Mensaje 32
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Lectura bíblica: Gá. 3:2-3, 5, 14; 4:4-6, 29
Como creyentes en Cristo, todos nosotros hemos nacido del Espíritu para recibir el Espíritu. Habiendo sido regenerados, es decir, habiendo nacido del Espíritu, diariamente debemos recibir el Espíritu.
Aunque estas palabras parezcan comunes, revisten mucha importancia. Nacer del Espíritu es algo grandioso, porque en realidad significa nacer de Dios. Debido a que hemos sido creados por Dios, somos criaturas de Dios, y debido a que somos caídos, somos pecadores. A pesar de todo, nosotros, siendo seres creados y siendo pecadores, hemos nacido de Dios. ¡Cuán maravilloso!
Supongamos que un perro pudiera nacer de su amo y recibir la vida y la naturaleza de su amo. Un evento como ese con seguridad atraería la atención de los medios de noticias. ¿No sería acaso un gran milagro que la vida y la naturaleza de un ser humano fueran impartidas en un perro para hacer que ese perro llegara a ser un hombre-perro? No sería simplemente un perro bañado, adornado y embellecido, sino que en realidad tendría la vida y la naturaleza de un ser humano. Por muy asombroso que parezca, por medio de la regeneración hemos recibido la vida y la naturaleza de Dios.
Entender de este modo la regeneración aniquila el concepto natural. Al usar el ejemplo de un perro que recibiera la vida humana, podemos ver que el concepto humano consiste simplemente en pensar que un perro sea limpiado y embellecido. En principio, muchos cristianos están ocupados en limpiar y embellecer a la gente, en vez de ayudarles a recibir la vida y la naturaleza divinas mediante la regeneración. La manera de Dios no consiste simplemente en lavarnos, embellecernos y adornarnos por fuera. Su intención en Su economía es regenerarnos, hacer que seamos hijos de Dios, nacidos de El. Este asunto es indeciblemente grandioso.
No hay duda de que la salvación que Dios provee incluye la purificación mediante la sangre redentora de Cristo. De una manera muy real, nosotros, los que hemos sido salvos, hemos sido limpiados por Dios. Ser limpiados, sin embargo, no es el punto sobresaliente de la salvación de Dios. El punto sobresaliente es que Dios nos ha regenerado, que El en realidad ha impartido Su vida y Su naturaleza en nosotros para hacernos hijos Suyos. Ahora no somos hijos políticos de Dios, sino hijos de Dios en vida. Sin duda, la más grande maravilla de todo el universo consiste en que, por medio de la regeneración, hombres pecadores puedan ser hijos de Dios. Hoy en día muchas personas andan en busca de milagros y maravillas. Pero no se dan cuenta de que no existe un milagro más grande que la regeneración. Mediante la regeneración, personas caídas vienen a ser hijos de Dios. En la salvación que Dios ha provisto para nosotros, El ha hecho que nosotros, pecadores caídos, seamos Sus hijos divinos.
Entre los cristianos conservadores de hoy se habla muy poco de Dios como el Espíritu que genera. Cuando fui regenerado, hace más de cincuenta años, me di cuenta de que la regeneración era algo maravilloso y traté de encontrar algún libro que pudiera darme una definición adecuada de la regeneración. Por fin, compré un libro titulado The Genuine Definition of Regeneration [La verdadera definición de la regeneración], con la esperanza de que ese libro me daría la definición que yo buscaba. Sin embargo, fue una gran decepción encontrar que ese libro no dijera nada acerca de que Dios como el Espíritu entrara en nosotros para regenerarnos. Más bien, solamente decía que la regeneración significaba tener un nuevo comienzo y que todo lo viejo queda atrás. Pero después de años de experiencia y de estudiar la Biblia y los escritos de otras personas, hemos llegado a ver que ser regenerado simplemente consiste en nacer de Dios. En la regeneración, Dios como el Espíritu vivificante entra en nuestro espíritu para regenerarnos con Su vida y Su naturaleza. A esto se debe que el Señor Jesús dijera: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). Lo que es nacido del Espíritu de Dios es nuestro espíritu regenerado. Cuando fuimos regenerados, el Espíritu de Dios entró en nuestro espíritu muerto y lo avivó con la vida y la naturaleza divinas para así hacernos hijos de Dios. ¡Qué hecho tan maravilloso que seamos hijos de Dios! Tenemos la certeza de que verdaderamente somos hijos de Dios porque en nuestro espíritu podemos clamar tiernamente “Abba, Padre” (Ro. 8:15; Gá. 4:6).
