Mensaje 107
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Como ya hemos recalcado, el relato de la bendición de Jacob mencionado en Gn. 49 empieza con un pecador y termina con la bendición universal y la morada eterna. Si entendemos correctamente la Biblia, veremos que toda la Biblia conduce a la bendición universal de Dios y a Su morada eterna. Por la eternidad nos encontraremos bajo la bendición universal de ser la morada eterna de Dios. Estos son los nuevos cielos y la nueva tierra con la nueva Jerusalén. Los nuevos cielos y la nueva tierra serán la esfera de la bendición universal. Estaremos bajo esta bendición con el fin de ser la Nueva Jerusalén. Según la descripción de Ap. 21 y Ap. 22, en los nuevos cielos y la nueva tierra no habrá más que bendiciones. En este entorno, todo será una bendición para la Nueva Jerusalén, la morada eterna de Dios. Nosotros los escogidos de Dios seremos esta morada y estaremos bajo la bendición universal. Esta es la consumación final de la revelación bíblica.
Resulta muy interesante ver que el relato corto de la bendición profética de Jacob tiene la misma conclusión que toda la Biblia. En los primeros dos capítulos de Génesis, no figura el pecado, el cual aparece en el capítulo tres, donde el pecador era un verdadero Rubén. No obstante, en los últimos dos capítulos de la Biblia, tendremos al verdadero José y al verdadero Benjamín. Podemos decir que José es la señal de la bendición universal. Todas las bendiciones reposan sobre la cabeza de aquel que fue apartado de sus hermanos. Benjamín simboliza la morada eterna de Dios. ¡Aleluya, la iglesia en el recobro actual de Dios es una miniatura de la bendición universal y de la morada eterna! En las iglesias, tenemos bendición tras bendición, y por tal bendición somos la morada de Dios.
Estos dos asuntos, la bendición y la morada, se encuentran en las epístolas del Nuevo Testamento. Probablemente pocos cristianos han prestado atención a estos asuntos en las epístolas. Sin embargo, estas dos palabras proporcionan el bosquejo de las epístolas, pues todas ellas tratan de la bendición de Dios. Tome Efesios como ejemplo. Dice en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. Aquí vemos la bendición. Efesios 1:23 habla del Cuerpo, y Efesios 2:22 habla de la morada; así, ambos representan la morada de Dios. En Efesios 3:16 y 17 el apóstol Pablo ora pidiendo que el Padre nos fortalezca por Su Espíritu en el hombre interior a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Por lo tanto, en el breve libro de Efesios, se abarcan las bendiciones y la morada. Dios nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales a fin de que seamos Su morada.
Si usted me pregunta qué se revela en las epístolas, contestaría que allí se revelan la bendición y la morada. Aun así, necesitamos luz y visión para captar esto. Sin luz ni visión, podemos leer las epístolas repetidas veces y ver solamente cosas como la exhortación a que las mujeres se sometan a sus maridos y a que los maridos amen a sus esposas, que debemos redimir el tiempo, ser diligentes y amar al prójimo. Si vemos las epístolas con nuestra visión natural, sin luz ni visión, veremos principalmente estos puntos secundarios y no percibiremos la bendición ni la morada que se presentan en ellas. El Nuevo Testamento gira en torno a la bendición y la morada.
Génesis 49 abarca muchos puntos excelentes y maravillosos. ¡Cuánto le agradezco al Señor porque el primer hijo de Jacob fue Rubén y los dos últimos fueron José y Benjamín! Si José y Benjamín hubiesen sido los primeros dos hijos y Rubén el último, todo habría estado revuelto. ¡Alabado sea el Señor, porque antes éramos Rubén, pero ahora somos José y Benjamín! Puedo testificar que soy el Rubén y el Benjamín de hoy. Día y noche estoy bajo la bendición de Dios y soy la morada de Dios. Inclusive los jóvenes, los que cursan la secundaria, deben ser José y Benjamín. Antes de entrar en la iglesia, nunca nos dimos cuenta de lo que significan José y Benjamín. Si quienes estamos en el recobro del Señor no somos José y Benjamín, entonces ¿quiénes pueden serlo? ¿Acaso no es usted un José y un Benjamín? ¿No está usted bajo la bendición universal de Dios? ¿No es usted la morada eterna de Dios? Por ser el Benjamín de hoy, Dios mora en mí, y no simplemente en mí, sino entre mis hombros.
