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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 117

La madurez: el aspecto reinante del Israel maduro

(5)

  El reconocimiento de José por parte de sus hermanos constituye la historia más larga del libro de Génesis, pues ocupa tres capítulos y medio, desde el principio del capítulo cuarenta y dos hasta la mitad del cuarenta y cinco. Cuando yo era joven, pensaba que José había sido demasiado duro con sus hermanos. Pensaba que era normal que José fuese áspero con ellos la primera vez que fueron a Egipto a comprar grano. Como hombre de Dios, él tuvo paciencia para disciplinarlos, y por lo menos durante seis meses, tuvieron que pasar una prueba. Pero yo pensaba que cuando ellos fueron a Egipto por segunda vez, José debía dejar de disciplinarlos. En mi opinión, José debía habérseles revelado en esa ocasión, mas José no lo hizo.

  Durante cierto tiempo me preguntaba por qué había actuado José así. Ciertamente, la primera prueba que pasaron sus hermanos fue necesaria. Todos estamos de acuerdo en que José los probara la primera vez. Pero quizá usted también se haya preguntado por qué José puso a prueba de nuevo a sus hermanos. Por una parte, él les hizo un banquete y comió con ellos, y por otra, les causó problemas. ¿Qué se proponía José al hacer eso? Creo que José esperaba que sus hermanos notaran ciertos indicios y luego lo reconocieran. No habría necesidad de que José se les revelara directamente.

  Si queremos entender el capítulo cuarenta y tres, debemos recordar que José tipifica a Cristo y que también es el aspecto reinante de la vida madura. Como José tipificaba a Cristo, no debemos criticar lo que hizo. Nosotros nos encontramos muy por debajo de la norma de José. Todo lo que él hizo era lo que se debía hacer, sea que nosotros estemos de acuerdo o no. El Cristo tipificado por José no comete equivocaciones. Nosotros no habríamos hecho lo que hizo José porque no somos tan maduros como él; no representamos el aspecto reinante de la vida madura, sino la desobediencia. Esta es la razón por la cual no estamos de acuerdo con él. Pero si nos elevamos a la norma de José, reconoceremos que lo que hizo con sus hermanos fue lo mejor que pudo haber hecho. Al disciplinarlos, no encontramos nada infantil ni insensato. Por el contrario, su disciplina estaba llena de sabiduría y de discernimiento. El puso a prueba a sus hermanos para disciplinarlos. No hizo nada para su propio beneficio.

(i) Los hijos de Israel se ven aún más obligados a volverse a Cristo

  Así como los hermanos de José fueron obligados a volver a él nuevamente, también los hijos de Israel se verán obligados a volverse a Cristo (Gn. 43:1-15). Según la Biblia, la casa de Israel se volverá a Cristo al final de esta era y reconocerá a Jesús de Nazaret como su Mesías. No obstante, antes deberán ser probados. El libro de Zacarías revela que el remanente de Israel será puesto a prueba. Muchos israelitas serán muertos. Cuando la casa de Israel se vuelva a Cristo, quedarán pocos israelitas. Serán probados porque se niegan a volverse a Aquel a quien necesitan.

  Observe la nación de Israel en la actualidad. ¡Cuánto se esfuerzan por protegerse! Desde 1918 he observado la situación mundial. Antes de que la nación de Israel se volviera a formar, los judíos estaban esparcidos, y la gente les prestaba poca atención. Pero desde 1967 el Medio Oriente ha sido el enfoque de las noticias mundiales, la región más crucial de la tierra. Casi todo el mundo se opone a Israel. Los países árabes y las Naciones Unidas lo condenan. A veces, ni siquiera Estados Unidos lo apoya. Por tanto, debe luchar por su supervivencia. Israel es censurado por los demás países porque posee los montes de Golán y la franja que está al occidente del río Jordán. Israel persiste en conservar estos territorios porque los necesita para sobrevivir. Si la nación de Israel se volviese a Cristo, todo se solucionaría. Pero Israel sólo volverá a Cristo cuando se vea obligado a hacerlo.

(j) Todavía no conocen a Cristo

  Los hermanos de José no reconocieron a José (Gn. 43:18-21), y los judíos de hoy no reconocen a Cristo. Los hermanos de José no sabían que él gobernaba a Egipto. Sin embargo, la insatisfacción que sentían por la falta de alimento los obligó a volverse a José. Según las profecías del Antiguo Testamento, la casa de Israel se volverá a Cristo solamente por la necesidad de preservar su existencia. Si ellos no regresan a Cristo, no tendrán ninguna posibilidad de sobrevivir.

