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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Filipenses»
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Mensaje 39

PARTICIPAR DE LA ABUNDANTE SUMINISTRACION DEL ESPIRITU Y DISFRUTAR DE LAS RIQUEZAS DE CRISTO AL RECIBIR LA PALABRA DE DIOS

(1)

  Lectura bíblica: Fil. 1:19-21; 2:12-16; Col. 3:16; Ef. 5:18-19; 6:17-18

  Conforme a la economía de Dios revelada en el Nuevo Testamento, la meta de la vida cristiana consiste en vivir a Cristo. Cuando era joven me enseñaron que el pensamiento central de la Biblia estaba relacionado con Cristo. Pero hoy puedo comprender que el dicho pensamiento no es simplemente Cristo, sino vivir a Cristo.

NO ES LO MISMO QUE CRISTO PERMANEZCA EN NOSOTROS A QUE EL VIVA EN NOSOTROS

  Decir que Cristo es el pensamiento central de la Biblia es muy objetivo; por tanto, debemos proseguir y experimentarlo subjetivamente. Por ejemplo, el Señor Jesús dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). Aunque esta es una expresión sencilla, tiene un significado muy profundo. ¿Cómo podemos permanecer en otra persona y en qué forma ésta puede permanecer en nosotros? Es imposible que los seres humanos puedan morar el uno en el otro. No obstante, la vida humana sí puede morar en la vida divina, y la vida divina, en la humana. Esto significa que Dios puede morar en nosotros y nosotros en El.

  Tal vez algunos pregunten cómo nosotros, siendo seres humanos insignificantes, podemos morar en Dios, y cómo El, siendo tan infinitamente grande y poderoso, puede morar en nosotros. Hace poco, algunas personas argumentaron diciendo que es imposible que Dios more en nosotros puesto que El es inmensamente grande, y nosotros, seres muy pequeños. Ellos preguntaron cómo un recipiente tan pequeño podría contener algo tan grande. Esto indica que tales personas no creen en lo que el Señor declaró en Juan 15. Por eso, nos tacharon de herejes, diciendo por un lado, que estábamos reduciendo Dios a nuestro nivel y por otro, que estábamos enseñando que podemos evolucionar hasta convertirnos en Dios, y de hecho, a ser Dios mismo. Cuando les preguntamos qué quiso decir el Señor al declarar: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”, contestaron que esto se refería únicamente a tener una relación o una comunión íntima con El. Esto demuestra que la mente natural humana no cree que verdaderamente podamos permanecer en Cristo y El en nosotros. No obstante, nosotros debemos creer las palabras del Señor: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”, y simplemente debemos decir “amén” a Sus palabras.

  En Gálatas 2:20 Pablo declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Afirmar que Cristo vive en nosotros es aun más enfático que declarar que El permanece en nosotros. Cuando voy de visita a otra localidad, por lo general me hospedo en la casa de algún hermano. Sin embargo, no puedo decir que vivo allí, sino sólo que permanezco allí temporalmente, con ciertas limitaciones. En cambio, cuando regreso a mi casa, puedo afirmar que vivo allí. Cuando decimos que vivimos en un cierto lugar, queremos decir que tenemos plena libertad. ¿Permanece usted en su casa o vive allí? Por supuesto, puede declarar que vive en su casa; en cambio, no diría lo mismo de un hotel. Declarar que Cristo vive en nosotros implica que El tiene plena libertad de hablar, actuar y expresarse. El puede hacer en nosotros lo que le plazca, debido a que El nos redimió y nos hizo Su morada.