En el mensaje anterior abarcamos los primeros ocho aspectos de la bendición universal. En la bendición que Jacob dio a José, usó muchas expresiones poéticas, como “los montes antiguos”, “los collados eternos” y “el término de los collados eternos”. Estas expresiones aluden al tiempo y al espacio, es decir, todo el tiempo, desde los tiempos antiguos hasta la eternidad, y todo el espacio, desde los cielos hasta debajo de la tierra. Por consiguiente, dichas expresiones poéticas se refieren a la bendición universal, pues el tiempo y el espacio constituyen el universo. Tenemos una bendición que llena todo el universo. En el tiempo y el espacio nos encontramos bajo esta bendición. La bendición de Dios llena el universo, desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura y desde los cielos arriba hasta las profundidades de la tierra abajo. En todas partes y en todo momento, no hay más que bendiciones. ¡Todos necesitamos esta visión y esta comprensión! No necesitamos esperar hasta que vengan los cielos nuevos y la tierra nueva, pues en la vida de iglesia actual, estamos en el anticipo de esta bendición universal.
Los primeros ocho puntos de la bendición que recibió José son universales, aunque bastante comunes. Si usted los examina, verá que no contienen nada de vida ni de la morada. Por eso necesitamos prestar atención a los últimos dos aspectos; uno se relaciona con la vida y el otro con la morada. Recuerde que el relato de Génesis 49 es poético y que la poesía por lo general usa símbolos. Un cuadro o un símbolo puede sustituir mil palabras. Bajo la inspiración de Dios, en el versículo 25 Jacob habló de las bendiciones de los pechos y del vientre. En esta declaración poética, el vientre representa la producción de la vida, el engendramiento, mientras que los pechos representan el nutrimento de la vida. En la creación Dios sólo bendijo a los seres vivos y al hombre (1:22, 28). El no bendijo la obra que realizó en los primeros cuatro días. No bendijo al sol, a la luna, a las estrellas ni a la vegetación que se extendía sobre la tierra. Sin embargo, en el quinto día, El bendijo a los seres vivos que había en el agua y las aves de los aires y, en el sexto día, bendijo al hombre. De tal manera que de todas las obras de Su creación, El bendijo solamente a los seres vivos y al hombre. Esto deja en nosotros la profunda impresión de que Dios está interesado sólo en la vida. El quería obtener la vida productiva. El hecho de que José fuese bendecido con las bendiciones del vientre y de los pechos indica que fue bendecido con la vida que engendra y que nutre. Estas figuras no se deben aplicar a la vida animal, ni siquiera a la vida humana, sino a la vida eterna. La vida eterna es la vida más elevada, la vida más productiva. En el Nuevo Testamento vemos que la vida productiva no es la vida animal ni la vida humana, sino la vida eterna. Hoy en día, los que estamos en la iglesia experimentamos la vida eterna como vida productiva. Los muchos aspectos de la bendición que recae sobre la iglesia incluyen los pechos y el vientre, la vida que produce y que nutre.
Considere el cuadro que se presenta en Apocalipsis 21 y 22. En estos capítulos tenemos los cielos nuevos, la tierra nueva y la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén está el río de agua de vida. En este río crece el árbol de la vida. En los cielos nuevos y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén, lo principal es la vida que fluye. Sin lugar a dudas, los demás aspectos de la bendición universal están presentes en la bendición de los cielos, la bendición del rocío, la bendición de la tierra y la bendición de lo que está debajo de la tierra. No obstante, Apocalipsis 21 y 22 no menciona las demás cosas. Dichos capítulos mencionan solamente el fluir de la vida y el árbol de la vida, algo que provee alimento. Si usted lee Génesis 49 según la letra, no verá que allí está la vida que produce y nutre. Debe penetrar en el significado espiritual de las expresiones poéticas usadas en este capítulo. ¡Aleluya!, en la vida de iglesia tenemos la bendición de la vida, la bendición de los pechos y del vientre y la bendición del río que fluye.
