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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 118

La madurez: el aspecto reinante del Israel maduro

(6)

  Al examinar la historia de José, debemos recordar que su relato incluye dos líneas: la línea de José como figura de Cristo y la línea de la vida. En el Antiguo Testamento resulta difícil hallar a otra persona que tipifique a Cristo de manera tan perfecta. El tipificaba a Cristo en muchos detalles.

(m) Cristo pone a prueba por última vez al remanente de Israel

  En Gn. 44:1-13 José puso a prueba a sus hermanos por última vez y les dio aún más tiempo para que lo reconocieran. Cristo hará lo mismo con la nación de Israel. Las profecías bíblicas afirman que Cristo probará a los ciegos hijos de Israel, pero no nos dan detalles, mientras que el relato de la disciplina que José aplicó a sus hermanos nos proporciona un cuadro detallado de esto. Aun en la actualidad la nación de Israel ignora que Cristo los pone a prueba. Cuando seguimos las noticias del panorama mundial, debemos tener un punto de vista distinto al de la gente mundana. Cuando leo las noticias, me doy cuenta de que los sucesos del Medio Oriente forman parte de la prueba que recibe Israel de Cristo. El primer ministro israelí y su gobierno no saben que Cristo los tiene a prueba. Ellos afirman que necesitan los montes de Golán y los asentamientos que se extienden a lo largo del Sinaí para poder sobrevivir. Pero Cristo conoce la situación mejor que ellos y sabe lo que necesitan para su seguridad. ¿No cree usted que los sucesos actuales en Israel demuestran esto? Yo lo creo firmemente. Esta es la prueba que puso José a sus hermanos para enseñarles y disciplinarlos. Pienso que esta prueba seguirá año tras año. El Señor Jesucristo sabe cómo disciplinar a la nación de Israel.

(n) Aun así no lo reconocen

  Mientras José les daba a sus hermanos una prueba más, ellos seguían sin reconocerlo (Gn. 44:14-34). Sucede lo mismo con la nación de Israel, mientras Cristo sigue probándolos. ¡Qué paciencia tuvo José! Yo no tengo esa paciencia ni la que tiene el Señor Jesús con Israel hoy en día. Si yo hubiera sido José, me habría revelado a mis hermanos mucho antes. Y si yo fuera el Señor Jesús, le diría inmediatamente a todo el mundo que los israelitas son mis hermanos. Pero José disciplinó a sus hermanos con paciencia. Ellos no lo reconocieron, y los egipcios ignoraban lo que estaba pasando. Sólo José sabía lo que hacía. La situación es idéntica hoy. Sólo el Señor Jesús sabe lo que sucede, pero ni las Naciones Unidas ni el gobernador de ningún país lo notan. Aunque El esté creando dificultades para la nación de Israel, hay un propósito específico en todo lo que hace.

(o) Cristo reconoce al Israel ciego

  Finalmente, José reconoció a sus hermanos ciegos (Gn. 45:1-4, 14-15). Creo que se acerca el día en que Cristo reconocerá a la ciega nación de Israel (Ro. 11:26). El reconocimiento de las Naciones Unidas no significa mucho. Lo que importa es el reconocimiento de Cristo. Llegará el día en que Cristo dirá al mundo: “No toquen a la nación de Israel. Todo aquel que la toque toca la niña de Mis ojos. Los israelitas son Mis hermanos”.

(p) Llegan a reconocer a Cristo

  Los hermanos de José finalmente lo reconocieron (Gn. 45:15), y los israelitas reconocerán a Cristo (Zac. 12:10). Cristo seguirá disciplinándolos con paciencia hasta que ellos lo reconozcan. Hace poco leí que algunos eruditos judíos habían empezado a estudiar el caso de Jesús. Parece que estos eruditos tienen el deseo de saber más de Jesús. En lugar de darse a conocer a los judíos ahora, Cristo les está dando más tiempo para que ellos lo reconozcan a El. Estos eruditos judíos que estudian el caso de Jesús reconocen que Cristo ha ganado mucho crédito para el pueblo judío, pues Cristo vino de la nación de Israel. El era y sigue siendo un judío. Si Cristo hubiera venido del país de usted, usted ciertamente habría estado orgulloso de El.

