Mensaje 41
En toda la historia humana, ningún libro ha sido tan maravilloso como la Biblia. El Génesis, el primer libro de la Biblia, no es un libro de doctrina, sino de historia. No es una historia de estilo humano, sino de estilo totalmente divino. Génesis usa las biografías de algunos santos antiguos para comunicarnos algo sumamente divino. La revelación divina está contenida en las vidas humanas, en las historias humanas, de la personas mencionadas en Génesis. En este mensaje veremos la revelación divina hallada en la experiencia de Abraham, quien vivió por la fe.
En mensajes anteriores vimos que la experiencia de los llamados presenta tres aspectos: los aspectos de Abraham, Isaac y Jacob. La primera etapa del primer aspecto, el de Abraham, fue el llamado que éste recibió de Dios. Ya tratamos este punto detalladamente en los dos mensajes anteriores. Ahora llegamos a la segunda etapa de la experiencia de Abraham: vivir por la fe, o podemos decir, llevar una vida por fe. Cuando hablamos de una vida por fe, no nos referimos a la vida interior sino a la vida exterior, es decir, el vivir diario, el andar diario de los llamados. El andar diario no es conforme a la vista, sino que se lleva a cabo por la fe (2 Co. 5:7).
La historia de Abraham es una semilla. Toda la biografía de Abraham constituye una semilla. No se trata de una semilla doctrinal sino de la semilla de nuestra historia. La historia de Abraham es la semilla de nuestra historia porque nuestra historia se desarrolla a partir de su historia. En cierto sentido, nosotros y Abraham somos uno en la experiencia de vida. Nosotros los creyentes somos los verdaderos descendientes de Abraham, y él es el verdadero padre de todos los que han sido llamados por Dios. Cuando leemos su biografía, leemos también la nuestra. Su historia nos concierne a nosotros. Al leer todos los capítulos de Génesis acerca de Abraham, debemos leerlos teniendo en cuenta que su historia es la nuestra.
Necesitamos considerar los pasos que debemos dar para seguir al Señor. El primer paso es el llamado, y el segundo es el vivir por la fe. ¿Ha sido usted llamado? Usted debe responder con firmeza: “Amén, he sido llamado”. Abraham fue el primero en ser llamado, y como ya vimos, él no respondió al llamado de Dios de una forma definida, sino con indecisión, deteniéndose en el lodo y en el agua. Nuestra historia es idéntica. Nuestra respuesta al llamado del Señor fue exactamente la misma que la suya. En principio, la semilla se encuentra en pequeña escala, el crecimiento está en una escala superior, y la cosecha en una escala aún mayor. Vimos ya que cuando Abraham salió de Harán, tomó consigo a Lot. ¿No trajo usted a Lot consigo? Si Abraham, la semilla, trajo consigo a un solo Lot, entonces es probable que cada uno de nosotros haya traído a muchos Lot. Me temo que algunos lectores se han llevado más de diez Lot con ellos. Con eso vemos que nuestra historia se encuentra en la biografía de Abraham.
Por mucho que Abraham se haya detenido en el lodo y en el agua, Dios de todos modos seguía siendo soberano. Dios es Dios. Abraham no sólo fue llamado, sino también capturado. El salió de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, y fue llevado a More, el lugar donde Dios quería que se estableciera y donde se le volvió a aparecer (12:6-7). La segunda aparición de Dios fue un sello para la respuesta de Abraham a Su llamado. El llamado de Dios fue claro, pero la respuesta de Abraham no lo fue. No obstante, Dios finalmente recibió una respuesta definitiva a Su llamado. No me preocupa lo mucho que los hermanos y hermanas jóvenes se detengan en su indecisión. Tarde o temprano serán totalmente cautivados. Los obreros cristianos y los hermanos que van delante deben tener una fe que nunca se desilusione de los hermanos y las hermanas. No piensen jamás que cierto hermano es un caso perdido. Por el contrario, debemos decir que ese hermano tiene mucha esperanza. Simplemente espere un tiempo y verá que todos irán a More.
