Mensaje 114
Este mensaje es un paréntesis que trata de la clave de la liberación y exaltación de José.
Cuando algunas personas leen el capítulo cuarenta, tienen el deseo de hablar al Señor en nombre de José y preguntarle por qué mantuvo a José en la cárcel tanto tiempo. José tenía diecisiete o dieciocho años de edad cuando fue encarcelado, y tenía unos veintiocho cuando interpretó los sueños de sus dos compañeros de cárcel. El estuvo en el calabozo por lo menos diez años antes de la liberación de sus compañeros, pero sus propios sueños todavía no se habían cumplido. Quizá ustedes digan: “Señor, esto es demasiado. Probaste a José diez años ya. ¿Por qué no lo liberaste cuando sus dos compañeros salieron de la cárcel? Después de que José hubo interpretado el sueño del copero, le pidió que se acordara de él. Pero el copero se olvidó de José, y no sucedió nada. Señor, los hombres son olvidadizos. Pero Tú eres Dios, y Tú no puedes olvidar nada. ¿Por qué mantuviste a José en la cárcel otros dos años?”. Un día recibí iluminación y vi que José permaneció en la cárcel otros dos años (Gn. 41:1) porque él necesitaba llegar a los treinta años de edad (Gn. 41:46).
Hoy en día muchos jóvenes esperan ser liberados de su jaula en cuanto cumplan los dieciocho años. Pero según la Biblia, para eso debemos llegar a los treinta años de edad, y no a los dieciocho ni siquiera a los veintiocho. Los que servían a Dios como sacerdotes empezaban a hacerlo de lleno a la edad de treinta años (Nm. 4:3). Los menores de treinta años eran aprendices, y no desempeñaban plenamente el oficio de sacerdotes (Nm. 8:24). Cuando el Señor Jesús empezó a ministrar, también tenía treinta años de edad (Lc. 3:23). Por tanto, si José hubiese llegado al trono a la edad de veintiocho años, no habría tipificado a Cristo en este asunto. El debía tener treinta años de edad. Después de ver eso, quedé convencido de que estos dos años adicionales eran necesarios para hacer apto a José. Si él no se hubiese quedado allí dos años más, no habría llegado a la edad necesaria.
Jóvenes, por mucho que dure su prueba, no se desanimen. Deben reconocer que dicha prueba proviene de Dios. Nadie puede subir al trono sin ser probado antes. Nos gusta ser entronizados inmediatamente, pero Dios dice: “No ha llegado el tiempo. No me hables del trono. Debes ser echado al calabozo”. Si usted busca al Señor, El lo pondrá en un calabozo. Es posible que todos los que lo rodean: su esposa, sus hijos, los ancianos y los hermanos y hermanas, tengan la intención de respetarle; no obstante, todo lo que hacen sólo sirve para ponerlo en un calabozo. No tenemos nada que decir al respecto. Sin calabozo, no podemos ascender al trono. No intente escaparse del calabozo; quédese allí hasta que se gradúe y reciba la corona. Se necesitan esos últimos dos años.
Mi intención no es ponerlo a usted en un calabozo, y ustedes tampoco tienen la intención de hacerme eso a mí, pero lo que sucede en realidad es que nos echamos mutuamente al calabozo. Cuando usted se casó, ¿trató de poner a su esposa en un calabozo? Obviamente usted no tenía esta intención. Sin embargo, eso fue lo que hizo. Nosotros metemos a los demás en un calabozo sin tener la intención de hacerlo ni estar conscientes de ello. Mis hijos han hecho esto conmigo. A veces me dicen cuánto me aman, pero dentro de mí, digo: “Tu amor me pone en un calabozo”. En todo caso, debemos decir: “¡Aleluya por el calabozo! Aunque he estado aquí durante diez años, debo permanecer otros dos”. Repito que uno no debe tratar de escaparse del calabozo. Debe quedarse allí y hacerlo de manera gloriosa, alabando al Señor, y no crujiendo los dientes.
La señora Guyón podía alabar al Señor en su calabozo. Ella escribió un poema en el cual se compara con un pájaro en una jaula. Aquí está la primera estrofa:
Soy un pajarito, Aislado de los campos y los aires, Y en mi jaula me quedo, y canto Para Aquel que me puso aquí; Seré un alegre prisionero, Porque eso te complace, Dios.
