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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 120

La madurez: el aspecto reinante del Israel maduro

(8)

  Como lo hemos dicho repetidas veces, en la historia de José vemos dos líneas: la línea de la tipología y la línea de la vida. Antes de profundizar en la línea de la vida, debemos ver otro aspecto acerca de José como figura de Cristo.

(17) Reina

  José tipifica a Cristo, quien reinará durante el milenio. Si usted observa la profecía contenida en la historia de José, verá que su relato es un cuadro del reinado de Cristo en el reino milenario.

(a) Provee de alimento al pueblo

  Según este cuadro, Cristo hará cuatro cosas durante el milenio. En primer lugar, suministrará alimento al pueblo, es decir, satisfará las necesidades de todos (Gn. 47:15-17). Toda la tierra pasaba por un período de hambre, pero José pudo saciar el hambre de todos. Hoy en día, todo el mundo tiene hambre y nadie está satisfecho. Sin embargo, cuando Cristo reine durante los mil años venideros, El satisfará las necesidades y el hambre de todos.

(b) Preserva la vida del pueblo

  Mientras José reinaba en Egipto, preservó la vida del pueblo (Gn. 47:19-25). Al satisfacer las necesidades de todos, Cristo podrá vivificar a todos. Si usted examina las profecías que tratan del reino de Cristo en el milenio, verá que El hará que todo viva. Hoy en día, la muerte se extiende por todas partes; toda la gente y todas las cosas están muriendo. Pero durante el reino milenario de Cristo, no habrá prácticamente ninguna señal de muerte. Por el contrario, todo y todos estarán llenos de vida.

(c) Almacena la producción del país

  José también almacenó la producción del país. El no sólo dio al pueblo alimento, sino también semilla (Gn. 47:19-23). En el milenio, Cristo hará que todo sea productivo. En la situación actual, vemos lo contrario: todo disminuye. Pero cuando llegue el milenio, todo en la tierra será productivo. Para producir, debemos tener semillas. Los alimentos nos satisfacen, pero las semillas se reproducen. Mientras Cristo reine en el milenio, El no sólo hará que la gente tenga alimento y esté satisfecha, sino que les proveerá la semilla que los hará productivos.

(d) Cuida especialmente a Israel

  José cuidó especialmente a Israel (Gn. 50:21). Esto tipifica el hecho de que durante el milenio Cristo cuidará especialmente a Israel. La función específica de Israel en la tierra es dar testimonio de Dios. Aunque Cristo está a favor de Israel, el Israel actual no tiene ninguna fe en El. Los judíos adoran a Dios, pero no tienen fe en Dios por medio de Cristo; ellos creen en Dios a su manera. Sea que Israel crea o no, sigue siendo el testimonio de Dios, aun hoy en día. Habrá muchas naciones en la tierra durante el milenio, pero sólo una nación, Israel, será el testimonio de Dios. Por esta razón, Cristo cuidará especialmente a Israel. Este cuidado para con Israel indica que El está a favor del testimonio de Dios. Del mismo modo, la razón por la cual Cristo ama a la iglesia es que ella es el testimonio de Dios. Por consiguiente, en el milenio Cristo satisfará a todos, dándole vida a todo, haciendo que todo se reproduzca y cuidando a Israel como testimonio de Dios.

  Ahora llegamos a la línea de la vida. Cuando leí por primera vez que José pedía dinero, ganado y tierra, a cambio de los alimentos, pensé: “José, tú eres un ladrón. No sólo le robaste al pueblo, sino que lo exprimiste al máximo. Tomaste su dinero, su ganado y su tierra. Finalmente, te apoderaste de sus propias personas. José, ¿qué clase de gobernador eres tú?”. Solamente en José estaba la línea de la vida, y la línea de la vida era el alimento. Los que querían alimentos tenían que dar a José algo a cambio para obtenerlos. Si deseaban ser satisfechos, tenían que pagar con dinero, ganado o tierras. “Y recogió José todo el dinero que había en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán, por los alimentos que de él compraban” (Gn. 47:14). Dice en el versículo 15: “Acabado el dinero de la tierra de Egipto y de la tierra de Canaán, vino todo Egipto a José, diciendo: Danos pan; ¿por qué moriremos delante de ti, por haberse acabado el dinero?”. Cuando el pueblo dijo esto a José, él les pidió su ganado. Por tanto, el pueblo trajo su ganado a José, y éste “les dio alimentos por caballos, y por el ganado de las ovejas, y por el ganado de las vacas, y por asnos” (47:17). Un año más tarde, el pueblo volvió a José porque necesitaba comida de nuevo. Esta vez no se necesitaba negociar porque había una comprensión mutua entre José y el pueblo. Lo único que les quedaba era su tierra y ellos mismos. Por tanto, ellos le pidieron que los comprara a ellos y a su tierra y que les diera pan (47:19). Finalmente, en Egipto, José era el único dueño, el único banquero y el único que criaba ganado.

