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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Gálatas»
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Mensaje 17

EL EVANGELIO PREDICADO A ABRAHAM

  Lectura bíblica: Gá. 3:6-11, 14, 16-17; Gn. 12:7; Col. 1:12b; Ef. 3:6, 9, 11

  Cuando por primera vez me di cuenta de que mucho antes que Cristo viniese el evangelio le había sido predicado a Abraham, me llevé una gran sorpresa. Gálatas 3:8 dice: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, anunció de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas la naciones’”. Según Génesis 12:3, en Abraham serían benditas todas las naciones. En Génesis 12:7 el Señor además le dijo a Abraham: “A tu descendencia daré esta tierra”. Hay dos aspectos principales tocante a lo que Dios le dijo a Abraham en Génesis 12: el primero es que en él todas las naciones serían benditas; el segundo es que la tierra le sería dada a la descendencia, es decir, a la simiente de Abraham. En Cristo, la única simiente de Abraham, las naciones serían benditas. Además, a esta única simiente le sería dada la tierra. Esto es lo que Dios le dijo a Abraham.

  En Gálatas 3:16 Pablo le llama promesa a la palabra que Dios le habló a Abraham: “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente”. Después, en el versículo 17, Pablo pasa a hablar de un pacto ratificado previamente por Dios. Esto indica que la promesa que Dios le hizo a Abraham vino a ser un pacto, lo cual es mucho más firme que una promesa. La palabra, la promesa y el pacto constituyen el evangelio que le fue predicado a Abraham. El evangelio es el pacto, el pacto es la promesa, y la promesa es la palabra que Dios habló.

  Es importante ver la diferencia que existe entre estos cuatro términos. Una palabra es algo común u ordinario, mientras que una promesa es mucho más específica. Si usted le hace una promesa a alguien, su palabra no es común, sino específica. Usted promete hacer ciertas cosas a favor de esa persona. Lo que Dios le dijo a Abraham en Génesis 12 no fue común; fue una palabra específica en la cual Dios le prometió a Abraham que en él y en su simiente todas las naciones serían benditas. Hemos señalado que en este capítulo Dios también le prometió a Abraham que su descendencia poseería la tierra. Debido a que lo dicho a Abraham en Génesis 12 es muy específico, es una palabra de promesa.

  En Génesis 15 esta promesa de Dios llegó a ser un pacto. Aquí Dios se le apareció a Abraham y éste le ofreció un sacrificio. El sacrificio fue dividido y Dios pasó por en medio. Esta era una costumbre de los tiempos antiguos por la cual dos partidos ratificaban un pacto. Por medio de caminar por en medio del sacrificio, estos partidos ratificaban un pacto de manera oficial y adecuada. De este modo, la promesa dada en Génesis 12 fue ratificada y llegó a ser un pacto en Génesis 15. Después, en Génesis 17 el pacto fue confirmado por la señal de la circuncisión.

  En Gálatas 3 Pablo dice que la palabra que le fue hablada a Abraham, la palabra que llegó a ser un pacto confirmado por la circuncisión, era el evangelio que le fue predicado a Abraham. En Gálatas 3 nos es presentado la interpretación y el modo de entender de Pablo. Tal vez esta interpretación le llegó a Pablo como revelación durante el tiempo que él pasó a solas con el Señor. Pablo llegó a ver que lo que Dios le había hablado a Abraham no era sólo una promesa ni meramente un pacto ratificado y confirmado, sino que era el evangelio mismo. En este pacto, según Pablo pudo comprender, estaban incluidos los principales elementos del evangelio neotestamentario. Por lo tanto, el pacto ratificado con Abraham fue un precursor del nuevo pacto, del nuevo testamento.

  El nuevo testamento es un nuevo pacto ratificado por el sacrificio del Señor Jesús. El Señor se ofreció a Sí mismo como sacrificio a Dios. En cierto sentido, Dios anduvo por en medio del sacrificio que Cristo le ofreció en la cruz. Este nuevo pacto puede ser considerado como una repetición o como una continuación del pacto ratificado con Abraham. El evangelio que predicamos hoy en día no es meramente una promesa, sino también un pacto.