CRISTO HACE SU HOGAR EN NOSOTROS Y ES FORMADO EN NUESTRO SER

  Según Efesios 3 Pablo pidió al Padre que nos fortaleciera por medio del Espíritu en nuestro hombre interior, a fin de que Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones. Primero, Cristo permanece en nosotros; después vive en nosotros y, finalmente, se establece permanentemente, haciendo Su hogar en todo nuestro ser. Por un lado, Cristo vive en nuestro espíritu, pero por otro, quizás no le demos mucho lugar para que viva en nuestra mente, en nuestra voluntad y en nuestra parte emotiva. Muchas veces, en nuestra experiencia, limitamos a Cristo sólo a nuestro espíritu. Si El intenta extenderse de nuestro espíritu a nuestra parte emotiva, tal vez no le permitamos hacerlo. Por ejemplo, un hermano puede orar al Señor por la mañana y declarar rebozando de disfrute: “¡Aleluya, el Señor Jesús vive en mi espíritu!” Sin embargo, es posible que durante el día sea tentado a hacer algo en sus emociones. Aun cuando el Señor no está de acuerdo con ello, tal vez este hermano insista en vivir de acuerdo con sus emociones. Así que, él razona con el Señor, tratando de mantenerlo confinado en su espíritu, y así tener la libertad de vivir en sus emociones. Incluso puede prometerle al Señor que al día siguiente le dará la libertad de extenderse a su parte emotiva, pero después se olvida de su promesa. Por consiguiente, no le da al Señor la libertad de establecerse en su parte emotiva.

  No es fácil darle al Señor la oportunidad de hacer Su hogar en nuestro corazón. Esa fue la razón por la que Pablo tuvo que pedirle al Padre que nos fortaleciera en nuestro hombre interior mediante el Espíritu, para que Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones. La Biblia revela que el corazón se compone de la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. El corazón contiene al espíritu y abarca más que éste. Cuando recibimos al Señor Jesús, El vino a nuestro espíritu, y ahora El vive allí. Al principio, quizás no le dábamos la oportunidad de vivir libremente en nuestro espíritu, y sólo le permitíamos permanecer allí con ciertas restricciones. Pero gradualmente, le dimos la oportunidad de vivir en nuestro espíritu libremente. Aun así, todavía nos resistimos a abrirle todo nuestro ser. Esta es la razón por la que necesitamos que nuestro hombre interior, nuestro espíritu regenerado, sea fortalecido. Entonces Cristo podrá hacer Su hogar en nuestro corazón. No sólo permanecerá y vivirá en nosotros, sino que se extenderá a cada parte de nuestro ser y se establecerá allí.

  Aunque he tenido muchas experiencias del Señor a través de los años, aún no puedo declarar que Cristo se haya establecido plenamente en mi interior. Tal vez le haya concedido la plena libertad de ocupar mi mente o mi parte emotiva, pero quizás siga reservando una parte de mi voluntad para mí mismo.

  Es importante entender que Cristo debe ser aplicado a nuestra experiencia. El permanece en nosotros, vive en nosotros y desea hacer Su hogar en nuestro interior.

  En Gálatas 4:19 Pablo declara: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. El hecho de que Cristo sea formado en nosotros significa que El permanece en nuestro interior, que vive y se establece en nosotros, saturando cada parte de nuestro ser.

CONSTITUIDOS DE CRISTO

  Los cristianos tenemos diferentes medidas de Cristo. Algunos le han cedido más lugar, mientras que otros le han dado menos oportunidad para crecer en ellos. No cabe duda de que la medida de Pablo estaba colmada de Cristo, y que Cristo se había formado plenamente en él. En Filipenses 1:21 Pablo pudo declarar: “Para mí, el vivir es Cristo”. Cristo se había forjado en Pablo, y de hecho, se había convertido en su elemento constitutivo. Por consiguiente, él era un hombre que estaba plenamente constituido de Cristo. Por esta razón, podía declarar que para él, el vivir era Cristo.

  A menudo, los nutriólogos dicen que somos lo que comemos ya que, en realidad, los alimentos que comemos llegan a formar parte de nuestra constitución, al forjarse éstos en nuestras fibras y aun en nuestras células. Si una persona come muy a menudo cierto alimento, finalmente estará constituida del mismo.

  Cuando Pablo escribió la epístola de Filipenses, él llevaba casi treinta años de creyente. Durante esos años, no había dejado de comer a Cristo y de participar de El, y como resultado, Cristo se pudo forjar gradualmente en él. Finalmente, Pablo llegó a ser un hombre-Cristo ya que estaba constituido de Cristo. Por esta razón pudo testificar: “Para mí, el vivir es Cristo”.

  Hoy en día, deberíamos continuar el testimonio de Pablo. Estamos aquí para vivir a Cristo, para que Cristo sea forjado en nosotros, hasta que nuestra mente, parte emotiva y voluntad estén plenamente constituidas de El.