  José tenía la provisión de vida, el suministro de alimentos. Según nuestro concepto natural, José debía simplemente regalarlo. Pero no debemos traer nuestros conceptos naturales y mundanos al leer la Biblia. José tenía el suministro de vida, y el pueblo lo necesitaba. El pueblo tenía que hacer algo para conseguirlo. Antes de examinar lo que el pueblo tenía que hacer, debemos hacer notar la razón por la cual José llegó a ser tan rico y tenía en su mano el suministro de vida. Esto se debía a todos sus sufrimientos. El había sufrido desde que tenía diecisiete años de edad. Inclusive después de subir al trono y de estar en el poder, seguía sufriendo porque estaba separado de su padre. Como dijimos en el mensaje anterior, él tenía la potestad y la posición de hacer todo lo necesario para que le trajesen a su padre. Sin embargo, se abstuvo de hacerlo porque estaba en Egipto con el fin de cumplir la voluntad de Dios. José tenía que sufrir para que se cumpliera la voluntad de Dios. El era el gobernador, pero sufrió hasta el día en que le trajeron a su padre. El tenía riquezas por sus sufrimientos. Lo mismo ocurre hoy en la vida de iglesia. Los que sufren pueden dar a los demás el suministro de vida. Encontramos esta idea en el himno acerca de la vid (Hymns, #635). El hermano Nee compuso las últimas dos estrofas, que dicen:

  No por ganancia medimos la vida;     Por las pérdidas se cuenta. No cuenta el vino que bebemos,     Importa el vino que vertemos. Pues la fuerza del amor permanece     En el sacrificio que llevamos; Quien más sufrimientos tiene     Es quien más puede compartir.

  Quien se trata a sí con severidad     Es el más útil para Dios; Quien es herido profundamente     Es el que más puede consolar a los que sufren. Aquel que jamás ha sufrido     Está vacío y es como “metal que resuena”; Quien no guarda su propia vida     Tiene el gozo que lo sobrepasa todo.

  Si no sufrimos, no tenemos nada que dar a los demás. Por haber pasado por muchos sufrimientos, azotes, heridas y quebrantamientos, la vid produce un vino rico que agrada al hombre. El hermano Nee se dio cuenta de que podemos dar más cuando sufrimos más. Sin sufrimientos, todo lo que decimos es como címbalo que retiñe. Podemos hacer ruido, sin que haya vida en lo que decimos. Por lo tanto, como dice el himno, nuestra vida no se mide por lo que ganamos, sino por lo que perdemos. Por tanto, la razón por la cual José pudo ser tan rico fue que había sufrido. En los años de sus sufrimientos, acumuló riquezas.

  Durante los siete años de abundancia, José almacenó el grano. No se preocupó por sus propios intereses. No fue fácil almacenar todo ese grano. Durante siete años, José almacenó las cosechas en graneros. Se necesitó mucho trabajo. Por una parte, José trabajaba; por otra, él sufría porque estaba separado de su padre. Durante estos siete años, no se preocupó por sí mismo, sino que hizo lo necesario para que los demás tuviesen provisiones en el futuro. Lo que él hizo durante los siete años de abundancia lo hizo para el pueblo. El actuó a expensas de sus propios intereses, a costa de no ver a su padre.

  Si deseamos suministrar alimentos a los demás, debemos pasar por un largo período de sufrimientos. José no tenía todo el grano cuando tenía diecisiete años de edad. El reunió el grano cuando tenía treinta y siete años. Sólo entonces llegó a ser rico, no en poder, sino en alimento y en el suministro de vida.

