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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 22

La segunda caida del hombre

(1)

  Después de ver la primera caída del hombre y la proclamación de las buenas nuevas por parte de Dios, lo cual se relata en Gn. 3, llegamos a Gn. 4. Aparentemente estamos estudiando la caída; pero en realidad estamos considerando las buenas nuevas. Si no hubiese sucedido la caída, no habría buenas nuevas. ¡Alabado sea el Señor por la caída! La caída del hombre trajo el evangelio de Dios. En este mensaje llegamos a otro paso en la caída del hombre y también en la proclamación de las buenas nuevas por parte de Dios.

B. La segunda caída

1. El trasfondo

  En Génesis 4 el hombre ya había caído (Gn. 3:6-8, 22-24). No obstante, había recibido de Dios la promesa de la salvación (Gn. 3:15) y el camino de la salvación (Gn. 3:21). Cuando Dios prometió a Adán que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, éste creyó y respondió dando a su esposa el nombre de “Viviente”. Adán y Eva esperaban ser condenados a muerte. Por consiguiente, cuando oyeron las buenas nuevas, Adán no llamó a su esposa “Muerta”, sino “Viviente”. Como dijimos en el mensaje diecinueve, todo el género humano está muriendo; nadie vive. Sin embargo, después de oír y recibir el evangelio de Dios, el hombre es vivificado. ¡Aleluya, estamos vivos!

  Aunque la respuesta de Adán en Génesis 3:20 demuestra que él creyó el evangelio, no encontramos ningún indicio de que Eva también haya creído. No obstante, Génesis 4:1 nos revela que Eva creyó en las buenas nuevas. “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: He adquirido varón, Jehová” (heb.). Eva dio a luz un hijo y lo llamó Caín, que significa “adquirido”. Aunque Caín mismo era perverso, su nombre tenía mucho significado. Cuando Eva dio a luz a Caín, declaró: “He adquirido varón”. No había adquirido una casa ni alguna tierra; había adquirido un hombre. Según su concepto, Caín era la simiente de la mujer, que había sido prometida en Génesis 3:15. Dios le había prometido a Eva que su simiente heriría la cabeza de la serpiente, el maligno. En Génesis 4:1 las palabras de Eva demuestran que ella había creído en esa promesa y que esperaba tener esa simiente. Cuando su primer hijo nació, ella declaró: “He adquirido varón, Jehová”. Si usted piensa que esta traducción es demasiado osada, le sugiero que consulte el texto hebreo. En el texto hebreo de Génesis 4:1 no existe ninguna preposición entre las palabras “varón” y “Jehová”. Aunque algunos traductores añadan las preposiciones “de” o “con”, no existe tal preposición en el texto original hebreo. El texto hebreo dice simplemente: “He adquirido varón, Jehová”. La versión Concordant de Génesis lo traduce de esta manera en el texto, y la versión New American Standard pone esta traducción en el margen. Por tanto, para Eva, el niño que ella dio a luz en 4:1 era el cumplimiento de la promesa acerca de la simiente de la mujer, que recibió en 3:15. Por consiguiente, ella llamó a su niño Jehová, el Señor.

  No obstante, esta afirmación era prematura. En realidad Eva no dio a luz al hombre Jehová. Cuatro mil años más tarde la virgen María dio a luz un niño, cuyo nombre fue Dios fuerte (Is. 9:6). El niño que nació en el pesebre de Belén era Jehová. Su nombre fue Jesús, que significa “Jehová, el Salvador” (Mt. 1:21). Aunque Eva no dio a luz al hombre Jehová, ella era símbolo de la virgen María, quien sí lo dio a luz. Con el tiempo, la verdadera simiente de la mujer vino por medio de la virgen María. Por eso Jesús, o sea, Jehová el Salvador, es verdaderamente el hombre Jehová, que Eva pensó haber dado a luz como lo menciona Génesis 4:1. Al darle a su hijo el nombre de Caín, Eva demostró que ella creía en el evangelio proclamado por Dios en Génesis 3:15. Al cabo de los cuatro mil años que habían de transcurrir, el hombre Jehová finalmente vino por medio de la virgen María.

