Mensaje 28
Lectura bíblica: Gá. 5:24-26
En este mensaje consideraremos la sección 5:24-26. El versículo 24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. En el versículo 22, la palabra “mas” hace un contraste entre el fruto del Espíritu mencionado en ese versículo y las obras de la carne mencionadas en el versículo 19. En este versículo, la palabra “pero” hace un contraste entre la crucifixión de la carne y las obras de la carne que se mencionan en el versículo 19.
En el versículo 24 Pablo habla de “los que son de Cristo Jesús”. Esto se refiere a quienes han creído en Cristo y han sido bautizados en El. Por lo tanto, ellos pertenecen a Cristo y son de Cristo. Puesto que somos salvos, ahora somos de Cristo.
Según lo que Pablo dice aquí, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne. La crucifixión del viejo hombre en Romanos 6:6 y la crucifixión del “yo” en Gálatas 2:20 no fueron llevadas a cabo por nosotros. Pero aquí dice que nosotros hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos. El viejo hombre y el “yo” son nuestro ser; la carne es la expresión de nuestro ser en nuestra vida práctica. La crucifixión de nuestro viejo hombre y del “yo” es un hecho cumplido por Cristo en la cruz, mientras que la crucifixión de nuestra carne con sus pasiones y deseos es nuestra experiencia práctica de aquel hecho. A fin de vivir esta experiencia práctica, es necesario que nosotros, por el Espíritu, ejecutemos la crucifixión que Cristo realizó. De este modo nosotros llevamos a cabo lo que El realizó. Esto es hacer morir, por el Espíritu, los hábitos de nuestro cuerpo lujurioso y sus miembros malignos (Ro. 8:13; Col. 3:5).
La experiencia de la cruz tiene tres aspectos: el hecho cumplido por Cristo (Ro. 6:6; Gá. 2:20); nuestra aplicación del hecho cumplido (5:24); y que llevemos la cruz diariamente para experimentar lo que hemos aplicado (Mt. 16:24; Lc. 9:23).
Debemos notar que al hablar de la crucifixión de la carne, Pablo usa el modo perfecto. Pablo no dice que estamos crucificando la carne, ni tampoco que la vamos a crucificar, sino que la hemos crucificado. El habla de esto como si fuera un hecho ya cumplido. Con respecto a la crucifixión vemos dos aspectos. El primero es que cuando Cristo fue crucificado, El crucificó nuestro viejo hombre y el “yo”. El otro aspecto es que nosotros hemos crucificado la carne. Con base en el hecho de que Cristo crucificó nuestro viejo hombre y el “yo”, nosotros hemos crucificado la carne. Por consiguiente, el segundo hecho, es decir, la crucifixión de la carne que nosotros efectuamos, es la aplicación del primer hecho, la crucifixión del viejo hombre y del “yo” efectuada por Cristo. En nuestra experiencia, nosotros necesitamos aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra carne. Que Pablo use el modo perfecto para describir esto indica que esa debe ser la experiencia normal de los creyentes. Todos los creyentes deben ser personas que han aplicado la crucifixión de Cristo a la carne. Debido a que pertenecemos a Cristo, y a que hemos sido puestos en Cristo, hemos hecho esto. Aquí Pablo habla conforme al principio. Si nunca hemos crucificado nuestra carne, nuestra experiencia no es normal. Si nuestra experiencia es normal, entonces nosotros que pertenecemos a Cristo hemos crucificado la carne.
El libro de Gálatas revela que la ley, cuando es empleada mal, se opone a Cristo (2:16) y que el deseo de la carne es contra el Espíritu (5:17). La cruz ha anulado al “yo”, el cual tiende a guardar la ley (2:20) y a la carne, cuyo deseo es contra el Espíritu, a fin de que Cristo reemplace a la ley y de que el Espíritu reemplace a la carne. Dios no desea que nosotros guardemos la ley por medio de la carne; El desea que vivamos a Cristo por medio del Espíritu.
