Mensaje 40
Lectura bíblica: Gá. 5:16, 18, 22-25
Colosenses y Gálatas son dos libros del Nuevo Testamento que revelan que Cristo es vida y es todo para nosotros. Colosenses trata con la cultura y Gálatas trata con la ley dada por medio de Moisés y con la religión formada conforme a esta ley. Tanto la cultura desarrollada por el hombre como la ley dada por Dios han sido usadas por Satanás para frustrar que el pueblo escogido de Dios experimente y disfrute a Cristo. La intención de Dios es dispensarse como el Dios Triuno, el Padre, el Hijo y el Espíritu, en nuestro ser, a fin de que El y nosotros seamos orgánicamente uno. Si nosotros somos orgánicamente uno con el Dios Triuno, El será nuestra vida y nosotros seremos Su vivir. Así que, la máxima intención de Dios en el universo es dispensarse en Su pueblo para que ellos tengan una sola vida y un solo vivir con El. Debido a que Satanás utiliza la cultura y la ley para evitar que experimentemos al Espíritu como el Dios Triuno hecho realidad, los libros de Colosenses y Gálatas son muy importantes.
El libro de Gálatas está compuesto de una manera muy particular. En el capítulo uno vemos que el Hijo de Dios está en contraste con la misma religión formada y establecida conforme a la ley dada por Dios. En 1:16 Pablo indica que el Hijo de Dios ha sido revelado en nosotros. El Hijo de Dios no es meramente un objeto de nuestra creencia, como si estuviera aparte de nosotros; El es Aquel que ha sido revelado subjetivamente a nosotros y ha llegado a ser uno con nosotros. El querido Hijo de Dios que ha sido revelado en nosotros y quien es ahora uno con nosotros, está en contraste con la religión y con todas las tradiciones que ésta incluye. La intención de Dios es que la religión y la tradición se aparten y que sólo el Hijo de Dios permanezca.
Sin embargo, el judaísmo y el cristianismo de hoy están llenos de religión y tradición. Muy poco del Hijo de Dios puede verse en el catolicismo o en las denominaciones. Nosotros todavía estamos rodeados de religión y tradición. No tengo la confianza de decir que la religión y todas sus tradiciones hayan sido totalmente eliminadas de nosotros que estamos en el recobro del Señor. No piense que debido a que ha estado usted en la vida de la iglesia por cierto tiempo, ya no tiene usted religión ni tradición, sino que sólo tiene a Cristo, el Hijo de Dios. No tengo la certeza de que sólo Cristo esté en nosotros y de que estemos libres de toda religión y tradición.
Cuando Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de la transfiguración del Señor en el monte, Pedro insensatamente sugirió que se edificaran tres enramadas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. De súbito se oyó una voz del cielo, que declaró: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mt. 17:5). Cuando los discípulos alzaron los ojos, “a nadie vieron, sino a Jesús solo” (v. 8). La experiencia de ellos en el monte de la transfiguración sirve de ejemplo a lo que Pablo dice en el primer capítulo de Gálatas. Tal como Moisés y Elías le tuvieron que dar paso a Cristo, el amado Hijo de Dios, así también la religión y la tradición deben ser desechadas, y solamente el Hijo de Dios debe permanecer.
Debido a que la religión está en nuestra médula, es muy difícil deshacerse de ella. Cuando oramos, es posible que estemos bajo la influencia de la tradición. Por ejemplo, tal vez pensemos que la mejor manera de orar es arrodillándose, en vez de sentarse en una silla. Sin embargo, ¿cómo podemos decir que esa es la mejor posición para orar? El sentimiento de que arrodillarse a orar es mejor que sentarse puede provenir de la tradición. Los musulmanes tienen la costumbre de postrarse y orar en tiempos designados. Durante una visita que hice a Jerusalén, observé en una mezquita a varios musulmanes orando de esta manera. Tuve la sensación de que no estaban adorando a Dios verdaderamente. En vez de adorar a Dios en realidad, ellos estaban llevando a cabo su ritual de una manera religiosa y tradicional. Aunque el Señor Jesús y también Pablo el apóstol se arrodillaron a orar, el Señor no dio mandamiento de que nos arrodillásemos a orar o de que nos postrásemos delante de Dios el Padre cuando le adorásemos. El Señor no dio tal mandamiento. Pero en Juan 4:24, El sí dijo que Dios es Espíritu y que quienes le adoran, en espíritu es necesario que le adoren. Esto le fue dicho junto a un pozo a una mujer samaritana. El Señor Jesús le ministró agua viva a esta mujer, y ella bebió del agua viva. Según el contexto de Juan 4, beber del agua viva es adorar a Dios el Padre.
