Mensaje 18
Lectura bíblica: Gá. 3:2-3, 6, 9-11, 13-14, 17, 21-25
El Nuevo Testamento revela que en la eternidad pasada Dios se propuso algo, es decir, hizo un plan. Este propósito consistía en tener un pueblo escogido por El, cuyos miembros recibirían la filiación y así serían hijos de Dios, entre quienes el Hijo de Dios sería el Primogénito, para después formar de ellos un hombre corporativo que expresara a Dios por la eternidad. Esta es una breve presentación del propósito eterno de Dios. Después de concebir este propósito, Dios llevó a cabo la obra de la creación. El punto central de la obra creadora de Dios es el hombre, debido a que el propósito de Dios es tener un pueblo que le exprese. Gracias a Génesis 1 sabemos que el hombre fue hecho a la imagen y semejanza de Dios. En otras palabras, el hombre fue creado con el potencial de expresar a Dios. En el tiempo de la creación, el hombre no tenía la vida divina ni la naturaleza divina. Sin embargo, fue creado con la capacidad de recibir a Dios y de llegar a ser uno con El.
Sabemos que después de la creación el hombre cayó. Por un lado, la caída de Adán introdujo el pecado y los pecados; por otro lado, la caída de Adán introdujo la maldición. Por consiguiente, el hombre que Dios creó a Su propia imagen y conforme a Su semejanza, llegó a estar envuelto con el pecado y vino a estar bajo la maldición. El hecho de que la humanidad siguiera un curso cuesta abajo a partir de Génesis 3, indica que el hombre está bajo una maldición. En Caín, la segunda generación de la humanidad, vemos esta maldición. Debido a que todos los hijos de Caín estaban bajo la maldición, cayeron cada vez más bajo. Por último, el hombre cayó hasta tal grado que, en Babel, vino a estar en división y confusión. No puede existir duda alguna de que el hombre caído está envuelto en el pecado y bajo maldición.
En medio de tal situación caída, el Dios de gloria se le apareció a Abraham (Hch. 7:2). Es de importancia que la Biblia no dice que el Dios de amor se le apareció a Abraham, sino que el Dios de gloria se le apareció. En Adán vemos el pecado y la maldición, pero en Abraham vemos la promesa de Dios. Según Génesis 12:3, Dios le prometió a Abraham que en él todas las naciones serían benditas. El antecedente para esta promesa era la maldición que pesaba sobre la humanidad. Debido a que la humanidad estaba bajo una maldición, el hombre iba cuesta abajo. Pero entonces intervino Dios, llamó a Abraham y le prometió que en él todas la naciones, es decir, la humanidad en su estado de división y confusión, serían benditas. Sin duda alguna estas fueron buenas nuevas. No es de asombrar que Pablo haya considerado esto como el evangelio.
Sin embargo, el asunto que queremos recalcar aquí es la promesa. Al llamar a Abraham, Dios le hizo una promesa. En Gálatas 3:17 Pablo habla tanto de la promesa como del pacto. En este capítulo él también nos dice, en el versículo 8, que lo que Dios le dijo a Abraham en Génesis 12:3 fue la predicación del evangelio a Abraham. Decir esa promesa fue la predicación del evangelio. Además, el pacto ratificado en Génesis 15 fue la confirmación del evangelio.
En Génesis 12:3 la promesa era solamente una promesa, porque todavía necesitaba ser cumplida. En este capítulo no se nos dice cuándo, cómo ni dónde sería cumplida la promesa. Después, en Génesis 15 la promesa se convirtió en un pacto ya ratificado, y en Génesis 17 este pacto fue confirmado por la señal de la circuncisión. Sin embargo, aunque la promesa ya había sido ratificada como pacto y confirmada, todavía no estaba cumplida.
Cuando Dios estaba ratificando la promesa en Génesis 15, haciendo de tal promesa un pacto, una gran oscuridad cubrió a Abraham (v. 12). Esta oscuridad fue una indicación de que antes de que la promesa fuera cumplida, el pueblo de Dios habría de pasar por un tiempo de oscuridad y habría de sufrir intensamente. La Biblia narra que los descendientes de Abraham fueron a Egipto donde pasaron por lo menos cuatrocientos años bajo la tiranía egipcia. Estos años fueron un largo periodo de oscuridad. Entonces, después de esos cuatrocientos años, Dios los sacó de la oscuridad de la tiranía egipcia. Dios no trató con ellos conforme a la ley, la cual no había sido dada todavía, sino conforme a la promesa que El le había hecho a Abraham, antecesor de ellos.
