Mensaje 49
Lectura bíblica: Fil. 2:5-16
En Filipenses 2:5-16, Pablo no sólo habla de la salvación constante y su fuente, sino que además nos muestra la rica provisión divina que corresponde a esta salvación. Si hemos de llevar a cabo nuestra salvación, requerimos de esta provisión.
Filipenses 2:5-11 es un relato de la encarnación, la muerte, la resurrección y la exaltación de Cristo. Sin embargo, en este pasaje no se menciona la redención; tal parece que Pablo tenía un propósito al no hablar de ella. En realidad, su propósito era presentar al Señor Jesús únicamente en Su encarnación, vivir humano, muerte, resurrección y exaltación, con el fin de proporcionarnos el modelo de nuestra salvación diaria.
Sólo Cristo podía efectuar la redención. Nosotros no tenemos parte en dicha obra. Sería una blasfemia afirmar que nosotros ayudamos a cumplir la redención. Así que, podemos disfrutar de la redención de Cristo, mas no participar en Su obra redentora.
No participamos en la obra redentora de Cristo, pero sí debemos ser partícipes con El en Su vivir humano, especialmente en Su actitud de despojarse y humillarse, sin estimar el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Aunque el Señor existía en forma de Dios y era igual a Dios, no estimó dicha condición de igualdad como cosa a que aferrarse. En otras palabras, El no insistió en conservar la forma de Dios, sino que estuvo dispuesto a despojarse a Sí mismo, poniendo a un lado Su forma de Dios y tomando la forma de un esclavo. Debemos ser compañeros de Cristo en Su actitud de despojarse a Sí mismo, lo cual significa dejar a un lado todo lo que poseemos sin aferrarnos a ello.
Una vez que Cristo se despojó a Sí mismo, haciéndose semejante a los hombres, y que fue hallado en Su porte exterior como hombre, El se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo tanto, Dios lo levantó de entre los muertos y le exaltó a lo sumo. Esto no solamente constituye el patrón o modelo sino también la norma de nuestra salvación constante. El modelo incluye las experiencias de Cristo, desde Su encarnación hasta Su crucifixión, y la norma de dicha salvación comprende Sus experiencias desde la resurrección hasta Su exaltación. Diariamente necesitamos disfrutar de una salvación que se ajuste a este modelo y esta norma.
Por ejemplo, si una esposa contraría a su esposo, y éste desea experimentar la salvación en medio de dicha situación, no debe insistirle a ella que se someta a su autoridad. El no debería adoptar la postura de un rey ni considerar a su esposa un súbdito suyo. Tampoco debería usar Efesios 5:22 para obligarla a someterse a él, ya que esto sería equivalente a aferrarse a su posición como cabeza. Hacer esto no corresponde con el principio establecido por el Señor, quien no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Aunque no es fácil dejar a un lado la posición de autoridad, esto es precisamente lo que el hermano debe hacer para experimentar la salvación constante. Por supuesto, él puede ser salvo por la operación interior de Dios. No obstante, Filipenses 2:5-8 precede a la operación de Dios que se menciona en el versículo 13. Sin lugar a dudas, Dios obrará en el hermano para salvarlo, pero él debe primero estar dispuesto a despojarse a sí mismo y dejar a un lado su posición, de acuerdo con el modelo presentado en 2:5-8. No obstante, puesto que en la mayoría de los casos los esposos suelen aferrarse a su posición de autoridad y no están dispuestos a transigir, esto puede dar pie a murmuraciones, argumentos y discusiones amargas. En lugar de esto, el hermano debería tener contacto con el Señor y decirle: “Señor, ya que Tú no te aferraste al hecho de ser igual a Dios, yo tampoco me aferraré a mi posición de autoridad ni a mi posición de esposo. Por Tu gran misericordia, hago a un lado tal posición”. Si tan sólo orara de esta manera, dicho hermano experimentaría la primera etapa de la salvación constante. Después de esto, él debe proseguir y experimentar el descanso que se obtiene al humillarse a sí mismo, aun hasta la muerte. Es decir, en vez de sentir resentimiento hacia su esposa por llevarlo a renunciar a su posición, él deberá humillarse delante de ella. Esta es la manera de aplicar el modelo de la salvación constante, que abarca desde la encarnación hasta la muerte de cruz. Si este hermano pasa por esta experiencia, Dios lo levantará y lo exaltará, permitiéndole que experimente la norma de la salvación. Como resultado de ello, puede ser que su esposa también se humille y se sienta mal por haberlo contrariado. Ella puede ver que su esposo, en lugar de reaccionar negativamente, prefirió despojarse a sí mismo y humillarse, y que ahora ha sido exaltado y entronizado en su experiencia de Cristo. De este modo, él experimentará el modelo y la norma de la salvación constante.
En Filipenses 2:5-16 vemos cómo llevar a cabo nuestra salvación, y cuál es la fuente y el poder que nos permite experimentar la salvación constante. Al considerar el modelo y la norma mencionados en estos versículos, vemos que necesitamos ser compañeros de Cristo en Su modelo y norma. Este es el primer aspecto de la rica provisión divina que nos lleva a disfrutar la salvación constante.
