Mensaje 24
Lectura bíblica: Gá. 4:21-31; 2:20; 6:12-13, 15
En el mensaje anterior señalamos que en 4:19 Pablo dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Si consideramos este versículo y su contexto, veremos que es menester que Cristo sea formado en los herederos de la promesa. Aquellos que son hijos de Abraham por medio de la fe son herederos de la promesa, es decir, son quienes heredan la bendición. Es necesario que estos herederos sean llenos, ocupados y saturados con Cristo. Necesitan que Cristo sea formado en ellos.
Si hemos de saber qué significa que Cristo sea formado en nosotros, debemos considerar no sólo todo el libro de Gálatas, sino también Efesios, Filipenses y Colosenses. El libro de Gálatas indica que la intención de Dios es que Cristo sea forjado en Su pueblo escogido, a fin de que ellos lleguen a ser hijos de Dios. A fin de ser hijos de Dios, necesitamos ser impregnados y saturados con Cristo. Cristo debe ocupar todo nuestro ser. Los gálatas, sin embargo, fueron distraídos de Cristo y llevados a la ley. Por consiguiente, Pablo les dijo muchas veces que era totalmente erróneo dejar a Cristo y volver a la ley. Los creyentes debían volver a Cristo, quien es la simiente que cumple la promesa que Dios le hizo a Abraham y también la buena tierra, el Espíritu todo-inclusivo para nuestro disfrute. Como creyentes, necesitamos el disfrute pleno de esta bendición, el disfrute pleno del Espíritu vivificante. Necesitamos ser impregnados, saturados, poseídos y totalmente tomados por este Espíritu y con este Espíritu. Según el contexto del libro de Gálatas, que Cristo sea formado en nosotros es permitirle que impregne nuestro ser y que sature nuestras partes internas. Cuando Cristo ocupa de esta manera nuestro ser interior, El es formado en nosotros.
A fin de que Cristo sea formado en nosotros, debemos desechar todo lo que no sea Cristo mismo, sin importar cuán bueno ello pueda ser. Hasta cosas que provengan de Dios y sean bíblicas tal vez no sean Cristo mismo. Aunque la ley fue dada por Dios, debe ser hecha a un lado a fin de que en nuestro ser todo terreno le sea dado a Cristo. Necesitamos permitirle a El que sature cada parte de nuestro ser interior. El debe ocuparnos y saturar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Que Cristo posea todo nuestro ser es que El sea formado en nosotros.
En Efesios 3:17 vemos que Pablo pidió en oración que “Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”. Sabemos que en el corazón están incluidas la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. Permitir que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones significa que El hace Su hogar en todas estas partes de nuestro ser interior. Si Cristo ha de hacer Su hogar en nuestros corazones, El necesita poder asentarse dentro de nosotros. Una vez más, esto es lo que significa que Cristo sea formado en nosotros.
Tener a Cristo formado en nosotros es permitir que el Espíritu todo-inclusivo ocupe cada parte de nuestro ser interior. La ley no debe tener lugar alguno en nuestra mente, nuestra parte emotiva ni en nuestra voluntad. Todo el terreno dentro de nosotros debe ser para Cristo. Debemos permitirle a Cristo que nos ocupe totalmente. El no sólo debe esparcirse en nuestra mente, parte emotiva y voluntad; en realidad, El debería ser nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Debemos permitir que Cristo sea nuestro pensamiento, nuestra decisión y nuestro amor. Permitamos que El sea todo para nosotros. Esto es tener a Cristo formado en nosotros. Todo lo que no sea Cristo debe disminuir, y Cristo debe llegar a ser todo para nosotros en nuestra experiencia.
Hoy en día Cristo es el Espíritu vivificante como la bendición del evangelio, la bendición que Dios prometió. Disfrutar plenamente esta bendición es permitir que Cristo sea formado en nosotros. Esto quiere decir que si hemos de tener el disfrute total de la bendición del evangelio, es necesario que Cristo sea formado en nosotros. Si Cristo todavía no está totalmente formado en nosotros, entonces nuestro disfrute de la bendición del Nuevo Testamento todavía no es completo. Aunque hemos disfrutado la bendición en parte, debemos seguir adelante hasta permitir que Cristo nos ocupe totalmente, que nos tome completamente y que sature cada parte de nuestro ser consigo mismo. Hacer esto es disfrutar la bendición del evangelio hasta lo sumo. Esta era la meta de Pablo al escribir a los creyentes gálatas. Mientras apelaba al afecto personal de ellos en 4:8-20, Pablo tenía claramente presente esta meta. El apeló al afecto de los creyentes a fin de que Cristo fuera formado en ellos para el cumplimiento de la meta de Dios.