UN CAMBIO METABOLICO

  En Romanos 12:2, Pablo nos exhorta a no amoldarnos a este siglo, sino a ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. Ser amoldado a este siglo significa ser conformado exteriormente a la moda de nuestro tiempo, a la corriente del mundo. Ser transformado equivale a ser renovado interior y orgánicamente. Algunos nos han calumniado, acusándonos de torcer la mente de las personas. Rechazamos firmemente tal acusación. Por la gracia del Señor, tratamos de ministrar algo divino y espiritual que pueda transformar la mente de las personas. Torcer la mente es el resultado de ejercer una influencia externa sobre una persona. Pero la renovación de la mente tiene que ver con la transformación en vida, la cual se efectúa interiormente, de una manera orgánica y metabólica. Cuanto más permanecemos en el recobro del Señor, más transformación metabólica ocurre en nuestra mente. Nuestra manera de pensar está siendo automáticamente cambiada y renovada, debido a que un nuevo elemento ha sido añadido a nuestro ser, el cual desecha el elemento viejo y lo reemplaza. Esto es la transformación. Día tras día y reunión tras reunión, algo divino, espiritual, santo y celestial es transmitido a nosotros. Este elemento es Cristo con Sus inescrutables riquezas. A medida que las riquezas de Cristo se infunden en nosotros, éstas se convierten en el nuevo elemento que elimina la vejez y propicia un cambio metabólico intrínseco e interior.

  Cuanto más seamos transformados, mayor libertad habrá para que Cristo se establezca en nosotros. En realidad, el proceso de transformación es el proceso mediante el cual Cristo nos llena y nos posee. Nuestra mente será transformada únicamente cuando Cristo tome plena posesión de ella y la colme de Su persona. Asimismo, cuando Cristo satura nuestra parte emotiva y voluntad, El llega a ser elemento constitutivo de ellas. De este modo, experimentamos a Cristo subjetivamente.

EL CRISTO QUE EXPERIMENTAMOS

  Por siglos, los creyentes han prestado muy poca atención al Cristo que mora en ellos. Muchos cristianos devotos han dirigido su amor a un Cristo objetivo y externo. Ciertamente han creído en El, lo han venerado y exaltado, y han hecho de El un objeto de adoración. Pero lo consideran un Cristo muy lejano, un Cristo que está en los cielos. A pesar de que lo aman, es posible que no lo experimenten como el Cristo que mora en ellos. Incluso, es posible que laboren diligentemente para El, sin estar conscientes de que El no sólo está en los cielos, sino también en ellos. A algunos se les ha enseñado erróneamente que no es Cristo quien mora en ellos, sino el Espíritu Santo, en calidad de representante. Piensan que el Espíritu Santo es simplemente un agente o representante enviado por Cristo para obrar en ellos, moverse en su interior e inspirarlos. Sin embargo, la Palabra de Dios revela que el Espíritu Santo que mora en nosotros no es un agente de Cristo, sino Cristo mismo. Conforme a nuestra experiencia, el Cristo que mora en nosotros es el mismo Espíritu que mora en nuestro ser. En otras palabras, el Espíritu que mora en nosotros es el Cristo práctico, el Cristo que podemos experimentar subjetivamente. Si estamos conscientes de ello, no consideraremos que el Espíritu y Cristo están separados. Los tres de la Deidad son uno. El Padre está en el Hijo y la realidad del Hijo es el Espíritu. Cuando el Espíritu viene a morar en nuestro interior, son los tres de la Deidad quienes vienen a morar en nosotros. ¡Cuán maravilloso es que Cristo esté en nosotros! Es por eso que ahora podemos disfrutarlo de una manera subjetiva y experimental.

  Si hemos de vivir a Cristo, debemos conocerlo de una forma subjetiva y no sólo objetivamente. El es el Dios poderoso, el Señor de todos, Aquel que ascendió a los cielos y fue entronizado y coronado de gloria. Al respecto no debemos tener ninguna duda. Pero además de tener un conocimiento objetivo de El, debemos conocerlo subjetivamente, es decir, experimentarlo como Aquel que mora y vive en nosotros, que busca establecerse en nuestro interior, y que opera a fin de saturar todo nuestro ser consigo mismo.