  Adán y Eva creyeron en el evangelio. Adán creyó y le dio a su esposa el nombre de “Viviente”; Eva creyó y llamó a su hijo “Adquirido”, pensando que ella había adquirido lo que Dios había prometido. Indudablemente Adán y Eva predicaron el evangelio a sus hijos, contando a Caín y a Abel cómo fueron creados por Dios, cómo Dios les había mandado no comer del árbol del conocimiento, cómo habían desobedecido a Dios y habían comido, cómo tuvieron temor y temblor mientras esperaban la sentencia de muerte, y cómo Dios les predicó el evangelio al prometerles que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Además, Adán y Eva deben de haber contado también cómo quedaron desnudos en presencia de Dios y cómo Dios había matado algunos corderos como sacrificios, usando luego las pieles para hacer las túnicas que cubrieran la desnudez de ellos a fin de que permanecieran delante de El y tuvieran comunión con El. Estoy convencido de que Adán y Eva predicaron este evangelio a sus hijos. Encontramos una evidencia de ello en Hebreos 11:4, donde leemos: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín”. Según la Biblia, la fe proviene de oír la palabra predicada (14, Ro. 10:17). Abel debe de haber oído de sus padres la predicación de las buenas nuevas, puesto que tuvo tanta fe y la ejercitó y ofreció un sacrificio a Dios conforme a esa fe. El recibió la fe cuando oyó esta palabra. El no presentó su sacrificio conforme a su propia opinión ni a lo que sabía, y su ofrenda no fue ninguna invención suya. El presentó su ofrenda por la fe conforme a las palabras que le predicaron sus padres.

  El padre, Adán, la madre, Eva, y el segundo hijo, Abel, creyeron en el evangelio. Nosotros los salvos, no somos los primogénitos. Los primogénitos perecieron (Éx. 12:29), y los que nacieron luego fueron salvos al creer. Nosotros los que creemos constituimos el segundo hijo. Alabado sea el Señor porque somos los hijos que nacieron después, el segundo hijo. Adán era un buen padre y fue el primero en creer el evangelio. Espero que todos los padres que lean este mensaje sean los primeros en creer el evangelio. Eva, buena esposa y madre, también fue creyente y siguió a su marido preparando el camino para que también su hijo creyera. Por consiguiente, en Génesis 4 vemos un padre creyente, una madre creyente y un hijo creyente. Consideren esa familia: todos creyeron en el mismo evangelio. Cuando la gente me preguntaba si Adán y Eva habían sido salvos, yo contestaba: “¿Por qué no? Si ustedes son salvos, ellos indudablemente también lo son. De hecho, fueron salvos mucho antes que ustedes”. Adán y Eva fueron pioneros en creer el evangelio. Adán abrió el camino. Eva preparó el camino, y Abel anduvo en él. Ahora somos seguidores de Abel. Quisiera que todo padre fuese un Adán, toda madre una Eva, y todos los hijos unos Abeles. La primera familia que hubo en la tierra fue una familia que creyó el evangelio, una familia de creyentes.

  Abel mismo fue un creyente extraordinario. Es posible que usted haya leído la Biblia por años sin notar cuál era la profesión de Abel. El fue “pastor de ovejas” (Gn. 4:2). En los días de Abel las ovejas no formaban parte de la alimentación del hombre, puesto que antes del diluvio, sólo se permitía comer verduras (Gn. 1:29). Sólo después del diluvio Dios permitió que el hombre comiera carne y también legumbres (Gn. 9:3). Así que, cuando Abel alimentaba las ovejas, no trabajaba para obtener alimento. Aparentemente Caín fue más inteligente; fue más práctico que Abel, pues “fue labrador de la tierra” (Gn. 4:2). Caín pudo haber dicho a su hermano: “Abel, lo que haces no es práctico. ¿De qué te sirve criar ovejas? Mira lo que hago yo. Trabajo en la tierra porque la tierra produce comida de la cual puedo vivir. ¿Cómo puedes ganarte la vida simplemente alimentando ovejas? Todo lo que puedes conseguir es pieles para cubrirte, pero no tienes nada con qué sobrevivir”. Si ahondamos en el pensamiento de Génesis 4:2, veremos que Abel no trabajaba para obtener su sustento, sino para satisfacer a Dios. Abel no se preocupaba por su propia satisfacción, sino por la de Dios. Por el contrario, Caín no se preocupaba por satisfacer a Dios; a él sólo le interesaba ganarse la vida.

