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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 44

CONOCER LA GRACIA PARA CUMPLIR EL PROPOSITO DE DIOS: LA SIMIENTE Y LA TIERRA

  En este mensaje vamos a ver un gran giro en la experiencia de Abraham en Dios. Hasta ahora todo lo que hemos visto acerca de la experiencia de Abraham en Dios ha sido externo. Abraham fue llamado por Dios y respondió dirigiéndose al lugar donde Dios deseaba que estuviese. Esto fue un asunto totalmente externo. Más adelante, la segunda experiencia de Abraham consistió en vivir por la fe y confiar en Dios en lo relacionado con su sustento.

  La primera prueba con la cual él se enfrentó al vivir por la fe fue una terrible hambre por la cual aprendió a confiar en Dios para la obtención del sustento. Antiguamente y en tiempos modernos, tanto en el oriente como en el occidente, toda la gente, por muchos logros, educación o posición que tenga, debe ocuparse de su supervivencia. La vida depende totalmente de la comida, la supervivencia. En la Biblia y en la historia humana, muchas veces Dios ha ejercido Su control sobre el linaje humano con este asunto de la comida. No sea orgulloso, porque cuando Dios le quite las provisiones, usted se inclinará y dirá: “Oh Dios, ¡ayúdame!”.

  En mensajes anteriores hemos visto que después de que Abraham llegó al lugar donde Dios deseaba que él estuviera, tuvo que aprender una primera lección: confiar en Dios para la obtención de su sustento. El falló en esta prueba y descendió a Egipto. Allí aprendió a confiar en Dios. Después de aprender esta lección, volvió al lugar donde había estado entre Bet-el y Hai. Inmediatamente después, se le presentó otra lección en la misma esfera, en el sustento, cuando hubo una contienda entre los pastores de Lot y los suyos. Estos pastores luchaban por su sustento, peleándose por mejorar su vivir. No querían que otros les quitaran su medio de supervivencia. Abraham obtuvo la victoria en la segunda prueba, pues había aprendido en la primera ocasión que Dios era soberano en su vida diaria. Abraham descubrió que el Dios que lo había llamado era el Dios Altísimo, el Dueño de los cielos y de la tierra. El no debía preocuparse por su propio sustento, pues había aprendido que quien lo había llamado se encargaría de eso.

  La contienda entre los cuatro reyes y los cinco reyes se relacionó también con los medios de supervivencia. La historia nos muestra que todas las guerras entre los hombres giran en torno a ese asunto. Todas las guerras que suceden en el mundo persiguen un solo propósito: obtener el pan. Génesis 14:11 indica que la lucha entre los cuatro reyes y los cinco reyes tenía este propósito.

  Abraham no tuvo temor de estos cuatro reyes, pues salió osadamente a enfrentarse con ellos, y después de darles muerte recuperó las provisiones. Después de la victoria de Abraham sobre los cuatro reyes, Melquisedec vino a su encuentro con pan y vino (14:18). Este pan era misterioso. Abraham no tuvo que hacer nada para conseguirlo y tampoco tuvo que pelear por él. El sólo libró la batalla y recobró la provisión de alimentos, y luego Melquisedec vino a él trayendo pan.

  Hasta el final del capítulo catorce todas las experiencias de Abraham eran externas, pues giraban en torno a la bendición, el cuidado y la provisión externos. Cuando Abraham bajó a Egipto, Dios lo cuidó exteriormente, pues le dio ganado y siervos. La victoria que él ganó sobre los cuatro reyes también era externa. Incluso lo que Melquisedec trajo a Abraham era externa. Todo lo que Abraham había experimentado hasta ahora era externo. Antes de escuchar eso, usted quizás haya pensado que al final del capítulo catorce, Abraham probablemente estaba en la cumbre de su experiencia con Dios. Efectivamente, en cierto sentido él estaba en la cima, pero era la cima de la etapa elemental de su experiencia. Todo lo que Abraham había experimentado antes del capítulo catorce era elemental. Al principio del capítulo quince, Dios empezó a llevarlo a una etapa avanzada en la experiencia con El.

