Mensaje 37
Lectura bíblica: 1, Gá. 6:18; 1:6; 2:21; 5:4; Jn. 1:14, 16-17; He. 10:29; 4:16
Pablo concluye de esta manera el libro de Gálatas: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos. Amén”. Al principio de la epístola, Pablo dijo: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:3). Pero al final, Pablo habla primero de la paz (6:16) y después de la gracia.
En 6:16 Pablo dice: “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios”. Según este versículo, la paz está en aquellos que “anden por esta regla”. Esta regla es la de sembrar para el Espíritu a fin de vivir como una nueva creación. Si andamos por esta regla, la paz será con nosotros. El Israel de Dios está formado por todos aquellos que andan conforme a esta regla. En otras palabras, todos los que viven como nueva creación por medio de sembrar para el Espíritu son el verdadero Israel de Dios, y la paz está en ellos. La forma en que Pablo usa la preposición “a” implica que la paz llueve sobre nosotros. La paz llueve sobre el verdadero Israel de Dios, quienes andan por la regla de vivir como una nueva creación por medio de sembrar para el Espíritu. Dios está otorgando paz a Su verdadero Israel.
En 6:17 Pablo prosigue: “De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas de Jesús”. En este punto parece como si Pablo estuviera diciendo: “Estoy disfrutando de paz. Que ninguna otra cosa me cause molestias. Tengo una sola meta, y tal meta es andar por esta regla. Debido a que soy parte del verdadero Israel de Dios, se me es concedida la paz. Estoy bajo la lluvia de paz. No me habléis de la ley, de la circuncisión ni del sacerdocio. De aquí en adelante, no me causéis molestias”.
A qué se debe que en el principio de Gálatas Pablo mencione la gracia antes de la paz y que al final hable de la paz antes de la gracia? La gracia es Dios como nuestro disfrute y la paz es la condición que resulta de la gracia. Por consiguiente, al principio tenemos primero gracia y luego paz. Pero después de que por la gracia entramos en una condición de paz, tanto con Dios verticalmente como con los demás horizontalmente, necesitamos que la gracia nos mantenga en esa situación de paz.
Según 6:18, la gracia que disfrutamos es la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Además, Pablo señala que esta gracia es con nuestro espíritu. En el libro de Gálatas, Pablo se refiere al espíritu humano solamente en el capítulo seis. En 6:1 él dice: “Hermanos, si alguno se encuentra enredado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre”. El espíritu aquí mencionado es el espíritu humano regenerado en el cual mora el Espíritu Santo y con el cual éste se ha mezclado. El hecho de que Pablo mencione al espíritu humano al principio y también al final del capítulo seis indica que este capítulo habla principalmente de nuestro espíritu.
Si no conocemos nuestro espíritu humano, el cual ha sido regenerado por el Espíritu Santo, no tenemos manera de disfrutar a Cristo como el Espíritu todo-inclusivo. Podemos usar la aplicación práctica de la electricidad como ejemplo de esto. Aunque la electricidad haya sido instalada en nuestro hogar, todavía es necesario que usemos el interruptor para aplicar la electricidad. Si usted no sabe dónde está el interruptor, no tendrá manera de experimentar el beneficio de la electricidad. La “electricidad” celestial ya ha sido instalada en nosotros y nuestro espíritu humano es el “interruptor” por medio del cual la aplicamos. La gracia del Señor Jesucristo, la “electricidad” celestial, es con nuestro espíritu, el “interruptor”.
En 6:18 Pablo no dice que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con nuestra mente, nuestra parte emotiva o nuestra voluntad. Muy clara y concisamente él dice que esta gracia es con nuestro espíritu. ¿Sabe usted dónde se encuentra su espíritu, su mente, su parte emotiva y su voluntad y la diferencia que existe entre estas partes? Sabemos que tenemos todas estas facultades, pero es difícil definirlas o localizarlas. Como fruto de nuestra experiencia hemos descubierto estos distintos aspectos de nuestro ser. Cuando estamos contentos o enojados, estamos haciendo uso de nuestra parte emotiva. Cuando tomamos una decisión, estamos usando nuestra voluntad. Cuando pensamos, obviamente usamos nuestra mente. Cuando marido y mujer entran en discusión, ellos pueden expresar su ardiente emoción, usar su mente para presentar sus argumentos y ejercitar su voluntad para tomar decisiones respecto a la situación. Sin embargo, mientras discuten, es posible que algo en lo profundo de ellos les diga que se calmen y guarden silencio. Esto no es la mente, la parte emotiva ni la voluntad. Se trata del espíritu, cuya parte principal es la conciencia. Siempre que la conciencia actúa, significa que el espíritu está funcionando. En otras palabras, el espíritu de usted funciona principalmente por medio de la conciencia. El meollo de esto es que además de la mente, la voluntad y la parte emotiva, dentro de nosotros tenemos otra facultad, la cual es el espíritu.
