Mensaje 91
Al remontarnos a la historia de Jacob, nos damos cuenta de que hubo tres columnas y una torre en su vida. Jacob erigió columnas en cuatro ocasiones, pero las erigió sólo en tres lugares: en Galaad, en Bet-el y en el camino de Belén (Gn. 31:45; 28:18, 22; 35:14, 20). Jacob levantó columnas en tres lugares, y en uno de ellos, Bet-el, lo hizo dos veces; por esta razón, fueron en realidad tres columnas las que marcaron la experiencia de toda su vida. Aparte de estas tres columnas, Jacob experimentó también una torre, la torre de Migdal-edar (Gn. 35:21). Creemos que todo lo que relata la Biblia tiene un significado especial. En este mensaje examinaremos, a modo de paréntesis, el significado que las tres columnas y la torre tuvieron en la vida de Jacob.
Las tres columnas establecidas por Jacob fueron señales en su vida. Dividieron su vida en tres secciones. En la primera, Jacob experimentó el cuidado de Dios. Desde su nacimiento, él se encontraba bajo el cuidado de Dios. No obstante, Jacob, que era un suplantador, uno que tomaba por el calcañar, pensaba que se encontraba bajo su propio cuidado. Se dio cuenta al fin de que no estaba bajo su propio cuidado, sino bajo el de Dios. Si Jacob hubiese estado bajo su propio cuidado, él no habría podido afrontar las artimañas de su tío Labán, ni enfrentarse con Esaú, su hermano fuerte, y habría sido vencido por Labán o destruido por Esaú. Al estar bajo el cuidado de Dios, Jacob no podía ser perjudicado ni por Labán ni por Esaú. Aunque Jacob hizo todo lo posible por cuidarse a sí mismo, descubrió gradualmente que se hallaba bajo el cuidado de Dios.
Recuerde cómo Jacob abandonó a Labán. El no se marchó de una manera gloriosa; por el contrario, él tuvo temor de Labán y se le escabulló de una manera vergonzosa (Gn. 31:20-21). Al hacer eso, “Jacob engañó [lit., robó el corazón] a Labán arameo” (31:20). Jacob pensaba que debía huir de Labán para protegerse, y se le escabulló secretamente. Más tarde, se dio cuenta de que sus habilidades no lo protegían, pues estaba bajo el cuidado de Dios. Aunque Labán no se enteró de la huida de Jacob sino hasta tres días después, con todo, lo persiguió y le dio alcance (Gn. 31:23). La noche antes de que Labán alcanzara a Jacob, Dios le dijo a aquél: “Guárdate que no hables a Jacob descomedidamente” (31:24). Dios parecía decir a Labán: “No le hagas ningún mal a Jacob. Lo debes dejar en Mis manos”. Labán no fue sabio al relatarle a Jacob lo que Dios le había dicho la noche anterior (Gn. 31:29). Si Labán no hubiese comunicado esto a Jacob, habría podido hacer un trato con él. Pero Jacob usó lo que Dios había dicho a Labán como base para reprenderlo, pues le dijo: “Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías; pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos y te reprendió anoche” (31:42). Cuando Jacob reprendió a Labán, en lo profundo de su corazón seguramente sintió agradecimiento para con Dios por Su protección. Dios intervino en todas las circunstancias de su existencia.
Entonces Labán dijo a Jacob: “Ven, pues, ahora, y hagamos pacto tú y yo, y sea por testimonio entre nosotros dos” (31:44). Jacob respondió a la propuesta de Labán tomando una piedra y erigiéndola a modo de columna (31:45). Labán intentó amontonar muchas piedras, pero Jacob levantó una columna, la cual fue un testimonio del cuidado que Dios tenía de él. Jacob llegó a ver que toda su vida estaba bajo el cuidado de Dios. Por consiguiente, erigió esta columna como firme testimonio del cuidado de Dios para con él.
