Mensaje 36
Lectura bíblica: Gá. 6:7-16
Debido a que los creyentes gálatas estaban errando el blanco de la economía de Dios, Pablo les escribió esta epístola con el intento de revelar la economía de Dios y de conducirlos de regreso a Cristo. Ellos habían sido distraídos de experimentar a Cristo y de disfrutar a Cristo y habían sido llevados a guardar la ley y a practicar la circuncisión. Pablo quería que ellos dejaran la ley y la circuncisión y volvieran a la verdadera bendición del evangelio de Dios: la bendición del todo-inclusivo Espíritu vivificante. Este es el pensamiento básico de 6:7-16.
El concepto de Pablo era que quienes trataban de guardar la ley y practicaban la circuncisión estaban sembrando para la carne. En 6:8 Pablo dice que el que “siembra para su carne, de la carne segará corrupción”. Después, en los versículo 12 y 13, él dice: “Todos los que quieren quedar bien en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, pero es sólo para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo. Porque ni aún los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne”. La manera en que Pablo usa la palabra “carne” en estos versículos nos da una clave para entender lo que quiere decir sembrar para la carne. Conforme al pensamiento básico de esta porción de Gálatas, sembrar para la carne es practicar la circuncisión y esforzarse por guardar la ley. Tanto la circuncisión como guardar la ley son cosas exteriores. Pablo señaló enfáticamente que los judaizantes se jactaban de la circuncisión hecha en la carne. Ellos forzaban a otros a circuncidarse a fin de poderse jactar en la carne de ellos. Pablo incluso dijo que ellos querían “quedar bien en la carne”. Era casi como si los judaizantes dijeran: “Miradnos, hemos sido circuncidados. Tenemos en nuestra carne una señal que muestra que somos circuncidados”. En las propias palabras de Pablo, esto era querer quedar bien en la carne.
Por querer hacer tal exhibición en la carne, los judaizantes estaban sembrando para su carne, y el resultado irremisiblemente sería corrupción. La palabra griega que significa corrupción no denota principalmente putrefacción; por el contrario, el significado principal es destrucción. Aquellos que estaban sembrando para la carne por medio de practicar la circuncisión eran una ofensa para Dios y Dios intervino para destruir el sistema religioso de ellos. No mucho después de que la Epístola a los Gálatas fue escrita, Dios envió al ejército romano bajo órdenes de Tito a destruir la ciudad de Jerusalén y el templo, así como todo lo relacionado con éste. Fue un asunto muy serio que los judaizantes no hubieran renunciado a guardar la ley y a la circuncisión.
En 6:7 Pablo declara: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado”. Dios es el Creador, el Administrador, y también Aquel que opera todas las cosas en el universo. Quienes están en contra de Su economía no pueden burlarse de El. Cuando El decidió hacer a un lado la ley y la circuncisión, ¿quién tenía el derecho de oponérsele? Qué derecho tenían los judaizantes de continuar con la práctica de la circuncisión cuando Dios mismo la había abolido? Por mantener esta práctica a fin de quedar bien en la carne, los judaizantes se opusieron a la administración gubernamental de Dios. Tal rebelión, una verdadera siembra para la carne, tenía que dar por resultado corrupción, destrucción.
Como creyentes en Cristo, tenemos que sembrar para el Espíritu. La meta de Dios consiste en que El mismo se da a nosotros como el Espíritu. Debemos tomar al Espíritu como nuestra meta, es decir, como nuestro blanco y no debemos ser tan insensatos como para tomar como blanco la ley o la circuncisión. La meta de Dios es llegar a ser el Espíritu todo-inclusivo que está en nosotros para que lo disfrutemos. ¿Qué razón podríamos tener para no tomar como blanco esa maravillosa meta?