Según la Biblia, la función del espíritu es tener contacto con Dios. Cuando oímos el evangelio, nos arrepentimos de nuestros pecados. El arrepentimiento tiene que ver con el ejercicio de nuestra conciencia. Cuando la luz de la verdad pudo resplandecer a través de nuestra mente y entrar en nuestra conciencia, nuestra conciencia hizo que nos arrepintiésemos. Por lo tanto, el arrepentimiento tiene que ver con el ejercicio de la parte principal de nuestro espíritu. Aunque probablemente al momento no nos dimos cuenta de ello, cuando fuimos salvos ejercitamos nuestro espíritu. Además de arrepentirnos, también dirigimos una oración al Señor e invocamos Su nombre. Tal vez hayamos dicho: “Señor Jesús, Tú eres mi Redentor. Te agradezco que hayas muerto en la cruz por mis pecados. Señor, te amo y te acepto como mi Salvador”. Cuando oramos de este modo, ejercitando fe en el Señor, el Espíritu de Dios entró en nuestro espíritu y lo regeneró. En el momento en que fuimos salvos, nuestro espíritu fue ejercitado para arrepentirse y recibir al Señor. A partir de entonces, el Espíritu ha estado morando en nuestro espíritu. Por lo tanto, el espíritu es el lugar de nuestro interior donde tenemos contacto con Dios, porque es allí donde el Dios Triuno procesado mora como el todo-inclusivo Espíritu vivificante.
A menudo, cuando comenzamos a orar, estamos en nuestra mente o en nuestra parte emotiva. Pero poco a poco oramos hasta entrar en el espíritu. Entonces tenemos el sentir de que estamos con el Señor y de que El y nosotros somos uno. No hay palabras que puedan describir qué bueno es ser uno con el Señor. ¡Cómo se disfruta! Este disfrute provee la certeza de que el Dios Triuno es real.
A fin de entender lo que Pablo quiere decir con la palabra “gracia” en 6:18, tenemos que dirigirnos al evangelio de Juan. En este evangelio vemos que el Verbo que era desde el principio con Dios, y que era Dios, fue hecho carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad (1: 1, 14). Según Juan 1:16, “de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. Además, Juan 1:17 dice: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. El hecho de que la ley haya sido dada y de que la gracia haya venido, indica que la gracia es una persona. La gracia no fue dada; la gracia vino con Jesucristo. La gracia mencionada en Juan 1 es el mismo Espíritu mencionado en otro lugar en el Evangelio de Juan. Cuando Cristo vino, algo maravilloso que se llama gracia vino con El. En realidad, esta gracia es una Persona maravillosa, Cristo Jesús mismo. Según Juan 1:16, de la plenitud de Cristo nosotros hemos recibido gracia sobre gracia. Pero en Juan 7:39 y 20:22 vemos que en realidad recibimos el Espíritu, el aliento santo. Al juntar estos dos versículos, vemos que la gracia mencionada en Juan 1 es el mismo Espíritu, el aliento santo, que se menciona en Juan 7 y 20. En Hebreos 10:29 el Espíritu es llamado el Espíritu de gracia.
Decir que el Espíritu es el Espíritu de gracia no significa que el Espíritu es una cosa y la gracia es otra, tal como la expresión “el Espíritu de vida” no significa que el Espíritu y la vida sean dos cosas diferentes. Más bien, tal como el Espíritu y la vida son una sola entidad, así también el Espíritu y la gracia. Del mismo modo, hablar de la luz de Dios no significa que la luz es una cosa aparte de Dios mismo. Significa que Dios es la propia luz. Por el mismo principio, cuando la Biblia habla del Espíritu de gracia, se refiere al Espíritu como gracia.
Hemos recalcado que la gracia es Dios quien viene a ser nuestro disfrute, que la gracia es Cristo disfrutado por nosotros. Ahora debemos poner el mismo énfasis en el hecho de que la gracia es en realidad el Espíritu. La gracia es Dios el Padre incorporado en el Hijo y el Hijo es hecho real como el Espíritu. Por consiguiente, al final, el Espíritu es la misma gracia.