En More Dios se volvió a aparecer a Abraham y éste volvió a encontrarse con Dios (12:6). A usted que afirma ser llamado, quisiera preguntarle: ¿Cuál es el sello de su llamado? El sello de nuestro llamado es la nueva aparición de Dios. La segunda aparición de Dios, Su regreso a nosotros, es el sello de nuestra respuesta a Su llamado. La segunda aparición de Dios a Abraham fue la fuerza que lo capacitó para vivir por la fe.
Si usted lee el relato de Génesis, verá que en los días de Abraham, la humanidad construía una ciudad fuerte para su protección y erigía una torre alta para hacerse un nombre. En esto consistía el vivir de la humanidad en Babel. Pero Abraham vivió de manera totalmente distinta. Su vivir fue un testimonio en contra de la manera en que vivía la humanidad, la cual se manifestó plenamente en Babel. Como vimos en el mensaje treinta y seis, en Babel había una gran ciudad construida por los hombres. Esta ciudad no fue construida con piedras, las cuales Dios creó, sino con ladrillos hechos por los hombres. Estos ladrillos fueron hechos aniquilando el elemento de la tierra que produce vida. Sin embargo, Abraham, el llamado, no vivía así. Abraham no tenía ninguna relación con la ciudad ni con la torre. Después de la segunda aparición de Dios, lo cual sirvió como sello de la respuesta de Abraham a dicho llamado, éste construyó inmediatamente un altar, no para hacerse un nombre, sino para invocar el nombre del Señor. ¿Por qué hizo Abraham eso? Porque había recibido la segunda aparición de Dios. ¿Cómo pudo hacerlo? También por haber recibido la segunda aparición de Dios. Recuerde que el relato de Génesis acerca de Abraham constituye una biografía, y no una doctrina ni una religión ni una tradición. Abraham no construyó un altar por causa de la enseñanza ni de la tradición religiosa, sino porque Dios se le había aparecido. La segunda aparición de Dios lo fue todo para él. No sólo selló la respuesta de Abraham al llamado de Dios, sino que también le dio la fuerza para vivir de una manera totalmente distinta a esta humanidad. Lo hizo vivir como un testimonio en contra de su generación. El altar que Abraham construyó era un testimonio en contra de la torre de Babel.
Ahora debemos descubrir el momento en que Abraham experimentó la segunda aparición de Dios. Nuestro Dios no hace nada sin un propósito y nunca actúa de manera descuidada. Todo lo que hace tiene un propósito y un significado. Después de que Abraham respondió al llamado de Dios, creyó en El y le obedeció, llegó al encino de More (12:6-7). Cuando llegó a ese lugar, Dios se le volvió a aparecer porque había creído en Su llamado y lo había obedecido. Abraham, como persona que había creído en Dios y obedecido Su llamado, no tenía ninguna alternativa en cuanto al lugar donde debía morar. Dios volvió a llamar a Abraham en Harán, y éste después de cruzar el río allí, emprendió un largo viaje. Durante ese largo viaje, Abraham no tenía alternativa. Hebreos 11:8 nos dice que Abraham no estaba libre para elegir a su gusto. El no disponía de ningún mapa. Su mapa era una Persona viviente, el Dios viviente. Durante su viaje, tenía que acudir continuamente a Dios; no podía detenerse en ningún lugar que a él le pareciera. Mientras viajaba, la presencia de Dios era su guía, su mapa. El siguió a Dios de esta manera hasta llegar a More, donde Dios se le apareció. Esta aparición indicaba que Abraham había llegado al lugar que Dios había escogido para él. Allí Dios le dijo que daría esa tierra a sus descendientes.
La primera vez que Dios se nos aparece no depende de nosotros. Es Dios quien inicia ese llamado. No obstante, después del primer llamado, toda aparición adicional depende de nuestra condición. La primera aparición de Dios tiene su origen en El y no depende de nosotros, pero las apariciones siguientes dependen de nuestra condición. Si Abraham no hubiera llegado a More, no habría recibido la segunda aparición de Dios, la nueva aparición que le proporcionó la fuerza de seguir adelante con Dios. Esta continuación con Dios constituyó el vivir de Abraham por la fe en Dios.
