Mensaje 60
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Lectura bíblica: Fil. 4:4-7, 4:10-13; 1:18-21
Hemos dicho en repetidas ocasiones que el tema del libro de Filipenses es experimentar a Cristo. También hemos visto que si hemos de experimentarlo, debemos vivirlo y magnificarlo (1:20-21), tomarlo como nuestro modelo y seguir en pos de El como nuestra meta. En nuestra vida cristiana debemos tener un solo pensamiento: seguir en pos de Cristo a fin de obtenerle. Después de mencionar tales aspectos relacionados con nuestra experiencia de Cristo, Pablo súbitamente, en el capítulo cuatro, empieza a hablar de ser comprensivos y de no estar afanosos. Por el lado positivo, debemos ser comprensivos, y por el lado negativo, no debemos tener ningún afán.
¿Por qué Pablo, al final de una epístola tan profunda que trata sobre la experiencia que tenemos de Cristo, nos exhorta a ser comprensivos y a no estar ansiosos? Aparentemente esto no tiene ninguna relación con los asuntos que él trató en los primeros tres capítulos. Hace años, pensaba que no valía la pena que Pablo hubiera hablado de la ansiedad, y consideraba que él debía haber hablado de asuntos más elevados, aunque confieso que no sabía exactamente cuáles debían ser tales asuntos.
En Efesios 1:3 y 2:6, Pablo habla de los lugares celestiales. En su vida diaria ¿está usted en los lugares celestiales o bajo la ansiedad? Por lo general pasamos más tiempo ansiosos que en los lugares celestiales. Después de la caída del hombre, la vida humana llegó a ser una mezcla de afanes y preocupaciones. Si leemos detenidamente Génesis 3, descubriremos que la ansiedad es provocada por las circunstancias que Dios nos asigna. Por ejemplo, nos afanamos por nuestros hijos. A partir del momento en que nacen, comenzamos a preocuparnos por ellos. Los que todavía no son padres, sueñan con tener un hijo algún día, sin siquiera imaginar las preocupaciones y afanes que implica traer hijos al mundo y criarlos. Todo lo que afecta la vida de nuestros hijos nos es causa de ansiedad. Nos preocupa su respiración, su alimentación y su ropa. La mayoría de los padres pueden testificar que, debido a sus hijos, son más numerosos los días de ansiedad que de felicidad.
El capítulo tres de Génesis muestra que uno de los principales afanes del hombre caído consiste en cómo ganarse la vida. En Génesis 3:17 Jehová dijo al hombre: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. Luego, en el versículo 19, añadió: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”. Debido a que el hombre debe trabajar para subsistir, le invade la ansiedad. Todo campesino se afana por su cosecha, se preocupa por el clima y por los daños que ocasionan las plagas y los insectos. De hecho, no existe ningún trabajo que no produzca ansiedad. Aun los que tienen éxito en su profesión viven preocupados por su trabajo. La ansiedad es un mal inevitable.
La ansiedad también está estrechamente relacionada con la vida matrimonial. Los jóvenes por lo general aspiran a casarse. Yo por mi parte les aconsejo que se casen en el momento apropiado, pero también les advierto que no sueñen con tener una vida matrimonial libre de afanes. Es cierto que la vida matrimonial es buena, pero conlleva más preocupaciones y afanes que felicidad.
La vida humana está llena de ansiedad. En cambio, los ángeles, debido a que no tienen ningún motivo de preocupación, no conocen la ansiedad. Ellos no se casan ni se preocupan por su sustento ni por cuidar de una familia. Tampoco necesitan dormir. Algunos han cometido el error de tratar de vivir como los ángeles; sin embargo, Dios es quien ha dispuesto todas las circunstancias de la vida humana, aunque éstas de hecho causan más ansiedad que felicidad. Tal parece que los momentos de tristeza duran más que los de felicidad. Puede ser que ahora tengamos un corto tiempo de felicidad, pero después pasemos por un largo período de tristezas, preocupaciones y afanes.
¿Con qué propósito nos asigna Dios las circunstancias que nos causan ansiedad? Romanos 8 revela que, además de la redención y del Espíritu que mora en nosotros, necesitamos “todas las cosas”. El versículo 28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”. Ciertamente los sufrimientos, la ansiedad y las preocupaciones forman parte de “todas las cosas”. Es necesario sufrir para que Dios nos perfeccione. Por experiencia hemos visto que prácticamente “todas las cosas” involucran ansiedad.
Como una persona de mayor edad, he pasado por muchas experiencias relacionadas con la vida humana. La mano soberana del Señor me ha asignado numerosas y diversas circunstancias. Sé lo que es la pobreza y también he visto cómo el Señor me ha suplido en mis necesidades. Puedo testificar que la ansiedad está presente en todo lo relacionado con la vida humana; de hecho, es una palabra que define la vida humana. La vida humana en su totalidad es una vida de ansiedad. Si habla al respecto con una persona de más edad, ésta le dirá que casi todos los días de su vida ha experimentado la ansiedad.