  Pasa lo mismo hoy en día en la vida de iglesia. Los mayores, los que tienen experiencia, tienen el suministro. El hermano Nee recalcaba continuamente que debemos cuidar nuestra vida física para no morir prematuramente. En uno de sus entrenamientos, les preguntó a los entrenantes a qué edad pensaban ser más útiles. Entonces él hizo notar que un hermano dijo en cierta ocasión que la edad más útil es entre setenta y ochenta años. Por eso, el hermano Nee exhortó a los entrenantes a que se cuidaran y no cometieran un suicidio gradual. El les pidió que durmieran bien, comieran bien, ingirieran suficiente líquido e hicieran ejercicio a fin de que tuvieran larga vida. Cuando Caleb tenía ochenta y cinco años, dijo que era tan fuerte como cuando tenía cuarenta. Las riquezas no pertenecen a los que no tienen experiencia. Para ser ricos, debemos sufrir durante mucho tiempo. A José le tomó veinte años llegar a tener riquezas, desde los diecisiete años de edad, hasta los treinta y siete. Finalmente, después de muchos años de sufrimientos, la provisión de alimentos estaba en sus manos. Puesto que él tenía en sus manos los alimentos, todos los que padecían hambre acudían a él.

  En mi opinión, José debía ser generoso con el pueblo y decirle: “Cuando necesitéis comida, venid a mí y yo os la daré”. Cuando leí Génesis 47 en mi juventud, pensaba que José no era generoso. Me parecía que él había despojado al pueblo por completo. Alabo al Señor por haberme mostrado la razón por la cual José no fue generoso. La razón es que la provisión de vida no se debe vender barata. Si los que están en la vida de iglesia están dispuestos a dar la provisión de vida como algo barato, debemos preguntarnos si la provisión que tienen es genuina. El verdadero suministro de vida nunca se vende barato. José parecía decir a la gente: “¿Deseáis obtener provisión para vosotros? En este caso, debéis pagar el precio que corresponde”. El concepto de la generosidad es un concepto mundano. José estaba en otro nivel, donde no hay ni generosidad ni escasez, sino solamente la provisión y el precio que pagar. Muchos cristianos hoy en día venden las cosas a un bajo precio. Pero en el recobro del Señor nada es barato. Si ustedes desean obtener el alimento, deben pagar el precio. Cuanto más paguen, más provisión recibirán. Algunos se oponen al recobro del Señor hoy en día. Pero en lo profundo de su corazón, saben que este camino no está equivocado. Se oponen a este camino porque el costo de seguirlo es muy elevado. Por tanto, ellos siguen el camino que no cuesta mucho y critican el camino costoso. No debemos recibir ninguna provisión de alimento si ésta no cuesta nada. José no le venderá a usted los alimentos a un precio bajo.

  Quienes acudían a José para obtener alimentos pagaban de cuatro maneras: con dinero, con ganado, con tierras o consigo mismos. ¡Cuánto me alegro porque el relato bíblico es tan completo! Estos cuatro artículos incluyen todo lo que debemos pagar hoy en día. Cuando pagamos con nuestro dinero, nuestro ganado, nuestras tierras y con nosotros mismos, recibimos cuatro clases de suministro. El primer suministro no es tan raro ni precioso como el cuarto suministro. Cada suministro es más precioso que el anterior. Y el último es el más precioso de todos.

  Examinemos ahora lo que significa el dinero. Superficialmente, creemos que dependemos del dinero. En realidad, el dinero representa la comodidad. El sistema monetario de este país es muy cómodo. En la época de José, la gente usaba la plata. Ellos tenían que llevar plata consigo y pesarla cuando compraban artículos. Pero hoy en día, cuando pagamos una factura, simplemente hacemos un cheque por cierta cantidad. Esto es muy cómodo. No obstante, cuando se acaban los fondos de nuestra cuenta bancaria, perdemos esta comodidad. Entonces, quizá nos preocupemos por el pago de nuestras cuentas. A todos nos gusta tener dinero en nuestra cuenta bancaria. ¿Pero qué hará usted si se le agota este suministro?

  Algunos no están dispuestos a pagar el precio por el suministro porque les preocupa que puedan perder su comodidad. Algunos dirán: “¿Debo yo seguir el camino de la iglesia? Ciertamente esto está bien, pero si lo hago, perderé ciertas comodidades. Mi esposa o mis parientes quizá se molesten conmigo”. Cuanto más comodidades abandone uno, más provisión de vida tendrá. Sin embargo, los cristianos actuales conservan su vida fácil, pero no tienen ningún suministro de vida. En muchas catedrales, capillas y templos, la gente escucha mensajes cada domingo acerca de la comodidad. Van a estos lugares para hacer la vida más fácil. Para ellos, seguir el camino del recobro del Señor es costoso e incómodo. Efectivamente, si uno sigue este camino, perderá su comodidad, pero ganará el suministro.

