Mensaje 61
La Biblia es un libro divino compuesto de conceptos divinos. Por esta razón, contiene numerosos relatos maravillosos, y Gn. 24 es uno de ellos. Este capítulo no sólo revela una vida en unidad con Dios, sino que también implica algo más profundo que la vida humana. Esta es la razón por la cual le resulta difícil a la mente humana comprender las profundidades de la Biblia. En la superficie de Génesis 24, vemos un relato del vivir humano, pero en lo profundo de ese capítulo se encuentra algo divino. Resulta fácil ver la superficie, pero es difícil sondear las profundidades.
En Génesis 24 vemos un matrimonio que tipifica la boda de Cristo con la iglesia. En el Nuevo Testamento no hallamos ni un sólo versículo que afirme que este matrimonio es una figura de la boda entre Cristo y la iglesia. Sin embargo, el Nuevo Testamento revela claramente que Isaac, el hijo de Abraham, era una figura de Cristo, la única simiente de Abraham (Gá. 3:16). Basándonos en el hecho de que Isaac tipificaba a Cristo, podemos deducir que el matrimonio de Isaac tipificaba el matrimonio de Cristo.
La Biblia es un libro divino compuesto de conceptos divinos. Por esta razón, podemos ver estos conceptos en los diversos relatos bíblicos. Por ejemplo, todos conocemos la historia de José. El Nuevo Testamento no declara que José tipifica a Cristo, pero cualquier lector de la Biblia puede reconocer que la historia de José se parece mucho a la de Cristo. Algunos maestros de la Biblia enseñan que no debemos usar alegorías al interpretar las Escrituras a menos que el Nuevo Testamento indique que se trata de una alegoría o de la tipología de ciertos asuntos espirituales. Sin embargo, no debemos poner mucho énfasis en esto, pues a pesar de que el Nuevo Testamento no afirma que José tipifica a Cristo, todos los maestros de la Biblia reconocen que José es una excelente figura de Cristo. Al leer la historia de José, vemos que describe la vida de Cristo. Muchas circunstancias de la vida de José, tales como la traición que sufrió, son semejantes a los incidentes de la vida de Cristo. Según este principio, podemos decir que el matrimonio relatado en Génesis veinticuatro tipifica las bodas de Cristo porque Isaac tipifica a Cristo y porque el matrimonio de Isaac es semejante al de Cristo.
Génesis 24 presenta cuatro personas destacadas: el padre, el hijo, el siervo y la novia. Esto tiene mucho significado. Al llegar al Nuevo Testamento, vemos que el Dios Triuno obra con el propósito de conseguir una novia para el Hijo. ¿Cuál es el tema del Nuevo Testamento? Si decimos que el tema del Nuevo Testamento es sencillamente Jesús como nuestro Salvador, yo diría que eso es correcto, pero no lo abarca todo. El tema del Nuevo Testamento es el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu, quienes laboran juntos a fin de conseguir la novia para el Hijo. El Padre hace el plan, el Espíritu lo lleva a cabo, y el Hijo disfruta lo que el Padre planeó y lo que el Espíritu lleva a cabo. ¿Quién es la novia? La novia forma una parte del linaje humano que se casará con el Hijo y se convertirá en Su complemento. Mateo 28:19 habla del Padre, el Hijo y el Espíritu. En Hechos y en las epístolas, vemos cómo el Espíritu labora conforme al plan del Padre a fin de conseguir la novia para el Hijo. Al final del Nuevo Testamento, en el libro de Apocalipsis, vemos la novia. En Apocalipsis 19:7 dice: “Han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”. Finalmente toda la Nueva Jerusalén, una ciudad femenina, constituirá la novia (Ap. 21:2, 9-10). La expresión “ciudad femenina” puede parecer extraña, pero no es errónea, porque la Nueva Jerusalén será una mujer, la esposa del Cordero, el complemento del Hijo de Dios. El Nuevo Testamento en su totalidad es sencillamente un relato del Dios Triuno que labora para lograr que una parte del linaje humano sea la novia, el complemento, del Hijo.