  Génesis 4:2 nos habla de dos hermanos de sangre: el mayor labraba la tierra, y el menor apacentaba las ovejas. La tierra producía alimento para el hombre, mientras que las ovejas se usaban principalmente como ofrendas para Dios. Vemos, pues, que Caín servía a la tierra y Abel servía a Dios. Quisiera hacer una pregunta a los que leen este mensaje: ¿Apacientan ustedes las ovejas o sirven a la tierra, al mundo? Si vivimos para el Señor, todo lo que hacemos es alimentar ovejas. Pero si no servimos al Señor, todo lo que hacemos es servir a la tierra. Existen solamente dos clases de personas: las que sirven al mundo y las que alimentan ovejas para Dios. ¿Quiénes son ustedes? Toda la gente mundana sirve a la tierra diligente y sinceramente, sin preocuparse en absoluto por Dios. Todos los seres humanos caídos sirven a la tierra y son esclavos de ella. ¿Es usted un siervo, un esclavo? La gente que sirve a la tierra piensa que nosotros los que alimentamos ovejas para Dios, estamos locos. Cuando se enteran de que nos reunimos continuamente, cuando nos ven leer a la Biblia y tener comunión unos con otros, cuando nos oyen cantar y alabar al Señor todo el tiempo, se preguntan qué clase de gente somos. Somos pastores de ovejas. Día y noche alimentamos ovejas. No diga que usted enseña en la escuela o que trabaja en su negocio. Usted alimenta ovejas para Dios. Somos Abeles, personas que están más interesadas en alimentar a las ovejas para Dios que en simplemente ganarse el sustento. No diga que los hermanos que tienen el liderazgo en la iglesia son los únicos en alimentar a las ovejas y que los demás hermanos y hermanas deben ocuparse de su empleo o negocio. Aparentemente usted se ocupa en su empleo o en su estudio, pero en realidad está alimentando a las ovejas para Dios. El empleo o la educación es algo secundario; lo principal es alimentar a las ovejas. El aspecto principal de nuestro vivir consiste en que nos preocupemos por satisfacer a Dios. No servimos a la tierra; somos pastores de ovejas para Dios.

  Abel alimentaba las ovejas con el único propósito de proveer ofrendas para Dios. Por consiguiente, Abel se dedicó por completo a servir a Dios. Todo lo que usted haga, debe realizarlo con el propósito de servir a Dios. No debería actuar por ninguna otra razón que no fuese ésta. Nosotros servimos a Dios, alimentando a las ovejas para presentarle ofrendas. Todo se debe hacer con este fin. Por ser Abel una persona así, fue un creyente extraordinario. El no sólo creyó en el evangelio, sino que practicó el evangelio y vivió por él.

  Cuando Eva dio luz a Caín, se alegró y declaró: “He adquirido varón, Jehová”. Es probable que poco después haya quedado desilusionada y haya dicho: “Este no era Jehová. No es más que un niño travieso”. Además, Caín no escuchó sus consejos. Por consiguiente, cuando Eva dio luz a su segundo hijo, lo llamó Abel, lo cual significa “vanidad”, como si un aliento se esfumara. En el nacimiento del primer hijo, ella se regocijó y exclamó: “He adquirido”; en el nacimiento del segundo, ella quedó desilusionada y dijo: “Vanidad”. Cuando Abel nació, Eva dijo simplemente: “Es vanidad”. Este pensamiento es muy significativo. Somos vanidad; no obstante, somos pastores de ovejas. No somos nada ni nadie, pero somos pastores de ovejas para Dios. Me resulta difícil contestar a los que me preguntan cuál es mi profesión. A menudo contesto: “Me cuesta trabajo decirlo. En cierto sentido, no soy nadie. En otro sentido, soy maravilloso”. Por una parte, no soy nadie, soy vanidad; por otra, soy una persona maravillosa que tiene la maravillosa labor de apacentar ovejas para Dios. No existe nada más maravilloso que la obra de apacentar las ovejas para Dios. Este es Abel. Por nacimiento, somos gente vana. Si no alimentamos las ovejas para Dios, todo lo que somos y hacemos es “vanidad de vanidades” (Ec. 1:2). Alabado sea el Señor porque en medio de las vanidades pastoreamos a las ovejas para satisfacer a Dios. Por consiguiente, ya no somos vanidad; estamos haciendo una labor maravillosa para satisfacer a Dios.