Jacob estuvo bajo el cuidado de Dios por más de veinte años. Aunque vivió bajo la mano opresora de Labán durante tanto tiempo (Labán cambió su salario diez veces, 31:41), Dios estaba con él todo el tiempo, y Su mano reposaba sobre él. Por lo tanto, al hacer un trato con Labán, Jacob levantó una columna como testimonio de que se encontraba bajo el cuidado de Dios. Esta columna se relacionaba con la subsistencia de Jacob. Muchos de nosotros también hemos establecido esa columna. Si usted considera su propia experiencia cristiana, verá que la primera etapa de su vida cristiana fue la etapa de experimentar el cuidado de Dios. Aun antes de ser salvos, deseábamos disfrutar del cuidado de Dios. Cuando oímos las buenas nuevas del evangelio, lo que deseábamos al creer en el Señor Jesús era que El nos cuidara. Durante muchos años, nosotros, igual que Jacob, hemos estado bajo el cuidado de nuestro Padre celestial. Al final de la primera etapa de nuestra vida cristiana debemos levantar una columna como testimonio del cuidado de Dios. Ahora bien, si uno ha estado con el Señor durante mucho tiempo, tal vez sea demasiado tarde para levantar esta columna. Deberá, entonces, levantar la segunda columna, la de Bet-el.
Años antes de erigir esta columna en Galaad, Jacob había levantado una columna en Bet-el (28:18, 22). Jacob levantó aquella columna inmediatamente después de tener un sueño. Una vez más, vemos que la biografía de Jacob también es la nuestra. Poco después de ser salvos, oímos acerca de la casa de Dios y respondimos a lo que oímos. Pero todo lo que oímos y lo que hicimos era como un sueño; en realidad, no experimentábamos la casa de Dios. En Génesis 28 Jacob tuvo un sueño. Después de ese sueño, tuvo una experiencia verdadera, no de la casa de Dios, sino del cuidado de Dios. Al final de esta etapa de su experiencia, él erigió una columna en Galaad como testimonio del cuidado de Dios. Como ya veremos, en nuestra vida cristiana necesitamos tres columnas, tres señales, y la primera de ellas testifica del cuidado de Dios para con nosotros.
Después de salir de Padan-aram y de regresar a la buena tierra, Jacob no se dirigió directamente a Bet-el. Dios tuvo que intervenir y llamarlo a Bet-el: “Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú” (35:1). Esto indica que Jacob no tenía ninguna intención de cumplir el voto que había hecho a Dios en Bet-el veinte años antes. Es probable que él lo hubiera olvidado. En lugar de viajar directamente a Bet-el para cumplir su voto, viajó a Sucot, donde edificó una casa para sí e hizo cabañas para su ganado (33:17). Más tarde viajó a Siquem, donde compró una parcela de tierra y extendió su tienda (33:18-19). Después del grave problema que surgió a raíz de la deshonra de Dina, la hija de Jacob, Dios le dijo a éste que se levantara y subiera a Bet-el. Cuando Jacob llegó a Bet-el por segunda vez, no recibió ningún sueño. El ya había recibido el mandato de Dios de subir allí, morar allí y edificar un altar al Dios que se le había aparecido cuando huía de Esaú. En Bet-el Jacob se consagró a Dios para que El cumpliese Su propósito de obtener a Bet-el, la casa de Dios. Aquí en Bet-el Jacob levantó la segunda señal, la segunda columna de su vida (35:14). Como lo indica 28:22, la columna de Bet-el fue llamada la casa de Dios. Así que la primera columna fue un testimonio del cuidado de Dios, y la segunda, un testimonio de la casa de Dios.
La historia de Jacob también es nuestra historia; por esta razón, todos debemos adorar al Señor. Muchos de nosotros hemos alzado columnas tanto en Galaad como en Bet-el. No solamente podemos testificar del cuidado de Dios, sino también de la casa de Dios. La primera columna que erigió Jacob fue una señal de que Dios se encargaba de su subsistencia. Cuando Jacob, un pobre suplantador, llegó a la casa de Labán, no tenía nada. Pero cuando volvió a la buena tierra, había obtenido grandes riquezas. El tenía compañías de personas y multitud de ganado y de rebaños. En el voto que Jacob hizo en 28:20 y 21, dijo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios”. En otras palabras, Jacob decía: “Si el Señor no me da comida y vestido, y si no me trae de regreso a la casa de mi padre en paz, entonces no lo tomaré a El como mi Dios, sino que me olvidaré de El”. ¡Vaya trato que hizo Jacob con Dios! Sin embargo, Dios satisfizo todas las condiciones del voto de Jacob, suministrándole comida y vestido, dándole paz, y aumentándole las personas y los rebaños; mas aquí en el capítulo treinta y cinco Dios parecía decir: “Jacob, ahora debes ir a Bet-el. Deja de preocuparte por tu comida, tu vestido y tu bienestar. Debes ocuparte de Mí y de Mi casa. Jacob, me he ocupado de ti durante años. De ahora en adelante, tú debes ocuparte de Mí”.
