Mensaje 14
Lectura bíblica: Gá. 3:2, 3, 5, 9, 14, 20, 22-25; Ro. 7:10-11, 24; 8:2, 6, 10-11, 30
Gálatas 3:2 dice: “Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. Sin duda alguna, hemos recibido el Espíritu por el oír con fe, no por las obras de la ley.
En 3:5 Pablo además les pregunta a los creyentes gálatas: “Aquel, pues, que os suministra abundantemente el Espíritu, y hace obras de poder entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. Dios nos suministra el Espíritu también por el oír con fe, de ningún modo por las obras de la ley.
La economía neotestamentaria de Dios es un asunto de suministrar el Espíritu y de recibirlo. Por Su parte, Dios suministra el Espíritu; por la nuestra, nosotros recibimos el Espíritu. La suministración del Espíritu y la recepción del mismo no ocurre de una sola vez para siempre. Todo lo contrario, es algo continuo. Conforme a 3:2, ya hemos recibido el Espíritu. Pero según 3:5, Dios sigue suministrándonos todavía el Espíritu. Día tras día Dios nos suministra el Espíritu y día tras día recibimos esta suministración del Espíritu. Por consiguiente, por nuestra experiencia sabemos que el suministro del Espíritu y el recibir del Espíritu es algo que ocurre todo el tiempo.
Tanto la suministración como la recepción del Espíritu ocurren por el oír con fe, no por las obras de la ley. La ley era la base para la relación entre el hombre y Dios en la economía antiguotestamentaria de Dios (3:23); la fe es el único requisito para que el hombre tenga contacto con Dios en Su economía neotestamentaria (He. 11:6). La ley está relacionada con la carne (Ro. 7:5) y depende de los esfuerzos de la carne, la misma carne que es la expresión del “yo”. La fe está relacionada con el Espíritu y confía en la operación de éste, el mismo Espíritu que es Cristo como realidad. En el Antiguo Testamento, el “yo” y la carne desempeñaban un papel importante en la observancia de la ley. En el Nuevo Testamento, Cristo y el Espíritu asumen la posición anteriormente ocupada por el “yo” y la carne, y la fe reemplaza a la ley a fin de que vivamos a Cristo por el Espíritu. Guardar la ley por medio de la carne es la manera natural del hombre; reside en las tinieblas del concepto humano y da como resultado muerte y miseria (Ro. 7:10-11, 24). Recibir el Espíritu por fe es el camino que Dios ha revelado; reside en la luz de la revelación divina y da como resultado vida y gloria (Ro. 8:2, 6, 10-11, 30). Por consiguiente, debemos apreciar la fe, no las obras de la ley. Es por el oír con fe que hemos recibido el Espíritu a fin de que participemos de la bendición que Dios prometió y vivamos a Cristo.
En 3:22-25 vemos un contraste entre la ley y la fe. Según 3:23, “antes que viniese la fe, estábamos bajo la custodia de la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada”. Este versículo indica claramente que hubo un tiempo cuando la fe vino y fue revelada. Conforme a los versículos 24 y 25, ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo la ley como si ésta fuera nuestro ayo. La fe y la ley no pueden existir juntamente. Antes de que la fe viniese, estábamos bajo la ley. Pero ahora que la fe ha venido y ha sido revelada, esta fe reemplaza a la ley.
En el cristianismo fundamental, comúnmente se enseña que la ley ha sido reemplazada por la gracia. Algunos términos teológicos, tales como la dispensación de la ley y la dispensación de la gracia se usan para señalar esta distinción. Según este modo de entender, el Antiguo Testamento era la dispensación de la ley, mientras que el Nuevo Testamento es la dispensación de la gracia. Por lo tanto, la gracia está en contraste con la ley y la reemplaza. Sin embargo, ¿ha oído usted alguna vez que la fe ha venido para reemplazar a la ley y que la fe está en contraste con la ley? Hasta podemos decir que en el Antiguo Testamento hubo una dispensación de la ley, pero que en el Nuevo Testamento existe la dispensación de la fe. Cuando la gracia vino, también vino la fe. Tanto la fe como la gracia vinieron cuando Jesucristo vino.
¡Qué gran contraste existe entre las obras de la ley y el oír con fe! Debemos distinguir entre un cristiano que labora y otro que oye. ¿Qué clase de cristiano es usted? Todos deberíamos declarar que somos cristianos que oyen, no cristianos que laboran. Oír es una gran bendición. En las reuniones de la iglesia nos reunimos para oír con fe. Por medio de oír así, recibimos la suministración del Espíritu.
Si hemos de entender lo que significa el oír con fe, es menester que sepamos qué es la ley y qué es la gracia. Tanto la fe como la gracia se refieren a la misma cosa. La gracia es por el lado de Dios, pero la fe es por nuestro lado. Como ya hemos señalado, la gracia es el Dios Triuno procesado para ser nuestro todo. Cuando oímos esta gracia, espontáneamente tenemos fe.
