Mensaje 9
Lectura bíblica: Gá. 2:19-20; 3:3; 5:16, 25; Ro. 7:4, 6; 6:4, 8, 10
Este mensaje es una continuación del mensaje anterior sobre la verdad del evangelio. El punto crucial de ese mensaje fue la unión orgánica que tenemos con Cristo, la cual ocurre espontáneamente cuando creemos en Cristo. En este mensaje avanzaremos para ver que hemos muerto a la ley a fin de que vivamos para Dios (2:19).
¿Cómo podemos morir a la ley a fin de vivir para Dios? Gálatas 2:19 indica que ya hemos muerto a la ley. Según su propia experiencia, ¿ha usted realmente muerto a la ley, o esto es simplemente un asunto de doctrina para usted? Además, ¿cómo podemos vivir para Dios? Si queremos contestar estas preguntas, debemos saber la verdad, la realidad, del evangelio. Si no estamos en realidad orgánicamente unidos a Cristo sino que estamos en nosotros mismos, entonces no estamos ni muertos a la ley ni vivos para Dios. Si estamos separados de la unión orgánica con Cristo, no podemos vivir para Dios. Por el contrario, viviremos para muchas otras cosas, menos para Dios.
El concepto de la unión orgánica está implicado en Romanos 7. En este capítulo Pablo usa la vida matrimonial como ejemplo. El matrimonio es una unión de vida. En esta unión la esposa es uno con el marido, y el marido es uno con la esposa. En Romanos 7:4 Pablo habla de que estamos casados con Cristo: “Así también vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a Aquel que fue levantado de los muertos”. Según este versículo, nos hemos unido, es decir, nos hemos casado, con el Cristo resucitado. Entre El como el Novio y nosotros como la Novia existe una unión maravillosa. Somos uno con El en persona, nombre, vida y existencia. Esto muestra que nuestra vida cristiana es una vida de unidad orgánica con Cristo.
En Romanos 11 Pablo usa otro ejemplo: el hecho de injertar la rama de un árbol en otro árbol. En Romanos 11:17-24, Pablo usa como ejemplo que las ramas de un olivo silvestre son injertadas en un olivo cultivado. Como resultado del injerto, las ramas del olivo silvestre y las del olivo cultivado crecen juntas orgánicamente. Nosotros, las ramas del olivo silvestre, hemos sido injertados en Cristo, el olivo cultivado.
Algunos tal vez digan que el olivo cultivado que se menciona en Romanos se refiere a Israel. Aunque esto es correcto, también es verdad que en la Biblia el verdadero Israel siempre está identificado con Cristo, y Cristo con el verdadero Israel. A los ojos de Dios, no hay dos árboles en la tierra. Hay sólo un árbol, el olivo, el cual incluye a Cristo y al pueblo escogido de Dios. En otro tiempo éramos ramas del olivo silvestre, pero ahora hemos sido injertados en Cristo. Este ejemplo indica que la vida cristiana no consiste en intercambiar una vida por otra, es decir, no consiste en cambiar una vida más baja por una vida más alta, sino que consiste en una vida injertada, consiste en injertar la vida humana en la vida de Cristo. Después de que una rama ha sido injertada en otro árbol, ya no vive por si misma. Al contrario, vive por el árbol en el que ha sido injertada.
En el asunto de injertar, hay dos aspectos principales: el cortar y el unir o juntar. Si no se hace un corte, no puede haber ningún injerto. Si la rama de un árbol ha de ser injertada en otro árbol, la rama primeramente debe ser cortada, separada. Después que el corte ha sido hecho, la unión se lleva a cabo. Esta unión es orgánica. Por lo tanto, en el injerto tenemos el corte, el juntar y la unión orgánica. El corte corresponde a la muerte de Cristo y el juntar corresponde a la resurrección de Cristo. En la muerte de Cristo nuestra vida vieja fue cortada, y en la resurrección de Cristo fuimos unidos a El a fin de experimentar más crecimiento. La experiencia de la muerte de Cristo nos hace morir a la ley, mientras que la resurrección nos capacita para vivir para Dios. Por tanto, estar muerto a la ley y vivo para Dios tiene que ver con la muerte y la resurrección de Cristo. Sólo por medio de ser injertados en Cristo podemos ser uno con El en Su muerte y en Su resurrección.