  El hambre fue tan severa que obligó a los hermanos de José a volver a él. La primera vez que vinieron a Egipto, obtuvieron alimento para poder subsistir. De modo que regresaron a casa y estuvieron lejos de José otra temporada. Esto representa la disciplina que Cristo imparte a la casa de Israel hoy en día. Si Israel no se ve obligado a volverse a Cristo por la necesidad de sobrevivir, nunca se volverá a El. Los hermanos de José se vieron forzados a volver a aquel a quien no querían ver, porque la comida que habían traído a casa se les había agotado y el hambre persistía. Creo que después del primer contacto de José con sus hermanos, éstos recibieron una mala impresión de él. Quizá hayan dicho: “Ojalá nunca tengamos que volver a acudir a este hombre. No queremos verlo nunca más. El nos trató muy mal”. La casa de Israel reacciona igualmente con respecto a Cristo. No quieren ni hablar de Jesucristo. Pero el volante no está en sus manos, sino en las manos de El. Un día se volverán a El.

  José era sabio y tenía mucha experiencia. No permitió que el entusiasmo de ver otra vez a sus hermanos ni el deseo de volver a ver a su padre lo llevara a actuar con insensatez. Por el contrario, él fue sabio, mantuvo la calma y disciplinó a sus hermanos, sacrificando el deseo de ver a su padre. Si yo hubiera sido José, me habría revelado a mis hermanos tan pronto hubieran venido la segunda vez, y les habría dicho que se apresuraran a traerme a mi padre. Ni siquiera habría tomado el tiempo de festejar con ellos antes de regresarlos para que volviesen pronto con mi padre. Pero si José hubiera actuado así, no habría sido la persona indicada para gobernar el mundo. José era una persona llena de discernimiento y sabiduría. Por consiguiente, él tipifica plenamente a Cristo. Cristo no hace nada motivado por el entusiasmo. La situación mundial está en Sus manos. El vehículo no es conducido por ningún líder mundial, sino por el Señor Jesús. El dirige la situación del Medio Oriente.

  Desde que los hermanos de José vinieron por primera vez a Egipto, pasaron por una prueba. No creo que tuvieron momentos agradables después de encontrarse con José en Egipto. No podían olvidar que Simeón estaba en la cárcel allí. También se dieron cuenta de que la provisión de alimento que habían adquirido en Egipto era limitada. Sabían que algún día se agotaría y que tendrían que regresar a Egipto, y que volverían a presentarse ante aquel hombre. La necesidad que tenían de comer los obligó a volver a él.

  Fue necesario que los hermanos de José pasaran por cierto proceso para reconocerlo. Según las profecías bíblicas, la casa de Israel deberá pasar por un proceso similar para reconocer a Cristo como su Mesías. Cristo disciplinará continuamente a la casa de Israel hasta que se vea obligada a volverse a El. En resumen, Israel no tendrá ninguna otra posibilidad de subsistir.

  Cuando Jacob envió a sus hijos de nuevo a Egipto a comprar más alimentos, ellos le dijeron que no podían volver a Egipto a menos que los acompañara Benjamín, el hermano menor. Sin Benjamín, no tendrían el valor de enfrentarse a ese hombre en Egipto. Se dieron cuenta de que sería inútil volver a Egipto sin él. ¡Qué prueba más grande! Finalmente, Jacob tuvo que aceptar esta condición. Jacob parecía decir: “Por el bien de sus vidas y de las vidas de sus hijos, estoy dispuesto a sacrificar a mi hijo menor. Lo entrego a ustedes. Vayan a Egipto y compren comida”. ¿Cree usted que los hermanos de José estaban contentos cuando viajaban de la tierra de Canaán a Egipto? ¿Cree usted que ellos cantaban y decían: “Alabado sea el Señor, volvemos a Egipto?”. ¡Seguro que no! Por el contrario, en todo el camino hacia Egipto tal vez se hayan dicho uno a otro: “¿Qué haremos con ese hombre que puso a Simeón en la cárcel? Es probable que lo primero que haga sea echar a nuestro hermano menor en la cárcel. Quizá busque un motivo para tomarnos a todos como esclavos. Tal vez se apodere de nuestros asnos. ¿Qué haremos?”. Estoy seguro de que los hermanos de José tenían miedo de convertirse en esclavos y de perder sus asnos, que indudablemente eran valiosos para ellos. Creo que en su viaje a Egipto buscaban una estrategia para enfrentarse a José.