  Si tenemos en cuenta todos estos aspectos mientras leemos las noticias del Medio Oriente, nos alegraremos y alabaremos al Señor. Todo lo que ocurre hoy en día está prefigurado en la acción que tomó José para con sus hermanos. En cierto sentido, lo que vemos ahora es una película de lo que ya sucedió. Mientras hablamos de estos capítulos de Génesis, los acontecimientos prefigurados en ellos se están produciendo en el Medio Oriente. Lo que sucede ahora es el cumplimiento de lo que describe esta porción de la Palabra. ¡Alabado sea el Señor por Su sabiduría y Su paciencia! El sabe lo que está haciendo con Israel. Dentro de poco, Cristo reconocerá públicamente a la nación de Israel. Lo hará al descender de los cielos a la tierra. El Salvador que salió de Sion vendrá a la tierra de Israel y reconocerá a Israel como Su nación.

  Ahora llegamos a otro paréntesis, el cual abarca ciertos asuntos en la línea de vida. Me agrada la línea de José como figura de Cristo, pero me parece que la línea de la vida es más práctica. La línea de la tipología tiene que ver con Israel, pero la línea de la vida nos concierne a usted y a mí.

  Hubo muchas indicaciones claras para identificar a José, pero sus hermanos no pudieron reconocerlo porque estaban ciegos y preocupados. Puesto que sus hermanos estaban tan ciegos y no lo reconocían, él se vio obligado a dar el paso adicional de revelarse a ellos. José debe de haber orado acerca de la forma en que obró con sus hermanos. El no los disciplinó conforme a sus sentimientos ni deseos personales, sino conforme a la dirección del Señor. Todo lo que José hizo a sus hermanos lo hizo conforme a la guía del Señor.

  Nadie más pudo haber tenido la paciencia de José. Como ya vimos, transcurrieron veintidós años antes de que sus sueños se cumplieran. Después de un período tan largo, José tenía muchos deseos de ver a su padre. ¿Cómo pudo un hombre tener tanta paciencia? ¿Cómo pudo controlar sus emociones, su amor y su deseo de ver a su padre? Su paciencia y su dominio propio deben de haber venido del Señor.

  Después de la última prueba, al menos uno de los hermanos de José, Judá, había mejorado. Esto queda demostrado por la manera en que habló a José de su preocupación por su padre y por su hermano menor (44:18-34). Cuando los hermanos de José lo vendieron, ellos lo aborrecieron y no se preocuparon por su padre ni por su hermano menor; actuaron guiados por su odio. Pero la manera en que Judá habló a José indicaba que él se preocupaba por su padre y por su hermano menor. Esto conmovió mucho a José y lo convenció de que sus hermanos habían aprendido la lección. Por consiguiente, inmediatamente después de eso, él se dio a conocer a ellos. Antes, los hermanos todavía estaban aprendiendo las lecciones. Las lecciones se completaron cuando por lo menos uno de ellos cambió y aprendió a ocuparse de su padre y de su hermano menor. Hasta ese momento, José tuvo muchísima paciencia cuando probó a sus hermanos.

  A mi parecer, José debió haberse revelado a sus hermanos inmediatamente después de comer con ellos. Pero él no obró así, sino que encargó a su mayordomo que llenara sus sacos de grano y que les devolviera su dinero (44:1-2). Sin lugar a dudas, los hermanos de José estaban contentos. Si yo hubiera sido uno de los hermanos, habría dicho a los demás en el camino de vuelta a Canaán: “¿Qué piensan ustedes de ese gobernador? ¿Por qué se portó tan bien con nosotros? El es el gobernador de toda la tierra, y nosotros somos extranjeros que vienen a comprar comida. Sin embargo, él nos invitó a su casa y nos hizo un banquete; hasta le dio a Benjamín una porción cinco veces más grande que la nuestra. Además, él nos sentó en orden de primogenitura. ¿Qué significa todo esto? ¿Quién es este hombre?”. Creo que José esperaba que sus hermanos hablaran así. Esperaba que ellos lo examinasen detalladamente. Pero ellos estaban despreocupados y no lo hicieron. Con seguridad había rasgos en el rostro de José que debían reconocer. Pero sus hermanos estaban tan ciegos que no se dieron cuenta.