c. Conocer la gracia que cumple el propósito de Dios

  En Génesis 15:1 leemos: “Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Cuando Dios pronunció estas palabras, Abraham todavía estaba en una etapa elemental. Después de haber dado muerte a los reyes, se levantó una gran enemistad entre él y el pueblo que pertenecía a esos reyes. Cuando Abraham libró la batalla contra el enemigo, fue valiente y decidido. Pero después de su victoria al regresar a casa, él quizás haya dicho para sí: “¿Qué he hecho? Esta gente podría volver. Entonces ¿qué haré? Sólo tengo trescientos dieciocho hombres, pero aquel pueblo es mucho más numeroso”. Abraham empezó a tener miedo. Con frecuencia nos parecemos a Abraham. Cuando estamos en la fe, somos valientes y decimos: “Aleluya al Dios Altísimo, el Dueño de los cielos y de la tierra. He alzado mis manos hacia El”. Después de ganar la victoria y de gritar aleluyas en las reuniones, usted regresa a casa y empieza a pensar: “¿Qué he hecho? ¿Qué haré si vuelve el enemigo?”.

  Cuando Dios se apareció a Abraham en 15:1, le dijo: “No temas”. El hecho de que Dios le haya dicho eso a Abraham indica que éste temía a sus enemigos. Dios parecía decirle: “Abraham, no debes temer. Yo soy tu escudo. Tranquilízate. Yo también soy tu gran galardón”. Abraham todavía se encontraba en una etapa elemental en ese entonces y se preocupaba por dos cosas: el regreso de sus enemigos a luchar contra él y su carencia de prole. Tal vez Abraham haya dicho: “Mírame, estoy viejo. Mira a mi esposa; casi ha perdido su fecundidad. Todavía no tenemos hijo. Señor, ¿acaso no sabes que nos estamos envejeciendo? ¿Cuándo nos darás un hijo?”. Cuando Dios se le apareció a Abraham, éste estaba preocupado por estas dos cosas.

  En la presencia de Dios no podemos esconder nuestra intención. Si nos brindan la oportunidad, tarde o temprano declararemos lo que tenemos en el corazón. Por consiguiente, en 15:2 Abraham dijo: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?”. Lo que Abraham añadió no fue muy cortés. El le dijo al Señor: “Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa” (15:3). Aparentemente Abraham decía: “Señor, no tengo hijo porque Tú no me has dado uno. Tú tienes la culpa de esta situación. ¿Por qué no tengo hijos? ¡Porque Tú no me has dado ninguno! Ahora me dices que Tú eres mi gran galardón. ¿De qué me sirve recibir un galardón si no tengo ningún hijo?”.

  Abraham le dijo al Señor que un hijo nacido en su casa, Eliezer de Damasco, sería su heredero. En New Translation [Nueva Traducción de la Biblia] hecha por Darby, la nota de pie de página [de ese versículo] dice que “un esclavo nacido en su casa” significa “uno de sus siervos”. Esto indica que Eliezer era probablemente de Damasco. Tal vez Abraham lo adquirió en su paso por Damasco. Ninguno de nosotros responde con franqueza el llamado de Dios; todos vacilamos en el lodo y en el agua. Abraham incluso sufrió la muerte de dos parientes: Harán, su hermano mayor, y Taré, su padre. Finalmente, Abraham respondió al llamado de Dios, pues no pudo posponerlo más. El se fue de Harán, donde había sido llamado la segunda vez, y llevó consigo a Lot. Pasó por Damasco donde tomó a Eliezer. Cuando el Señor se le apareció a Abraham, y le dijo que El era su escudo y su gran galardón, Abraham pareció contestarle: “Señor Jehová, no tengo hijo porque Tú no me has dado hijo. El que ha de heredar y poseer mi casa es mi siervo Eliezer”.

  El Señor le dijo a Abraham: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (15:4). El Señor parecía decirle a Abraham: “Yo no estuve interesado en Lot. Tampoco me intereso en éste. Debe haber una simiente nacida de ti, y no uno de tus siervos”. Entonces el Señor le dijo: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (15:5). En aquel momento Abraham creyó en el Señor. El versículo 6 dice que él “creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. La fe de Abraham le fue contada por justicia, y al mismo tiempo él fue justificado. Esta es la justificación por la fe.

  La simiente de Abraham no era un asunto externo, sino totalmente interno. Abraham intentó hacer de eso un asunto externo, pues Eliezer era un extraño y no procedía de él. Debemos ver la diferencia aquí. En la actualidad son pocos los cristianos que se preocupan por la experiencia interna. La mayoría de ellos se interesa en las experiencias externas. La mayoría de las enseñanzas dispensadas entre los cristianos de hoy no pasa de Génesis 14. Algunos argumentarán al respecto, diciendo: “¿Acaso no son justificados por la fe, y no está esto en el capítulo quince?”. Sí, ellos son justificados por la fe, pero aun eso lo convirtieron en algo externo.

