Mensaje 3
Lectura bíblica: Gá. 1:13-16
En la sección 1:13-16, vemos que el Hijo de Dios está en oposición a la religión del hombre. Los versículos 13 y 14 presentan un cuadro vívido de la religión del hombre. En el versículo 13, Pablo dice: “Porque habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba”. Aquí vemos un contraste entre la religión judía y la iglesia de Dios. Cuando Pablo estaba en el judaísmo perseguía a la iglesia porque la iglesia era diferente de su religión. Pablo odiaba a la iglesia porque ésta le restaba mérito a su religión. En su celo religioso, él perseguía sobremanera a la iglesia de Dios y la asolaba.
En el versículo 14, Pablo pasa a decir: “y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”. Las tradiciones aquí mencionadas eran las de la secta de los fariseos, a la cual Pablo pertenecía. El decía ser “fariseo, hijo de fariseo” (Hch. 23:6). La religión judía estaba compuesta no solamente de la ley dada por Dios y sus rituales, sino también de las tradiciones de los hombres. Debido a que Pablo era tan celoso de las tradiciones de sus padres, llegó a ser un líder religioso que aventajaba a muchos de sus contemporáneos.
Luego, en los versículos 15 y 16, Pablo declara: “Pero cuando agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí...” Llegado el tiempo señalado por Dios, cuando Saulo, celoso en su religión, perseguía a la iglesia, el Hijo de Dios le fue revelado. Dios pudo tolerar el celo de Pablo por las tradiciones de sus padres porque eso produjo un trasfondo oscuro contra el cual revelar a Cristo. Cuando a El le agradó, Dios reveló a Su Hijo en Saulo de Tarso. A Dios le agradó revelarle a él la persona viviente del Hijo de Dios. Revelar a Su Hijo en nosotros también le agrada a Dios. Es en Cristo, el Hijo de Dios, no en la ley, en quien Dios el Padre siempre se complace (Mt. 3:17; 12:18; 17:5).
El Hijo de Dios, como la incorporación y la expresión de Dios el Padre (Jn. 1:18; 14:9-11; He. 1:3), es vida para nosotros (Jn. 10:10; 1 Jn. 5:12; Col. 3:4). El deseo del corazón de Dios es revelar a Su Hijo en nosotros para que lo conozcamos, es decir, lo recibamos como nuestra vida (Jn. 17:3; 3:16), y seamos hechos hijos de Dios (Jn. 1:12; Gá. 4:5-6). Como Hijo del Dios viviente (Mt. 16:16), Cristo es muy superior al judaísmo y sus tradiciones (Gá. 1:13-14). Los judaizantes habían fascinado a los gálatas de tal manera que éstos consideraban que las ordenanzas de la ley eran muy superiores al Hijo del Dios viviente. Por tanto, el apóstol, en la introducción de esta epístola, testifica que él había estado profundamente envuelto en ese campo y que era muy avanzado en el mismo. Sin embargo, Dios, por medio de revelar a Su Hijo en él, lo había rescatado de ese siglo del mundo, que a los ojos de Dios era maligno. En su experiencia, Pablo comprendió que no existe comparación alguna entre el Hijo del Dios viviente y el judaísmo con sus tradiciones muertas, heredado de sus padres.
En 1:16, Pablo recalca el hecho de que el Hijo de Dios fue revelado en él. Esto significa que cuando Dios nos revela a Su Hijo, no lo hace de una manera exterior, sino de una manera interior; no por medio de una visión externa, sino por una visión interna. Esta no es una revelación objetiva, sino una revelación subjetiva.
Dios constituyó al Apóstol Pablo como ministro de Cristo por medio de apartarlo, llamarlo y revelar a Su Hijo en él. Por consiguiente, lo que Pablo predicaba no era la ley, sino a Cristo, el Hijo de Dios. Más aún, él no predicaba simplemente la doctrina tocante a Cristo; él predicaba a Cristo como una Persona viviente.
El punto crucial de este mensaje es que esta persona viviente, el Hijo de Dios, está en oposición a la religión del hombre. Esto era verdad en los tiempos de Saulo de Tarso, ha sido verdad a lo largo de los siglos y es verdad hoy en día. En vez de enfocar su atención en esta persona viviente, el hombre tiene la tendencia natural de dirigir su atención a la religión y a la tradición que ésta incluye. Pero desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22, la Biblia revela a una persona viviente. A Dios sólo le interesa esta persona viviente.