2. La causa

  En Génesis 4 vemos dos ejemplos diferentes. Abel fue un excelente ejemplo de alguien que creyó el evangelio, lo puso en práctica y vivió para él. Caín, el primogénito de la segunda generación humana, fue un ejemplo de la continuación de la caída y de alguien que se apartó del camino de la salvación. Con relación a Adán y a Eva existen dos asuntos principales: la caída que causaron y el evangelio que recibieron y predicaron. Adán y Eva fueron salvos y comunicaron la palabra de salvación a la siguiente generación. También debemos compartir estas cosas con nuestros propios hijos, contándoles la triste historia de la caída del hombre y proclamándoles las buenas nuevas de la salvación que Dios trae. Caín no siguió el camino de la salvación, sino que continuó la caída. Su vida fue la continuación y prolongación de la caída del hombre. Por consiguiente, podemos decir que con Caín la humanidad experimentó una segunda caída. Sus padres causaron la primera caída, él la continuó y trajo la segunda.

  Quisiera en este punto dar una advertencia: No continúe jamás la caída. Debemos separarnos de la caída y decirle: “Caída, me niego a cooperar contigo. Mantente lejos de mí. No te permitiré continuar. Voy a correr a la salvación de Dios”. Caín perpetuó la caída del hombre, pero Abel persiguió el camino de salvación de Dios. Hoy somos confrontados con la misma elección. ¿Quieren permanecer en la caída y continuarla, o acudir a Dios para ser salvos? No deberíamos ser tan insensatos como para continuar la caída. Debemos aceptar la provisión que Dios nos brinda para que seamos salvos. No obstante, Caín fue insensato, pues se mantuvo en la caída y propició aún más su desarrollo.

a. La ganancia del diablo

  Debemos entender la causa de la segunda caída del hombre. Una de las razones por las cuales Caín continuó la caída fue que el diablo lo había ganado para sí interiormente. Aparentemente fue Caín el que rechazó las buenas nuevas de Dios, pero en realidad, fue Satanás el que lo apartó del camino de la salvación que Dios le brindaba. Satanás sabía que si Caín hubiera recibido las buenas nuevas, él no tendría ninguna posibilidad de ganarlo. De modo que fue astuto e incitó a Caín a seguir su propio camino en cuanto a la comunión con Dios. De esta manera él tenía a Caín en sus manos y lo hizo caer aún más. Por consiguiente, la segunda caída del hombre fue instigada por el enemigo insidioso que había ganado a Caín y obraba dentro de él.

b. La arrogancia del hombre al rechazar el camino de la salvación que Dios le brinda

  En Génesis 4 el diablo ya se había inyectado en el hombre, y Dios le había mostrado al hombre el camino de salvación. No obstante, Caín fue arrogante, pues rechazó el camino de la salvación que Dios le brindó. Esto significa que siguió al diablo y desechó la voluntad de Dios. Esta fue otra causa de la segunda caída. A Caín no le interesó la Palabra de Dios, el evangelio, ni escuchó la predicación de sus padres. Una vez más afirmo que creo que sus padres le predicaron el evangelio a él y a su hermano, hablándoles de la necesidad de tener túnicas que los cubrieran y que fueran hechas con las pieles de los corderos del sacrificio. Creo que esto justifica el deseo de Abel de ser un pastor de ovejas. Pero a Caín aquello no le interesaba en lo más mínimo, y por ende, rechazó el camino de Dios con arrogancia e inventó su propio camino.

3. El proceso

a. La arrogancia del hombre al ofrecerle a Dios “el producto de la tierra”

