Mensaje 62
Lectura bíblica: Fil. 4:4-7; 1 Ts. 5:16-18; 2 Co. 12:7-9
En el mensaje anterior vimos que la comprensión y la ansiedad representan dos clases de vida, vimos también que la comprensión proviene de Dios, y la ansiedad, de Satanás, y que éstas dos no pueden ir juntas. Además, vimos que vivir a Cristo como nuestra comprensión equivale a llevar una vida libre de afanes. En este mensaje, hablaremos de algunos asuntos adicionales que están relacionados con el hecho de ser comprensivos y vivir sin ansiedad.
Si vivimos a Cristo, seremos verdaderamente uno con el Señor. En Filipenses 4:4 Pablo declara: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez diré: ¡Regocijaos!” Regocijarse en el Señor significa ser uno con El. Cuando somos uno con el Señor, no nos angustia nada, puesto que comprendemos que no sólo estamos en Su mano soberana, sino en El mismo. Si vivimos esta vida, ¿cómo podríamos estar ansiosos? Cuanto más practiquemos el ser uno con el Señor, más descubriremos que Su destino es nuestro destino. Si El quiere que vivamos más tiempo en la tierra, El permitirá que conservemos la vida; pero si Su deseo es que vayamos a El, entonces nos tomará y nos llevará a Sí mismo. Ya que todo depende de Su voluntad y somos uno con El de una manera práctica, no tenemos por qué afanarnos.
Cuando no estamos en el Señor, nos afanamos por cualquier cosa, pues todo lo que atañe a la vida humana produce ansiedad en nosotros. Pero cuando somos uno con el Señor, somos liberados de la vida humana natural y de su ansiedad. Si queremos dar a conocer a todos los hombres lo comprensivos que somos y no estar afanosos por nada, debemos practicar el ser uno con el Señor. Es por eso que Pablo nos exhorta a regocijarnos en el Señor, antes de pedirnos que demos a conocer lo comprensivos que somos.
Hace unos cuantos meses tuve un problema de salud y me sentí perturbado por ello. Entonces vino el Señor a mí y me preguntó si verdaderamente era uno con El. Después de que le respondí que sí, El pareció decirme: “Puesto que eres uno conmigo, no debes preocuparte por tu salud”.
Cuando no somos uno con el Señor de manera práctica, nos sentimos ansiosos. Doctrinalmente somos uno con El, pero en la práctica no lo somos la mayor parte del tiempo. Podemos compartirles mensajes a los santos, diciéndoles que somos un solo espíritu con el Señor, pero debemos asegurarnos si nuestra vida diaria refleja esta realidad. Si somos uno con el Señor verdadera y prácticamente, no estaremos ansiosos por nada.
A pesar de que Pablo se encontraba encarcelado en Roma, no estaba afanoso por nada, debido a que era uno con el Señor de una manera real, práctica y absoluta. Incluso podía afirmar que morir era mejor que vivir. Pablo era uno con el Señor de tal manera, que sabía que el Señor era su destino. El destino de Pablo no sólo estaba en las manos del Señor, sino que era el Señor mismo. Debido a que era uno con el Señor, él sabía perfectamente que Satanás no podía hacerle nada, aun cuando éste le enviara un mensajero, un aguijón en la carne para que lo abofeteara. A Pablo no le preocupaba lo que Satanás pudiera hacerle, porque sabía bien que el Señor era su destino.
Si verdaderamente somos uno con el Señor en nuestra experiencia, y nos llega a suceder algo negativo, no debemos perturbarnos ni ponernos ansiosos. Pero si no somos uno con el Señor de una manera práctica, cualquier cosa, asunto o persona nos inquietará. Tal vez seamos perturbados por nuestro cónyuge o por nuestros hijos. Asimismo, cuando no somos uno con el Señor, no nos sentimos contentos con nada. Es por eso que, sin el Señor, ningún trabajo puede satisfacernos; la clave para estar satisfecho es ser uno con Cristo. Cuando somos uno con el Señor, nos sentimos satisfechos con nuestra situación, cualquiera que ésta sea, y podemos mostrarnos comprensivos con todos y con todo. Lo único que nos permite ser plenamente comprensivos y estar satisfechos en cualquier situación es ser uno con Cristo.
Si queremos ser libres de la ansiedad, debemos reconocer que Dios es quien nos asigna todas las aflicciones, sufrimientos, calamidades, desastres y catástrofes que nos acontecen. Además, debemos ser uno con el Señor en nuestra experiencia. Puede ser que, en efecto estemos conscientes de que requerimos pasar por sufrimientos y aflicciones. Pero para ser libres de la ansiedad, no basta con reconocer este hecho; es necesario que también seamos uno con el Señor. De lo contrario, las circunstancias o las cosas que enfrentemos, finalmente nos provocarán ansiedad y no estaremos satisfechos con nada ni con nadie.