La señora Guyón llegó a amar su jaula y la estimó, aunque era su calabozo.
Si José no se hubiera quedado en el calabozo durante doce años, no habría sido apto para gobernar el país de Egipto. Para ello, él tenía que cumplir la edad de treinta años. Estos doce años en el calabozo hicieron una gran obra en él, no por medio de una educación objetiva, sino por el sufrimiento y la disciplina que experimentó. Sea paciente; con el tiempo estará calificado para gobernar. Pero si usted quiere ser apto, debe quedarse en el calabozo otra temporada.
Ahora llegamos a la carga que tengo en este mensaje. Mi deseo es hacer notar que José fue liberado de la cárcel al hablar por fe. José soñó que él era una gavilla erguida y que sus hermanos se inclinaban ante él. Habían pasado diez años, y este sueño todavía no se había cumplido. Si eso nos hubiera sucedido a nosotros, habríamos estado terriblemente desilusionados y habríamos dicho: “Me olvidaré de este sueño. Estoy cansado de ser un soñador y de oír hablar de sueños”. Si José hubiera dicho eso, es probable que nunca hubiera salido de la cárcel. El fue liberado del calabozo por lo que dijo. Aun así, él no fue liberado cuando interpretó los sueños de sus dos compañeros. El les interpretó los sueños hablando en fe. Si yo hubiera interpretado los sueños de los demás, habría temido que me preguntaran acerca de mis propios sueños, porque había recibido la visión, sin experimentar su cumplimiento. Por consiguiente, no me habría atrevido a decir nada por miedo de que alguien me dijera: “¿De qué hablas? No hables de sueños antes de que se cumplan los tuyos. No creo en ti”. A José no le importó que sus sueños no se hubiesen cumplido, y habló con denuedo por fe. Si le hubieran preguntado por sus sueños, él habría contestado: “Efectivamente, he tenido dos sueños. Todavía no se han cumplido, pero sigo creyendo en ellos. Quizá mañana se cumplan”. Por causa de sus palabras él fue liberado de la cárcel. Si él no hubiera hablado al copero, nadie habría hablado de José al faraón. El copero fue el que le habló al faraón de que una persona encarcelada tenía el poder de interpretar los sueños (Gn. 41:9-13). Por tanto, José fue liberado de la cárcel indirectamente por interpretar el sueño del copero.
Yo mismo experimenté eso. En 1957 me molestaba cierto problema que había surgido en las iglesias de Taiwán. Sin embargo, un día el Señor me mostró que debía olvidarme del problema y empezar a hablar acerca del reino y de la Nueva Jerusalén, y proclamar que la vida de iglesia hoy en día es una miniatura de la Nueva Jerusalén. En consecuencia, empecé a hablar con denuedo, primero en Taipéi y luego en Manila. Un misionero británico de edad avanzada, asistió a las reuniones de Manila y oyó mis mensajes. Después de una de las reuniones, vino a mí y me dijo: “Hermano Lee, ¿quiso usted decir que estas cosas son para hoy o para el futuro?”. Cuando contesté que la intención era decir que eran tanto para hoy como para el futuro, él contestó: “La Nueva Jerusalén vendrá ciertamente en el futuro; no la veo aquí ahora. ¿Cómo puede usted decir que es presente y también futura?”. Con todo, le sostuve que era presente y futura. El no podía creerlo, pero yo sí. Con el tiempo, él abandonó la vida de iglesia. Esto indica que cuanto más dice uno no a la visión, más pronto saldrá de ella. Usted dirá: “La vida de iglesia no existe; es simplemente un sueño del hermano Lee. Olvidémonos de ella”. Cuanto más diga usted eso, más se encontrará fuera de la vida de iglesia. Debemos decir: “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Creo que la vida de iglesia está presente ahora”. Cuanto más diga usted eso, más estará en ella. Esta es la visión del soñador.