En 4:6 Pablo mencionó la ansiedad porque sabía bien que la totalidad de la vida humana consiste en esto. Por otra parte, él también sabía que la virtud de ser comprensivos es la suma total de la vida cristiana apropiada. El apóstol Pablo comprendía que la vida humana se compone de ansiedad, y la vida cristiana, de la comprensión. Por consiguiente, vivir a Cristo significa ser comprensivos y estar libre de afanes.
No entenderemos correctamente Filipenses 4 si sólo estudiamos este capítulo. Si queremos entender claramente lo que Pablo quiso decir, necesitamos experimentar al Señor. Hace cincuenta años yo no entendía muy bien este capítulo, pero después de muchos años de estudio y experiencias, tanto de la vida humana como de la vida cristiana, el Señor me ha abierto los ojos y me ha mostrado que la verdadera vida cristiana es una vida de comprensión. Con el tiempo pude ver que así como la suma total de la vida humana es la ansiedad, la suma total de la vida cristiana es la comprensión. Es por eso que cuando Pablo exhortó a los santos, mencionó la comprensión juntamente con el afán. Por el lado positivo, debemos dar a conocer lo comprensivos que somos, es decir, que todas las personas con quienes nos relacionamos deben conocer que somos comprensivos; por el lado negativo, debemos llevar una vida libre de afanes.
Para ser hombres apropiados, necesitamos ser cristianos, y para ser cristianos normales, debemos llevar una vida de iglesia. No obstante, si queremos tener una vida de iglesia genuina y apropiada, tenemos que llevar una vida de comprensión y libre de afanes. Llevar tal vida equivale a vivir a Cristo.
En Gálatas 2:20 Pablo declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Hace años empecé a leer libros que hablaban de este versículo. Sin embargo, no podía entender cómo Cristo vivía en mí. Finalmente, encontré la explicación de esto, no en la epístola de Gálatas, sino en la de Filipenses. En Filipenses Pablo no declara simplemente que Cristo vive en nosotros, sino que va más allá al revelar que el vivir es Cristo. Vivir a Cristo supera el hecho de que Cristo vive en nosotros. Vivir a Cristo significa llevar una vida de comprensión y libre de la ansiedad.
Cualquier grado de ansiedad disminuye la medida de Cristo en nuestra experiencia. Tan sólo un poco de ansiedad reduce la medida de Cristo. El grado de comprensión o ansiedad que tengamos determina la medida de Cristo en nuestra vida diaria. Si somos comprensivos, tenemos a Cristo, pero si estamos afanosos, carecemos de Cristo. En nuestra vida diaria ¿cuán comprensivos y cuán afanosos somos? ¿Cuál es mayor: el nivel de comprensión o el nivel de ansiedad? Probablemente la mayoría de nosotros tendría que reconocer que en nuestra vida diaria, somos más afanosos que comprensivos.
Quisiera recalcar que vivir a Cristo significa ser comprensivos y estar libres de la ansiedad. Si somos comprensivos, ciertamente no tendremos ansiedad; y si estamos afanosos, no podremos ser comprensivos. La comprensión y la ansiedad no pueden coexistir.
Filipenses 4:4 dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez diré: ¡Regocijaos!” Pablo comienza el versículo 10 con las palabras: “En gran manera me gocé en el Señor”. Además, en 1:18 él habla de su aflicción y declara: “¿Qué pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o con veracidad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo; sí, me gozaré aún”. Las palabras de Pablo acerca del gozo son muy significativas, especialmente cuando consideramos las circunstancias en las que se encontraba. El estaba en una cárcel de Roma, y sus opositores hacían todo lo posible por causar daño a su ministerio. No obstante, él declaró: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación” (v. 19). Como dijimos anteriormente, la salvación aquí se refiere a vivir y magnificar a Cristo. Es por eso que Pablo dice: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (v. 20). El anhelo de Pablo era no ser avergonzado en nada.
Si uno de los colaboradores de Pablo lo visitara en la cárcel y lo encontrara ansioso, triste y preocupado, indudablemente habría dicho: “¡Qué vergüenza que el apóstol que nos ministró a Cristo se encuentre tan triste y afanado!” Si Pablo hubiera estado en tal situación, habría sido avergonzado. Sin embargo, vemos que él magnificaba a Cristo y no tenía ansiedad alguna, aun cuando las circunstancias que afrontaba eran muy difíciles. Debido a que no estaba ansioso, él no fue avergonzado en nada; por el contrario, Cristo fue magnificado en él.
Pablo pudo magnificar a Cristo porque era muy comprensivo. Aun durante su encarcelamiento él se mostró extremadamente comprensivo. El consideraba a las iglesias, entendía perfectamente a los santos, y tanto a ellos como a los que le rodeaban podía suministrarles amor, misericordia, bondad y compasión. Debido a que Pablo ejercitaba una comprensión total, no se veía en él ni el menor rastro de ansiedad. Incluso pudo declarar que su anhelo era que Cristo fuera magnificado en él, o por vida o por muerte, lo cual indicaba que a él no le preocupaba la muerte. Ni siquiera la idea de morir lo ponía ansioso.