Cuando vemos la meta de Dios en Su economía, podemos darnos cuenta de cuan insensatos eran los judaizantes. También podemos entender por qué Dios envió el ejército romano a destruir el sistema judaico. Es un asunto de lo más serio insistir en guardar la ley y la circuncisión cuando Dios ha hecho un cambio en Su economía. Tal insistencia ofende a Dios y es una rebelión en contra de El y de Su economía. Nada complace más a Dios que el hecho de que tomemos al Espíritu como nuestra meta y que sembremos para el Espíritu. Si sembramos para el Espíritu, segaremos vida eterna.
La consumación de la vida eterna será la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no estarán la ley ni la circuncisión. En vez, habrá un río de agua de vida que fluye junto al árbol de la vida. Esta es la vida eterna. La Nueva Jerusalén, la incorporación máxima de la vida eterna, será el fruto consumado de nuestro sembrar para el Espíritu.
Después de señalar que los judaizantes querían que los gálatas se circuncidaran sólo para poderse gloriar en la carne de los gálatas, Pablo dice: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. En vez de gloriarse en la circuncisión, Pablo se gloriaba en la cruz de Cristo. La circuncisión es una sombra, pero la cruz es la realidad. Mientras que los judaizantes se gloriaban en la sombra, Pablo se gloriaba en la cruz, por la cual todo el mundo religioso —el judaísmo, la ley, las ordenanzas y la circuncisión— estaba crucificado a Pablo. Además, Pablo podía gloriarse en la cruz, por la cual él había sido crucificado al mundo religioso.
En el versículo 15 Pablo dijo además: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada para Dios. Lo que le importa a El es una nueva creación. Mediante la cruz fue producida la nueva creación. Esta nueva creación es la regla por la cual deben andar ahora los creyentes (v. 16).
Como ya hemos señalado en otro lugar, el mundo del que se habla en el versículo 14 es principalmente el mundo religioso, como lo indica el versículo 15. Pablo pudo haber dicho: “El judaísmo ha sido crucificado a mí, y yo he sido crucificado al judaísmo. En la cruz de Cristo fueron crucificadas la ley, la circuncisión y todas las observancias judaicas. Hubo un tiempo en que el judaísmo era mi mundo. Pero por la cruz de Cristo este mundo ha sido crucificado a mí, y yo he sido crucificado a este mundo”. Por medio de la cruz Pablo fue separado del judaísmo. Por lo tanto, él pudo declarar que ni la circuncisión ni la incircuncisión valían nada. Lo único que cuenta es la nueva creación.
El hecho de que Pablo mencione la nueva creación en 6:15 nos da la razón para sembrar para el Espíritu. El resultado de sembrar para el Espíritu es una nueva creación. No obstante, si nos dedicamos a guardar la ley y la circuncisión, sembraremos para la carne. La circuncisión no produce un cambio en la vieja creación, porque no puede cambiar nuestra naturaleza. La circuncisión no puede regenerarnos, darnos la vida divina ni transformarnos. Después de que una persona es circuncidada, todavía permanece en la vieja creación. Pero cuando tomamos al Espíritu como meta y sembramos para el Espíritu, el Espíritu nos hace ser una nueva creación.
Hemos visto que la frase “para el Espíritu” quiere decir tomar al Espíritu como meta y blanco de nuestra vida. Por consiguiente, sembrar para el Espíritu quiere decir que nuestra vida, nuestro vivir y nuestro andar tienen que tener al Espíritu como meta.
En 6:8 Pablo nos encarga que sembremos para el Espíritu. Sembrar incluye todo lo que decimos y hacemos y todo lo que somos en nuestra vida diaria. No debemos pensar que después de decir o hacer algo en particular no habrá consecuencias. No, cualquier cosa que digamos o hagamos es un acto de sembrar que a la larga producirá una cosecha que segaremos. Nosotros los cristianos estamos sembrando todo el tiempo, y hemos de segar lo que sembremos. En vez de sembrar para la carne, debemos sembrar para el Espíritu, con miras al Espíritu. Esto quiere decir que debemos tomar al Espíritu como la meta de lo que sembremos. Los judaizantes estaban a favor del judaísmo de manera absoluta. Ellos centraban su atención en la ley, la circuncisión y las regulaciones dietéticas. La meta de su vida era llevar a cabo la ley, la circuncisión, las ordenanzas, las regulaciones y guardar el Sábado. La meta de ellos era el judaísmo y nada menos que el judaísmo. Los judaizantes eran extremadamente ambiciosos en cuanto a guardar la ley, practicar la circuncisión y cumplir todas las regulaciones y ordenanzas de su religión. Ellos estaban por completo a favor del judaísmo, aún al costo de sus vidas.