Muchos de nosotros podemos testificar que hace años levantamos una columna en Galaad. En esa ocasión, nuestro testimonio giraba en torno al cuidado de Dios por nosotros. Dábamos testimonio de que nuestro Dios era fiel, bondadoso, lleno de gracia y rico. Pero ahora nuestro testimonio no se relaciona con la primera columna, el testimonio de que Dios nos cuida, sino con la segunda, el testimonio de la casa de Dios. Sin embargo, son pocos los cristianos de hoy que se ocupan de la casa de Dios. La mayoría se preocupa principalmente por sus propias necesidades, y la columna que levantan es solamente un testimonio de que Dios los cuida. Muy pocos experimentan la columna que da testimonio de la casa de Dios. Tener la columna del cuidado de Dios sin la columna de la casa de Dios no es algo normal. Nosotros los Jacob de hoy debemos establecer la segunda columna para el edificio de Dios. ¡Alabado sea el Señor porque muchos de nosotros lo hemos hecho! En nuestra vida cristiana, no sólo tenemos la primera sección, la sección del cuidado de Dios, sino también la segunda, la de la casa de Dios. Con todo, debemos seguir adelante y erigir una tercera columna.
En este mensaje tengo la carga de compartir acerca de la tercera columna: la columna que se levanta en el camino de Belén (35:16-20). En Bet-el Jacob construyó un altar y levantó una columna. El no sólo respondió al llamado de Dios, sino que se consagró a El para que realizara Su deseo de tener a Bet-el. Ahora bien, la vida de Jacob no terminó en 35:15. El versículo 16 afirma que partió de Bet-el. Mientras Jacob viajaba, tuvo una experiencia que fue motivo de alegría y también de sufrimiento, una ganancia y a la vez una pérdida. Jacob obtuvo un hijo, Benjamín, y perdió a su esposa amada, Raquel. Si usted tuviese que elegir, ¿preferiría obtener al hijo o conservar a la esposa? Para obtener al hijo, debe sacrificar a su esposa, y para conservar a su esposa, le será negado el hijo. Jacob tenía once hijos, pero ninguno de ellos era un tipo completo de Cristo. El tuvo muchas experiencias, pero ninguna de ellas era suficiente para producir a Cristo. Así, se enfrentó con un dilema: conservar a Raquel u obtener a Benjamín. Este es un asunto crucial, y todos hemos de enfrentar este dilema.
En realidad, Jacob no tomó la decisión. Aunque hubiese preferido a Raquel, de todos modos no habría podido hacer nada al respecto. Además, si hubiese querido rechazar a Benjamín, no habría sido capaz de hacerlo. Tanto la muerte de Raquel como el nacimiento de Benjamín estaban en las manos de Dios.
Lea, la esposa a quien Jacob no amaba mucho, le dio seis hijos. Raquel, el objeto del amor de Jacob, había dado a luz solamente a un hijo, José, cuyo nombre significa “añadidura”. Cuando José nació, Raquel anhelaba tener un segundo hijo, y dijo: “Añádame Jehová otro hijo” (30:24). En su anhelo de tener otro hijo, ella parecía decir: “Dios ha quitado mi oprobio y me ha dado un hijo. Pero un solo hijo no basta, quiero otro. Por lo tanto, llamaré el nombre de mi primer hijo José”. Esto evoca una oración, la cual fue contestada a costa de la vida de ella. Raquel pronunció esta oración en 30:24, y la respuesta vino en 35:18. Para conseguir lo que deseaba, Raquel tuvo que perder su propia vida. En 30:24 ella en realidad no sabía lo que pedía. Raquel anhelaba que Dios le diese un segundo hijo, pero no sabía que eso le costaría la vida. Muchos de nosotros hemos hecho lo mismo. Hemos orado por algo en particular sin saber lo que costaría la respuesta a nuestra oración.
En el momento en que Raquel dio a luz a su segundo hijo, sin duda Jacob estaba contento. Pero se dio cuenta repentinamente de que Raquel, a quien amaba con todo su corazón, estaba muriendo. Benjamín venía, pero Raquel se iba. El hecho de que el nacimiento de Benjamín y la muerte de Raquel se produjeron al mismo tiempo significa que Jacob obtuvo un hijo al perder lo que prefería por naturaleza. En este mensaje el punto crucial es que Jacob obtuvo a Cristo perdiendo a su preferencia natural. La tercera columna que vemos en la vida de Jacob fue un testimonio de que Dios quitó de en medio su preferencia natural.
