Mensaje 46
Génesis es un libro que contiene las riquezas de la revelación divina. Cuanto más estudio este libro, más disfruto de sus maravillosas riquezas. Cuando leemos el libro de Génesis, necesitamos la iluminación divina, pues nuestra mente humana es incapaz de sacar algo de este libro, aparte de los relatos históricos y de algunas historias interesantes. Cuando yo era joven, me alegraba escuchar las historias mencionadas en este libro, pero si consideramos Génesis solamente como un libro de historias, nos perderemos muchas cosas.
Sara y Agar, respectivamente la esposa y la concubina de Abraham, el llamado de Dios, son una alegoría de los dos pactos (Gá. 4:24). Si el apóstol Pablo no hubiera escrito el libro de Gálatas en el cual nos dice que estas dos mujeres forman una alegoría de los dos pactos, ninguno de nosotros se lo habría imaginado. Aunque algunos cristianos critican el uso de alegorías para interpretar la Biblia, vemos que Pablo fue el primero en usar alegorías al referirse al Antiguo Testamento. Si queremos apreciar los tesoros del libro de Génesis, debemos entender que Génesis es un libro de alegorías. La biografía de Abraham es una alegoría. Su esposa y su concubina constituyen una alegoría muy significativa. En este mensaje, haremos cuanto podamos por indagar acerca del significado de esta alegoría.
Sin embargo, antes de llegar a esta alegoría, debemos ver algo acerca del libro de Génesis. ¿Por qué Génesis es un libro tan agradable y precioso? Porque contiene muchas semillas de la revelación divina, sembradas por Dios mismo. Este libro contiene todos los aspectos principales de la revelación divina. En el primer capítulo, vemos que Dios desea expresarse por medio del hombre y que con ese propósito creó al hombre a Su imagen (1:26). El hombre fue hecho a la imagen de Dios con la intención de que fuese la expresión exacta de Dios y de que por medio de esa expresión, Dios tuviese un dominio, un reino, en el cual pudiera ejercer Su autoridad. Esta es la intención final de Dios, Su propósito eterno. Si usted lee la Biblia bajo esta luz celestial, verá que toda ella contiene esta intención divina. Para cumplir el propósito de ser expresado y de dominar la tierra, Dios necesita tener la simiente y la tierra; y ambos están relacionados con Cristo. Este Cristo debe ser forjado en el pueblo de Dios. Dios quería hacer eso con Adán, pero éste falló. Finalmente, Dios tuvo un nuevo comienzo con un nuevo linaje, el linaje de los llamados, de los cuales Abraham fue el primero. Si usted lee la biografía de Abraham, verá que Dios se presentó repetidas veces con una promesa acerca de dos cosas: la simiente y la tierra (12:7; 13:15-16; 15:5, 7, 18). Abraham no era joven cuando Dios lo llamó por primera vez; él tenía setenta y cinco años cuando respondió plenamente al llamado de Dios.
Abraham tenía setenta y cinco años de edad, pero no tenía hijo. Para Dios, eso era muy bueno. Cuando Dios lo llama a usted, es mejor que no tenga nada, porque si tiene demasiado, eso estorbará el llamado de Dios. Cuando Abraham fue llamado por Dios, no tenía hijo y vivía en una tierra condenada y demoníaca, de la cual Dios lo llamó a salir. Después de ser llamado, Abraham seguía sin hijo y sin tierra. Supongamos que hoy un hombre y su esposa no tienen hijos ni tierra. ¿No se sentirían las personas más miserables de la tierra? Quizás Abraham le haya dicho a su esposa: “¿Para qué estamos aquí? Tengo setenta y cinco años de edad y tú sesenta y cinco, y no tenemos ni un hijo. También fuimos llamados a salir de nuestra tierra. ¿Dónde estamos? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Adónde vamos?”. Parece que estaban en una situación lamentable. Sin embargo, cuanto más miserable sea nuestra condición, mejor cumpliremos el propósito de Dios. Espero que ninguno de nosotros tenga un hijo interiormente ni una tierra exteriormente. Si no tenemos nada por dentro ni por fuera, estamos en una situación maravillosa. ¿Por qué? Porque Dios no quiere que tengamos nada a fin de poder cumplir Su propósito. Dios desea forjar a Cristo en nosotros como la simiente y luego cultivarlo exteriormente como la tierra. Primero, la semilla debe ser forjada en nosotros; y luego, debe ser cultivada exteriormente para convertirse en la tierra. La simiente y la tierra son Cristo.