Todos debemos hablar como soñadores. No espere tener la experiencia antes de hablar. Hable primero. Hable tan pronto como reciba la visión y entonces tendrá la experiencia. Andrew Murray dijo una vez que un buen ministro siempre habla más de lo que ha experimentado. En cierto sentido, un buen ministro debe ser una persona que se jacta. Durante los años en que he estado en este país, he hablado con tanto denuedo acerca de la vida de iglesia que algunos tal vez hayan pensado que yo me jactaba. En cuanto a la vida de iglesia, algunos me han preguntado: “Hermano Lee, ¿sí funciona eso?”. Yo contesto: “¿Por qué no?”. Esto les ha resultado imposible a aquellos que dijeron que era imposible poner en práctica la vida de iglesia. En 1962 tuvimos nuestra primera conferencia en los Estados Unidos. Inmediatamente después de esta conferencia, fui invitado a la casa de un hermano en Whittier. Un día, mi anfitrión me preguntó: “Hermano Lee, ¿quiere decir usted que lo que ministra realmente se puede aplicar?”. Contesté: “Se lo puedo asegurar. Hasta firmaría una garantía al respecto”. La visión se podrá realizar según lo que diga su boca. Si usted dice: “No”, no podrá llevarse a efecto para usted. Pero si dice: “Sí”, llegará a ser válido para usted, aun cuando no lo sea para los demás. Todo depende de si usted responde sí o no. Si usted dice que no, el resultado será no; mas si usted dice que sí, el resultado será sí. En cuanto al sueño, la visión, todo depende de que uno diga sí o no, pues lo que uno diga se hará realidad.
El hablar de José no solamente lo liberó de la cárcel, sino que lo condujo al trono. José habló, y eso lo llevó al trono. El recibió directamente la autoridad al interpretar los sueños del faraón (Gn. 41:25-44). Si yo hubiera sido la persona que interpretó los sueños del faraón, habría tomado muchas precauciones, temiendo que el faraón me hiciera preguntas acerca de mis propios sueños. Habría temido que el faraón dijera: “Usted no tiene ninguna experiencia. ¿Cómo voy a hacer caso a su interpretación. Sus sueños no se han cumplido. ¿Cómo espera que se cumplan los míos? Fuera de aquí”. No obstante, José manifestó confianza al interpretar los sueños del faraón, y recibió autoridad por sus palabras. ¿Quiere ser usted liberado? ¿Desea recibir autoridad? Si tal es el caso, debe hablar. Cuanto más hable, más será liberado. No diga que usted no está calificado para hablar, pues cuanto más diga que no está calificado y que está en el calabozo, más tiempo permanecerá allí. No obstante, cuanto más hable usted, más liberado será. La liberación vendrá por sus palabras. En nuestra experiencia, hemos visto que cuanto más hablamos, más liberados somos. No les puedo decir cuán liberado me siento cuando hablo. Cuando regreso a casa después de hablar en la reunión, estoy contento y me siento refrescado. Mi hablar me libera de toda clase de encarcelamiento. No me preocupan todas estas cosas, pues cuando hablo salgo del calabozo. Aprenda a liberarse del calabozo hablando. La mejor manera de ser liberado es hablar.
Si usted desea autoridad, debe hablar. El hablar es lo que le dio a José autoridad. Sus palabras no sólo lo pusieron en el trono, sino que le dieron autoridad sobre todo el país. Cuanto más hable usted, más autoridad tendrá. La liberación y la autoridad vienen del hablar. Usted debe hablar en casa, en la escuela o en el trabajo. Cada vez que usted venga a la reunión, debe hablar. Debemos hablar todo el tiempo. Cuanto más hablemos, más liberación disfrutaremos, y más autoridad recibiremos.
José mediante sus palabras también proveyó alimento. El ministró alimentos a los demás por su interpretación de los sueños. Usted dirá que es pobre. Lo es porque guarda silencio. ¿Guarda usted silencio en la escuela, en su barrio o en las reuniones? ¿Por qué no habla? Usted dirá: “Oh, no tengo la suficiente experiencia como para decir algo. He estado en la vida de iglesia por muchos años. Al principio, oí que la vida de iglesia sería gloriosa. Pero ahora no siento que sea muy gloriosa. De modo que no tengo la confianza de hablar de la vida gloriosa de iglesia”. No obstante, cuanto menos hable usted de la vida gloriosa de iglesia, menos estará en dicha vida. Usted debe decir algo que sea contrario a sus sentimientos. Diga algo que concuerde con su visión y no con sus sentimientos. Cuando usted declare que la vida de iglesia es gloriosa, estará en la vida gloriosa de iglesia que usted declara y trae a la existencia. Si usted dice: “No la tengo”, entonces no la tendrá. Pero si habla, abastecerá de alimento a los demás. Por sus palabras obtendrá liberación, autoridad y alimento. ¡Aleluya, todo esto viene del hablar!
