Mensaje 56
En los mensajes anteriores vimos que la experiencia de Abraham con Dios abarca casi diez capítulos de Génesis. Allí vimos que Abraham, el llamado de Dios, pasó por muchas situaciones y etapas. Ahora en Gn. 1, Abraham llega a una experiencia maravillosa: nace Isaac.
La meta del llamamiento que hizo Dios a Abraham era producir una simiente. La simiente se menciona por primera vez en 12:7, y los siguientes capítulos a menudo se refieren a ella. En casi todos los capítulos Dios habla con Abraham acerca de la simiente. ¿Por qué le resultaba tan difícil a Abraham tener una simiente? El fue llamado, cuando mucho, a la edad de setenta y cinco años, pero veinticinco años más tarde seguía sin simiente, aunque Dios lo había llamado con ese propósito. En su dificultad para producir descendencia, Abraham acudió a Eliezer, a quien Dios rechazó. Luego Abraham escuchó la propuesta de su esposa y produjo a Ismael por medio de Agar. No obstante, Dios también rechazó a Ismael, pues afirmó que no quería una simiente de una esclava egipcia, sino de Sara. Dios parecía decir a Abraham: “Sí, has producido una simiente, pero de la fuente errónea. Nunca aprobaré esa fuente. No tengo nada que ver con ella. Quizás ames a Ismael y te preocupes por él, pero Yo no”. Después del nacimiento de Ismael, Dios le pidió a Abraham que se circuncidara. En aquella ocasión, Dios también fortaleció y confirmó Su promesa a Abraham. Después de la circuncisión, Abraham tuvo una íntima comunión con Dios; fue el hombre que disfrutó de la experiencia más elevada con Dios hasta aquel entonces.
Cuando la simiente todavía no llegaba, por el capítulo veinte, aun un gigante de la fe como Abraham no pudo resistir la prueba. Como vimos en el último mensaje, aparentemente él se había cansado de experimentar a Dios y tomó unas vacaciones. Abraham pudo haber dicho a Dios: “Dios, me prometiste repetidas veces que me darías una simiente. Me has quebrantado al respecto hasta dejarme sin nada. Has dicho no a todo lo que he hecho. Ya estoy aburrido y quisiera un cambio. Quiero tomar unas vacaciones”. Abraham viajó hacia el sur, o sea, hacia abajo. Como cualquier persona que toma vacaciones después de trabajar duro, Abraham buscaba comodidad. Por esta razón, repitió su fracaso anterior. No obstante, Dios lo preservó, y creó una situación en la cual, a pesar de su fracaso y circunstancias, él tuvo que interceder por Abimelec y su familia. Abraham no encontró ningún aliento en este asunto. Sin embargo, por ser el gigante de la fe, intercedió, no con denuedo ni con un espíritu liberado, sino con vergüenza. Con todo, su tímida intercesión fue contestada. La esposa de Abimelec y sus esclavas tuvieron hijos, y también Sara dio luz a Isaac. Una oración de intercesión recibió dos respuestas. Cuando llegamos a Génesis 21, vemos que Abraham regresa de sus vacaciones y vuelve a estar activo. En el capítulo veinte, él intentó tomar vacaciones y alejarse de su empleo divino, pero no tuvo éxito y Dios lo obligó a interceder. Esa intercesión lo hizo regresar de sus vacaciones a su empleo divino. Ahora, en el capítulo veintiuno, Abraham vuelve a su “oficio”.
Génesis 21 consta de dos secciones. La primera sección comprende los versículos 1 a 13, y está descrita en detalle por el apóstol Pablo en Gálatas 4:22-31, donde explica con una alegoría esta porción de Génesis. Mediante la alegoría de Pablo, los cristianos genuinos de todos los siglos han podido comprender el verdadero significado de la primera parte de Génesis 21. Me habría gustado que Pablo usara otra alegoría que explicara el resto de ese capítulo, pero él no dijo nada al respecto. La mayoría de los cristianos sólo consideran 21:14-34 como una historia de la vida de Ismael en el desierto, del hecho de que se convirtió en un arquero y del trato que hizo Abraham con Abimelec sobre el pozo de Beerseba, y no piensan que este pasaje de la Palabra está lleno de significado espiritual. No obstante, si la primera sección de Génesis 21 tiene un significado espiritual, la segunda sección también debe de tener significado espiritual. En este mensaje abarcaremos el significado de ambas secciones.