(k) Cristo les muestra más amor

  Cuando los hermanos de José volvieron, éste les mostró amor al festejar con ellos en su residencia. Aunque ellos no lo reconocieron, él deseaba mostrarles su acercamiento a ellos aunque los estaba poniendo a prueba. En los tiempos del fin, Cristo hará lo mismo con Israel. Por una parte, El los pondrá a prueba, y por otra, los cuidará con amor.

(l) Siguen desconociendo el amor de Cristo

  Aunque el Mesías de los israelitas siga mostrándoles amor, ellos seguirán sin reconocer el amor de Cristo. Estoy seguro de que Cristo está a favor de Israel. Si nosotros estamos del lado de Israel, esto no tiene importancia, pues sólo somos hombres. Pero el hecho de que Cristo esté a favor de Israel tiene una importancia vital. No obstante, hoy en día, Israel desconoce el amor de Cristo. Finalmente, después de que ellos se vean obligados a volver a Cristo, El se verá obligado a revelarse a ellos. En ese entonces, la casa de Israel lo reconocerá como su Mesías.

  Ahora llegamos a otro paréntesis. En este mensaje tengo la carga de recalcar este paréntesis. En 43:1-15 los hermanos de José todavía aprendían su lección, y en 43:16-34 José les dejó todavía en la prueba; les mostró amor, pero no se les reveló directamente. José puso a prueba a sus hermanos con la esperanza de que lo reconocieran, pero fueron necios. Si nosotros estuviéramos en la posición de ellos, habríamos reconocido a José por las muchas indicaciones de su identidad. Examinemos ahora estas indicaciones.

  Cuando los hermanos de José regresaron, José no dijo ni una sola palabra, sino que le encargó a su mayordomo que invitara a sus hermanos a su residencia, a la casa del gobernador de la tierra. Si yo hubiese sido uno de los hermanos de José, habría dicho: “Nosotros somos extranjeros que visitan a este país. No merecemos toda esta atención. ¿Por qué este gobernador nos invita a su casa para comer con él?”. Quizá ustedes digan que los hermanos de José pensaban que él les preparaba una trampa para convertirlos en esclavos. Es posible que ellos hayan tenido este pensamiento. En todo caso, no valoraron la invitación de José, sino que tuvieron temor. Por tanto, dijeron al mayordomo que la vez anterior que habían comprado grano, habían pagado el dinero, pero que el dinero había sido puesto en sus sacos. Le dijeron que ellos no habían hecho tal cosa. El mayordomo dijo: “Paz a vosotros, no temáis; vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os dio el tesoro en vuestros costales” (43:23). El mayordomo parecía decir: “No es que el dinero os haya sido devuelto, sino que vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os lo regaló”. Después de la primera visita que le hicieron los hermanos de José, es posible que él haya hablado a su mayordomo acerca de ellos; es posible que por lo menos le haya dicho que ellos eran hebreos y que habían venido a Egipto desde su tierra. El debe haber dicho al mayordomo que ellos conocían a Dios y le temían. Si no, ¿cómo pudo un mayordomo egipcio haber contestado de esta manera? ¿De quién había recibido el mayordomo este conocimiento? Indudablemente, lo había recibido de José. Esto debía indicar a los hermanos de José que alguien de la casa de José conocía el pasado de ellos. Después de indicarles que no había ningún problema acerca del dinero, “llevó aquel varón a los hombres a casa de José; y les dio agua, y lavaron sus pies, y dio de comer a sus asnos” (43:24). El también les trajo a Simeón. Así que los problemas acerca del dinero y de Simeón estaban resueltos.