Ya vimos que Abraham respondió al llamado de Dios vacilando en el lodo y el agua. Dios no le había dado ningún hijo a Abraham; por eso, él se llevó consigo a Lot su sobrino como compañía. Abraham no podía decir que no tenía nada, pues había tomado consigo a Lot. Además, tal vez haya encontrado y recogido a Eliezer mientras viajaba por Damasco. Después de eso, quizás haya conseguido a Agar, después de haber caído en Egipto, cuando iba a la deriva como un pedazo de madera flotando. El estuvo dispuesto a sacrificar a su esposa en Egipto, pero ésta fue preservada mediante la providencia de Dios, y conforme al plan de Dios, Abraham obtuvo muchas riquezas, incluyendo una sierva egipcia llamada Agar. En Harán, Abraham tomó a Lot; en Damasco encontró a Eliezer, y en Egipto él obtuvo a Agar. Pero en la buena tierra no consiguió nada. Todo lo que logró en la buena tierra fue la promesa de Dios en palabras sencillas acerca de la simiente y de la tierra.
Aunque Abraham no podía discutir con Dios, probablemente quería decirle: “Dios, no necesitas prometerme continuamente que me darás un varón. Ya me dijiste que mis descendientes serán una gran nación. En tres ocasiones me dijiste que yo tendría una simiente, pero ¿por qué no haces nada? Dios, ¿no te das cuenta de que una sola acción es mejor que mil palabras? No sólo me hiciste una promesa, sino que también estableciste un pacto. Me dices que la lluvia está por venir, pero todavía no he visto ni una gota de agua. También me dijiste que me darías esta tierra. ¿Por qué no me la das ahora mismo? Siempre dices: ‘Te la daré’, pero ¿acaso no sabes que la necesito ahora?”. Esta fue una verdadera prueba para Abraham. Primero, Abraham contaba con Lot. Más adelante Lot le causó problemas y se apartó de él. Luego, Abraham confió en Eliezer, diciéndole a Dios que Eliezer sería su heredero. Cuando Dios dijo que Eliezer no sería su heredero, quizás Abraham haya dicho: “Dios, ¿qué estás haciendo? Me acabas de robar. Me niegas todo. No me das ni un solo sí”. Dios quiso fortalecer la fe de Abraham, y por eso hizo un pacto con él de una manera extraordinaria, usando tres animales tomados de entre el ganado y dos aves vivas. Ese pacto hecho por Dios fue mucho más sólido que una sola promesa Suya.
Luego, Abraham y Sara probablemente tuvieron mucha comunión triste. Tal vez Abraham le haya dicho a su esposa: “Sara, hace muchos años Dios prometió que tendríamos una simiente. ¿Donde está? Dios también nos prometió la tierra. Para fortalecer nuestra fe, El hizo un pacto con nosotros. No podemos decir que no se puede creer ni confiar en el pacto, porque ofrecí los animales y las aves como el Señor me lo pidió. Sin embargo, todavía no tenemos nada”. En estas circunstancias, las esposas se parecen a Sara. A menudo las esposas son más refinadas y detallistas. Mientras Abraham hablaba de una manera tan triste, quizás Sara le haya hecho a él una buena propuesta, diciendo: “Abraham, no podemos decir que no se puede confiar en la palabra de Dios, pero considera nuestra edad. ¿No te dijo Dios que alguien nacido de ti sería tu simiente? Ahora tengo una buena propuesta. El hecho de que hayamos conseguido a Agar en Egipto debe de haber sido algo providencial. ¿Por qué no te llegas a ella y tienes un hijo de ella? Entonces tendremos la simiente que cumplirá el propósito de Dios”. Si fuésemos Abraham, probablemente habríamos dicho: “Es una idea maravillosa. Nunca había pensado en eso, pero alabado sea Dios porque tuviste la sabiduría de proponer ese plan”. Abraham siguió el consejo de Sara y así nació Ismael. Después del nacimiento de Ismael, quizás Abraham haya dicho: “¿Quién podría rechazar a éste? Indudablemente nació de mí. ¿No cree que Dios ejerció Su providencia al darnos a Agar en Egipto y al permitir que diera a luz un varón, y no una muchacha? Dios ejerció Su providencia en tres aspectos: nos dio a Agar, permitió que ella concibiera y nos dio un hijo varón. ¡Alabado sea el Señor! Esto es indudablemente fruto de la providencia de Dios”. Pero después del nacimiento de Ismael, Dios se alejó de Abraham durante trece años (16:16; 17:1).
