Mensaje 38
Génesis es un libro extenso, pero contiene solamente tres secciones: la creación (1:1—2:25), la corrupción introducida por la serpiente (3:1—11:9), y el llamamiento de Jehová (11:10—50:26). En el mensaje anterior vimos el significado del llamamiento de Dios. El llamado de Dios denota el nuevo comienzo que El establece, el traslado de linaje, y el traslado de vida. Por nuestra parte, el llamado de Dios es un traslado de linaje y de vida, pero por el lado de Dios es un nuevo comienzo. Dios tuvo un nuevo comienzo al crear al hombre, pero éste se corrompió. Por tanto, Dios vino a iniciar algo nuevo al llamar a Abraham. En realidad, este nuevo comienzo es el traslado del linaje de Adán al de Abraham, un traslado del linaje creado al linaje llamado. El llamamiento de Dios significa que somos llamados a salir del linaje original creado para pasar al linaje actual llamado. Este traslado de linaje no es solamente un asunto de posición, sino también de disposición, pues se trata en realidad de un traslado de vida.
Abraham experimentó el traslado tanto de posición como de disposición. Fue trasladado del antiguo país de Caldea a la buena tierra de Canaán. Este fue un traslado de posición. No obstante, Dios se forjó en él y también obró en él. En cierto momento, Dios le dijo que su nombre debía ser cambiado (17:5). La Biblia enseña que el cambio de nombre siempre indica un cambio de vida. Cuando el nombre de Abraham fue cambiado, su disposición, su vida, también cambió. Dios parecía decir a Abraham: “Sigues en el viejo hombre. Estás demasiado enfrascado en tu vida natural. Aunque fuiste llamado a salir del viejo linaje, todavía permanecen en ti la naturaleza y la vida del viejo linaje, y todavía vives por esa vida. Es necesario que Yo obre en ti. Debo cortar esa vida”. La extirpación de la vida vieja estaba representada por la circuncisión. La circuncisión de Abraham se produjo cuando Dios cambió su nombre. Exteriormente, su nombre fue cambiado e interiormente Dios tocó su disposición, su naturaleza y su vida. Después de que la fuerza de la vida natural de Abraham hubo sido cortada, nació Isaac en “el tiempo de la vida”. En realidad, Isaac no nació de la fuerza natural de Abraham; nació de la venida de Dios, pues Dios había dicho: “Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo” (18:14). La venida del Señor fue el nacimiento de Isaac. Esto significa que Isaac no fue producido por la fuerza natural de Abraham sino por una vida sometida a Dios. Con eso vemos que Abraham no sólo fue trasladado de posición, sino también de disposición.
Aparentemente Isaac no necesitaba un traslado de vida. No obstante, Esaú, el primero de los gemelos nacidos de Isaac y Rebeca, estaba centrado en lo natural. Dios nunca acepta nada de lo natural. Puesto que el primer hijo de Isaac era muy natural, Dios escogió al segundo. El primogénito representa la vida natural. Por esta razón, Dios quitó la vida a todos los primogénitos de Egipto la noche de la Pascua. Por el contrario, el segundo representa la vida trasladada. Jacob, por ser el segundo, fue escogido.
Aunque Jacob fue escogido, su naturaleza no fue cambiada. Por tanto, en cierto momento, Dios vino y tocó la fuerza natural de Jacob. En aquel tiempo, su nombre fue cambiado de Jacob, suplantador, por Israel, príncipe de Dios. De ahí en adelante, Jacob quedó cojo. Esto constituyó una señal de que Dios lo había tocado, de que su fuerza natural había sido anulada y de que había llegado a ser un príncipe de Dios. Este es el verdadero significado del llamamiento de Dios.
¿Fue usted llamado? Si tal es el caso, entonces debe salir de Caldea, de Babel, el antiguo linaje y de su vida natural. Debe salir de su vida natural y extirparla. En el llamado de Dios, se necesita el nuevo comienzo, el traslado de linaje y el traslado de vida. Todos debemos ser trasladados. En todos los años en que he estado con los santos, he observado el proceso de este traslado. Me he regocijado al ver que tantos santos han pasado por el traslado de vida. A veces este proceso no es agradable, pero después uno puede ver en los santos el verdadero traslado de vida. Este es el significado del llamado que Dios hace.
