Mensaje 52
Lectura bíblica: Fil. 3:10-16; Ro. 1:4; 8:11
Las cuatro epístolas que constituyen el corazón de la revelación divina, a saber, Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses, son una mina inagotable. Cuanto más excavamos, más descubrimos que las riquezas que contienen son inagotables. Por ejemplo, en solo un versículo como Filipenses 3:10, apreciamos por lo menos “cuatro diamantes”. Pablo empieza este versículo, diciendo: “A fin de conocerle”. El sufijo “-le” se refiere a Cristo, quien lo es todo. En segundo lugar, este versículo habla del poder de la resurrección de Cristo; luego menciona la comunión en Sus padecimientos; y finalmente, habla de ser configurados a Su muerte. ¡Cuántas riquezas se hallan en este versículo!
En el versículo 11 Pablo añade: “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Aquí tenemos otro “diamante”, la superresurrección de entre los muertos, que es la resurrección sobresaliente.
En Filipenses 3:7-16 Pablo usa por lo menos tres términos diferentes que en griego comunican la noción de ganancia. En el versículo 8, él declara que lo había perdido todo y que estimaba todas las cosas como basura para “ganar a Cristo”. Aquí, la palabra griega traducida “ganar” significa afianzar, obtener o asir. En el versículo 12 Pablo usa otros dos términos, los cuales también significan obtener y asir. Por consiguiente, él habla de ganar, alcanzar y asir a Cristo. Asir significa echar mano o tomar posesión. Pablo deseaba no sólo ganar a Cristo, sino también alcanzarlo y asirlo.
Conforme al versículo 12, Pablo anhelaba asir aquello para lo cual había sido también asido por Cristo Jesús. En su experiencia camino a Damasco, Pablo preguntó a Aquel que se le apareció: “¿Quién eres, Señor?” (Hch. 9:5). En el mismo momento en que el Señor le contestó: “Yo Soy Jesús”, El asió a Pablo. Por tanto, en la epístola de Filipenses Pablo podía declarar que él buscaba asir aquello para lo cual había sido asido por Cristo.
Cuando fuimos salvos, Cristo nos asió. Quizás al principio no nos dimos cuenta de este hecho, pero todos los que han tratado de escapar del Señor pueden testificar que es imposible hacerlo. Cristo ciertamente nos ha asido, para que ahora nosotros lo ganemos, lo obtengamos y podamos también asirlo.
El hecho de que Pablo usara tres palabras griegas distintas para comunicar la noción de ganancia, da a entender que el Señor desea que lo ganemos, que lo obtengamos y que logremos asirlo. Algunos lectores pueden pensar que estas expresiones no son más que una simple repetición. No obstante, dichas palabras denotan tres etapas progresivas que nos permiten obtener a Cristo. En el versículo 8 Pablo declara: “Lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Esto marca el comienzo. Luego, en el versículo 10, él añade: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. Aquí vemos la segunda etapa; este versículo en realidad nos muestra cómo ganar a Cristo. Finalmente, en la tercera etapa logramos asir a Cristo (v. 12), lo cual concluye el proceso para ganarlo.
Todos hemos experimentado la primera etapa, ya que todos ganamos a Cristo en el momento en que creímos en El y lo recibimos. Ese fue el inicio del proceso; ahora debemos ganarlo continuamente, lo cual equivale a obtenerlo. Finalmente, tal proceso culmina cuando logramos asirlo a El.
El versículo 12 muestra que Pablo no consideraba haberlo ya alcanzado. Era como si dijera: “Aún no lo he alcanzado, pero estoy en camino, estoy en el proceso de obtener a Cristo hasta lograr asirlo”.
En los versículos 8, 10 y 12, tenemos la etapa inicial del proceso para ganar a Cristo, así como la continuación de dicho proceso, y finalmente su culminación, que consiste en asirlo a El. En este mensaje no tengo la carga de hablar de la etapa inicial ni de la culminación de dicho proceso, sino más bien, de la continuación de tal proceso, que tiene lugar entre la etapa inicial del proceso para ganar a Cristo y la etapa final, en la cual lo asimos.
El proceso para obtener a Cristo, según se revela en el versículo 10, consiste en conocerlo a El, experimentando el poder de Su resurrección. No obstante, si queremos conocer el poder de Su resurrección de manera práctica, debemos participar en Sus sufrimientos y conocer la comunión en Sus padecimientos.