El relato de la experiencia que los discípulos tuvieron con el Señor Jesús en el monte de la transfiguración nos da un ejemplo de esto (Mt. 17:1-8). Después de llevar aparte a Pedro, Jacobo y Juan a un monte alto, el Señor Jesús “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2). Junto con los otros dos discípulos, Pedro vio la gloria del Señor. También vio a Moisés y a Elías, que hablaban con El. Aunque es dudoso que Moisés y Elías estuvieran en gloria, no obstante ellos estaban hablando con el Jesús glorificado. Según Mateo 17:4, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Al hacer esta sugerencia, Pedro estaba elevando a Moisés y a Elías al mismo nivel del Señor Jesús. El había heredado una vieja tradición centenaria respecto a Moisés, quien representaba la ley, y a Elías, quien representaba a los profetas. Para los judíos, Moisés y Elías representaban todo El Antiguo Testamento. Así que, aun en el monte de la transfiguración, Pedro era celoso en guardar la tradición tocante a Moisés y a Elías. Pero mientras Pedro todavía hablaba, “una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mt. 17:5). Moisés y Elías desaparecieron entonces de la escena. Cuando los discípulos alzaron los ojos, “a nadie vieron sino a Jesús solo”. Esto quiere decir que a los ojos de Dios no hay lugar para religión ni tradición, sino sólo para la persona viviente de Su Hijo.
El hombre tiene una tendencia natural de apreciar cosas tradicionales. ¡Cómo aprecia la gente sus tradiciones! Por ejemplo, los Adventistas del Séptimo Día aprecian el día Sábado. Ellos afectuosamente se apegan a la tradición del Séptimo Día, el Sábado. Pero según Colosenses 2:16, el Sábado es una sombra cuya realidad, el cuerpo, es Cristo. Ahora que Cristo ha venido, deberíamos volvernos de la sombra a la realidad. Sin embargo, como los judíos de antaño, hoy en día los Adventistas del Séptimo Día valoran la sombra y no prestan atención a Cristo. Cristo es nuestro día. El no solamente es nuestro verdadero sábado, sino también la realidad de cada uno de los días. ¡Qué insensato es apreciar el Séptimo Día, el Sábado, cuando podemos disfrutar a Cristo como nuestro verdadero sábado y como la realidad de cada uno de los días!
Algunos cristianos aprecian ciertas cosas que son mucho más ridículas que esto. ¿Han ustedes escuchado que algunos predicadores están ocupados en querer alargar las piernas? ¿Dónde está Cristo en tal práctica? Todos aquellos que se especializan en alargar las piernas deberían llamarse a sí mismos “alargadores de piernas”, en vez de llamarse ministros de Cristo. Asociar el alargamiento de piernas con el nombre de Cristo es usar Su nombre en vano.
Hoy día, millones de cristianos están ocupados con milagros, sanidad, profecías, hablar en lenguas, las llamadas manifestaciones de los dones y el cubrirse la cabeza, pero pocos están ocupados con Cristo. ¡Qué situación tan lamentable!
Por siete años y medio estuve en una asamblea muy estricta de los Hermanos. Durante ese tiempo, escuché un buen número de mensajes de los libros de Daniel y Apocalipsis. En esos mensajes se dijo mucho acerca de las bestias, cuernos, dedos y ciertos períodos de tiempo. Como joven celoso de obtener conocimiento, hasta cierto punto me sentí satisfecho con esta clase de enseñanza. Pero, a pesar de que escuché muchos mensajes acerca de los diferentes aspectos de la profecía, no escuché mucho respecto a Cristo. En realidad, el libro de Apocalipsis no está enfocado en las bestias, dedos y cuernos; está enfocado en Cristo. Este libro es una revelación de la Persona de Cristo. Hasta el libro de Daniel revela a Cristo. Sin embargo, los mensajes dados en la asamblea de los Hermanos de ningún modo estaban centrados en Cristo.
Si usted asiste a los llamados servicios dominicales matutinos observados en el cristianismo de hoy, o si acude a los estudios bíblicos llevados a cabo por maestros cristianos, escuchará hablar de muchas cosas. Pero será muy raro que escuche un mensaje en el cual Cristo sea revelado y ministrado al pueblo del Señor. Esto indica que hoy día, tal como ha ocurrido por siglos, la gente religiosa tiene celo de guardar las cosas religiosas y las tradiciones, pero no pone atención a Cristo. A un gran número de cristianos les interesa la religión y las tradiciones, pero no les interesa la persona viviente de Cristo.