En 5:25 Pablo dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Vivir por el Espíritu consiste en que nuestra vida dependa del Espíritu y sea regulada por el Espíritu, no por la ley. Andar por el Espíritu consiste en que los aspectos y los hechos prácticos de nuestra vida cotidiana sean guiados y regulados por el Espíritu, no por la ley. Con respecto a nuestro andar en la vida cristiana, Pablo tuvo el concepto de que puesto que nuestra vida no era por la ley de letras, sino por el Espíritu de vida, así también nuestro andar no debería ser por la ley de las ordenanzas, sino por el Espíritu de Cristo.
La palabra griega traducida “vivimos” implica tanto tener vida como vivir. Inicialmente tenemos vida, pero continuamente vivimos. Si tenemos vida por el Espíritu, debemos continuar viviendo por el Espíritu. Una traducción más completa del griego sería: “Si tenemos vida y vivimos por el Espíritu”. Pablo usa una expresión similar en Romanos 1:17 y Hebreos 10:38. En Hebreos 10:38 el asunto no es tener vida, sino seguir viviendo por la vida que hemos recibido. En Romanos 1:17 y Gálatas 5:25 el asunto es tener vida inicialmente y luego vivir continuamente.
En 5:26 Pablo dice: “No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”. No ser vanaglorioso es el resultado de andar por el Espíritu, tal como dice el versículo 25.
Varios comentaristas se han preocupado por el hecho de que el versículo 26 venga inmediatamente después del versículo 25, donde Pablo habla de andar por el Espíritu. Algunos prefieren hacer que el versículo 26 sea la introducción del capítulo seis. En el versículo 26 Pablo habla de la vanagloria, la provocación y la envidia. La razón de que Pablo mencione estos asuntos es que tales cosas ponen a prueba si andamos o no por el Espíritu. Solamente cuando andamos por el Espíritu podemos vencer la vanagloria, la provocación y la envidia. Es común que haya vanagloria en alguna casa de hermanos o hermanas. Es posible que algunos hermanos o algunas hermanas piensen que ellos deberían ser los líderes. Esta actitud da lugar a provocación y envidia. Tal vez alguna hermana dé un testimonio rico y liberador en una reunión. Quizás por envidia luego otra hermana decide que ella va a dar un testimonio aún mejor en la siguiente reunión.
La vanagloria puede verse hasta en marido y mujer. Debido al deseo por vanagloria, tal vez algún hermano tenga envidia si su esposa recibe cumplidos que él no recibe.
La vanagloria, la provocación y la envidia son parte de la carne. Podemos verificar si andamos por el Espíritu por medio de preguntarnos si tenemos vanagloria, provocación o envidia. Esta es una manera muy práctica de poner a prueba nuestro andar cotidiano. Al presentar esta prueba, Pablo demostró mucha experiencia y pragmatismo. Por su experiencia, él sabía lo que significa sufrir de las mismas enfermedades que nos afligen hoy día en nuestra vida espiritual.
Durante mucho tiempo me molestó que el versículo 26 estuviera incluido ahí. A la larga me di cuenta de que sin ese versículo, es meramente teórico hablar de vivir por el Espíritu. Pero cuando por medio de la vanagloria, la provocación y la envidia ponemos a prueba nuestra vida, vivir por el Espíritu viene a ser un asunto sumamente práctico. En relación con otros, es fácil que caigamos en vanagloria, provocación y envidia.
En Romanos 8:14 Pablo dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Este pensamiento de Pablo es un poco diferente de como piensa en Gálatas 3:26, donde dice: “Pues todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús”. Es verdad que por medio de la fe hemos venido a ser hijos de Dios, pero ahora necesitamos un andar que compruebe que somos hijos de Dios. En tal andar, somos guiados por el Espíritu.