En un sentido real, los padecimientos de Cristo aún no han terminado. Al oír esto, tal vez algunos argumenten: “Cristo murió, fue sepultado y resucitó una vez y para siempre, y ahora se encuentra en el trono. ¿Cómo puede usted afirmar que Sus padecimientos aún no han terminado?” Examinemos las palabras de Pablo en Colosenses 1:24: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia”. Ciertamente Cristo está en el trono, pero Sus padecimientos aún no se han cumplido. Con respecto a Cristo como Cabeza, Sus padecimientos están completos; sin embargo, Sus padecimientos por el Cuerpo aún no han terminado. Por esta razón se les llama “Sus padecimientos”. Además, en Colosenses 1:24 vemos que Pablo consideraba que sus propios padecimientos completaban los padecimientos de Cristo por Su Cuerpo. Es por eso que él indica en Filipenses 3:10 que debemos participar en los padecimientos de Cristo. Los padecimientos de Cristo por Su Cuerpo aún continúan, y debemos participar en ellos. Cristo sufrió mientras estuvo en la tierra; pero ahora nosotros, quienes que le seguimos, participamos en los padecimientos de El por Su Cuerpo. Si hemos de conocer a Cristo al experimentar el poder de Su resurrección, ciertamente debemos participar en Sus padecimientos. El proceso para obtener a Cristo se relaciona con Su resurrección, Sus padecimientos y con Su muerte. Si deseamos conocerlo, debemos compartir Sus padecimientos y ser configurados a Su muerte a fin de experimentar el poder de Su resurrección.
El versículo 10 empieza con la expresión “a fin de conocerle”, la cual está relacionada con el predicado compuesto de los versículos 8 y 9, “para ganar a Cristo, y ser hallado en El”. Primero, debemos perderlo todo y tenerlo por basura para ganar a Cristo. Ganar a Cristo de esta manera no consiste simplemente en creer en El o en recibirlo; más bien, significa estimar todas las cosas como pérdida, perderlo todo y tenerlo por basura. Pablo perdió todas las cosas y las tenía por basura. El estaba libre de todo enredo terrenal; había renunciado a todo para ganar a Cristo, había abandonado la religión y la cultura, estimándolas como basura, desperdicios, comida de perros. Esta actitud despejó el camino para que Pablo ganara a Cristo y fuera hallado en El, a fin de conocerle.
La expresión “a fin de conocerle” es una traducción literal del griego. Conforme al original griego, Pablo declaró que él quería ganar a Cristo y ser hallado en El a fin de conocerlo. Al igual que Pablo, nosotros también necesitamos ser liberados de todo enredo terrenal y estimar todas las cosas como basura. Entonces podremos declarar: “Señor Jesús, Tú eres lo único que me interesa. Deseo ganarte, ser hallado en Ti y conocerte”.
Ya mencionamos que “alcanzar” en el versículo 12 es la continuación de la experiencia de “ganar a Cristo”, mencionada en el versículo 8. Pablo deseaba ganar a Cristo a fin de conocerlo y obtenerlo y, por esa razón, procuraba conocerlo a El, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos.
La expresión “a fin de conocerle” se refiere a conocer a Cristo de una manera general, pero conocer el poder de Su resurrección, la comunión en Sus padecimientos y ser configurados a Su muerte, son aspectos específicos en que conocemos a Cristo. En realidad, conocer a Cristo significa conocer el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Algunos cristianos aseguran haber conocido a Cristo durante muchos años, pero aún no han experimentado el poder de Su resurrección; saben que Cristo es poderoso y que El manifestó Su poder levantando a Lázaro de entre los muertos. No obstante, la resurrección de Lázaro es muy distinta al poder de la resurrección de Cristo, pues, finalmente, Lázaro murió y tuvieron que volverlo a sepultar, pero en el caso concreto de Cristo, la resurrección lo elevó al trono. Cuando Pablo hablaba del poder de la resurrección de Cristo, no tenía en mente el poder que fue manifestado en la resurrección de Lázaro, sino el de una resurrección que puede ser llamada: la resurrección de Cristo. El quería conocer el poder de Su resurrección.
En el versículo 10 Pablo menciona la comunión en los padecimientos de Cristo. Es posible sufrir sin participar en los padecimientos de Cristo. Por ejemplo, alguien puede perder su empleo por descuido o negligencia, y sufrir por ello; sin embargo, dichos sufrimientos no tienen nada que ver con los padecimientos de Cristo.
También hay diferencia entre los sufrimientos que operan para nuestra transformación, y aquellos que experimentamos por causa del Cuerpo de Cristo. En 3:10 Pablo no se refiere a los sufrimientos que obran para nuestra transformación. Si comparamos Filipenses 3:10 con Colosenses 1:24, veremos que en realidad aquí Pablo está hablando de los sufrimientos que completan las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo. Es cuando sufrimos por causa del Cuerpo que experimentamos realmente el poder de la resurrección de Cristo. No cabe duda de que los sufrimientos son necesarios para nuestra transformación. Pero no debemos confundir tal clase de sufrimientos con los padecimientos de Cristo, ya que El no sufrió en ese sentido.
Muchos cristianos no entienden debidamente los sufrimientos que operan para nuestra transformación, y mucho menos comprenden los sufrimientos que contribuyen a la edificación del Cuerpo. Algunos maestros de la Biblia sólo presentan el sufrimiento como un tipo de disciplina o castigo, advirtiéndonos que si no obedecemos al Señor y andamos conforme a Su Palabra seremos disciplinados por El. Otros usan Hebreos 12 para demostrar que los sufrimientos nos pueden hacer santos (v. 10). Sin embargo, por lo general no explican lo que significa ser santo.