CRISTO ES MAGNIFICADO

  Examinemos ahora Filipenses 1:19-21. En el versículo 19, Pablo declara que las circunstancias en las que se encontraba resultarían en su salvación, gracias a la petición de los santos y a la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Luego, en el versículo 20 explica que la salvación que Pablo anhelaba experimentar consistía en no ser avergonzado en nada, sino en que Cristo fuera magnificado en él, en todo y con toda confianza. Por lo tanto, decir que el entorno de Pablo resultaría en su salvación, equivalía a decir que dicho ambiente resultaría en la magnificación de Cristo en él. Por tanto, aquí la salvación se refiere a que Cristo sea magnificado en él. Las palabras “para mí, el vivir es Cristo”, mencionadas en el versículo 21, explican el significado de magnificar a Cristo. Magnificar a Cristo significa vivirlo a El. Por el lado negativo, Pablo no deseaba ser avergonzado; pero por el lado positivo, anhelaba que Cristo fuera magnificado en él.

  El contexto de estos versículos demuestra que la salvación aquí no se refiere a ser salvos del infierno. Más bien, se trata de ser salvos de sufrir vergüenza. Si Pablo hubiese estado triste y abatido en la cárcel, esto habría sido una vergüenza. Supongamos que Timoteo sorprendiera a Pablo llorando por causa de su situación. ¡Esto habría sido una vergüenza para Pablo! Pero si aun en tal situación Pablo se regocijara en el Señor y le cantara alabanzas, ciertamente Cristo sería magnificado en su cuerpo, aun cuando él permaneciera encarcelado en Roma. Esta es la salvación de la que se habla aquí.

  Supongamos que un hermano se encuentra en una situación lamentable y que alguien lo visita. Si este hermano se la pasa llorando y quejándose de sus problemas, esto sería una vergüenza. Pero si tal hermano experimenta la salvación de Dios en medio de su situación, podría exclamar: “¡Alabado sea el Señor! La gracia del Señor es suficiente. Estoy en el tercer cielo; ¡Aleluya!” Esto sería un testimonio glorioso, pues veríamos cómo sus sufrimientos llegarían a ser su salvación.

  El anhelo y la esperanza de Pablo consistían en no ser avergonzado, sino en magnificar a Cristo. ¡Qué salvación tan maravillosa el poder magnificar a Cristo en todas las circunstancias! Los carceleros y los guardias podían ver que Pablo se regocijaba en el Señor. Sin lugar a dudas, Cristo era magnificado en él. Magnificar a Cristo de esta manera significa vivirlo a El.

SALVOS POR EL ESPIRITU QUE MORA EN NOSOTROS Y POR EL DIOS QUE OPERA EN NUESTRO INTERIOR

  En 2:12 Pablo nos exhorta a llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor. En 1:19-20 el apóstol habla de su propia salvación, mientras que en 2:12, él nos anima a llevar a cabo nuestra propia salvación. En el versículo 13, él prosigue y explica: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. En el capítulo uno, vemos que la salvación se produce por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, pero aquí, la salvación proviene del Dios que opera dentro de nosotros. Ahora, debemos ver que el Dios que opera en nosotros es en realidad el Espíritu de Jesucristo. Aquel que realiza en nosotros tanto el querer como el hacer por Su beneplácito es el Espíritu de Jesucristo, quien mora en nosotros con Su abundante suministración.

  A fin de no ofender al Dios que opera en nosotros, debemos ser cuidadosos e incluso andar con temor y temblor. Esta es la razón por la que Pablo declara en 2:14: “Haced todo sin murmuraciones y argumentos”. Generalmente las hermanas son las que murmuran, y los hermanos los que argumentan. Cuando murmuramos o argumentamos, ofendemos al Dios que mora y opera en nosotros. Es posible que al murmurar o al argumentar, tengamos un sentir profundo de que estamos ofendiendo al Dios que opera en nuestro interior, y contristando al Espíritu que mora en nosotros. Incluso, percibiremos que el Espíritu nos recuerda que no debemos argumentar ni murmurar, sino que tenemos que llevar a cabo nuestra propia salvación. Hemos recibido una salvación completa, la cual es Cristo mismo, pero ahora debemos llevar a cabo dicha salvación. Dios, quien es el Espíritu que nos imparte la abundante suministración, opera en nosotros. Respetémoslo y cooperemos con El en temor y temblor, a fin de llevar a cabo nuestra salvación. Si hacemos esto, seremos salvos de las murmuraciones y de los argumentos. Esta es una salvación práctica que se efectúa conforme a la obra interior de Dios.

