Mensaje 77
El libro de Apocalipsis es la consumación de la Biblia. Sin este libro, la Biblia carecería de la debida conclusión. Como libro de consumación, casi todo lo que contiene Apocalipsis se mencionó anteriormente en el Antiguo Testamento. En las páginas impresas no vemos nada relacionado con el edificio de Dios al que alude Ap. 4 y Ap. 5. No obstante, vemos el asunto de los siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios. La clave para entender las señales y los símbolos de Apocalipsis es ésta: cuando aparece un símbolo en este libro, busque dónde lo menciona el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el capítulo uno de Apocalipsis vemos los candeleros como símbolos de las iglesias. Si queremos entender el significado de los candeleros, debemos leer Exodo 25 donde se menciona al candelero por primera vez, y Zacarías 4 donde se menciona por segunda vez. Según el mismo principio, si queremos saber qué son los siete ojos de Dios, debemos volver al Antiguo Testamento.
Los siete ojos se mencionan en Zac. 3:9 y Zac. 4:10. Zacarías da a entender que estos siete ojos, que son las siete lámparas, están relacionados con el Espíritu. Cuando Zacarías le preguntó al ángel: “¿Qué es esto?”, el ángel contestó: “Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:4, 6). Esto implica que las siete lámparas están relacionadas con el Espíritu de Dios. El libro del Apocalipsis nos dice claramente que los siete ojos de Dios, los cuales son las siete lámparas, son los siete Espíritus de Dios. Zacarías revela que los siete ojos de Dios, que son las siete lámparas del candelero, también son los siete ojos de la piedra. Por medio de los siete ojos, Cristo como el León y el Cordero revelados en Apocalipsis 5 está conectado con la piedra mencionada en Zacarías 3. Por consiguiente, Aquel que tiene los siete ojos no es solamente el León-Cordero, sino también la piedra. El es el León-Cordero-piedra: el León que destruye al enemigo, el Cordero que nos redime, y la piedra con la cual se edifica la casa de Dios.
La meta de la economía de Dios no es la salvación. La salvación no es ni la meta ni la consumación de la economía de Dios, sino simplemente un procedimiento, un proceso, para llegar a la meta. La meta de Dios es edificar Su morada eterna. Este edificio es la iglesia hoy, y la Nueva Jerusalén en la eternidad.
Muchos cristianos conocen Hechos 4:12, que declara: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. He usado este versículo muchas veces al predicar el evangelio. Decía firmemente que en todo el universo había un solo nombre por el cual la gente podía ser salva. Este nombre no era Confucio ni Platón, sino el nombre de Jesús. Hace algunos años, me enteré de que Jesús en Hechos 4:12 es la piedra. El versículo anterior declara: “Este Jesús es la piedra menos preciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. Si leemos Hechos 4:10, veremos que esta piedra es claramente identificada con Jesucristo de Nazaret. Jesucristo, el que fue crucificado y resucitó de los muertos, es la piedra menospreciada por los edificadores judíos. Ha venido a ser la piedra que es cabeza del ángulo, y en ningún otro hay salvación. Los que lo rechazaron no sólo rechazaron al Salvador sino también a la piedra del edificio, la propia piedra que es cabeza del ángulo.
La piedra que es cabeza ángulo conecta las paredes de un edificio. En el ángulo de un edificio, hay muchas piedras; entre ellas hay una piedra llamada la cabeza del ángulo. Los judíos de la antigua Palestina, al edificar sus casas, prestaban mucha atención a tres clases de piedras: la piedra que servía como fundamento, la piedra que era la cabeza del ángulo y la piedra cimera. El edificio estaba establecido sobre la piedra que servia de fundamento, los lados del edificio estaban unidos por la piedra que era cabeza del ángulo, y sobre el edificio se encontraba la piedra cimera. Estas tres piedras sostenían y protegían todo el edificio. En Isaías 28:16 Cristo es la piedra que sirve de fundamento en Zacarías 4:7, la piedra cimera [heb.]; y en Hechos 4:10-12, la piedra que era cabeza del ángulo. En Hechos 4 Pedro no solamente predicaba a Cristo como Salvador, sino también como la piedra del edificio, como la cabeza del ángulo que une las paredes. Pedro tenía este concepto porque entendía que la redención que Dios efectúa en Cristo tiene como fin Su edificio. Por lo tanto, Pedro en su primera epístola, podía decir: “Acercándoos a El, piedra viva, desechada por los hombres, más para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual” (1 P. 2:4-5).