En Romanos, Pablo no presenta el sufrimiento como disciplina. Por el contrario, él lo relaciona con la transformación y la conformación. Romanos 8:28 dice que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos que le aman. Algunos maestros de la Biblia mencionan este versículo sin relacionarlo con el versículo siguiente, que dice que la intención de Dios es conformarnos a la imagen de Su Hijo. Dicha conformación es el resultado de la transformación. Por consiguiente, vemos que todas las cosas cooperan para nuestro bien, para que seamos transformados y conformados a la imagen del Hijo de Dios. No hay duda de que este proceso conlleva sufrimientos, los cuales nos ayudan a ser hijos maduros. Mientras pasamos por esta clase de sufrimientos, podemos experimentar el poder de la resurrección de Cristo, aunque no en la misma medida que cuando sufrimos por causa del Cuerpo.
Así como existe más de una clase de sufrimientos, también hay más de una clase de resurrección. Todos los que hayan muerto, ciertamente resucitarán; algunos para “resurrección de vida”, y otros, para “resurrección de juicio” (Jn. 5:29). En este mensaje nos referimos a la resurrección de Cristo y al poder de dicha resurrección. Son pocos los cristianos que conocen el poder de esta resurrección.
Existe una estrecha relación entre conocer el poder de la resurrección de Cristo y conocer la comunión en Sus padecimientos. Pablo experimentó el poder de la resurrección de Cristo de esta manera. Cuando sufrimos por causa del Cuerpo y el nombre de Cristo, experimentamos el poder de Su resurrección. Puedo testificar que cuando tengo el denuedo para luchar por los intereses del Señor, experimento la unción y soy revestido de poder. Sin embargo, si usted siente vergüenza de declarar que es cristiano, y aun más, un cristiano que practica la vida de iglesia, carecerá de este poder. No obstante, si testifica que es un creyente y que está firme en la base de unidad de la iglesia, ciertamente será fortalecido.
A medida que participamos de los padecimientos de Cristo por Su Cuerpo, vamos siendo configurados a Su muerte. Mientras el Señor Jesús vivió en la tierra, estaba muerto a todo lo que no era Dios, incluyendo a Su familia y parientes. La vida que El llevó fue una vida crucificada, en la que continuamente hacía morir Su vida natural. Debido a esto, estaba vivo para Dios y lo vivía a El.
Cuando estemos dispuestos a sufrir por Cristo y por Su Cuerpo, también estaremos muertos a todo lo demás y lo viviremos exclusivamente a El. Entonces seremos verdaderamente configurados a Su muerte, puesto que participaremos de Su muerte, y diariamente experimentaremos el poder de Su resurrección. Esta es la manera de conocer a Cristo en nuestra experiencia. A medida que le conocemos, experimentándole en el poder de Su resurrección, lo ganamos a El.
La realidad del poder de la resurrección de Cristo es el Espíritu. Este hecho lo confirma Romanos 1:4 donde leemos que Cristo fue “designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. Además, Romanos 8:11 declara: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Ambos versículos indican que el Espíritu es la realidad del poder de la resurrección de Cristo. En realidad, Cristo mismo es el poder de Su resurrección, y el Espíritu es Cristo en resurrección. Necesitamos experimentar tal poder para obtener a Cristo.
Existe una diferencia entre el poder de la resurrección de Cristo y Su poder exhibido en la creación. Ciertamente la creación testifica que Dios es poderoso: “Porque las cosas invisibles de El, Su eterno poder y características divinas, se han visto con toda claridad desde la creación del mundo” (Ro. 1:20). No obstante, lo que necesitamos experimentar por causa del Cuerpo no es el poder creador de Dios, sino el poder de la resurrección de Cristo. El poder de la resurrección no es un poder físico y externo, sino un poder interno e intrínseco, es decir, un poder vital. Para obtener a Cristo, debemos experimentar este poder. Cuanto más experimentemos el poder de la resurrección de Cristo, más lo obtendremos a El. Por consiguiente, obtenemos a Cristo cuando experimentamos el poder de Su resurrección.
A fin de exhibir el poder intrínseco de Su resurrección, Cristo primero se hizo hombre. Luego, murió y visitó el Hades, la esfera de la muerte. Después, mediante Su resurrección, se manifestó el poder intrínseco de vida que se hallaba en El. Los ángeles no pueden experimentar este poder, pero nosotros, seres humanos de carne y sangre, sí lo podemos experimentar, siempre y cuando participemos en los padecimientos de Cristo y seamos configurados a Su muerte.
En la actualidad, muchos cristianos prestan mucha atención el poder creador de Cristo, pero no al poder de Su resurrección. Es por eso que cuando hablan del poder de Cristo, tienen en mente Su poder creador, y no el poder de Su resurrección. Cristo, quien pasó por la muerte para no morir jamás, ha manifestado mediante Su resurrección el poder intrínseco de la vida divina. Este es el poder de Su resurrección. Cuando experimentemos el poder de la resurrección de Cristo, le obtendremos a El en realidad.