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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 45

CONOCER LA GRACIA PARA CUMPLIR EL PROPOSITO DE DIOS: EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM

  En el mensaje anterior vimos que todo lo que Abraham había experimentado antes de Génesis 15 estaba relacionado con recibir bendiciones de Dios para subsistir. Sin embargo, al llamar a Abraham, Dios tenía un propósito más elevado que la simple supervivencia de Abraham. El deseaba que Su propósito eterno se cumpliese por medio de él. A partir del capítulo quince, Dios vino y mostró a Abraham que él necesitaba gracia para cumplir Su propósito eterno. Abraham no necesitaba solamente bendiciones exteriores en su entorno, sino también gracia en su vida. Si leemos detenidamente Génesis del 15 al 22, veremos que en estos capítulos, Dios disciplinó a Abraham para mostrarle que él necesitaba Su gracia a fin de cumplir Su propósito eterno. Por lo tanto, Dios vino no solamente para bendecir a Abraham exteriormente sino para forjarse como gracia en él a fin de que tuviese algo sólido con lo cual llevar a cabo el propósito eterno de Dios.

  Según vimos en el mensaje anterior, Abraham necesitaba dos cosas para cumplir el propósito de Dios: la simiente y la tierra. Si usted vuelve a leer GGn. 15, verá que tanto la simiente como la tierra se mencionan varias veces. Ya vimos que tanto la simiente como la tierra son Cristo. Primero, la simiente es el Cristo individual y personal, y luego es el Cristo corporativo. Gálatas 3:16 revela que Cristo es la simiente de Abraham. Inicialmente la simiente era el Cristo individual, pero finalmente se convirtió en el Cristo corporativo, el Cristo que es la Cabeza, donde todos nosotros somos Su Cuerpo. Esta es la simiente que se necesita para cumplir el propósito de Dios.

  Cristo también es la tierra. El concepto de que Cristo es la tierra puede parecer nuevo y extraño porque anteriormente muchos de nosotros oímos que la buena tierra de Canaán era un tipo, un símbolo, de los cielos. Muchos cristianos tienen este concepto, pero si volvemos a la Palabra pura, veremos que la tierra en realidad simboliza a Cristo. En tipología la tierra es el lugar donde el pueblo de Dios descansa y donde Dios puede vencer a todos Sus enemigos y establecer Su reino y Su morada, la cual lo expresa y lo representa. Recuerde, por favor, los siguientes puntos acerca de la tierra: es el lugar donde el pueblo de Dios puede descansar; el lugar donde todos los enemigos de Dios pueden ser destruidos, y el lugar donde Dios establece Su reino y edifica Su morada para ser expresado y representado sobre esta tierra rebelde. ¿Qué requisitos hay para ser esa tierra? Simplemente Cristo. En Cristo, tenemos descanso y matamos a los enemigos. En Cristo, Dios establece Su reino y edifica Su morada, la iglesia, para que lo exprese y represente. ¿Ha visto usted que tanto la simiente como la tierra son Cristo? La simiente que Dios prometió a Abraham es el Cristo corporativo, y la tierra que Dios le prometió es el Cristo maravilloso, resucitado y elevado, en quien hoy descansamos y damos muerte a nuestros enemigos y en quien Dios establece Su reino y edifica Su morada para ser expresado y representado.

  Cuando Dios prometió a Abraham que tendría una simiente, éste le creyó inmediatamente (15:6). Cuando Abraham creyó a Dios la promesa de la simiente, su fe, que era preciosa para Dios, le fue contada por justicia. En ese momento, Abraham fue justificado por fe, la fe que creía que Dios le daría la simiente para cumplir Su propósito eterno. Cuando Abraham creyó lo que Dios le dijo al respecto, Dios estuvo contento con él. No obstante, después de eso, cuando Dios prometió a Abraham que también le daría la tierra, Abraham se sorprendió y dijo al Señor: “Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?” (v. 8). El le podía creer a Dios lo relativo a la promesa de la simiente, pero no lo que le prometía en cuanto a la tierra.