De joven me enseñaron que la humillación del Señor descrita en 2:5-11 consta de siete etapas: despojarse a Sí mismo, tomar forma de esclavo, hacerse semejante a los hombres, humillarse a Sí mismo, hacerse obediente, ser obediente hasta la muerte y ser obediente hasta la muerte de cruz. Me enseñaron también que, como cristianos, debemos seguir al Señor Jesús en estas etapas. No obstante, cuanto más me esforzaba por seguirle e imitarle, más quedaba expuesta mi naturaleza caída. Por experiencia, vi que la enseñanza tradicional de imitar a Cristo no servía de nada, ya que por naturaleza era incapaz de seguir al Señor de esta manera. El Señor Jesús era Dios encarnado, un Dios-hombre, es decir, un hombre con el elemento divino, y yo, un ser caído, sin el elemento humano apropiado, mucho menos el elemento divino. ¿Cómo podría yo seguir a este Dios-hombre? El Señor Jesús contaba con el elemento divino y el elemento humano apropiados; y aunque abandonó la forma de Dios, nunca dejó a un lado Su naturaleza divina. Esto significa que la realidad, la esencia y la sustancia de dicha naturaleza aún permanecían en El. En otras palabras, El era un hombre que estaba lleno del elemento divino, y como tal, podía pasar por las siete etapas de Su humillación. Yo, por mi parte, era incapaz de imitarle.
Gradualmente comprendí que si queremos seguir al Señor Jesús conforme a Filipenses 2, necesitamos al Dios que opera en nosotros. Por nosotros mismos, somos incapaces de seguir el modelo divino y vivir conforme a la norma de Dios. ¡Pero alabado sea el Señor por la operación de Dios en nosotros! El mismo Dios que se encarnó en la persona del Señor Jesús, ahora mora en nosotros. El es el Dios infinito, el Dios eterno, quien creó el universo por Su palabra. Este Dios eterno se encarnó para vivir en el Señor Jesús. El hizo de Jesús un modelo y lo elevó conforme a la norma divina. Hoy, este mismo Dios está operando en nosotros. Cuando comprendí esto por primera vez, me sentí inundado de gozo. Puesto que Dios está operando en mí, ahora soy un Dios-hombre. Todos los que creen verdaderamente en Cristo, tienen que ver que son Dios-hombres. Ya no debemos vivir conforme a nuestra naturaleza humana caída porque Dios ahora está operando en nuestro ser. ¡Aleluya, somos Dios-hombres, debido a que Dios mora en nosotros y está operando en nosotros! La operación interior de Dios es el segundo aspecto de la rica provisión divina de la salvación constante.
El tercer aspecto es que somos hijos de Dios (2:15). Por haber proclamado esta verdad, algunos nos han acusado falsamente de enseñar que el hombre puede evolucionar hasta convertirse en Dios. Ciertamente no enseñamos esto, pues la Biblia revela que, como hijos de Dios, hemos nacido de El. Esto es lo que testificamos. De la misma manera que un cachorro de perro posee la vida y la naturaleza de un perro, y un niño tiene la vida y naturaleza humana de sus padres, así mismo los hijos de Dios tenemos la vida y la naturaleza de Dios.
Si no fuéramos hijos de Dios, que poseen la vida y la naturaleza divinas, no entenderíamos la operación que Dios realiza en nuestro interior, ni podríamos cooperar con ella. Podemos comparar nuestra cooperación con Dios con una “carrera de tres piernas” [en la que cada corredor tiene una de sus piernas atada a la de otro corredor]. Si atáramos la pierna de un ser humano a la pata de un animal, le resultaría imposible correr, debido a que el animal no tiene la vida y naturaleza adecuadas para cooperar con él. Hablando de manera figurativa, nosotros sí podemos correr una carrera de tres piernas con Dios como nuestro compañero, porque tenemos Su misma vida y naturaleza. Pablo declara: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El (1 Co. 6:17). Nuestro Dios se encarnó, vivió en la tierra para establecer el modelo de nuestra salvación, fue crucificado, y después fue resucitado y exaltado conforme a Su norma divina, para finalmente llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como tal, El entró en nosotros y ahora mora en nuestro ser como el Dios procesado que lo es todo. La operación que El realiza en nosotros se basa en el hecho de habernos regenerado y haber depositado en nosotros Su vida y naturaleza divina. ¡Esta es la más grande maravilla del universo! Después de haber establecido el modelo y la norma, Dios impartió Su vida y naturaleza en nuestro ser. Ahora, El está motivándonos, operando en nosotros, e infundiéndonos Su vigor, conforme al modelo y la norma. Por eso, cuando invocamos al Señor o cuando oramos al Padre, experimentamos Su operación interior.