Ahora en este mensaje, debemos ver la experiencia de los llamados. Pero antes de llegar allí, debemos considerar el trasfondo y el origen del llamamiento de Dios.
Cuando Dios se apareció a Abraham, éste tenía un trasfondo muy oscuro. Sus antecedentes eran bastante negativos. El primer aspecto de este trasfondo fue el rechazo de Dios por parte del hombre. Este rechazo estaba representado por la construcción de una ciudad. Lo vimos en el caso de Caín en el capítulo cuatro. El hombre construyó una ciudad porque había perdido a Dios como protección. Al dejar de tener a Dios como salvaguardia, el hombre construyó una ciudad para protegerse. Por tanto, la construcción de la ciudad fue la señal de que el hombre había rechazado a Dios. El hombre parecía decir: “Que se vaya Dios. Yo construiré un ciudad para protegerme”. La construcción de la ciudad fue la declaración de que el hombre había rechazado a Dios.
El hombre rechazó a Dios, y además construyó una torre para exaltarse a sí mismo. La torre fue un indicio de la exaltación del hombre. Cuando el hombre rechaza a Dios, se exalta automáticamente a sí mismo. Cada vez que el hombre construye una ciudad, edifica también una torre para hacerse un nombre.
Además, en Babel el hombre también negó el derecho de Dios sobre Su creación. El hombre y también la tierra eran parte de lo que Dios había creado. Sin embargo, el hombre no quería reconocer el derecho de Dios; y más bien estableció las naciones. El establecimiento de las naciones significaba que el hombre había negado el derecho y la autoridad de Dios. Como ya vimos, después del diluvio Dios le dio al hombre la autoridad de regir a otros, pero Satanás incitó al hombre a abusar de la autoridad que Dios le había dado y a formar naciones para que el hombre tuviera su propio dominio, negando el derecho y la autoridad de Dios sobre sí.
Finalmente, Josué 24:2 nos muestra que en Babel el hombre se volvió de Dios a los ídolos, a otros dioses. Detrás de todos los ídolos se encuentran los demonios. Cuando un hombre adora a un ídolo, adora a los demonios. Aparentemente adora ídolos, pero en realidad adora a los demonios.
El contexto en el que Dios hace el llamamiento es la ciudad, la torre, las naciones y los demonios. El hombre había rechazado a Dios, se había exaltado a sí mismo, había negado el derecho y la autoridad de Dios, y se había alejado de El para servir a los ídolos. ¿Cree usted que la situación es mejor ahora? No lo creo. Es tan mala como en aquel entonces. Es exactamente la misma situación.
¿Quién inició este llamado? No fue Abraham. Aunque él fue el padre del linaje llamado, el llamamiento no fue iniciado por él. Creo que Abraham era idéntico a nosotros hoy en día. El nunca se imaginó que Dios lo llamaría. De repente, mientras él y sus parientes estaban en Caldea, adorando a otros dioses (Jos. 24:2), Dios se le apareció. Dios fue el iniciador de este llamamiento.
Aunque el llamado de Dios se lleva a cabo en el tiempo, algo se produjo en la eternidad pasada antes del llamamiento de Dios, a saber, la elección de Dios. Dios escogió a Abraham en la eternidad pasada. Además, todavía en la eternidad pasada, Dios predestinó, marcó de antemano, a Abraham. Antes del nacimiento de Abraham, incluso antes de la fundación del mundo, cuando sólo existía Dios, El escogió a Abraham y lo predestinó. Un día, ya en el tiempo, mientras Abraham adoraba a otros dioses, sin pensar que iba a ser llamado, Dios lo visitó. Dios vino a él como el Dios de gloria. Abraham quedó sorprendido. El Dios de gloria no sólo fue a Abraham, sino que se le apareció.