  El mismo principio se aplica hoy. Es fácil creer que Cristo es la simiente, pero resulta difícil creer que Cristo es la tierra. Es más fácil creer que Cristo es nuestra vida que creer que El puede ser nuestra vida de iglesia. Muchos cristianos creen en Dios por el hecho de que Cristo es su vida, pero cuando llegan al asunto de la vida de iglesia, la buena tierra donde podemos descansar, dar muerte a los enemigos y permitir que Dios establezca Su reino y edifique Su morada, dicen que eso no se puede tener hoy en día. Muchos cristianos parecen decir: “Es posible vivir por Cristo, pero resulta imposible tener la vida de iglesia”. Para ellos es más fácil creer que Cristo puede ser su vida que creer que la iglesia pueda ser su vivir. No pueden creer que es posible tener la vida de iglesia hoy. Una vez más, vemos que nos parecemos a Abraham; creemos fácilmente en la simiente que prometió Dios, pero tenemos dificultad en creer en Su promesa con respecto a la tierra. ¿Tiene usted a Cristo como la simiente? ¿Lo tiene también como la tierra? No resulta tan sencillo tener a Cristo como la tierra en la cual podemos vivir, a fin de tener la vida de iglesia y que Dios establezca Su reino y Su morada, la cual lo expresa y lo representa.

  Hace años, antes de llegar a la vida de iglesia, ministrábamos acerca de vivir por Cristo, pero nosotros mismos no teníamos paz. Errábamos sin descansar hasta que un día, por la gracia de Dios, entramos en la iglesia. Cuando entramos en la iglesia, empezamos a sentir el descanso. Antes de entrar en la vida de iglesia, nos costaba dar muerte a los enemigos, pero después de entrar en la vida de iglesia, encontramos que era fácil darles muerte a todos ellos. En la vida de iglesia, el reino de Dios es establecido, se edifica Su morada, y Dios es expresado y representado. Este es el cumplimiento del propósito eterno de Dios hoy.

(3) Dios confirma Su promesa al hacer un pacto con Abraham por medio de Cristo

  A Abraham le costaba creer en la promesa que Dios le había hecho acerca de la tierra; por eso, Dios se vio obligado a hacer un pacto con él. En Génesis 15:9-21 vemos que Dios confirmó Su promesa al hacer un pacto con Abraham por medio de Cristo. Dios hizo este pacto de una manera muy peculiar. A la gente le resulta difícil entender este pasaje de la Palabra. Debemos ver que Dios se vio obligado a hacer este pacto con Abraham. Dios mismo no necesitaba hacer eso. Si Abraham hubiera creído inmediatamente en la promesa que Dios le hacía acerca de la tierra, Génesis 15 habría sido un capítulo más corto. No se habrían mencionado muchas cosas allí, como por ejemplo: el partimiento de la becerra, la cabra y el carnero; la ofrenda de la tórtola y el palomino; el sueño profundo que cayó sobre Abraham; el temor de una gran oscuridad que le sobrevino; el paso de Dios por los pedazos, como un horno humeando y una antorcha de fuego; y la mención de los cuatrocientos años. Parece que no hay nada agradable. No era el tiempo de la aurora sino del ocaso, y Dios no vino de una manera agradable sino como horno humeando y como una antorcha de fuego. Si hubiéramos estado allí, habríamos cedido al pánico, incapaces de soportarlo y considerándolo algo terrible. Sin embargo, esta escena tiene un sabor muy agradable porque en ella Dios hizo un pacto con Su llamado; El no tenía ninguna intención de atemorizarlo.