  La segunda manera que tenía el pueblo de pagar la suministración de comida era su ganado. Es fácil entender lo que representa el ganado. El ganado representa nuestros medios de subsistencia. Los hermanos de José estaban preocupados por sus asnos, pues pensaban que José encontraría alguna excusa para quitárselos. Ahora usted quizá se preocupe mucho por su automóvil. Tal vez tema que se lo roben. En dado caso, su auto es su asno. Para aquellos que tienen un doctorado, este diploma es su asno. Para otros, su posición es su asno. Sin embargo, Cristo, quien es rico y nos abastece, está aquí. El no es ni generoso ni avaro. Aunque El no desea exprimirlo a usted, sí le exige, por el bien suyo, que pague un precio. El nunca venderá Su suministración a un bajo precio. Después de pagar con dinero, uno paga con su ganado. Uno recibirá la segunda clase de suministración cuando haya entregado su ganado. Cuando entreguemos nuestro dinero y nuestro ganado a El, descansaremos y estaremos en paz.

  Después de ceder nuestro ganado, debemos entregar nuestras tierras. Las tierras representan nuestros recursos. El Señor Jesús es un “ladrón”; a los que lo aman, El los “despoja” de todo lo que tienen. El toma nuestro dinero, nuestro ganado y nuestra tierra. El podría decir: “Dame tu tierra. No mantengas tus recursos bajo tu control; entrégamelos a Mí”. Esta no es una enseñanza, sino una observación de lo que he visto en la vida de muchas personas. Algunos queridos santos pudieron pagar con su dinero, pero no con su ganado. Otros pudieron entregar su ganado, mas no su tierra. Ellos siempre esperan que el Señor Jesús les dé cosas, y que nunca les “robe” nada. Pero el Señor Jesús en Su recobro nos lo “roba” todo: nuestra comodidad, nuestros medios de subsistencia y nuestros recursos. Si uno está dispuesto a dar al Señor sus tierras, recibirá el tercer tipo de suministro.

  El último aspecto que el Señor requiere es nuestro ser, en todas las áreas. El Señor Jesús reclamará cada parte de uno. ¿Le ha reclamado a usted los oídos? Si lo ha hecho, usted no escuchará nada que no sea Cristo mismo. ¿Le ha pedido El sus labios? Si tal es el caso, entonces sus labios tendrán otro uso. ¿Le ha reclamado el Señor Jesús todo su ser? Dudo que muchos hayan entregado todo su ser al Señor. ¿Por qué hay tantas opiniones, y por qué hay tan poquita unidad y edificación en el cristianismo actual? Eso se debe a que muy pocos están dispuestos a entregarse a Cristo.

  Ustedes han oído muchos mensajes acerca de la consagración, pero es probable que no hayan oído ningún mensaje sobre el hecho de que deben entregarse al Señor. En cuanto a la consagración, ha influido en nosotros la convención Keswick, que apoya el énfasis dado por la señora Hannah Whitall Smith a la consagración como clave para todo. ¿Quiere usted ser santo? Entonces debe consagrarse. ¿Desea que sus oraciones sean contestadas y tener victoria? Entonces debe consagrarse. Pero aunque hemos seguido por años lo que se enseñó en Keswick acerca de la consagración, hemos descubierto que eso no era todo lo que necesitábamos para obtener el suministro de vida.