Entre todos los mensajes evangélicos dados hoy en día, casi ninguno alude al edificio de Dios. En el cristianismo la predicación del evangelio ciertamente yerra al blanco. Nosotros, por estar todavía bajo la influencia del cristianismo, simplemente no estamos conscientes de que la obra redentora efectuada por Dios en Cristo tiene como fin el edificio. Según muchos cristianos, la salvación lo es todo. Muchos himnos alaban al Señor como el Cordero, diciendo: “Digno es el Cordero”. Pero difícilmente hallamos un himno que declare: “Digna es la piedra”. Si usted se pone de pie en una reunión de cristianos y alaba al Señor diciendo: “Digna es la piedra”, pensarán que está loco, o que ha adoptado un concepto particular. Esta es la situación predominante hoy en día. No obstante, en el recobro del Señor, El nos ha llevado más adelante. No sólo vemos, igual que Martín Lutero, que Cristo es el Cordero que nos redime para que seamos justificados por la fe en El; también vemos que el Cordero tiene siete ojos, los cuales son los siete ojos de la piedra del edificio. La economía de Dios no tiene como fin la redención, sino la obtención de la morada de Dios con el hombre mediante la redención. Debido a la caída del hombre, fue necesario efectuar la redención, la cual es el proceso por el cual el hombre caído es devuelto a Dios para cumplir la economía de Dios y edificar Su morada. No obstante, el cristianismo pobre sigue aferrado a los procedimientos, y se olvida de la meta de Dios y no le presta atención. Por esta razón, debemos proclamar firmemente: “Digna es la piedra”.
Examinemos ahora algunos versículos de Mateo 21. Dice el versículo 9: “Y las multitudes que iban delante de El y las que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Este versículo fue pronunciado para dar una cálida bienvenida al Señor Jesús, y es una cita de Salmos 118:26, que dice: “Bendito el que viene en el nombre de Jehová”. ¿Quién es “el que viene” mencionado en este versículo? La respuesta se encuentra en el versículo 22 del mismo salmo: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo”. El Señor Jesús cita los versículos 22 y 23 del salmo 118 en Mateo 21:42. En Salmos 118:23-24 dice: “De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos. Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él”. “El día que hizo Jehová” es el día de la resurrección. En el día de resurrección, Jehová Dios hizo de Jesús de Nazaret la piedra que es cabeza del ángulo. Este es el día que hizo el Señor, y nosotros nos debemos regocijar y alegrar en él. Cada domingo, debemos regocijarnos y gozarnos.
Cuando los edificadores judíos se molestaron por la bienvenida que se daba al Señor Jesús y le tuvieron celos, el Señor les dijo en Mateo 21:42: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos’?” El Señor Jesús parecía decir: “¿No oísteis al pueblo alabarme, diciendo: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’? Su alabanza era una cita del salmo 118. En dicho salmo hay otro versículo. ¿Nunca lo habéis leído? Dice que la piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. Esto es obra del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos”. Al citar este versículo del salmo 118, el Señor indicaba que los judíos, los edificadores del edificio de Dios, no sólo rechazarían al Salvador, sino también a la piedra del edificio. Como resultado de este rechazo, ellos no tendrían parte alguna en el edificio de Dios. Debemos recibir una profunda impresión del hecho de que no fuimos salvos simplemente por serlo. Fuimos salvos para constituir el edificio de Dios. Cuando predicamos el evangelio, no sólo debemos predicar la salvación y la redención, sino también el edificio de Dios, y proclamar que si uno no recibe al Señor Jesús, no tendrá a la piedra principal del edificio, y no participará del edificio de Dios. La meta de Dios al salvarnos, es obtener Su morada, la Nueva Jerusalén. Cuando prediquemos el evangelio a los hombres, debemos decirles igual que Pedro, que la obra redentora de Dios en Cristo es necesaria para que ellos sean parte de la morada de Dios.
En el mensaje anterior vimos que Dios le dijo a Jacob que subiera a Bet-el (Gn. 35:1). Al final, la Nueva Jerusalén será el Bet-el eterno. Jacob nunca edificó nada, pero sus descendientes edificaron primero el tabernáculo y luego el templo. El libro de Apocalipsis declara que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios y que allí Dios mismo y el Cordero son el templo (Ap. 21:22). Esto es Bet-el. El propósito eterno de Dios es tener esta morada, y El está obrando para lograrlo hoy en día. Inclusive durante la vida de Jacob, Dios obró en Jacob para obtener Su morada, para obtener a Bet-el.