  He pasado mucho tiempo procurando entender este pasaje de la Palabra. Al principio no lo podía entender porque me faltaba experiencia. Consulté algunos libros, pero ninguno de ellos me ayudó al respecto. Finalmente el Señor me mostró el verdadero significado de este pasaje de la Palabra mediante las experiencias que acumulé durante muchos años. Este incidente de Génesis 15 constituye la consumación de un pacto, el relato de un pacto promulgado por Dios. El primer pacto fue el que Dios hizo con Noé (9:8-17), un pacto marcado por un arco iris. Aquí, en Génesis 15, vemos el segundo pacto que Dios hizo con el hombre. Debemos recordar este hecho.

(a) Tres animales que representan al Cristo crucificado

  Al hacer el pacto con Abraham, Dios le pidió que tomara una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino (v. 9). Los tres animales cuadrúpedos, que tenían tres años de edad cada uno, fueron partidos en dos, pero las aves no lo fueron; se preservaron vivas. Mediante estos animales Dios hizo Su pacto con Abraham, dejando implícito que así Abraham podía cumplir el propósito de Dios.

  Debemos ver el significado de los tres animales cuadrúpedos y las dos aves. En tipología, todas las cosas que el hombre ofrece a Dios tipifican a Cristo. Basándonos en este principio, cada uno de estos cinco seres indudablemente tipifica a Cristo. Primero Cristo es el Cristo crucificado, el Cristo partido, y segundo El es el Cristo resucitado y viviente. Si vemos eso, podremos entender inmediatamente que los tres cuadrúpedos que fueron partidos e inmolados, tipifican al Cristo crucificado. El Cristo crucificado se hizo carne y vivió en la tierra en Su humanidad. El capítulo uno de Juan revela que el Verbo, quien era Dios, se hizo carne (v. 14). Más adelante se refiere a El como Cordero de Dios (v. 29). El Cordero de Dios era el Verbo de Dios hecho carne. Por tanto, los tres animales tomados de entre el ganado en Génesis 15 deben de representar a Cristo en Su humanidad, quien fue crucificado por nosotros.

  Al leer Génesis 15 junto con el libro de Levítico, podremos ver que la becerra era utilizada para la ofrenda de paz (Lv. 3:1). ¿Por qué viene en primer lugar la ofrenda de paz? Porque cuando Dios hizo un convenio con aquel a quien había llamado, era necesaria la paz. Al hacer un pacto o un acuerdo entre dos partes, siempre se necesita la paz. El pacto de Dios con el hombre que había llamado requería primeramente una ofrenda de paz. Y Cristo fue esta ofrenda de paz. La cabra tipifica a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado (Lv. 4:28; 5:6). Por muy buenos que seamos como llamados de Dios, seguimos siendo pecaminosos. Por consiguiente, después de la ofrenda de paz, necesitamos el sacrificio por el pecado. ¡Aleluya, el problema del pecado fue solucionado! Cristo como nuestra cabra, como nuestro sacrificio por el pecado, lo eliminó. Después de esto, se necesitaba el holocausto, el sacrificio que indica que todo debe entregarse a Dios (Lv. 1:10). Después de la ofrenda de paz, venía el sacrificio por el pecado, y después de éste, venía el holocausto. Cristo constituía todas las ofrendas por las cuales Dios pasó al hacer un pacto con aquel a quien había llamado.

  ¿Por qué aquellos tres animales tenían tres años cada uno? Porque Cristo no fue inmolado en muerte sino en resurrección. El no fue ofrecido en muerte sino en resurrección. El Señor dijo a los judíos, hablando de su crucifixión: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). El Señor fue inmolado cuando tenía “tres años de edad”, lo cual significa que El murió en resurrección. Incluso antes de ser inmolado, El ya estaba en resurrección porque siempre estuvo en dicha esfera (Jn. 11:25). Por consiguiente, cuando El fue inmolado, murió en resurrección, y ésta fue la razón por la cual podía ser resucitado. Cristo se ofreció a Dios en resurrección. Fue clavado en la cruz en resurrección. Por muy fuerte que usted sea, si ha de ser inmolado, lo será en muerte, y no en resurrección. Pero el Señor Jesús murió en resurrección.