Aunque la regeneración es una maravillosa realidad, en este mensaje no tengo la carga de hablar de la regeneración en sí misma. Tengo la carga de hablar del Espíritu. Solamente por ser el Espíritu, Dios puede regenerarnos. Si ustedes le preguntan a la gente quién es Dios, algunos dirán que es el Creador. Tal vez otros digan que El es nuestro Redentor y Salvador. Muy pocos dirán que El es el Espíritu.
Como el Espíritu, Dios no es simple, porque el Espíritu es el Espíritu vivificante todo-inclusivo. Este Espíritu incluye la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección.
Por lo común, los cristianos dan por sentado los asuntos espirituales. Algunos hablan de la encarnación y del vivir humano de Cristo con muy poco entendimiento de la importancia de estas cosas. Aquel que nació en un pesebre de Belén y fue criado en la casa de un carpintero era el mismísimo Dios en forma de hombre. ¡Imagínese, el Dios todo poderoso, el Creador, se hizo hombre y se limitó a vivir en la casa de un carpintero, y hasta trabajó muchos años como carpintero! Jesús fue llamado Emanuel, Dios con nosotros. Esto quiere decir que cuando Jesús vivió en la tierra, Dios vivió en la tierra. Además, al vivir El fue paciente y se mantuvo escondido. El no se exhibió. Por años se limitó a estar en Nazaret. Cuando procedió a llevar a cabo Su ministerio, no lo hizo en gran escala, sino en pequeño y hasta de manera humilde. La gente se preguntaba quién era El, puesto que conocían a Su madre, a Sus hermanos y a Sus hermanas. Solamente lo conocían como Jesús de Nazaret.
Cuando algunos cristianos dicen que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, consideran que como Hijo de Dios, El es diferente de Dios. No se dan cuenta de que el Hijo de Dios es Dios mismo. Juan 1:1 no dice: “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era el Hijo de Dios”. Más bien este versículo dice que en el principio el Verbo era Dios. Este Verbo se hizo carne (Jn. 1:14). Que el Verbo se haya hecho carne significa que Dios mismo se hizo carne. Fue Dios en la carne quien trabajó en la tierra, quien les lavó los pies a los discípulos, quien fue arrestado en el huerto, quien fue juzgado ante el sumo sacerdote y ante Pilato y Herodes y quien fue sentenciado a muerte y crucificado. Sí, Aquel que fue crucificado era Dios mismo. Quizás algunos pregunten: ¿Es posible que Dios sea crucificado? La respuesta es que Dios fue crucificado en la humanidad de Jesús. Reconociendo este hecho, Charles Wesley dice en uno de sus himnos: “¿Cómo será —qué gran amor— que por mí mueras Tú mi Dios?” (100 Himnos Seleccionados, #18). La segunda estrofa de este mismo himno comienza diciendo: “¿Será que muere el Inmortal?” Aquel que murió por nosotros no era solamente Jesús de Nazaret, sino Dios, nuestro Creador mismo. Sin embargo, mientras Dios moría en la cruz, clamó a Dios, diciendo: “Dios mío, Dios mío...” (Mt. 27:46). Quienes piensen doctrinalmente, tal vez se pierdan al tratar de explicar esto. ¿Cómo es posible que Dios le diga a Dios: “¿Por qué me has desamparado?” La respuesta es que Dios estaba muriendo en la cruz como hombre. Por lo tanto, como hombre El pudo clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Después de Su crucifixión, fue sepultado. Luego, al tercer día, fue resucitado. Primera Corintios 15:45 dice que como postrer Adán El fue hecho Espíritu vivificante. Por consiguiente, en 2 Corintios 3:17 Pablo dice: “Ahora el Señor es el Espíritu”.
Hoy día Dios es el Espíritu, el cual incluye los elementos de la encarnación, la humanidad, la crucifixión y la resurrección. La eficacia de la maravillosa muerte de Cristo, el poder de Su resurrección y la realidad de Su vida de resurrección están incluidas en el Espíritu. Este Espíritu ya no es meramente el Espíritu de Dios o el Espíritu de Jehová, sino el Espíritu de Jesucristo.
