Mensaje 38
Lectura bíblica: Col. 2:9; Ef. 3:8; Fil. 1:19; Col. 3:16; Jn. 16:13-15; 6:63
Dios desea que todos los que hemos sido redimidos, salvos, lavados con la sangre, regenerados por el Espíritu, y que hemos recibido la vida y naturaleza de Dios, vivamos a Cristo. No es suficiente con que tratemos de mejorar nuestro comportamiento o la norma de nuestro vivir; más bien, lo que necesitamos es vivir a Cristo de una manera experimental y práctica.
Si hemos de vivir a Cristo, debemos estar conscientes de quién es El y de lo que El es. La epístola de Colosenses revela que Cristo no sólo lo es todo, sino que también lo abarca todo. El es el misterio de Dios y también el misterio de la economía de Dios. Cristo es Dios, es hombre y es la realidad de todas las cosas positivas del universo. Por supuesto, esto no es panteísmo; más bien, testificamos que, conforme a Colosenses 2:16 y 17, El es el cuerpo o la realidad de todas las cosas positivas.
En Colosenses 2:16 y 17, Pablo declara: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; mas el cuerpo es de Cristo”. Conforme al principio presentado en estos versículos, Cristo es el verdadero día de fiesta. Como día tal, Cristo es nuestro descanso, gozo y deleite. Con El todos los días son días de fiesta, pero sin El, todos los días son miserables. Incluso en las adversidades podemos experimentar un verdadero día de fiesta, si tenemos a Cristo como nuestro gozo, disfrute y descanso.
Cristo es también nuestra luna nueva. A menudo, todos necesitamos un nuevo comienzo, el cual es tipificado por la luna nueva. Cristo representa una luna nueva para nosotros. Cada día al tener contacto con El podemos experimentar un nuevo comienzo.
Estos versículos de Colosenses muestran que Cristo es también nuestra comida, nuestra bebida y nuestra fiesta. No nos alcanzan las palabras para describir todo lo que comprende el Cristo que lo es todo y que lo abarca todo. Sin embargo, aunque El es tan vasto y universal, es también nuestro disfrute y experiencia, y por eso podemos vivirlo a El.
Al igual que todos los verdaderos cristianos, creemos que Cristo es nuestro Redentor y Salvador. El es el Dios encarnado que vivió en la tierra como hombre durante treinta y tres años y medio. Luego, murió en la cruz y derramó Su sangre para limpiarnos de nuestros pecados. Ahora, El es nuestro Salvador en resurrección. Creemos firmemente que Cristo es nuestro Redentor y Salvador y lo hemos experimentado como tal; pero además, hemos llegado a comprender de que El es también nuestra vida. Por un lado, El nos impartió Su vida una vez y para siempre; por otro, El continúa haciéndolo. Como sabemos, la vida depende de un continuo abastecimiento. Así, aunque tengamos vida, si carecemos de los medios para mantenerla, ciertamente moriremos. Por ejemplo, la respiración es una necesidad vital; por tanto, debemos tomar aire continuamente. Tal vez podamos dejar de ir a la escuela, pero no podemos dejar de respirar. Descuidar asuntos vitales como éste, ciertamente nos conduce a la muerte. ¡Alabamos al Señor porque Cristo no sólo es nuestro Redentor y Salvador, sino también nuestra vida y provisión de vida!
Puesto que fuimos redimidos, salvos y regenerados, poseemos la vida y naturaleza de Dios. ¡Cuán maravilloso es que los seres humanos caídos podamos declarar que tenemos la vida y naturaleza de Dios! Tenemos la naturaleza de Dios porque nacimos de El. Dios no sólo es nuestro Creador sino también nuestro Padre. En 1 Juan 3:1 dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. En Su amor, el Padre nos impartió Su vida y naturaleza. Por tanto, ahora somos hijos de Dios y poseemos la vida y naturaleza divina.