(b) Dos aves, que representan al Cristo resucitado

  Las dos aves, que se conservaron vivas, representan al Cristo resucitado y viviente (Lv. 14:6-7). El Cristo resucitado está principalmente en Su divinidad porque, conforme a la tipología de la Biblia, la paloma representa al Espíritu Santo (Jn. 1:32). Por consiguiente, el ganado tipifica a Cristo en Su humanidad, mientras que las aves representan Su divinidad. Por tanto, las aves de Génesis 15 representan al Cristo celestial, el Cristo que procede de los cielos y que todavía está allí (Jn. 3:13), el Cristo que estaba vivo y sigue vivo. Cristo fue crucificado, pero vive. El fue inmolado en Su humanidad, pero vive en Su divinidad. El murió como el hombre que caminaba sobre esta tierra, pero ahora vive como Aquel que se eleva a los cielos. Su humanidad le sirvió para ser todos los sacrificios, mientras que Su divinidad le permite ser el que vive. El fue sacrificado por nosotros en Su humanidad y vive por nosotros en Su divinidad.

  En tipología, la tórtola representa una vida de sufrimiento, y el palomino representa una vida que cree, una vida de fe. Mientras el Señor Jesús vivía en la tierra, siempre estaba sufriendo y creyendo. En Su vida de sufrimiento El era la tórtola y en Su vida de fe era un palomino.

  Había dos aves, y el número dos representa el testimonio (Hch. 5:32). Las dos aves vivas llevan el testimonio de Cristo, el resucitado que vive en nosotros y para nosotros (Jn. 14:19-20; Gá. 2:20). El Jesús viviente es el testimonio, el que lleva continuamente el testimonio. En Apocalipsis 1 el Señor dijo: “[Yo soy] el Viviente; estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (v. 18). Su vida eterna es Su testimonio, pues el testimonio de Jesús siempre se relaciona con tener vida. Si una iglesia local no vive, no tiene el testimonio de Jesús. Cuanto más vivimos, más expresamos el testimonio del Jesús viviente.

  Había tres animales sacados de entre el ganado y dos aves, lo cual suma cinco seres. El número cinco es el número que denota responsabilidad, e indica aquí que Cristo como el crucificado y el viviente lleva ahora toda la responsabilidad de cumplir el propósito eterno de Dios.

(c) Como las aves del aire, Satanás y Sus ángeles descendieron para anular a Cristo

  Cuando los sacrificios estaban listos, las aves del aire vinieron e intentaron comerlos (v. 11). Esto significa que Satanás y sus ángeles vienen para anular a Cristo en la vida de iglesia (Gá. 5:2, 4). Ahora Satanás y sus ángeles (2 Co. 11:13-15) hacen lo imposible para robarles a los cristianos el disfrute que hallan de Cristo en la vida de iglesia (Col. 2:8). Así como Abraham alejaba a las aves, nosotros también debemos alejar a Satanás y a sus ángeles de lo que Cristo es para nosotros en la vida de iglesia.