  Examinemos lo que sucedió entre nosotros en 1948. Debido a una confusión y un tumulto suscitados, el hermano Nee tuvo que suspender su ministerio durante varios años. Algunos de nosotros teníamos la carga de que reanudara su ministerio, e hicimos lo posible para que así fuese, pero no pudimos hacer nada al respecto. Antes de que su ministerio fuese reanudado, algunos de nosotros nos reunimos con él en su casa para compartir. Aunque había como treinta personas que deseaban asistir a esta reunión, el hermano Nee sólo nos autorizó a dos hermanas y a mí para reunirnos con él. El no estaba dispuesto a vender su suministración como si fuera algo barato. Al final permitió que otros asistieran a esa reunión en un cuarto que daba al comedor. La primera mañana, nadie dijo nada por un buen rato. Finalmente, no pude soportar el silencio, y le pedí que nos hablara de la situación confusa de las iglesias en las provincias de Fukien y Kwangtung. En su respuesta, derramó su ser como un torrente, como las cataratas del Niágara, durante más de una hora. Sus palabras estaban llenas de luz, de poder y de impacto. Durante seis años, por lo menos, no había hablado públicamente en ese distrito, aunque unos pocos santos habían mantenido contacto con él en privado. En esa ocasión la comunión del hermano Nee se refirió a la línea de Jerusalén (véase el último capítulo de Pláticas adicionales sobre la vida de la iglesia). Después de que concluyera, nadie dijo una sola palabra. Entonces una hermana dijo: “¿Por qué no ponemos en práctica las palabras del hermano Nee?”. Con lágrimas, todos los presentes dijeron: “¡Amén! Deseamos practicarlas”. Entonces el hermano Nee contestó: “Si ustedes desean poner en práctica esto, deben entregarse ustedes mismos y todo lo que poseen por escrito”. Quiero compartir eso porque debemos entregarnos al Señor. Quizá usted se haya consagrado a El sin entregarse a El. Hoy en día, Cristo exige de usted no solamente su dinero, su ganado y su tierra, sino también a usted mismo.

  Al dar el pueblo el último pago, el de entregar sus mismas personas a José, ellos participaron de la porción máxima. Cuando usted hace el primer pago, el segundo y el tercero, disfruta de la primera, la segunda y la tercera porción. Pero cuando usted paga el precio más elevado, disfruta de la mayor porción. Por último, recibimos no solamente los alimentos que nos satisfacen, sino también las semillas, que se reproducen. Si queremos conseguir los alimentos y la semilla, debemos pagar el precio completo. Antes de entregarnos, debemos entregarlo todo. Después de entregar todo a José, el pueblo pudo decir: “¡Alabado sea el Señor, somos libres! No nos preocupa nuestro dinero, nuestro ganado, nuestra tierra, ni siquiera nosotros mismos. Sólo disfrutamos del rico suministro”. Todo lo que quedaba era deleite. ¡Qué bendición más grande es darlo todo para obtener este deleite!

  Cuando el Señor Jesús venga, toda la tierra estará bajo un sólo dueño y un solo banquero. Todas las tierras pertenecerán a Cristo, y a El entregaremos todo lo que tenemos y todo lo que somos. Nosotros simplemente disfrutamos; no somos dueños. En aquel entonces en Egipto, todos estaban bajo la mano de un solo dueño. José mandó que la gente se mudase a las ciudades, “desde un extremo al otro del territorio de Egipto” (47:21) para que hubiera una distribución pareja. No había ni ricos ni pobres. El caso es el mismo hoy en día con respecto a la provisión espiritual. Cristo tiene las riquezas. La cantidad de riquezas que El puede suministrarnos depende de nuestra disposición en cuanto a pagar el precio. Si estamos dispuestos a dar el primer pago, entonces recibiremos la primera provisión, y si estamos dispuestos a hacer los demás pagos, recibiremos más suministro. Si usted hace el cuarto pago, recibirá no solamente el alimento que lo satisfará, sino también la semilla que produce para los demás. ¡Cuán maravilloso es esto!

  Si uno estudia Génesis 47, verá que finalmente toda la tierra de Egipto se convirtió en una tierra de disfrute. Ya no había distinciones entre gente elevada y gente de condición humilde, ni entre ricos y pobres. Todo el pueblo llegó a disfrutar al mismo nivel, porque todos y todo estaba bajo el mismo dueño. Este es un cuadro del milenio. En el milenio, no habrá ni capitalismo ni socialismo. Todos estarán en el mismo nivel porque todo estará bajo la mano del Señor. El lo habrá comprado todo, y habrá tomado posesión de todo y de todos. Verdaderamente la tierra y todo lo que en ella hay pertenecen al Señor (Sal. 24:1).

  La situación que prevalecerá en el milenio será muy distinta a la de hoy. Antes de que José subiera al trono, el pueblo estaba dividido en varias castas. Pero después de que ascendió al trono y el pueblo acudió a él para conseguir alimento, Egipto se convirtió en una figura del milenio, donde todo el pueblo está al mismo nivel. Todo se hallaba bajo la autoridad de un solo hombre, y todo le pertenecía a él, porque tenía las riquezas y podía reclamar su derecho sobre todo. Así debe ser entre nosotros en la vida actual de iglesia. Puesto que Cristo ha reclamado todo de nosotros, estamos ahora en el mismo nivel, disfrutando de las riquezas de Cristo. Todos los puntos mencionados también constituyen semillas que se desarrollan en el Nuevo Testamento.