Génesis 13:14-17 relata la segunda aparición de Dios a Abraham. En este capítulo, vemos que Abraham tuvo dificultades con Lot. En la carne, Lot era sobrino de Abraham, pero delante de Dios era hermano de Abraham. Lot le causó dificultades a Abraham, pero éste no peleó con él. Por el contrario, le permitió escoger a dónde ir. Después de que Lot se separó de Abraham y lo dejó en paz, Dios volvió a aparecerse a Abraham. Esta nueva aparición se debía al hecho de que Abraham no peleó ni luchó por su propia cuenta, sino que le cedió siempre a su hermano Lot la alternativa de escoger. Esta segunda aparición de Dios también fortaleció la vida que Abraham llevaba por fe.
Después de ser llamados por Dios, debemos vivir por fe. Esto es lo que necesitamos hoy. Si usted fue llamado por Dios, debe vivir por fe. En la Biblia, la fe contrasta con la vista. Si usted fue llamado por Dios, debe vivir por fe, y no por vista. Considere el mundo actual; no es más que una cosecha del vivir humano sembrado en Babel. En Babel se sembró una semilla, y el mundo actual es la gran cosecha de esa semilla. La gente construye grandes ciudades para su supervivencia y erige torres altas para hacerse un nombre. Esta es la situación actual en la tierra. Pero nosotros fuimos llamados. ¿Qué haremos? Debemos vivir por fe. ¿Qué significa vivir por fe? Consiste en vivir confiando en Dios en todo. Abraham no declaró que vivía por fe. Tampoco predicó el vivir por fe. El simplemente vivía por la fe. Ahora debemos ver la manera en que Abraham vivía por fe.
Después de llegar a More y de haber recibido la segunda aparición de Dios, Abraham construyó un altar (12:7). Este fue el primer altar que construyó. Para vivir por fe, primero debemos construir un altar. En la Biblia un altar significa que lo tenemos todo por Dios y que le servimos a El. Construir un altar significa que ofrecemos todo lo que somos y tenemos a Dios. Debemos poner sobre el altar todo lo que somos y todo lo que tenemos. Antes de hacer algo por Dios, El nos dirá: “Hijo, no hagas nada por Mí. Te quiero a ti. Deseo que pongas todo lo que eres y todo lo que tienes sobre el altar para Mí”. Esta es la verdadera comunión, la verdadera adoración. La verdadera adoración de los llamados consiste en poner todo lo que somos y todo lo que tenemos sobre el altar.
Según el punto de vista humano, la gente dirá que estamos locos si hacemos eso. Nos acusarán de desperdiciar nuestro tiempo y nuestras vidas. Si hubieran estado con Abraham, habrían dicho: “Abraham, ¿qué estás haciendo? ¿Estás loco? ¿Por qué construyes un altar, algo tan insignificante, y pones todo encima para quemarlo? ¿No es eso insensato?”. Como llamados, todo lo que hagamos parecerá insensatez a la gente mundana. Muchos parientes nuestros dirán que es insensato asistir a tantas reuniones, y se preguntarán por qué no nos quedamos en casa a ver televisión con nuestra familia. La gente mundana no puede entender por qué asistimos a varias reuniones por semana. Piensan que estamos locos. Dirían: “¿Qué están haciendo ustedes allí en ese pequeño edificio? ¿Por qué van allí los miércoles, viernes, sábados, dos veces cada domingo, e incluso a veces los lunes, martes y jueves? ¿Están locos?”. ¡Sí! Para la gente mundana, estamos locos. La aparición de Dios nos enloquece.
Un altar significa que no guardamos nada para nosotros mismos; significa que entendemos que estamos aquí sobre la tierra para el beneficio de Dios. Un altar significa que vivimos por Dios, que Dios es nuestra vida, y que el significado de nuestra vida es Dios. Por tanto, lo ponemos todo sobre el altar. No estamos aquí para hacernos un nombre; ponemos todo sobre el altar por causa de Su nombre.