(d) El Dios del pacto pasó por en medio de los animales divididos del sacrificio

  Dios pasó por en medio de los sacrificios que tipifican a Cristo, para hacer un pacto con Abraham (vs. 17-18; cfr. Jer. 34:18-19). Después de que Abraham partió por la mitad los animales tomados del ganado y dispuso todos los sacrificios, “a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él” (v. 12). Estando Abraham en esa situación, se presentó Dios. El versículo 17 dice: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos” (v. 18). Dios no vino en una forma muy agradable, sino como horno humeando y como antorcha de fuego. Un horno sirve para refinar, y una antorcha es útil para iluminar. En medio de una situación oscura, Dios vino para refinar e iluminar. Esto sucede con frecuencia en la vida de iglesia. De repente, el amanecer se convierte en atardecer, una noche oscura cae sobre nosotros, muchos santos duermen y dejan de ejercer su función, y surgen sufrimientos por todos lados. Durante ese período de aflicción, quizás empecemos a dudar, diciendo: “¿Qué es eso? ¿Hay algo malo en nuestro medio?”. En tal circunstancia, Dios siempre viene como horno que nos refina y nos quema, y también como antorcha que nos ilumina. A menudo la gente dice de los que están en la vida de iglesia: “¿Cómo es que ustedes tienen tanta luz? ¡Cuánta luz hay entre ustedes! ¡Cuánto brilla la antorcha!”. La luz viene principalmente de los sufrimientos. Consideren la situación de Abraham: el sol se ponía, venía la noche, Abraham estaba durmiendo, y Dios se presentó, no como consolador sino como horno que arde y como antorcha que ilumina. Por una parte, Dios nos quema y sufrimos; por otra, nos ilumina y quedamos bajo la luz. Al mismo tiempo, aun cuando estemos en una noche oscura, tendremos mucha claridad.

  En esta situación Dios pasó por en medio de los animales sacrificados que estaban partidos por la mitad, y eso puso en vigencia Su pacto. El hizo un pacto con Abraham al pasar por en medio de todos los sacrificios como un horno humeando y una antorcha de fuego. Así Dios confirmó Su promesa a Abraham al hacer un pacto con él a fin de cumplir Su propósito eterno.

(e) El hombre llamado se identifica con Cristo al ofrecerlo a Dios

  En el Antiguo Testamento cuando una persona ofrecía algo a Dios, imponía sus manos sobre el sacrificio, indicando su unión o identificación con dicho sacrificio. El hecho de que Dios le pidiera a Abraham que le ofreciera ganado y aves implica que Abraham tenía que ser uno con todas las cosas que ofrecía a Dios. Era como si Dios le dijera: “Abraham, debes estar en unión con todas las cosas que me ofreces. Debes identificarte con el ganado y con las aves”. Esto indica que nosotros también debemos ser quebrantados en el quebrantamiento y la crucifixión de Cristo. Nuestro hombre natural, nuestra carne y nuestro yo deben ser partidos en dos y crucificados. Así como nos identificamos con El en Su crucifixión, también nos identificamos con El en Su resurrección. Morimos en Su muerte (Ro. 6:5a, 8a) y vivimos en Su resurrección (Ro. 6:5b, 8b), para que se cumpla el propósito de Dios. Fuimos aniquilados en Su crucifixión y germinamos en Su resurrección. Así que estamos capacitados para cumplir el propósito eterno de Dios.

  El hombre natural no puede tener vida de iglesia. Entre nosotros hay muchas clases de hermanos y hermanas. En lo humano no podemos ser uno. Pero en la iglesia somos verdaderamente uno por el Cristo crucificado y resucitado. Somos uno con El de tal manera que hasta el diablo reconoce que somos uno. En la crucifixión de Cristo se le puso fin a nuestro viejo hombre. Cada vez que mi viejo hombre sale de la tumba, lo reprendo inmediatamente, diciendo: “¿Qué estás haciendo aquí? Ya fuiste aniquilado. No te corresponde venir aquí”. Todos fuimos aniquilados en la crucifixión de Cristo y germinamos en Su resurrección. En Su resurrección todos estamos vivos, no por nuestra propia cuenta sino por el Cristo resucitado que vive dentro de nosotros y nos permite experimentar la vida de iglesia.