Mientras el Señor Jesús hablaba con la mujer samaritana, los sacerdotes estaban en Jerusalén, adorando a Dios en el templo. ¿Dónde se efectuaba la verdadera adoración, en el templo o junto al pozo? Para contestar adecuadamente esta pregunta debemos darnos cuenta de que Aquel que habló con la mujer samaritana junto al pozo, era en realidad Dios mismo. Dios estaba con la mujer samaritana, no en el templo en Jerusalén. La adoración llevada a cabo por los sacerdotes a la manera ordenada y preestablecida fue en vano. Si usted hubiera estado allí, ¿habría adorado a Dios con los sacerdotes en el templo o con la mujer samaritana, cerca del pozo? Si somos honestos, debemos admitir que probablemente hubiésemos estado con los sacerdotes, adorando conforme a la tradición.
Aunque por años hemos dicho que debemos desechar la tradición, no tengo la certeza de que estemos libres de ella. Muy sutilmente, la tradición sigue minando nuestra experiencia y disfrute de Cristo. En Gálatas 1 debemos ver que la tradición debe ser desechada y que sólo el Hijo de Dios debe ser revelado en nosotros. Este Hijo de Dios que nos ha sido revelado está en contraste con la religión y con todas las tradiciones que ésta incluye.
En Gálatas 1 vemos que el Hijo de Dios reemplaza a la religión y a la tradición de ésta. Ahora en Gálatas 2 vemos que Cristo, el ungido de Dios, reemplaza a la ley. En el versículo 19 Pablo dice que por la ley él ha muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Después, en el versículo 20, él dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Por consiguiente, según el capítulo uno, el Hijo es revelado en nosotros, y según el capítulo dos, Cristo vive en nosotros.
En el capítulo tres, Pablo comienza a hablar del Espíritu. El el versículo 2 él les pregunta a los creyentes gálatas: “¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. En el capítulo uno vemos que el Hijo de Dios es revelado en nosotros, en el capítulo dos, vemos que Cristo vive en nosotros. Pero aquí en el capítulo tres, Pablo indica que a quien hemos recibido es al Espíritu. El Espíritu que se menciona en el capítulo tres es el mismo Hijo de Dios mencionado en el capítulo uno y también es Cristo, mencionado en el capítulo dos. Cuando Pablo habla tocante a la revelación de los capítulos uno y dos, él habla de Cristo. Pero en el capítulo tres y en los capítulos subsiguientes, cuando se refiere a nuestra experiencia, él recalca el Espíritu. El Espíritu que hemos recibido es la totalidad de la bendición que Dios le prometió a Abraham (3:14).
En 4:6 vemos que no solamente hemos recibido el Espíritu, sino que el Espíritu del Hijo de Dios ha entrado en nosotros. Según 4:29, nosotros hemos nacido según el Espíritu. El Espíritu entró en nosotros, y nosotros nacimos de El. Como hijos de Dios, tenemos Su vida y Su naturaleza. La vida y la naturaleza de Dios no han sido vertidas en nosotros como se vierte agua en una botella. No es así, sino que recibimos la vida y la naturaleza del Padre mediante un proceso que incluye la concepción y el nacimiento. Todos nosotros nacimos de Dios por medio del Espíritu. Ahora que hemos recibido la vida y la naturaleza de Dios, en un sentido muy real, somos divinos. ¿Cómo podría un niño no tener la vida y la naturaleza de su padre? Del mismo modo, ¿cómo podría un hijo de Dios no tener la vida y la naturaleza de Dios? Con todo, decir que hemos recibido la vida y la naturaleza divinas no significa que debemos ser deificados o adorados como si fuésemos Dios mismo. Decir que hemos sido deificados para llegar a ser objetos de adoración es una blasfemia. Pero de ningún modo es una blasfemia testificar que tenemos la vida y la naturaleza divinas porque hemos nacido de Dios, y que como resultado, somos divinos. Somos hijos de Dios y el Espíritu de Dios mora en nosotros de una manera muy subjetiva.
