Mensaje 29
Lectura bíblica: Gá. 6:1-10
Gálatas 6:1-10 es una continuación del mensaje de Pablo al final del capítulo cinco. En 5:25 Pablo nos encarga que andemos por el Espíritu. En 6:1-10 Pablo desarrolla este asunto de andar por el Espíritu. En estos versículos él abarca tres cosas: cómo restaurar al caído, cómo cumplir la ley de Cristo y cómo sembrar para el Espíritu. Para estas tres cosas, necesitamos tornarnos a nuestro espíritu y andar por el Espíritu.
Gálatas 6:1 dice: “Hermanos, si alguno se encuentra enredado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que también tú seas tentado”. Los que son espirituales son aquellos que viven y andan por el Espíritu. Esta es la única manera de ser genuinamente espirituales. Aquellos que son espirituales deben restaurar, con espíritu de mansedumbre, a aquel que ha caído. Este es nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo y con el cual éste está mezclado. Tal espíritu de mansedumbre es fruto de vivir y andar por el Espíritu. Notemos que Pablo habla de un espíritu de mansedumbre. La mansedumbre que necesitamos tiene que estar en nuestro espíritu. La fuente de lo que hagamos debe ser el espíritu, no simplemente nuestro corazón bondadoso. Por consiguiente, este versículo indica que todo lo que hagamos en nuestro andar cotidiano debe ser hecho en nuestro espíritu y debe provenir del mismo.
En 6:2 Pablo continúa: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumpliréis así la ley de Cristo”. Algunos expositores dicen que la ley de Cristo en este caso se refiere al mandamiento del Señor respecto a que nos amemos unos a otros. Según ellos, la ley de Cristo es la ley del amor. Esto es correcto. No obstante, tenemos que ir más adelante y ver que la ley de Cristo es la ley de vida, la cual es mejor y más elevada y obra por medio del amor (Ro. 8:2; Jn. 13:34). La ley del amor, la cual es la ley de Cristo, es la ley de vida. El amor es la expresión, pero la vida es la substancia. El verdadero amor es aquel que procede de la vida divina. El amor que Pablo describe en 1 Corintios 13 es la expresión de la vida divina. Además, el hecho de que el amor es fruto del Espíritu indica que la substancia del amor tiene que ser el Espíritu (Gá. 5:22). De hecho, todas las virtudes espirituales deben tener como sustancia el Espíritu con la vida divina. La ley de Cristo, que es la ley del amor, tiene que ser hecha tangible por la vida divina. Esta es la razón por la cual decimos que la ley de Cristo mencionada en 6:2 denota la ley de vida. Expresada por la ley del amor, la ley de vida hará que llevemos unos las cargas de los otros. De este modo cumpliremos la ley de Cristo.
En el versículo 3 Pablo dice: “Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. Aparentemente no existe conexión entre el versículo 3 y el versículo 2; en realidad, existe una conexión muy real y significativa. Aquellos que se creen ser algo no estarán dispuestos a llevar las cargas de otros. Solamente aquellos que no se consideran importantes llevarán las cargas de otros. Quizás usted diga que algunos que se consideran importantes parecen llevar las cargas de otros. Sin embargo, esto es solamente una demostración exterior, una exhibición del yo; en realidad no están llevando las cargas de otros. Ante los ojos de Dios, tal persona en realidad no lleva la carga de nadie. Por el contrario, creyéndose ser algo, aprovecha la oportunidad de exhibirse.
Sin duda alguna, Pablo escribió estos versículo conforme a su experiencia. Por experiencia Pablo se dio cuenta de que sólo cuando no nos consideramos nada podemos espontáneamente, incluso inconscientemente, llevar las cargas de otros. No ponemos una gran estimación en lo que hacemos. Simplemente lo hacemos porque andamos en el Espíritu y por el Espíritu. Al andar por el Espíritu, El nos guía a que hagamos ciertas cosas. El resultado es que llevamos unos las cargas de otros sin siquiera darnos cuenta. Las palabras de Pablo son simples y breves, pero están llenas de experiencia.