Cuanto más edad tiene una persona, más difícil le resulta ser satisfecha. He observado durante años a muchas personas mayores que no tienen a Cristo, y noté que con el paso del tiempo se mostraban cada vez más insatisfechas. A algunos les molestaban casi todas las cosas y todas las personas. Si no practicamos el ser uno con el Señor, nuestra situación empeorará a medida que envejecemos. Cada vez que nos sintamos insatisfechos, le echaremos la culpa a nuestra situación o a los miembros de nuestra familia. Es fácil satisfacer a un niño o a un joven, pero cuán difícil es satisfacer a una persona mayor. Esto debe motivarnos a ser uno con el Señor de una manera práctica, a fin de ser liberados de la ansiedad y llevar una vida de comprensión.
En 4:6 y 7 Pablo declara: “Por nada estéis afanosos, sino en toda ocasión sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios por medio de oración y súplica, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Ciertamente Pablo compuso estos versículos de una manera cuidadosa. En el versículo 6, él habla de oración, súplica y acción de gracias. La oración es general y su esencia es la adoración y la comunión; la súplica es especifica y se hace por necesidades específicas. La experiencia cristiana nos enseña que orar significa tener comunión con el Señor y adorarlo. Debemos apartar un tiempo cada día para tener contacto con el Señor, y para tener comunión con El y adorarlo. Entonces, durante nuestro tiempo de comunión con El, tal vez hagamos súplicas específicas. Por lo tanto, no sólo oramos de una manera general, sino que también presentamos nuestras súplicas al Señor de una manera específica. Le ofrecemos nuestras súplicas a Aquel con quien tenemos comunión. La súplica es por tanto una petición especial que presentamos durante nuestro tiempo de oración.
Es muy significativo que en 4:6 Pablo no mencione oración, súplica y acciones de gracias, sino oración y súplica con acción de gracias. Nuestra oración y nuestra súplica deben ir acompañadas de acciones de gracias al Señor. Hace poco tuve que aprender nuevamente la lección de darle siempre gracias al Señor. Cuando le pedí al Señor que restableciera mi salud, El me reprendió por no agradecerle por la medida de salud que aún tenía. Cuando estemos enfermos, debemos decir: “Señor, te doy gracias porque al menos en cierta medida, todavía tengo salud. Señor, estoy enfermo, pero no al grado de no poder ministrar Cristo a los santos. Pero Tú sabes que no estoy completamente saludable. Por tanto, te ruego que restablezcas mi salud”. Deberíamos aprender a suplicarle al Señor de esta manera.
Si un hermano ora pidiendo que el Señor cambie a su esposa, el Señor puede preguntarle por qué en vez de pedirle esto, no le da gracias por ella. Tal hermano debería orar: “Señor, te agradezco por haberme dado una buena esposa”, y después de agradecerle al Señor por ella, podría continuar pidiéndole que la transforme.
Quizás otro hermano haya perdido su trabajo y ore al Señor al respecto. En lugar de decir: “Señor, he perdido mi trabajo y te pido que tengas misericordia de mí”, debería primero darle gracias. Tal vez podría decir: “Señor, te agradezco por no haber permitido que perdiera este trabajo antes. También te agradezco porque aún existen otras maneras en que puedo sustentar a mi familia. Oh Señor, tengo muchos motivos para agradecerte”. Luego, junto con sus acciones de gracias, él podría pedirle al Señor que le diera otro empleo; sin embargo, mientras ora por esto, no debe dejar de darle gracias y decir: “Señor, creo que Tú me vas a dar un nuevo trabajo. Tú sabes lo que necesito. Aun ahora mismo quiero darte gracias por el trabajo que me vas a dar”.
Aprendamos a orar y a suplicar con acción de gracias. Si estamos llenos de agradecimiento al Señor, eso nos preservará de la ansiedad, pero si oramos llenos de preocupación, nuestra ansiedad aumentará. En realidad, orar con respecto a nuestra situación puede aumentar nuestra ansiedad; pero si oramos y suplicamos con acción de gracias, nuestra ansiedad desaparecerá.