¿Se ha dado cuenta de la posición que tiene como cristiano? Usted es hijo del Dios Todopoderoso. Dios es verdaderamente su Padre. Si su padre fuese el presidente de los Estados Unidos, usted se sentiría muy orgulloso. ¡Cuánto más deberíamos estarlo nosotros por tener al Dios Todopoderoso como nuestro Padre! Por tanto, tenemos el derecho de declarar: “¡Aleluya, somos hijos del Dios Todopoderoso!”
Como hijos de Dios, debemos vivir a Cristo en lugar de vivir conforme a la ética, moralidad o normas de comportamiento. Por muy buena que sea la ética y por excelente que sea cierto nivel de moralidad, ninguna de estas cosas puede compararse con Cristo. La norma de la vida cristiana es Cristo mismo, y no la ética, la moralidad ni el buen carácter. En Filipenses Pablo subraya el asunto de vivir a Cristo. En esta epístola Pablo declaró: “Para mí, el vivir es Cristo” (1:21). El esperaba que Cristo fuese magnificado en él, en vida o en muerte. ¡Qué norma más elevada tenía el apóstol! La norma de la vida cristiana está muy por encima de las normas de la ética, la moralidad o de cualquier filosofía. Repetimos que la norma de la vida cristiana es Cristo mismo, y por tanto, debemos vivirlo y magnificarlo.
Puesto que Cristo era la meta de Pablo, él anhelaba ser hallado en Cristo (Fil. 3:9). Este mismo debe ser nuestro anhelo. Dondequiera que estemos, los demás deben hallarnos en Cristo. ¡Qué gran vergüenza es ser hallados en nuestra vida natural o en nuestra cultura! Pero por otra parte, ¡cuán maravilloso es que otros puedan testificar que nos encontramos en Cristo! El es nuestra meta y también nuestra norma. Dondequiera que estemos, las personas con quienes nos relacionemos deben percibir a Cristo. De esta manera, seremos hallados en El como resultado de vivir a Cristo.
Ciertamente seremos hallados en aquello que vivimos. Por ejemplo, si vivimos nuestra cultura, los demás nos encontrarán en nuestra cultura. De la misma manera, si vivimos a Cristo todo el tiempo, siempre seremos hallados en El. Si aspiramos a ser hallados en Cristo, primero debemos vivirlo. Debemos vivir a Cristo en lugar de conducirnos de manera natural como jóvenes, adultos o ancianos. ¡Oh, cuán fundamental es vivir a Cristo y ser hallados en El!
Vivir a Cristo es algo abstracto y misterioso, pues implica vivir de una manera misteriosa. Por un lado, se trata de una experiencia real y tangible; pero por otro lado, no se puede definir. Cuando los demás nos hallan en Cristo, les resulta difícil describirnos, pues les pareceremos muy misteriosos. Aunque humanamente no seamos muy distintos de los demás; podrán percibir que en nosotros hay algo misterioso y especial. Cristo es misterioso y los que le viven son también misteriosos. Puesto que El es abstracto y misterioso, no resulta tan fácil explicar la experiencia de vivirle a El.
El pensamiento central de la Biblia es que el Dios Triuno debe ser nuestra vida y que debemos estar en El. En Mateo 28:19, el Señor Jesús exhortó a los discípulos a bautizar a los creyentes en el nombre del Dios Triuno, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Bautizar a los creyentes en el Dios Triuno equivale a introducirlos en una unión orgánica con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Antes de ser salvos, el Dios Triuno era completamente objetivo para nosotros. Pero, mediante la redención, la salvación, la justificación y la regeneración, El llegó a ser parte de nosotros. Ahora estamos en El y El está en nosotros. El está en nosotros no sólo como nuestro Redentor y Salvador, sino también como nuestra vida y provisión de vida. Dios no desea que hagamos nada para agradarlo, sino que seamos un solo espíritu con El y que lo vivamos a El. Además, vivir al Dios Triuno, equivale a vivir a Cristo, es decir, a magnificarlo, glorificarlo y expresarlo. Eso significa que lo magnificamos ante las personas con quienes tenemos contacto. La idea central de la Biblia tiene que ver con vivir a Cristo.