La meta de Pablo era muy diferente de la meta de los judaizantes. Su meta era el Espíritu, el Dios Triuno todo-inclusivo. Esta era su única meta, y estaba dispuesto a olvidar cualquier otra cosa. Todo lo que Pablo hacía era para el Espíritu. ¿Cual es la meta de la vida de usted? ¿Puede usted decir que su meta es el Dios Triuno, o tiene usted alguna otra meta? Qué maravilloso es poder decir que el Dios Triuno es nuestra meta y que le tomamos a El como nuestro blanco.
Al hacer muchas cosas diferentes, debemos tomar al Espíritu como nuestra meta. Nuestra meta debe ser obtener el beneficio que resulta de tomar al Espíritu como meta. Decir que nuestra meta es el Espíritu significa que nuestra meta es el Dios Triuno procesado. En cualquier cosa que hagamos, debemos tener la certeza de que nuestra meta en tal actividad es el Dios Triuno. Sembrar para el Espíritu es tomar al Dios Triuno procesado como la meta de nuestra vida.
Para nosotros hoy día, el Dios Triuno no es solamente algo objetivo. El es el Espíritu como la meta de nuestra vida diaria. Para los judíos, y aún para muchos cristianos, Dios es solamente objetivo. Pero para nosotros, Dios también es subjetivo, porque el mora en nuestro espíritu para impartirnos gracia. Por lo tanto, nuestro Dios no es simplemente el objeto de nuestra adoración; El también es el Espíritu vivificante que habita en nuestro espíritu. Esta Persona que mora en nosotros debe ser nuestra meta.
Respecto al Dios Triuno como nuestra meta, todos nosotros necesitamos tener una visión que nos gobierne, dirija y controle. Si vemos esta visión, seremos gobernados y dirigidos por ella. Puedo testificar que, por la misericordia del Señor, yo recibí esta visión hace más de medio siglo, y nada me a apartado de ella. Esta visión todavía me controla, me gobierna y me dirige. Mi vida no carece de propósito, porque tengo una meta definida. A lo largo de los años, la visión que he visto tocante a que el Dios Triuno es mi meta, me ha fortalecido y me ha sostenido.
Si vemos la visión de que el Dios Triuno es nuestra meta, no sembraremos para la carne, sino para el Espíritu, quien es el Dios Triuno todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. Esta viviente Persona debe ser nuestra meta, y debemos tomarlo a El como blanco en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos y en todo lo que somos.
Pablo sabía que los creyentes gálatas habían sido desviados a tomar como meta la ley y la circuncisión, las cuales Dios había repudiado. El quería que ellos volvieran al Espíritu vivificante, a Aquel que es la totalidad de la bendición del evangelio. Parece como si Pablo les estuviera diciendo a los gálatas: “Creyentes de Galacia, vuelvan al Espíritu, tómenlo como meta de nuestra vida y que El sea vuestro blanco. Este Espíritu es la bendición todo-inclusiva del evangelio”.
