Mensaje 53
Lectura bíblica: Fil. 3:10-14
En Filipenses 3:10-14 Pablo hace hincapié en la superresurrección. El versículo 11 dice: “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Pablo anhelaba llegar a esta superresurrección. En el versículo 12, él añade: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya sido perfeccionado; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Aquí Pablo reconoce que aún no había llegado a la superresurrección, pero proseguía para lograr asirla. Cristo había asido a Pablo a fin de que éste llegara a la superresurrección; ahora, el deseo de Pablo era asir la superresurrección. Por consiguiente, como vemos en los versículos 11 y 12, la superresurrección era la meta de Pablo, el objeto de su búsqueda.
En los versículos 13 y 14, Pablo añade: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. Aquí vemos que Pablo no consideraba haber ya asido la superresurrección. Sin embargo, proseguía hacia esta meta, para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús.
Existe una diferencia entre la meta y el premio. Pablo proseguía a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto. Cada llamamiento tiene un propósito y una meta. ¿Cuál es el propósito y la meta del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús? La frase “llamamiento a lo alto” no implica que el llamamiento sea alto; más bien, denota que este llamamiento viene de arriba, es decir, de los cielos. Literalmente podría traducirse: “el llamamiento de arriba”. En Hebreos 3:1 Pablo usa la expresión “llamamiento celestial”. La superresurrección es tanto el propósito como la meta del llamamiento celestial de Dios. Por tanto, si prestamos la debida atención a 3:10-14, nos daremos cuenta de que el anhelo de Pablo era llegar a la superresurrección.
La Biblia menciona la palabra “superresurrección” únicamente en 3:11. Según mi entendimiento, la mayoría de las versiones de la Biblia pasan por alto el prefijo griego ek, que significa “fuera”. Pero Pablo añade este prefijo a la palabra griega que comúnmente se traduce como resurrección. ¿Con qué propósito lo hizo? Conforme a su visión y experiencia, Pablo comprendió que la intención de Dios en el universo se relaciona con algo nuevo, con algo que está en resurrección; no con la resurrección en un sentido común, sino en un sentido muy particular.
Lo que comúnmente entendemos por resurrección es que alguien muere y vuelve a la vida. Tenemos como ejemplo el caso de Lázaro. El murió, fue sepultado e incluso su cuerpo comenzó a heder. Luego, el Señor Jesús vino y exclamó: “¡Lázaro, ven fuera!” y Lázaro salió de la tumba (Jn. 11:43-44). ¿Es la resurrección de Lázaro un ejemplo de la superresurrección? ¡No! A pesar de que Lázaro fue levantado de los muertos y volvió a vivir, no se forjó en él ningún elemento de la nueva creación; en realidad, él siguió siendo un hombre de la vieja creación. Cuando mucho, lo que Lázaro experimentó, al volver de la muerte a la vida natural, fue una restauración; él no fue regenerado ni obtuvo una nueva constitución. ¿Había escuchado antes un mensaje acerca de que la resurrección de Lázaro se efectuó en la esfera de la vieja creación, y que cuando éste resucitó no entró en la nueva creación? Esto se comprueba por el hecho de que más tarde Lázaro volvió a morir, y que su cuerpo, anteriormente resucitado, fue puesto nuevamente en una tumba.
La superresurrección mencionada en 3:11 es muy diferente de la resurrección de Lázaro. ¿Esperaba Pablo regresar a la tumba una vez que obtuviese la superresurrección? ¡Claro que no! Por consiguiente, la resurrección a la que Pablo se refirió en Filipenses 3 no tiene nada que ver con la vieja creación; antes bien, se halla en la esfera de la nueva creación. A lo que Pablo llamó superresurrección era una resurrección que estaba completamente en la nueva creación, fuera de la vieja creación.
Gramaticalmente hablando, la superresurrección del versículo 11 constituye la meta de lo que Pablo anhelaba en el versículo 10. En estos versículos Pablo declara: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte, si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. En el versículo 10 vemos que el anhelo de Pablo era conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, configurándose a Su muerte. El deseaba conocer, experimentar y disfrutar a Cristo. Pero la meta de Pablo se describe en el versículo 11: llegar a la superresurrección. De hecho, ésta es la meta no solamente de lo que él expresó en el versículo 10, sino también de lo que dijo en los versículos 8 y 9. Pablo estimaba todas las cosas como pérdida a fin de ganar a Cristo (v. 8) y ser hallado en El (v. 9), y buscaba conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, configurándose a Su muerte, con el propósito de obtener la superresurrección. La gramática respalda esta interpretación de los versículos 8-11. Por consiguiente, vemos que la meta de Pablo era llegar a la superresurrección.