Gálatas 4:21 dice: “Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no oís la ley?”. El libro de Gálatas trata decisivamente con el hecho de desviarse de Cristo mediante regresar a estar bajo la ley. Tal desviación excluye a los creyentes del disfrute de Cristo como su vida y su todo.
Hemos visto que en la sección 4:8-20 Pablo habla afectuosamente y apela al sentir personal de los gálatas. El hizo esto con el propósito de ministrarles Cristo. Pero en el versículo 21 Pablo vuelve a usar el mismo tono que usó en el capítulo tres. De hecho, les habla en un tono todavía más severo. En los versículos 22 y 23 Pablo continúa, diciendo: “Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por medio de la promesa”. Nacer según la carne es nacer por el esfuerzo carnal del hombre, mientras que nacer por medio de la promesa es nacer por medio del poder de Dios en gracia, lo cual está sobreentendido en Su promesa. Ismael nació del primer modo, pero Isaac nació del segundo modo. Según el contexto, la ley acompaña a la carne y la gracia acompaña a la promesa. El niño nacido de la esclava nació según la carne, mientras que el niño nacido de la libre nació según la gracia. Debido a que la gracia acompaña a la promesa, nacer por medio de la promesa es nacer por medio de la gracia.
Al hablar de las dos mujeres mencionadas en el versículo 22, Pablo dice en el versículo 24: “Lo cual fue dicho por alegoría, pues estas mujeres son dos pactos; uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud”. De los dos pactos mencionados en el versículo 24, uno es el pacto de la promesa dada a Abraham, el cual está relacionado con el Nuevo Testamento, el pacto de la gracia, y el otro es el pacto de la ley, relacionado con Moisés, el cual no tiene nada que ver con el Nuevo Testamento. Sara, la libre, simboliza el pacto de la promesa, y Agar, la esclava, simboliza el pacto de la ley.
El monte Sinaí era el lugar donde la ley fue dada (Ex. 19:20). La esclavitud de la que se habla en el versículo 24 es la esclavitud de estar bajo la ley. Agar, la concubina de Abraham, simboliza esta ley. Por lo tanto, la posición de la ley es como la de una concubina. Sara, la esposa de Abraham, simboliza la gracia de Dios (Jn. 1:17), la cual tiene la posición correcta en la economía de Dios. La ley, tal como Agar, da hijos para esclavitud, como los judaizantes. La gracia, tal como Sara, da hijos para filiación. Estos son los creyentes neotestamentarios. Ellos ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14). Ellos deben permanecer en esta gracia (Ro. 5:2) sin caer de ella (Gá. 5:4).
En el versículo 25 Pablo menciona “la Jerusalén actual”. Jerusalén, como la elección de Dios (1 R. 14:21; Sal. 48:2, 8), debía pertenecer al pacto de la promesa simbolizado por Sara. Sin embargo, debido a que introduce bajo el cautiverio de la ley al pueblo escogido de Dios, en realidad corresponde al monte Sinaí, el cual pertenece al pacto de la ley simbolizado por Agar. En los tiempos de Pablo, Jerusalén y sus hijos eran esclavos bajo la ley.
Lo que Pablo dice en los versículos 24 y 25 es claro y firme. Sin lugar a dudas, los judaizantes deben de haberse ofendido por ello.
El versículo 26 dice: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre”. La madre de los judaizantes es la Jerusalén terrenal, pero la madre de los creyentes es la Jerusalén celestial. Esta, con el tiempo, será la Nueva Jerusalén en los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21:1-2), la cual está relacionada con el pacto de la promesa. Ella es la madre de los creyentes neotestamentarios, quienes no son esclavos bajo la ley, sino hijos bajo la gracia. Nosotros, los creyentes neotestamentarios, hemos todos nacido de la Jerusalén de arriba.
El versículo 27 sigue adelante y dice: “Porque está escrito: ‘Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido’”. Esto quiere decir que los descendientes espirituales de Abraham, quienes pertenecen a la Jerusalén celestial, al pacto de la promesa bajo la libertad de la gracia, son más numerosos que sus descendientes naturales, quienes pertenecen a la Jerusalén terrenal, al pacto de la ley bajo la esclavitud de la ley.
Según Génesis 22:17, Dios prometió que los descendientes de Abraham serían como la arena del mar y como las estrellas del cielo. Aquí vemos dos clases de descendientes, los celestiales y los terrenales, los espirituales y los naturales. Los judíos son descendientes de Abraham según la carne, mientras que los que creen en Cristo son descendientes de Abraham según el Espíritu. Los descendientes naturales, los judíos, son como la arena del mar, pero los descendientes espirituales, los cristianos, quienes aventajan en número a los descendientes naturales, son como las estrellas.