  De repente, y para sorpresa de ellos, el mayordomo los alcanzó y les dijo: “¿Por qué habéis vuelto mal por bien?”. (44:4). Entonces los acusó de haber robado la copa de José. Los hermanos dijeron: “¿Por qué dice nuestro señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos. He aquí, el dinero que hallamos en la boca de nuestros costales, te lo volvimos a traer desde la tierra de Canaán; ¿cómo, pues, habíamos de hurtar de casa de tu señor plata ni oro?” (44:7-8). Según el plan de José, la copa fue hallada en el costal de Benjamín (44:12). Esto debe de haber incitado a los hermanos a preguntarse por qué el gobernador de Egipto había prestado tanta atención a su hermano menor. Los hermanos de José estaban atemorizados. Como lo declara 44:13: “Rasgaron sus vestidos, y cargó cada uno su asno y volvieron a la ciudad”. Cuando volvieron a ver a José, “se postraron delante de él en tierra” (44:14). Eso también debe de haberles recordado los sueños de José. No obstante, seguían sin entender lo que les pasaba.

  Al leer esta historia, vemos la paciencia de José y su sabiduría. Sólo una persona madura tiene tanta paciencia y sabiduría. Cuanto más maduros somos, más sabiduría y paciencia tenemos. Aunque José tenía solamente alrededor de cuarenta años de edad, en su vida espiritual, él era maduro. Por ser espiritualmente maduro, él tenía una gran sabiduría y mucha paciencia. De tal modo que no era gobernado por sus deseos ni por sus emociones, sino dirigido por su sabiduría y su paciencia.

  En la vida de iglesia hoy todos nosotros, y particularmente los ancianos, necesitamos una vida llena de sabiduría y de paciencia. Las acciones de los ancianos no deben ser motivadas por sus emociones, deseos ni intenciones. Por muy buena que sea la intención de uno, puede perjudicar a los demás si es gobernado por su buena intención. Ninguno de los ancianos ni de los que están al frente en la iglesia o en la obra debe ser gobernado por sus intenciones. Por el contrario, debemos ser gobernados por nuestra sabiduría y paciencia. Ser dirigido por las intenciones y los deseos personales no requiere ninguna madurez. Pero sí se requiere madurez para ser dirigido por la paciencia y la sabiduría.

  José se reveló a sus hermanos sin ninguna muestra de infantilismo. El estaba lleno de paciencia y de sabiduría y se comportó conforme a la madurez en vida que tenía. El fue probado por la necedad y la ceguera de sus hermanos. Pero en vez de ser impulsado por sus intenciones y deseos, se mantuvo totalmente controlado por su sabiduría y dirigido por su paciencia. Con paciencia y sabiduría, dio a sus hermanos todas las pruebas que ellos necesitaban. Nosotros por no ser tan maduros como José, podríamos pensar que él fue demasiado severo y complicado al disciplinar a sus hermanos. Pero José no era una persona problemática. El era una persona plenamente madura y gobernada por la sabiduría y la paciencia. El sabía cuál era el momento oportuno para revelarse a sus hermanos. El se dio a conocer a ellos no dirigido por sus deseos ni sus sentimientos, sino porque era totalmente dirigido por la sabiduría de Dios.