En nosotros mismos no nos es posible morir a la ley o vivir para Dios. Sin embargo, cuando la preciosidad del Señor Jesús fue infundida en nosotros y empezamos a apreciarle, fuimos injertados en El. Por una parte, fuimos separados; por otra, fuimos unidos a Cristo en Su vida de resurrección. Después de que se efectuó esta unión, fuimos unidos orgánicamente con Cristo. Ahora simplemente debemos vivir en esta unión orgánica. Por el lado negativo, hemos sido separados en la muerte de Cristo; por el lado positivo, hemos sido unidos a Cristo en Su resurrección. Cuando fuimos separados, morimos no solamente a la ley, sino a todo lo que no sea Dios. Según Gálatas 6, por medio de la crucifixión de Cristo hemos muerto al mundo, particularmente al mundo religioso (vs. 13-14). Por el corte todo-inclusivo de la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz, hemos muerto a todo lo que no sea Dios. Debido a que hemos sido injertados en Cristo, lo que El experimentó ha llegado a ser nuestra historia. Cuando El murió en la cruz, nosotros morimos en El. Cuando El fue crucificado, nosotros fuimos separados del olivo silvestre. Esto significa que fuimos separados del yo, de la carne, del mundo, de la religión, y de la ley y las ordenanzas que ésta implica. Además, debido a que hemos sido injertados en Cristo, Su resurrección también ha llegado a ser nuestra historia. Por lo tanto, podemos declarar con firmeza que con Cristo hemos sido crucificados, sepultados y resucitados. ¡Qué historia tan maravillosa tenemos!
Puesto que hemos sido separados de todo lo que no sea Dios, estamos muertos a la religión, incluyendo al judaísmo, al catolicismo y al protestantismo. Un aspecto de nuestra historia incluye la crucifixión por medio de la cual hemos sido separados de todo lo que no sea Dios. Pero el otro aspecto de esta historia incluye la resurrección en la cual hemos sido unidos al Dios Triuno. En esta unión, somos absolutamente uno con el Dios Triuno.
Es de vital importancia que todos nosotros veamos esta visión. Sin embargo, pocos cristianos la han visto. Si vemos la visión de esta unión orgánica, nuestro vivir será cambiado. Comprenderemos que hemos sido separados de la vieja fuente y unidos a una viviente Persona.
Es por la fe en Cristo que entramos en tal unión orgánica con El. Hemos señalado que la fe es la apreciación por Jesús. Podemos ver esta apreciación aun en Gálatas 2:20. En este versículo vemos que hemos sido crucificados con Cristo. Esto se refiere a un aspecto de nuestra historia. Vemos también que Cristo vive en nosotros y la vida que ahora vivimos en la carne, la vivimos en la fe del Hijo de Dios, el cual nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Es de mucha importancia que Pablo en este versículo, al hablar del Hijo de Dios, dice específicamente “el cual me amo”. Si no tenemos conciencia del amor de Cristo hacia nosotros, no podremos tener fe en El. La fe viva proviene de que percibamos Su amor. Esto indica que la fe por la cual creemos en El está relacionada con nuestra apreciación de Su hermosura. Conforme experimentamos Su preciosidad, de manera espontánea brota dentro de nosotros una apreciación por El. Esta apreciación es nuestra fe. Cuando Pablo se refirió al Hijo de Dios como al cual “me amó y se entregó a Sí mismo por mí” estaba lleno de apreciación por el Señor Jesús. Esta apreciación es la misma fe de la que él habla en este versículo. La vida que él vivía en la carne, la vivía en esta fe, la fe del Hijo de Dios.