En el capítulo cinco vemos dos tipos de andar por el Espíritu. El versículo 16 dice: “Andad por el Espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne”. Este andar se refiere a nuestra vida cotidiana. Es vivir y existir por medio del Espíritu. En el versículo 25 Pablo habla del segundo tipo de andar, es decir, el andar que es efectuado bajo ciertas reglas o principios para llegar a una meta a fin de ver cumplido el propósito de Dios: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. En este mensaje hablaremos de estos dos tipos de andar y consideraremos el andar por el Espíritu como el sendero de nuestro camino.
En 5:16 y 25, el Espíritu es el Dios Triuno procesado. El Dios Triuno ha pasado por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección para llegar a ser el Espíritu compuesto y procesado que vive en nosotros. Ahora que este Espíritu mora en nosotros, nuestra vida diaria debe estar bajo este Espíritu. Esto quiere decir que el Espíritu debe venir a ser la misma esencia de nuestra vida.
Me preocupa que en vez de andar por el Espíritu y vivir en la esencia de la vida divina, muchos de nosotros todavía vivimos por medio de la carne, por medio de la esencia de nuestra vida caída. Andar por el Espíritu significa que tomamos al Espíritu como la esencia de nuestra vida. Por ser personas regeneradas, tenemos dos esencias: la carne y el Espíritu. Antes de haber sido regenerados, hacíamos todo por medio de la carne. Debido a que estábamos constituidos del elemento de la carne, la carne era la esencia de nuestra vida, es decir, era nuestra constitución. Las acciones de la carne tal vez sean diferentes, pero su esencia es la misma. Por ejemplo, es posible que una persona menosprecie a sus padres y que otra persona honre a los suyos, pero ambas acciones son efectuadas por medio de la carne si la carne es la esencia de la vida de ellos. Un día el Espíritu todo-inclusivo, con la esencia de la vida divina, entró en nosotros. A partir de entonces ha sido posible que vivamos, ya sea por la esencia de la carne o por la esencia del Espíritu. En Gálatas 5, Pablo nos encarga que andemos por el Espíritu, es decir, que tomemos al Espíritu como nuestra esencia y elemento que nos constituye. Ya no debemos vivir por la carne, nuestro viejo elemento constitutivo, sino por el Espíritu, el nuevo elemento que nos constituye. Siempre que amemos, debemos amar por medio del Espíritu, por medio de la nueva esencia. Del mismo modo, siempre que aborrezcamos, debemos aborrecer tomando al Espíritu como nuestra esencia. Los cristianos no solamente deben amar, sino también aborrecer. Sin duda alguna debemos aborrecer a Satanás, el pecado y el mundo. Siempre que amemos o aborrezcamos, debemos vivir por medio del Espíritu todo-inclusivo como nuestra esencia. Lo crucial no es que amemos o aborrezcamos, ni tampoco que seamos humildes u orgullosos. Lo crucial estriba en cuál sea la esencia de nuestro amor o aborrecimiento, de nuestro orgullo o humildad. Si el Espíritu es la esencia de nuestra vida, es correcto que aborrezcamos ciertas cosas. Pero si amamos tomando a la carne como nuestra esencia, Dios estará verdaderamente disgustado. Dios no aprueba la carne de ninguna manera. En nuestra vida cotidiana ya no debemos andar por medio de la carne, tomándola como la esencia de nuestro ser. En vez de eso, debemos tomar al Espíritu como nuestra esencia y debemos hacer todo por medio del Espíritu.
En el primer tipo de andar por el Espíritu, tomamos al Espíritu como la esencia de nuestra vida. Entonces, lo que seamos, lo que hagamos y lo que tengamos será por el Espíritu como nuestra esencia. Esto significa que nuestra esencia será el Dios Triuno que se procesó para llegar a ser el elemento que nos constituye. Entonces, de una manera práctica, la carne será crucificada. Tal como dice 5:24, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si tomamos al Espíritu como nuestra esencia y crucificamos la carne, todo aspecto de nuestro andar diario será efectuado por medio del Espíritu.