Quiero testificar que he aprendido a orar y a suplicar con acción de gracias, no doctrinalmente, sino en mi experiencia personal con el Señor. Hace poco estuve enfermo y el Señor me reprendió por no darle gracias. Me recordó que aún estaba lo suficientemente sano como para funcionar y ministrar la Palabra, y me reprendió por permitir que una pequeña enfermedad me perturbara y por quejarme de mi situación, en vez de ejercitarme en ser comprensivo. De esta manera el Señor me ayudó a estar satisfecho en El y a desechar toda ansiedad. Agradezco al Señor por el adiestramiento que recibí por medio de ese período de enfermedad y por medio de Su reprensión.
Hemos visto que para vencer la ansiedad, debemos orar, tener comunión con el Señor y adorarlo. Luego, debemos dar a conocer nuestras súplicas con acción de gracias. Cuando hacemos esto, tal vez pensemos que el Señor siempre nos contestará y nos concederá todo lo que le pidamos. Sin embargo, en algunas ocasiones el Señor nos dirá que no. Consideremos la experiencia de Pablo con respecto al aguijón que tenía en su carne. En 2 Corintios 12:8, él declara: “Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que este aguijón me sea quitado”. Sin embargo, el Señor se negó a concederle lo que pedía y le respondió: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (v. 9). Por consiguiente, Pablo pudo declarar: “De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí”. Lo importante aquí es que Pablo aceptó la voluntad de Dios. Comprendió que la voluntad de Dios era que el aguijón permaneciera en él, a fin de que pudiera experimentar Su gracia suficiente. El hecho de que Pablo aceptara la voluntad de Dios, lo libró de la ansiedad.
Por supuesto, debemos orar y suplicar al Señor con acción de gracias, pero si El no nos concede lo que pedimos, esto quizás aumentará nuestra ansiedad en lugar de disminuirla. En ese momento, debemos darnos cuenta de que el Señor no cambiará nuestra situación, sino que permitirá que el “aguijón” permanezca. El sabe que lo necesitamos. Por otra parte, El también lo necesita para mostrarnos Su gracia suficiente, y para ensenarnos a confiar en El. Pero si no aceptamos la voluntad del Señor e insistimos en pedirle conforme a nuestra propio interés, no escaparemos de la ansiedad.
Supongamos que usted ora al Señor mientras se encuentra enfermo, y que El contesta su oración y lo sana. El Señor actúa de esta manera, particularmente con los que le han experimentado poco. No obstante, es posible que más adelante se vuelva a enfermar y que en esa ocasión el Señor no lo sane de una manera rápida, sino gradual, o que incluso no lo sane. Finalmente, usted se dará cuenta de que el Señor desea que la enfermedad permanezca. Pero si usted acepta Su voluntad en ese respecto, tendrá paz y no sentirá ninguna ansiedad.
Desde su juventud el hermano Nee padecía del corazón. A menudo cuando ministraba la Palabra sentía tanto dolor que tenía que apoyarse en algo. El aun no había cumplido los treinta años cuando contrajo esta enfermedad, y cargó con ella por casi cuarenta años. Pero aunque estaba consciente de que podía morir en cualquier momento, aceptó la voluntad del Señor y nunca estuvo ansioso al respecto. El sabía que su enfermedad era un aguijón que le había sido dado para que el propósito de Dios se llevara a cabo.
Aceptar la voluntad del Señor en asuntos particulares no sólo nos permite experimentar Su gracia suficiente; también nos enseña a llevar una vida de confianza en el Señor. Si el aguijón le hubiese sido quitado a Pablo, probablemente no habría confiado tanto en el Señor como lo hizo mientras el aguijón aun estaba presente. Pero debido a que el aguijón permaneció, esto obligó a Pablo a llevar una vida de confianza en el Señor, día tras día.
Ciertamente todos preferimos que las dificultades y los sufrimientos nos sean quitados, pero a veces el Señor dirá: “No, no puedo concederte lo que me pides. Es preferible que la dificultad permanezca para que aprendas a confiar en Mí y a no estar ansioso”. Si aceptamos la voluntad del Señor y confiamos en El, no tendremos afanes, pero si no lo hacemos, estaremos llenos de ansiedad.
Por naturaleza, me gusta que todo sea perfecto. Por tanto, cuando me enfermo un poco, mi deseo es obtener una sanidad total. Cuando mi ropa tiene algún defecto, por mínimo que éste sea, me gusta que me lo arreglen y que quede impecable. Asimismo, siempre procuro que todo lo que está bajo mi responsabilidad esté correcto en todos los aspectos. Sin embargo, no puedo controlar la enfermedad. Tal vez el Señor decida asignarme cierta enfermedad, porque sabe que la necesito para aprender a confiar en El y a no preocuparme. En tal caso, debo decir: “Señor, te agradezco por esta enfermedad, pues sé que me ayuda. También te doy gracias Señor, porque aun esto cumple Tu propósito”. Cuanto más agradezcamos al Señor de esta manera, más comprensivos seremos en vez de estar afanosos.