Debido al trasfondo tan oscuro de Abraham, Dios tuvo que aparecerse a él de un modo contundente. Muchos de nosotros también hemos experimentado este profundo llamado de Dios. Puedo testificar que un día, cuando yo era un joven lleno de ambiciones, Dios vino a mí de una manera intensa. Esa fue la visitación que El me hizo. No lo puedo negar. Muchos de nosotros hemos experimentado lo mismo. Habíamos caído en lo más bajo, y jamás habríamos respondido a una predicación casual y pobre. Necesitábamos que el Dios viviente, el Dios de gloria, nos visitase. He oído muchos testimonios al respecto.
Dios se apareció dos veces a Abraham. La primera vez fue en Ur de Caldea (Hch. 7:2; Gn. 11:31). Si estudiamos detenidamente la Biblia, veremos que en Ur de Caldea, Dios no se apareció al padre de Abraham sino al propio Abraham. Sin embargo, Abraham no aceptó inmediatamente ese llamado, y Dios, por Su providencia, hizo que su padre Taré mudara a su familia de Ur a Harán. Ellos se quedaron allí hasta la muerte de Taré. Abraham no respondió inmediatamente al llamado de Dios, y su indecisión causó la muerte de su padre. Dios se llevó a su padre. Luego, en Harán, Dios se apareció a Abraham por segunda vez (12:1). Allí podemos ver que Dios tiene un propósito específico al relacionarse con el hombre. No creo que ninguno de ustedes los lectores responderían inmediatamente si Dios los visitara. Todos somos hijos de Abraham, y los hijos siempre se parecen a sus padres. Abraham tardó en seguir a Dios y eso llevó a Dios a aparecérsele por segunda vez.
Dios no sólo se apareció dos veces a Abraham, sino que lo llamó dos veces. El primer llamado lo hizo Dios a Abraham cuando éste estaba en Ur (Hch. 7:2-4). Hechos 7 revela que Dios llamó a Abraham a salir de su tierra y de su parentela. Sin embargo, en el segundo llamado, en Harán, Dios llamó a Abraham a salir de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre (12:1). Así que Dios se apareció dos veces a Abraham y lo llamó dos veces. La primera vez, lo llamó a salir de su tierra y de su parentela, mas no mencionó la casa del padre. Por tanto, la familia del padre también salió de Ur. No obstante, cuando Dios llamó a Abraham por segunda vez, no sólo le pidió que saliera de su tierra y su parentela, sino también de la casa de su padre. Abraham recibió de Dios dos apariciones y dos llamados. Estas apariciones y llamamientos de Dios muestran que Dios mismo fue el origen del llamado.
Al leer el libro de Génesis, usted observará que los relatos de Adán, Abel, Enoc y Noé difieren bastante entre sí. No obstante, los relatos de Abraham, Isaac y Jacob se superponen. Génesis habla de ellos y los considera un solo hombre corporativo. La historia de la vida de Isaac empieza en el capítulo veintiuno, y la historia de la vida de Abraham acaba en el capítulo veinticinco. La historia de la vida de Jacob empieza en el capítulo veinticinco, y la de Isaac termina en el capítulo treinta y cinco. La historia de la vida de Jacob, completada por la de José, termina en el capítulo cincuenta. Esta superposición significa que según la experiencia de vida, estas tres personas son un solo hombre, un hombre corporativo. Cuando Dios creó la humanidad, El creó al hombre colectivamente, porque Adán era un hombre corporativo (5:2). Entender eso no es algo insignificante. No se imagine que usted, por haber sido llamado, es un individuo completo. Ninguno de nosotros constituye una unidad completa e individual por sí solo. Todos nos necesitamos los unos a los otros. Usted me necesita a mí, y yo lo necesito a usted. Del mismo modo, Abraham necesitaba a Isaac y a Jacob; Isaac necesitaba a Abraham y a Jacob; y Jacob necesitaba a Abraham, a Isaac y a José. Todos ellos necesitaban a los demás para tener la plenitud del llamamiento de Dios.