Aunque vivir a Cristo es misterioso, tampoco se trata de algo que no se pueda entender. Como veremos, vivir a Cristo tiene mucho que ver con Sus riquezas divinas. Estas riquezas están contenidas en la abundante suministración del Espíritu, la cual a su vez se halla corporificada en la rica Palabra de Dios. La Biblia no es solamente la Palabra de Dios, sino también Su hablar, e incluso Su aliento. En 2 Timoteo 3:16, Pablo declara que toda Escritura es dada por el aliento de Dios. El hablar de Dios, Su aliento, revela muchas maravillas.
Si no existiera el lenguaje, Dios no podría hablarnos. El es un Dios que habla, y como tal, El nos habla en nuestro idioma humano. El lenguaje fue dado al hombre a fin de prepararlo para que pudiera recibir el hablar de Dios.
Los cristianos alabamos al Señor por tener la Santa Biblia en nuestras manos y al Espíritu Santo en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Ahora es necesario que entendamos lo que es el Espíritu Santo y la Santa Biblia.
Cuando preguntamos a los cristianos acerca del Espíritu Santo, por lo general contestan que el Espíritu es la tercera persona de la Deidad, y aclaran que la Deidad incluye tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Aunque es correcto decir que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Deidad, de todas formas esta comprensión es muy limitada. Es imprescindible que veamos que el Espíritu, el tercero de la Deidad, es la realidad del Padre y del Hijo. Esto significa que no podemos separar al Espíritu Santo del Hijo ni del Padre.
Los tres de la Deidad no sólo coexisten, sino que también moran el uno en el otro. Dios es triuno; El es tres-uno. Coexistir significa existir una persona o cosa al mismo tiempo que otra. El hecho de ellos moren el uno en el otro, no es tan fácil de explicar ni de entender. La Biblia revela claramente que cuando el Hijo vino, el Padre vino juntamente con El. De la misma manera, cuando el Espíritu viene, viene con el Hijo y con el Padre. Además, cuando el Hijo vino, el Padre vino con El, no de una manera externa, sino dentro de El, de una manera interna y subjetiva.
En cuanto a la relación que existe entre el Padre y el Hijo, y entre el Hijo y el Espíritu, el Evangelio de Juan usa una preposición griega específica, una preposición que puede ser traducida “de con” (6:46; 16:27). El Hijo no vino simplemente del Padre; más bien, vino del Padre y con el Padre. Esto indica que cuando el Hijo vino, el Padre vino también. En otras palabras, el Padre vino en el Hijo. Por eso el Señor pudo testificar: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9), y también pudo decir: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (Jn. 14:10). Por un lado, el Padre y el Hijo son dos; pero por otro, son uno. El Padre no sólo vino con el Hijo sino también en el Hijo. Es por eso que el Señor Jesús declaró: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, él hace Sus obras” (Jn. 14:10). Además, la Biblia revela que si tenemos al Hijo, tenemos también al Padre (1 Jn. 2:23). Puesto que el Padre está con el Hijo y en el Hijo, cuando recibimos al Hijo, recibimos también al Padre. Asimismo, cuando el Espíritu viene, viene con el Hijo y también con el Padre. Por lo tanto, tener el Espíritu significa tener al Hijo y al Padre.
El Espíritu Santo es la forma consumada en la que el Dios Triuno llega a nosotros. No piense que cuando el Espíritu Santo entra en usted, usted recibe sólo al tercero de la Deidad, y que el Padre y el Hijo permanecen en los cielos. Algunos cristianos sostienen tal concepto. En lugar de afirmar que Cristo está en nosotros, alegan diciendo que Cristo nos envió el Espíritu Santo como un representante Suyo. Este concepto está totalmente equivocado. La Biblia jamás enseña que el Espíritu mora en los creyentes como un representante del Hijo. Al contrario, las Escrituras revelan que cuando el Espíritu Santo viene, el Hijo viene con El y en El. El Padre también viene con el Hijo y con el Espíritu. Esto significa que cuando el Espíritu Santo viene a nosotros, viene la totalidad del Dios Triuno. De acuerdo con la Biblia, podemos afirmar que el Padre es la fuente, el Hijo es el caudal y que el Espíritu es el fluir. ¡Cuán maravilloso es que el Espíritu sea la forma consumada en la que el Dios Triuno llega a usted y a mí!