  Ahora vemos cómo Dios puede tener una simiente y una tierra tan maravillosa como el pueblo y la esfera en la cual y con la cual El puede establecer Su reino y Su morada para expresarse y para ser representado. ¿Cómo puede Dios hacer eso? Sólo por la crucifixión de Cristo como nuestra ofrenda de paz, nuestro sacrificio por el pecado, y nuestro holocausto y por Su resurrección, por la cual puede ser nuestra vida. Ahora nosotros los llamados, los que ofrecemos Cristo a Dios y somos identificados con El, somos uno con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado y resucitado, nosotros fuimos crucificados y resucitados con El. Fuimos crucificados en Su crucifixión y resucitados en Su resurrección. Ahora podemos declarar: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Gá. 2:20). Así podemos vivir hoy para tener la vida de iglesia. En la vida de iglesia tenemos a Cristo en nuestro interior como la simiente, y por fuera como la tierra. ¿Cómo podemos entrar en esa tierra, en la vida de iglesia? Sólo por medio del Cristo crucificado y resucitado, mediante la becerra, la cabra, el carnero, la tórtola y el palomino. Por una parte, todos fuimos crucificados, y por otra, vivimos. Por tanto, aquí Dios puede tener la simiente y la tierra para cumplir Su propósito eterno. ¡Aleluya por ese Cristo que es la simiente por la cual podemos vivir y la tierra en la cual vivimos!

(4) Los padecimientos de la simiente prometida

(a) Representados por la gran oscuridad

  Los versículos del 12 al 16 hablan de los padecimientos de la simiente prometida. Estos son representados por la gran oscuridad que cayó sobre Abraham. Mientras se ponía el sol, Abraham cayó en un sueño profundo, y le sobrevino temor por la gran oscuridad. En esa oscuridad, Dios profetizó acerca de la simiente de Abraham, diciendo: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años ... Y en la cuarta generación volverán acá” (vs. 13, 16). Dios parecía decirle a Abraham: “Abraham, no debes dudar de que te daré la tierra. Tu simiente la heredará. Sin embargo, tus descendientes padecerán durante cuatrocientos años”. Esta profecía del Señor es muy significativa. En la vida de iglesia hoy, en cierto momento el sol se pondrá, vendrá la noche oscura, y la mayoría de la gente dormirá, es decir, dejará de ejercer su función y de ser útil. Ese tiempo es un tiempo de aflicción. Aquí en Abraham vemos tres cosas: el sol se pone, un profundo sueño cae sobre él, y le sobreviene temor por la gran oscuridad. En ese entonces el pueblo que Dios llamó se encuentra en sufrimientos. Dios le dijo a Abraham que su simiente padecería así durante cuatrocientos años. Estos cuatrocientos años habían de ser una noche larga, una era oscura en la cual todos los hijos de Israel dormirían, no ejercerían su función, y padecerían. El sueño de Abraham indicaba que los cuatrocientos años eran una noche larga por la cual pasarían los hijos de Israel.

(b) Desde la persecución de Isaac por parte de Ismael hasta el éxodo de Egipto

  La historia muestra que la simiente de Abraham efectivamente fue afligida durante un lapso de cuatrocientos años, los cuales empezaron cuando Isaac fue perseguido por Ismael (21:9; Gá. 4:29) aproximadamente entre 1891 y 1491 antes de Cristo, año en que salieron de Egipto (Éx. 3:7-8; Hch. 7:6). Ismael se burlaba de Isaac, y ése fue el comienzo de los padecimientos de la simiente de Abraham, los cuales habían de durar cuatrocientos años. ¿Qué significa el número cuatrocientos? Este número se compone de diez veces cuarenta. En la Biblia, el número cuarenta es el número de pruebas y sufrimientos. Por consiguiente, cuatrocientos indica diez veces más pruebas. Antes de ser probados en el desierto durante cuarenta años, los hijos de Israel ya habían sido probados diez veces cuarenta años. Desde que Ismael persiguió a Isaac, la simiente prometida, hasta que salieron de Egipto, pasaron cuatrocientos años. Entonces, ¿por qué habla Exodo 12:40-41 (cfr. Gá. 3:17) de cuatrocientos treinta años? Estos cuatrocientos treinta años empezaron en Génesis 12:1-6, desde el año 1921 antes de Cristo. Desde que Abraham fue llamado, en Génesis 12, hasta la persecución de Isaac por parte de Ismael, pasaron exactamente treinta años, período en el cual los llamados de Dios vivieron en tierra extraña. Mientras Abraham estaba en Canaán, ésta era una tierra extraña para él, y siguió siéndolo para los llamados de Dios hasta el día que entraron en ella como la buena tierra. La persecución de la simiente empezó treinta años después de que Abraham fue llamado en Génesis 12 y continuó por cuatrocientos años.