Si estuviera yo predicándoles el evangelio a personas primitivas que jamás hayan sabido de Dios, Cristo, el Espíritu, la cruz, la redención, la salvación ni la vida eterna, les diría que el Dios verdadero es un Dios que ama y digno de ser amado. Después les contaría la historia de cómo Dios envió a Su Hijo, Jesucristo, para realizar la redención por nosotros por medio de morir en la cruz. Continuaría con decirles cuán maravillo es Cristo. Desearía que ellos supieran acerca de Su muerte en la cruz, y de cómo El derramó Su sangre para que fuésemos perdonados. Les diría que por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, Su vida divina interior había sido liberada. También les diría que ahora Cristo, Aquel que es viviente, es el Espíritu vivificante que espera ser recibido. Quien oyera un mensaje evangélico como este, espontáneamente tendría el oír con fe. La palabra que yo habría predicado sería una palabra de gracia. Pero una vez que ellos hubieran escuchado esa palabra, ésta, en la experiencia de ellos, vendría a ser la fe por medio de la cual creerían.
Cuando en la predicación del evangelio la gente oye hablar de la gracia de Dios, algo dentro de ellos se levanta para apreciar lo que han oído. La gracia que les ha sido presentada viene a ser en ellos la fe por medio de la cual creen. Espontáneamente comienzan a apreciar a Dios, a Cristo y al Espíritu. Aprecian lo que Cristo ha hecho al realizar la redención. Esta apreciación es la fe. La fe viene cuando ellos comienzan a apreciar lo que oyen en el evangelio.
En cuanto a la fe, se tienen dos aspectos, el aspecto objetivo y el subjetivo. Desde el punto de vista objetivo, la fe es aquello que creemos. Desde el punto de vista subjetivo, la fe es nuestra acción de creer. Por lo tanto, la fe denota tanto el hecho de creer como aquello en lo que creemos. Con respecto al hecho de creer, la fe es subjetiva, pero con respecto a aquello en lo que creemos, la fe es objetiva. Conforme oímos de aquellas cosas en las que estamos a punto de creer, la fe se produce en nosotros. Cuanto más oímos de estas buenas cosas, tanto más las apreciamos. Espontáneamente esta apreciación produce nuestro creer en esas cosas acerca de las cuales hemos oído. Por consiguiente, la fe es objetiva y subjetiva.
En 1:23 se nos dice que Pablo, quien alguna vez persiguiera a los creyentes de Cristo, ahora predicaba “la fe que en otro tiempo asolaba”. La fe, en esta mención y en 3:2, 5, 7, 9, 23, 25, y 6:10 implica nuestro creer en Cristo, tomando como objeto de nuestra fe Su persona y Su obra redentora. Esta fe, reemplazando a la ley, por medio de la cual Dios trataba con Su pueblo en el Antiguo Testamento, viene a ser el principio por el cual Dios trata con Su pueblo en el Nuevo Testamento. Esta fe caracteriza a los que creen en Cristo y los distingue de los que guardan la ley. Esto es el énfasis principal de este libro.
El aspecto subjetivo de la fe implica por lo menos ocho cosas. En primer lugar, la fe tiene que ver con el oír. Sin el oír de la palabra no puede haber fe. La fe viene por el oír. La palabra que oímos incluye a Dios, Cristo, el Espíritu, la cruz, la redención, la salvación, el perdón y la vida eterna. También incluye el hecho de que Dios ha sido procesado para llegar a ser el todo-inclusivo Espíritu vivificante. Según el Nuevo Testamento, el evangelio nos habla de todos estos asuntos. Cuando el evangelio es predicado de una manera apropiada, aquellos que lo escuchen serán reanimados y estarán llenos de apreciación. Su oír de la palabra del evangelio es el principio de Su acción de creer. La razón de que los cristianos carezcan de fe es que su acción de oír es muy poca. Si ellos oyeran un mensaje viviente respecto a cómo el Dios Triuno se ha procesado para ser el todo-inclusivo Espíritu vivificante, sin duda su acción de oír produciría fe en ellos.
En segundo lugar, la fe también implica apreciación. Después de oír la palabra del evangelio, se produce espontáneamente una apreciación en aquellos que oyen. Esto no sólo se aplica a aquellos que oyen el evangelio por primera vez, sino a todos los creyentes en Cristo. Siempre que oímos la palabra de manera apropiada, este oír despierta una mayor apreciación por el Señor.
A esta apreciación le sigue el invocar, el tercer asunto que vemos en el aspecto subjetivo de la fe. Todos aquellos que aprecien al Señor Jesús invocarán espontáneamente Su nombre. Si usted predica el evangelio de una manera fría, sosa y muerta, será necesario persuadir a la gente de que oren e invoquen el nombre del Señor. Pero si usted predica de un modo precioso, rico, viviente, inspirante y animante, no habrá necesidad de persuadir a la gente. Más bien, ellos espontáneamente invocarán: “Señor Jesús”. Quizás, en vez de invocar Su nombre de esa manera, exclamarán alguna frase de apreciación por el Señor. Tal vez digan: “¡Qué bueno es el Señor Jesús!”.