  José les dio otra prueba a sus hermanos con sabiduría. Al darles esta prueba, él les dio otra oportunidad de descubrir su identidad. Sin embargo, como ya vimos, ellos no le reconocieron. Por consiguiente, él dispuso las circunstancias para que tuviesen que volver a él. Cuando ellos regresaron, estaban totalmente sometidos. Judá le dijo: “¿Qué diremos a mi señor? ¿Qué hablaremos, o con qué nos justificaremos?” (44:16). Ni aun cuando Judá habló así, José se reveló a ellos, sino que con paciencia probó a Judá hasta el extremo. No digo que Judá fuera maduro en vida, pero sí que para entonces, había mejorado bastante. Por la manera en que se dirigió a José, vemos que él era un hombre sometido y quebrantado. La actitud y el espíritu con que habló a José acerca de su padre conmovió profundamente a José. Durante la conversación que José tuvo con Judá, quedó convencido de que su hermano había aprendido la lección. Era el momento oportuno para revelarse a ellos. En ese momento, irrumpieron todas sus emociones.

  No se imaginen que José no tenía sentimientos y que era como madera o piedra. ¡No! él estaba lleno de sentimientos. Observen cómo lloró cuando se reveló ante sus hermanos (45:1-15). El pidió a todos sus siervos que salieran, y entonces dio rienda suelta a sus emociones. Esto implica que José era muy emotivo. Ya que vemos que era tan emotivo, ¿cómo pudo haberse contenido y no haber expresado sus emociones por lo menos durante varios meses? El hecho de que pudiera hacer esto es señal de su madurez.

  Si nosotros no sabemos controlar nuestras lágrimas, nuestra risa, nuestra ira, se debe a que somos infantiles en vida. La evidencia más clara de que somos maduros es que podemos controlar nuestras emociones. Como hicimos notar antes en otro mensaje, cuando los dos hijos de Aarón fueron consumidos en la presencia de Dios, vimos indicios de que se le prohibió a Aarón llorar (Lv. 10:1-3). Este pudo haber dicho: “Mis dos hijos acaban de morir ante mis propios ojos, ¿y me pides que no llore? Moisés, tú no eres humano”. Tanto Moisés como Aarón estaban en la presencia del Señor. Moisés pudo servir a Dios en Su presencia porque sabía controlar sus sentimientos y su compasión para con su hermano. Aarón obedeció a Moisés. Nuestro llanto, nuestra risa y nuestra ira dependen de la presencia del Señor. No estamos en el mundo, sino en la presencia del Señor, en el Lugar Santísimo. Cuando usted esté a punto de expresar sus emociones, no debería obrar según sus sentimientos, sino según la presencia de Dios. ¿Le permite la presencia de Dios reír? ¿Le permite llorar? Usted no debería decir: “Acabo de perder a mis hijos y estoy muy triste. Simplemente no me puedo controlar. Tengo que llorar”. Si usted dice tal cosa, será evidente que no es maduro. José llegó a ser gobernador de Egipto porque era maduro. Por esa razón él se gobernaba a sí mismo y a toda la tierra. José lloró con sus hermanos en el tiempo propicio. Aun eso revela que él estaba plenamente bajo el control y la guía de Dios. En los capítulos del cuarenta y dos al cuarenta y cuatro José no lloró en la presencia de sus hermanos, pero sí lo hizo en el capítulo cuarenta y cinco, después de que ellos hubieron pasado por las pruebas y hubieron aprendido lo que necesitaban.

  José estaba muy preocupado por sus hermanos. Vemos su preocupación por ellos en el hecho de que les pidió que no riñeran entre sí en el camino de regreso (45:24). Esto indica que habían estado peleando. Mediante varias pruebas, José disciplinó a sus hermanos. Quizás Rubén o Leví haya dicho: “En toda nuestra vida, nunca recibimos tanto castigo como en estos últimos meses”. Fueron disciplinados por José, quien era paciente y sabio. Todo lo que José hacía con relación a sus hermanos no lo hacía para sí, sino para ellos. En esto vemos la perfección en vida de José. Su perfección no tenía como fin su propio beneficio, sino el de sus hermanos. El usó paciencia y mucha sabiduría; controló continuamente sus emociones, y antes del capítulo cuarenta y cinco, no lloró por sus hermanos, excepto en privado, después de haber visto a Benjamín (43:29-31). El era muy sensible, pero las emociones no lo controlaban a él.