  Este no es un simple tema doctrinal, pues el principio es el mismo en la vida de iglesia hoy. Mientras disfrutamos a Cristo como la simiente en nuestro interior y la tierra a nuestro alrededor, puede sobrevenirnos una noche oscura y pueden llegarnos algunas pruebas. ¿Cuál es el propósito de eso? Que en medio de la noche oscura, de los llamados que no están activos y de las aflicciones, Dios venga como un horno humeando para refinarnos y como antorcha que brilla para iluminarnos a fin de que cumplamos Su propósito por la simiente y por la tierra.

(c) Como señal para cumplir el pacto de Dios

  Al hacer el pacto con Abraham, Dios preparó soberanamente un entorno de oscuridad en el cual le dijo a Abraham que sus descendientes padecerían durante cuatrocientos años. Esta profecía, la cual se cumplió con exactitud, fue una señal del cumplimiento del pacto que Dios hizo aquí. Los padecimientos de la simiente prometida fueron una señal según la cual Dios cumpliría Su pacto. Al sufrir padecimientos como Dios profetizó, el pueblo de Dios debía tener por cierto que Dios cumpliría Su pacto. Sucede lo mismo con nosotros hoy en día. Los sufrimientos de la iglesia en tiempos oscuros muestran claramente que Dios cumplirá Su pacto por el bien de la vida de iglesia con Cristo como simiente y como la tierra.

  En el versículo 18 el Señor hizo un pacto con Abraham y dijo: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Eufrates”. La simiente de Abraham recibió una tierra extensa, desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates. Hoy en día, la nación de Israel sólo tiene un pequeño pedazo de tierra, pero la tierra prometida es mucho más extensa. En tipología, esto significa que después de todas las aflicciones experimentadas, la vida de iglesia se incrementará y se extenderá. Entonces tendremos una simiente más rica y una vida de iglesia más amplia. La simiente que está en nosotros será más rica, y la tierra que está a nuestro alrededor será más extensa. Es allí donde cumplimos el propósito eterno de Dios.

  Creo que ahora, por la misericordia de Dios, Génesis 15, un capítulo tan difícil de entender, nos ha quedado más claro. En dicho capítulo tenemos la simiente y la tierra. Aquí tenemos a Cristo como el crucificado, el resucitado y el viviente. Aquí también nos identificamos con El. Este capítulo presenta cuatrocientos años de aflicciones y la venida de Dios como un horno y como una antorcha. Allí Dios puso Su pacto en vigencia para que nosotros cumplamos Su propósito eterno. ¿Cómo estableció Dios Su pacto? Al crucificar a Cristo como la ofrenda de paz, como el sacrificio por el pecado y como el holocausto, y al resucitarlo como Aquel que vive; al ofrecer nosotros a Cristo y ser plenamente identificados con El en Su crucifixión y resurrección; y al comprender que tendremos la noche oscura, las aflicciones y la venida de Dios como el horno y como la antorcha que nos refina y nos ilumina. En Génesis 15 estamos en el pacto establecido por medio de Cristo, el cual nos permite cumplir el propósito eterno de Dios. Aquí en la vida de iglesia disfrutamos a Cristo como la simiente y como la buena tierra. Es aquí donde lo disfrutamos a El como la gracia suficiente que cumple el propósito de Dios.

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