Es difícil encontrar en el libro de Exodo un versículo que nos diga que la intención de Dios al sacar de Egipto a los hijos de Israel era darles la ley. Sin embargo, es claramente afirmado que la intención de Dios era que ellos celebraran una fiesta para El. Moisés le dijo a faraón: “Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Ex. 5:1). Sin duda Dios también planeaba revelarles el diseño de Su morada.
Antes de Exodo 19, no parece haber indicación de que Dios tuviera intención alguna de darles la ley. Al principio de este capítulo Dios dirigió al pueblo unas palabras muy placenteras: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí” (Ex. 19:4). El Señor pasó a decirles que si daban oído a Su voz y guardaban Su pacto, ellos le serían especial tesoro y serían un reino de sacerdotes y gente santa (vs. 5-6). Las palabras de Dios estaban llenas de gracia. Cuando el pueblo oyó lo que Dios había dicho, contestaron: “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (v. 8). Después de que el pueblo respondió así, la atmósfera en torno al monte Sinaí cambió. La atmósfera agradable fue reemplazada por otra aterradora. Atemorizados por esta atmósfera, los hijos de Israel le pidieron a Moisés que fuera su representante para reunirse con Dios. En medio de esta situación, fueron dados los Diez Mandamientos. Así que, en Adán vemos la caída; en Abraham, la promesa; y en Moisés, la ley. Los capítulos veinte al veintitrés de Exodo están relacionados con la ley.
Pero inmediatamente después de estos capítulos y sus decretos y ordenanzas, llegamos al capítulo veinticuatro, donde vemos que la situación en torno al monte Sinaí cambió de nuevo. Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y los setenta ancianos de Israel ascendieron al monte. Según las palabra de Exodo 24:10, “vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno”. ¡Qué escena tan maravillosa! Fue en medio de este escenario que Dios le reveló a Moisés el diseño del tabernáculo.
Después de que la ley y sus ordenanzas le fueron dadas al pueblo, Dios trató con los hijos de Israel conforme a la ley y por medio del tabernáculo. El pueblo no tenía contacto con Dios mediante la ley, sino por medio del tabernáculo juntamente con el sacerdocio y las ofrendas. Todas estas cosas eran el cumplimiento, en tipología, de la promesa que Dios le había hecho a Abraham. Dios trataba con el pueblo conforme a la ley y por medio del tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas. Supongamos que un israelita cometiera un pecado. Según los Diez Mandamientos, había de ser cortado de entre el pueblo. Pero, en vez de cortarlo de entre el pueblo, Dios cumplió la promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones mediante bendecir al pecador por medio del altar. Quien cometiera un pecado debía presentar un sacrificio como ofrenda por las transgresiones. Cuando este sacrificio fuera ofrecido en el altar, el pecador podría ser perdonado.
Dios usó la ley como un espejo para exponer a Su pueblo. Pero después de quedar expuestos, ellos podían recurrir al tabernáculo, al sacerdocio, al altar y a las ofrendas. En tipología, esto era un cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho a Abraham. El libro de Exodo en realidad no es un libro de la ley; es un libro del cumplimiento de la promesa de Dios, un libro de Cristo, de la cruz y de la iglesia. Es verdad que ciertos capítulos están dedicados a la ley y sus ordenanzas, pero otros capítulos dan un diseño del tabernáculo y describen cómo había de ser levantado el tabernáculo. Como ya hemos señalado, fue en medio de una atmósfera clara donde le fue revelado a Moisés el diseño del tabernáculo. Después de que este diseño fue dado, el tabernáculo fue edificado y levantado. Entonces, mediante el sacerdocio y las ofrendas, aquellos que estuvieran condenados bajo la ley podrían tener comunión con Dios. Esta comunión se llevaba a cabo mediante el tabernáculo, mediante Cristo. En tipología, no en la realidad, esto era el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho a Abraham.
Hemos considerado tres personajes importantes: Adán, Abraham y Moisés. Ahora hablaremos de un cuarto personaje, el más importante de todos, Jesucristo, quien vino para cumplir la promesa que Dios le hizo a Abraham. Cristo cumplió esta promesa conforme a los requisitos justos de la ley dada por medio de Moisés. De este modo, El sacó de la maldición al pueblo escogido de Dios. Por consiguiente, la promesa vino a ser no sólo un pacto, sino un legado, un testamento, porque todo lo que había sido prometido fue cumplido. Los requisitos de la ley fueron satisfechos, la maldición fue quitada y la promesa fue cumplida. En esta única simiente de Abraham todas las naciones, que antes estaban bajo maldición y en división, ahora son benditas. Hoy en día Cristo, nuestra buena tierra, es el Espíritu todo-inclusivo para que lo disfrutemos. En el caso de Adán hubo una maldición, en el de Abraham se dio la promesa, en el de Moisés fue dada la ley, y en el caso de Cristo se tiene el cumplimiento de la promesa. Ahora nosotros, los creyentes, los de la familia de la fe, disfrutamos el nuevo testamento. Los de la familia de la fe son la iglesia. No somos los que obran, sino los que oyen. Como miembros de la familia de la fe, tenemos el oír con fe y por lo tanto heredamos y experimentamos al Dios Triuno y participamos de El como nuestra bendición. Mediante el oír con fe hemos llegado a ser un pueblo de fe, la familia de la fe. Cuanto más oímos, tanto más nuestra fe es fortalecida y tanto más nuestra capacidad de disfrutar la bendición se ve aumentada.