RESPLANDECER COMO LUMINARES Y ENARBOLAR LA PALABRA DE VIDA

  En los versículos 15 y 16, Pablo añade: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; enarbolando la palabra de vida”. Resplandecer como luminares equivale a magnificar a Cristo. Esto indica que la salvación del capítulo dos equivale a la salvación del capítulo uno. El Dios que opera en nosotros es el mismo Espíritu que nos imparte la abundante suministración, y resplandecer como luminares equivale a magnificar a Cristo.

  El versículo 16 indica que la manera de resplandecer como luminares consiste en enarbolar la palabra de vida. Es difícil entender correctamente el significado del verbo “enarbolar”. Este término quiere decir presentar algo a la gente, ofrecerles algo, e incluso aplicarles algo. Enarbolar la palabra de vida significa ofrecer dicha palabra a los demás, significa presentarla y aun aplicarla a los demás. En esto consiste ministrar o presentarles a Cristo a los demás. ¿Qué ofrece usted a su familia, a sus parientes, vecinos, compañeros o amigos? ¿Qué les presenta? Su respuesta debe ser que les ofrece, presenta y aplica a Cristo conforme a la situación de ellos. Este es el significado de enarbolar la palabra de vida. En realidad, la palabra de vida es la expresión viviente de Cristo. Por esta razón, resplandecer como luminares equivale a magnificar a Cristo, y enarbolar la palabra de vida significa vivirle a El.

UNA DEFINICION DEL CRISTO VIVIENTE

  Filipenses 1:19-21 y 2:12-16 se refieren a una misma cosa. En el capítulo uno, Pablo declara que sus circunstancias resultarían en su salvación, y que, en lugar de ser avergonzado, magnificaría a Cristo. Esto es vivir a Cristo. Luego, en el capítulo dos, Pablo nos exhorta a que llevemos a cabo nuestra salvación conforme a la operación de Dios en nosotros. Así, en lugar de murmurar y argumentar, resplandecemos como luminares, enarbolando la palabra de vida. Esto demuestra que Filipenses 2:12-16 es una definición de 1:19-21. En 1:19 tenemos la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Este Espíritu es el mismo Dios que opera en nosotros. Además, magnificar a Cristo equivale a resplandecer como luminares sin murmurar ni argumentar, y vivir a Cristo es lo mismo que enarbolar la palabra de vida.

LLENOS DE LA PALABRA DE VIDA

  Todo lo anterior nos trae a un asunto crucial: si hemos de vivir a Cristo, primero debemos recibir la palabra de vida y permitir que ésta llegue a ser parte de nuestro ser. Desde el momento en que nacemos, la cultura empieza a ser forjada en nosotros. Es infundida en nosotros por nuestra familia y por la sociedad. Finalmente, ésta llega a formar parte de nuestra constitución. Así, automáticamente vivimos conforme a la cultura de la que estamos constituidos, y según aquello que ha sido infundido en nuestro ser. Los hijos viven conforme a lo que sus padres les han infundido. Sin embargo, ahora que somos salvos, ya no debemos vivir más por nuestra cultura. Por ejemplo, un creyente de China debería dejar de vivir la cultura, filosofía y ética chinas, y en lugar de ello debería vivir a Cristo. Pero, ¿cómo podemos vivir a Cristo? Si hemos de vivir a Cristo, debemos recibir la Palabra en nuestro ser y permitir que ésta nos sature. A medida que la Palabra nos satura, ésta comienza a reemplazar la cultura que nos fue infundida desde niños. De esta manera, cuanto más seamos infundidos con la Palabra, más seremos transformados. Nuestros pensamientos, nuestro amor, aspiraciones y conversaciones espontáneamente estarán llenas Cristo. Entonces, en lugar de vivir nuestra cultura, viviremos a Cristo. La única manera de vivir a Cristo es ser saturados de Su palabra de vida. La palabra de vida, infundida en nosotros, lavará los elementos de la cultura y llegará a ser el nuevo elemento que nos constituye. Entonces viviremos a Cristo.

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