  Abraham no fue justificado por la fe cuando creyó que Dios era el Dios Altísimo, el Dueño de los cielos y de la tierra, en el capítulo catorce. Dios no contó por justicia esa clase de fe. ¿Qué clase de fe le fue contada por justicia a Abraham? La fe que creyó que Dios podía hacer algo dentro de él para producir la simiente. Creer que Dios suplirá nuestras necesidades cotidianas y que proveerá nuestro pan de cada día, es bueno, pero no es la clase de fe preciosa a los ojos de Dios. ¿Qué clase de fe es preciosa a los ojos de Dios? La fe que cree que El puede forjarse en nosotros para producir a Cristo. La mayoría de los cristianos de hoy se preocupa solamente por la fe que cree que Dios puede hacer cosas externas por ellos. Esa clase de fe cree que Dios puede darles salud, sanidad, un buen trabajo o un ascenso. Muchos cristianos sólo tienen esa clase de fe. Aunque esa fe es buena, no es la fe que Dios valora tanto y que considera preciosísima. El no le contó por justicia a Abraham esa clase de fe. La clase de fe que le fue contada por justicia a Abraham fue la fe en que Dios podía hacer algo en él para producir una simiente. En Génesis 15 Abraham no tenía la fe que creía que Dios le daría pan, ganado y más siervos, sino la que creía que Dios podía obrar en él y producir una simiente.

  ¿Qué clase de fe tiene usted? La mayoría de los cristianos aprecia la fe que cree que Dios proveerá todo lo que ellos necesitan para su diario vivir. Esta es la fe que cree en Dios como el Dios Altísimo, como el Dueño de los cielos y de la tierra. Quizás usted piense que quedará satisfecho con esa fe. Después de leer el mensaje anterior, quizás procure creer en el Dios Altísimo, en que nuestro Dios es el Dueño de los cielos y de la tierra. Pero esa fe no es la fe que Dios tanto valora y aprecia. Debemos tener la fe que cree que Dios se forja en nosotros, la fe que cree que una simiente celestial será producida por algo forjado en nosotros. ¡Que esto quede profundamente grabado en nuestro ser!

1) Dos categorías de obras divinas para los llamados

a) Para la subsistencia

  Antes del capítulo quince, Abraham había experimentado a Dios como Aquel que lo protegía y le proporcionaba muchos bienes materiales (12:16). Abraham le había dado a Lot todas las alternativas y había ganado la victoria sobre los cuatro reyes. Sin embargo, ninguna de estas cosas se relacionaba con el cumplimiento del propósito de Dios, pues sólo estaban relacionadas con la subsistencia de Abraham (12:10; 14:24). El experimentó todo eso exteriormente en su entorno, y no interiormente en su vida.

b) Para que cumplieran el propósito de Dios

  ¿Sabe usted cuál es el propósito de Dios? El propósito de Dios consiste en tener un pueblo que lo exprese a El con Su imagen, lo represente con Su dominio, y tome posesión de la tierra para Su reino. A partir de Génesis 1:26, vemos que el propósito eterno de Dios consiste en tener un pueblo que lo exprese a El a Su imagen, representándole con Su dominio, y tomando posesión de la tierra con miras a Su reino. Cuando Dios llamó a Abraham, le prometió darle la bendición de expresarlo a El y de ser una gran nación para que por conducto suyo Dios tuviese Su reino sobre la tierra. Este sigue siendo el propósito eterno de Dios ahora. Sin embargo, nada de lo que le sucedió a Abraham antes de Génesis 15 tenía relación alguna con el cumplimiento del propósito de Dios. Del capítulo quince al capítulo veinticuatro, tenemos un relato que nos muestra cómo Dios había obrado dentro de Abraham para que pudiese cumplir Su propósito. Ya no eran simples experiencias exteriores en sus circunstancias sino experiencias internas en su vida.