Primero vemos el plan del Padre. Efesios 3:11 habla del propósito eterno que El hizo en Cristo Jesús, nuestro Señor. La palabra propósito es un término arcaico que corresponde a la palabra moderna plan. Cuando hablamos del plan de Dios, nos referimos al propósito de Dios. En la eternidad pasada, Dios diseñó un plan: obtener la iglesia para Cristo (Ef. 3:8-11). El plan de Dios no consiste solamente en tener un grupo de pecadores, ni un grupo de redimidos. Este concepto es demasiado pobre. El plan de Dios consiste en obtener a una esposa para Su Hijo.
Hemos oído repetidas veces que Cristo vino para salvar a los pecadores. Sin embargo, ¿ha oído usted un mensaje en el que se diga que Cristo vino para conseguir una novia? En Juan 3:29 leemos: “El que tiene la novia, es el novio”. En los cuatro evangelios, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El era el Novio (Mt. 9:15). El vino no solamente para salvar a los pecadores sino también para obtener la novia. ¿Seguimos siendo pecadores? No, somos la novia. ¡Alabado sea el Señor porque ya hemos dejado de ser pecadores, y somos la novia! ¿Debemos seguir acudiendo a Dios y confesar nuestros pecados con súplicas? No, debemos presentarnos ante El con alegría, diciendo: ¡Alabado sea el Señor! ¡Estoy tan contento porque ya no soy pecador; formo parte de la novia! Cristo vino no solamente para ser nuestro Salvador y Redentor, sino también para ser el Novio. Dios no planeó salvar a un grupo de viles pecadores y llevarlos a los cielos. Dios planeó tomar una parte del linaje humano y hacer de ella el complemento de Su amado Hijo. Finalmente, en los nuevos cielos y en la nueva tierra, no tendremos a un grupo de viles pecadores, sino la novia, la Nueva Jerusalén, la esposa del Cordero.
Como ya vimos, Dios el Padre planeó obtener del linaje humano una novia para Su hijo. Abraham, una figura del Padre, le encomendó a su siervo, una figura del Espíritu Santo, que no tomara esposa para su hijo de entre las hijas de los cananeos, sino de la parentela de Abraham (24:4, 7). En tipología, esto indica que el complemento de Cristo debe proceder del linaje de Cristo, y no de los ángeles ni de ninguna otra criatura. El hecho de que Cristo se haya encarnado, se haya hecho hombre, convirtió a la humanidad en Su linaje. No se imagine que la humanidad es una especie miserable, pues no lo es. Por ser linaje de Cristo, la humanidad es amada y preciosa a los ojos de Dios. Dios puede conseguir el complemento para Su hijo solamente en la humanidad. Por lo tanto, todos debemos estar orgullosos de formar parte de la humanidad y debemos decir: ¡Alabado sea el Señor porque soy humano! Le doy las gracias porque no fui creado como parte del género angélico sino como parte del género humano.
En Génesis 2 vemos que Dios le presentó a Adán los seres vivos para que les diera nombre. Adán dijo: “Este es un perro, y éste es un gato; ése es un mono y aquél es un asno”. Al observar todos esos seres, él no encontró su complemento entre ellos. Así que, Dios hizo caer un profundo sueño sobre Adán; tomó una de sus costillas, e hizo de ella una mujer para que fuera su complemento (2:21-22). Por consiguiente, Adán y Eva pertenecían al mismo linaje. Esto indica que el complemento de Cristo debe proceder de Su mismo linaje, el género humano. Todos fuimos creados como el género humano, y como tales, hemos nacido de nuevo. Sólo el género humano está facultado para ser el complemento de Cristo.
El Padre tenía un plan, y el siervo recibió una misión, una tarea (v. 33). Abraham le dio la comisión de ir a su parentela y de tomar una esposa para su hijo. Esto significa que Dios el Padre le dio al Espíritu una comisión. El Nuevo Testamento revela esta comisión divina.