Por la influencia de nuestro trasfondo religioso, muchos de nosotros hemos tenido el concepto de que la meta de Dios al enviar a Su Hijo, Jesucristo, a morir por nosotros es que creamos en El, que nuestros pecados sean perdonados y estemos capacitados para ir al cielo, donde disfrutaremos eternas bendiciones. Conforme a la Biblia, sin embargo, la meta de Dios es tener muchos hijos. La Biblia ciertamente enseña que somos pecadores, que Dios nos ama y que Cristo vino para salvarnos. Pero la Biblia también dice muy claramente que en la eternidad pasada, antes de que el universo existiera, Dios hizo un plan, un propósito, según Su beneplácito. Este propósito es tener muchos hijos. En palabras simples, el propósito de Dios es la filiación. En la eternidad pasada el deseo de Dios era tener muchos hijos para que fueran Su expresión. En la Biblia, el significado apropiado de la filiación es expresión, debido a que un hijo expresa a su padre. Juan 1:18 indica esto: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. El propósito de Dios es tener muchos hijos que sean Su expresión corporativa. Por consiguiente, Efesios 1:5 dice que Dios nos ha predestinado para filiación.
Muchos comentarios acerca del libro de Romanos recalcan la justificación por fe. Algunos también hablan de la santificación por fe. Pero según el libro de Romanos, la meta de Dios no es solamente tener muchas personas que hayan sido justificadas y santificadas por fe. Romanos revela que la meta de Dios es transformar pecadores en hijos de Dios. Romanos 8:14 no dice que todos los que son guiados por el Espíritu son santos, espirituales o victoriosos, ni que vivirán en mansiones celestiales. Por el contrario, este versículo dice que todos los que son guiados por el Espíritu son hijos de Dios. Además, en los versículos 29 y 30 vemos que los que han sido predestinados, llamados, justificados y glorificados, serán conformados a la imagen del Hijo de Dios. En estos versículos Pablo da a entender que no hemos sido predestinados solamente para ser santos, espirituales y victoriosos. Dios nos ha predestinado para que seamos conformados a la imagen de Su Hijo, a fin de que Su Hijo “sea el primogénito entre muchos hermanos”. Una vez más vemos que la intención de Dios es tener hijos, muchos hijos.
El primer capítulo del evangelio de Juan dice que el Verbo, que en el principio era con Dios, fue hecho carne y habitó entre nosotros (vs. 1, 14). A todos los que lo recibieron, les fue dada potestad de ser hechos hijos de Dios (v. 12). Según Juan 20:17, en la mañana de Su resurrección el Señor le dijo a Maria Magdalena: “No me toques, porque no he subido aún a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Notemos cómo el Señor usa la palabra “hermanos”. El Señor no instruyó a María a que fuese a Sus santos, creyentes, discípulos o apóstoles. Le dijo que fuese a Sus hermanos. Esta es aún otra indicación de que la intención de Dios, el deseo que Dios tiene en Su corazón, es tener muchos hijos.
Hebreos 2 también habla respecto a hijos. Según el versículo 10, Dios está llevando “muchos hijos a la gloria”. Después de Su resurrección, el Señor Jesús vino a Sus discípulos a declararles el nombre del Padre.
En el libro de Gálatas, Pablo recalca una y otra vez que nosotros no somos de los que guardan la ley, ni esclavos que estén bajo la ley, sino que somos hijos de Dios en Cristo. Dios tuvo que hacer muchas cosas para hacernos Sus hijos. Primero tuvo que enviar a Su Hijo para que nos redimiera de estar bajo la ley a fin de que recibiésemos la filiación (4:4-5). Dios también ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones para hacer que nuestra filiación sea real y práctica.
La intención de Dios no es meramente rescatar muchos pecadores y hacerlos santos, espirituales y victoriosos. Conforme a Su beneplácito, Su propósito es producir muchos hijos. Por último, nosotros, quienes hemos sido redimidos y santificados, seremos hijos de Dios en la eternidad. Todos los que estén en la Nueva Jerusalén serán llamados hijos de Dios, no solamente pueblo de Dios (Ap. 21:7). Aún en estos días, nosotros somos más que simplemente el pueblo de Dios: somos hijos de Dios. A fin de que seamos hijos de Dios de una manera real y práctica, necesitamos urgentemente el Espíritu.