  En el mensaje 41 del estudio-vida de Hebreos señalamos la diferencia que existe entre un pacto y un testamento. Un pacto se refiere a un acuerdo tocante a cosas que se han prometido, pero que no han sido cumplidas todavía. Un testamento denota un acuerdo en el cual lo prometido ha sido cumplido. Cuando todos los puntos de la promesa son cumplidos, el pacto viene a ser un testamento. Un testamento no es un acuerdo en el cual el testador prometa hacer ciertas cosas a favor de otros. No, un testamento es un documento que dice que el testador ya ha hecho ciertas cosas a favor de alguien, o que ya le ha dado ciertas cosas a alguien en particular. El evangelio que nosotros predicamos es primeramente un pacto. Pero al final, sin embargo, es un testamento. En los tiempos de Abraham este evangelio no podía ser un testamento. Sólo podía ser un pacto en el cual Dios prometía bendecir en Abraham a todas las naciones y dar a la descendencia de Abraham la buena tierra. Más adelante, en Génesis 15, esta promesa llegó a ser un pacto ratificado. Sin embargo, para nosotros el nuevo pacto es un nuevo testamento porque todo lo prometido ha sido cumplido por Cristo. Todas las naciones han sido bendecidas en Cristo y la buena tierra ha sido entregada a la descendencia de Abraham. Por consiguiente, lo que nosotros hemos recibido no es un nuevo pacto, sino un nuevo testamento. Este testamento es el evangelio.

  Pablo recibió un maravilloso entendimiento de asuntos espirituales. Sin la revelación que a él le fue dada no tendríamos la confianza de decir que el pacto ratificado con Abraham era el evangelio predicado a Abraham. Pero Pablo tuvo la osadía de decir que la Escritura, previendo que Dios habría de justificar por la fe a los gentiles, le anunció de antemano el evangelio a Abraham (3:8). Si no contáramos con la palabra de Pablo en Gálatas 3, no nos daríamos cuenta de que lo que Dios le dijo a Abraham era el evangelio. Aunque el evangelio es un asunto del nuevo testamento, es importante que entendamos que el nuevo testamento es una continuación o repetición de la promesa que Dios le hizo a Abraham.

I. EL EVANGELIO ES POR FE MEDIANTE LA ACCION DE CREER DEL HOMBRE

  En la sección 3:6-9 vemos que el evangelio es por fe mediante la acción de creer del hombre. Este evangelio era absolutamente por fe, no por obras de la ley. En Génesis 12, 15 y 17 Abraham oyó con fe. Este tipo de oír estimuló dentro de él un sentido de aprecio. Se nos ha dicho que Abraham creyó a Dios y que Dios contó su acción de creer por justicia (Gn. 15:6). La predicación del evangelio fue recibida por Abraham mediante el oír con fe.

II. NO COMO LA LEY ES POR OBRAS MEDIANTE LA LABOR DEL HOMBRE

  El evangelio no es como la ley, la cual es por obras, mediante la labor del hombre. En 3:10 y 11 vemos un contraste entre el evangelio que es por fe y la ley que es por obras. El primero es mediante la acción de creer del hombre; la segunda es por la labor del hombre.

III. PREDICADO ANTES DE QUE LA LEY FUESE DADA POR MEDIO DE MOISES

  El evangelio fue predicado no sólo antes de que Cristo realizara la redención, sino también antes de que la ley fuese dada por medio de Moisés. En 3:17 Pablo dice: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa”. La promesa de Dios a Abraham fue dada primero. La ley vino cuatrocientos treinta años después. La promesa era permanente, pero la ley era temporal. La ley temporal, la cual vino después, no puede anular a la promesa permanente, la cual vino primero. Los gálatas se apartaron de la promesa que había venido primero y era permanente, y se regresaron a la ley que había venido después y era temporal.