En 6:6 Pablo dice: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye”. Las cosas buenas se refieren a lo que es bueno para esta vida, a lo que es necesario para el sustento diario. Incluso en el asunto de compartir tales cosas podemos cumplir la ley de Cristo, cumpliendo así la ley del amor según la ley de vida.
En la sección 6:7-10 Pablo habla de cómo sembrar. En el versículo 7 da una advertencia: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”. La advertencia tocante a no engañarse fue dicha con referencia a las falsas enseñanzas de los judaizantes. Tales enseñanzas hicieron que los gálatas se desviaran del Espíritu, que estaba en su espíritu, y que se volvieran a la ley para cumplirla por su carne.
El asunto de sembrar es completamente misterioso. ¿Qué es lo que sembramos, y con qué propósito sembramos? Tal vez alguien entienda que lo que Pablo dijo acerca de sembrar se refiere a lo que él antes había mencionado tocante a llevar la carga de otros y a compartir lo necesario para la vida con aquellos que tienen necesidad. Según este modo de entender, si una persona contribuye en satisfacer lo necesario para el sustento diario de alguien que sirve al Señor en el mundo, tal persona está sembrando para el Espíritu. Estoy de acuerdo en que esta es una aplicación adecuada de lo que Pablo dijo acerca de sembrar. Sin embargo, nuestro entendimiento tocante a este asunto no debe estar limitado a esto. Como señalaremos más adelante, el sembrar abarca toda nuestra vida cristiana.
El versículo 8 dice: “Porque el que siembra para su carne, de su carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. Sembrar para la carne es sembrar con miras a la carne, para el bien de la carne, teniendo en vista el propósito de la carne, a fin de satisfacer lo que la carne codicia. Sembrar para el Espíritu es sembrar para el bien del Espíritu, teniendo en vista la intención del Espíritu, a fin de cumplir lo que el Espíritu desea. Sembrar para cumplir el propósito de la carne produce corrupción. Sembrar para llevar a cabo la intención del Espíritu da como resultado no sólo vida, sino vida eterna. La corrupción es de la carne, indicando que la carne es corrupta; la vida eterna es del Espíritu y es el Espíritu mismo.
Todo lo que hacemos es una especie de siembra, ya sea para la carne o para el Espíritu. Donde quiera que estemos y lo que sea que hagamos, estamos sembrando semillas. Uno siembra en el trabajo y también en la escuela. Los ancianos siembran mientras cuidan de la iglesia y los que ministran la Palabra siembran al ministrar. Marido y mujer constantemente siembran en su matrimonio y los padres de familia siembran en su vida familiar. Todo lo que los padres les dicen a sus hijos y todo lo que les hacen, es una semilla sembrada en ellos. Día a día todos estamos sembrando. La vida cristiana es una vida en la que siempre se siembra. Además, el lugar donde vivimos o trabajamos es nuestra granja. Uno siembra hasta por la manera de vestirse o de peinarse. Virtualmente todo lo que uno hace es un acto de sembrar. Es muy importante que nos demos cuenta de que el andar cristiano es un andar por el Espíritu y una vida de sembrar para el Espíritu.
Pablo mostró gran sabiduría al escribir la sección 6:1-10, en los cuales abarca varios puntos cruciales. Como hemos visto, él habla de tales cosas como restaurar con espíritu de mansedumbre a uno que hubiera caído, y de cumplir la ley de Cristo mediante dar algo para satisfacer las necesidades de otro. Después nos dice que no nos engañemos, puesto que Dios no puede ser burlado. No es necesario ir muy lejos para ser engañado. Podemos estar engañados hasta en nuestro modo de pensar. Pero Dios no puede ser burlado y nosotros no podemos engañarlo a El. El sabe lo que somos y lo que estamos haciendo. Por lo tanto, Pablo nos advierte que tengamos cuidado de cómo sembramos. En vez de sembrar para la carne, debemos sembrar para el Espíritu, dándonos cuenta de que todo lo que decimos o hacemos es parte de lo que sembramos cada día.