Así como Abraham le encargó a su siervo que encontrara la esposa escogida (vs. 10-21), Dios el Padre le dio a Dios el Espíritu la comisión de ir al género humano. Todos nosotros podemos testificar que en cierto momento, el Espíritu de Dios vino a nosotros. Tal vez usted diga: “Yo no me di cuenta de que Dios el Espíritu hubiera venido a mí. Lo único que sé es que alguien me predicó el evangelio”. Mientras esa persona le predicaba el evangelio, usted fue atraído por lo que decía y estuvo dispuesto a recibirlo. Aunque usted no entendió todo lo que decía esa persona, algo respondió en lo profundo de usted. Muchos de nosotros dijimos en nuestra mente: “No nos gusta esto”, pero en lo profundo de nuestro espíritu dijimos: “Qué bueno es esto”. Al principio de mi ministerio en China pasé mucho tiempo predicando el evangelio. Al escuchar nuestra predicación, los chinos más cultos, que consideraban el cristianismo como una religión extranjera, pensaban: “Esta es una religión extranjera; no me gusta”. Sin embargo, como muchos de ellos testificaron más adelante, en lo profundo de ellos se decían: “Esto es lo que yo necesito”. ¿Qué les produjo esa respuesta en lo profundo de su ser? Fue el Espíritu Santo, quien llegó a ellos.
Rebeca jamás se había imaginado que sería elegida para ser la esposa de Isaac. Según la costumbre de aquellos tiempos, ella simplemente fue a sacar agua por la tarde. Pero algo especial sucedió aquel día. Cuando ella llegó al pozo, el siervo de Abraham ya estaba allí. Esto alude a la venida del Espíritu a la humanidad (v. 10). Antes de que oyésemos la predicación del evangelio o de que viniésemos a una reunión evangélica, el Espíritu Santo ya nos esperaba allí.
En Génesis 24 el siervo de Abraham, que había ido al pozo (v. 11), le pidió a una mujer que le diera de beber un poco de agua (v. 17). En Juan 4 el Señor Jesús fue al pozo de Jacob (Jn. 4:6) y también le pidió a una mujer que le diera de beber. A menudo los predicadores dicen que nosotros tenemos sed y que necesitamos el agua viva para satisfacer nuestra sed. Sin embargo, ¿ha oído usted alguna vez que el Espíritu Santo tiene sed y que lo necesita a usted para apagarla? En Génesis 24 vemos un siervo que tenía sed después de un largo viaje, y en Juan 4 vemos que el Salvador tenía sed después de un viaje agotador. ¿Quién tenía más sed en Génesis 24, el siervo o Rebeca? El siervo. Del mismo modo, ¿quién tenía más sed en Juan 4, el Señor Jesús o la mujer samaritana? El Señor Jesús. Por lo tanto, al predicar el evangelio, debemos decir a la gente que el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen sed de ellos.
Rebeca no sentía sed, y tampoco pensaba que necesitaba un marido. Era el siervo el que tenía sed. Cuando él llegó a la ciudad de Nacor, él tenía sed física y espiritual, pues tenía sed de hallar una esposa adecuada para el hijo de su amo. En Juan 4 el Señor Jesús también tenía sed física y espiritual. Mientras usted lee este mensaje, el Espíritu Santo tiene sed de usted, ¿está usted dispuesto a darle de beber y a satisfacer su sed?
Cuando oíamos la predicación del evangelio, no nos dábamos cuenta de que el Espíritu Santo tenía sed de nosotros. Tal vez hayamos pensado: “¿Por qué este predicador tiene tanto deseo de convencerme?” Pero ésa no era la ambición del predicador, sino la sed del Espíritu. Al escuchar usted la predicación del evangelio, ¿no sintió que alguien deseaba poseerlo? Cuando usted fue salvo, sintió que alguien lo estaba persiguiendo. Por una parte, dijo: “Esto no me agrada”, pero por otra, algo en lo profundo de usted dijo: “No puedes escaparte”.
Cuando Rebeca iba a sacar agua del pozo aquel día, era totalmente inocente, no tenía la menor idea de lo que le iba a suceder. Ella no se dio cuenta de que al darle agua a un hombre y al sacar agua para sus camellos, ella sería cautivada. Pero el padre que se encontraba lejos, había hecho el plan de obtener una mujer de su linaje como esposa para su hijo, y le había dado a su siervo la misión de llevar a cabo este plan. Por tanto, el siervo llegó a la ciudad de Nacor y esperó intencionalmente allí cerca del pozo. El era en realidad un cazador que buscaba esposa para Isaac. Si Rebeca no le hubiera hablado al siervo, no habría sido cautivada. Sin embargo, como ya vimos, lo que sucedió no dependía de ella. El siervo ya había orado para que el Señor le prosperara en su tarea, al decir: “Sea, pues, la doncella a quién yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac; y en esto conoceré que habrás hecho misericordia con mi señor” (v. 14). Mientras él todavía estaba diciendo estas palabras, vino Rebeca. Cuando él le pidió agua, ella no sólo le dio de beber, sino que además dijo: “También para tus camellos sacaré agua, hasta que acaben de beber” (vs. 18-19). Rebeca no se dio cuenta, pero al hacer eso, fue cautivada.