Cada vez que desde lo más profundo de nuestro corazón decimos, “Señor Jesús, te amo” nuestra fe es fortalecida. Nuestra unión orgánica con Cristo es también fortalecida. Además, sentimos que hemos sido separados del pecado, del mundo, de la carne y de la religión. Algunos que han visto la luz con respecto a la iglesia no han estado dispuestos a dejar las denominaciones. Pero un día le dijeron al Señor cuánto le amaban. Espontáneamente tuvieron el sentir interior de que debían dejar su asociación con las denominaciones. Debido a que su unión orgánica con Cristo fue fortalecida, tuvieron una mayor experiencia de lo que es ser separado. Cuanto más decimos: “Señor Jesús, te amo” tanto más sentimos que hemos sido separados de todo lo que no sea Cristo.
Conforme le decimos al Señor Jesús que le amamos, experimentamos la operación de la fe genuina que está relacionada con nuestra apreciación por El. Mediante esta fe comprendemos nuestra unión con Cristo. En esta unión nos damos cuenta de que Su historia es nuestra historia; con Cristo hemos sido crucificados, sepultados y resucitados. Hemos muerto a todo lo que no sea Dios y vivimos para Dios.
¡Qué insensatos eran los gálatas al apartarse del Señor y volverse a ley! ¿No se daban cuenta de que habían sido separados de la ley y unidos al Dios viviente? Por medio de la unión orgánica somos liberados de la esclavitud de la ley. En esta unión disfrutamos la libertad que es nuestra en Cristo.
En su experiencia, ¿sabe usted que ha muerto a la ley y que vive para Dios? No estoy muy seguro de que muchos cristianos se hayan dado cuenta de esto. Pocos cristianos viven en realidad para Dios. La mayor parte de ellos todavía viven para algo que no es Dios, especialmente conforme a alguna ley propia de cada uno de ellos. En vez de que nos importe lo que es de Dios, tal vez nos importe nuestra propia clase de ley. Diferentes personas tienen diferentes leyes. Los jóvenes tienen su ley y los mayores tienen la suya. Esta es la razón por la cual los mayores inconscientemente condenan a los jóvenes. Esta condenación proviene de la ley de aquellos. En vez de vivir para Dios, vivimos conforme a nuestra ley. Hemos sido separados de la ley mosaica, pero en nuestra experiencia no hemos sido separados de nuestra propia ley. El hecho de que todavía tengamos nuestras propias leyes indica que nuestro amor por el Señor no es adecuado. Nuestra apreciación por El todavía es poca. Sentir poca apreciación por El debilita nuestra fe. Sin embargo, cuando nuestro amor por el Señor Jesús crezca, condenaremos menos a otros. Si los santos de más edad tuvieran una mayor apreciación por el Señor, su tendencia a condenar a los jóvenes se desvanecería.
De la misma manera que los santos mayores tienen la tendencia de condenar a los jóvenes, es posible que los jóvenes no aprecien a los mayores. Supongamos que los santos jóvenes y los santos adultos se congreguen para tener una reunión de oración. Les será difícil colaborar. O los más viejos prevalecerán y dominarán, o lo harán los más jóvenes. La razón de este problema es que los mayores tienen su ley y los menores tienen la suya.
Para nosotros es fácil proclamar de una forma doctrinal que hemos muerto a la ley y que ahora vivimos para Dios. Sin embargo, nuestra experiencia práctica puede ser muy diferente. Es posible que no hayamos muerto a ciertas cosas y que no vivamos para Dios. Por lo tanto, necesitamos volvernos al Señor y recibir una mayor infusión de El. Como resultado, sentiremos más amor por El y nuestra apreciación por El será mayor. Esto fortalecerá nuestra fe, la cual entonces operará en nosotros para fortalecer nuestra unión con Cristo. Mientras nuestra unión orgánica con El es fortalecida, tendremos una mayor experiencia de lo que significa ser separados. Si todos nosotros tenemos esta experiencia, en las reuniones ya no tendremos conciencia de la diferencia que existe entre los jóvenes y los de mayor edad. Por el contrario, todos nos daremos cuenta de que hemos sido separados de todo lo que no sea el Dios Triuno. Entonces, al estar en las reuniones de oración, funcionaremos sin prestar atención a nuestra edad, sino conforme a la unión orgánica en la cual verdaderamente hemos muerto a la ley y vivimos para Dios.