Al leer esto, algunos preguntarán: “¿No cree usted que Abraham era un individuo?”. Por supuesto que sí, del mismo modo que usted lo es. Sin embargo, la Biblia nos dice que somos miembros [los unos de los otros] (Ro. 12:5; 1 Co. 12:27). Un miembro nunca puede ser una unidad separada y completa. Cuando un miembro llega a sentirse completo individualmente, eso significa muerte. Por ejemplo, mi dedo pulgar es un miembro de mi cuerpo. No está completo si se separa; tampoco es individual, pues si lo fuese, eso significaría su muerte.
El Dios que vino a llamar a esta persona corporativa y que se relacionó con este hombre corporativo era el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cuando Dios habló a Moisés desde la zarza ardiente, le dijo: “Yo Soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éx. 3:6). En Exodo 3 vemos que Moisés fue llamado por el Angel de Jehová, que el Angel de Jehová era el propio Jehová, y que Jehová era el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob (vs. 2, 4, 6). Dios no dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, de José y de Moisés”. ¡No! El dijo que era el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Este Dios es Jehová y también el Angel de Jehová. ¿Puede usted entender eso? Si lee Exodo 3, verá que el versículo 2 habla del Angel de Jehová y que el versículo 4 habla de Jehová. Luego en el versículo 6, el Angel de Jehová, quien es Dios mismo, le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob”. ¿Cree usted que son tres dioses? Aquí son tres y otros dos: el ángel de Jehová y Jehová. ¿Son cinco seres, cinco dioses? Ciertamente el Angel de Jehová y Jehová son dos. ¿Podemos decir que el Angel de Jehová es el mismo Jehová? Sí podemos, porque la Biblia así lo dice. Nadie puede agotar el estudio de Exodo 3. Finalmente, en Exodo 3:14, Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”. Dios parecía decir: “Soy el Angel de Jehová. Soy Jehová. Soy el Dios de Abraham. Soy el Dios de Isaac. Soy el Dios de Jacob. Yo soy el que soy. No me importa que lo entiendas o no; Yo soy el que soy”. El es nuestro Dios, el Dios que obró en el hombre corporativo. Este Dios era el Angel de Jehová, Jehová mismo, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, y el gran Yo Soy.
El llamado de Dios a Abraham fue obra de Dios el Padre. El nombre original de Abraham era Abram, que significa “padre exaltado”, y el nombre Abraham, que lo sustituyó, significa “padre de una gran multitud”. Ambos nombres tienen la idea fundamental de padre. En el Dios Triuno, el primero es el Padre, y Abraham fue el primero de los llamados. Abraham fue el padre de los llamados, y el primero del Dios Triuno es también el Padre. El Padre es la fuente de la vida. El también es quien planea y propone. Dios el Padre tenía un plan, un propósito. Por tener un propósito, Dios nos eligió y predestinó en la eternidad pasada. Finalmente, en el tiempo, el Padre vino para llamar, justificar, aceptar y cuidar a los llamados. La obra de Dios el Padre consiste en elegir, predestinar, llamar, justificar, aceptar y cuidar a los llamados. La selección y la predestinación preceden el llamamiento. Al leer Romanos 9:11, vemos que estos dos puntos se encuentran en Jacob. No obstante, en Abraham vemos casi todas las experiencias relacionadas con Dios el Padre. Esto es muy significativo.
Isaac era el hijo. Es interesante observar que el segundo del Dios Triuno también es el Hijo. ¿Qué es un hijo? Es alguien que procede del padre, que hereda todo lo que el padre es y tiene, y que cumple todo lo que el padre desea. Al observar la historia de Isaac, encontraremos que él era tal persona. El procedió del padre, heredó todo lo del padre, y trabajó para cumplir el propósito de su padre. Esta es la experiencia de Isaac, la experiencia que corresponde al segundo del Dios Triuno, Dios el Hijo. El Señor Jesús, como Hijo de Dios, procedió del Padre (Jn. 16:28), heredó todo lo que el Padre es y tiene (Jn. 16:15), y cumplió toda la voluntad del Padre (Jn. 6:38). La vida de Isaac corresponde a la Suya.