  José no sólo abasteció al pueblo de alimento, sino que también se encargó del sepelio de su padre (Gn. 49:29-31; 50:1-14). El sepelio de Jacob no fue nada sencillo. Según Hebreos 11, Abraham, Isaac y Jacob recibieron la promesa de la buena tierra, pero murieron sin heredarla. Esto denota claramente la resurrección. Abraham murió con la esperanza de que resucitaría. Sin lugar a dudas, Isaac y Jacob pensaban igual. Jacob murió con la esperanza de que algún día resucitaría para heredar la tierra. Por esta razón, le pidió a José que no dejara su cuerpo en Egipto, sino que lo sepultara en la tierra de sus padres. Jacob se dio cuenta de que para él, la muerte era un sueño y que en el día de la resurrección, él se levantaría para heredar la buena tierra. Este es el significado del sepelio de Jacob. El hecho de que José lo sepultara conforme a su deseo indica que tenía la misma fe que su padre. El también creía que resucitaría para heredar la buena tierra.

  José también mantuvo a sus hermanos y los consoló (50:15-21). Los hermanos de José no podían olvidar lo que le habían hecho, y temían que después de la muerte de su padre, José procurara vengarse. José lloró cuando oyó la petición de sus hermanos, pues él no tenía ninguna intención de vengarse de ellos. Por el contrario, él dijo: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (50:19-20). José también prometió sostenerlos a ellos y a sus hijos. Entonces los consoló y les habló con bondad (Gn. 50:21). José parecía decir a sus hermanos: “Vuestra intención era mala, pero la intención de Dios era maravillosa. El deseaba mandarme aquí para salvar muchas vidas. Por favor, no os sintáis mal. Os agradezco por lo que me hicisteis. Ayudasteis a Dios a cumplir Su propósito”. En la vida de iglesia, necesitamos esta clase de espíritu. Aun cuando otros le ofendan, usted debe considerar que todo lo que le hacen proviene de Dios. Si usted toma las cosas como procedentes de Dios, todas las ofensas se acabarán.

  José consoló a los que lo habían ofendido. ¡Cuánta gracia tenía él! Puesto que el agraviado pudo consolar a los ofensores, ellos pudieron disfrutar de una vida placentera en el reino. Recuerden que José y sus hermanos representan al pueblo que vivirá en el reino. Ellos pudieron disfrutar juntos en el reino a causa del excelente espíritu de José. Pero supongamos que José hubiera tenido el deseo de vengarse de sus hermanos. En ese caso, el reino sería imposible.

  Igual que Jacob, José murió en la fe. Al morir, encargó a los hijos de Israel que no dejaran sus huesos en Egipto, sino que los llevaran a la tierra prometida (50:22-26). Esto indica que él esperaba la resurrección. El creía que algún día resucitaría para heredar la buena tierra y disfrutar de todo lo que habría allí. ¡Aleluya por el victorioso fin de José! En la consumación del libro de Génesis, vemos a Cristo, el reino, y todos los aspectos de los vencedores. ¡Cuánto le agradecemos al Señor por todo esto!

  Al principio de este libro, Dios creó al hombre a Su imagen para que lo expresara, y le dio Su señorío para que lo representara. Después de las experiencias de muchos llamados, este libro concluye con una vida que, en Jacob, expresaba a Dios a Su imagen, y que, en José, representaba a Dios con Su señorío. ¡Cuán excelente y maravilloso es esto!

  Sin embargo, lo que describe Génesis seguía siendo una sombra en la era de la tipología. En los tiempos de José, la realidad no había llegado. Por consiguiente, en este sentido, Génesis concluye con un versículo que muestra que José murió y fue puesto en un ataúd en Egipto. El murió esperando la era del cumplimiento en la cual participaría de la realidad. En síntesis, el libro de Génesis como una totalidad empieza con la creación y concluye con la muerte del hombre y con el hecho de que fue puesto en un ataúd en Egipto, debido a que la caída, la muerte, el ataúd y “Egipto” son el destino del hombre caído. Por lo tanto, el hombre caído necesita la obra redentora de Dios, la cual se revela y tipifica plenamente en Exodo, el siguiente libro.

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