  Caín era arrogante y servía a Dios según su propio concepto. “Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová” (Gn. 4:3). Caín sirvió a Dios según su concepto. El inventó una religión basándose en su concepto humano. En Génesis 3 no se dice nada acerca de ofrecer a Dios el fruto de la tierra. A Dios le interesa un sacrificio en el cual la sangre sea derramada para satisfacer los requisitos de Su justicia y también le interesan las pieles de los corderos del sacrificio con las que se pueden cubrir los seres caídos y desnudos. Cuando Adán y Eva vieron que estaban desnudos, se cubrieron con vestiduras hechas con hojas de higuera, pero a Dios no le agradó esa clase de vestimenta. El mató algunos corderos para el sacrificio por el pecado, y con las pieles de esos corderos hizo túnicas a fin de cubrir al hombre y a la mujer. Ya vimos que Adán y Eva deben de haber contado eso a Caín y Abel y que Abel recibió su palabra y actuó conforme a ella, mientras que Caín se consideró más inteligente y menospreció los intereses de Dios, negándose a seguir Su camino. El no obedeció al evangelio de Dios, sino que inventó su propio método, una religión conforme a sus propios conceptos. ¿Quién le pidió que ofreciera el fruto de la tierra? El mismo se lo propuso, motivado por el enemigo insidioso. Esta práctica se originó en su mente.

  Con el transcurso de los siglos y de las generaciones, Caín ha tenido incontables seguidores, personas de todas partes que inventan su propia religión. No incitaron al pueblo a pecar, sino a servir a Dios y a adorarle. En su arrogancia, estas personas creen estar sirviendo a Dios. Dicen: “¿Qué hay de malo en servir a Dios de esta manera? No apostamos ni robamos ni matamos. Servimos a Dios”. No obstante, quiero decirles: “Ustedes sirven a Dios conforme a sus propios conceptos. A la larga, ustedes no sirven a Dios, sino que se sirven a sí mismos. Ustedes sirven sus propios conceptos y no se preocupan por satisfacer a Dios. Dios no es su Dios; sus conceptos y su mentalidad son su dios.

  Si usted lee Génesis 4 con prisa, tendrá el mismo problema que tuve yo cuando leí este pasaje en mi juventud. Dije: “Dios no es justo. Ambos hermanos le presentaron una ofrenda. ¿Qué había de malo con la ofrenda de Caín? El no apostaba ni robaba, y era religioso. Si no hubiese sido religioso, no habría presentado una ofrenda. El labró la tierra hasta que ésta produjo fruto, y luego apartó algunas frutas como ofrenda a Dios. ¿Acaso eso no estaba bien? ¿Cómo podría Dios condenarle por hacer eso?” No obstante, la Biblia dice: “Pero no miró a Caín y a la ofrenda suya” (Gn. 4:5, heb.). Dios parecía decirle a Caín: “Caín, hiciste algo religioso, pero ni siquiera lo miraré. Esto no es un servicio para Mí. Tú estás sirviendo a tus propios conceptos. No me interesa tu ofrenda en absoluto”. Cuando yo era joven, no podía entender por qué Dios obró de esa manera, respetando la ofrenda de Abel y rechazando la de Caín. Yo pensaba que Dios era injusto.

  Con el paso de los años llegué a comprender que Caín no presentó su ofrenda a Dios conforme al camino de Dios, sino según sus propias ideas. El inventó una manera de adorar a Dios conforme a su propio concepto y deseo. En el cristianismo actual se inventan muchas novedades para adorar a Dios. Todas estas invenciones son arrogancia.

  Caín en su ser natural ya no era puro. Adán era puro cuando fue creado por Dios, pero Satanás, el maligno, se inyectó en él como resultado de la caída. Por consiguiente, cada vez que el hombre actúa por su propia cuenta, está en unión con el diablo. Por tanto, el hombre no debería actuar por su propia cuenta, sino que debe rechazarse a sí mismo y depender de Dios. Debo entender siempre que soy una persona caída y que Satanás está dentro de mí, en mi naturaleza, en mis pensamientos, en mis deseos y en mi voluntad. Satanás se hace totalmente uno conmigo. No me atrevo a actuar según mi propia voluntad. Debo decir: “Señor, me desecho a mí mismo y pongo mi confianza en Ti. Señor, ve Tú primero; toma la iniciativa. Señor, quiero seguirte y permanecer en Tu camino”. No somos solamente pecadores, sino que nuestro ego se ha hecho diabólico porque Satanás está en nosotros. Todo lo que planeamos según nuestra naturaleza es en realidad una invención del diablo. Caín, igual que muchos hoy, no estaba consciente de eso. El pensaba que mientras hiciera algo por Dios, sirviéndole y adorándole, todo iría bien. Usted no debe pensar así. Debe entender en qué condición se encuentra usted y qué es. Como personas caídas, somos uno con el diablo. El no está solamente alrededor de nosotros y sobre nosotros, sino también dentro de nosotros, en nuestra naturaleza, en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Cada vez que usted se enoja, Satanás está allí. Cada vez que usa sus propias emociones, Satanás está activo en usted. No diga que es solamente usted el que se comporta así, pues Satanás está con usted y en usted. Vemos eso no solamente en las cosas malas, sino también en las buenas. Cuando Caín presentó el fruto de la tierra como ofrenda a Dios, Satanás estaba metido en dicha actividad. En Caín, Satanás presentó una ofrenda a Dios. Esta era la razón por la cual Dios no quiso mirarla. Dios parecía decir: “Caín, tu ofrenda es maligna. Es un insulto para Mí. Es una abominación a Mis ojos. Me niego a aceptarla”.