Si recibimos toda bendición excepto la bendición de los pechos y del vientre, esto significa que carecemos de la vida que produce y nutre. En dado caso, seríamos una iglesia en una condición lamentable. Si se quitaran de la tierra los animales y seres humanos, los cuales se reproducen, se perdería todo el significado del universo. El significado del universo depende de la vida animal y en particular de la vida humana. Supongamos que en el sur de California hubiera pasto, flores y árboles, y que no hubiera animales ni seres humanos. Si los ángeles viesen esto, dirían que está llena de bendición, pero que está escasa de vida. Pero los ángeles se alegran de ver tantos seres vivos en la tierra. En la vida de iglesia disfrutamos el vientre y los pechos, la producción y el nutrimento. Hoy en la vida de iglesia tenemos indudablemente una vida que fluye, y en la Nueva Jerusalén la tendremos aún más.
Por último, José fue bendecido con “la gracia del que habitó en la zarza” (Dt. 33:16). El ultimo aspecto de la bendición universal es la morada de Dios. Aquel que habitó en la zarza tenía un beneplácito. Todo el que viva en una zarza, anhelará tener una casa mejor. Si usted habitara en una zarza, su beneplácito sería vivir en una casa mejor. No me gustaría vivir en una zarza con usted, pero sí me gustaría vivir con usted en una casa mejor. Supongamos que un joven que vive en una zarza desea casarse con una joven. El beneplácito de quien vive en la zarza sería establecerse con su esposa en una buena casa después de contraer matrimonio. Antes de la construcción del tabernáculo, el Señor habitaba en la zarza (Éx. 3:4). Dios liberó a Su pueblo, los hijos de Israel, y los sacó de Egipto con la intención de que le construyeran primero el tabernáculo y luego el templo. Moisés recibió una visión de Dios en la zarza, y Dios le habló desde allí. Pero en Levítico 1:1 Dios le habló a Moisés desde el tabernáculo. El bendijo a los hijos de Israel con este beneplácito. Este es el deseo más elevado que Dios tiene, y con él bendijo a Su pueblo escogido. Dios bendijo a los hijos de Israel con la mejor bendición: El moraría entre ellos. ¿Qué bendición podría ser mayor que ésta? Con el tiempo Aarón, un pecador, puede entrar en la presencia de Dios en el Lugar Santísimo. ¿Qué bendición podría ser mejor? La bendición más elevada consiste en entrar a la morada de Dios y permanecer en Su presencia. Nosotros mismos llegamos a ser esta morada.
En este contexto quisiera destacar que no podemos entender la Biblia según nuestro concepto natural. Usted puede leer la Biblia y recitar muchos versículos; pero si no tiene la visión, no verá nada. Si usted atiende a esto que compartimos acerca de la morada de Dios, Exodo será un libro nuevo para usted. Exodo empieza con una visión de Dios en la zarza, donde El habla a Moisés con la intención de que más adelante éste saque a los hijos de Israel de Egipto y los conduzca al desierto para que allí construyan un tabernáculo para Dios. ¡Qué bendición más grande! En todo el Antiguo Testamento, no hay bendición mayor, más elevada, ni más dulce que la bendición de tener la morada de Dios. Con frecuencia los salmistas expresan su deseo de estar en el templo de Dios. Dice en Salmos 84:10: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. Ninguna bendición es tan grata ni tan grande como la morada de Dios. Esta es la bendición máxima.
La Nueva Jerusalén es llamada el tabernáculo de Dios. Cuando el Señor Jesús se hizo carne, El era el tabernáculo de Dios (Jn 1:1, 14). El también era el templo de Dios (Jn 2:19, 21). Más adelante, la iglesia fue edificada como templo de Dios (1 Co. 3:16). Finalmente, la Nueva Jerusalén en su totalidad será un tabernáculo eterno, la bendición central entre las bendiciones de Dios. Los cielos nuevos y la nueva tierra serán una bendición, pero el centro de esta bendición será la Nueva Jerusalén, el tabernáculo de Dios. En la Nueva Jerusalén, Dios morará con nosotros, y nosotros moraremos cerca de El.
Génesis 49:27 afirma que Benjamín es un lobo arrebatador. No obstante, Deuteronomio 33:12 dice acerca de El: “El amado de Jehová habitará confiado cerca de él; lo cubrirá siempre, y entre sus hombros morará”. Para el enemigo, Benjamín es un lobo arrebatador. Pero, según Deuteronomio, Benjamín es el amado de Jehová. ¿Cómo puede un lobo arrebatador ser el amado de Jehová? El Señor ama a Benjamín, el lobo arrebatador, porque la morada de Dios estaba en el territorio de Benjamín. Muchos cristianos piensan que Jerusalén, donde se hallaba el templo, estaba en el territorio de Judá. No es así; está en el territorio de Benjamín, muy cerca de Judá. Los reyes provenían de Judá, pero la capital, Jerusalén, estaba en Benjamín. En la capital estaba la morada de Dios. Geográficamente, el territorio de Benjamín tiene forma de dos hombros, y Jerusalén está localizada entre esos dos hombros. Por lo tanto, el Señor habitó entre los hombros de Benjamín.