Por una parte, en ese período, quizás Abraham haya sido feliz porque tenía un hijo, pero por otra parte, él sufrió porque Dios no se le aparecía. Es probable que le haya dicho a su esposa: “¿Por qué no se nos aparece Dios? ¿Qué ha sucedido? No volvimos a Egipto ni hicimos nada malo. Hemos actuado conforme a tu propuesta de tener una simiente para cumplir el propósito de Dios. ¿Qué hay de malo? Tenemos un hijo, pero no tenemos la presencia de Dios”. Como veremos en el mensaje siguiente, después de trece años, Dios vino finalmente, y dijo a Abraham: “Yo soy el Dios que todo lo provee; anda delante de mí y sé perfecto” (17:1, heb.). Dios parecía decirle a Abraham: “Abraham, debes ser perfecto. No has hecho nada malo, pero no eres perfecto”. Entonces Dios le dijo que una simiente nacería no solamente de él sino también de su esposa, y dijo que El le daría a Abraham un hijo de ella (17:16). Ismael había nacido de Abraham, pero no de Sara. Abraham se negaba a renunciar a Ismael, y dijo a Dios: “Ojalá Ismael viva delante de ti” (17:18). Dios contestó a Abraham, diciendo: “Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac” (17:19). Dios parecía decir a Abraham: “Abraham, no me has entendido. No sólo la simiente debe provenir de ti, sino también de Sara. Y su nombre será Isaac, y no Ismael”. Dios había rechazado a Ismael.
En Gálatas Pablo nos dice que estas dos mujeres, Sara y Agar, son una alegoría que representa dos pactos. Pablo sólo pudo haber entendido esto mediante la revelación de Dios. Si Pablo no nos hubiera dicho eso, ¿se habría usted imaginado que Sara era un símbolo del pacto de la gracia y que Agar simbolizaba el pacto de la ley? No debemos quedar satisfechos con las historias de Génesis, sino que debemos seguir adelante y entender el significado de la alegoría.
En Gálatas 3:17 Pablo dijo: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa”. Estos cuatrocientos treinta años abarcan el período que se extiende de Génesis 12:1 a Exodo 20 donde se promulga la ley. Antes de que la ley fuese dada, había una alegoría. En otras palabras, antes de dar la ley, Dios tomó una fotografía de lo que le sucedería a la ley cuatrocientos treinta años más tarde. Todos debemos ver eso.
Sara, la mujer libre, representa el pacto de la promesa (Gá. 4:23). El pacto de la promesa que hizo Dios con Abraham fue un pacto de gracia. En ese pacto Dios prometió darle a Abraham la simiente, sin exigirle ninguna labor. Dios forjaría algo en él para que produjera una simiente y cumpliera así Su propósito. Sería obra de Dios, y no de Abraham. Esta es la gracia. Sara, la mujer libre, la esposa legítima de Abraham, simbolizaba este pacto de gracia. Ella produjo a Isaac, no por la fuerza humana, sino por la gracia de Dios.
Agar, la esclava, representa el pacto de la ley (Gá. 4:25). La ley fue promulgada cuando los hijos de Israel hicieron a un lado la obra de gracia que Dios había hecho en su favor e intentaron complacer a Dios por sí mismos. Cuando el hombre ignora la gracia de Dios, siempre procura hacer algo que complazca a Dios, y esto introduce la ley, de la cual era símbolo Agar, la esclava, la concubina de Abraham. Por ser la concubina, no debía de haber sido incluida. Lo que ella produjo no podía permanecer en la economía de Dios. Esto significa que la ley no debía haber venido y que el fruto de la ley no tiene lugar en el cumplimiento del propósito de Dios. Por el esfuerzo humano y no por la gracia de Dios, Agar produjo a Ismael, quien fue rechazado por Dios. El fruto del esfuerzo humano efectuado por la ley no tiene parte en el cumplimiento del propósito de Dios.
Según la economía de Dios, el hombre debe tener una sola esposa. Por consiguiente, la propuesta de Sara, según la cual Abraham debía tener descendencia por medio de Agar, estaba absolutamente en contra de la economía de Dios. Agar no era la esposa legítima, sino una concubina. Agar, la concubina de Abraham, simbolizaba la ley. Así podemos ver que la posición de la ley es la de concubina. La gracia es la esposa legítima, la madre de los verdaderos herederos (Gá. 4:26, 28, 31), pero la ley es la concubina, la madre de aquellos que son rechazados como herederos. Según la antigua costumbre, los hombres tomaban concubinas principalmente cuando sus esposas no podían tener hijos. Esto es bastante significativo. Cuando la gracia todavía no ha obrado y usted tiene prisa, se unirá con una concubina, con la ley. Sara simbolizaba la gracia, el pacto de la promesa, y Agar simbolizaba la ley. La gracia es la esposa legítima, y la ley es la concubina.