Si usted considera su experiencia, verá que inmediatamente después de que Dios lo llamó, se le volvió a aparecer, y usted le dijo: “Señor, de ahora en adelante, todo es Tuyo. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que puedo hacer y lo que voy a hacer es para Ti”. Todavía puedo recordar lo que sucedió la tarde del día en que fui salvo. Al salir del local de la iglesia y al andar por la calle, miré al cielo y dije: “Dios, de ahora en adelante Te lo entrego todo”. Esta fue una verdadera consagración. En un sentido espiritual, fue la construcción de un altar. Creo que muchos lectores han tenido esta experiencia. Cuando recibimos el llamado de Dios, estábamos locos, despreocupados por lo que podía suceder. En aquella ocasión, no nos dimos cuenta de lo que significaba, pero prometimos al Señor que todo lo que teníamos era para El. Cuando le dije eso al Señor aquel día en la calle, no entendía lo que eso implicaba. A los pocos años, me encontré en dificultades, y el Señor dijo dentro de mí: “¿No te acuerdas de lo que dijiste aquella tarde al andar por la calle? ¿No dijiste: ‘Oh Dios, de ahora en adelante todo es para Ti’?”. Al firmar el contrato, no sabía lo que ello implicaba. Pero era demasiado tarde para retractarme; el contrato ya había sido firmado. Decir al Señor que uno le entrega todo constituye la verdadera construcción de un altar. Todos podemos testificar de lo hermosa que es la sensación y de lo íntima que es la comunión cada vez que le decimos al Señor que se lo entregamos todo. En ese momento, penetramos profundamente en el Señor.
A pesar de decirle al Señor que todo lo que somos y tenemos es para El, podemos olvidarlo a los pocos días. Pero Aquel que nos llamó nunca olvida. El tiene una memoria excelente. A menudo El vendrá a nosotros y nos recordará lo que le dijimos. El podría decir: “¿No te acuerdas de lo que me dijiste aquel día?”. No es una doctrina, sino una verdadera experiencia. A menos que usted no haya sido llamado, no será una excepción. Si usted es un llamado, tengo la plena seguridad de que ha tenido esta clase de experiencia. El Señor se le volvió a aparecer, y en esta nueva aparición usted se enloqueció, y prometió darle todo a El, y no consideró lo que ello implicaba. Usted simplemente se consagró al Señor. No entendía el significado de lo que prometió. Le damos las gracias a Dios porque no entendimos eso cuando lo hicimos. No entendimos cuánto nos comprometimos con Dios al pronunciar una sola frase. Ella nos ató. El es Dios. El es el que llama, y nosotros somos los llamados. Todo es Suyo. Aun cuando queremos enloquecernos por El, dentro de nosotros no tenemos ganas de hacerlo. Pero cuando El se nos aparece, nos enloquecemos y decimos: “Oh Señor, todo es Tuyo. Tómalo. Señor, haz lo que quieras. Te lo ofrezco todo”. El momento en que nos ofrecemos al Señor es como un sueño. Más tarde nos despertamos y empezamos a entender las repercusiones que tiene.
Al principio de mi ministerio, sentía la carga de ayudar a la gente a consagrarse. Compartí mucho acerca de la consagración, pero no vi muchos resultados. Mi enseñanza no producía muchos resultados. Finalmente, me di cuenta de que no podemos ayudar a la gente a consagrarse enseñándole. La enseñanza no es lo que conduce la gente a consagrarse al Señor; es la aparición del Señor lo que motiva a hacerlo. Si podemos ayudar a la gente a encontrar al Señor y a venir a Su presencia, eso será suficiente. No necesitamos decirle que se consagre a Dios ni que se ofrezca sobre el altar. Cuando Dios se aparezca al pueblo, nada les podrá impedir consagrarse. Dirán espontánea y automáticamente: “Señor, todo es Tuyo. De ahora en adelante te lo entrego todo”. ¿Ha tenido usted esta clase de experiencia? ¿Acaso no ha dejado todo lo que es y tiene sobre el altar para Dios y para Su propósito?