En cuarto lugar, la fe implica el recibir. Por medio de apreciar al Señor Jesús e invocar Su nombre, espontáneamente le recibimos.
Con el recibir tenemos el quinto aspecto, el de aceptar. Es posible recibir algo sin aceptarlo. La fe implica tanto recibir como aceptar. Quienes oyen el evangelio y aprecian al Señor Jesús, automáticamente lo aceptan y lo reciben.
En sexto lugar, la fe incluye que nos unamos al Señor Jesús. Por medio de recibirlo y aceptarlo, nos unimos a El.
Después participamos de El y le disfrutamos; estos son el séptimo y octavo asuntos respectivamente. La fe participa y disfruta de lo que recibe y acepta.
En la predicación del evangelio, la gente oye de la gracia de Dios. Después ellos aprecian esta gracia e invocan el nombre del Señor. Más adelante reciben, aceptan, se unen a, participan de y disfrutan esta gracia, la cual es el Dios Triuno, quien se ha procesado para ser nuestro todo. Esto es la fe.
En el Antiguo Testamento no era posible encontrar fe; la fe vino con Jesucristo. Cuando Cristo vino, la gracia vino y la fe también vino. La fe ha venido para reemplazar a la ley. Por lo tanto, como creyentes en Cristo, somos los que oyen, no los que laboran. En las reuniones de la iglesia nos congregamos para el oír con fe. Quienes no asisten a las reuniones se apartan de la oportunidad de recibir el oír con fe. Si nos apartamos del oír, también nos apartamos de la suministración.
No se aparte de las reuniones simplemente por creer que va usted a oír lo mismo una y otra vez. Necesitamos tomar nuestro desayuno todas las mañanas aunque tal vez comamos lo mismo casi todos los días. Si rehusamos comer simplemente porque la comida es la misma, no recibiremos nuestro suministro necesario de alimento. Siguiendo el mismo principio, es necesario que asistamos a las reuniones de la iglesia a fin de recibir la suministración de Dios. Podemos testificar que venir o no venir a las reuniones para recibir el oír con fe hace una gran diferencia. Tal vez una y otra vez escuchemos de Cristo y de la iglesia, de la muerte y resurrección de Cristo y de cómo Cristo se ha procesado para ser el Espíritu vivificante. Pero cada vez que escuchamos estas cosas recibimos la suministración del Espíritu. Así que, una reunión cristiana apropiada es una reunión de oír, una reunión para el oír con fe.
Los que hablan en las reuniones de la iglesia también deben ser oidores, porque también ellos escuchan las mismas cosas que hablan. Los que hablamos en la iglesia podemos testificar que cuanto más hablamos, más oímos. Un buen orador primero habla para sí mismo y luego para los demás. Si usted primero no se habla a usted mismo, lo que usted habla no es genuino. Si somos oradores genuinos, debemos ser los primeros en disfrutar lo que hablemos.
Venimos a reunión tras reunión para el oír con fe. Esta fe es apreciar, recibir y aceptar la gracia de Dios. Por medio de la fe nos unimos a la gracia de Dios, participamos de la gracia de Dios y disfrutamos la gracia de Dios. Como hemos señalado una y otra vez, esta gracia es el Dios Triuno, quien se ha procesado para ser nuestro disfrute y nuestro todo.
¡Qué equivocados estaban los creyentes gálatas al volverse a la ley! Dios no quiere que seamos obreros de la ley; El quiere que seamos oidores de Su gracia. Conforme oímos Su gracia, esta gracia espontáneamente viene a ser nuestra fe. Antes de que viniera la fe, Dios usó la ley para guardarnos, mantenernos y retenernos. Pero una vez venida la fe, ya no necesitamos la ley. En la ley no hay disfrute, no hay gracia. Pero en la fe hay una abundante suministración, porque la fe está relacionada con la gracia. Hoy en día estamos experimentando el oír con fe. Por este oír con fe recibimos continuamente la suministración del Espíritu todo-inclusivo.
Según la revelación del libro de Gálatas, la economía de Dios no consiste en que nos esforcemos en la carne para guardar la ley. En este asunto los judaizantes habían errado totalmente el blanco. Ningún genuino creyente en Cristo debe ser distraído por semejante locura. En Su economía neotestamentaria, Dios quiere hacer de nosotros personas que oyen con fe. Esta fe es el reflejo del Dios Triuno procesado para ser nuestra gracia todo-inclusiva. Dios quiere que nosotros lleguemos a ser aquellos que siempre oyen la fe que refleja Su gracia. La gracia no es nada menos que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— quien es nuestra vida y nuestro todo a fin de que le disfrutemos de una manera total. Por medio de disfrutarlo venimos a ser uno con El. Llegamos a ser una entidad eterna y universal para expresar Su maravillosa divinidad. Esta es la revelación contenida en las profundidades de este libro.