Hay un pensamiento que debe alumbrarnos y saturarnos, a saber, que en este universo Dios está haciendo una sola cosa: El está edificando Su morada eterna. Nada le interesa más que esto. La creación y la salvación sirven a este propósito. Toda bendición que Dios nos ha concedido también sirve a este propósito. Sin embargo, muchos cristianos han hecho de otras cosas la meta, como por ejemplo la salvación, la espiritualidad, la santidad y la victoria. No obstante, éstas son simplemente “casas” individuales y personales, y no el edificio de Dios. La espiritualidad es una casa individual y personal. Si a usted no le interesa la meta de Dios, incluso la salvación podrá convertirse en una “casa” personal. Si tuviéramos una clara visión de la meta de Dios, nos afligiríamos por la situación actual. Casi todos los cristianos están construyendo su propia “casita”. Para algunos, el hablar en lenguas es una “choza”; para otros, la santidad es una “casa”; y para otros más la espiritualidad es un “cobertizo”. Hoy en día, casi ningún cristiano se interesa por el edificio de Dios. Esta es la razón por la cual nos atrevemos a decir que en el recobro del Señor somos los únicos cristianos a los que les interesa el edificio de Dios. Si a todos nos interesara el edificio de Dios, El podría hacer algo grande entre nosotros. No obstante, me preocupa que algunos, aún después de leer este mensaje, digan: “Esto no me interesa; quiero tener paz y alegría. Quisiera que el hermano Lee nos diera más mensajes sobre la misericordia y la gracia del Señor, y nos dijera cuánto desea el Señor darnos Su gozo y concedernos Sus bendiciones”. Es posible que incluso el gozo, la paz y las bendiciones se conviertan en estupefacientes. La mayoría de las enseñanzas dadas semana tras semana en las capillas y en las catedrales son estupefacientes. Cuando ustedes se encontraban allí, estaban embotados. No escucharon ni una sola palabra clara que los trajera a la sobriedad. Espero que por medio de este mensaje todas las mentes sean traídas a la sobriedad y que podamos declarar con firmeza: “Sólo me interesa el edificio de Dios. No me interesan mi salvación, ni mi gozo, ni mi paz, ni mi santidad ni mi espiritualidad”. Mientras usted se preocupe por el edificio de Dios, serán suyas la salvación, la santidad, la victoria, la espiritualidad, la paz y el gozo.
Necesitamos una vista panorámica del edificio de Dios según lo revela la Biblia. La Biblia es un libro extenso que contiene miles de cosas. Si no tenemos una vista panorámica, nos podemos perder fácilmente. Debemos ver los puntos principales contenidos en la Biblia. Después de obrar en el linaje de Adán, Dios tuvo un nuevo comienzo al llamar a Abraham a ser el padre de un nuevo linaje, el linaje llamado. Dios ya no trabajaba con el linaje creado, sino con el linaje llamado. Abraham fue seguido por Isaac y Jacob. Si no tenemos la vista panorámica, no podemos entender el propósito que Dios tenía al llamar a Abraham, ni el fin que perseguía con Isaac ni con Jacob, el suplantador. Mientras Jacob huía de su hermano Esaú, tuvo un sueño (28:10-22). Después de despertar de dicho sueño, pronunció unas palabras que constituyeron una profecía maravillosa. Jacob llamó el nombre del lugar Bet-el e incluso, levantó la piedra que había usado como cabecera y la convirtió en una columna. Por consiguiente, Bet-el no sólo era un lugar, sino también una columna sobre la que se había derramado aceite. Esta es la principal profecía que rige toda la Biblia. Después de que Jacob profetizó así, hizo un voto diciendo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios” (28:20-22). Dios fue fiel y lo trajo de regreso a salvo. Sin embargo, Jacob no cumplió su voto, sino que se estableció en dos lugares, primero en Sucot, y luego en Siquem. Después se produjo una tormenta, y Jacob perdió su seguridad y su paz. En ese preciso momento Dios intervino y le dijo: “Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí” (35:1). Jacob no tuvo el verdadero Bet-el durante su vida. Nunca vio la casa de Dios. Fue sólo cuando Moisés sacó de Egipto a los hijos de Israel y erigió el tabernáculo, que Bet-el llegó a ser una realidad entre ellos. Más adelante, el tabernáculo fue reemplazado por el templo que preparó David y construyó Salomón. Entonces Bet-el se estableció en la tierra.