Muchos de nosotros podemos testificar que al principio, no teníamos una idea positiva acerca de Cristo, pero en cierto momento, algo dentro de nosotros empezó a amarlo. Cuando yo era joven, no entendía mucho acerca de Cristo, pero lo amaba. No lo podía explicar entonces, pero empecé sencillamente a amarlo. Ahora sé la razón: en la eternidad, el Padre había planeado atraparme. A pesar de ser un hombre pequeño, yo soy muy digno de ser atrapado por Dios. Todos fuimos atrapados por El conforme a Su plan. Permítanme preguntarles: ¿deseaban ustedes ser salvos o ser cristianos? Ninguno de nosotros lo deseaba, pero un día oímos el nombre de Jesús y respondimos a El en amor. Esta es la señal de que fuimos escogidos. ¿Quién condujo el siervo a la ciudad de Nacor donde moraba Rebeca? y ¿quién trajo a Rebeca al pozo donde el siervo estaba esperando? Sin lugar a dudas, fue el Espíritu de Dios. Nuestra salvación no dependía de nosotros. Fue el resultado del plan del Padre y de la comisión del Espíritu.
El siervo de Abraham llegó finalmente a Rebeca por medio del agua que satisface (v. 14). Los escogidos de Dios son el agua que satisface al Espíritu Santo. Ahora el Espíritu Santo viene a buscar a los elegidos de Dios como Cristo lo hizo en el pozo de Sicar (Jn. 4:7). Si alguien responde a Su vocación y satisface Su deseo, ello es una señal de que tal persona es uno de los escogidos para Cristo y de que será ganada por el Espíritu Santo para Cristo.
El Espíritu también lleva las riquezas de Cristo a la novia (vs. 10, 22, 47, 53). Cuando los camellos acabaron de beber, el siervo puso un pendiente de oro en la nariz de Rebeca y dos brazaletes en sus manos (v. 22). La mejor manera de atrapar a una persona es tomarla de la nariz. El hecho de que Rebeca llevara un pendiente en su nariz y brazaletes en sus manos significaba que había sido cautivada. Después de darle estas cosas, el siervo le preguntó: ¿De quién eres hija? ¿Hay en casa de tu padre lugar donde posemos? (v. 23). Cuando el siervo entró en la casa de Rebeca, dio testimonio de las riquezas de Isaac. Después de que Labán, el hermano de Rebeca, y Betuel, su padre, aceptaron la propuesta del siervo, él dio a Rebeca más de las riquezas de Isaac: artículos de plata, objetos de oro y vestidos (v. 53). También dio cosas preciosas a su hermano y a su madre. Esto es exactamente lo que revela Juan 16:13-15 acerca del Espíritu. En estos versículos, el Señor Jesús dijo que el Espíritu no hablaría de Sí mismo, sino que glorificaría al Hijo. Todo lo que el Padre tiene es del Hijo, y el Espíritu recibe lo que es de El y lo revela a los discípulos. Suponga que el siervo de Abraham hubiera dicho a Labán: “A Abraham le cuesta mucho ganarse la vida en Canaán, y su hijo Isaac es débil de salud. Fui enviado a conseguir ayuda para él”. ¿Cree usted que después de oír eso, Rebeca habría dicho: Iré? ¡No! más bien habría huido. Sin embargo, el testimonio del siervo de Abraham no era pobre, sino rico, muy rico. El siervo dijo que el Señor había bendecido a su amo Abraham, que lo había engrandecido, que él había dado todos sus bienes a su hijo Isaac, y que le había encomendado la tarea de hallar esposa para su hijo. Mientras Rebeca escuchaba este testimonio, fue atraída a Isaac y estuvo dispuesta a ir a él.