En la Biblia hay seis nombres o títulos sobresalientes: Adán, Abraham, Moisés, Cristo, la iglesia y la Nueva Jerusalén. La intención de Dios en la eternidad pasada no estaba relacionada con la ley. Su pensamiento no estaba enfocado en la ley, sino en Adán, Abraham, Moisés, Cristo, la iglesia y la Nueva Jerusalén, la máxima consumación de la obra de Dios con el hombre. Hoy estamos en la iglesia; en la eternidad estaremos en la Nueva Jerusalén. Dios usa la ley temporalmente para exponer a su pueblo, quienes no tienen el conocimiento adecuado de ellos mismos ni de la condición en que se encuentran. El también usa la ley como un custodio para vigilar y guardar al pueblo y como una escolta, como un ayo, para llevarlos a Cristo. Pero una vez que la ley ha cumplido su función de traernos ante Cristo, no debe permitirse que la ley permanezca en el camino. Moisés no sólo fue aquel por medio de quien la ley fue dada; él también fue quien recibió el diseño del tabernáculo y bajo cuya dirección éste fue levantado.
Es significativo que desde Adán hasta Abraham haya aproximadamente dos mil años, y que desde Abraham hasta Cristo haya aproximadamente otros dos mil años. Además, han pasado casi dos mil años desde que el Señor hizo Su aparición en la tierra como hombre. Se me hace muy difícil creer que la era de la iglesia continúe otros mil años. Después de la era de la iglesia seguirá la era del reino, la cual perdurará mil años. Después de eso estaremos en la eternidad. No me atrevo a decir que los siete días de Génesis 1 tipifiquen los siete mil años que quizás abarquen el tiempo transcurrido desde Adán hasta el final del milenio. No obstante, es muy significativo que desde la caída hasta la promesa transcurrieron dos mil años, que desde la promesa hasta la venida de Cristo para cumplir la promesa transcurrieron otros dos mil años, y que la era del cumplimiento haya durado ya aproximadamente otros dos mil años. Aunque anhelamos la era del milenio, no estaremos satisfechos sólo con el milenio. El periodo de mil años del milenio será como un día a los ojos de Dios. Por consiguiente, nuestra aspiración es entrar en la Nueva Jerusalén por la eternidad.
En el cumplimiento del propósito eterno de Dios, la ley sólo tuvo lugar temporalmente. La ley fue dada cuatrocientos treinta años después de que Dios le hiciera la promesa a Abraham. Con la venida de Cristo la ley fue cumplida y terminada.
La fe no está relacionada con la ley, sino con la gracia. Nuestra fe es el reflejo de la gracia de Cristo. La fe funciona como una cámara, la cual se usa para retratar un escenario particular. La gracia de Cristo es el escenario, y nuestra fe es la cámara que toma la fotografía. Por consiguiente, nuestra fe viene a ser el reflejo de la gracia de Cristo. En otras palabras, nuestra fe es el reflejo de la promesa de Dios en su cumplimiento.
La fe no tiene nada que ver con la ley. Los gálatas estaban equivocados al darle otra vez lugar a la ley y al permitir que ésta fuera introducida en el camino. La ley ya no debe estar en el escenario. Por el contrario, nuestra cámara de la fe debe estar enfocada totalmente en la gracia. En vez de tratar de guardar la ley, debemos usar nuestra fe para retratar el escenario de la gracia. Ahora en la fe disfrutamos la gracia, la cual es el Dios Triuno procesado para ser el Espíritu vivificante todo-inclusivo para que lo disfrutemos. ¡Qué maravilloso! La maldición ha sido quitada y la ley ha sido anulada. Ahora tenemos el cumplimiento único de la promesa de Dios, la cual ha venido a ser la bendición para todos los creyentes. Somos creyentes “Abraham” que disfrutan la promesa de Dios de una manera plena. Si vemos esto y lo entendemos, nos daremos cuenta de que la promesa está en contraste con la ley. Ya no hay ningún terreno, posición ni lugar para la ley. La ley ha sido quitada del camino. ¡Alabado sea el Señor porque nuestra cámara de fe está retratando el escenario de la gracia!