La Biblia enseña que el hombre tripartito creado por Dios cayó y se hundió cada vez más, hasta que llegó a ser carne (Gn. 6:3). Todos los seres humanos caídos son pecadores que están en la carne. Esto se aplica tanto a los que son éticos y morales como a los que son malignos e inmorales. Antes de ser salvos, todos éramos pecadores y estábamos en la carne. ¡Alabado sea el Señor porque Cristo vino y realizó la redención por medio de morir en la cruz para que nosotros tengamos la filiación! Por medio de la muerte y la resurrección Cristo ha sido hecho el Espíritu vivificante todo-inclusivo y, como tal, ha entrado en nuestro espíritu para regenerarnos y hacer que nuestra filiación sea real y práctica. El Espíritu ha entrado en nuestro espíritu para hacernos hijos de Dios. Si ahora andamos por el Espíritu, somos verdaderamente guiados por el Espíritu. Según lo que Pablo dice en Romanos 8:14, todos los que son guiados por el Espíritu son hijos de Dios.
Al considerar 5:24 y 25 una vez más, debemos darnos cuenta de que mediante la redención de Cristo y la regeneración del Espíritu, ahora tenemos la posición de ser hijos de Dios. Sin embargo, en nuestro andar cotidiano tal vez no seamos hijos de Dios en la realidad. Es posible que en vez de andar por el Espíritu andemos por la carne. Siempre que andamos por la carne, somos hijos de Adán de una manera muy práctica. Solamente cuando andamos por el Espíritu somos hijos de Dios en la realidad y en la práctica. Por consiguiente, que seamos hijos de Dios o hijos de Adán en nuestro andar diario, depende de la clase de andar que tengamos. En vida, en derecho y en posición, no cabe duda de que somos hijos de Dios, puesto que hemos sido regenerados por el Espíritu. Pero en nuestro andar cotidiano en la práctica, es posible que en vez de ser hijos de Dios seamos algo totalmente diferente. Esto quiere decir que en nuestro andar podemos ser hijos de Dios o hijos de Adán. Como repetición, si andamos por la carne, somos hijos de Adán, pero si andamos por el Espíritu, somos hijos de Dios. En esta coyuntura, el asunto crucial es la carne. Necesitamos tratar con la carne.
La cruz de Cristo nos proporciona la posición o la base para tratar con la carne. Todo nuestro ser, es decir, el hombre tripartito caído completo, fue crucificado con Cristo en la cruz. Ahora no sólo tenemos esta base de manera objetiva, sino que también tenemos la vida divina y el Espíritu de manera subjetiva, los cuales nos capacitan para ejecutar la cruz de Cristo en nuestra carne. A fin de andar por el Espíritu, debemos aplicar a nuestra carne la crucifixión de Cristo. Esta es la razón por la cual Pablo dice que todos los que son de Cristo han crucificado la carne. Si por el Espíritu que mora en nosotros aplicamos la cruz a nuestra carne, nuestra carne será clavada en la cruz. En esto consiste crucificar la carne. Ahora que la carne está en la cruz, sólo el Espíritu permanece. Es de vital importancia que nos demos cuenta de que dentro de nosotros tenemos la vida divina y el Espíritu todo-inclusivo. Ahora es necesario que mediante la vida divina ejercitemos el espíritu para aplicar la cruz a nuestra carne. Al hacer esto, aplicamos lo que Cristo ha realizado al crucificar junto con El en la cruz a nuestro viejo hombre. Esta aplicación debe ser efectuada en todo aspecto de nuestra carne, sin importar que nuestra carne sea maligna o parezca ser buena. Tanto la carne que ama como la carne que odia tiene que ser crucificada.