El versículo 28 continúa: “Así que, hermanos, nosotros, a la manera de Isaac, somos hijos de la promesa”. Los hijos de la promesa son quienes han nacido de la Jerusalén celestial por medio de la gracia, bajo el pacto de la promesa.
El versículo 29 dice: “Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora”. Los dos hijos que dan los dos pactos son distintos en naturaleza. Los hijos producidos por el pacto de la ley han nacido según la carne; los producidos por el pacto de la promesa han nacido según el Espíritu. Los hijos nacidos según la carne no tienen derecho de participar de la bendición que Dios prometió, pero los hijos nacidos según el Espíritu tienen todo el derecho. Los judaizantes eran hijos según la carne; los creyentes en Cristo son hijos según el Espíritu. Los hijos de la promesa (v. 28) nacen según el Espíritu, el Espíritu divino de vida, quien es la misma bendición de la promesa que Dios le hizo a Abraham (3:14).
Pablo dice que el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu. Esto quiere decir que Ismael perseguía a Isaac (Gn. 21:9). Además, los judaizantes, los descendientes de Abraham según la carne, también perseguían a los creyentes, los descendientes de Abraham según el Espíritu, tal como Ismael perseguía a Isaac. Lo mismo ocurre hoy en día. Los “Ismaeles” de hoy, aquellos que viven según la carne, persiguen a los verdaderos “Isaacs”, los hijos según el Espíritu.
En los versículos 30 y 31 Pablo concluye de la siguiente manera: “Mas ¿qué dice la Escritura? ‘Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque de ningún modo heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre’. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre”. Los judaizantes, quienes estaban bajo la esclavitud de la ley, son los hijos de la esclava, y de ningún modo heredarán la bendición que Dios prometió: el Espíritu todo-inclusivo. Los creyentes neotestamentarios, quienes están bajo la libertad de la gracia, son hijos de la libre, y heredarán la bendición prometida, el Espíritu. Nosotros, los creyentes en Cristo, no somos hijos de la ley ni estamos bajo su esclavitud, sino que somos hijos de la gracia y estamos bajo su libertad para disfrutar al Espíritu todo-inclusivo y todas las riquezas de Cristo. Es importante recordar que la libre simboliza la gracia y la promesa, mientras que la esclava, Agar, simboliza la ley y también los esfuerzos de la carne. Por consiguiente, la ley produjo hijos según la carne, pero la promesa y la gracia produjeron hijos según el Espíritu.
La conclusión del capítulo cuatro es muy similar a la conclusión del capítulo tres. Pablo termina el capítulo tres diciendo que nosotros somos “linaje de Abraham ... y herederos según la promesa”. Luego concluye el capítulo cuatro con estas palabras: “De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre”. Al final del capítulo tres vemos que somos hijos de Abraham, pero al final del capítulo cuatro vemos que somos hijos de la libre, los que heredan la promesa. En realidad, estos dos capítulos hablan del mismo asunto visto desde diferentes ángulos.
Conforme consideramos el asunto de los dos pactos y los dos hijos, debemos ser impresionados con la promesa de Dios, la gracia, Cristo, el Espíritu y los hijos según el Espíritu. En contraste con estos asuntos tenemos la ley, la carne, la esclavitud y los hijos según la carne. Los hijos según la carne son aquellos reducidos a esclavitud. En este mensaje tengo la carga de que todos seamos impresionados con estos cinco asuntos de la promesa, la gracia, Cristo, el Espíritu y los hijos según el Espíritu.
La promesa hecha a Abraham fue la revelación del deseo de Dios. Cuando Dios le hizo a Abraham la promesa, El abrió Su corazón y reveló el deseo de Su corazón. Aunque el hombre había caído y estaba bajo la maldición, el deseo de Dios era bendecir a todas las naciones. Su deseo era darse El mismo como bendición a las naciones. Dios le había dicho a Abraham que en él serían benditas todas las naciones (Gn. 12:3). Esta promesa fue hecha habiendo cierto trasfondo. En el tiempo en que la promesa fue dada, todas las naciones estaban bajo la maldición. Sin duda, Abraham se había dado cuenta de esto. Entonces, de repente, el Dios de gloria se le apareció y le prometió que en él serían benditas todas la naciones. ¡Qué maravillosa palabra era esta! Cuando el Dios de gloria se le apareció a Abraham en Ur de los caldeos, Abraham fue atraído. Abraham fue encantado. Debido a que fue atraído por Dios, Abraham pudo seguirlo fuera de Caldea. Después, cuando Abraham residía en la tierra de Canaán, Dios prometió darle la tierra a la simiente de Abraham. Por lo tanto, en la promesa que Dios le hizo a Abraham podemos ver dos aspectos principales: el aspecto de que las naciones serían benditas y el aspecto de la buena tierra. Por un lado, las naciones serían benditas mediante la redención de Cristo. Por el otro lado, Cristo, tipificado por la buena tierra, es la incorporación del Dios Triuno como el Espíritu vivificante todo-inclusivo como nuestro disfrute y abundante suministro. La promesa que Dios le hizo a Abraham con estos dos aspectos fue la revelación del deseo del corazón de Dios.