  En nuestra vida matrimonial debemos aprender a controlar nuestras emociones. Algunos afirman que es más difícil vencer el pecado que nos asedia; pero no es tan difícil como controlar nuestras emociones. Vencer nuestras emociones es lo más difícil. ¿Puede usted controlarse cuando está a punto de perder la calma? En este asunto, todos debemos aprender de José. Cuando sus emociones estaban a punto de reventar al ver a Benjamín, él se dio la vuelta para llorar en privado y luego se lavó la cara. Del mismo modo, si ustedes están a punto de perder la calma en casa, deberían de ir al cuarto de baño, desahogar sus emociones a solas, y luego lavarse la cara. No piensen que esta disciplina es para la gente mayor, y no para los jóvenes. José todavía no había cumplido cuarenta años cuando ejerció control sobre sus emociones con respecto a sus hermanos. Cuando mucho, estaba en su mediana edad. Por tanto, ustedes no deben buscar pretextos. Cuando ustedes estén a punto de perder la calma, recuerden lo que hizo José.

  Cuando algunos oigan eso, quizás digan: “Hermano Lee, ¿no dijo usted que la vida de resurrección que hay en nosotros puede vencerlo todo? ¿por qué necesitamos apartarnos de los demás cuando estamos a punto de perder el control de nuestras emociones?”. La razón es que su vida natural es demasiado fuerte. No quiero simplemente contarles la historia de José. Mi interés es que veamos la vida que él llevó. En la vida de José, su ira, su forma de ser, sus emociones, sus intenciones y sus deseos eran controlados y dirigidos por Dios. José pudo haber dicho: “Dios no me guió a darme a conocer a mis hermanos antes. No tenía libertad de comportarme de otro modo. Tuve que comportarme como me guió el Señor. Ciertamente quería darme a conocer a ellos inmediatamente y pedirles que trajeran a mi padre lo antes posible. Pero la decisión no era mía. Fue fruto de la dirección del Señor. Tuve que hacer lo que más convenía a mis hermanos. Conforme a la dirección del Señor, tuve que ponerlos a prueba”.

  El resultado de la manera en que José se dio a conocer a sus hermanos fue excelente e impecable. Cuando José se reveló a ellos, el momento fue muy oportuno. En esas circunstancias le fue fácil perdonarles, aunque en José no tenía la idea de perdonar. El entendía plenamente que el Dios soberano era quien lo había traído a Egipto, y no sus hermanos. Puesto que la prueba a la que sometió a sus hermanos estaba llena de paciencia, sabiduría y dominio propio, el resultado fue tan excelente que ni siquiera necesitaba perdonarlos. El se dio cuenta de que Dios lo había enviado providencialmente a Egipto para cumplir Su propósito, y por eso él había recibido espontáneamente a sus hermanos. El los abrazó y los acogió.

  Cuando estemos bajo el control de la vida, en paciencia y en sabiduría, seremos como José. No nos quejaremos ni condenaremos a nadie. No será necesario perdonar a los demás porque no les echaremos la culpa. Estaremos dispuestos a aceptar a todos y tendremos un corazón amplio para acoger a los débiles, incluso a los que nos han ofendido gravemente. En lugar de sentir que hemos sido ofendidos, nos daremos cuenta de que todo lo que nos ha sucedido correspondía a la intervención de Dios. Todo lo que está bajo la providencia de Dios sucede para bien nuestro, a fin de que se cumpla Su propósito y los demás sean edificados. Los hermanos de José lo vendieron, y eso redundó en bien de ellos. Mediante la disciplina que recibieron de José, ellos aprendieron y fueron edificados. De manera que el resultado de todo esto fue excelente. José no sólo llevó a cabo el propósito eterno de Dios, sino que también edificó a sus hermanos. Si examinamos estos asuntos acerca de José en nuestra oración y comunión, veremos aún más y seremos nutridos. Además, aprenderemos a comportarnos correctamente en cualquier situación.

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