De vez en cuando, en el transcurso de los años, algunas personas han dicho: “Hermano Lee, ¿cómo obtiene usted tanta vida? Cada vez que me lo encuentro, usted se ve lleno de vigor y de vida”. Contesto que tengo esta frescura y que recibo vida por hablar. Si tuviera que ir a cierto lugar y no hablara, estaría listo para el sepelio. No obstante, cuando hablo, me siento liberado, recibo autoridad y tengo el alimento que necesitan los demás. Puedo testificar a todos que como hablo tanto, soy el más liberado, tengo más autoridad y más alimentos. ¡Todos debemos aprender a hablar! No hablen conforme a su experiencia, sino conforme a su visión.
José era un verdadero soñador, y su vida fue una vida de sueños. Un cristiano victorioso y vencedor será siempre un soñador. Usted debe tener sueños, y debe interpretar los sueños de los demás. Día tras día, todos debemos hablar conforme a nuestra visión, a nuestros sueños. Además debemos interpretar las visiones de los demás, y vivir conforme a nuestra visión. No debemos hablar conforme a nuestros sentimientos, sino conforme a la visión. Somos visionarios. Por ser visionarios, hacemos todo conforme a la visión. Aunque algo todavía no exista, debemos hablar conforme a lo que hemos visto de ello, y nos damos cuenta de que nuestra visión se cumple.
Cuando comparamos a José con los demás hombres extraordinarios de Génesis, vemos que él es único en cuanto a los sueños y el sufrimiento. Ninguno de los otros siete hombres importantes recibieron tantos sueños como José; José siempre estaba relacionado con sueños. Su vida también fue única en cuanto a los sufrimientos.
Los sueños requieren una interpretación; y la interpretación se da con palabras. Es por eso que José hablaba continuamente. Por sus palabras, se cumplieron todos sus sueños. Primero, José habló y esto le causó problemas; si él no hubiera hablado de sus sueños, no habría tenido problemas. Sus hermanos lo aborrecieron y lo vendieron como esclavo simplemente por hablar de sus sueños. Si después de recibir estos sueños, José hubiera guardado silencio, no habría tenido ningún problema. Sus sufrimientos provenían de sus palabras.
Después de la rebelión de los Bóxers, muchos santos de Inglaterra oraron desesperadamente por el inmenso país de China. El Señor contestó sus oraciones al intervenir haciendo una obra maravillosa en las universidades por todo el país. Millares de estudiantes, incluyendo a muchos de los más brillantes, fueron capturados por el Señor, y muchos de ellos recibieron una visión. Yo fui uno de esos estudiantes, y sé muy bien lo que sucedió. El hermano Nee no fue el único que vio algo acerca de la iglesia. Muchos otros también vieron algo. Sin embargo, tuvieron temor de hablar de sus sueños en cuanto a la iglesia. Estos estudiantes tuvieron temor de los misioneros, cuya meta era fomentar su obra misional o su iglesia misional. Temían que si decían algo diferente de lo que hacían los misioneros, se meterían en problemas. Por el denuedo con que hablada el hermano Nee, fue traicionado. A mediados de la década de 1920, él publicó veinte números de un periódico llamado El cristiano. En los artículos de dicho periódico, el hermano Nee hablaba según sus sueños. Como resultado, la gente se burlaba de él, y se ganó muchos problemas. Los misioneros, los maestros y los teólogos, que eran mayores que él, lo hicieron a un lado y se opusieron a él. El hermano Nee tuvo la visión de que se establecieran iglesias locales en todas las ciudades de China. Un cuarto de siglo más tarde, su sueño se había hecho realidad. Para 1948 había aproximadamente quinientas iglesias locales en las provincias de China.