  Los cristianos de hoy en su gran mayoría sólo se preocupan por la subsistencia, y no por el propósito eterno de Dios. Inclusive entre nosotros muchos todavía no han quedado impresionados con el propósito eterno de Dios. Muchos siguen esperando que el Señor les dé un mejor trabajo, un buen cónyuge, una buena educación o un excelente ascenso. Aunque todas estas cosas nos permiten sobrevivir, no están relacionadas directamente con el cumplimiento del propósito de Dios. Todo lo que precede al capítulo quince era bueno, útil y provechoso para la supervivencia de Abraham, pues le permitía vivir como ser humano, pero ninguna de estas cosas estaba relacionada directamente con el cumplimiento del propósito de Dios. Considere la situación de Abraham. ¿Podía el ganado que Abraham había conseguido en Egipto expresar a Dios? ¿Podían los sirvientes representar a Dios? Aunque Dios le había dado muchísimo a Abraham, él no tenía nada que pudiera cumplir el propósito eterno de Dios. Una cosa es sobrevivir, y otra es cumplir el propósito de Dios. El mismo principio es válido con respecto a nosotros en la actualidad. Nuestra educación, nuestro trabajo y nuestra casa son útiles para nuestra subsistencia, pero ninguno de ellos sirve para cumplir el propósito de Dios.

2) Se necesitan dos cosas para cumplir el propósito de Dios

a) La simiente

  Ahora veremos las dos cosas que se necesitaban para cumplir el propósito de Dios en la época de Abraham. El primer punto era la simiente (15:1-6; véase 13:16; 22:17-18; 12:2). Dios llamó a Abraham con la intención de cumplir Su propósito. Como ya vimos, Su propósito consiste en tener un pueblo a Su imagen, que lo exprese a El, y que lo represente con Su dominio. Sin embargo, Abraham no tenía descendencia. ¿Cómo podía cumplir Abraham el propósito de Dios sin tener una simiente? Dios necesita la simiente. El debe tener un pueblo mediante la simiente.

(1) No lo que tenía Abraham

  Abraham se parece a nosotros, y nosotros somos como él. Cuando Abraham entendió que necesitaba una simiente, pensó que podía ser Eliezer (15:2-4). Abraham parecía decir: “Ahora me doy cuenta de que debo tener una simiente para que Dios tenga un pueblo. Estoy viejo y la capacidad de engendrar de mi esposa está casi agotada; por eso la simiente debe ser lo que ya tengo”. Sin embargo, Dios nunca usaría las cosas que ya tenemos para cumplir Su propósito. Lo que ahora tenemos no sirve para eso. No se imagine que sus posesiones sirven para el cumplimiento del propósito de Dios. Usted sólo tiene a Eliezer. No cuente con ninguna de sus pertenencias. Ninguna de nuestras pertenencias sirve para cumplir el propósito de Dios. Realmente todo lo que tenemos no pertenece a Dios sino a Damasco.

(2) Sino lo que Dios prometió llevar a cabo

  La simiente necesaria para que se cumpliera el propósito de Dios tenía que ser lo que Dios había prometido llevar a cabo por medio de Abraham. Tenía que ser algo que Dios forjara en él para que lo pudiese manifestar a El (15:4-5). Entonces, ¿qué es la simiente? Si usted ora y lee Génesis 15 y Gálatas 3, verá que la simiente es Cristo mismo. Por mucho que hagamos, jamás produciremos a Cristo. Nuestra educación, nuestros logros, nuestras herramientas, etc. no tienen ningún valor. Todas estas cosas son solamente Eliezer, objetos que el Señor no ha forjado en nosotros para producir a Cristo, quien es la simiente. Ninguna de ellas es subjetiva sino totalmente objetiva en nuestro entorno. Su Eliezer puede ser su educación académica. Es posible que aun en la vida de iglesia, usted confíe en este Eliezer, lo cual significa que todavía confía en su educación. Todos nosotros hemos pasado por algún Damasco, y hemos recogido por lo menos un Eliezer. Este nunca podría ser la simiente que Dios desea. La simiente debe ser algo que Dios produzca en nosotros, y no algo que hayamos recogido nosotros. Nada de lo que recojamos en nuestro Damasco podrá producir a Cristo. Sólo lo que Dios forje en nuestro ser puede producir a Cristo como simiente.