En nuestra experiencia, la carne debe ser crucificada. Como Pablo dice en 5:24: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Ya no debemos andar conforme a la carne. No debemos estar en nuestra carne al expresar nuestras actitudes. Al hablarles a sus hijos, es necesario que los padres de familia estén en el Espíritu y estén conforme al Espíritu. De lo contrario, lo que ellos digan será una siembra para la carne. También debemos tener cuidado de la manera en que expresemos nuestra actitud. Hasta la expresión de una actitud puede ser sembrar conforme la carne. Por otro lado, podemos expresar nuestra actitud sembrando para el Espíritu. También debemos tener precaución al expresar opiniones. ¿Tiene usted la seguridad de que la expresión de una opinión suya es conforme al Espíritu? De no ser así, tenga cuidado, no sea que esté usted sembrando para la carne. Si todos sembráramos para el Espíritu día tras día, muchos problemas serían eliminados. Los problemas de la vida de la iglesia y de la vida familiar decrecerían. La mayoría de los problemas resultan de sembrar para la carne.
Las semillas son pequeñas. ¿Cuándo ha visto usted a un agricultor sembrar una semilla de unos 30 cm. de diámetro? Nunca, pues las semillas que un agricultor siembra son pequeñas. Lo mismo es verdad tocante a nuestra siembra. Tal vez pensemos que algunas cosas son insignificantes —un pequeño chisme, una pequeña crítica— pero son semillas sembradas en otros. ¿Alguna vez se ha preguntado cuántas semillas ha usted sembrado en otros, semillas que no sean conforme al Espíritu sino conforme a la carne? En la vida de la iglesia constantemente estamos sembrando semillas diminutas. Hasta la manera en que un hermano mira a otro es una semilla. Sin duda alguna sembramos para la carne cuando criticamos, disputamos o condenamos. Como principio, todo lo que decimos o hacemos es una semilla sembrada para la carne o para el Espíritu.
Siempre hemos de segar lo que sembremos. Si sembramos para la carne, de la carne segaremos corrupción. Si sembramos para el Espíritu, del Espíritu segaremos vida eterna. Conozco algunos casos en los cuales los ancianos y colaboradores segaron corrupción porque habían sembrado para la carne. Cuanto más han estado en cierto lugar, más difícil les resultó permanecer ahí. Esta dificultad fue resultado de sembrar para la carne. A la larga, después de sembrar para la carne semana tras semana, mes tras mes y año tras año, estos ancianos y colaboradores tuvieron que irse a otro lugar.
Las dificultades de la vida matrimonial también son causadas por sembrar para la carne. Es posible que al principio un esposo y su mujer se amen mucho. Pero después de años de sembrar para la carne, tal vez quieran una separación, o hasta el divorcio. Siembran corrupción por causa de sembrar conforme a la carne. Al pasar los años, han sembrado pequeñas semillas de palabras, actitudes y sentimientos. A la larga, el resultado es que de la carne siegan corrupción.
Conforme al orden establecido por Dios, tanto la vida matrimonial como la vida de la iglesia son permanentes. Si un hermano no puede permanecer como anciano en cierta localidad, no puede ser un anciano adecuado, tal como un hombre no puede ser un esposo adecuado si su matrimonio sólo es temporal. ¡Qué lamentable sería tener una vida matrimonial o familiar que sólo fuera temporal! Nuestra relación con nuestra esposa y nuestros hijos debe ser permanente. Del mismo modo, nuestra responsabilidad y devoción con respecto a la vida de la iglesia también deben ser permanentes. Sin embargo, muchos de los que siembran para la carne participan de la vida de la iglesia sólo temporalmente.
Consideremos nuestro caso de manera honesta, fiel y sincera. ¿Estamos sembrando para la carne o para el Espíritu? Si sembramos para la carne por medio de comportarnos políticamente, a la larga segaremos corrupción. Pero si sembramos para el Espíritu, segaremos vida eterna. Si un anciano siembra conforme al Espíritu, cuanto más permanezca en cierta localidad, más segará vida eterna. No habrá necesidad de que él abandone tal lugar. Por el contrario, será de mucho provecho que permanezca.