  Por fin vino José y preguntó: “¿Vuestro padre, el anciano que dijisteis, lo pasa bien? ¿Vive todavía?” (43:27). Por mucho que José hubiera disimulado, debe de haber mostrado algún indicio de afecto en la manera de preguntar por su padre. José no era una piedra, sino un hombre lleno de afecto. El tono de su voz al preguntar por su padre debe haber indicado quién era. Leamos el versículo 29: “Y alzando José sus ojos vio a Benjamín su hermano, hijo de su madre, y dijo: ¿Es este vuestro hermano menor, de quien me hablasteis? Y dijo: Dios tenga misericordia de ti, hijo mío”. Después de decir eso, José corrió a su cuarto y lloró. En ese momento los hermanos de José deben de haberse preguntado: “¿Qué significa esto? ¿Por qué el gobernador nos preguntó por nuestro padre con tanto afecto? ¿Y por qué no acabó su conversación con nuestro hermano menor? El salió y regresó con su cara lavada. ¿Qué es todo esto?”. Cuando regresó José, hizo sentar a sus hermanos delante de él, “el mayor conforme a su primogenitura, y el menor conforme a su menor edad” (43:33). Los hermanos se asombraron. Ciertamente, con esta acción deberían de haberse dado cuenta de que este gobernador era José. Seguramente había algunas señales particulares en el semblante de José que ellos podrían haber reconocido, aun después de veintidós años. Si ellos hubieran relacionado todas estas indicaciones, habrían dicho: “Este es José”. Debieron haber recordado que José fue llevado a Egipto, y debieron haberse percatado de que este hombre era José.

  Dice en el versículo 34: “Y José tomó viandas de delante de sí para ellos; mas la porción de Benjamín era cinco veces mayor que cualquiera de las de ellos”. Había un propósito en el hecho de que José le diera a Benjamín una porción cinco veces mayor que la de los otros hermanos. Su intención probablemente era insinuarles a sus hermanos que él era José y que amaba a su hermano menor. Si yo hubiera estado allí, me habría atrevido a preguntarle a ese hombre si él era José. Pero ninguno de sus hermanos hizo eso, pues no tenían ningún discernimiento.

  Pasa lo mismo actualmente con el conocimiento que tenemos del Señor. El Señor se nos reveló, y nosotros lo vimos pero no lo reconocimos. El hizo muchas cosas por nosotros con buena intención, pero nosotros tuvimos temor de lo que El hacía. Todo lo que El ha hecho ha sido motivado por Su amor, pero nosotros pensamos mal al respecto.

  José tenía una intención amorosa al invitar a sus hermanos a un banquete en su casa. Pero ellos pensaron mal y creyeron que planeaba apoderarse de ellos y hacerlos esclavos. En el versículo 18 leemos: “Entonces aquellos hombres tuvieron temor, cuando fueron llevados a casa de José, y decían: Por el dinero que fue devuelto en nuestros costales la primera vez nos han traído aquí, para tendernos lazo, y atacarnos, y tomarnos por siervos a nosotros, y a nuestros asnos”. El dinero y los asnos eran velos que impedían que los hermanos de José lo reconocieran. Los asnos tenían mucho valor para ellos, pero no tenían importancia para José. Más adelante, cuando José hizo que sus hermanos regresaran a su padre, él envió carros y jinetes. Su dinero y sus asnos eran valiosos para ellos. Eso era todo lo que tenían. Ellos tenían mucho temor de ser esclavos. Lo mismo sucede con nosotros hoy en día. El Señor puede estar directamente frente a nosotros y haber hecho mucho por nosotros, pero no podemos reconocerlo a El ni lo que ha hecho. Por el contrario, tenemos temor. Los hermanos de José debieron darse cuenta de que el gobernador del mundo no se interesaría en sus asnos. Nosotros somos así. Cuando llegamos a Cristo y entramos en la vida de iglesia, quizá nos hayamos preocupado por nuestro dinero, nuestro bienestar o nuestra familia. Los hermanos de José eran pobres. Pero se encontraban bajo el maravilloso cuidado del gobernador de la tierra. Si yo hubiera estado allí, habría dicho: “Olvídense del dinero y de los asnos. Yo sólo quiero a José, lo amo”. Con respecto a conocer al Señor, todos somos tan insensatos como los hermanos de José. En lugar de mirarlo a El, nos fijamos en nosotros mismos, en nuestro dinero y en nuestros asnos. Los hermanos de José debieron fijar sus ojos en José y haberlo mirado solamente a él. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que el hombre se parecía a José, pero mirar a José significaba que ellos tenían que olvidarse de su dinero. Sin embargo, ellos mantuvieron sus ojos en el dinero y quizá se hayan dicho el uno al otro: “¿Te das cuenta de que esto es mucho dinero? Debemos tener cuidado de no perderlo”. Dudo que los hermanos de José fijaran sus ojos correctamente en el semblante de él. Si lo hubieran hecho, lo habrían reconocido. Es posible que Leví hubiera dicho a Rubén: “Estoy bastante seguro de que este hombre es José. No tengamos miedo, y tengamos el valor de preguntarle si él es realmente José”.