En la primera sección vemos el nacimiento de Isaac (vs. 1-7). Isaac, cuyo nombre significa “risa” o “reirá” (vs. 3, 6), nació conforme a la promesa de Dios (v. 1) a su debido tiempo, en el tiempo de la vida (v. 2; 17:21; 18:10, 14). En cuanto a Abraham y a Sara, el nacimiento de Isaac fue un asunto muy importante. ¿Cuál es el significado espiritual del nacimiento de Isaac? Lo podemos ver claramente en la alegoría que usa Pablo en Gálatas 4. Así como Dios llamó a Abraham, nos llamó también a nosotros hoy. El llamado que recibimos de Dios tiene una meta, la misma que Dios tenía al llamar a Abraham: producir la simiente. Dios nos ha llamado para producir a Cristo. Si usted considera la experiencia de Abraham según se relata en los capítulos del once al veinte y la compara con la suya, quedará sorprendido al ver que la experiencia de Abraham es igual a la de usted, y que la vida de él es la biografía de usted. Nuestra biografía fue escrita mucho antes de nuestro nacimiento. En cualquier edad o generación en la cual estemos, todos tenemos la misma biografía. Así como Abraham fue llamado para producir a Isaac, asimismo fuimos llamados nosotros para producir a Cristo. No fuimos llamados para producir un buen comportamiento; la meta de Dios es que produzcamos a Cristo.
Todas las dificultades que Abraham enfrentó al producir a Isaac eran dificultades suyas, y no de Isaac. Del mismo modo, le resulta fácil a Cristo fluir por nosotros y brotar de nosotros, pero nosotros confrontamos muchos problemas. De hecho, nosotros mismos somos el problema. No somos las personas correctas para producir a Cristo. Podemos producir muchas cosas y haber hecho mucho desde que fuimos salvos, pero nos resulta muy difícil producir a Cristo. Yo fui cristiano durante muchos años sin saber cómo producir a Cristo. Ni siquiera sabía lo que eso significaba. Me preocupa el hecho de que muchos de nosotros no estemos conscientes de que debíamos producir a Cristo. Incluso algunos preguntarán: “¿Acaso ya no fue producido Cristo? Entonces ¿por qué debemos producirlo nuevamente?” Si bien es cierto que Cristo ya fue producido, de todos modos toda persona salva debe producirlo.
Si queremos producir a Cristo, debemos ser circuncidados. Nuestra vida y nuestra fuerza naturales y también nuestro yo deben ser aniquilados. Este aniquilamiento prepara el camino para que El-Shaddai, Aquel que todo lo provee, pueda entrar en nuestro ser como la gracia que todo lo provee y que produce a Cristo. Abraham experimentó eso. En Génesis 21 él alcanzó su meta, e Isaac nació, engendrado por medio de Abraham. Hoy en día, Cristo, el verdadero Isaac, necesita que lo produzcamos. La vida cristiana y la vida de iglesia son simplemente la producción de Cristo. Debemos producir a Cristo en nuestras reuniones, en nuestra vida diaria, en nuestra vida familiar y en nuestros empleos.
El nacimiento de Isaac no se produjo por la fuerza natural de Abraham ni conforme al tiempo de éste, sino por la obra de gracia de Dios y a Su tiempo, el tiempo de la vida señalado por Dios. Esto fue una prueba para Abraham. Su fuerza natural se adelantó a Dios, pues trató de producir la simiente que Dios había prometido. Según su fuerza natural, él tenía un tiempo de esperanza. Sin embargo, todo lo que produjo su fuerza natural fue rechazado por Dios. Antes de sentenciar y aniquilar la fuerza natural de Abraham, Dios no quiso ni pudo hacer nada para producir la simiente que deseaba tener para cumplir Su propósito por medio de él. Así que tuvo que esperar. Mientras Dios esperaba, Abraham fue probado. Sucede lo mismo con nosotros en cuanto a producir a Cristo. Nuestra fuerza natural siempre obliga a Dios a esperar. El camino de Dios y Su tiempo son siempre una dura prueba para nuestra vida natural. La gracia de Dios no hará nada para ayudarle a nuestra vida natural a producir a Cristo. El debe esperar hasta que nuestra vida natural sea juzgada y aniquilada. Entonces, según Su tiempo, El intervendrá como la fuerza de gracia que produce lo que El desea obtener por medio de nosotros. Si queremos cumplir el propósito divino del llamamiento de Dios, debemos aprender esta lección fundamental. No intente jamás cumplir el propósito de Dios por su fuerza natural ni según el tiempo de su esperanza. Dios tiene Su método y Su momento. Sólo por Su método y en Su momento podemos producir a Cristo para cumplir Su propósito.