La Biblia no se centra en prácticas, doctrinas ni ordenanzas sino en la persona viviente del Hijo de Dios. En 1:15 y 16, Pablo dice que a Dios le agradó revelar a Su Hijo en él. En lo que al Hijo de Dios se refiere, muchos están todavía bajo la influencia de las enseñanzas tradicionales del cristianismo con respecto a la Trinidad. El Nuevo Testamento revela que Dios el Padre amó al mundo y dio a Su Hijo por nosotros (Jn. 3:16). Pero el problema que enfrentamos es cómo entender esto. ¿De qué manera el Padre envió a Su Hijo? Un día Felipe le dijo al Señor Jesús: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Jn. 14:8). Sorprendido por tal petición, el Señor le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (v. 9). Luego el Señor dijo además: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (v. 10). Sin embargo, más adelante en este capítulo, en el versículo 16, el Señor Jesús dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Si yo hubiera sido Felipe, inmediatamente habría dicho: “Señor, puesto que verte a Ti es ver el Padre, ¿por qué ahora dices que orarás al Padre? Lo que dices parece contradictorio”. Con todo, el Señor Jesús dijo que El pediría al Padre y que el Padre les daría a los discípulos otro Consolador para que estuviera con ellos para siempre, el Espíritu de realidad (v. 17), que moraba con los discípulos y que estaría en ellos. Pero luego, en el versículo 18, El dice: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Esto indica que el mismísimo “El”, el Espíritu de realidad que se menciona en el versículo 17, viene a ser el “Yo”, el Señor mismo mencionado en el versículo 18. Esto muestra que después de Su resurrección, el Señor vendría a ser el Espíritu de realidad.
Al hablar de estos asuntos de Juan 14, mi propósito es señalar que si estamos iluminados adecuadamente por la descripción del Nuevo Testamento, veremos que cada vez que el Hijo de Dios es mencionado, el Padre también está implicado. Al Hijo no lo podemos separar del Padre ni del Espíritu. Muchos cristianos erróneamente separan del Padre al Hijo y también separan del Hijo al Espíritu, arguyendo que son tres personas separadas y distintas. Pero tal separación no es conforme a la revelación neotestamentaria de Dios. La Biblia nos revela que donde está el Hijo, está el Padre y también el Espíritu. El Padre está incorporado en el Hijo y el Hijo es hecho realidad como el Espíritu. Esto significa que el Espíritu es la realidad del Hijo, quien es la incorporación del Padre. Por esta razón, en 2 Corintios 13:14, Pablo dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. No podemos tener la gracia de Cristo el Hijo, sin el amor de Dios el Padre, o sin la comunión del Espíritu Santo. La gracia del Hijo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, son cosas que no pueden ser separadas. En realidad, estas tres cosas son una sola. Siguiendo el mismo principio, no podemos separar del Hijo al Espíritu, ni del Padre al Hijo. El Padre, el Hijo y el Espíritu son uno, de otra manera, Dios no sería triuno. La palabra “triuno” está compuesta de tri-, que significa tres y -uno. El Dios Triuno es tres en uno y también uno en tres.
Es muy significativo que en Gálatas 1:5-15 y 16, Pablo no dice que Dios reveló a Cristo en él, sino que reveló a Su Hijo en él. Hablar de Cristo no conduce al mismo tipo de participación como sucede al hablar del Hijo. La razón de esta diferencia es que cada vez que hablamos del Hijo de Dios, inmediatamente tenemos que ver con el Padre y con el Espíritu. Según los escritos de Pablo, tener al Hijo es tener tanto al Padre como al Espíritu. Como hemos señalado repetidamente, el Hijo es la incorporación del Dios Triuno, hecho realidad como el Espíritu para nuestro disfrute. De ahí que, cuando Pablo dice que le agradó a Dios revelar a Su Hijo en él, quiere decir que Aquel que le fue revelado era la incorporación del Dios Triuno hecho realidad como el Espíritu procesado y todo-inclusivo. La carga que he recibido del Señor, es ministrar este asunto al pueblo escogido de Dios. A pesar de que he estado ministrando de esto durante muchos años, puedo testificar que esta carga es más pesada hoy día de lo que fue jamás.