Antes de la construcción del tabernáculo, existía la casa de Israel, la cual equivalía casi a la casa de Dios, pues en el nombre de Israel aparece el nombre Dios. Las últimas dos letras de la palabra Israel, “el”, son una palabra hebrea que significa Dios. Cuando Israel se multiplicó y llegó a ser la casa de Israel, quedó implícito que esta casa era una casa para Dios. Por consiguiente, la casa de Israel era la casa de Dios. La única diferencia era que la casa de Israel no tenía una forma definida como el tabernáculo o el templo. No obstante, puesto que la familia de Jacob se había convertido en la casa de Israel, ellos eran ante Dios la casa de Dios. Finalmente, entre la casa de Israel se erigió el tabernáculo y después el templo, los cuales eran símbolos de la casa de Israel como morada de Dios. Esta es la historia de Bet-el. Más tarde, el templo fue destruido por el ejército babilonio, y los hijos de Israel fueron llevados a un cautiverio de setenta años. Más adelante, se proclamó el decreto de reconstruir el templo (Esd. 1:1-3). Por consiguiente, desde el principio del Antiguo Testamento hasta el final del mismo, vemos solamente unos cuantos asuntos: Jacob, su casa, el tabernáculo, el templo y la reconstrucción del templo. Esta es una vista panorámica del Antiguo Testamento.
Todos los puntos principales del Antiguo Testamento son solamente tipos; por esta razón, era necesario que el Señor Jesús viniera como la realidad. Cuando El vino en Su encarnación, estableció un tabernáculo para Dios y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14). En el capítulo dos de Juan, les reveló a los judíos que El no sólo era el tabernáculo sino también el templo de Dios (2:18-21). Por tanto, mientras El estaba en la tierra, era tanto el tabernáculo como el templo. Cuando Pedro, el apóstol principal, se presentó ante el Señor por primera vez, éste le cambió el nombre de Simón a Cefas, que significa piedra (Jn. 1:42). En Juan 1:51 el Señor Jesús dijo a Natanael: “De cierto, de cierto os digo: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre”. Esto implica que el cumplimiento del sueño de Jacob dependía de que construyera la casa de Dios.
El Señor, después de unos tres años con Sus discípulos, los sacó de la esfera religiosa y los llevó a la frontera de la supuesta tierra santa, y allí les preguntó: “¿Quién decís que soy Yo?” (Mt. 16:15). Después de que Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, el Señor le dijo: “Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:16, 18). El Señor reveló que El era la roca, y que Pedro era una piedra. Esto debe de haber dejado una profunda impresión en Pedro, pues más tarde él reprendió a los edificadores judíos y parecía decir: “Vosotros los edificadores judíos lo crucificasteis a El, y desechasteis completamente la piedra con la cual se edifica. Pero Dios lo ha levantado y ha hecho de El la piedra que es cabeza del ángulo”. En 1 Corintios 3:11 Pablo afirma que la iglesia se edifica sobre Cristo como piedra que sirve como fundamento, y Pedro, en su primera epístola, declara que todos los que acudan al Señor serán piedras vivas constituidas como casa espiritual (1 P. 2:4-5). Esta es Bet-el, la casa de Dios. Finalmente, Bet-el será agrandado y llegará a su consumación en la Nueva Jerusalén. Por una parte, la Nueva Jerusalén será el tabernáculo de Dios entre los hombres; y por otra, allí Dios mismo y el Cordero serán el templo. Esta es la vista panorámica del edificio de Dios.
Cuando examinamos un mapa, buscamos las vías principales. El edificio es la calle principal de la Biblia. En el transcurso de los siglos, se han escrito miles de libros cristianos, pero la mayoría de ellos ha errado el blanco en cuanto a la calle principal. Se concentran en calles secundarias. La santidad, la perfección sin pecado, la espiritualidad, las lenguas y la sanación, son algunas de estas calles secundarias. Todos aquellos que concentren su atención en estas cosas errarán al blanco, el cual es Bet-el, la casa de Dios. En Deuteronomio 12:5 y 6 Dios parecía decir: “No debéis ofrecer holocaustos y diezmos en el lugar que a vosotros os parezca. Debéis ir al lugar que Yo escogí para poner allí Mi nombre y para que sea Mi habitación”. Hoy en día, este lugar es la iglesia, pues en el Nuevo Testamento vemos que la iglesia es el lugar que Dios escogió para poner allí el nombre del Señor y para allí morar. Muchos maestros cristianos destacados han dicho que si dos o tres se reúnen en el nombre del Señor Jesús, forman la iglesia. Dicen eso porque son ciegos y no tienen la visión de la calle principal.