  Hoy en día son pocos los que conocen al Señor de esta manera. Algunos reconocen las señales y las acciones del Señor y son conscientes de que el Señor propició lo que les sucedió. En el conocimiento que tenemos del Señor, la mayoría de nosotros somos exactamente iguales a los hermanos de José. No miramos a Cristo. Por el contrario, ponemos la mira en nuestro dinero, nuestras posesiones y en nosotros mismos. Los hermanos de José no trataron de determinar la razón por la cual un gobernador elevado hacía todo esto por ellos. Ellos estaban totalmente ocupados con sus propios intereses. No tenían la menor idea de que el hombre que los disciplinaba podía ser José. Lo mismo ocurre con nosotros. Por muy buenas cosas que el Señor haya hecho por nosotros, seguimos sin entender qué es lo que el Señor está haciendo. El Señor lo hace todo con buena intención, pero nosotros consideramos esto como una maldición. Aun cuando supiéramos que se trata de una bendición, no la recibiríamos.

  Los hermanos de José no tenían discernimiento. Después de sentarlos conforme al orden de primogenitura, aun así, no se dieron cuenta de quién era él. Ellos ya tenían ideas preconcebidas antes de salir de casa con rumbo a Egipto. El corazón de José era bueno, pero los pensamientos que tenían ellos acerca de él eran malos. Ellos estaban totalmente ocupados en sus pensamientos malignos. Nosotros haríamos lo mismo si tuviéramos prejuicios acerca de alguien que, aun con buena intención, nos invitara a su casa a cenar. Debido a nuestros malos pensamientos, quizá temeríamos ser envenenados con la comida. Es posible que no pudiéramos rechazar la invitación, pero tendríamos miedo de comer los alimentos puestos delante de nosotros. La intención de nuestro anfitrión es afectuosa, pero nuestro pensamiento es maligno. Los hermanos de José estaban llenos de tales pensamientos. Dichos pensamientos son las gafas oscuras que les impedía ver quien era José.

  Aparte de todas estas indicaciones acerca de la identidad de José, hubo otras dos. Vemos en el versículo 32: “Y pusieron para él aparte, y separadamente para ellos, y aparte para los egipcios que con él comían; porque los egipcios no pueden comer pan con los hebreos, lo cual es abominación a los egipcios”. Se prepararon tres mesas, una para José, otra para los egipcios y otra para los hermanos. Esto indica que los egipcios no comían como los hebreos. ¿De qué manera supone usted que José comía, como egipcio o como hebreo? Sin duda comía como los hebreos. Los hermanos de José debieron reconocer que ése era un egipcio que comía como hebreo, de una forma abominable para los egipcios. José ordenó que las mesas fuesen puestas de esta manera para darles a entender a sus hermanos que él era hebreo. Los hermanos deberían haber notado que este gobernador era hebreo. ¡Cuán necios fueron los hermanos de José! Si yo hubiera estado allí, habría dicho: “Leví, este hombre es hebreo! Además, es más joven que nosotros. Mira su cara. ¿No será acaso José?”. José hablaba el idioma egipcio, pero debían haber reconocido su voz y su acento. Una vez más volvieron a fallar y no lo reconocieron.

  Vemos otra indicación en el versículo 26: “Y vino José a casa, y ellos le trajeron el presente que tenían en su mano dentro de la casa, y se inclinaron ante él hasta la tierra”. Cuando los hermanos de José se inclinaron ante él, ellos debieron haber recordado sus sueños. Hacía veintidós años que José había tenido el sueño, y ahora se cumplía. Si usted hubiera sido uno de los hermanos de José, inclinándose delante de él, quizá habría dicho: “Este puede ser José, el maestro de los sueños”. Los hermanos de José habían oído el sueño y estaban cumpliéndolo, pero no reconocieron a José.

  Quizá usted se pregunte por qué José no se reveló a sus hermanos en esta ocasión. Si lo hubiera hecho, habría actuado muy infantilmente. El prefirió darles algunas indicaciones para ayudarles a reconocer quién era. ¡Cuán dulce habría sido si ellos lo hubieran reconocido! Sin embargo, debido a sus preocupaciones y a su necedad, no sucedió eso.