En las Epístolas de Pablo vemos que el Hijo es el misterio de Dios, la incorporación de Dios y Aquel en quien la plenitud de la Deidad mora corporalmente (Col. 2:2, 9). Un día, por medio de la encarnación, el Hijo de Dios vino a ser un hombre, el postrer Adán, quien mediante la muerte y la resurrección fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17, Pablo dice: “El Señor es el Espíritu”. Al juntar todos estos versículos, vemos que el Hijo de Dios, la incorporación de la plenitud de la Deidad, vino a ser hombre y que en la resurrección esta Persona es ahora el Espíritu vivificante.
Con respecto a Cristo como el Hijo de Dios, vemos que dos veces se menciona que El “fue hecho”. Conforme a Juan 1:14, el Verbo, el Hijo de Dios, fue hecho carne; esto es, El vino a ser hombre. Más aún, según 1 Corintios 15:45, esta Persona, el postrer Adán, fue hecho el Espíritu vivificante. Esta es la razón por la que Pablo puede decir explícitamente que ahora el Señor es el Espíritu. El Hijo de Dios es por consiguiente la incorporación del Dios Triuno hecho realidad como el Espíritu todo-inclusivo. Esta maravillosa Persona está en oposición a la religión del hombre.
El corazón de Dios está totalmente ocupado con la persona viviente de Su Hijo. Debido a que Su atención está enfocada en esta persona viviente, Dios no tiene interés en darnos cosas tales como el bautismo por inmersión, el hablar en lenguas, la sanidad, la circuncisión, el Sábado, el cubrirse la cabeza, o las doctrinas acerca de la profecía. La única intención de Dios es darnos a Su Hijo como una persona viviente.
Sin embargo, debido a la caída, fácilmente somos distraídos a poner atención a otras cosas en lugar de Cristo. Es muy posible que aun nosotros en el recobro del Señor pongamos atención a un sin número de cosas en lugar de Cristo. Por ejemplo, tal vez nos interese más el servicio en la iglesia que lo que nos interesa Cristo. Es de vital importancia que tengamos una visión de esta persona viviente todo-inclusiva. Esta Persona incluye al Padre, al Hijo, y al Espíritu; El incluye divinidad y humanidad. Aunque esta persona viviente es todo-inclusiva, El es muy práctico para nosotros, porque como el Espíritu vivificante, El está en nuestro espíritu regenerado. Por un lado, El está en los cielos como el Señor, el Cristo, el Rey, la Cabeza, el Sumo Sacerdote y el Ministro celestial; por otro lado, El está en nuestro espíritu a fin de ser todo para nosotros. El es Dios, el Padre, el Redentor, el Salvador; El es hombre, vida, luz y la realidad de todo lo positivo. Esto es la persona viviente del Hijo de Dios.
Hemos señalado que las Epístolas de Pablo fueron escritas según la revelación de Dios. Pero también necesitamos ver que se requirió un grado muy alto de inteligencia para interpretar esta revelación y expresarla en palabras. Tal vez otros reciban una revelación como esta, pero, a diferencia de Pablo, es posible que no tengan la habilidad de entenderla y comunicarla mediante el lenguaje. Hemos visto que Pablo, una persona de educación elevada, era un líder religioso. Según su mentalidad entenebrecida, nada podía compararse con el judaísmo y con todo lo que éste incluye, a saber, la ley, las Escrituras, los servicios sacerdotales y las tradiciones. Debido a que él siempre procuraba lo que creía mejor, estaba totalmente entregado a estas cosas. El menospreciaba a los seguidores de Jesús; consideraba que ellos simplemente seguían a un insignificante Nazareno, mientras que él guardaba celosamente las tradiciones de sus padres. Pero un día, cuando agradó a Dios el Padre, la persona viviente del Hijo de Dios fue revelada en él. Cuando esta Persona se le apareció, él cayó al suelo y espontáneamente clamó: “¿Quién eres, Señor?” (Hch. 9:5). Inmediatamente el Señor contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Conforme al entenebrecido entendimiento de Saulo de Tarso, Jesús había sido sepultado en una tumba, y sus discípulos habían robado Su cuerpo y lo habían escondido en algún lugar. Pero ahora Saulo recibió una sacudida al darse cuenta de que Jesús estaba vivo, estaba hablando desde los cielos, y le estaba siendo revelado a él. Desde el momento en que esta persona viviente fue revelada en Saulo, el velo fue quitado y la aguda mente de Saulo fue iluminada con respecto al Hijo de Dios. Desde ese momento, él se interesó por esta Persona y ya nunca más le importó la religión o la tradición.