Después del nacimiento se necesita el crecimiento. El versículo 8 dice: “Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac”. Producir a Cristo no es suficiente. El Cristo que hemos producido debe crecer. Anteriormente muchos de nosotros produjimos a Cristo, pero me pregunto si este Cristo ha crecido. ¿Ha sido destetado? Isaac creció y fue destetado de su madre, lo cual significa que ya no era un niño y se había convertido en un muchacho. El día de su destete, Abraham hizo una gran fiesta. Podemos entender lo que esto significa por medio de nuestra experiencia. En la vida de iglesia, cuando vemos que Cristo ha crecido en ciertos hermanos y hermanas, todos nos alegramos y tenemos una fiesta, un gran deleite.
Ni el nacimiento de Isaac ni su crecimiento se logran con facilidad. Del mismo modo, no es fácil producir a Cristo ni cultivarlo. En la vida de iglesia Cristo debe surgir y también crecer. Le doy gracias a Dios porque Cristo se ha producido entre nosotros, pero no me atrevo a decir que hayamos experimentado mucho crecimiento de Cristo. Es maravilloso ver que Cristo sea producido en un hermano joven, pero seguimos esperando ver en él el crecimiento de Cristo. Queremos ver que el Cristo que está en él sea destetado y deje de ser un niño. Tal vez el Cristo de ese hermano no sea un hombre plenamente maduro, pero queremos verlo como un muchacho fuerte. Cristo debe ser formado no solamente en nosotros sino también entre nosotros (Gá. 4:19). Tanto en nuestra vida diaria como en la vida de iglesia necesitamos la expresión de un Cristo formado. Entonces podemos tener una gran fiesta en la que disfrutemos la gracia de Dios.
Génesis 21 nos muestra que el nacimiento de Isaac no fue lo que causó problemas, sino su crecimiento. Cuando Isaac nació, Agar y su hijo Ismael no se preocuparon mucho. Sin embargo, después de que Isaac creció, Ismael empezó a burlarse de él (v. 9). En el sentido bíblico, eso significa que Ismael persiguió a Isaac. Incluso Dios consideró la persecución de Ismael para con Isaac como el comienzo de la persecución de Su pueblo, la cual duró cuatrocientos años (15:13; Hch. 7:6). La burla de Ismael fue algo grave porque Isaac era la simiente escogida por Dios, e Ismael la falsificación. La falsificación siempre aborrece lo que es verdadero. Nosotros, la simiente designada, somos aborrecidos por la falsificación. Como dice Pablo en Gálatas 4:29: “Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora”. El crecimiento de Isaac suscitó esa persecución.
Sara, quien representaba la gracia, no pudo tolerar el hecho de que Ismael se burlara de Isaac, y dijo: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (v. 10). Cuando leí este versículo en mi juventud, no estuve de acuerdo con Sara, pues pensaba que era celosa e injusta. Ella misma le había propuesto a Abraham que tuviera un hijo con Agar, y ahora ella misma le ruega que despida a Agar y a Ismael. Según mi entendimiento de joven, yo habría echado a Sara. Sin embargo, un día, mientras meditaba en esto, Dios me reprendió. Aquel día yo estaba defendiendo a Agar y a Ismael y estaba de acuerdo con Abraham, pues “este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo” (v. 11). Yo pensaba que Abraham debía haber contestado a Sara que ella era cruel, pero él no le dijo nada. Por el contrario, Dios intervino y le dijo a Abraham: “No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia” (v. 12). El Juez celestial tomó la decisión final, y le pidió que cumpliera el deseo de Sara. Isaac solo, y no Ismael, debía ser contado como simiente. Abraham le había fallado a Dios en el capítulo veinte, pero se apresuró a obedecerle en el capítulo veintiuno. El versículo 14 afirma que Abraham madrugó a despedir a Agar y a Ismael.