Es maravilloso tener el testimonio de que Dios nos cuida y el testimonio de la casa de Dios. Sin embargo, ni siquiera la casa de Dios es la meta final de Dios. La meta final de Dios es expresar a Cristo. La expresión de Cristo no es individual, sino corporativa, y se lleva a cabo en la casa de Dios. La iglesia como casa de Dios expresa a Cristo. Si queremos expresar a Cristo, necesitamos la iglesia. Pero la mayoría de los cristianos piensa que puede expresar a Cristo sin la iglesia. Resulta imposible expresar adecuadamente a Cristo fuera de la iglesia. Aparte de la columna que muestra el cuidado de Dios y de la que expresa la casa de Dios, necesitamos tener la tercera columna: la señal de la expresión corporativa de Cristo. Esta señal cuesta mucho.
Génesis 35:20 afirma que Jacob levantó una columna sobre la tumba de Raquel, y que “esta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy”. Esta sepultura marcó la muerte de la preferencia natural de Jacob, lo predilecto de su corazón. Raquel fue la primera persona que Jacob encontró cuando llegó a casa de Labán, y se enamoró inmediatamente de ella. El hizo todo lo necesario por hacerla su esposa, y finalmente lo consiguió. Raquel no murió de vejez; murió prematuramente en un parto. El hecho de que todavía pudiera engendrar hijos indica que ella no era vieja. Ninguno de los partos de Lea, seis hijos y una hija, tuvo complicaciones; pero Raquel murió dando a luz a su segundo hijo. Su muerte fue permitida por Dios.
La muerte de Raquel representa la muerte de nuestra preferencia natural. Las primeras dos columnas que levantamos no representan una vida feliz, sino una vida que edifica la casa de Dios para la expresión de Cristo. Jacob tuvo once hijos, pero ninguno de ellos tipificaba plenamente a Cristo. Ninguno de ellos era hijo de aflicción e hijo de la mano derecha. José era excelente, pero antes del nacimiento de Benjamín, no tipificaba a Cristo. En tipología, José es la continuación de Benjamín. Esto implica que por muchas que sean nuestras experiencias espirituales, hasta ese momento ninguna de ellas es la expresión de Cristo. Todavía necesitamos a Benjamín. Si queremos que nazca Benjamín, nuestra preferencia natural, nuestra “Raquel”, debe morir.
Dios usó a Raquel para que diera a luz a Benjamín. Pero El se la llevó cuando cumplió este cometido. Dios también usará a la “Raquel” que amamos. De todos modos, cuando haya usado a nuestra “Raquel”, nos la quitará. Si usted examina su experiencia, se dará cuenta de que Dios usa sus preferencias, sus deseos. No obstante, después de que los usa, nos los quita.
La muerte de Raquel no fue un sufrimiento para Jacob solamente, sino también para ella misma. Leemos en Mateo 2:18: “Voz fue oída en Ramá, llanto y lamento grande; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque ya no existen”. Durante muchos años no pude entender cómo Raquel, sepultada por más de mil setecientos años, todavía podía llorar. Sin embargo, este versículo afirma que aún en los días en que Cristo nació, Raquel lloraba por sus hijos, los cuales eran descendientes de Benjamín. Benjamín fue sin dudas “el hijo de aflicción”, y Raquel acertó al darle ese nombre. El nacimiento de Benjamín no sólo le quitó la vida a Raquel, sino también a sus descendientes, más de mil setecientos años después. Herodes mató a todos los niños de dos años para abajo que se encontraban en Belén y en sus alrededores puesto que Cristo nació allí (Mt. 2:16). Raquel lloraba por sus hijos, a quienes Herodes dio muerte debido a la venida de Cristo. Eso significa que Raquel sufrió el martirio por la venida de Cristo. El llanto de Raquel podía ser oído en Ramá. Ella fue sepultada en el camino de Belén, y Ramá se encuentra a sólo ciento ochenta metros de Belén. Por consiguiente, la sepultura de Raquel estaba cerca de Belén y de Ramá. Esta región fue poblada por los descendientes de Benjamín, el hijo de Raquel.