b. La ira del hombre

  Cuando Caín vio que Dios no había mirado su ofrenda, “se ensañó ... en gran manera, y decayó su semblante” (Gn. 4:5). Pasa lo mismo con los religiosos hoy en día. Si usted no aprecia las obras que hacen, se enojarán y dirán: “¿Acaso no servimos nosotros a Dios? ¿Por qué no está de acuerdo usted conmigo?” Cuando los religiosos vean que otros sirven a Dios como El manda y obtienen así Su respeto, se enfurecerán más todavía. Caín fue el primero en actuar así. Si usted sirve a Dios de la manera que lo hizo Abel, lo cual significa que sigue el camino de Dios, los religiosos se enojarán con usted y le dirán: “¿No cree usted que nosotros también servimos a Dios? ¿Por qué Dios lo va a aceptar a usted y a nosotros no?” Con frecuencia hemos oído estas palabras. Le sugiero que tenga cuidado. Si bien usted sirve a Dios, ¿cómo lo hace, a su manera o la manera de Dios? ¿Sirve usted a Dios conforme a lo que El ha revelado, o según los conceptos que usted tiene o según sus propias invenciones? Decir simplemente que usted sirve a Dios no es suficiente. Es necesario determinar la manera en que lo hace. ¿Corresponde su servicio a la Palabra de Dios o a sus propias ideas?

  No obstante, Dios tuvo mucha misericordia de Caín y siguió hablándole. Caín no oró a Dios ni le preguntó: “Dios, ¿qué hay de malo conmigo?” Aunque Caín no oró, Dios, quien es rico en misericordia, vino a él y le dijo a Caín: “Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?” (Gn. 4:6). Dios preguntó a Caín por qué se había ensañado y por qué había decaído su semblante. Todos los que siguen el camino de Dios tienen un semblante elevado. Alzan su semblante y dicen: “¡Alabado sea el Señor! Amén, Aleluya. Jesús es Señor!” Según algunas versiones, Dios le dijo a Caín: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” El hebreo, el idioma original, también puede ser traducido: “Si bien hicieres, no tendrías el rostro en alto?” Si estamos en el camino de Dios, nuestro semblante será alzado. Aunque muchos religiosos sirven a Dios y lo adoran, Dios no los mira. Como resultado se enojan, diciendo: “¿Acaso no sirvo yo a Dios? ¿No estoy haciendo muchas obras para El?” Estas palabras de enojo son indicio de un semblante caído. Cuando Caín se enojó, Dios parecía decirle: “Caín, no debes enojarte. Tú eres un pecador. ¿Acaso no te han enseñado tus padres las buenas nuevas? Tengo un camino. ¿Por qué ha decaído tu semblante? Tú estás así porque has rechazado Mi camino, porque no has escuchado la predicación de tus padres, y porque no has creído el evangelio. Si tomas Mi camino y crees el evangelio, tu rostro se elevará. Caín, todavía no es tarde. Pero ten cuidado. Si sigues en este camino, el pecado te acecha y procura devorarte”.