Ahora llegamos a Jacob. Jacob, el que suplantaba con astucia, necesitaba más que la simple experiencia de ser llamado y recibir la herencia; necesitaba principalmente ser quebrantado para ser transformado y pasar de vivir en la carne a vivir en el Espíritu. Por tanto, es bastante significativo ver que el tercero del Dios Triuno es el Espíritu que obró en Jacob, el que suplantaba con sutileza, para disciplinarlo y transformarlo en un príncipe de Dios. En Jacob vemos la regeneración, la disciplina, la transformación y el crecimiento y la madurez en vida. Todo eso es obra del Espíritu. Por tanto, el Dios de Jacob debe ser Dios el Espíritu.
Así como el traslado de linaje empezó con Abraham, pasó por Isaac y se completó en Jacob, sus experiencias también deben ser consideradas como una sola experiencia completa. Queda implícito que los tres eran uno. El Dios Triuno los consideraba miembros de un hombre corporativo en Su relación con ellos y en Su deseo de ser su Dios de esta manera. Los últimos treinta y nueve capítulos y medio de Génesis constituyen una biografía de una persona corporativa compuesta de tres más uno. Si añadimos los diferentes aspectos de las experiencias de Abraham, Isaac y Jacob junto con José, vemos un cuadro claro de la experiencia completa de los llamados.
Cuando Abraham fue llamado, tuvo un buen comienzo, pero no se nos relata en ninguna parte que haya sido elegido ni que haya llegado a la madurez. Para ser completo, Abraham necesitaba que Jacob fuese escogido y tuviese madurez al final. ¿Cree usted que, según el relato de Génesis, Abraham obtuvo la madurez de vida más elevada y consumada? No hallamos tal evento. Cuando Abraham ofreció a Isaac sobre el altar, llegó a la cumbre de su vida espiritual (cap. 22). Sin embargo, no llegó a la madurez. En el capítulo veinticuatro, vemos que él hizo algo maravilloso al conseguir esposa para su hijo Isaac. Pero después, se casó otra vez (25:1). Esto nos muestra que Abraham no era maduro. Entonces ¿dónde está la madurez de Abraham? Su madurez se halla en la madurez de Jacob.
Usemos como ejemplo los viajes que hicieron Abraham y Jacob a Egipto. El viaje de Abraham a Egipto fue vergonzoso, pues él mintió acerca de su esposa (12:10-20). Pero Jacob hizo una visita gloriosa (47:7). El no fue a Egipto para aprovecharse de los demás. El fue allí con una mano de bendición, pues bendijo incluso a Faraón, el rey supremo de la tierra en aquel tiempo (47:10). Esto revela que la madurez de vida se encuentra en Jacob y no en Abraham. La Biblia enseña que el mayor siempre bendice al menor (He. 7:7). Ningún joven puede bendecir a una persona adulta. Si usted quiere bendecir, necesita la madurez de vida. ¿Dice la Biblia que Abraham bendijo a alguien? ¡No! Pero Jacob alcanzó tanta madurez en vida que podía bendecir a los demás. Cuando bendijo a sus nietos, lo hizo lúcidamente, y no a ciegas como Isaac. Cuando José intentó cambiar la posición de sus manos, Jacob se rehusó y dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé” (48:19). Jacob era plenamente maduro. Aunque Abraham se encontraba en un nivel elevado en la vida de la fe, no encontramos en él la madurez de vida que vemos en Jacob. Para madurar en vida, Abraham tenía que recurrir a Jacob. A pesar de ser el abuelo, Abraham necesitaba a su nieto para estar completo. Con eso, podemos ver que, conforme a la experiencia, Abraham, Isaac y Jacob no son individuos, sino tres miembros de todo el Cuerpo. Del mismo modo, somos miembros los unos de los otros (Ro. 12:5) y, en ciertos aspectos de la vida, debemos depender el uno del otro.