Debemos ver el significado espiritual de echar a Agar y a Ismael. Como todos los cristianos, usted ha procurado hacer el bien desde el día en que fue salvo. Pero Dios le ha corregido, y muchas veces usted ha sido castigado y cortado. Si usted es un hermano casado, Dios indudablemente usará a su esposa como el cuchillo que corte su vida natural. La esposa es ese cuchillo afilado en las manos divinas. Muchos maridos cristianos sólo pueden ser totalmente disciplinados al ser cortados por este cuchillo, su esposa. Ningún marido puede escaparse de ello. Me complace ver que en las iglesias locales Dios ha usado a las esposas como cuchillos para aniquilar la vida natural de los hermanos. De esta manera, nosotros aprendemos la lección de aborrecer nuestra vida natural y todas las cosas buenas que podemos producir por nuestra cuenta.
Podemos aborrecer nuestra vida natural y todo lo que produce, pero no la aborrecemos totalmente. En lo profundo de nosotros, seguimos apreciándola y decimos: “El Ismael que he producido es bastante bueno. El nació de mí”. Este concepto siempre demora el nacimiento de Isaac. Los golpes que recibió Abraham y sus fracasos sucesivos fueron lo que produjo finalmente a Isaac.
Cristo ya nació en nuestra vida cristiana, pero nosotros todavía conservamos nuestro Ismael, pues no nos atrevemos a abandonar nuestro buen comportamiento. Muchos de nosotros seguimos jactándonos de nuestra bondad natural, y decimos: “No soy tan orgulloso como algunos hermanos y hermanas. Le doy gracias al Señor por haberme hecho humilde”. Las hermanas criticarán a las demás, diciendo: “Nunca esparciré chismes acerca de esa hermana. Yo no nací así”. Incluso algunos ancianos y supuestos ministros de la Palabra no pueden evitar jactarse de sus atributos naturales. Tal vez piensen: “El hermano fulano de tal pierde rápidamente la paciencia. Pero yo le doy gracias a Dios porque por naturaleza mi temperamento es mucho mejor que el suyo”. Tal vez usted no lo exprese abiertamente, pero lo tiene escondido dentro.
Cuando el Cristo que nació en nuestra vida cristiana haya empezado a crecer, nuestra bondad natural se burlará de El. Entonces la gracia que tenemos en nuestro interior dirá: “¡Echa fuera la ley! Echa la sierva y lo que has producido con ella por tu esfuerzo carnal”. ¿Hará usted eso? En apariencia lo hará, pero secretamente seguirá aferrado a Agar y a Ismael, a la ley y a los atributos naturales suyos y a su propia bondad. Hoy pocos cristianos tienen el denuedo de pronunciar las palabras de Sara: “Echa a esta sierva y a su hijo”. Pocos dirían: “Echa la ley, el esfuerzo de la carne, y todo el éxito del esfuerzo propio”. Por el contrario, nos asimos a nuestro éxito y a nuestra bondad natural. Pero tarde o temprano Dios nos obligará a abandonar la ley, nuestro esfuerzo propio y todo lo que hayamos producido. Entonces los hermanos y hermanas empezarán a levantarse y a decir: “De ahora en adelante ya no habrá más Agar ni Ismael. Deben irse”. Así como lo hizo Abraham, los despedirán con pan y agua solamente (v. 14). Tarde o temprano todos debemos hacer eso. Debemos levantarnos una mañana, dar a la ley un odre de agua, y decirle: “Ley, vete y toma contigo aquel que me ayudaste a producir. No lo dejes, porque ya no lo quiero. Antes yo amaba a Ismael, pero ahora lo abandono”. La ley y el resultado del esfuerzo carnal deben ser totalmente abandonados.