Después de la muerte y sepultura de Raquel, ella todavía tenía que esperar que pasaran más de mil setecientos años. El hecho de haber perdido su vida al nacer Benjamín no fue suficiente; ella tenía que llorar por sus descendientes más de mil setecientos años después, porque ellos sufrieron el martirio a causa de Cristo. Raquel no solamente sufrió en ese parto, sino también más de mil setecientos años después. El propósito de su sufrimiento era producir a Cristo. Primero vino Benjamín, la figura de Cristo, y después el verdadero Cristo. A diferencia de nosotros, Dios no está limitado por el tiempo. Por esta razón, no debemos preocuparnos por el intervalo de más de mil setecientos años entre la muerte de Raquel y el nacimiento de Cristo.
Jacob había levantado una columna en Galaad y otra en Bet-el, pero ahora tenía que levantar una tercera en el camino de Belén. En la vida cristiana nosotros también debemos tener la marca de la tercera columna en la sepultura de Raquel, el lugar donde está sepultada nuestra preferencia natural. Un día nuestro amor, nuestro deseo, nuestra preferencia, será aniquilado y sepultado. Debemos erigir una columna sobre la sepultura de nuestra preferencia natural. Esta señal es la pancarta de la muerte y sepultura de nuestras preferencias naturales, de lo que desea nuestro corazón. Alguna persona, alguna cosa o algún asunto que amamos mucho morirá y será sepultado, y se levantará una columna sobre la sepultura como testimonio de que nuestra preferencia ha sido sepultada. Entonces iremos a Belén, el lugar del nacimiento de Cristo. La columna que está en el camino de Belén conduce el hombre a Cristo.
Cuando Jacob vio a Raquel por primera vez y se enamoró de ella, él no sabía los problemas que esto le acarrearía. Jacob amaba a Raquel, y este amor fue la razón por la cual le fueron dadas Lea y las dos siervas, Zilpa y Bilha. Sin Lea y sin estas dos siervas, Jacob no habría tenido sus diez hijos y se habría ahorrado los problemas que ellos le causaron. Cuanto más amaba Jacob a Raquel, más problemas tenía. Lea le había dado cuatro hijos, pero Raquel era estéril y se quejaba a Jacob (30:1). El le respondió: “¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?” (30:2). Jacob parecía decir: “Raquel, ¿por qué te quejas ante mí? ¿Por qué no te quejas ante Dios?” Finalmente, Dios escuchó a Raquel y le dio un hijo, José (30:22-24). Cuando nació José, Raquel esperaba que el Señor le añadiera otro hijo. Efectivamente ella dio a luz a un segundo hijo, pero como vimos, perdió la vida en el parto. Por lo tanto, ella llamó a su segundo hijo “hijo de aflicción”. Raquel también sufrió por los descendientes de Benjamín que fueron mártires por causa de la venida de Cristo. Si usted hubiera sido Jacob y hubiera previsto todos los problemas que le acarrearía amar a Raquel, ¿la habría seguido amando? Probablemente usted habría dicho: “Raquel, por mucho amor que te tenga, no me atrevo a relacionarme contigo, porque si lo hago tendré demasiados problemas”. Por supuesto, Jacob no sabía lo que le esperaba. Cuando Raquel murió, Jacob no tuvo otra alternativa que sepultarla y levantar la tercera columna. El había levantado la primera columna en Galaad y la segunda en Belén; ahora tenía que levantar la tercera columna sobre la sepultura de Raquel.
Es posible que usted sea muy feliz en la vida de iglesia ahora. Pero un día su “Raquel”, la elección de su corazón, morirá a fin de que se produzca Benjamín. Estoy plenamente convencido de que Benjamín será engendrado en la vida de iglesia. Además, debemos contar con que mucho tiempo después de la muerte de nuestra “Raquel”, tendremos que llorar por sus descendientes martirizados, aquellos que sufrieron el martirio por causa de la venida de Cristo.
Raquel lloró porque era natural. En lugar de llorar, debía haberse regocijado. Si ella hubiese ejercitado su espíritu, no habría llorado; se habría regocijado y habría exultado, diciendo: “Aquel que llamé ‘hijo de aflicción’ es una figura, una sombra, del verdadero hijo de aflicción que nacerá en Belén”. En el cuadro de Génesis 35, Raquel representa nuestra elección natural. Para nuestra preferencia natural, el nacimiento de Benjamín es un dolor; mientras que para Israel, es un motivo de regocijo. La venida de Benjamín fue un dolor para Raquel, y la venida de Cristo fue motivo de llanto para ella. Sin embargo, tanto la venida de Benjamín como la de Cristo alegraron a Israel. Ciertas cosas se producirán en la vida de iglesia que harán que nuestro hombre natural padezca y sufra dolor. Sin embargo, para Israel, el hombre espiritual, estas cosas no serán un sufrimiento, sino una alegría. En lugar de llanto, habrá regocijo.