Después de construir un altar al Señor en More, Abraham atravesó el país. Dios no le dio solamente una pequeña parcela, sino una tierra extensa. Abraham en sus viajes llegó a un lugar situado entre Bet-el y Hai. Bet-el estaba al occidente y Hai al oriente. Aquí, entre Be-tel y Hai, Abraham construyó otro altar (12:8; 13:3-4). Bet-el significa la casa de Dios, y Hai significa montón de escombros. Bet-el y Hai se oponen. ¿Qué significa este contraste? Significa que a los ojos de los llamados, sólo la casa de Dios vale la pena. Todo lo demás es un montón de escombros. Este mismo principio es válido con respecto a nosotros hoy en día. Por un lado, tenemos a Bet-el, la casa de Dios, la vida de iglesia. Al lado opuesto se encuentra un montón de escombros. Todo lo que es contrario a la vida de iglesia es un montón de escombros. A los ojos de los llamados de Dios, todo lo que no es la vida de iglesia constituye un montón de escombros, porque ellos miran la situación mundial desde el punto de vista de Dios. Este punto de vista es totalmente distinto del punto de vista del mundo. Según el mundo, todo lo mundano es elevado, bueno y maravilloso, pero desde la perspectiva de los llamados de Dios, todo lo que se opone a la casa de Dios constituye un montón de escombros.
Primero nos consagramos en More. Luego nos consagramos en el lugar que se encuentra entre la vida de iglesia y el montón de escombros. Para nosotros, la casa de Dios es lo único que vale la pena. Todo lo demás es un montón de escombros. Entre la casa de Dios y el montón de escombros construimos un altar a fin de tener comunión con Dios, adorarle y servirle.
Abraham construyó el tercer altar en Mamre de Hebrón (13:18). Mamre significa fuerza, y Hebrón significa comunión o amistad. Génesis 18:1 nos muestra que en Mamre Dios visitó a Abraham. En esa visita Dios no sólo se le apareció, sino que estuvo con él por mucho tiempo, y hasta tuvo un banquete con él. Veremos más sobre este tema al llegar a ese capítulo. Aunque More y el lugar entre Bet-el y Hai eran buenos, ninguno de ellos era el lugar donde Abraham había posado para tener comunión constante con el Señor. El lugar donde Abraham se estableció para tener una comunión constante con el Señor fue Mamre de Hebrón.
Todos debemos mantener una comunión constante con el Señor. Esto no sucede por coincidencia; tampoco debe producirse eventualmente. Debe ser constante. Tal vez usted haya construido un altar al Señor hace algunos años. Eso está bien, pero ¿qué ha sucedido desde entonces? Usted podrá decir que construyó un altar hace dos años, pero ¿y hoy qué? Muchos de nosotros tuvimos la experiencia de More pero no hemos tenido la experiencia en Mamre. Creo que Abraham vivía principalmente en Hebrón, el lugar donde podía tener una comunión constante con el Señor. Allí, en Hebrón, construyó el tercer altar. Todos debemos construir por lo menos tres altares: el primero en More, el segundo entre Bet-el y Hai, y el tercero en Mamre de Hebrón. Debemos construir un altar en Mamre de Hebrón para poder adorar a Dios, servirle y tener comunión constante con El. Esta es la experiencia del tercer altar, el altar de Hebrón.
Después de construir un altar, Abraham plantó una tienda (12:7-8). En Babel, el pueblo primero construyó una ciudad y luego erigió una torre. Pero Abraham primero construyó un altar y luego erigió una tienda. Esto significa que Abraham estaba consagrado a Dios. Lo primero que hizo fue ocuparse de la adoración de Dios, de su comunión con El. En segundo lugar, él se ocupó de su supervivencia. La tienda estaba relacionada con la supervivencia de Abraham. Abraham no empezó por su supervivencia. Esto era secundario. Para Abraham, la prioridad era consagrar todo a Dios, adorarle y servirle y tener comunión con El. Entonces Abraham plantó una tienda para su supervivencia. El hecho de que Abraham se haya establecido en una tienda indica que no pertenecía al mundo, sino que era un testimonio para la gente (He. 11:9).
Primero Abraham plantó su tienda en el lugar que se encontraba entre Bet-el y Hai (12:8; 13:3). Este era el lugar donde estaba la casa de Dios y donde él empezó su testimonio expresando a Dios por la comunión que tenía con El. Su altar fue el comienzo del testimonio de Dios que presentó al mundo, y su tienda completaba dicho testimonio. Su tienda era una miniatura del tabernáculo que construirían sus descendientes en el desierto, y sería llamado el “tabernáculo del testimonio” (Éx. 38:21). Por haber sido plantada por Bet-el, su tienda, en cierto sentido, puede ser considerada la casa de Dios para el testimonio de Dios sobre la tierra.