En la primera sección de este capítulo, vemos dos simientes, dos clases de personas, y dos vidas. No obstante, sin la segunda sección no podemos ver ni la fuente ni el resultado de su vivir. En la segunda sección, descubrimos dos pozos de agua: uno destinado a Ismael (vs. 14-21) y el otro a Isaac (vs. 22-34). La Biblia no desperdicia ninguna palabra; por eso, este relato de dos pozos para dos clases de vida debe ser muy significativo y lleno de significado espiritual.
El pozo para Ismael, la fuente de su vivir, estaba en el desierto cerca de Egipto (vs. 19-21; 25:12, 18). En la Biblia el desierto siempre representa un lugar rechazado por Dios. Dios nunca aprueba el desierto. Mientras estamos en el desierto, somos rechazados por Dios. El mejor ejemplo de eso es la peregrinación de los hijos de Israel por el desierto. En la tipología el desierto también es nuestra alma. Si vivimos en nuestra alma, estamos vagando por el desierto, el cual Dios rechaza. El desierto donde se hallaba el pozo de Ismael quedaba cerca de Egipto. De ahí él podía ir fácilmente a Egipto. Esto significa que cuando estamos en nuestra alma, en nuestro ser natural, estamos vagando en el desierto y podemos caer fácilmente en el mundo.
La fuente del vivir de Ismael hizo de él un arquero (v. 20). La diferencia entre un arquero y un sembrador es que el sembrador cultiva la vida y el arquero la mata. El arquero es un cazador salvaje como Nimrod en 10:8-12, uno que mata en el desierto. Esta sección de la Palabra también usa la expresión “tiro de arco” para describir la distancia entre el lugar donde estaba sentada Agar y el sitio donde ella había dejado a su hijo (vs. 15-16). Por consiguiente, este pasaje de la Palabra revela que si estamos en el desierto de nuestra alma y bebemos agua del pozo que sustentaba a Ismael, llegaremos a ser un arquero que usa el arco para matar la vida a fin de construir nuestro propio reino, y no un sembrador que cultiva la vida para la edificación del reino de Dios.
La fuente de vida de Ismael hizo que éste se uniera finalmente con Egipto, es decir, con el mundo (v. 21). Cuando Agar tomó una esposa para Ismael, la trajo de Egipto, de su propia fuente. Ella era egipcia y, por tanto, quería tener una nuera egipcia. Al tomar esposa de la tierra de Egipto para Ismael, Agar lo selló con las cosas de Egipto. En todo esto, vemos que hay un manantial, una fuente de vida, que puede hacer de uno un cazador salvaje que mata la vida y que lo puede unir a uno con el mundo.
Alabado sea el Señor porque hay otro manantial: el pozo de agua para Isaac (vs. 22-34). Muchos versículos hablan de esta fuente positiva. Leamos Salmos 36:8: “Tú los abrevarás del torrente [o manantial] de tus delicias”. Al Señor le gusta abrevarnos de la fuente de Sus delicias. En Juan 4:14 el Señor Jesús dijo: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna”. Esto significa que Dios mismo será nuestra vida. En Juan 7:37 y 38, el Señor Jesús también habló de beber: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Además, en 1 Corintios 12:13, el apóstol Pablo dice que a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu, es decir, de un solo manantial. Inclusive, el último capítulo de la Biblia habla de beber: “Y el Espíritu y la novia dicen: Ven ... Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17). Este manantial divino debe ser la fuente de nuestro vivir.
Aunque Cristo haya sido producido y haya crecido en la vida de iglesia, aún así debemos recordar que existen dos fuentes o dos clases de vida. ¿Qué clase de vida lleva usted, la de Ismael o la de Isaac? No es suficiente decir que tiene el vivir de Isaac. Debe examinar la clase de agua que bebe día tras día. ¿Bebe usted del pozo de Ismael? Si tal es el caso, ese manantial hará de usted un Ismael y le hará caer en el mundo. ¿Bebe usted del pozo de Isaac, el manantial que representa el pozo divino, el pozo de Cristo, el pozo del Espíritu? Si es así, el agua divina que brota de esa fuente cumplirá muchísimas cosas.