Vemos otro ejemplo de eso en Isaac. La experiencia de Isaac no tuvo principio ni fin. El nunca fue llamado y nunca maduró. Aunque bendijo a sus hijos, lo hizo ciegamente (27:18-29), y no con la lucidez que lo hizo Jacob a sus nietos. Isaac necesitaba el comienzo contenido en las experiencias de Abraham y Jacob y el fin contenido en la experiencia de Jacob para ser completo. Isaac estaba en el medio. El nunca pasó por la disciplina del Señor. No necesitaba experimentar la mano el Señor sobre sí, aunque sí la experimentaron su padre y su hijo. El estaba plenamente cubierto por estos dos lados en cuanto al quebrantamiento de parte de Dios. A menudo nos conviene estar en medio de otros miembros del Cuerpo, pues los que nos aventajan y los que vienen detrás se convierten en nuestro complemento. Esta es la coordinación entre los miembros del Cuerpo.
Jacob en su experiencia tuvo el mejor final, el más elevado, y más maduro. El empezó como una persona que suplantaba con sutileza, pero después de que Dios obró en él, llegó a una madurez plena. El libro de Génesis habla de personajes muy buenos, como por ejemplo, Abel, Enoc, Noé y Abraham, pero ninguno de ellos es tan maduro como Jacob. Después de haber madurado, sus manos de suplantador se convirtieron en manos de bendición. Cuando alguien estaba bajo sus manos, no recibía ninguna condenación; sólo recibía bendiciones. El no sólo bendijo a los descendientes de la fe, sino también a la gente del mundo. El tenía un nivel muy elevado de madurez.
A pesar de haber madurado en vida, Jacob no tuvo ni la experiencia de ser llamado ni la vida de fe. Tampoco tuvo la experiencia de heredar la gracia. Para ser completo, Jacob necesitaba el llamamiento y la vida de fe que experimentó Abraham, y también la experiencia de Isaac de heredar la gracia. Jacob era pobre en fe. El no sabía cómo creer; sólo sabía suplantar. Abraham fue bendecido por Melquisedec después de haber dado muerte a los reyes. Más adelante se encontró con el rey de Sodoma. Este le dijo a Abraham, quien había obtenido la victoria para dicho rey, que tomara para sí el botín. Pero Abraham no quiso tomar ni un solo hilo de los despojos, pues creyó en la suficiencia de la provisión del Dios todopoderoso (14:19-23). Abraham había recibido la bendición de Melquisedec y no necesitaba ayuda del rey de Sodoma. Así fue cómo Abraham experimentó la fe. Pero la experiencia de Jacob fue muy distinta. Adondequiera que iba, él era el primero en suplantar. En medio de una vida de suplantador, Jacob hasta hizo un trato con Dios. Cuando Dios se le apareció en sueños en Bet-el, Jacob dijo al despertar: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir ... Jehová será mi Dios ... y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (28:20-22). Jacob hizo un trato con Dios. Cuando Dios satisficiera sus necesidades, Jacob le daría a cambio el diezmo. Jacob parecía decirle: “Dios, si me provees el alimento, la ropa y las demás cosas necesarias, entonces te daré una comisión del diez por ciento”. Según este negocio, Jacob recibiría el noventa por ciento y Dios solamente el diez. Así vemos que Jacob no tenía la fe de Abraham.
No obstante, al final Jacob llegó a la plena madurez. El alcanzó un grado de madurez tal que José, quien era parte suya, reinó sobre todo el mundo. En aquel tiempo, el mundo estaba bajo la mano de Faraón, y la autoridad de Faraón estaba totalmente con José. En realidad, José no reinó por Faraón sino por Jacob. Aquí vemos el reino. El Nuevo Testamento acaba con el reino. Después de que los llamados hayan completado sus experiencias con el Dios Triuno, vendrá el momento de reinar. Este será el milenio. José sólo reinó varios años, pero en el reino regiremos durante mil años.