Antes de que el sueño del hermano Nee se cumpliera, él sufrió mucho, no solamente por causa de personas ajenas a la vida de iglesia, sino también por conflictos suscitados desde adentro. Debido a estos conflictos, su ministerio se detuvo varios años. El hermano Nee dijo en cierta ocasión a un hermano que no había posibilidad alguna de que reanudara su ministerio. Esta es una indicación de cuán severos fueron los sufrimientos del hermano Nee. El sufrió tanto que creía que nunca reanudaría su ministerio. No obstante, y para su sorpresa, el Señor hizo algo en 1948 que restauró su ministerio. En la biografía del hermano Nee, que se publicará en un futuro cercano, se aclara todo eso. Como resultado de la restauración del ministerio del hermano Nee, centenares de iglesias fueron levantadas en diferentes ciudades de China. Esto se debió al sonido de la trompeta producido por sus palabras y por las de los pocos colaboradores que permanecieron fieles a él.
Permítanme dar un testimonio de lo que experimentamos en Taiwán. Cuando llegamos allí, Taiwán era una isla atrasada y primitiva. No obstante, empezamos a predicar conforme a nuestra visión. Había allí muchos misioneros, mayormente de la denominación llamada Bautista del Sur. Como ellos no tenían ya acceso a la China continental, invirtieron mucho dinero en su obra en la isla de Taiwán. Aunque nosotros éramos pocos, hablábamos conforme a nuestra visión. La proclamación de esta visión causó problemas, pues levantó oposición. Algunos dijeron: “¿Acaso solamente ustedes son la iglesia? ¿Qué quieren decir ustedes cuando dicen que tienen la vida de iglesia y nosotros no?”. Nuestra predicación era contundente. Publicamos libros y una pequeña revista titulada El ministerio de la Palabra, que ha tenido más de trescientos números. Hoy en día, y por medio de esta revista, todavía estamos haciendo sonar la trompeta. Durante los últimos veintiocho años, hemos hablado muchísimo. Nuestra predicación ha causado problemas y, como resultado, hemos sufrido mucha oposición.
Con el tiempo los misioneros, estuvieran de acuerdo con nosotros o no, tuvieron que reconocer que nuestra obra era la mejor de Taiwán. Contando solamente la iglesia en Taipéi, hay más de veintitrés mil miembros. Antes de que nuestro sueño empezara a cumplirse en Taiwán, sufrimos mucho. Sufrimos las críticas y la difamación, pero nunca dejamos de hablar. Cuanto más procuraban estorbar nuestra predicación, más predicábamos. Seguimos predicando, y eso nos trajo problemas.
Como ya vimos, primero José habló y eso le causó problemas, pero más adelante, salió de los problemas y entró en el cumplimiento de sus sueños por causa de sus palabras. Todo eso se dio por lo que dijo. Tanto los problemas como el cumplimiento vinieron por las palabras que profirió. Sucede lo mismo con nosotros hoy. Cuando hablamos de la vida gloriosa de iglesia, algunos quizá sacudan su cabeza con incredulidad y se pregunten si es posible que eso funcione en los Estados Unidos. Algunos han dicho que eso es imposible. Pero sí funciona. Durante estos quince años que he estado en Estados Unidos, este sueño se ha cumplido.
Recibí esta visión hace cincuenta años, y donde he estado, en China, en Taiwán, o en los Estados Unidos, he hablado conforme a ella. Para aquellos que han dicho no a la visión, ésta no se ha cumplido. Para aquellos que dijeron: “Sí se puede”, para ellos fue posible. Cuanto más decimos que la iglesia es gloriosa, más gloriosa es. Creo firmemente que la iglesia en Anaheim será gloriosa, pues nosotros mismos entraremos en esta gloria por nuestras palabras. Prepárese primeramente para afrontar problemas por lo que dice, y luego para salir de dichos problemas y al fin entrar en el cumplimiento de sus sueños también por lo que dice. Estas tres cosas nos sucederán a todos nosotros.