Ya vimos que la ansiedad y la comprensión son dos polos opuestos. La ansiedad es como un gusano que devora nuestra capacidad de ser comprensivos. Si no somos comprensivos, nos enojaremos y perderemos la calma fácilmente. El enojo a menudo es producido por la ansiedad. Si me preocupa mi futuro, mi situación personal o mi familia, no me sentiré contento con los demás. Mis preocupaciones causarán que me irrite con todos. Sólo cuando estamos felices y contentos podemos ser comprensivos.
En un mensaje anterior dijimos que la felicidad y el contentamiento son dos elementos que producen la comprensión. Sólo una persona feliz y satisfecha puede ser comprensiva. Pero si alguien está triste y descontento, se irritará y se ofenderá fácilmente. Pablo estaba lleno de gozo y contentamiento, así que en él no había ninguna ansiedad; antes bien, estaba lleno de comprensión.
Las palabras de Pablo en 4:10-12 muestran que él padeció escasez, al menos durante algún tiempo. Pero aun así, pudo testificar: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé estar humillado, y sé tener abundancia; en todas las cosas y en todo he aprendido el secreto, así a estar saciado como a tener hambre, así a tener abundancia como a padecer necesidad”. El podía estar contento porque había aprendido el secreto, y, como resultado, era sumamente comprensivo.
Muchos afirman que Filipenses es un libro de gozo, pues en él Pablo nos exhorta en repetidas ocasiones a regocijarnos en el Señor. A cualquiera de nosotros le habría resultado difícil regocijarse en las circunstancias en que se encontraba Pablo. Por lo general, nadie considera la cárcel un lugar de regocijo, pero Pablo podía regocijarse en el Señor y ser comprensivo, debido a que no estaba ansioso ni preocupado por sus circunstancias ni su porvenir.
Si hemos de llevar una vida sin ansiedad, debemos estar conscientes de que es Dios mismo quien nos asigna todas nuestras circunstancias, sean buenas o malas. Debemos percatarnos plenamente de esto. Supongamos que un hermano tiene un negocio próspero, y que gana mucho dinero, pero que un tiempo después fracasa y pierde mucho más de lo que ganó. Debemos entender que fue Dios quien dispuso que él ganara ese dinero y también que lo perdiera. Si dicho hermano tiene la plena certeza de que su situación le fue asignada por Dios, adorará al Señor por ello. Tal vez le traiga mayor beneficio el perder dinero, que el haberlo ganado, y probablemente tal pérdida le ayude a ser perfeccionado y edificado.
Del mismo modo, la enfermedad y la salud vienen de Dios. Por supuesto, todos debemos aspirar a estar saludables; no obstante, a veces gozar de buena salud no nos perfecciona tanto como un período de enfermedad. Además, cuando nuestra salud es quebrantada, tendemos a orar más que cuando gozamos de buena salud.
El primer requisito para estar libres de la ansiedad es tener la plena certeza de que es Dios quien nos asigna todos los sufrimientos que experimentamos. ¿Por qué entonces hemos de preocuparnos por lo que nos sucede? Dios nos lo ha asignado, El sabe lo que necesitamos.
Cuando era joven, leí una historia de dos gorriones que hablaban de la tristeza y de las preocupaciones tan comunes al género humano. Un gorrión le preguntaba al otro por qué la gente se preocupaba tanto, y éste le contestó: “Tal vez ellos no tienen un Padre que se preocupe por ellos como el nuestro. Nosotros en cambio no tenemos que preocuparnos por nada, porque tenemos un Padre que nos cuida”. Efectivamente, nuestro Padre nos cuida, pero a veces, El nos manda pruebas y sufrimientos para que se cumpla nuestro destino, que es magnificar a Cristo. Podemos vivir sin preocupaciones, no porque Dios nos haya prometido una vida exenta de sufrimientos, sino porque sabemos que todo lo que nos sucede nos ha sido asignado por El. A Pablo no le preocupaba ni la vida ni la muerte. Su única preocupación era que Cristo fuera magnificado en él. El sabía que cada circunstancia era para su bien. Así es como podemos librarnos de la ansiedad.
¿Por qué algunos se angustian cuando pierden dinero? Simplemente porque su deseo es obtener más dinero. ¿Por qué a otros les aflige su salud? Debido a que le temen a la muerte. Si estamos enfermos, debemos declarar: “Satanás, ¿qué me puedes hacer? No le temo a la muerte. La muerte no produce en mí ninguna ansiedad; antes bien, me da una oportunidad para magnificar a Cristo”. Ni la pobreza, ni la enfermedad ni la muerte deben atemorizarnos. Por el contrario, debemos aceptarlas, ya que Dios nos las manda. De esta manera, no tendremos ningún afán, porque sabremos que nuestro Padre ha asignado cada una de nuestras circunstancias. No obstante, esto no quiere decir que debamos buscar el sufrimiento; no debemos hacer nada que nos haga sufrir. Los que tienen negocios deben procurar ganar dinero, y los que trabajan como empleados deben esforzarse por conseguir un ascenso. Sin embargo, si perdemos dinero o aun nuestro trabajo, no debemos estar ansiosos; más bien, debemos entender que es Dios quien ha dispuesto dicha pérdida.