La promesa que Dios le hizo a Abraham incluye mucho más que la justificación por fe. Es verdad que se nos dice que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia (3:6). Sin embargo, tenemos que ver que el tratar de Dios con Abraham incluía mucho más que eso. El evangelio que le fue predicado a Abraham era en realidad la revelación del corazón de Dios.
Dos mil años después de que el deseo del corazón de Dios le fuese revelado a Abraham, vino Cristo. Cuando Cristo vino, vino la gracia. La gracia es el Dios Triuno procesado para ser nuestro disfrute. Esta gracia es el cumplimiento de la promesa de Dios, el cumplimiento del deseo de Dios.
Antes de la venida de Cristo, nunca se menciona en las Escrituras que Dios estuviera complacido o satisfecho. Pero cuando Cristo fue bautizado, el Padre declaró: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Cuando el Señor estaba con tres de los discípulos en el monte de la transfiguración, el Padre habló las mismas palabras (Mt. 17:5). Dios estaba satisfecho de ver el cumplimiento de Su deseo por la gracia, la cual es en realidad una persona viviente, Cristo, el Hijo de Dios, la incorporación del Dios Triuno. Esta viviente Persona es el cumplimiento del deseo del corazón de Dios. Es correcto decir que el cumplimiento de la promesa de Dios se lleva a cabo por gracia y también por la viviente Persona de Cristo, porque esta viviente Persona es El mismo la gracia.
Hoy en día estamos disfrutando esta gracia, la viviente Persona, quien ahora es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Si Cristo no fuera el Espíritu vivificante que mora en nosotros, no podríamos ser uno con El, y no sería posible que El forjase todas las riquezas de la Deidad en nuestro ser. ¿Cómo podría Cristo vivir en nosotros y ser formado en nosotros si El sólo fuera una persona objetiva que estuviera sentado en los cielos a la diestra del Padre, estando separado del Padre y del Espíritu? ¡Sería imposible! Un Cristo así no podría ser revelado en nosotros, vivir en nosotros, ni ser formado en nosotros. A fin de que todo esto llegue a ser nuestra experiencia, Cristo tiene que ser el Espíritu vivificante. ¡Alabado sea el Señor porque la gracia que disfrutamos es Cristo, y Cristo es el Espíritu vivificante!
Debido a que tenemos la gracia, a Cristo, y al Espíritu vivificante, somos hijos según el Espíritu. ¡Qué gran bendición tener el oír con fe y por medio de éste, recibir gracia! Hemos visto que el deseo que Dios tiene en Su corazón, la promesa dada a Abraham, es cumplido mediante la gracia y que la gracia es Cristo como el Espíritu vivificante. Este Espíritu está ahora en nuestro espíritu y nos hace ser hijos según el Espíritu. Esta es la revelación de Gálatas 3 y 4.
Como hijos según el Espíritu, debemos hacer a un lado la ley, la carne, la esclavitud y el ser hijos según la carne. Debemos despedirnos de estas cosas y rehusarnos de ahora en adelante a ser enredados por ellas. En vez de eso, debemos permanecer en el cumplimiento del deseo de Dios, disfrutando la gracia, Cristo y al Espíritu todo-inclusivo como la bendición del evangelio.
En la sección 4:21-31 tenemos dos mujeres, dos pactos y dos “Jerusalenes”. Podemos escoger entre Agar y Sara, entre la Jerusalén terrenal y la Jerusalén de arriba, y entre el pacto de la ley y el pacto de la promesa, el cual es el testamento de la gracia. Además, podemos escoger ser hijos según la carne o hijos según el Espíritu. ¡Alabado sea el Señor por habernos mostrado los dos pactos y las dos clases de hijos! Los capítulos tres y cuatro de Gálatas están tan claros como el cristal para nosotros, totalmente transparentes. ¡Alabamos al Señor porque somos de la Jerusalén de arriba, hijos de la libre! ¡Alabado sea el Señor que somos hijos según el Espíritu que disfrutan al Espíritu todo-inclusivo como la bendición del evangelio!