Si añadimos las experiencias de Abraham, Isaac y Jacob, tenemos un cuadro vívido de la experiencia completa de los llamados. Como ayuda, consideremos el diagrama que aparece en la página 541. Abraham, Isaac y Jacob, quienes fueron llamados por Dios, fueron escogidos en la eternidad pasada. Entonces, en el debido tiempo, después de su nacimiento, fueron llamados. Muchos años después de ser llamado Abraham, fue circuncidado y su nombre cambiado. Esto es lo que indica la curva. Esta es una línea, o sea, un aspecto, de la experiencia de los llamados. Vemos en el diagrama que la experiencia de Isaac es una línea recta. Es como un insípido vaso de agua. Al llegar a la experiencia de Jacob vemos otra curva. Después de ser tocado y quebrantado el suplantador, llegó a ser un príncipe de Dios. Finalmente, los tres llamados convergen en una línea recta. Los tres estarán allí en la eternidad futura. Con este diagrama vemos que Jacob, o Israel, incluye a José. Como ya vimos, la razón es sencilla: José era la parte reinante de Jacob. Jacob era un príncipe de Dios, mientras que José reinaba sobre el mundo, con dominio sobre toda la tierra en lugar de Jacob. José fue el hijo reinante y Jacob el padre reinante.
Las experiencias de Abraham, Isaac y Jacob constituyen la experiencia completa del hombre corporativo que recibió el llamamiento. Si vemos eso, nos inclinaremos y diremos: “Oh Dios Padre, te necesitamos. Necesitamos Tu plan, Tu propósito, Tu elección, Tu predestinación, Tu llamamiento, Tu justificación, Tu aceptación y Tu cuidado. Oh Dios Hijo, Te necesitamos. Necesitamos que nos redimas para que podamos heredar. Necesitamos que cumplas todo lo que el Padre planeó, todo lo que el Padre determinó hacer. Oh Dios Espíritu, Te necesitamos. Necesitamos que nos regeneres, nos disciplines, nos transformes y nos hagas crecer hasta la madurez en vida. Necesitamos que hagas de nosotros los verdaderos Israel. Necesitamos que lleves a cabo todo lo que el Padre planeó y todo lo que el Hijo cumplió por nosotros. Nuestro Dios Triuno, ¡Nos inclinamos ante Ti, cuánto te adoramos, te alabamos y te agradecemos por todo lo que has hecho por nosotros y en nosotros!”.
Después de ver esto, nos humillaremos al darnos cuenta de que toda la experiencia del hombre corporativo llamado es demasiado grande para vivirla individualmente. Yo no puedo ser Abraham, Isaac, y Jacob, además de José. Sólo puedo ser uno de los tres, y por eso debo aprender a depender de mis hermanos para lo demás. Aun si yo fuese tan maduro como Israel, seguiría necesitando que alguien fuese mi Abraham y mi Isaac. Todos debemos entender que no podemos ser más que un miembro del Cuerpo. Necesitamos a los demás miembros. Según nuestra tradición, todos ponemos a Abraham en primer lugar, con la idea de que él supera a los demás. Pero ése no es el caso. A pesar de superar a otros en la fe, no los superaba en madurez. Como vimos, Jacob fue el más maduro.
En la actualidad todos estamos en este proceso, en la experiencia de los llamados de Dios. Algunos de nosotros somos Abraham, otros Isaac, y otros Jacob. Ahora disfrutamos al Dios Triuno en nuestra experiencia, y no en teología. No lo consideramos a El como un concepto doctrinal, sino como un deleite que podemos experimentar. Estamos disfrutando a Dios el Padre, a Dios el Hijo y a Dios el Espíritu. Es muy bueno disfrutar del llamado, la justificación, la aceptación y el cuidado que el Padre nos da. ¡Cuán maravilloso es ver que el Hijo nos redime, nos salva y nos introduce en la herencia y cumple el propósito eterno de Dios! ¡Cuán excelente es experimentar la regeneración, la disciplina y la transformación del Espíritu que nos hace crecer y madurar. No sólo hablamos del Dios Triuno; lo experimentamos a El; participamos del Padre, del Hijo y del Espíritu. El Dios Triuno está con nosotros como nuestra experiencia. En la vida de iglesia, somos Abraham, Isaac y Jacob, e incluso José, pues experimentamos al Dios Triuno. Disfrutamos de la elección, la predestinación, el llamamiento, la justificación, la aceptación, el cuidado, la redención, la herencia y el cumplimiento del propósito de Dios, la regeneración, la disciplina, la transformación, el crecimiento, la madurez y, por último, el reinado. ¡Alabado sea el Señor! Este es el Dios Triuno y el hombre corporativo que ha recibido el llamamiento.