  Si queremos cumplir el propósito de Dios, debemos dejar que Cristo sea forjado en nosotros. Esta es la razón por la cual Pablo nos dijo que Cristo fue revelado en él (Gá. 1:15-16), que Cristo vivía en él (Gá. 2:20), que Cristo fue formado en él (Gá. 4:19), y que para él, el vivir era Cristo (Fil. 1:21). Pablo vivía a Cristo. Cuando él era Saulo de Tarso, pasó por un Damasco judío, y adquirió muchas cosas. Todo lo que él obtuvo durante ese tiempo fue un Eliezer. El Señor le dijo a Pablo que tenía que olvidarse de todas estas cosas, pues no eran más que estiércol, basura, comida de perros, y las debía desechar. Nada de lo que tenía Pablo podía producir a Cristo. Lo único que podía producir a Cristo era lo que Dios había forjado en su ser. El Señor parecía decirle a Pablo: “Las cosas que tú conseguiste por tu historial religioso nunca podrán producir a Cristo. Sólo lo que Yo estoy forjando en ti producirá a Cristo. Lo que estoy produciendo en ti es Mi gracia”. Finalmente, Pablo pudo decir: “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10).

  Ahora bien, quisiera decir algo acerca de la diferencia entre la gracia y la bendición. Lo que la mayoría de los cristianos consideran gracia es en realidad bendición. ¿Qué es la bendición? La bendición es la prosperidad, los beneficios y la abundancia. Muchos cristianos usan la palabra gracia como una palabra descriptiva y dicen: “Oh, cuánta gracia tiene Dios para con nosotros”. Pero esto no concuerda con el verdadero significado de la gracia. En Números 6:25 la palabra original hebrea significa inclinarse o descender para ser amable con una persona inferior. Por ejemplo, un rey puede inclinarse en su bondad para dar algo a un mendigo. Esto es el verdadero significado de mostrar gracia. Sin embargo, en la Biblia, la gracia es Dios mismo. En la Biblia, la gracia es simplemente Dios mismo que entra en nosotros para ser nuestro deleite. En Juan 1:17 dice: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Juan 1:14 revela que “el Verbo se hizo carne ... lleno de gracia y de realidad”, y Juan 1:16 nos dice que “de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”.

  Las bendiciones están relacionadas con nuestras subsistencia, pero la gracia cumple el propósito de Dios. Necesitamos la bendición de Dios para sobrevivir. Si Dios no nos bendijera, perderíamos nuestro empleo, nuestra salud y quizás hasta nuestras vidas. No tengo ninguna duda de que, en lo pertinente a mi supervivencia, estoy plenamente bajo la bendición de Dios.

  No obstante, el simple hecho de subsistir es vanidad de vanidades. ¿Qué estamos haciendo aquí en ese país? ¿Estamos aquí solamente para conseguir el sustento y sobrevivir? Si ése es el caso, eso sería vanidad de vanidades. Todos los automóviles, las casas, los diplomas y los empleos son vanidades. Quizás algunas personas digan: “Alabado sea el Señor, tenemos tres hijos y dos hijas. Los hijos son médicos y las hijas educadoras. ¡Qué bendición tan grande!”. Esta es una bendición para que usted y su familia sobrevivan en la vanidad de vanidades, si su vida no tiene como fin cumplir el propósito de Dios. Otros dirán: “Hace cinco años sólo ganaba 5.000 dólares al año, pero este año he ganado 25.000. ¡Qué bendición!”. Si esto no se usa para el propósito eterno de Dios, también es una bendición relacionada con sobrevivir en la vanidad de vanidades.

  Hace poco el Señor me despertó temprano una mañana y me hizo notar que ningún libro del Nuevo Testamento termina con las palabras: “Que la bendición te acompañe”, ni con: “Que la bendición esté con tu espíritu”. Pero casi todas las epístolas terminan con las palabras: “La gracia sea con vosotros” (Gá. 6:18; Ef. 6:24; Fil. 4:23; Col. 4:18). Decir: “Que la bendición te acompañe” significa que uno prosperará en cosas materiales. Pero la Biblia nunca dice nada semejante. El Evangelio de Juan no dice que el Verbo se hizo carne lleno de bendiciones, ni que la bendición acompañe a Cristo. Ningún libro concluye con: “Que la bendición os acompañe”.