Por supuesto, es la cabeza la que se sitúa entre los dos hombros de nuestro cuerpo. Esto indica que aquel que moraba en Deuteronomio 33:12 es la Cabeza. El Dios que mora en el templo es la Cabeza. Esto significa que en la morada de Dios está la autoridad de la cabeza, el señorío. El lenguaje de Deuteronomio 33:12 es poético. Hace años este versículo era un rompecabezas para mí. No sabía lo que significaba el hecho de que Dios habitara entre los hombros de Benjamín. Pero después de estudiar la Biblia durante unos años y de experimentar al Señor, empecé a entender. Si usted examina su experiencia, se dará cuenta de cuán real es el hecho de que Dios habita entre nuestros hombros para ser nuestra Cabeza. Cuando tenemos la morada de Dios, tenemos su autoridad como cabeza. Por consiguiente, dentro de la ciudad de la Nueva Jerusalén está el trono.
Deuteronomio 33:12 afirma también que el Señor cubrirá a Benjamín todo el día. ¿Cómo cubría el Señor a Benjamín? El tabernáculo era una cubierta, pues Apocalipsis 7:15 declara: “Aquel que está sentado sobre el trono extenderá Su tabernáculo sobre ellos”. El edificio de Dios es un tabernáculo, y un tabernáculo es una cubierta. Este tabernáculo es Cristo y también es la iglesia. Hoy en día, estamos bajo la sombra de Cristo y de la iglesia, pues tanto Cristo como la iglesia son la morada de Dios, la cual nos cobija y bajo la cual moramos.
Deuteronomio 33:12 afirma que Benjamín habitará confiado cerca del Señor. Benjamín será un vecino del Señor. Por vivir al lado del Señor, El mora confiado. Del mismo modo, mientras moramos cerca del Señor, estamos a salvo. Aunque no tengamos mucha experiencia, de todos modos podemos testificar que somos el Benjamín de hoy, que Dios mora entre nuestros hombros, y que todo nuestro ser está bajo Su sombra. El es el Señor, y Su trono real está entre nosotros. Su morada se halla entre nosotros, El está aquí, y nosotros moramos cerca de El. Dios y nosotros somos vecinos. ¡Qué bendición más grande!
Si usted acoge este concepto de la morada de Dios que encontramos en el primer libro de la Biblia y lee el libro de Salmos bajo esta luz, los salmos serán nuevos para usted. Todo el libro de Salmos gira en torno a este asunto de la morada de Dios. Muchos versículos hablan de la ciudad, del templo, de la casa, de la morada o del tabernáculo. Si unimos todos estos versículos, veremos que los salmos giran exclusivamente en torno a la morada de Dios. En uno de los salmos, Moisés dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación” (Sal. 90:1). Si deseamos que el Señor sea nuestra habitación, debemos primero ser Su habitación. Si Dios no tiene una morada edificada en la tierra, nunca podrá El ser nuestra morada. Pero cuando el Señor tiene una morada en la tierra, El se convierte en nuestra habitación y nosotros en la Suya. Nos referimos a esto diciendo que moramos mutuamente el uno en el otro, como se revela en Juan 14 y 15, particularmente en las palabras: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). “Permaneced en Mí”, ésta es nuestra morada; “y Yo en vosotros”, ésta es Su habitación. En Juan 14:23 el Señor dijo claramente: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Nosotros seremos la morada de Dios, y El será la nuestra. Si todos alabamos al Señor por esto, estaremos con El en Su morada.
El último de los diez aspectos de la bendición universal, es el asunto de la morada. Por lo tanto, todas las bendiciones llegan a su consumación en la morada. La morada es la razón por la cual Dios nos da tantas bendiciones. ¿Por qué Dios los salvó a ustedes? Para que sean Su morada. ¿Por qué le da a usted gracia sobre gracia? Por causa de Su morada. ¿Por qué Dios hace que todo obre para el bien de usted hoy? Por Su morada. Todas las bendiciones desembocan en la morada de Dios. Este es el beneplácito de Dios, el deseo de Su corazón. Lo que Dios desea es obtener una morada.