  Los cuatrocientos treinta años que se mencionan en 3:17 están contados desde que Dios le hizo a Abraham la promesa en Génesis 12, hasta el tiempo en que El dio la ley por medio de Moisés en Exodo 20. Dios consideró este periodo como el tiempo en que los hijos de Israel moraron en Egipto (Ex. 12:40-41). Los cuatrocientos años mencionados en Génesis 15:13 y Hechos 7:6 están contados desde el tiempo en que Ismael se burló de Isaac en Génesis 21, hasta el tiempo en que los hijos de Israel huyeron de la tiranía egipcia en Exodo 12. Este es el periodo en que los descendientes de Abraham sufrieron la persecución por parte de los gentiles.

  La intención de Pablo era mostrar que la ley dada por medio de Moisés no era la intención original de Dios, sino que era algo secundario y adicional. Debido a que no es como Sara, la esposa genuina, sino como Agar, la concubina, la ley no tiene la posición apropiada. Fue dada cuatrocientos treinta años después de que el evangelio le fuera predicado a Abraham. Puesto que Dios no cambia, ¿cómo podría El haberle predicado el evangelio a Abraham y luego, cuatrocientos treinta años más tarde, mandar al pueblo que cumpliera la ley a fin de satisfacerle? La ley fue dada con el propósito de exponer al pueblo escogido de Dios y guardarlo en custodia.

IV. COMO UNA PROMESA HECHA A ABRAHAM

  El evangelio le fue predicado a Abraham como la promesa de que en él todas las naciones serían benditas. La palabra “benditas” que se menciona en Génesis 12:3 tiene una gran importancia. Mediante la caída de Adán la raza humana fue puesta bajo una maldición. Pero Dios le prometió a Abraham que en él y por causa de él, las naciones, que estaban bajo una maldición, serían benditas. Según Gálatas 3:13 la maldición ya ha sido quitada. Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley a fin de que en El la bendición de Abraham viniera a la naciones. Cristo sufrió una muerte substitutiva en la cruz a fin de liberarnos de la maldición introducida por medio de Adán. Ahora en Cristo todas la naciones serán benditas. Por consiguiente, la bendición prometida a Abraham llega a nosotros mediante la redención de Cristo. La maldición ha sido quitada y la bendición ha llegado. Todas la naciones han sido bendecidas en Cristo, la simiente única de Abraham.

  Esta bendición tiene como centro la buena tierra. La buena tierra representa al Cristo todo-inclusivo hecho realidad por medio del todo-inclusivo Espíritu vivificante, el cual viene a ser la bendición del evangelio (Gn. 12:7; Col. 1:12b; Gá. 3:14). Hemos señalado una y otra vez que la buena tierra es un tipo completo del Cristo todo-inclusivo. Después de Su resurrección, Cristo es hecho realidad como el todo-inclusivo Espíritu vivificante. Por último, este Espíritu vivificante todo-inclusivo es nuestra buena tierra. Puesto que el Espíritu mencionado en Gálatas denota al Dios Triuno procesado, podemos decir que la buena tierra es el mismo Dios Triuno procesado. En el evangelio, lo que Dios nos da es nada menos que El mismo.

  Para los niños, la madre lo es todo. Mientras los niños tengan a su madre, están contentos. Usando esto como ejemplo de nuestra relación con el Dios Triuno, podemos decir que el Dios Triuno procesado es una Persona todo-inclusiva que es todo para nosotros, y que esta Persona es nuestra buena tierra. Cuando los hijos de Israel entraron en la buena tierra, no les faltaba nada. Por lo tanto, esta buena tierra es un tipo del Dios Triuno procesado quien es hecho totalmente realidad como el Espíritu todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. La buena tierra hoy día está en nuestro espíritu.