En este mensaje veremos la manera de llegar a la meta de la superresurrección. Para ello, debemos conocer a Cristo en el poder de Su resurrección, en la comunión en Sus padecimientos, siendo configurados a Su muerte.
En la encarnación, el Señor Jesús se vistió de la naturaleza humana, es decir, tuvo un cuerpo de carne y sangre. ¿Pertenecía este cuerpo a la vieja creación o a la nueva? La sangre y la carne pertenecen a la vieja creación. En 1 Corintios 15:50 leemos que “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”, lo cual también incluye la carne y sangre del Señor Jesús. Bajo este mismo principio, podemos afirmar que nada que pertenezca la vieja creación puede formar parte del reino de Dios. Por lo tanto, el cuerpo que tomó el Señor Jesús ciertamente pertenecía a la vieja creación.
Durante los años que el Señor Jesús vivió en la tierra, El llevó una vida humana. ¿Era Su vivir humano parte de la vieja creación o de la nueva? Aunque el Señor Jesús tenía un cuerpo de carne y sangre que pertenecía a la vieja creación, y aunque vivía en dicha esfera, la vida que El llevó no pertenecía a la vieja creación; por el contrario, pertenecía absolutamente a la nueva creación. Pero ¿cómo podía El, teniendo un cuerpo que pertenecía a la vieja creación y estando en dicha esfera, llevar una vida que correspondía a la nueva creación? El logró esto muriendo continuamente a Su cuerpo y a Su entorno, los cuales pertenecían a la vieja creación, y, por otra parte, viviendo para Dios. De esta manera, El llevó una vida que correspondía totalmente a la nueva creación.
No debemos pensar que el Señor Jesús solamente murió cuando fue crucificado. No, pues desde Su nacimiento El empezó a morir, a llevar una vida crucificada. El Señor ciertamente tuvo una vida humana, pero ésta fue una vida crucificada. De modo que mientras vivía, El moría a la vieja creación.
Vemos un ejemplo de esto en el incidente que ocurrió cuando El tenía doce años. Cuando Sus padres finalmente lo hallaron después de varios días, Su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, Tu padre y yo te hemos buscado con angustia” (Lc. 2:48). A esto, el Señor Jesús respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los asuntos de Mi Padre me es necesario estar? (v. 49). Aquí vemos que aun a la edad de doce años, el Señor llevaba una vida crucificada. A pesar de haber recibido la vida de la vieja creación, de parte de María, Su madre, en vez de vivir conforme a dicha vida, El moría constantemente a ella y vivía conforme a otra vida, a saber, la vida de Su Padre.
Este hecho nos lo explica Juan 6:57, donde el Señor Jesús declara: “Me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre”. Por supuesto, el Señor Jesús vivía, pero no por Sí mismo; El vivía por causa del Padre. El Padre vivía en El y El vivía para el Padre; esto demuestra que El no vivía por la vida que había recibido de Su madre, la cual tenía que ver con la vieja creación. Aunque ciertamente tenía un cuerpo que pertenecía a la vieja creación y que se encontraba en dicha esfera, El no llevaba una vida conforme a la vieja creación; más bien, llevaba una vida divina y eterna, que era la propia vida de Dios expresada a través de la vieja creación. Dicho vivir constituye el elemento de la nueva creación.
Pablo habla en dos ocasiones de la nueva creación. En Gálatas 6:15, él declara: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Y en 2 de Corintios 5:17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es”. ¿Cuál fue el inicio de la nueva creación? La vieja creación comenzó en Génesis 1:1, donde leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Pero la nueva creación comenzó cuando el Señor Jesús empezó a vivir otra clase de vida, una vida crucificada. El vivió la vida de la nueva creación en un cuerpo y en un entorno que pertenecían a la vieja creación. Al vivir de esta manera, El moría continuamente a todo lo que tenía que ver con la vieja creación.
Un día, bajo la instigación de Satanás y sus secuaces, el cuerpo del Señor Jesús fue llevado a la muerte de una manera real y absoluta. Entonces, Su cuerpo, que pertenecía a la vieja creación, fue puesto en una tumba, y tres días después, fue resucitado. No obstante, debemos entender que existe una gran diferencia entre el cuerpo resucitado de Lázaro y el cuerpo resucitado de Jesucristo. El cuerpo resucitado de Lázaro no sufrió ningún cambio, pues aún pertenecía a la vieja creación. Pero el cuerpo resucitado de Jesucristo cambió tanto en naturaleza como en forma. Por pertenecer a la vieja creación, el cuerpo del Señor era un cuerpo de carne y sangre, pero después, por haber entrado en la nueva creación, llegó a ser un cuerpo espiritual.