Esto se revela en Isaías 66:1 y 2. En Isaías 66:1 vemos que el cielo es el trono de Dios y que la tierra es el estrado de Sus pies, y que Dios todavía no tiene dónde descansar. Muchos cristianos desean ir al cielo. Según ellos, el cielo es un lugar muy agradable. Pero Dios no tiene tanto interés en los cielos como lo tienen tales cristianos. El desea un lugar donde reposar. Isaías 66:2 revela que el lugar de descanso de Dios no es ni el cielo ni la tierra, sino el hombre. Dios anhela obtener al hombre. Este versículo declara: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. Este versículo corresponde a Mateo 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. La clase de hombre que constituye el descanso de Dios es la de hombres contritos y pobres en espíritu. El beneplácito de Dios consiste en conseguir esta clase de hombres. La voluntad de Dios es que seamos humildes y pobres en nuestro espíritu, que estemos vacíos para El. Pero si nuestro espíritu está lleno de algo que no sea Dios, no seremos pobres en nuestro espíritu. En tal caso, Dios no puede morar en nosotros. Muchos cristianos contemporáneos están llenos en su espíritu. Están llenos de tantas cosas, inclusive de cosas legítimas, que no les queda espacio en su espíritu para el Señor. Dios necesita un espíritu vacío. Su deseo radica en que el espíritu de uno esté vacío para El. Es pobre en espíritu aquel cuyo espíritu está vacío, desocupado y listo para que el Señor entre en él.
Según Isaías 66:1 y 2 los pobres y humildes en espíritu son el lugar de reposo de Dios. El descanso de Dios no se encuentra en ninguna otra parte en todo el universo, ni en los cielos ni en la tierra. Como pobres y humildes en espíritu, deberíamos decir: “Señor, ven; estoy despojado, no tengo nada ni a nadie; estoy listo para Ti. Entra, haz Tu morada en mí, radícate en mí”. Aunque usted haya estado en la vida de iglesia mucho tiempo, debe hacer esta oración y pedir al Señor que resida en usted. En Efesios 3:16 y 17 el apóstol Pablo oró pidiendo que el Padre nos fortaleciera con poder por Su espíritu en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Pablo oró para que Cristo residiera en nosotros. No se trata simplemente de amar al Señor ni de servirle, sino de que El haga Su hogar en nosotros. El servicio que rendimos al Señor no lo satisfará tanto como el convertirnos en Su morada. Todos debemos ser la morada del Señor. Esto es lo que El desea y lo que busca. Este es Su beneplácito. La máxima bendición consiste en ser la morada de Dios. Su morada es también nuestra morada. Cuando nuestro Dios descansa, nosotros también hallamos descanso en Su morada.
La idea de que Dios more entre nosotros y nosotros con El se encuentra en todo el Antiguo Testamento y también en el Nuevo. En el transcurso de los siglos y a lo largo de las generaciones, Dios siempre ha deseado tener una morada. Lamento decir que la mayoría del pueblo de Dios no ha visto eso. No obstante, hoy en Su recobro, El viene a nosotros repetidas veces y nos recuerda Su morada. No estoy hablando de algo que no haya experimentado personalmente. Cuando he abierto la Biblia en estos veinticinco o treinta años, he visto principalmente una cosa: la morada de Dios. Muchos capítulos de la Biblia aluden al deseo que tiene Dios de obtener una morada. Este es el deseo de Su corazón, Su beneplácito. Si usted es bendecido con el beneplácito del que habitó en la zarza, usted es la persona más bienaventurada.
En cierto sentido, el Señor sigue en la zarza incluso hoy. Observe la situación de toda la tierra. ¿Qué vemos aparte de la zarza? ¿Dónde está el tabernáculo? Muchos no pueden ni siquiera ver la sombra, mucho menos la realidad. Pero nosotros cuánto debemos adorar el Señor porque en Su recobro no sólo entendemos la sombra, sino que estamos en [la realidad,] la morada. Podemos decir: “Señor, ¡Te alabo! En cuanto a nosotros, Tú no estás en la zarza; estás en Tu morada”.