  Cuando el Espíritu todo-inclusivo entra en nuestro espíritu, se lleva a cabo cierta transacción. Esta transacción es lo que llamamos la unión orgánica. En su libro, Word Studies in The New Testament [Estudio de palabras en el Nuevo Testamento], M. R. Vincent, en un comentario acerca de Mateo 28:19 dice que “bautizar en el nombre de la Santa Trinidad implica una unión espiritual y mística con El”. La palabra griega que se traduce “en” en Mateo 28:19 indica una unión en vida. Por consiguiente, el bautismo no debe ser un ritual; debe ser el cumplimiento de la unión orgánica.

  Es ridículo preguntarles a los creyentes si han recibido el Espíritu. ¿Cómo sería posible no recibir el Espíritu siendo que hemos entrado en una unión orgánica con el Dios Triuno? Hemos sido injertados en El. El proceso de ser injertados comienza cuando sentimos aprecio por el Señor y es completado mediante el bautismo. La primera vez que usted escuchó el evangelio, dentro de usted se despertó una apreciación por el Señor Jesús. Después usted estuvo dispuesto a ser bautizado, llevándose a cabo en ese momento la unión orgánica, la acción de ser injertados. Fue usted injertado en el Dios Triuno. Un pecador que crea en Jesús puede ser entonces bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. El nombre denota a la persona. ¡Qué maravilloso que los pecadores puedan ser bautizados dentro del Dios Triuno! La unión que se efectuó por medio del bautismo es una unión intrínseca, una unión en vida. Si alguien le preguntase a usted si ha recibido el Espíritu Santo, tal vez usted quiera contestar que ha recibido al Dios Triuno, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

  Si predicásemos el evangelio en algún lugar donde nadie haya escuchado antes el evangelio, quienes escucharan nuestros mensajes experimentarían de inmediato la unión orgánica con el Dios Triuno. Después con facilidad podríamos ayudarles a desarrollar esta unión orgánica para que así ya no vivieran por el yo. Vivir por la unión orgánica es vivir por el Espíritu, por el Dios Triuno procesado. No es necesario que busquemos experiencias tales como el hablar en lenguas porque podemos vivir por medio del Dios Triuno en nuestro espíritu. En Taiwán no pusimos en práctica el hablar en lenguas, pero en seis años sí crecimos de quinientos a veinte mil. En contraste, muchos de los que practican las cosas del pentecostalismo no han tenido fruto. La unión orgánica con el Dios Triuno es mucho más poderosa y prevaleciente que el hablar en lenguas. No es necesario practicar el hablar en lenguas para tener poder espiritual. Por medio de la unión orgánica con el Dios Triuno, estoy lleno de energía y de poder. El recobro del Señor se ha expandido a los cinco continentes, no por hablar en lenguas sino por la unión orgánica. ¡Alabado sea el Señor porque esta unión orgánica está en todos nosotros! Tengo la confianza de que el recobro se seguirá expandiendo por medio de esta unión. Una y otra vez debemos volvernos a nuestro espíritu a experimentar el oír con fe. Cuanto más escuchemos con fe, mayor apreciación habrá y más invocaremos, recibiremos, aceptaremos, nos uniremos, participaremos y disfrutaremos.

  Gálatas 3:8 dice que los gentiles son justificados por la fe. En el versículo 11 Pablo pasa a decir: “Y que por la ley ninguno se justifica ante Dios, es evidente, porque: ‘El justo tendrá vida y vivirá por la fe’”. En el versículo 14 Pablo señala que recibimos la promesa del Espíritu por medio de la fe. La fe en Cristo nos introduce en la bendición que Dios le prometió a Abraham, lo cual es la promesa del Espíritu. Los creyentes son justificados por la fe y tienen vida y viven por medio de la fe. Debido a que hemos sido justificados, nosotros vivimos por medio de la unión orgánica y participamos del todo-inclusivo Espíritu vivificante. Este Espíritu es la bendición del evangelio. Lo que Dios le prometió a Abraham corresponde con lo que El llevó a cabo por medio de Cristo. Este logro es el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham. Además, esto es conforme al propósito eterno de Dios y conforme a Su economía neotestamentaria (Ef. 3:6, 9, 11).

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