Este es un cuadro de la manera en que el Espíritu Santo viene a nosotros para testificar de las riquezas de Cristo. Cristo ha sido designado como heredero de todas las riquezas del Padre. Sabemos eso porque el Espíritu nos lo ha dicho por medio de las Escrituras. El testimonio del Espíritu nos ha atraído a Cristo. Todas las personas salvas que aman y buscan al Señor han sido atraídas de esta manera. No nos interesan las cosas que busca la gente mundana. Nos gusta ir a las reuniones de la iglesia y decirle al Señor Jesús cuánto lo amamos. Lo amamos a El, lo buscamos y lo alabamos. Le decimos continuamente: “Señor Jesús, te amo”.
Rebeca disfrutó las riquezas de Isaac por los regalos que el siervo de Abraham le había traído. Hoy en día, nosotros disfrutamos las riquezas de Cristo, las cuales El recibió del Padre, por medio de los dones que el Espíritu nos ha impartido. Antes de encontrarse con Isaac en la buena tierra, Rebeca había participado de la herencia de Isaac y había disfrutado de ella. Pasa lo mismo con nosotros, al participar de la herencia de Cristo. Antes de encontrarnos con El, disfrutamos de los dones del Espíritu como anticipo de sus riquezas.
El Espíritu también convence a la novia (vs. 54-58). Después de que el siervo, el cual tipificaba al Espíritu, hubo traído las riquezas a Rebeca, ella quedó convencida y estuvo dispuesta a casarse con Isaac. Aunque los parientes de Rebeca deseaban que se quedara más tiempo con ellos, al escuchar ella el testimonio del siervo de Isaac, dijo: “Sí, iré” (v. 58). Ella estuvo dispuesta a ir a Isaac, a la tierra de Canaán. Del mismo modo, nosotros estamos dispuestos a acudir a Cristo. Aunque nunca lo habíamos visto, fuimos atraídos por El y llegamos a amarlo (1 P. 1:8). Aunque Rebeca nunca había visto a Isaac, llegó a amarlo. Cuando oyó hablar de él, sencillamente lo amó y estuvo dispuesta a ir a una tierra lejana para encontrarse con él. Siempre que tengamos el deseo de acudir a Cristo, eso es una señal de que somos la Rebeca escogida. Al mirar a los jóvenes que aman a Jesús, yo he dicho: ¿Qué hacen todos estos jóvenes aquí? ¿Por qué no buscan las cosas del mundo? Pero en lo profundo de mi ser, conozco la razón, todos fuimos convencidos de que Cristo es maravilloso. El es la persona que más podemos amar en todo el universo. ¡Cuánto lo amamos! Mientras Rebeca iba sobre el camello para estar con Isaac, debe de haberse dicho muchas veces : “Isaac, te amo, Isaac quiero verte y estar contigo”. Ocurre lo mismo con nosotros hoy en día. En un largo viaje, decimos continuamente: “Jesús te amo. Jesús quiero encontrarte y estar en Tu presencia”.
Por último, el siervo condujo Rebeca a Isaac (vs. 51, 61-67). Fue un largo viaje, pero él la llevó a su destino y la presentó a Isaac para que fuera su esposa. El Espíritu Santo nos ha convencido y ahora nos conduce a Cristo. Es un largo viaje, pero finalmente El nos llevará a nuestro destino y nos presentará ante Cristo como Su hermosa novia.