Este Cristo encarnado, crucificado y resucitado llegó a ser una semilla y, como tal, se sembró en nosotros. El Cristo que hemos recibido no es un Cristo natural, sino un Cristo resucitado y transformado. Pedro conoció a Cristo en la carne, cuando Cristo aún se encontraba en el cuerpo de la vieja creación. Sin embargo, el Cristo que nosotros experimentamos hoy en día es un Cristo que está completamente en la esfera de la nueva creación. ¿Sigue usted envidiando a los discípulos que conocieron al Señor Jesús en la carne? ¿Sigue deseando recostarse sobre Su pecho, como lo hizo Juan? Quizás en lo profundo de nuestro ser, sin estar conscientes de ello, aún añoramos haber vivido en la época de Pedro, Juan y Jacobo, para haber estado con el Señor en la carne. No obstante, es mucho mejor conocer a Cristo en el poder, esfera y elemento de Su resurrección, y en la comunión en Sus padecimientos.
Tal vez aborrezcamos la vieja creación y queramos ser liberados de ella. Pero cuanto más la odiemos, ésta se adherirá más a nosotros. Sólo estando en el Cuerpo podremos ser liberados de la vieja creación. Cuando lo único que nos ocupa es el Cuerpo, podemos liberarnos de nuestra tendencia de preocuparnos tanto por nosotros mismos. El Cuerpo ocupaba tanto la atención de Pablo, que él no tenía tiempo para pensar en lo suyo. Era debido a su preocupación por el Cuerpo que él participaba de la comunión en los padecimientos de Cristo. De esta manera, él era configurado a la muerte de Cristo.
El versículo 10 contiene cuatro asuntos importantes: conocer a Cristo, el poder de Su resurrección, la comunión en Sus padecimientos y ser configurados a Su muerte. De hecho, ser configurados a la muerte de Cristo tiene que ver con conocer el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. La palabra “configurándome” define la manera en la que podemos conocer el poder de la resurrección de Cristo y la comunión en Sus padecimientos.
Ya dijimos que la muerte de Cristo se produjo a lo largo de Su vida en la tierra. Mientras El vivía, a la vez estaba muriendo a la vieja creación para llevar una vida en la nueva creación. Este es el significado de “Su muerte” en el versículo 10. Debemos ser configurados a la muerte de Cristo tanto en la vida de iglesia como en nuestra vida familiar, muriendo a la vieja creación para vivir en la nueva creación.
En 3:10 Pablo usa la palabra configurar, lo cual implica que la muerte de Cristo es un molde. Comúnmente las hermanas usan moldes para preparar pasteles. Cuando la masa se pone en el molde, toma la forma del mismo. El día que empezamos a vivir la vida cristiana, nosotros, quienes formamos parte de la masa, fuimos puestos en el molde de la muerte de Cristo. Así, cada vez que sufrimos por el Cuerpo, somos moldeados conforme a la muerte de Cristo. Este es el significado de ser configurados a Su muerte.
Cuando somos configurados a la muerte de Cristo, experimentamos el poder de Su resurrección y entramos en la comunión de Sus padecimientos. Es así como llegamos a la meta de la superresurrección. En ese momento, habremos salido completamente de la vieja creación, y habremos entrado plenamente en la esfera de la nueva creación.
Cuando un hermano llega a la superresurrección en su experiencia, incluso el amor hacia su esposa se halla en la nueva creación. Dicho amor ya no es natural, ni está en la vieja creación. Es posible que un hermano ame mucho a su esposa, pero que su amor no tenga nada que ver con la superresurrección. Del mismo modo, es probable que una hermana sea sumisa conforme a su propia ética y trasfondo cultural, pero que su sumisión esté sumergida en la esfera natural, en la vieja creación, y no en la nueva creación. Supongamos que ella misma se impone, aun con lágrimas, someterse a su esposo. Dicha sumisión pertenecerá a la vieja creación. Dios no quiere un amor ni una sumisión naturales, ya que no se hallan en la esfera de la superresurrección. Antes bien, El desea que llevemos la vida que se describe en Filipenses 3. Para ello, necesitamos ganar a Cristo y ser hallados en El, a fin de conocer el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, configurándonos a Su muerte, con el fin de llegar a la superresurrección.
Cuando Pablo escribió la epístola de Filipenses, él no consideraba haber alcanzado aún la superresurrección. Por eso dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya sido perfeccionado; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Pablo tenía una sola preocupación: olvidar lo que queda atrás, y extenderse a lo que está delante, proseguir a la meta y alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús. Todo lo que queda atrás se encuentra en la vieja creación, pero lo que está delante pertenece a la nueva. Dios nos rescató de la vieja creación y nos puso en una carrera que tiene una meta y un premio que alcanzar. Por tanto, debemos correr esta carrera a fin de llegar a la superresurrección de entre los muertos y a todos los demás asuntos que forman parte de la nueva creación.