La promesa fue dada en 12:2, 7; 13:15-17; 15:4-5, y el pacto fue hecho en 15:7-21. Conforme a la intención de Dios, el pacto de la promesa vino primero. Dios no tenía ninguna intención de introducir la ley ni de que el hombre procurara guardarla para cumplir Su propósito. Originalmente El deseaba forjarse en el hombre para cumplir Su propósito por medio de él.
El pacto de la ley vino más tarde por el esfuerzo de la carne en Génesis 16. Lo que vemos en Génesis 16 es el esfuerzo de la carne que aportó Agar, el símbolo de la ley. La promesa fue dada cuando Abraham fue llamado en Génesis 12, por el año 1921 a. de C., y la ley fue dada en Exodo 20, cuatrocientos treinta años más tarde, después de la salida de Egipto, como en el año 1491 a. de C. (Gá. 3:17). La gracia siempre viene primero, pero luego viene la ley para estorbar. Muy pocos cristianos ven que la posición de la ley es la de una concubina, que va en contra de la economía de Dios, y que su fruto es rechazado por Dios. No obstante, aprecian la ley y hacen cuanto pueden por guardarla, haciéndose así Ismael, el hijo de la esclava.
Todos los cristianos, sin excepción alguna, somos semejantes a Abraham. Después de ser salvos, llegamos a ver que Dios desea que vivamos como Cristo, que nuestra vida sea celestial y victoriosa, que complazca constantemente a Dios y que lo glorifique. En efecto, Dios desea que llevemos esa vida, pero El forjará a Cristo en nosotros a fin de vivir por nosotros una vida celestial que lo complazca y lo glorifique. Sin embargo, todos nosotros nos centramos en Su intención y descuidamos Su gracia. Su intención es que llevemos una vida celestial para la gloria de Dios, y Su gracia consiste en que Dios forje a Cristo en nosotros para cumplir Su propósito. Por consiguiente, primero dependemos de nuestro Lot, de las circunstancias naturales que trajimos con nosotros, procurando usarlas para cumplir el propósito de Dios al llevar una vida celestial para la gloria de Dios. Cuando Dios no nos permite depender de Lot, entonces nos volvemos a Eliezer, esperando que éste nos ayude a llevar una vida celestial para la gloria de Dios. Finalmente Dios nos dice: “No quiero eso. No deseo nada objetivo sino algo subjetivo que provenga de tu interior”. Cuando vemos que eso es lo que Dios desea, empezamos a usar nuestra propia energía, nuestra fuerza natural, para cumplir Su propósito. Todos tenemos una Agar, una sierva siempre dispuesta a cooperar con nosotros. Tal vez no tengamos la ley dada por Moisés, pero sí tenemos las leyes que hacemos nosotros mismos. Todos promulgamos leyes y hacemos leyes para nosotros mismos.
Consideremos algunos ejemplos de estas leyes que uno mismo hace. Puede ser que usted diga que nunca más perderá la calma con su marido ni tendrá una actitud negativa hacía él. Este es su primer mandamiento. El segundo mandamiento es que, como mujer y esposa cristiana, debe ser amable, tierna y humilde. El tercer mandamiento será nunca criticar a los demás, y el cuarto, siempre amar a la gente y nunca aborrecerla. Estas leyes que nos imponemos son nuestra Agar. A los ojos de Dios no importa si guardamos estas leyes o no, porque para El ni siquiera nuestros éxitos cuentan. En años anteriores, algunas hermanas casi lograron cumplir sus propias leyes. Tenían un carácter firme, una voluntad de hierro y una tremenda determinación, y todo el día hacían cuanto podían por controlar su genio y ser amables, afables y humildes. Aunque estas hermanas quizás lo hayan logrado, lo único que produjeron fue un Ismael. Estas hermanas estaban contentas con su Ismael, y en cierto sentido, estaban orgullosas de él. El mismo principio se aplica a los hermanos.