Ya vimos que el Señor bendijo a José con el beneplácito de aquel que habitó en la zarza. ¿Quién es el que habitó en la zarza y cuál es Su beneplácito? Si no interpretamos este versículo como lo hemos hecho, entonces ¿cómo debemos interpretarlo? Al leer toda la Biblia, podemos descubrir quién es el que habitó en la zarza y cuál es Su beneplácito. Aquel que habitó en la zarza indudablemente es el que llamó a Moisés a edificarle el tabernáculo. El vivía en una zarza y anhelaba tener un tabernáculo edificado con materiales preciosos. Ese era Su beneplácito. Los hijos de Israel fueron bendecidos con este beneplácito. ¿Cree usted que el Señor libertó a los hijos de Israel y los sacó de Egipto simplemente para que fuesen salvos? Su liberación no tenía como único fin su salvación, sino la morada de Dios. Todo lo que hizo Dios para ellos y por ellos tenía un propósito: erigir el tabernáculo entre ellos. Después de la construcción del tabernáculo, la gloria de Dios bajó y lo llenó (Éx. 40:34). En ese entonces, los hijos de Israel eran el pueblo más bienaventurado de la tierra, bendecido con el beneplácito de aquel que moraba en la zarza, aquel que ahora habitaba en el tabernáculo. Por tanto, el tabernáculo se convirtió en la mayor bendición dada a los hijos de Israel.
Sucede lo mismo hoy. El Señor se complace en obtener la iglesia. Nosotros, por estar en la iglesia, somos el pueblo más bienaventurado. Antes de que la iglesia llegara a existir, el Señor estaba en la zarza. En la práctica, antes de que la iglesia llegase a esta localidad, el Señor estaba en la zarza. Indudablemente El no estaba en un tabernáculo. Pero ahora la iglesia está aquí y podemos decir: “¡Alabado sea el Señor! El ya no está en la zarza. Ahora El está en el tabernáculo, y nosotros estamos aquí con El. Nosotros y Dios somos vecinos. Somos el Benjamín de hoy, el cual mora confiado cerca del Señor. ¡Aleluya!”. ¿Qué podría ser mejor que esto? A mí me basta con tener la morada del Señor y estar en ella. Esta es la experiencia de Benjamín, el hermano menor de José.
Benjamín concuerda con José. Del mismo modo, la iglesia concuerda con la bendición de Dios. En el transcurso de los años el Señor lo ha bendecido a usted. Usted no puede negar que ha estado bajo Su bendición. Sin embargo, el propósito de Su bendición es el beneplácito del que habitó en la zarza, y este beneplácito consiste en obtener la vida de iglesia como Su morada. En la actualidad Dios puede jactarse ante Su enemigo, Satanás, y decir: “Satanás, mira, hoy tengo un lugar de descanso. Mi lugar de descanso es la iglesia. Antes dije que los cielos eran Mi trono y la tierra el estrado de Mis pies, pero debía preguntar dónde estaba Mi descanso. Satanás, te lo digo, ahora la iglesia es Mi lugar de reposo. Estoy satisfecho, y Mi pueblo escogido también está satisfecho”.
Muchos de nosotros podemos testificar que desde el día en que fuimos salvos, nunca hemos estado tan satisfechos en nuestro espíritu como ahora que estamos en la vida de iglesia. No queremos decir que la vida de iglesia sea perfecta. No, no lo es. Sin embargo, aquí en la vida de iglesia estamos satisfechos. Hemos pasado por muchos lugares sin estar satisfechos. No encontrábamos satisfacción hasta que llegamos a la iglesia. En aquel día, dijimos: “Esta es mi casa. Estoy satisfecho”. La razón por la cual sentimos que estamos en casa y que estamos satisfechos es que la iglesia es el tabernáculo de Dios, Su morada. El Señor ya no habita en la zarza, pues está ahora en el tabernáculo. ¡Cuán contento estoy porque estamos bajo la bendición universal y somos la morada de Dios!
Esta bendición es universal, y esta morada es eterna. La vida de iglesia perdurará para siempre. Los primeros cielos y la primera tierra, incluyendo al viejo entorno, llegarán a su fin, pero la vida de iglesia, en la cual estamos ahora, perdurará para siempre. Esta es la morada eterna. Les aseguro que cuando usted entre en la eternidad, se acordará de su experiencia en la vida de iglesia. Usted puede decir: “Nunca olvidaré el tiempo en que he estado en la vida de iglesia”. Espere y descubrirá que eso es cierto. En lo profundo de nosotros, tenemos la plena certeza de que la vida de iglesia es eterna.