  En Génesis 4:7 Dios le dio a Caín una advertencia: “Y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta”. La última parte de ese versículo es difícil de traducir. Algunas versiones dicen acertadamente: “A ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”. Otras versiones dan a entender que el deseo del pecado es para Caín y que éste debe vencerlo. ¿A quién se refiere el pronombre “él” en este versículo? Encontramos la respuesta en Juan 8:44 y 1 Juan 3:12. Con la ayuda de estos versículos podemos ver que en Génesis 4:7 “él” es el diablo. Por consiguiente, Dios le dijo a Caín que el pecado estaba a la puerta y que su deseo, es decir, el deseo de Satanás, se dirigía a él, y que Caín debía vencerle. El pecado y Satanás son uno. ¡Tenga cuidado! Si usted rechaza el camino de salvación de Dios, el pecado acecha a la puerta para apoderarse de usted. El deseo del pecado, es decir, el deseo de Satanás, está dirigido a usted, y usted debe vencerlo. La mejor manera de vencer a Satanás consiste en huir de los conceptos de uno y refugiarse en la obra salvadora de Dios. La salvación de Dios es Jesús como sacrificio. Jesús derramó Su sangre por nuestros pecados y se dio a Sí mismo por nosotros como la justicia que cubre nuestra desnudez. Este es el camino que nos permite huir de Satanás y escapar del pecado que está a nuestro acecho. Si alguno de ustedes lee este mensaje y no toma a Jesús como su Salvador, debo decirle que el pecado acecha a su puerta como una fiera voraz, esperando la oportunidad de apoderarse de usted y devorarle. Este pecado es Satanás, el enemigo insidioso, el mentiroso, aquel que es homicida desde el principio.

c. El hombre asesinó a su hermano

  “Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Gn. 4:8). Cuando comparamos este versículo con Juan 8:44, descubrimos que Caín no fue el único homicida; Satanás también era homicida. En ese pasaje el Señor Jesús se refería al diablo, cuando dijo: “El ha sido homicida desde el principio”. Aunque Abel fue muerto por Caín, Satanás cometió el homicidio al realizar Caín esta acción. Caín, por haber rechazado el camino de Dios y Su advertencia, fue atrapado por Satanás, el homicida, y se convirtió en homicida junto con Satanás. Por consiguiente, dos homicidas cometieron el mismo crimen. Cuando Caín mató a su hermano, vino a ser totalmente poseído por el diablo, pues éste asesinó a Abel con las manos de Caín y con su cooperación. Caín desdeñó la predicación de sus padres y no hizo caso a la advertencia de Dios. Por tanto, motivado por Satanás, sirvió a Dios conforme a su propia invención y finalmente fue totalmente poseído por Satanás y se convirtió en homicida. Esta fue la segunda caída del hombre.

  La segunda caída del hombre empezó cuando éste inventó la religión. No empezó con el robo; empezó con la adoración a Dios conforme al concepto humano. Adorar a Dios conforme a la religión fabricada por el hombre no constituyó una salida de la primera caída, sino una continuación de ella. La segunda caída, que empezó con la religión que creó el hombre, se completó con ese homicidio. ¿Cree usted que los religiosos pueden cometer homicidios? Si usted lee la historia, descubrirá que la Iglesia Católica Romana ha dado muerte a más cristianos auténticos que el Imperio Romano. Millares de cristianos fueron inmolados por el Imperio Romano, y la Iglesia Católica Romana continuó esta persecución, matando más creyentes verdaderos. Si usted procura ser un cristiano genuino en Portugal o en España, debe tener cuidado, pues los religiosos de esos países podrían intentar quitarle la vida. La religión humana siempre es así: empieza sirviendo a Dios y acaba matando a la gente. Esto corresponde exactamente a lo dicho por el Señor Jesús en Juan 16:2: “Viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”.

  ¿En qué consistió la primera caída del hombre? La primera caída del hombre consistió en que éste ingirió algo que no era Dios. El hombre no hizo nada malo; simplemente absorbió un elemento ajeno a Dios. ¿Cuál fue la segunda caída del hombre? La segunda caída del hombre fue la invención de la religión, lo cual condujo a un acto de homicidio. La segunda caída ocurrió por la arrogancia del hombre. La arrogancia significa que el hombre no se preocupa por la economía de Dios, por el camino de Dios, sino que sólo se interesa en sus propios deseos y conceptos. Cuando el hombre se negó a seguir el camino de Dios, e inventó su propia religión, se convirtió finalmente en un homicida del pueblo de Dios. Esta fue la segunda caída del hombre.

  Resulta muy útil entender la caída, pues nos permite ver más de la obra salvadora de Dios. Espero que entre ustedes nadie se convierta en Caín. Todos deberíamos ser Abeles, justos. Seamos todos como Abel, creamos el evangelio, practiquémoslo y vivamos por él.

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