Por experiencia sabemos que cuando disfrutamos la gracia, disfrutamos al Espíritu. Siempre que tenemos escasez de experimentar cómo el Espíritu se mueve en nosotros y nos unge, no tenemos el disfrute de la gracia. La gracia es el mover, el actuar y el ungir del Espíritu en nuestro interior. Cuanto más el Espíritu se mueve en nosotros, más gracia disfrutamos.
Una vez más podemos usar la electricidad como ejemplo. Es posible que se piense que la electricidad es una cosa y que la corriente eléctrica es otra cosa. Sin embargo, en realidad la corriente eléctrica es la electricidad misma en movimiento. Si la electricidad no se moviera, seguiría siendo sólo electricidad. Pero tan pronto como comienza a moverse, viene a ser una corriente eléctrica. Pero no sucede que la corriente sea una cosa y la electricidad otra. La corriente es electricidad en movimiento.
Este ejemplo de la corriente eléctrica nos ayuda a comprender que el Espíritu de gracia es en realidad el Espíritu por dentro de nosotros, moviéndose, actuando y ungiéndonos. Este asunto es muy subjetivo. Cuando vemos la gracia de esta manera, hemos dado en el blanco con respecto a lo que es la gracia. La gracia, por supuesto, existe como una realidad aparte de nosotros. Pero cuando la gracia entra en nosotros y viene a ser nuestro disfrute, no es nada menos que el Espíritu mismo.
¿Cómo entonces recibimos la gracia y la disfrutamos? Si hemos de recibir gracia y disfrutar gracia, debemos darnos cuenta de que nuestro espíritu es el único lugar donde podemos experimentar la gracia. Así como la electricidad puede aplicarse sólo por medio de mover el interruptor, así también sólo en nuestro espíritu podemos tener contacto con el Espíritu que unge y se mueve. Si usted desea recibir gracia y disfrutar gracia, no ejercite su mente, su parte emotiva o su voluntad. En vez, vuélvase a su espíritu y ejercítelo. Los hermanos por lo regular son muy activos en su mente, y las hermanas muy fuertes en la emoción. Debemos salir de nuestra mente y de nuestra emoción y volver a nuestro espíritu, donde encontraremos al Señor.
Le agradecemos al Señor que nos haya revelado dónde está El hoy día. No puede haber duda alguna de que El, por un lado, está en el trono en los cielos. Pero, por otro lado, para que lo experimentemos, El está en nuestro espíritu. Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. El trono de la gracia no sólo está en el cielo; también está en nuestro espíritu. Si no estuviera tanto en nuestro espíritu como en el cielo, ¿cómo podríamos acercarnos a él? Es posible que haya quien argumente que nuestro espíritu no es lo suficientemente grande como para contener el trono de la gracia. Aunque esto tal vez parezca lógico en cuanto al tamaño, el hecho de que podamos acercarnos al trono de la gracia indica que, en la experiencia, el trono está en nuestro espíritu. Por mi propia experiencia sé que cuando me vuelvo a mi espíritu y digo “Señor Jesús”, de inmediato tengo el sentir de que el trono de la gracia está en mi espíritu.
Siempre que nos acerquemos al trono de la gracia por medio de volvernos a nuestro espíritu e invocar el nombre del Señor, debemos entronizar al Señor. Debemos darle la posición de Cabeza, Señor y Rey en nosotros. ¡Qué gran diferencia esto representa! Algunas veces, mientras oramos, tenemos el sentir de que el Señor está dentro de nosotros, pero no estamos dispuestos a darle el trono. En vez de reconocer Su reinado, nosotros nos exaltamos por encima de El y nos ponemos en el trono. De una manera muy práctica, destronamos al Señor. Siempre que fallemos en entronizar al Señor, el fluir de la gracia se detendrá. Al mismo tiempo que estamos orando, debemos permitir que el Señor esté en el trono dentro de nosotros, por medio de honrarlo como Cabeza, Señor y Rey. Entonces la gracia fluirá en nosotros como río.