Como el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu incluye los elementos de la encarnación, la humanidad, la crucifixión y la resurrección. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús y fuimos salvos, este Espíritu entró en nuestro ser para regenerar nuestro espíritu y hacernos hijos de Dios. El Espíritu que entró en nosotros cuando fuimos regenerados es la consumación máxima del Dios Triuno, la realidad y la expresión del Padre, el Hijo y el Espíritu. Este Espíritu ha entrado en nosotros para impartir en nuestro ser la vida y la naturaleza de Dios. Debido a que hemos sido regenerados por este Espíritu en nuestro espíritu, hemos venido a ser hijos de Dios.
Pocos cristianos se han dado cuenta de que son hijos de Dios y de que Dios desea que ellos vivan la vida de un hijo de Dios. Después de ser salvos, la mayoría de los cristianos tratan de mejorar su forma de ser y de hacer algo que le agrade a Dios. En su esfuerzo por mejorar su hombre natural, o por hacer algo que le agrade a Dios, la gran mayoría del pueblo del Señor yerran el blanco de la economía de Dios. La salvación que Dios nos da es para Su economía, y Su economía no tiene nada que ver con la ética. Más bien, por Su salvación conforme a Su economía, Dios nos ha regenerado con la vida divina para que seamos Sus hijos y vivamos como hijos de Dios. La meta de Dios no es simplemente que mejoremos nuestra conducta y que por ello hagamos el bien en vez de hacer el mal. No es el propósito de Dios simplemente tener cierta cantidad de buenas personas. El deseo de Dios es que vivamos como hijos de Dios. Dios no quiere que simplemente seamos limpiados. El quiere que vivamos como hijos de Dios. Hemos nacido del Espíritu para recibir el Espíritu.
Gálatas 3:5 dice: “Aquel, pues, que os suministra abundantemente el Espíritu, y hace obras de poder entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” Este versículo indica que Dios sigue suministrándonos el Espíritu. Podemos usar la electricidad como ejemplo. Después de que en un edificio se instala la electricidad, ésta le sigue siendo suministrada al edificio. Del mismo modo, después de que Dios nos regeneró mediante el Espíritu para hacernos Sus hijos, El ha seguido suministrándonos el Espíritu. Nada es más crucial que recibir continuamente el Espíritu. Los gálatas habían sido salvos y habían recibido el Espíritu por el oír con fe. Sin embargo, habían sido desviados y distraídos y se habían vuelto a la ley. En vez de tomar el Espíritu como fuente, ellos tomaron la ley como fuente. Hoy en día también muchos cristianos han sido distraídos de estar en el Espíritu. Todos necesitamos volver a tomar el Espíritu como fuente. Tenemos que volvernos a Dios mismo como el todo-inclusivo Espíritu vivificante. Las hermanas no deben ocuparse en tratar de ser buenas esposas o buenas madres. Más bien, deben abrirse ellas mismas al Espíritu y tomarlo como su fuente celestial y recibir en ellas la transmisión del Dios Triuno, la corriente eléctrica celestial. Si reciben tal transmisión, automáticamente serán buenas esposas y madres. Les animo a orar de este modo: “Señor Jesús, abro mi ser a Ti. Te agradezco que he nacido de Dios, del Espíritu todo-inclusivo. Señor, este Espíritu todavía transmite algo de Ti en mi ser. Gracias Señor por esta maravillosa transmisión”.
No existe necesidad de orar con respecto a las debilidades o el mal genio. No es necesario pedirle al Señor que nos dé paciencia, o que nos haga ser buenas esposas o madres, buenos esposos o padres. Esa clase de oración no surte efecto. El Señor está esperando que usted se abra a El y le permita impregnarlo, saturarlo y poseerlo. El está en espera de la oportunidad de ocupar todo el espacio del ser interior de usted. Si usted le concede al Señor esta oportunidad por medio de recibir la transmisión del Espíritu, usted automáticamente será una buena esposa o un buen esposo. Usted ha nacido del Espíritu. Ahora lo que se necesita es que usted tenga una actitud abierta para el Espíritu y le reciba continuamente. No se cierre al Espíritu. Si usted permanece abierto para el Espíritu y recibe el Espíritu constantemente, se sorprenderá de ver el efecto que esto tendrá en su vida cotidiana. Aquello por lo cual usted ha estado orando por años sin recibirlo, vendrá ahora a ser su experiencia.