Si quienes ministran la palabra al pueblo de Dios lo hacen conforme a la carne, sembrando semillas de la carne, con el tiempo segarán corrupción de la carne. Esto les hará imposible permanecer en cierto lugar. Pero si ministran conforme al Espíritu, sembrando semillas del Espíritu, año tras año segarán vida eterna.
Lo que se puede aplicar a los ancianos y colaboradores también se puede aplicar a cada miembro de la iglesia. Hasta en nuestra comunión debemos estar alerta a fin de sembrar para el Espíritu y no para la carne. No debemos amar a otros en la carne, sino en el Espíritu. Si amamos a otros conforme a la carne, segaremos corrupción, que es fruto de nuestro amor carnal. Pero si amamos a otros en el Espíritu, segaremos vida eterna.
En 5:25 Pablo habla de andar por el Espíritu y en 6:8 habla de sembrar para el Espíritu. En realidad, andar por el Espíritu es sembrar para el Espíritu. Siempre que andamos por el Espíritu, sembramos para el Espíritu. Al sembrar para el Espíritu, a la larga segamos vida eterna.
En la vida de la iglesia hay varios hermanos y hermanas ya de edad que a lo largo de los años han estado sembrando para el Espíritu. Ahora ellos están segando vida eterna. Otros, en cambio, por medio de sembrar para la carne han atraído corrupción para sí mismos y para otros. Como resultado, algunos se han apartado de disfrutar al Señor en la iglesia y se han vuelto al mundo. Ellos pretenden haber sido liberados. Es verdad, han sido liberados de la restricción del Espíritu y han ido a parar a la indulgencia de la carne. Esto es segar corrupción.
El hecho de que podamos sembrar ya sea para la carne o para el Espíritu y así segar corrupción o vida eterna, debe animarnos a tener cuidado con lo que digamos o hagamos. Démonos cuenta de que todo lo relacionado con nuestra vida diaria es una siembra, ya para la carne o ya para el Espíritu.
En 6:9 Pablo dice además: “No nos desanimemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. Según el contexto, “hacer el bien” como se menciona en el versículo 9, es sembrar para el Espíritu. La manera en que Pablo usa la palabra “segaremos” en este versículo hace una conexión con el versículo precedente, el cual habla de sembrar. No debemos desanimarnos de hacer el bien, es decir, de sembrar para el Espíritu. Sembrar para la carne normalmente produce un resultado más rápido que sembrar para el Espíritu. Una forma de vida más elevada a menudo crece más despacio que una forma de vida inferior. Siguiendo el mismo principio, lo que sembramos para el Espíritu por lo regular crece más lentamente que lo que sembramos para la carne. A esto se debe que Pablo nos dé aliento pidiéndonos que no nos desanimemos de sembrar para el Espíritu. Un hermano que sea anciano no debería decir: “Por años he estado en esta ciudad sembrando para el Espíritu. ¿Qué tengo que hacer para que se vea mi labor? No veo ningún resultado”. Debemos recordar las palabras de Pablo tocante a que segaremos a su debido tiempo, si no desmayamos. Al laborar para el Señor, al ministrar la Palabra a los hijos de Dios y al cuidar de la iglesias, no debemos esperar que lo que sembremos para el Espíritu crezca rápidamente. Al igual que los agricultores, es necesario que seamos pacientes. A la larga, a su debido tiempo, hemos de segar. Cuanto más precioso sea lo que sembremos, más tiempo se tardará en crecer. Mientras se produce este crecimiento, seamos pacientes y no nos desanimemos.
En 6:10 Pablo dice: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. En este versículo, hacer el bien se refiere principalmente a ministrar cosas materiales a los necesitados (2 Co. 9:6-9). La familia de la fe se refiere a los hijos de la promesa (4:28), es decir, a todos los que son hijos de Dios por medio de la fe en Cristo (3:26). Todos los que creen en Cristo son una familia universal, la gran familia de Dios mediante la fe en Cristo, no por las obras de la ley. Esta familia, que es el nuevo hombre (Col. 3:10-11), está compuesta de todos los miembros de Cristo, en quienes Cristo es el elemento constitutivo. Por consiguiente, debemos hacer el bien, especialmente a los de esta familia, sin importar su raza o clase social (3:28).