En la primera etapa de nuestra vida cristiana, experimentamos el cuidado de Dios; en la segunda, experimentamos la casa de Dios, y en la tercera, experimentamos la venida de Cristo, Su expresión. La venida de Cristo y Su expresión nos cuestan nuestra vida natural, nuestro amor natural y nuestra elección natural. Todo lo natural morirá finalmente y será sepultado. No obstante, nuestra preferencia natural seguirá sufriendo por mucho tiempo.
Todos debemos erigir tres columnas, tres clases de testimonio. Hace años en Taipei, en comunión con los ancianos, hice notar que la mayoría de los testimonios dados en las reuniones de la iglesia se centraban simplemente en que Dios nos cuida. Casi no se escuchaba ningún testimonio acerca de la casa de Dios o la expresión de Dios. En aquel entonces, yo no veía el cuadro de las tres columnas como lo veo ahora. Nuestra vida cristiana debe incluir tres secciones: el cuidado de Dios, la casa de Dios y la expresión de Cristo. En las reuniones de la iglesia, los más jóvenes, los recién salvos, deben dar testimonio de que Dios los cuida. Es un testimonio maravilloso escuchar a esos niños. Pero también necesitamos testimonios sobre la casa de Dios y sobre la expresión de Cristo. Si tenemos estas tres clases de testimonio, eso indicará que en la iglesia tenemos la columna del cuidado de Dios, la columna de la casa de Dios, y la columna de la expresión de Cristo.
La meta final de Dios es la expresión de Cristo. Esto nos costará nuestra preferencia natural, nuestro deseo natural y nuestra vida natural. No vemos la muerte ni la sepultura en la primera columna ni en la segunda. Sólo en la tercera columna vemos la muerte de Raquel y su sepultura. Pero la columna erigida sobre la sepultura de Raquel está en el camino de Belén. Por tanto, esta columna está en el camino de Cristo, y conduce a la gente hacia El. Si usted viaja hacia Belén, debe estar en el camino donde se encuentra esta columna. No habrá mucha alegría ni siquiera después de llegar a Belén. En lugar de alegría, habrá muerte. Primero, una sola persona morirá, Raquel; y después de más de mil setecientos años, muchos de sus descendientes serán sacrificados para que Cristo venga.
Creo que en el recobro del Señor, esta palabra se cumplirá, y nosotros experimentaremos estas cosas. ¡Que el Espíritu de Dios interprete este cuadro para ustedes de manera clara y sólida! Lo que estoy diciendo ahora no es una mera doctrina ni una interpretación. Debe ser el relato de la historia de nuestra vida. Muchos de nosotros podemos decir que tenemos las primeras dos columnas. Es posible que pronto algunos tengan la tercera columna con la muerte y sepultura de Raquel. Junto con esta muerte y sepultura, vendrá Cristo. Habrá muchos mártires y mucho llanto, pero también vendrá algo maravilloso: el nacimiento de Benjamín y el nacimiento de Cristo. Vendrá Cristo y será expresado. Esta es la meta de Dios y también Su testimonio.
Después de levantar la tercera columna, Jacob salió y plantó su tienda más allá de Migdal-edar (35:21). En hebreo, Edar significa “rebaño”. En Miqueas 4:8 la misma expresión hebrea se traduce “torre del rebaño”. Aquí en la torre de Edar, le sucedió algo vergonzoso, contaminante e inmoral a Jacob: su hijo Rubén cometió adulterio con la concubina de Jacob. Esto no se produjo junto a la columna, sino junto a la torre.