En Apocalipsis 22:1 y 2 vemos que el río de agua de vida sale del trono de Dios y del Cordero. Por consiguiente, el trono de Dios es la fuente de la gracia que fluye. Destronarlo a El es quitarle el trono, es desechar la fuente de la gracia. Esto hace que la gracia deje de fluir. Esto no es simplemente una doctrina, sino algo que se puede experimentar. Muchos de nosotros podemos testificar que cuando no entronizamos al Señor, no recibimos mucha gracia en nuestros momentos de oración.
Si hemos de recibir gracia y disfrutar gracia, lo primero que debemos hacer es volvernos a nuestro espíritu y olvidarnos de nuestra mente, nuestra emoción y nuestra voluntad. Sin embargo, Satanás levanta cosa tras cosa para apartarnos del espíritu. El puede provocar una discusión entre marido y mujer. Conforme ellos están argumentando, les será difícil volverse a su espíritu, porque los razonamientos y las emociones habrán sido agitados. Cuando nuestros razonamientos y emociones son fuertes, nos resulta difícil volvernos al espíritu.
La mejor manera de poner en práctica el asunto de volverse al espíritu y mantenerse en el espíritu es tener un tiempo fijo para orar. Supongamos que dedique usted diez minutos por la mañana para tener contacto con el Señor en oración. Durante este tiempo, lo único que usted debe hacer es volverse al espíritu y permanecer allí. No se preocupe por las cosas que tenga usted que hacer ese día. Rechace su mente, su parte emotiva y su voluntad naturales y ejercite su espíritu para tener contacto con el Señor.
La razón de que muchos cristianos tengan muy poca experiencia del Señor es que ellos no ejercitan su espíritu. Muchos de ellos simplemente no quieren estar en el espíritu. Además, Satanás sutilmente busca provocar nuestra mente, nuestra emoción y nuestra voluntad. Por lo tanto, es importante que aprendamos a permanecer en el espíritu y a no dejarnos provocar ni ser distraídos por el enemigo. Debemos ejercitar nuestro espíritu para mantener nuestra mente, nuestra emoción y nuestra voluntad en el lugar que les corresponde. Pero si permitimos que nuestra mente sea agitada y que nuestra emoción sea provocada, perderemos muchas oportunidades de ministrar vida otros desde nuestro espíritu. En vez de usar nuestra mente de modo natural y en vez de permitir que nuestra emoción sea provocada, debemos ejercitar nuestro espíritu y orar así: “Señor, ¿qué quieres que haga y qué quieres que diga? Señor, fluye desde mi espíritu por medio de mis palabras para suministrar vida a aquellos que están en necesidad”. ¡Esto es mucho mejor que usar nuestra mente y nuestra emoción naturales para enfrentar situaciones! ¡Qué enorme diferencia esto representa! Quiero recalcar una y otra vez el hecho de que lo que necesitamos es aprender a permanecer en nuestro espíritu y a usar nuestro espíritu.
Cuando nos volvemos a nuestro espíritu y permanecemos allí, debemos reconocer que el Señor es Cabeza y Rey, y debemos entronizarlo. Es necesario que respetemos Su posición, que honremos Su autoridad y que confesemos que no tenemos derecho a hacer ni a decir nada por nuestra cuenta. Todo terreno en nosotros debe serle entregado al Rey. Si entronizamos al Señor dentro de nosotros, el río de agua de vida fluirá del trono para darnos su suministro. De este modo recibiremos gracia y disfrutaremos gracia.
La gracia no es otra cosa que el Dios Triuno como nuestro disfrute. El Padre está incorporado en el Hijo y el Hijo es hecho real como el Espíritu. Este Espíritu, la consumación máxima del Dios Triuno, ahora mora en nuestro espíritu. Nuestra presente necesidad es volvernos a este espíritu y permanecer allí, entronizando al Señor. Entonces, de una manera muy práctica, nuestro espíritu se unirá al tercer cielo. Debemos darnos cuenta en nuestra experiencia de que, por un lado, el lugar santísimo está en el cielo y de que, por otro lado, está también en nuestro espíritu. Esto quiere decir que cuando permanecemos en nuestro espíritu, en realidad tocamos los cielos. Si entronizamos al Señor Jesús dentro de nosotros, el Espíritu, como agua de vida, fluirá desde el trono para darnos su suministro. Esto es la gracia y esta es la manera de recibir y disfrutar la gracia.
Conforme recibimos al Dios Triuno como nuestra gracia y lo disfrutamos como gracia, seremos constituidos de El. Poco a poco llegaremos a ser uno con El orgánicamente. El será lo que nos constituye y nosotros seremos Su expresión.