Más tarde, Abraham trasladó su tienda a Hebrón, que significa comunión (13:18). Primero su tienda fue un testimonio de Dios al mundo y luego se convirtió en el centro donde tenía comunión con Dios. Lo vemos claramente demostrado con lo que sucedió en el capítulo dieciocho, donde Dios lo visitó en la tienda en Mamre de Hebrón. Al levantar una tienda, Abraham le proporcionó a Dios un lugar en la tierra donde comunicarse y tener comunión con el hombre. Su tienda trajo a Dios de los cielos a la tierra. Todos nosotros, los llamados de Dios, debemos erigir una tienda. Por una parte, esta tienda es un testimonio de Dios al mundo; por otra, es un lugar de comunión con Dios que trae a Dios de los cielos a la tierra.
No se imagine que este asunto de la tienda es algo insignificante. Más adelante, cuando los descendientes de Abraham fueron llamados a salir de Egipto y a entrar en el desierto, Dios les mandó construir una tienda y que frente a ella construyeran un altar (Éx. 26:1; 27:1). Allí en Exodo, vemos un altar con una tienda, un tabernáculo. Ese tabernáculo era la casa de Dios sobre la tierra. La tienda de Abraham también era la casa de Dios sobre la tierra. En Génesis 18 podemos ver que Dios vino y se quedó con Abraham en su tienda. En aquel tiempo Abraham era un sacerdote que ofrecía sacrificios a Dios. El hecho de que construyera un altar y ofreciera sacrificios a Dios demostraba que ejercía la función de sacerdote. Dios tiene la intención de que todos Sus llamados sean sacerdotes. Somos sacerdotes, y no necesitamos que otros ofrezcan sacrificios por nosotros. Debemos hacerlo nosotros mismos. Cuando Abraham cenaba con Dios en su tienda, él era el sumo sacerdote, y el interior de su tienda era el Lugar Santísimo. Dios estaba allí. Con eso podemos ver que la tienda de Abraham prefiguraba el tabernáculo que construirían los descendientes de Abraham en el desierto como morada para Dios y para los sacerdotes. Aquí en Génesis vemos a un sacerdote llamado Abraham, quien vivía con Dios en su tienda. Al lado de esta tienda había un altar.
No olvide que la historia de Abraham es la suya. ¿Acaso no tiene usted una tienda donde siempre disfruta la presencia del Señor? La gente del mundo no tiene esa tienda. Ellos sólo tienen una gran ciudad. La única cosa que la gente mundana puede ver es su gran ciudad. Dicen: “Miren mi empresa, mi educación, mis logros. Miren cuántas cosas tengo”. Sin embargo, podemos contestarle a la gente mundana: “Ustedes lo tienen todo, pero hay una cosa que no tienen: la presencia de Dios. Ustedes no tienen la tienda; tienen la ciudad de Babel. Todo lo que tienen forma parte de la gran Babilonia”. Pertenecer a la clase alta o a la clase baja no significa gran cosa. Lo único que importa es que dondequiera que estemos tengamos una tienda con la presencia de Dios. Cuando tenemos una tienda con la presencia de Dios, sentimos en lo profundo de nosotros que aquí en la tierra nada es duradero. Todo es provisional. Ponemos los ojos en la eternidad. Los bancos, las empresas y los logros son temporales y no significan nada. No tenemos nada duradero sobre esta tierra. Sólo quisiera tener una tienda con la presencia de Dios. Me gusta vivir en esa situación. Podemos decir a la gente mundana: “Doctor fulano de tal, no tengo todo lo que usted tiene, pero sí tengo lo único que usted no tiene: la presencia de Dios. No tengo que esperar la eternidad para tener la presencia de Dios. Tengo la presencia de Dios ahora mismo en mi tienda. Mi entorno es una tienda, una miniatura de la Nueva Jerusalén. Tal vez eso no le parezca valioso a usted, pero a los ojos de Dios tiene mucha importancia”. Esto es lo que significa plantar una tienda.
