio Dios Triuno, quien lo sustentaba en un ambiente sumamente difícil. Esta no es una salvación objetiva, sino subjetiva y aplicable a nuestra experiencia. Esta es la razón por la cual la epístola de Filipenses no habla de Dios de una manera teológica, doctrinal ni objetiva, sino de una manera directa, subjetiva, personal y experimental. Pablo bien podía haber declarado: “Mi gracia no es nada menos que mi Dios. Dios es mi gracia, y el Señor es mi salvación subjetiva y práctica”.
El Dios Triuno podía ser la salvación práctica de Pablo puesto que ahora El es el Espíritu. Es por eso que cuando Pablo habla acerca de la salvación, también habla del Espíritu.
Si hemos de experimentar y disfrutar al Dios Triuno, El debe ser el Espíritu. De hecho, en 1:19 el Espíritu es el propio Dios Triuno. En Juan 7:39 dice: “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Y en el versículo 37 leemos que el Señor Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Luego, declaró que los que creyeran en El, experimentarían ríos de agua viva corriendo de su interior (v. 38). Conforme al versículo 39: “Esto dijo del Espíritu”. La razón por la que aún no había el Espíritu, era que Jesús no había sido aún glorificado, es decir, que El no había sido plenamente procesado. Pero ahora, puesto que el Señor ya fue glorificado y plenamente procesado, el Espíritu está disponible para que lo disfrutemos. Este Espíritu es el Dios Triuno, el cual pasó por un proceso divino a fin de hacerse accesible a nosotros y llegar a ser nuestra rica provisión.
Por lo tanto, podemos experimentar al Espíritu simplemente invocando: “Oh, Señor Jesús”. Por experiencia podemos testificar que cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, bebemos del Espíritu. Tal como tenemos una agradable sensación de frescura cuando respiramos profundamente el aire de la madrugada, así también nos sentimos refrescados interiormente cuando recibimos el Espíritu al invocar al Señor Jesús.
Recibir el Espíritu invocando al Señor no es una práctica mística. Al contrario, se trata de una realidad espiritual maravillosa, dulce, refrescante y muy disfrutable. No podríamos experimentar lo mismo si invocáramos nombres como George Washington, Abraham Lincoln, Platón o Confucio. Pero ¡qué diferencia experimentamos cuando decimos: “Señor Jesús, te amo”! No se trata de una superstición ni de un simple fenómeno psicológico; al contrario, se trata de ejercitar nuestro espíritu regenerado para disfrutar al Señor.
¡Alabado sea el Señor porque El está ahora en nuestro espíritu! Ya que lo experimentamos de una forma tan subjetiva, El va con nosotros adondequiera que vayamos. El simple hecho de invocarle nos permite recibirlo, disfrutarlo y experimentarlo. Al invocar el nombre del Señor o al orar-leer unas cuantas palabras de la Biblia, disfrutamos al Espíritu con Su abundante suministro. De hecho, el Espíritu llega a ser nuestra salvación. Ya mencionamos que esta salvación es nuestra gracia y que nuestra gracia es nuestro deleite en Dios.
Cuando disfrutamos al Espíritu y participamos de El, Cristo se manifiesta y es magnificado. Por una parte, disfrutamos del Espíritu, y por otra, Cristo es magnificado. Tanto la Biblia como nuestra experiencia confirma este hecho. Cuando clamamos: “¡Señor Jesús!”, disfrutamos interiormente al Espíritu, y como resultado de ello, Cristo es magnificado. De este modo, El llega a expresarse por medio de nosotros.
De hecho, en nuestra experiencia, la gracia, la salvación, el Espíritu y Cristo son una misma cosa. Nuestra gracia es nuestra salvación; nuestra salvación es el Espíritu, y el Espíritu es Cristo mismo magnificado. Igualmente podemos decir que el Cristo magnificado es el propio Espíritu que mora en nosotros, que el Espíritu que mora en nosotros es nuestra salvación, y que nuestra salvación es nuestra gracia, esto es, el Dios Triuno a quien disfrutamos y experimentamos.