En este mensaje estoy interesado en la experiencia, y no en sólo trasmitir puro conocimiento. Si condenamos a otros, nuestro amor por el Señor es deficiente. En vez de vivir para Dios, vivimos conforme a nuestra propia ley. Condenamos a todos aquellos que no satisfagan los requerimientos de nuestra ley. Sin embargo, si nuestra apreciación por el Señor es adecuada, la fe operativa fortalecerá nuestra unión con Cristo, y tendremos una mayor experiencia de lo que significa ser separados. Entonces en realidad ya no tendremos ley. Habremos verdaderamente muerto a la ley y viviremos para Dios.
En 2:19 Pablo dice: “Porque yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios”. La ley requiere que yo, un pecador, muera, y conforme a ese requisito, Cristo murió por mí y conmigo. Por eso, yo he muerto en Cristo y con Cristo por medio de la ley. Por tanto, la obligación de estar bajo la ley, es decir, la relación con la ley, ha sido terminada. Vivir para Dios significa estar obligado con Dios en la vida divina. En la muerte de Cristo ya no tenemos que ver con la ley, y en Su resurrección somos responsables ante Dios en la vida de resurrección.
Hemos muerto a la ley a fin de que vivamos para Dios. Mientras nos aferremos a cualquier tipo de ley, ya sea la ley mosaica o nuestra propia ley, jamás podremos vivir para Dios. Sin embargo, cuando somos separados de la ley por medio de la unión orgánica con Cristo, espontáneamente vivimos para Dios.
Estar muertos a la ley significa que hemos sido liberados de la ley en la cual estábamos sujetos. Romanos 7:6 dice: “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos”. Habiendo sido liberados de la obligación de la ley, ahora podemos andar en novedad de vida (Ro. 6:4). Sin embargo, andar en novedad de vida depende de la separación que experimentamos en la unión orgánica con Cristo. Cuanto más somos separados, tanto más vivimos para Dios y más andamos en novedad de vida.
Debido a que hemos muerto a la ley, ya no estamos obligados a guardar la ley por el esfuerzo de la carne (Gá. 3:3). Siempre que tenemos una ley que nosotros mismos hemos adoptado, tratamos de guardarla por el esfuerzo de nuestra carne, no por el Espíritu.
Vivir para Dios consiste en estar obligado con Dios en la vida divina, es decir, consiste en ser responsable ante Dios en la vida de resurrección. En la unión orgánica con Cristo, experimentamos la vida de resurrección. En esta vida de resurrección espontáneamente nos apegamos a Dios y estamos obligados con El. Esto también depende de la unión orgánica.
Debido a que hemos sido crucificados con Cristo, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. Ya no vivimos en el viejo hombre, el hombre natural. Más bien, Cristo vive en nosotros. Entonces, en resurrección, vivimos en la fe del Hijo de Dios. Vivir en la fe del Hijo de Dios significa vivir en la unión orgánica con el Hijo de Dios, la cual proviene de que creamos en El.
Vivimos para Dios con Cristo (Ro. 6:8, 10) y por el Espíritu (Gá. 5:16, 25). En nuestra experiencia, esto es disfrutar al Dios Triuno procesado. Esta experiencia depende de nuestra apreciación de la hermosura y preciosidad del Señor Jesús.
Al predicar el evangelio, en principio, debemos de ser como los buenos vendedores, quienes son capaces de presentar algo precioso de modo tal que otros también lo aprecien. Necesitamos el adecuado arte de vender. El Señor Jesús es infinitamente precioso, pero nuestra presentación de El no siempre es adecuada. Debido a que no sabemos presentar la hermosura del Señor Jesús de manera adecuada, es difícil que los que escuchen nuestra predicación del evangelio tengan fe en El. Pero si lo presentamos adecuadamente, los demás serán infundidos con Su preciosidad y espontáneamente lo apreciarán. Esta apreciación llegará a ser su fe, la cual operará dentro de ellos para unirlos con el Señor Jesús orgánicamente. En esta unión orgánica estamos muertos a la ley y vivos para Dios.