Ante los ojos de Dios, todos aquellos que creen en Cristo ya han crucificado la carne. Pero cuando en nuestra verdadera experiencia ejecutamos la crucifixión de Cristo por medio de aplicar la cruz a nuestra carne, inmediatamente somos elevados hasta los cielos y experimentamos al Espíritu como todo para nosotros. Entonces el Espíritu hasta puede llegar a ser el Espíritu de nuestra mente, de nuestra parte emotiva y de nuestra voluntad. Experimentando al Espíritu de esta manera, andamos por el Espíritu y somos guiados por el Espíritu. Por consiguiente, somos en realidad hijos de Dios. Cuanto más experimentamos al Espíritu de esta manera, más somos, no sólo transformados, sino también conformados, a la imagen de Su Hijo.
En esta luz, veamos de nuevo el versículo 26. Hemos visto que en este versículo Pablo menciona la vanagloria, la provocación y la envidia. Estas tres cosas ponen a prueba si andamos por el Espíritu. En las situaciones prácticas de nuestra vida diaria, muy a menudo tenemos vanagloria provocación y envidia. Tanto en la vida de la iglesia como en nuestra vida familiar es necesario probar si andamos por el Espíritu, preguntándonos si tenemos algo de vanagloria, provocación o envidia. Si Pablo se hubiera detenido en los versículos 24 y 25, el asunto de vivir por el Espíritu y de andar por el Espíritu pudo haber quedado sólo en teoría. Pero el versículo 26 hace que este asunto sea muy práctico. Pablo dice: “No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”. Si queremos ser hijos de Dios en realidad, debemos andar por el Espíritu y no por la carne. Pero el hecho de que andemos por el Espíritu o por la carne es puesto a prueba por la existencia de vanagloria, provocación o envidia. Tal vez pensemos que andamos por el Espíritu; sin embargo, que tengamos sentimientos de vanagloria y envidia prueban que no es así. Por ejemplo, es posible que algún hermano sienta envidia al enterarse de que otro hermano, que ha estado en el recobro menos tiempo, ha sido puesto como anciano. Tal sentimiento de envidia es una indicación de que este hermano no está andando por el Espíritu en este momento en particular. La vanagloria da origen a la provocación y a la envidia. Si eliminamos a la vanagloria, automáticamente se acabarán la provocación y la envidia. Esto quiere decir que si nuestra vanagloria es terminada, no habrá problemas en la vida de la iglesia. En vez de problemas habrá paz.
Según la construcción gramatical del versículo 26, el asunto principal es la vanagloria. La provocación y la envidia son sentimientos subordinados. Esto nos dice que debemos concentrarnos en tratar con la vanagloria, no con la provocación o la envidia. Si queremos tratar con la provocación y la envidia sin darle fin a la vanagloria, nuestros esfuerzos serán en vano. Una vez más, si eliminamos la vanagloria, terminaremos simultáneamente con la provocación y la envidia. Por lo tanto, la presencia o ausencia de vanagloria es una verdadera prueba de si andamos por el Espíritu o por la carne.
Ya sea que seamos jóvenes o viejos, la vanagloria puede estar entre nosotros. He observado la vanagloria acompañada de provocación y envidia hasta en mis nietos pequeños. También la podemos ver en la relación entre marido y mujer. Es posible que los cónyuges cedan ante sí mismos, pero si esta acción de ceder no toca su vanagloria, no es genuina. Es posible que un esposo se enseñoree de su esposa, diciendo que él es la cabeza y que ella debe someterse a él. Esto no es otra cosa que vanagloria, la cual da origen a provocación y envidia. Tal vanagloria es una indicación de que no andamos por el Espíritu.
Simplemente leer mensajes acerca de vivir por el Espíritu y andar por el Espíritu no es suficiente. En nuestra vida cotidiana, en nuestra vida de la iglesia y en nuestra vida familiar, mediante el asunto de la vanagloria, debemos poner a prueba nuestro andar. Si tenemos vanagloria, no estamos andando por el Espíritu. Lo que necesitamos en estos días es andar por el Espíritu a fin de que seamos hijos de Dios de una manera práctica.