  En el Antiguo Testamento, tenemos principalmente bendiciones, pero en el Nuevo Testamento las bendiciones materiales son reemplazadas por las bendiciones espirituales. Efesios 1:3 revela que Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual en Cristo, y el último versículo del mismo libro dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo”. El último versículo de la Biblia también habla de la gracia. Apocalipsis 22:21 no dice: “Que la bendición del Dios Altísimo, el Dueño de los cielos y de la tierra esté con todos vosotros”. ¡No!, sino que dice: “La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos”. ¿Recuerda usted las bendiciones que los sacerdotes solían dar a los hijos de Israel en Números 6:24-26? Eran éstas: “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz”. Por el contrario, la bendición de Pablo en 2 Corintios 13:14 está en otra categoría: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Repito una vez más: las bendiciones se relacionan con nuestra supervivencia mientras que la gracia cumple el propósito de Dios.

(3) La promesa de Dios y la fe de Abraham contada por justicia

  Después de rechazar la propuesta de Abraham, Dios le prometió que haría algo por él a fin de que tuviese simiente, una descendencia tan numerosa como las estrellas de los cielos (15:5). Abraham creyó la Palabra del Señor, y el Señor le contó su fe por justicia (15:6). Es la clase de fe que cree que Dios obrará en nosotros para producir a Cristo, la simiente, quien es precioso ante Dios y es nuestra justicia a los ojos de El. Esta es la fe necesaria para recibir la gracia de Dios, y no Su bendición.

  Hoy en día la mayoría de los cristianos se preocupan por la bendición, y no tanto por la gracia. Esta es la era neotestamentaria, pero muchos cristianos siguen viviendo en la dispensación del Antiguo Testamento, interesados solamente en las bendiciones, y no en la gracia. En el recobro del Señor, necesitamos las bendiciones. Es una gran bendición reunirnos todo el tiempo. No obstante, necesitamos algo superior: la gracia. Necesitamos que Dios venga y diga: “Lo que tienes no cuenta. Lo que haces o lo que puedas hacer tampoco cuenta. Haré algo dentro de ti y eso producirá la simiente. ¿Crees en eso?”. Si lo creemos, esta fe será preciosa para Dios. Esta no es la fe que cree que Dios satisfará todas nuestras necesidades, sino la fe que cree que Dios se forja en nosotros para producir a Cristo como la única simiente, la simiente necesaria para cumplir Su propósito.

b) La tierra

  La tierra es lo segundo que se necesita para cumplir el propósito de Dios (15:17-21; véase 12:7; 13:14-15, 17; 17:8).

(1) La definición de la tierra

  ¿Qué es la tierra? Muchos cristianos piensan que la buena tierra es los cielos, y consideran que el río Jordán es la muerte física. Este concepto no corresponde a la interpretación correcta de la Palabra santa. En la época de Abraham, esa tierra era un lugar en el cual él podía vivir. Abraham necesitaba un lugar que le sirviera de morada y de sustento. Por tanto, la tierra es un lugar en el cual el pueblo de Dios puede habitar y vivir. Además, en los días de Abraham, la tierra era un lugar en el cual él podía vencer a todos sus enemigos a fin de proporcionarle a Dios un reino sobre la tierra. Además, la tierra era el lugar donde Dios podía tener una habitación como expresión de Sí mismo. Por consiguiente, vemos cinco aspectos de la tierra: era un lugar que servía de morada al pueblo de Dios, en donde se podía obtener el sustento, donde los enemigos de Dios podían ser vencidos, donde Dios tenía Su reino, y donde Dios podía tener una morada en la cual expresarse. Finalmente, en la tierra se estableció el reino de Dios, se construyó el templo como morada Suya, y se manifestó Su gloria. Todo ello era una miniatura del cumplimiento del propósito de Dios. Esto difería totalmente del asunto de la supervivencia de Abraham. La subsistencia de Abraham era una cosa; pero otra muy distinta era tener una simiente y obtener la tierra para cumplir el propósito de Dios.

  ¿Qué es la tierra para nosotros hoy? Indudablemente, la tierra es el Cristo que vive en nosotros y en el cual vivimos. Hoy en día, debemos vivir en Cristo y ser sustentados por El. Sin embargo, muchos cristianos no practican eso. No se preocupan ni por el Cristo que se forja en ellos como simiente ni por vivir en Cristo como su tierra para que se cumpla el propósito de Dios. Para ellos, Cristo no es la tierra en la cual deben vivir y subsistir; tampoco es la tierra donde deben matar a todos sus enemigos. ¿Dónde podemos matar a nuestros enemigos? ¡En Cristo nuestra tierra! Cristo es el lugar en el cual matamos a nuestro Quedorlaomer y a los demás reyes. Cristo también es la tierra donde se establece el reino de Dios, y donde puede construirse la morada de Dios.