Tomar al Espíritu como nuestra meta es muy diferente de tratar de no amar al mundo. Fuimos creados con la capacidad de amar. Todos tenemos la necesidad de amar algo. Si usted le ofrece a la gente algo que amar que sea mejor que el mundo, amarán eso en vez de amar al mundo. Sin embargo, debido a que la gente no tiene nada mejor, aman al mundo. Es muy superficial encargarles a los cristianos que no amen al mundo. Como seres humanos, tenemos el deseo de amar algo, y este deseo necesita ser satisfecho. Si este deseo es satisfecho por amar al Dios Triuno, Aquel que es real, viviente, presente y subjetivo para nosotros, no tendremos la capacidad de amar al mundo. Algo infinitamente mejor que el mundo —el Dios Triuno como el Espíritu vivificante— ha tomado plena posesión de nosotros. Los creyentes son liberados de amar al mundo, no por medio de enseñanzas, sino por amar al Dios Triuno y ser llenos de El.
Después de haber predicado el evangelio una noche en la ciudad de Nanking hace muchos años, una mujer joven me dijo: Sr. Lee, estoy de acuerdo con todo lo que usted ha dicho, y aprecio al Cristo que usted predica. Sin embargo, me encanta el teatro, y quisiera saber si tendré que renunciar al teatro si me vuelvo cristiana”. Conforme consideraba qué respuesta dar a su pregunta, noté que con ella estaba su pequeño hijo. Entonces le dije: “Supongamos que mientras usted habla conmigo su hijo cogiera un filoso cuchillo y se pusiera a jugar con él. ¿Qué haría usted?” Dijo que podría solucionar la situación muy fácilmente con ofrecerle al niño varios chocolates. Me dijo que con toda seguridad el niño dejaría el cuchillo y se llenaría las manos con los chocolates. Ni siquiera sería necesario pedirle que dejara el cuchillo, porque estaría totalmente ocupado con los chocolates. Entonces yo le dije: “¿No se da usted cuenta de que asistir al teatro es como jugar con un cuchillo filoso y que podemos comparar a Cristo con un chocolate? Si usted se llena las manos de Cristo, no tendrá ningún interés en ese ‘cuchillo’”. Sonrió y me dijo que estaba satisfecha con mi respuesta. Este incidente sirve como ejemplo del hecho de que no es necesario enseñarles a los creyentes a no amar al mundo. Debemos presentarles algo mejor que ocupe su amor. Nuestra necesidad de amar es satisfecha por medio de tomar al Dios Triuno como nuestra meta. Esta meta es mucho más grande que cualquier otra cosa que el mundo pueda ofrecer.
Si sembramos para el Dios Triuno, andaremos por el Espíritu. Entonces espontáneamente seremos la nueva creación de una manera práctica. El significado de la nueva creación es que Dios, el Espíritu divino, se mezcla con nosotros y nos constituye consigo mismo para hacernos nuevos. Es posible que las enseñanzas de Confucio mejoren el comportamiento de la gente, pero no pueden reconstituir a nadie. Pero cuando el Dios Triuno es nuestra meta y andamos por el todo-inclusivo Espíritu vivificante, el Espíritu imparte en nosotros el elemento divino y nos reconstituye con tal elemento. Como resultado, dejamos de ser la vieja creación, y venimos a ser una nueva creación con un elemento divino forjado en nosotros. El máximo producto de esto será la Nueva Jerusalén.
Hoy en día, el pueblo de la iglesia en el recobro del Señor está pasando por el proceso de llegar a ser reconstituido con el elemento divino. No tenemos como meta la corrección ni el mejoramiento propios. Nuestra meta no es aprender a ser pacientes ni desarrollar la capacidad de sufrir. Tales cosas no son la nueva creación. La nueva creación es un asunto de que el pueblo escogido de Dios tome al Espíritu todo-inclusivo como meta, que este Espíritu sea el blanco de ellos y que sean un espíritu con El y así, como resultado, el elemento divino les sea transfundido para que los reconstituya y los haga nuevos.
En 6:16 Pablo dice: “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios”. La regla mencionada en este versículo no se refiere a la regla de guardar la ley, de mejorarse uno mismo o la de obedecer ordenanzas religiosas. La regla es tomar al Dios Triuno como meta y andar por El. Quienes anden conforme a esta regla tendrán paz y misericordia.