Cuando respondamos al llamado de Dios, y Dios se nos vuelva a aparecer y cuando construyamos un altar para Dios, diciéndole que todo lo que somos y tenemos es para El, erigiremos inmediatamente una tienda. Espontáneamente, la gente verá que es una expresión, una declaración, de que no pertenecemos a este mundo. Al plantar una tienda, declaramos que vivimos en tierra extranjera. No pertenecemos a esta tierra; buscamos una tierra mejor. No nos gusta este país, esta tierra, este mundo. Esperamos entrar en otro país. Vivimos por la fe como en tierra extranjera (He. 11:9).
Hebreos 11:10 revela que Abraham “esperaba con anhelo la ciudad que tiene fundamentos, cuyo Arquitecto y Constructor es Dios”. Indudablemente la ciudad que tiene fundamentos es la Nueva Jerusalén, la cual tiene fundamentos sólidos, establecidos y puestos por Dios (Ap. 21:14, 19-20). Mientras Abraham vivía en una tienda sin fundamentos, miraba y esperaba una ciudad con fundamentos. Sin embargo, no creo que Abraham sabía que esperaba la Nueva Jerusalén. Incluso muchos cristianos no saben que esperan la Nueva Jerusalén. Sin embargo, debemos entender que vivimos en la tienda, la vida de iglesia hoy en día, esperando su consumación final, la cual será la Nueva Jerusalén: la ciudad de Dios, la cual tiene fundamentos.
La tienda de Abraham era una miniatura de la Nueva Jerusalén, que será el tabernáculo final de Dios en el universo (Ap. 21:2-3). Mientras vivía en esa tienda, vivía en una sombra de la Nueva Jerusalén. Mientras él vivía allí con Dios, esperaba una ciudad, una ciudad que finalmente sería la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén, el tabernáculo eterno, reemplazará esa tienda temporal en la cual vivía Abraham. La tienda de Abraham era una semilla de la morada eterna de Dios. Esta semilla creció en el tabernáculo erigido por sus descendientes en el desierto (Éx. 40), y su cosecha será la Nueva Jerusalén, el tabernáculo de Dios con el hombre. Dios sigue necesitando esa semilla en todos nosotros. Todos debemos vivir en una tienda y buscar una patria mejor, una tierra en la cual esté el tabernáculo eterno donde Dios y nosotros, nosotros y Dios, viviremos juntos por la eternidad. El interés de Abraham se centraba en una tierra mejor. Dios le había dicho a Abraham que daría la tierra a él y a sus descendientes, pero Abraham no se preocupó por eso. El buscaba una patria mejor y una ciudad con fundamentos. Por último, la Biblia nos dice que esta patria mejor es el cielo nuevo y la tierra nueva, y que la ciudad con fundamentos es la Nueva Jerusalén, la morada eterna para Dios y para todos Sus llamados.
Hoy en día estamos repitiendo la vida y la historia de Abraham. Antes había un solo Abraham; ahora hay muchos. En la actualidad la vida de iglesia es la cosecha de la vida e historia de Abraham. La vida por fe que llevaba Abraham se repite entre nosotros. Todos nosotros estamos aquí construyendo un altar y levantando una tienda. Considere la vida de iglesia: tenemos un altar y un verdadero tabernáculo. Este es un cuadro de la Nueva Jerusalén venidera donde pasaremos la eternidad con Dios.
La Biblia concluye con una tienda. La Nueva Jerusalén es la última tienda, el último tabernáculo del universo. Quizás un día Abraham se encuentre con Dios en la Nueva Jerusalén, y Dios le diga: “Abraham, ¿recuerdas aquel día en que comimos juntos en tu tienda? Tu tienda era una miniatura de este tabernáculo eterno”. La tienda de Abraham era una semilla. El crecimiento de esa semilla está en Exodo y su cosecha en Apocalipsis 21. En principio, no existe ninguna diferencia entre la tienda de Abraham y la Nueva Jerusalén, la última tienda. Si yo fuese Abraham y me encontrara a Dios en la Nueva Jerusalén, le diría: “Señor, recuerdo el día en que Tú viniste a mi tienda. Ahora yo vengo a Tu tienda”.