Cuando usted necesita que haya luz en su hogar, no pide usted en oración que haya luz; simplemente mueve el interruptor. Del mismo modo, si queremos recibir el suministro de la electricidad celestial, todo lo que necesitamos hacer es mover el “interruptor”, nuestro espíritu regenerado. Sin embargo, pocos cristianos hoy día ponen esto en práctica. En vez, muchos quieren ser amables, pacientes, humildes o cariñosos. Con base en muchos años de experiencia, puedo testificar que esta clase de oración no funciona. Puede usted orar una y otra vez que el Señor lo haga a usted paciente o amable, pero tal vez no reciba usted nada del Espíritu. Es posible que los cristianos oren por muchas cosas, pero no “encienden el interruptor” para recibir la transmisión divina. Algunas veces, aún después de haber aprendido este secreto, todavía he orado de una manera que no es eficaz. Estoy seguro de que muchos de ustedes han tenido una experiencia similar. Lo que necesitamos es tornarnos al Señor, abrir nuestro ser a El y recibir Su suministración del Espíritu.
Repito, Dios no tiene la intención de hacer que usted sea una buena persona. Su intención es hacerle hijo Suyo. Efesios 1:5 dice que Dios nos ha predestinado para la filiación. La intención de Dios es hacernos Sus hijos. En Gálatas 4:5 Pablo dice claramente que Cristo nos redimió a fin de que recibiésemos la filiación. El versículo 6 dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestro corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” El Espíritu del Hijo de Dios es la realidad de la filiación. Primero, Dios envió a Su Hijo para que fuera nuestro Redentor. Después Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones. Ahora el deseo de Dios es suministrarnos continuamente el Espíritu.
Según los versículos 3:13 y 14, Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley para que “en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Hemos recibido el Espíritu como la bendición de Abraham. La única bendición de Dios para nosotros es este Espíritu todo-inclusivo. Sin embargo, muchos cristianos conservadores se resisten a siquiera hablar del Espíritu. Algunos temen mencionar alguna vez el Espíritu. Esto corresponde a un extremo. En el otro extremo se encuentran algunos pentecostales, quienes dan énfasis al Espíritu, pero de una manera que no es apropiada o que no corresponde con la economía de Dios. El Espíritu que se menciona en el libro de Gálatas es la expresión máxima del Dios Triuno, es decir, el Dios Triuno después de haber sido procesado por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. En Gálatas, el Espíritu no se menciona en relación con cosas raras o poco usuales. Por el contrario, el Espíritu está relacionado con el hecho de que Cristo vive en nosotros. Por consiguiente, el Espíritu está lleno de una realidad celestial y divina. Lo que se necesita actualmente en el recobro del Señor es que un buen número de santos sean iluminados y abran su ser para que les sea transmitido el suministro celestial.
Todos debemos darnos cuenta de que hemos nacido del Espíritu. Debido a que nacimos del Espíritu, ahora somos diferentes de como éramos antes. Habiendo ya nacido del Espíritu, necesitamos desarrollar la práctica de abrir nuestro ser al Señor y recibir Su suministración. Debemos orar de este modo: “Señor, suminístrame de Ti mismo, el Espíritu vivificante. Te alabo Señor, porque eres real. Tú estás en el trono en los cielos y también estás viviendo en mí. Señor, te pido que me mantengas abierto a Ti todo el tiempo”. A fin de permanecer abiertos al Señor, es muy útil invocar Su nombre, orar-leer, alabar al Señor y cantarle al Señor. Cuando hacemos estas cosas, recibimos el Espíritu. Cuando decimos: “Señor Jesús, te amo y me entrego totalmente a Ti”, recibimos el Espíritu como suministro. Después de habernos dado cuenta de que hemos nacido del Espíritu, debemos permanecer abiertos para recibir el Espíritu momento a momento.
Con seguridad puedo testificar qué agradable es recibir el Espíritu continuamente. No hay gozo que pueda sobrepasar este gozo. Podemos recibir este Espíritu dondequiera que estemos, ya sea en el hogar, en el trabajo o en la escuela. Debido a que el Espíritu está tan disponible, podemos recibirlo en cualquier momento. ¡Es maravilloso que hemos nacido del Espíritu para recibir el Espíritu! Vayamos al interruptor, a nuestro espíritu regenerado, y encendámoslo para recibir la electricidad celestial.