El hecho de que podamos ser comprensivos o no en momentos difíciles, dependerá de cuánto hayamos visto al respecto y de cuánto nos hayamos ejercitado. Si no percibimos que cierta situación particular proviene del Señor y que la necesitamos para nuestro perfeccionamiento, y además le damos gracias por ella, no tendremos ansiedad ni nos sentiremos amenazados por ella. En tal caso podremos decir: “Señor, te doy gracias por esta situación. No me siento amenazado por dicha circunstancia porque sé que soy uno contigo y que Tú has dispuesto todo lo que me sucede. También sé que permites que esto permanezca, para poder cumplir Tu propósito y perfeccionarme”. Si realmente vemos que todo ha sido estipulado por el Señor y aceptamos Su voluntad y le damos gracias, podremos decir como Pablo: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:16-17). Entonces no tendremos ninguna ansiedad.
A menudo los cristianos dicen que para ser liberados de la ansiedad simplemente necesitamos creer en el Señor. Sin embargo, esta clase de entendimiento implica que si alguien se afana es porque no cree en el Señor. Pablo no declara en 4:6 que somos libres de la ansiedad cuando creemos. En dicho contexto él no está hablando en absoluto de la fe.
Si queremos ser libres de la ansiedad, debemos entender y practicar los seis asuntos que abarcamos en estos dos últimos mensajes. Primero, debemos darnos cuenta de que la virtud de ser comprensivos resume la vida cristiana, así como la ansiedad resume la vida humana. En segundo lugar, debemos ver que la fuente de la comprensión es Dios y que la fuente de la ansiedad es Satanás.
En tercer lugar, debemos darnos cuenta de que la comprensión y la ansiedad no pueden existir al mismo tiempo. Esto se debe a que la comprensión es en realidad una persona, Cristo mismo; sólo cuando lo vivimos a El, podemos ser comprensivos. Esta es la razón por la que Pablo menciona a Cristo tantas veces en Filipenses 1, 2 y 3. El apóstol hace énfasis en el hecho de magnificar a Cristo, de tomarlo como nuestro modelo, y de seguirlo como nuestra meta. Sin embargo, en Filipenses 4 él usa la palabra “comprensivo” y nos exhorta a que sea conocido de todos los hombres lo comprensivos que somos. En realidad, la comprensión es el mismo Cristo revelado en los capítulos anteriores. Por consiguiente, dar a conocer lo comprensivos que somos equivale a vivir a Cristo.
Ya vimos que Dios puede asignarnos ciertos sufrimientos. No obstante también vimos que aunque El los asigna, éstos no son causados por El, sino por Satanás. Las experiencias de Job y de Pablo son un ejemplo de esto. Las calamidades que Dios nos asigna en realidad vienen de parte de Satanás. Satanás es el mensajero que nos trae todas estas situaciones adversas. Dios le asignó a Pablo un aguijón particular, y permitió que Satanás se lo trajera. Inmediatamente después de que Satanás nos envía una dificultad o una aflicción particular, él viene a provocar ansiedad. Dicho sentimiento de ansiedad no es asignado por Dios ni procede de El; por el contrario, es siempre causado por Satanás, con el fin de frustrar el propósito de Dios. Si estamos conscientes de esto, entenderemos que necesitamos tomar a Cristo como nuestra comprensión. Si somos comprensivos, no sentiremos ansiedad alguna. En cambio, si estamos ansiosos, no podremos ser comprensivos.
El cuarto asunto que debemos entender y ejercitar para llevar una vida de comprensión y sin afanes, consiste en ser uno con el Señor de una manera práctica. Ser uno con el Señor en nuestra experiencia significa estar en El.
En quinto lugar, debemos orar. Esto quiere decir que necesitamos apartar un tiempo específico para tener comunión con el Señor y adorarle. La oración no se limita a pedirle cosas al Señor. Orar es conversar con el Señor, comunicarnos con El en comunión y adorarle. Al pasar tiempo con el Señor, debemos darle a conocer nuestras peticiones con acción de gracias.
En sexto lugar, después de orar al Señor, de tener comunión con El, adorarle y darle a conocer nuestras peticiones, sabremos cuál es la voluntad del Señor. Por ejemplo, si estamos enfermos, sabremos si el Señor desea sanarnos o si permitirá que sigamos enfermos. Una vez que conozcamos Su voluntad, debemos aceptarla, experimentar Su gracia suficiente, confiar en El y darle gracias. De este modo, llevaremos una vida de comprensión y sin afanes.