Los que hemos creído en Cristo, tenemos la plena certeza de que el Espíritu Santo mora en nosotros. No obstante, en la actualidad existe mucha confusión entre los cristianos. Algunos insisten en que después de que una persona es salva, debe seguir orando para recibir el Espíritu Santo. Otros incluso llegan al extremo de afirmar que hablar en lenguas es la única señal que demuestra que uno ha recibido el Espíritu. La Biblia declara que desde el momento en que creemos en el Señor Jesús, invocamos Su nombre y lo recibimos como nuestro Salvador, el Espíritu Santo entra en nosotros. A partir de ese momento, el Espíritu reside en nosotros. No necesitamos hablar en lenguas para demostrar que hemos recibido el Espíritu Santo.
Un claro indicio de que hemos recibido el Espíritu Santo es el dulce sentir que tenemos interiormente cuando llamamos a Dios nuestro Padre. Un día, un joven le preguntó al hermano Nee acerca de Romanos 8:16, donde dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. El quería entender qué significaba esto. Como se trataba de un joven casado, el hermano Nee le preguntó si cuando llamaba a su suegro “papi”, sentía la misma dulzura que cuando llamaba así a su propio padre. El joven declaró que no sentía lo mismo en ambos casos. El hermano Nee le explicó que él tenía una sensación más dulce cuando llamaba “papi” a su propio padre, porque había nacido de él. Después de esto, el hermano Nee le preguntó si él tenía una sensación dulce en su interior cuando llamaba a Dios su Padre. El joven afirmó que sí había experimentado esta dulzura. Luego, el hermano Nee le dijo: “Indudablemente usted es una persona salva. La razón por la que tiene una sensación grata es que usted tiene al Espíritu en su interior. Ahora usted tiene el espíritu de filiación. La dulzura que experimenta cada vez que invoca a Dios el Padre es una señal de que ha recibido el Espíritu”. Ya sea que hablemos en lenguas o no, podemos tener la certeza de haber recibido el Espíritu Santo y de que ahora somos hijos de Dios.
El Nuevo Testamento revela que el Espíritu y la Palabra son uno. El Señor Jesús declaró: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). No debemos separar el Espíritu Santo, que mora dentro de nosotros, de la Palabra Santa que está en nuestras manos. Ambos son una realidad divina. Si separamos la Biblia del Espíritu Santo, aquella queda vacía, carente de realidad. El Espíritu Santo es la realidad de la Biblia. Sin embargo, sin la Biblia, no tendríamos la corporificación del Espíritu Santo. Por una parte, la Biblia es la corporificación del Espíritu; por otra, el Espíritu es la realidad de la Biblia. Jamás debemos desligar el uno del otro.
Damos gracias al Señor por estos dos dones maravillosos: el Espíritu Santo en nosotros y la Santa Biblia en nuestras manos. Hemos visto que el Espíritu Santo es la forma consumada en la que el Dios Triuno llega a nosotros. Cuando el Espíritu Santo viene, tenemos al Dios Triuno con nosotros. Sin embargo, el Espíritu es abstracto y misterioso. Por tanto, es indispensable que veamos que el Espíritu está corporificado en la Palabra. A fin de vivir a Cristo, debemos experimentar al Espíritu que mora en nosotros, y disfrutar la Palabra, que se encuentra fuera de nosotros, en nuestras manos. En nuestra experiencia, el Espíritu y la Biblia deben ser uno. Así, cada vez que leamos la Biblia, debemos orar acerca de lo que leemos. Esto es orar-leer la Palabra. Al orar-leer, ejercitamos nuestro espíritu para tener contacto con el Espíritu Santo, y de esta forma combinamos el Espíritu Santo con la Santa Biblia. Como resultado, el Espíritu y la Palabra vienen a ser un solo disfrute en nuestra experiencia, y este disfrute es el Dios Triuno mismo.