  Si vemos esto, entenderemos que la mayoría de los cristianos han errado al blanco buscando las bendiciones de Dios. No debemos prestar demasiada atención a nuestra subsistencia ni preocuparnos tanto por las bendiciones de Dios, porque nuestro Padre conoce nuestras necesidades. Dejemos que El nos cuide. El nunca nos abandonará ni nos desamparará (He. 13:5).

  En el propósito de Dios, no debemos contar con lo que tenemos ni con lo que podemos hacer. Lo que tenemos es Eliezer y lo que podemos hacer es Ismael. Eliezer era lo que Abraham tenía, e Ismael era lo que Abraham podía hacer, y ninguno de ellos contaba para el cumplimiento del propósito de Dios. No importa lo que tengamos ni lo que podamos hacer. Tiene que ser Dios mismo quien obre. Después de algún tiempo, cuando verdaderamente nos hayamos convertido en nada, Dios se forjará en nosotros, y lo que El haga en nosotros producirá a Cristo como simiente y también nos introducirá en Cristo, nuestra tierra. Cristo debe ser la simiente que está en nosotros. Cristo también debe ser la tierra en la cual vivimos. ¿Acaso no tenemos a Cristo en nosotros? Sí, pero El debe ser la simiente. ¿No estamos en Cristo ahora? Sí, pero debemos vivir en El como nuestra tierra.

  Ahora la tierra también es la iglesia, pues la iglesia es el agrandamiento de Cristo. El Cuerpo de Cristo, la iglesia, es la expansión de Cristo. En la iglesia vivimos en Cristo y somos sustentados por El; en la iglesia matamos a los enemigos; y en la iglesia tenemos el reino de Dios y la morada de Dios. Por esta razón, cuando entramos en la iglesia, inmediatamente nos sentimos en casa. Ya no andamos errantes sino que tenemos un lugar en el cual podemos vivir y subsistir, en el cual matamos a nuestros enemigos, en el cual podemos tener el reino de Dios y la morada de Dios. Antes de entrar en la iglesia, no teníamos el vivir cristiano adecuado, pero después de entrar en ella, ¡qué cambio tan positivo se ha producido en nuestro vivir! Antes de entrar en la iglesia, nos resultaba difícil vencer a un enemigo, pero después de entrar en ella iglesia, fue muy fácil. Quedorlaomer teme a la iglesia. ¿Dónde podemos matar a todos nuestros enemigos? En Canaán. ¿Cuál es el Canaán actual? Es la iglesia, el Cristo agrandado. ¿Dónde están el reino de Dios y Su morada ahora? También en la iglesia. La iglesia, el Cristo agrandado, es nuestra buena tierra ahora.

  Tanto la simiente como la tierra son Cristo. La simiente es Cristo en nosotros, y la tierra es el Cristo en el cual vivimos. Cristo vive en nosotros como la simiente, y nosotros vivimos en El como la tierra. El es la simiente y también la tierra que cumplen el propósito eterno de Dios.

(2) La promesa de Dios y la incredulidad de Abraham

  En este capítulo Dios no sólo repite la promesa que hizo a Abraham acerca de la simiente, sino también la promesa acerca de la tierra. Vemos claramente la promesa relacionada con la simiente en los primeros seis versículos. Abraham creyó en el Señor en cuanto a la promesa acerca de la simiente. Dios hizo una promesa clara acerca de la tierra en el versículo 7, pero Abraham no tuvo la fe para creer en Dios en cuanto a la promesa de la buena tierra. Con eso vemos que creer en Dios en cuanto a la simiente es más fácil que creer en Dios en lo relacionado con la tierra. Nos resulta más fácil permitir que Cristo viva en nosotros como simiente que vivir en Cristo como la tierra. Permitir que Cristo como la simiente viva en nosotros es más fácil que vivir a Cristo como la tierra en la que podemos tener la vida de iglesia con miras al reino de Dios y a la morada de Dios. Abraham era semejante a nosotros, pues en este aspecto carecía de fe en Dios; por eso, Dios tuvo que hacer un pacto con él para confirmar Su promesa acerca de la tierra. En el mensaje siguiente veremos los detalles acerca del pacto que Dios hizo con Abraham.

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