Podemos obtener un Ismael, y tal vez sea bueno a nuestros ojos, pero sentiremos que nos hace falta algo. Habremos perdido la presencia de Dios. Además, este Ismael se burlará siempre de las cosas espirituales (21:9). Por una parte, no nos gusta este elemento de burla, pero por otra, seguimos pensando que Ismael no es tan malo porque fue producido por nosotros. Sin embargo, al perder la presencia de Dios, nos vemos en problemas. Así como los descendientes de Ismael causan problemas al Israel actual, el Ismael que hemos producido sigue siendo un problema para nosotros. Cuando entendamos eso, oraremos: “Señor, guárdame en Tu gracia. Guárdame en la promesa. No importa que Tu promesa se cumpla ahora o en muchos años. Sólo deseo estar a la par con Tu promesa”. Es fácil decir eso, pero no es fácil practicarlo.
Lo que es cierto en nuestra vida cristiana también se aplica en nuestra labor cristiana. El Nuevo Testamento nos dice que después de ser salvos, debemos predicar el evangelio y llevar fruto. Sin embargo, ¡cuántos esfuerzos y cuánta energía natural se usa en la conocida actividad de ganar almas! Se usan muchas clases de Agar, procedentes de Egipto, para ganar almas. Cada medio mundano de ganar almas es una Agar. Efectivamente, usted puede usar una Agar para ganar almas, pero ¿qué clase de almas ganará? No serán Isaac sino Ismael. Según el Nuevo Testamento, llevar fruto y predicar el evangelio provienen de estar llenos de la vida interior, al forjar Dios a Cristo en nosotros y por medio de nosotros, y al brotar El de nuestro interior. Esto significa que la verdadera predicación del evangelio se lleva a cabo al ser Cristo nuestra gracia.
Existen muchas Agar en el mundo cristiano de hoy. ¿Quiere usted llevar una vida cristiana por su propia cuenta? Más vale que desista. ¿Desea predicar el evangelio por medios mundanos? Es mejor que no lo intente. Deje de llevar la vida cristiana por su propio esfuerzo y deje de obrar para el Señor usando medios mundanos. Entonces usted dirá: “Si dejo esto, estaré acabado”. Es cierto. Pero es eso exactamente lo que Dios espera. Abraham respondió con toda la energía al llamado de Dios cuando tenía setenta y cinco años de edad, pero Dios no hizo nada con él hasta que tuvo noventa y nueve años, porque hasta entonces Abraham todavía tenía su fuerza natural. El dependía de Lot y de Eliezer y tenía a Agar que correspondía a su fuerza natural. Finalmente, Dios se vio obligado a alejarse de él. Del mismo modo, mientras dependemos de un Lot o de un Eliezer o de una Agar como esfuerzo propio, Dios no podrá obrar. Mientras todavía tengamos la fuerza de producir un Ismael, Dios no hará nada. Después de que produzcamos ese Ismael, Dios se alejará por cierto tiempo. A los noventa y nueve años de edad, Abraham se consideraba una persona muerta. Romanos 4:19 dice que “consideró su propio cuerpo, ya muerto, siendo de casi cien años”. Romanos 4 también indica que Sara ya no tenía la fuerza de la fecundidad. Tanto Abraham como Sara tenían la plena convicción de que estaban acabados y no podían hacer nada por su propio esfuerzo. Sólo entonces intervino Dios.
Todos los predicadores que fomentan avivamientos animan y exhortan a la gente a vivir por Cristo y a laborar por El. Sin embargo, en nuestro ministerio decimos que debemos dejar de vivir la vida cristiana por nuestra propia cuenta y de realizar la obra cristiana con medios mundanos. No se molesten cuando decimos eso, pues por mucho que exhortemos a la gente a detenerse, casi nadie lo hace. Si alguien deja de esforzarse por llevar una vida cristiana con sus esfuerzos o por laborar para el Señor usando medios mundanos, es bienaventurado. Esto no es fácil para su propio esfuerzo en la vida cristiana ni para su celo natural por la obra cristiana. Resulta fácil ser llamado por Dios, pero es difícil frenar el celo natural. Si el Señor viniera y lo parara a usted, usted le diría: “No, Señor. Considera la situación actual. Casi nadie labora para Ti en la carga que tengo. Yo soy prácticamente el único. ¿Cómo podría dejar mi labor por Ti?”. Pero bienaventurado el que se detenga, pues cuando uno cesa, Dios interviene. Cuando lo humano llega a su fin, comienza lo divino. Cuando acaba nuestra vida humana, empieza la vida divina.