Este asunto del edificio de Dios tiene un gran significado. Día y noche se ha comunicado la carga acerca de la construcción de la casa de Dios. Creo que en los próximos años, esta carga aumentará, y que se darán muchos mensajes sobre el edificio de Dios. Hoy en día, el Espíritu Santo está extrayendo todo el oro de la mina de la Palabra para construir el edificio.
En el siguiente mensaje veremos lo que hizo Jacob después de que Dios le dijo que se levantara y subiera a Bet-el. El se purificó a sí mismo totalmente y también a toda su casa. En la actualidad pocos cristianos han tenido esta clase de experiencia. Cuando Jacob y su familia huyeron de Labán, Raquel, quien era la esposa amada de Jacob, robó los ídolos de la familia (31:34). Antes del capítulo treinta y cinco, no vemos en ninguna parte que Jacob hiciese nada al respecto. El simplemente toleró el hecho de que su esposa trajera consigo esa abominación. Pero después de que Dios le dijo que subiera a Bet-el, “Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos” (35:2). No sólo desecharon los dioses ajenos, sino que también mudaron sus vestidos, es decir, se despojaron del viejo hombre y se vistieron del nuevo (Ef. 4:22-24). Dice en Génesis 35:4: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem”. Aquí vemos que los pendientes eran ídolos, y Jacob los enterró. Jacob hizo esto, diciendo a los que con él estaban que subirían a Bet-el y que allí harían un altar para Dios (35:3).
Mucho después se construyó el tabernáculo. Hay muchas cosas que se relacionan con el tabernáculo. En el atrio estaba el altar y el lavacro; en el lugar santo, se hallaban la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso; y en el Lugar Santísimo se encontraba el arca del testimonio que contenía la urna de oro, la vara que había reverdecido y las tablas del testimonio. Todo eso tenía como fin Bet-el. Cada etapa de la vida de Jacob se relaciona con Bet-el. Esta es la tipología. Hoy en día, tenemos a Bet-el en la iglesia, porque la iglesia es el tabernáculo, el cual está lleno de contenido. En la iglesia tenemos el altar, el lavacro, la mesa de los panes de la proposición, el candelero, el altar del incienso y el arca del testimonio. Todo lo que hay en el tabernáculo tiene como finalidad la edificación de la iglesia.
Todos debemos orar así: “Señor, muéstrame esta visión que gobierne. Necesito tener esta vista panorámica”. Aquí en esta visión, lo tenemos todo: la santidad, la espiritualidad, los dones, la sanidad. Ahora podemos ver por qué, después de diecinueve siglos, el Señor Jesús no ha vuelto. El no ha regresado porque Bet-el todavía no se ha edificado con solidez. El Señor ha estado esperando y todavía sigue esperando la consumación de Su edificio. En Mateo 16:18 El dijo: “Edificaré Mi iglesia”. Estas palabras no pueden ser vanas; indudablemente deben cumplirse. Esta es la carga que tenemos en el presente. Cuando consulto con mi espíritu, viene la carga día tras día y noche tras noche. Esta carga no es cuestión de doctrina, sino de la edificación de la iglesia por parte del Señor. Todos debemos decir: “Señor, ayúdame a pasar por todas las demás cosas. Señor, sólo me interesa la edificación de Tu iglesia”. Este es el recobro del Señor hoy. Es la edificación de Bet-el y el cumplimiento del sueño de Jacob. Esta es la carga que sentimos.
He asistido a la reunión de la mesa del Señor desde 1932. Puedo atestiguar que nunca he disfrutado de una reunión de la mesa del Señor como esta noche. Esta es otra evidencia de que el Señor nos está apartando de las cosas secundarias para llevarnos a Su meta principal: Bet-el. Cuando ustedes asistían a la supuesta comunión en las denominaciones, antes de entrar en la vida de iglesia, ¿llegaron a oír alguna vez de la unidad, del Cuerpo o de Bet-el? Pero esta noche en la reunión de la mesa del Señor, hemos declarado a todo el universo que somos uno y que somos Bet-el, la casa de Dios. ¿Quién puede negar esto? Cuando hacemos esta declaración, tenemos satisfacción plena y la prueba de que el Señor está satisfecho con Bet-el, con la construcción de Su casa. Hermanos y hermanas, todos debemos prepararnos para llevar a cabo este encargo. De ahora en adelante, veremos al Señor obrando en toda la tierra para lograr la edificación de Su iglesia. El cumplirá Su profecía: “Edificaré Mi iglesia”.