El primer tipo de andar por el Espíritu es para el segundo: el andar en el cual se toma al Espíritu como sendero de nuestro camino. Todos tenemos que andar cierto camino. El sendero de este camino debe ser el Espíritu mismo. Para el primer tipo de andar, el Espíritu es nuestra esencia; para el segundo, el Espíritu es nuestro camino.
Gálatas 5:25 dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Aquí parece como si Pablo les dijera a los gálatas: “Vosotros no sólo habéis vivido por la ley, tomándola como esencia de vuestra vida, sino que también vuestra meta ha sido establecida conforme a la ley. La ley ha venido a ser el sendero de vuestro camino. Ahora no sólo vivís bajo la ley, sino que andáis conforme a ella. Queridos gálatas, debéis volver al Espíritu y dejar la ley en la cruz. Haced del Espíritu la esencia de vuestra vida diaria en vez de la ley. Si vivís por el Espíritu como vuestra esencia, también debéis tomar al Espíritu como vuestro sendero para llegar a la meta de Dios. Tomar al Espíritu como vuestra esencia y sendero excluye la ley, la doctrina, la religión, la tradición y las regulaciones. Ninguna de estas cosas debe ser vuestro camino hacia la meta de Dios. El único sendero es el Dios Triuno como el Espíritu vivificante. Solamente El debe ser el principio, la regla, el sendero conforme al cual andéis”.
En pensamiento fundamental de 5:25 es muy profundo. Al decir unas palabras como estas respecto a andar por medio de tomar al Espíritu como nuestra regla o principio, Pablo eliminó toda posibilidad de que la ley, la religión, la tradición, la doctrina o las regulaciones fueran la regla. El principio que gobierne nuestro andar o la regla que lo dirija tiene que ser el Espíritu. Debemos hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras, no por causa de las regulaciones, sino por causa de que tomemos al Espíritu como la esencia de nuestra vida, la esencia de nuestro nuevo ser. Si alguien me preguntara por qué no haría yo cierta cosa en particular, respondería que no la haría porque estoy andando por medio de tomar al Espíritu como la esencia de mi ser. Sin embargo, si yo contestara que no haría tal cosa porque es malgastar el tiempo o porque daña el testimonio del Señor, mi respuesta sería conforme a la religión y la tradición. La única razón de que hagamos o dejemos de hacer cosas, debe ser que tomemos al Espíritu como nuestra esencia y por lo tanto vivamos a Cristo.
Cuando tengamos el primer tipo de andar, el andar en el que tomamos al Espíritu como nuestra esencia, podremos tener el segundo tipo de andar, el cual va dirigido a la meta de Dios. Día a día el Espíritu será nuestro sendero. Entonces andaremos conforme al Espíritu, no conforme a la doctrina, la teología, la religión, la tradición o la organización. El maravilloso Dios Triuno procesado será nuestro sendero y andaremos en El. Al andar por el Espíritu como nuestro sendero podremos llegar a la meta y ganar el premio, el cual es Cristo mismo.
Si somos uno con el Espíritu todo-inclusivo, El sin duda nos guiará a andar en El mismo como nuestro camino. Como resultado, el Espíritu vendrá a ser la regla, el principio que nos guía a la meta de Dios. Espontáneamente el Espíritu viene a ser el carril, la regulación, hacia la meta de Dios. Así el Espíritu todo-inclusivo viene a ser el sendero de nuestro camino. Si andamos conforme a este sendero, ciertamente llegaremos a la meta de Dios, y Su propósito será cumplido.
El libro de Gálatas indica que no debemos vivir por la ley, la religión, la tradición, la organización, las doctrinas ni las regulaciones. En vez de eso, el Dios Triuno procesado que vive en nosotros debe ser la esencia de nuestro nuevo ser y el propio sendero de nuestro camino. Debemos vivir por medio de El y andar en El, y debemos tener las dos clases de andar por el Espíritu.