Algunos de ustedes quizá conozcan el libro difamatorio llamado The God-men [Los Dios-hombres]. El prefacio de dicho libro fue escrito por un hombre que se llama David Adeney, a quien conocí hace más de veinte años cuando él participaba en una obra estudiantil en el Lejano Oriente. El valoraba nuestras reuniones, y a veces asistía a la reunión de la mesa del Señor en Hong-Kong. En cierta ocasión, él fue a Taiwán para llevar a cabo una obra en las universidades. Se dio cuenta de que nuestra obra en la Universidad Nacional de Taiwán era mejor que las demás. El admiraba nuestra predicación del evangelio porque era poderosa. Un día vino a verme y me dijo que nuestra obra en las universidades era muy buena y que él se preguntaba si podía trabajar con nosotros. Le dije que yo respetaba su obra de evangelización y que en cuanto al evangelio podíamos trabajar juntos. No obstante, le hice notar que su meta era distinta de la nuestra. La meta de nuestra predicación consistía en edificar la iglesia local, pero su predicación fomentaría las denominaciones. En nuestra conversación, fui muy franco con él. Le dije: “Hermano, usted debe ver claramente cuál es nuestra posición y cuál es la suya. Tenemos dos metas distintas. Nuestra meta es edificar la iglesia local, el recobro del Señor, mientras que su labor ayudará finalmente a las denominaciones”. Mientras conversábamos le dije que, según lo que me decía, él estaba fuera de Babilonia, pero solamente a medio camino hacia Jerusalén; todavía no estaba en Jerusalén. Hace poco, recibí una nota de un hermano joven que me decía que el hermano Adeney le había dicho que en Taipéi yo le había dicho una vez que él estaba fuera de Babilonia, pero que todavía no estaba en Jerusalén. Yo me alegré de oír que él todavía recordaba lo que le dije.
Me resulta difícil creer que este hermano, que me habló de una manera tan amable, haya podido escribir el prefacio de este libro difamatorio titulado The God-men. Si tuviera que hablar con él cara a cara, le preguntaría: “Hermano Adeney, ¿acaso no cree usted que somos Dios-hombres? ¿Cómo pudo escribir usted el prefacio de un libro que nos difama en este asunto?”. En su prefacio, él da un impresión negativa y ambigua acerca de mí. Lamento mucho que él haya participado en esta calumnia.
Todos estos problemas vienen por mi hablar. La oposición a la cual nos enfrentamos por parte de Melodyland y de “El hombre que tiene las respuestas a los interrogantes de la Biblia” es el resultado de mi predicación. Hoy en día, me sigo metiendo en problemas por mi predicación. Cuanto más oposición haya, más hablaré. Sigo hablando y deseo hablar aún más. Es posible que me meta en problemas por mi hablar, pero los que se oponen a esta predicación saldrán perdiendo por su oposición.
Supongamos que José no hubiera tenido la fe ni el denuedo de interpretar los sueños del copero y el panadero cuando ellos le consultaron. El pudo haber dicho: “Saben, amigos, hace más de doce años, tuve dos sueños. Interpreté estos sueños, pero hasta la fecha no he visto que se cumplan. Yo no sé si estos sueños son verdaderos o no. No me atrevo a afirmarlo”. Entre los que recibieron la visión de la iglesia durante los últimos cincuenta años, muchos han tenido una actitud parecida. Algunos dijeron: “Hermano Lee, no nos atrevemos a decir que usted esté equivocado en lo que hace. Nosotros también hemos visto algo así, pero no estamos seguros. El tiempo lo dirá”. Si José hubiera hablado así a sus compañeros de cárcel, no habría sucedido nada.
¿Qué cree usted que habría sucedido si José no hubiera tenido la osadía de hablar con el faraón? Supongamos que José hubiera dicho: “Faraón, he tenido algunos sueños pero no se han cumplido. La interpretación que le di al copero se cumplió, pero no sé si mis propios sueños se cumplirán algún día. En todo caso, si usted desea, le interpretaré sus sueños”. Si la actitud de José hubiera sido ésta, el faraón lo habría regresado a la cárcel; no habría desperdiciado su tiempo con José. Pero aunque los sueños de José no se habían cumplido, él tuvo el denuedo de decirle al faraón que Dios le daría una respuesta propicia (Gn. 41:16). Todos debemos aprender a hacer eso. Por la visión que tengo, no puedo guardar silencio. Cuando yo hablo, descanso, me alegro y quedo contento. Cuanto más hablo, más liberado soy.