Ahora debemos ver la respuesta de la iglesia. Ya vimos que Rebeca respondió inmediatamente, y estuvo dispuesta a ir con el siervo para encontrarse con Isaac. Dentro de nuestra naturaleza vieja y caída, algo se niega a seguir al Señor inmediatamente, pero no podemos negar que en nosotros también está el deseo de seguirlo. Seguimos en nuestra vieja naturaleza, pero nos resulta fácil seguir al Señor. Es mucho más fácil seguirle que no hacerlo. No crea la mentira del enemigo que dice que a usted se le puede impedir fácilmente seguir al Señor. Dígale al enemigo: “Nada puede apagar mi deseo de seguir al Señor. En lo profundo de mi ser tengo el deseo de seguirlo a El”. Satanás es mentiroso. A veces hasta nos miente por medio de predicadores que hablan cosas negativas y que nos dicen que no podemos amar al Señor Jesús. No crea en la mentira; declare más bien: “¡Yo sí puedo amar al Señor Jesús y, de hecho, lo amo”. Podemos mentirnos a nosotros mismos al decir: “Soy muy débil. No puedo seguir al Señor. Más me vale devolverme”. Debemos rechazar esta mentira y decir: “Jamás regresaré. Seguiré al Señor Jesús”. Jamás crea la mentira de que usted no ama al Señor. Dígale al enemigo: “Yo amo al Señor Jesús. El amor que tengo por El no depende de mi capacidad de amar. Depende del hecho de que El es digno de ser amado. Por esta razón, no puedo evitar amarlo”. Si yo le diera a usted un par de zapatos viejos, usted los rechazaría, y diría: “¡No me interesan esos zapatos!” Pero si le doy algunos diamantes, con facilidad los apreciaría, no porque usted tenga mucha capacidad de amar, sino porque los diamantes son algo que podemos amar fácilmente. Del mismo modo, no amamos al Señor Jesús porque seamos capaces de amar, sino porque El es digno de ser amado. En Génesis 24 no fue Rebeca la que pudo amar a Isaac y responderle; esto se produjo porque Isaac era digno de ser amado.
Nuestra respuesta al Espíritu Santo es que siempre hagamos lo que El espera. El siervo de Abraham esperaba que Rebeca le diera agua y que luego sacara agua para sus diez camellos, y Rebeca hizo exactamente lo que él esperaba (vs. 18-20), satisfaciendo así la sed del siervo. A menudo hemos hecho inconscientemente lo que el Espíritu esperaba, y hemos satisfecho Su deseo, haciendo sin saber lo que él esperaba. El hecho de hacer eso demuestra que fuimos movidos por el Espíritu.
Después de hacer lo que el siervo esperaba, Rebeca recibió los dones. Primero, el siervo puso un pendiente de oro en su nariz. A las mujeres de hoy les gusta ponerse pendientes en las orejas, pero aquí el pendiente fue colgado en la nariz de Rebeca. Cuando leí el Cantar de los Cantares, quedé sorprendido al ver que el Señor no elogia las orejas de la que lo buscaba, sino que alaba la nariz de ella, diciendo: “Tu nariz, como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco”, y: “El olor de tu boca [lit., nariz] como de manzanas” (7:4, 8). En el Cantar de los Cantares 2:3, la que busca dice: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar”. Por haber disfrutado las manzanas, su nariz olía a manzanas. ¿Qué significa eso? La función de la nariz es oler. El hecho de poner un pendiente de oro en la nariz de Rebeca significaba que su función olfativa había sido cautivada por la naturaleza divina. Cuando tenemos este pendiente en nuestra nariz, tenemos el olor y el sabor divino. Como dice el libro de Hebreos, hemos gustado del don celestial, de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero (He. 6:4-6). Antes de ser salvo, yo tenía un gusto particular. Sin embargo, después de recibir al Señor, mi gusto cambió. Había recibido el gusto divino. ¿Tiene usted un pendiente de oro en su nariz? ¿Es su nariz como la torre del Líbano? Según Levítico 21:18, ninguna persona que tenga nariz chata podía servir como sacerdote. Todos nosotros debemos tener una nariz aguda y no una nariz chata.
Nosotros los salvos tenemos el gusto divino y la función olfatoria divina. Por tener este gusto, hay muchas cosas que no podemos comprar en las tiendas. ¿Qué es lo que nos impide comprar estas cosas? El pendiente de oro que llevamos en la nariz. Por nuestra nariz con el pendiente de oro olemos y percibimos que algo no está bien en algunos artículos que vemos en las tiendas. Por tener la nariz así, no necesitamos que otros nos digan lo que debemos o no debemos hacer. La función de nuestro olfato y nuestro gusto nos dice qué corresponde al gusto de Dios y qué no. Debemos tener la nariz como una torre elevada y debe oler a manzanas. Nuestra nariz debe ser una torre elevada en el Espíritu. Nuestra nariz espiritual debe tener el olor de Cristo. Cuanto más disfrutamos a Cristo como el manzano, más tenemos una nariz con Su aroma de manzana.