Creo que Migdal-edar, la torre de rebaños, alude a la vida cómoda. Jacob tenía muchos rebaños. Al pasar por la torre de Edar, él quizá haya considerado que aquél era un buen lugar para descansar. En lugar de seguir hasta Hebrón, su destino, se quedó cerca de la torre de Edar. Esto indica que Jacob había llegado a un lugar donde podía disfrutar de una vida fácil. Mientras disfrutaba de esta vida de complacencia, sucedió algo pecaminoso. El pecado, específicamente el pecado de adulterio, siempre viene cuando estamos en una situación cómoda. El hecho de que Rubén cometiera adulterio con la concubina de Jacob en aquel lugar, indicaba que Jacob no debía haberse establecido allí. El debía haber ido directamente a Hebrón. Si él no hubiese plantado su tienda cerca de la torre de Edar, es probable que este acontecimiento maligno no hubiera sucedido.
Jacob levantó tres columnas, pero no necesitaba construir la torre de Edar, puesto que ésta ya estaba allí como una trampa. Mientras usted esté en el camino del Señor, siempre habrá una torre cerca como trampa. La manera de escapar de esta trampa es no detenerse ni contemplarla. Uno debe seguir adelante, en lugar de plantar su tienda cerca de Migdal-edar. En cualquier etapa de nuestra vida cristiana, siempre habrá una torre que nos ponga trampas. La vida fácil siempre es una tentación para los que siguen al Señor Jesús. Toda persona que sigue al Señor se da cuenta de que su destino final está muy lejos. Puesto que el viaje es tan largo, uno espera encontrar un lugar de descanso en el camino. Pero cuando llega a una “torre de rebaños”, no debe considerarla un lugar de descanso; en realidad, es una trampa. No se detenga allí; siga adelante. Por muy cansado que uno esté al seguir al Señor, debe decir: “Señor, ayúdame. No quiero descansar en ninguna torre. Cuando llegue a una torre, huiré de ella. Jamás la tomaré como lugar de reposo”. Al hacer eso, uno es protegido y preservado de la trampa.
El deseo que tenía Jacob en el corazón era tomar a Raquel por esposa. Si Dios no hubiese intervenido por medio de Labán, Jacob habría tomado a Raquel inmediatamente como esposa. Entonces, el primer hijo de Raquel habría sido el primogénito de Jacob. Pero Dios en cierto sentido obligó a Jacob a tomar a Lea como esposa. De modo que Rubén fue el primogénito, y la primogenitura le correspondía a él. No obstante, esto iba en contra del deseo que Jacob tenía en su corazón. Además, no parecía justo. Mientras Jacob disfrutaba una vida fácil en la torre de Edar, Rubén cometió adulterio con la concubina de su padre. Esta acción maligna hizo que perdiera su primogenitura (49:3-4). En 1 Crónicas 5:1 y 2 se indica claramente que la primogenitura pasó a José. Así vemos la intervención providencial de Dios para reasignar la primogenitura. Rubén perdió la primogenitura por haberse contaminado, y José la obtuvo por su pureza (39:7-12). Cuando la esposa de Potifar incitó José a cometer adulterio con ella, él se rehusó. Por guardarse puro, José obtuvo la primogenitura que Rubén había perdido por haberse contaminado en la torre de Edar. Por consiguiente, Dios usó el error de Jacob para reasignar la primogenitura. ¡Alabado sea el Señor porque un error condujo a la reasignación de la primogenitura! Aun así, nunca use este hecho como pretexto para decir: “Hagamos males para que vengan bienes”. Debemos más bien inclinarnos y adorar a Dios por Su intervención.
El Dios soberano es justo y no le dio a José las tres partes de la primogenitura. El le dio a José el disfrute de la doble porción de la tierra, pero dio el sacerdocio a Leví, el tercer hijo de Lea, y el reinado a Judá, su cuarto hijo (49:10; 1 Cr. 5:2; Dt. 33:8-10). Leví recibió el sacerdocio por su fidelidad a Dios (Dt. 33:9), y Judá consiguió el reinado debido al amor que tenía por sus hermanos y al cuidado que dedicaba a su padre (37:26; 43:8-9; 44:14-34). Aquí vemos la intervención de Dios. El está detrás de todo y de todos. Cuando vemos este cuadro, y la manera en que todo encaja perfectamente, debemos adorar a Dios. ¡Aleluya, estamos Bajo la mano de Dios!
La biografía de Jacob es nuestra historia. En la vida de Jacob hubo tres columnas y una sola torre. Nosotros también tendremos tres columnas y una sola torre. Puedo testificar que he experimentado todas estas cosas. Y creo que dentro de unos años, muchos de nosotros recordaremos este mensaje y le damos gracias al Señor por las tres columnas y por la torre.