Cuando Abraham tenía ochenta y seis años de edad, todavía tenía demasiada fuerza, y eso obligó Dios a esperar trece años más. Tal vez Dios, sentado en los cielos y mirando a Abraham, haya dicho: “Abraham, ahora tienes ochenta y seis años, pero todavía tengo que esperar trece años más”. Usted le pide a Dios que haga algo, pero Dios espera que usted se detenga. Usted dice: “Oh Señor, ayúdame a hacer algo”, pero Dios contesta: “Sería bueno que desistieras de ello”. Mientras Abraham estaba tan ocupado en la tierra, Dios quizás le haya mirado y le haya dicho: “Pobre Abraham, no debes estar tan ocupado. ¿No vas a parar y a dejarme intervenir? Por favor, cesa tus obras y déjame obrar a Mí. No te quieres detener; por eso, debo esperar hasta que tengas noventa y nueve años”. Dios esperó que Abraham llegase a ser una persona moribunda, inactiva en sus funciones. Entonces El vino y pudo decir: “Ahora empiezo Yo. Ahora es tiempo de comenzar a obrar”.
El fruto del esfuerzo de la carne fue Ismael, pero Ismael fue rechazado por Dios (17:18-19; 21:10-12a; Gá. 4:30). Ismael no sólo fue rechazado por Dios, sino que también impidió la aparición de Dios. Hoy nuestra experiencia nos revela lo mismo, pues nuestro Ismael interrumpe nuestra comunión con Dios e impide que Dios se nos aparezca. Así vemos que no se trata de lo que hacemos ni de lo que somos; es asunto de tener la presencia de Dios o no tenerla. ¿Recibe usted la aparición permanente de Dios? Debemos olvidar nuestras acciones y nuestra labor y ocuparnos de la aparición de Dios. Cuando la aparición de Dios nos acompaña, estamos en la gracia, en el pacto de la gracia. Sin embargo, la mayoría de los cristianos de hoy sólo se preocupan por sus acciones y su labor, y no por la aparición ni la presencia de Dios. Ellos pueden producir muchos Ismael, pero no tienen la presencia de Dios. Lo que necesitamos es la presencia de Dios. No necesitamos el fruto exterior de nuestra labor externa, sino la aparición interior de nuestro Dios. ¿Tiene usted la presencia de Dios dentro de sí? Esta es una prueba crucial.
El fruto de la promesa de la gracia, el cual es Isaac, es la simiente que cumple el propósito de Dios (17:19; 21:12b). La simiente que cumple el propósito de Dios no es otro que Cristo mismo forjado en nosotros, por medio de nosotros y que brota de nosotros. Lo que Dios ha forjado en nosotros produce a Cristo como simiente (Gá. 3:16). Finalmente esta simiente se convertirá en nuestra tierra. Ahora tenemos la simiente como nuestra vida y la tierra como nuestro vivir. En nuestro interior tenemos a Cristo como la simiente por la cual vivimos, y exteriormente tenemos a Cristo como la tierra en la cual moramos. Esta es la vida de iglesia donde Cristo es nuestra vida. Esta es la única manera de cumplir el propósito de Dios.
Ya no deberíamos considerar la historia de Génesis simplemente como una especie de predicción, sino como una alegoría de la situación actual. La gracia, la ley y nuestra fuerza natural están aquí, y siempre estamos tentados a usar nuestra fuerza natural para laborar en compañía de Agar a fin de producir un Ismael y así cumplir el propósito de Dios. Pero tenemos una salvaguardia: examinar si tenemos la presencia de Dios en nuestra vida diaria y en nuestra labor cristiana. La salvaguardia no es la gran cantidad de fruto que llevemos; es la presencia de Dios. ¿Tiene usted la seguridad, la confianza, de que día tras día Cristo se forja en su ser para constituir la vida interior por la cual usted vive? ¿Tiene usted la certeza de que ese Cristo se convierte incluso en la esfera en la cual usted se desenvuelve? Esta esfera es la vida de iglesia. Debemos tener la simiente y la tierra, la vida cristiana apropiada y la vida de iglesia. Debemos vivir por Cristo interiormente y en Cristo exteriormente. Esta es la debida manera de cumplir el propósito de Dios. Debemos ver eso y aplicarlo no a los demás, sino a nosotros mismos. La biografía de Abraham es nuestra autobiografía, y la alegoría de las dos mujeres es un cuadro de nuestra vida. En nuestra vida actual necesitamos a Cristo como la simiente y como la tierra.