Oren que ustedes reciban tal visión tocante a la persona viviente del Hijo de Dios. También oren que otros vean esta visión. Oren que ellos vean esta persona viviente y les importe El, en lugar de otras cosas como el Sábado, el cubrirse la cabeza, la sanidad y los dones espirituales. Necesitamos orar que esta persona viviente nos importe más que cualquier otra cosa, aun más que la vida de la iglesia. Sin esta persona viviente como la realidad y el contenido de la vida de la iglesia, hasta la vida de la iglesia vendrá a ser una tradición. ¡Es vital que veamos esta persona viviente!
Aunque tenemos un buen conocimiento de la doctrina bíblica, nuestra carga no es ministrar doctrina, sino ministrar al Hijo viviente de Dios como la incorporación del Dios Triuno procesado, hecho realidad como el Espíritu vivificante. No debemos apreciar ninguna cosa, ni siquiera nuestro conocimiento de la Biblia o nuestra experiencia y logros espirituales, en lugar de esta persona viviente. Diariamente y a cada hora necesitamos experimentar esta persona viviente. La iglesia es el Cuerpo de esta Persona, Su práctica y viva expresión.
Debido a que esta persona viviente es todo para nosotros, no tenemos necesidad de buscar sólo santidad, espiritualidad, victoria, amor y sumisión. Como la incorporación del Dios Triuno, hecho realidad como el todo-inclusivo Espíritu vivificante, El está dentro de nosotros para ser lo que necesitemos. En el siguiente mensaje veremos que esta Persona única vive ahora en nosotros. No carecemos de santidad o de victoria, sino de esta persona viviente. El está en contraste con todo. Sin El, todo es tradición, ya sea hecha por otros o por nosotros. Que podamos ver que hoy en día esta persona viviente está en contraste con todo.
Aparte de Cristo, la persona viviente del Hijo de Dios, todo lo que tenemos es religión. Por ejemplo: tal vez un hermano ame a su esposa, pero si la ama estando separado de Cristo, aun esto es religioso. Lo mismo es verdad respecto a hermanas que se someten a sus esposos, pero lo hacen fuera de Cristo. Una sumisión de esta índole es religiosa y tradicional. He conocido esposas chinas que eran sumisas simplemente porque los son por naturaleza. Antes de ser salvas, ya eran sumisas, y después de volverse cristianas, se volvieron esposas cristianas sumisas y buenas. Pero esta clase de sumisión no tiene nada que ver con Cristo. Esto es expresión de la tradición china, no de la persona viviente del Hijo de Dios.
Me preocupa que muchos de nosotros tratamos de practicar la vida de la iglesia sin estar en Cristo. Si este es el caso, nuestra vida de la iglesia no será nada más que una religión con su propia clase de tradición. ¡Cuán desesperadamente necesitamos una visión de esta Persona viva! Es crucial que El sea revelado en nosotros.
Antes de recibir una visión de la persona viviente, yo era uno que guardaba muchas tradiciones. Pero un día le agradó a Dios revelar a Su Hijo en mí. Ahora yo sé que esta persona viviente es la incorporación del Dios Triuno procesado y todo inclusivo, quien en mi espíritu es hecho realidad como el Espíritu vivificante. En mi espíritu lo disfruto, lo experimento, lo vivo y participo de Sus riquezas. Ser un cristiano es ser alguien que está ocupado con esta persona viviente, no con una religión. El judaísmo es una religión formada por el hombre en letras muertas y con tradiciones vanas. Pero el Hijo de Dios es vida, la vida increada, la vida eterna de Dios. Para que lo experimentemos y lo disfrutemos, esta Persona única es el Espíritu todo-inclusivo, quien posee la realidad divina (Jn. 1:14; 14:6). Yo no quiero tener nada que ver con religión alguna; yo quiero esta persona viviente. ¿Qué escoge usted: la religión del hombre o la persona viviente del Hijo de Dios?