Ya vimos que el primer aspecto del suministro divino que nos lleva a disfrutar la salvación constante, es el modelo y la norma. El segundo aspecto es la obra interior del Dios que se encarnó, murió en la cruz, y fue resucitado y exaltado. Este Dios ha entrado en nosotros para expresar tal modelo en nuestro ser. Primero, El nos regeneró, impartiendo en nosotros Su vida y Su naturaleza divinas, a fin de hacernos Dios-hombres, hijos de Dios. Ahora, El mora en nosotros para operar continuamente en nuestro interior. Puesto que tenemos al Dios que mora y opera en nosotros, Hebreos 8:11 declara: “Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”. Debido a que Dios opera en nosotros, sabemos lo que El desea hacer y lo que nosotros debemos hacer. Por ejemplo, cuando un esposo es contrariado por su esposa, él no necesita que un pastor le diga lo que tiene que hacer; en lugar de ello, la operación de Dios en él le indicará que debe hacer a un lado su posición de autoridad y, conforme al modelo establecido por el Señor Jesús, estar dispuesto a servirle como esclavo.
En el versículo 15 Pablo declara que nosotros los creyentes resplandecemos como luminares en el mundo. La palabra griega traducida “luminares” se refiere a cuerpos celestes que reflejan la luz del sol. Somos hijos de Dios que poseen la vida y la naturaleza divinas; como tales, nuestra función primordial es resplandecer. Hemos llegado a ser luminares que reflejan a Cristo, el verdadero sol, debido a que poseemos la vida y la naturaleza divinas. Por consiguiente, cuando cooperamos con la operación interior de Dios, conforme a la vida y la naturaleza divinas, resplandecemos con la luz de Cristo. Este es el cuarto aspecto de la rica provisión divina para nuestra salvación constante.
El quinto aspecto se encuentra en la expresión “enarbolando la palabra de vida” (v. 16). En 1:19 tenemos la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, y en 2:16, la palabra de vida. Entre estos dos se encuentran el modelo y la norma de nuestra salvación, el Dios que opera en nosotros, la vida y la naturaleza divinas, y la función de reflejar la luz de Cristo. ¡Qué suministro tan rico! Con un suministro tan rico, podemos ser salvos constantemente.
Damos gracias al Señor por estos dos grandes dones: el Espíritu y la Palabra. Todos los hijos de Dios deben aprender a acudir a la Palabra de Dios por medio de la vida y la naturaleza divinas, y esto sólo se logra cuando ejercitamos nuestro espíritu para tocar al Dios que mora en nuestro ser. Tener un contacto así es muy diferente de simplemente leer la Biblia con nuestro entendimiento. Algunos cristianos analizan la Biblia, otros recalcan la importancia de memorizar versículos, y aun otros, especialmente los que han sido adiestrados en los seminarios, enseñan la Palabra de manera doctrinal. Si acudimos a la Biblia desde estas diferentes perspectivas, no tocaremos la palabra de vida, sino que ésta será para nosotros un simple libro de conocimientos, doctrinas, enseñanzas y teología. Puesto que fuimos regenerados por el Espíritu, poseemos la vida y la naturaleza divinas, e incluso la propia persona divina, es decir, a Dios mismo, quien mora en nuestro espíritu. Ahora, cada vez que vayamos a la Palabra, debemos ejercitar nuestro espíritu. Al hacer esto, cada línea, cada frase y cada palabra de la Biblia llegará a ser vida para nosotros.
Debido a que todo lo relacionado con Dios es viviente, Sus palabras también deben serlo, es decir, deben ser palabras de vida. Por tanto, si acudimos a la Biblia con un espíritu viviente, espontáneamente disfrutaremos la palabra de vida y seremos abastecidos, fortalecidos, vivificados, iluminados, refrescados, nutridos y lavados.
Luego, a medida que experimentamos la palabra de vida, podremos enarbolarla, es decir, presentarla, ofrecerla y aplicarla a los demás. Esto es lo que significa hablar la palabra de vida a quienes nos rodean. Así, en vez de sentirnos intimidados por los que se oponen, podremos hablarles la palabra de vida en amor. Hablar es el medio por el cual presentamos la palabra de vida a los demás. Nosotros debemos ser un pueblo que habla; debemos aprovechar cada oportunidad para hablar del Señor. Predicar no es una profesión, sino un modo de vivir. Por tanto, debemos entrar en la palabra de vida de una manera tan viviente, que vivamos por esta palabra y la hablemos. Si enarbolamos la palabra de vida de esta manera, disfrutaremos de una salvación constante.
En este mensaje abarcamos cinco aspectos de la rica provisión divina que nos lleva a experimentar la salvación constante: el modelo y su norma, la operación interior de Dios, los hijos de Dios, los luminares y la palabra de vida. Si disfrutamos cada uno de estos aspectos, experimentaremos la salvación constante. Aquel que estableció el modelo y que es en Sí mismo el modelo, ahora está operando en nuestro interior, debido a que mora en nosotros. Además, mediante la regeneración, llegamos a ser hijos de Dios que poseen la vida y la naturaleza divinas, y por ende, somos luminares cuya función consiste en reflejar a Cristo. Finalmente, puesto que tenemos la palabra de vida, podemos sumergirnos en ella, disfrutar de sus riquezas y declararla a todos los que nos rodean. De esta manera, las cosas negativas serán vencidas y disfrutaremos la victoria de la salvación constante.