  Hoy en día todos nosotros estamos bajo la mano de nuestro José. Todo lo que debemos hacer y adonde debemos ir lo determina El. Cuánto tardemos en volvernos a El depende de cuánta comida nos dé. Si El nos da provisiones para diez años, entonces volveremos a El a los diez años; pero El no nos dará tanto. El nos dará una cantidad limitada para obligarnos a volver a El pronto. José sabía que sus hermanos regresarían después de un tiempo. El sabía cuántas personas había en la familia de su padre y sabía cuánto alimento darles. Ellos estaban bajo el control de José. ¡Aleluya, hoy en día, estamos bajo la mano soberana del Señor! No se preocupe por el presente ni por el futuro. Usted no está bajo su propio control, sino bajo el control del Señor. No confíe en sus asnos, es decir, en su diploma o su trabajo. Su destino se encuentra en la mano del Señor Jesús, y su futuro lo controla El. Quisiera compartir con ustedes las buenas nuevas de que el Señor todavía nos cuida amorosa y providencialmente. Todo lo que El ha hecho, lo que está haciendo y lo que hará es motivado exclusivamente por el amor. Con amor El nos induce a conocerle por las varias señales que nos da. Todo lo que El ha hecho son indicaciones que nos conducen a conocerlo. Deje de preocuparse, de fijar sus ojos en su dinero, en sus asnos o en usted mismo. Mire a Jesús y fije sus ojos en El. Si usted hace eso, lo verá a El, lo reconocerá y podrá conocerlo.

  Me agrada la historia de José y de sus hermanos porque es paralela a mi condición en cuanto a conocer al Señor. ¡Cuán necio he sido! El Señor siempre ha sido bueno conmigo, pero yo me he preocupado continuamente por la posibilidad de ser lastimado o de perder algo. Todo lo que hizo José con sus hermanos fue motivado por el amor. Sucede lo mismo con el Señor Jesús en Su relación con nosotros. Si examinamos nuestro pasado delante del Señor, brotarán nuestras lágrimas, y diremos: “Señor, me doy cuenta de que mi pasado ha sido como el de José y sus hermanos. Tú siempre has sido bueno conmigo, pero no he reconocido Tu amor por estar ocupado con pensamientos malignos y con mis preocupaciones. Señor, no me he ocupado de Ti, y nunca fijé mis ojos en Ti ni te presté atención. Señor, perdóname y ayúdame de ahora en adelante a mantener mis ojos lejos de todo lo que no seas Tú. Señor, no me preocupa nada, ni siquiera la invitación. Sólo me interesas Tú y estar en Tu presencia. Señor, mientras esté aquí en Tu presencia, estaré satisfecho”. Esta es la manera de conocer al Señor.

  Si los hermanos de José hubieran hecho eso, sin preocuparse por su dinero, sus asnos, o por ellos mismos, y hubieran centrado sus ojos en José, ciertamente habrían visto algunos rasgos en su rostro que les habría permitido reconocerlo. También lo habrían reconocido en lo que él hizo por ellos. Si así hubiese sido, habrían dicho: “No deberíamos olvidar que vendimos a José como esclavo a Egipto. Recordemos que sus siervos hablaron de nuestro Dios y del Dios de nuestro padre. También fuimos sentados a la mesa conforme a la primogenitura. Veamos además la manera en que este hombre trató a Benjamín, y el afecto en su voz cuando nos preguntó por nuestro padre. Cuando él habló a Benjamín, casi lloró”. ¡Cuántas indicaciones hubo para que los hermanos de José reconocieran que este hombre era José!

  Lo mismo sucede con nosotros hoy en cuanto a conocer al Señor. ¿Cree usted que todas las cosas buenas que le han sucedido vienen del azar? ¡No! Todo sucede con un propósito. Sin embargo, anteriormente no nos dábamos cuenta de lo que Dios estaba haciendo. Que el Señor nos ayude a conocer a nuestro José. El no tiene ninguna mala intención para con nosotros. Por el contrario, se preocupa por nosotros con amor, y Su intención es guiarnos a conocerlo. Lo mejor es conocerlo a El.

  Aun después de que los hermanos de José habían sido disciplinados en gran manera, no se daban cuenta de que estaban frente a José. Como lo veremos en otro mensaje, la ignorancia de ellos forzó finalmente a José a dejar de ser paciente y a revelarse a ellos. Mi intención en este mensaje es que veamos claramente la manera de conocer al Señor. Puedo testificar que muchas veces el Señor me ha mostrado Su amor y me ha disciplinado en cierta medida, pero no lo he reconocido a El ni he entendido lo que El estaba haciendo. He sido un completo ignorante. Sin embargo, ahora nosotros tenemos una visión clara. Ahora reconocemos a José y entendemos que el Señor todo lo hace con la intención de ayudarnos a conocerlo. Espero que todos aprendamos esta lección.

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