El Nuevo Testamento contiene cuatro versículos fundamentales: Colosenses 2:9, Efesios 3:8, Filipenses 1:19 y Colosenses 3:16. En estos versículos, encontramos cuatro palabras claves. Primero, Colosenses 2:9 revela que toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo. La palabra clave aquí es plenitud. En segundo lugar, Pablo declara en Efesios 3:8, que él anunciaba las inescrutables riquezas de Cristo como el evangelio. Esto significa que las riquezas de Cristo eran el evangelio de Pablo. Lo crucial aquí son las riquezas de Cristo. En tercer lugar, en Filipenses 1:19 Pablo habla de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo; y en cuarto lugar, Colosenses 3:16 afirma que la palabra de Cristo debe morar ricamente en nosotros. Esto significa que la palabra de Cristo debe morar en nosotros con sus riquezas, es decir, de una manera rica. Por consiguiente, estos cuatro versículos indican que tenemos la plenitud, las riquezas, la abundante suministración y la Palabra que mora ricamente en nosotros. La plenitud se relaciona con la Deidad; las riquezas están relacionadas con Cristo; la abundante suministración tiene que ver con el Espíritu, y la palabra de Cristo que mora ricamente en nosotros se refiere a la Palabra. En resumen, tenemos la Deidad, Cristo, el Espíritu y la Palabra. Les recomiendo que en cuanto tengan la oportunidad, oren estos cuatro versículos, y disfruten donde habla de la plenitud de la Deidad, las riquezas de Cristo, la abundante suministración del Espíritu, y la Palabra de Cristo que mora ricamente en nosotros.
La plenitud, las riquezas, la abundante suministración y la Palabra, están relacionadas mutuamente. De hecho, la plenitud de la Deidad son las riquezas de Cristo, y las riquezas de Cristo son la abundante suministración del Espíritu. Con la Deidad está la plenitud; con Cristo, la plenitud se convierte en las inescrutables riquezas, y con el Espíritu, las riquezas se convierten en la abundante suministración. Además, la abundante suministración del Espíritu se halla corporificada en la Palabra. Cuando la Palabra de Dios mora en nosotros junto con la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, mora de una manera rica.
Cuando era joven, podía recitar fácilmente un gran número de versículos bíblicos. Por ejemplo, podía recitar Juan 3:16; sin embargo, este versículo no moraba ricamente en mí. Por el contrario, moraba pobremente en mí. En cambio, ahora puedo testificar que este versículo, y muchos otros, moran en mí con sus riquezas. Cada vez que medito en ciertos versículos, soy lleno del disfrute del Dios Triuno. Mi experiencia hoy es muy distinta a la de antes. En aquel tiempo, yo podía recitar Colosenses 2:9, pero no obtenía tanto disfrute de la plenitud de la Deidad. Pero ahora, cuando medito en este versículo, el disfrute es indescriptiblemente rico.
Es muy importante entender que la plenitud de la Deidad, la cual se halla corporificada en el Hijo, llega a ser las inescrutables riquezas de Cristo, y que éstas se hacen reales a nosotros como la abundante suministración del Espíritu, la cual a su vez, está corporificada en la Palabra. Cuando leemos la Palabra y la oramos-leemos, tocamos la esencia y la sustancia de ésta, y en nuestra experiencia la Palabra viene a ser la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Si leemos la Palabra sin oración, sólo recibiremos un conocimiento objetivo, pero si oramos la Palabra, tocaremos el Espíritu. Como resultado de ello, disfrutaremos de la abundante suministración del Espíritu, las riquezas de Cristo y la plenitud de la Deidad. Creo que ahora entienden por qué este mensaje tiene un título tan largo: “La abundante suministración del Espíritu es la realidad de las riquezas de Cristo, y la rica Palabra de Dios es la corporificación de dicha suministración”.