El siervo también puso dos brazaletes en las manos de Rebeca (vs. 22,47). En cierto sentido, sus manos quedaron esposadas. Conforme al Nuevo Testamento, eso significa que hemos recibido la función divina (Ro. 12:4). Cuanto más seamos esposados por el Espíritu, más dones recibimos de El. No sólo recibimos el sabor divino, sino también la función divina. Los dos brazaletes dados a Rebeca pesaban diez ciclos y, por tanto, podían cumplir los requisitos de los mandamientos de Dios; mientras que el peso del pendiente de oro que le fue puesto en la nariz era medio ciclo. Este medio ciclo representa el anticipo. La mitad que hemos gustado indica que la otra mitad, es decir, la plenitud, está por venir. El anticipo es algo parcial, pero las funciones están completas. No diga usted que tiene solamente la mitad de una función. No, su función, su talento, está completa. Toda persona tiene por lo menos un talento completo. El anticipo que hemos recibido del Espíritu Santo es parcial, pero la función divina que recibimos de El está completa.
Rebeca también recibió alhajas de plata y de oro, y vestidos (v. 53); todo eso denota las riquezas de Cristo. Al principio, a Rebeca se le puso un pendiente de oro en la nariz y dos brazaletes en las manos. Después de recibir el recado del siervo, ella recibió más riquezas. Del mismo modo, después de que nosotros entramos en la vida de iglesia y aceptamos la comisión del Espíritu, las riquezas de Cristo, las alhajas de plata y de oro y los vestidos nos fueron dados para disfrutarlos.
Con todos estos detalles, podemos ver que el relato de Génesis 24 es totalmente divino y denota el concepto divino. Esta no es mi alegoría, pues es así como se narra. ¿Por qué el pendiente de oro sólo pesaba medio ciclo y no tres cuartos de ciclo? ¿Por qué los brazaletes pesaban diez ciclos y no nueve ni once? ¿Por qué el siervo trajo las demás riquezas solamente cuando su comisión fue aceptada? Todo eso corresponde a la revelación del Nuevo Testamento. Ahora no sólo disfrutamos el pendiente de oro en nuestra nariz, y los brazaletes en nuestras manos, sino que disfrutamos las alhajas de plata y de oro y los vestidos. En la vida de iglesia todas las riquezas de Cristo nos pertenecen.
Después de recibir y disfrutar todas estas riquezas, Rebeca siguió al siervo, viajó por el desierto sobre un camello hasta que se encontró con Isaac (vs. 58, 61-65). Del mismo modo, nosotros seguimos al Espíritu, haciendo un recorrido largo sobre un “camello”. Cuando nos encontremos con Cristo, nos bajaremos de nuestro “camello”. Todas las comodidades modernas, tales como el teléfono, el automóvil, etc., son nuestros “camellos” actuales. Rebeca viajó por el desierto sobre un camello, y nosotros viajamos por el desierto sobre los “camellos” modernos. Según Levítico 11, un camello es un animal inmundo; sin embargo, es útil. Muchas de las comodidades actuales no son puras a los ojos de Dios; no obstante, nos permiten viajar por el desierto. Cuando nos encontremos con Cristo, dejaremos los “camellos”.
En realidad el hijo, Isaac, no hizo nada. Esto indica que todo lo planeó el Padre y lo llevo a cabo el Espíritu. Lo único que hace el Hijo es recibir a la novia.
Isaac recibió a Rebeca a la hora de la tarde (vs. 63-64). Esto implica que el matrimonio de Cristo se realizará en el crepúsculo de esta era. Al final de esta era, Cristo vendrá para reunirse con Su novia.
Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara y la amó (v. 67). Ya vimos que Sara representa la gracia. Por consiguiente, esto significa que Cristo se reunirá con nosotros tanto en gracia como en amor.
Este capítulo termina con las palabras: “Y se consoló Isaac después de la muerte de su madre”. Si yo hubiera sido el autor, habría dicho que Rebeca fue consolada después de su largo viaje. Pero la Biblia no dice tal cosa. No preste atención a su consuelo ni a su satisfacción, sino al consuelo y a la satisfacción de Cristo. Si Cristo no tiene consuelo ni satisfacción, tampoco nosotros tendremos consuelo ni satisfacción. Nuestra satisfacción depende de la Suya; nuestro consuelo del Suyo, y Su satisfacción es nuestra satisfacción. Cristo está esperando ahora Su consuelo. ¿Cuándo lo obtendrá? En el día de Su boda. Ese día llegará.