Si deseamos vivir a Cristo, debemos leer la Palabra y orar-leerla de tal manera que participemos de la plenitud de Dios, de las riquezas de Cristo, y de la abundante suministración del Espíritu. ¡Cuánto necesitamos saturarnos y llenarnos de la plenitud de la Deidad, de las riquezas de Cristo y de la abundante suministración del Espíritu! Una vez que seamos saturados por el Dios Triuno, ciertamente viviremos a Cristo.
Necesitamos ser llenos de la abundante suministración del Espíritu, de las riquezas de Cristo, y de la plenitud de la Deidad. Todo esto se encuentra en la Palabra y en el Espíritu. Por consiguiente, debemos acudir continuamente a la Palabra y orar sin cesar. Cuando oramos-leemos la Palabra, tocamos el suministro del Espíritu, las riquezas de Cristo, y la plenitud de la Deidad. Entonces, participamos de todo lo que el Dios Triuno es, y lo vivimos espontáneamente. Esto es vivir a Cristo.
Vivir a Cristo no consiste en mejorar nuestro comportamiento. No debemos decir: “Ahora he aprendido lo que significa vivir a Cristo. De ahora en adelante voy a vivirlo a El, y le pido a Dios que me ayude a hacerlo. Oh, Dios, ayúdame a vivir a Cristo”. Dicha manera de orar no será efectiva. Si oramos así, descubriremos que seguimos viviendo en nuestro hombre natural, aun inmediatamente después de terminar nuestra oración. La manera de vivir a Cristo consiste en permitir que El primero nos colme de todas Sus riquezas. Como hemos dicho en repetidas ocasiones, estas riquezas se encuentran en el Espíritu y en la Palabra.
Podemos comparar la abundante suministración del Espíritu con la electricidad, la cual llega a nosotros por medio de una antena y un cable que conecta a tierra. Podríamos asemejar el Espíritu con la antena, y la Biblia con el cable. Cuando tenemos la antena y el cable, el Espíritu y la Palabra funcionando juntos, recibimos la abundante suministración del Espíritu, que es la electricidad celestial. Nuestra experiencia confirma este hecho. Cuando ejercitamos nuestro espíritu al orar-leer un versículo, sentimos en nuestro interior que somos abastecidos, refrescados, iluminados, regados, nutridos, consolados y fortalecidos. Este es el disfrute que nos brinda la electricidad divina. Si usamos la antena y el cable, el Espíritu y la Palabra, recibiremos esta abundante suministración.
Podemos aplicar el mismo principio para conocer la voluntad de Dios. La manera de conocer la voluntad de Dios no consiste en orar: “Oh, Señor, Tú sabes cuán insensato soy. Muéstrame Tu camino”. Esta clase de oración no es efectiva. En lugar de orar así, les aconsejo que simplemente disfruten la Palabra y el Espíritu, y permitan que la electricidad celestial les infunda al Dios Triuno. Mientras reciben la infusión de la abundante suministración del Espíritu, la voluntad de Dios se manifestará clara y espontáneamente. Entonces entenderán que no deben hacer ciertas cosas porque éstas no corresponden a la voluntad de Dios. Se les revelará también que deben hacer otras cosas porque Dios así lo desea. No necesitarán recurrir a los demás para saber lo que deben hacer. La infusión divina que disfrutan interiormente les indicará con toda claridad la voluntad de Dios. Además, mientras estén sumergidos en el Dios Triuno y rebosen de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, espontáneamente vivirán a Cristo.
¡Alabamos al Señor por mostrarnos la manera de vivir a Cristo! Para vivir a Cristo sólo necesitamos disfrutar al Dios Triuno leyendo la Palabra y practicando el orar-leer. Cuando tenemos contacto con la abundante suministración del Espíritu, espontáneamente llevamos una vida que expresa a Cristo, una vida que en realidad es Cristo mismo.