El pozo destinado a Isaac estaba en Beerseba, cerca del país de los filisteos (vs. 25-32). Este manantial, a diferencia del de Ismael, no estaba cerca de Egipto sino en la frontera de la tierra de los filisteos y de la buena tierra de Canaán. Beerseba estaba en la tierra de los filisteos y más tarde llegó a ser el extremo sur de la tierra santa. Cuando la Biblia describe la geografía de la tierra santa, usa la frase “desde Dan hasta Beerseba” (1 S. 3:20), porque la distancia entre Dan, en el extremo norte, y Beerseba, en el sur, abarca toda la tierra de Canaán. En la Biblia, la tierra de los filisteos reviste un significado particular. No es un lugar que rechaza totalmente a Dios; es un sitio que acepta a Dios pero trata las cosas de Dios conforme a la perspicacia humana, y no según la economía de Dios. Considere por ejemplo la manera en que los filisteos obraron con el arca (1 S. 6:1-9). No la rechazaron; la recibieron, pero la trataron de manera natural conforme a su habilidad. Del mismo modo, en Génesis 20 y 21, vemos que Abimelec, el rey de los filisteos, no rechazó a Dios sino que lo aceptó en una forma astuta. Abraham tomó a Dios conforme a Su economía, mientras que Abimelec lo tomó conforme a la astucia humana. Esto es lo que significa la tierra de los filisteos.
La fuente de Isaac era un pozo redimido (vs. 28-30). Este pozo, que Abraham había excavado, se había perdido, pues los siervos de Abimelec lo habían tomado por la fuerza (v. 25). Entonces Abraham lo redimió pagando por él siete corderas. En tipología, estas corderas son la redención completa de Cristo, lo cual indica que el agua viva y divina fue redimida, comprada nuevamente, por la plena redención de Cristo. Hoy en día, mientras todo el linaje humano vive por una fuente exenta de redención, nosotros vivimos por una fuente redimida. El agua viva que bebemos ahora no es natural; fue redimida al costo de la obra redentora de Cristo.
La fuente de Isaac también necesitaba un pacto (vs. 31-32). Este pacto es la semilla del nuevo pacto. Nuestra agua viva ahora no es solamente agua redimida sino también agua del pacto. Ismael bebió del agua silvestre, agua que no tenía redención ni pacto. Sin embargo, toda el agua que Isaac bebió era agua redimida, el agua del pacto. Puesto que hemos empezado a conocer a Cristo, la fuente de nuestro vivir también ha sido el agua redimida, el agua del pacto.
En Beerseba Abraham plantó un árbol tamarisco (v. 33). Un árbol tamarisco es una especie de sauce de hojas finas, que generalmente crece cerca del agua, y da la impresión del fluir de las riquezas de vida. El hecho de que Abraham haya plantado un árbol tamarisco después de hacer el pacto por el pozo de Beerseba, indica que el agua que él bebía fluía profusamente. El Señor Jesús dijo que todo aquel que creyera en El, de su interior correrían ríos de agua viva.
Hoy en día, la vida de iglesia se encuentra cerca del pozo de Beerseba. Cuando usted beba de este pozo y viva por él, será como un árbol tamarisco por el cual fluyen las riquezas de vida. Cuando la gente acuda a usted, nunca hallará sequía sino que será refrescada por el agua de la vida. Beerseba, que significa “pozo del juramento”, es el lugar donde debería estar la iglesia. La iglesia debe estar en el pozo del juramento con un pacto, y también debe estar llena de árboles tamariscos. Todos debemos ser un árbol tamarisco. Si usted mira a las ramas de dicho árbol, ellas le recordarán el fluir de las riquezas de vida. ¡Alabado sea el Señor porque hay verdaderos árboles tamariscos en las iglesias locales!
Aquí, en Beerseba, tenemos la siembra, pero con Ismael en el desierto hay vida agreste. Muchos grupos cristianos son como un desierto. Sólo convierten a la gente en personas agrestes. Sin embargo, la vida apropiada de iglesia siembra a la gente. ¿Ha sido usted sembrado? Cuando usted es plantado, deja de ser agreste.
En esta sección de la Palabra, vemos claramente que existen dos fuentes de vida. Una es la fuente natural en el desierto de nuestra alma, y la otra es la fuente redimida en el jardín de nuestro espíritu. En Beerseba, Abraham contendía por el pozo que había sido tomado por la fuerza. Ahora nosotros también debemos luchar por el pozo divino para que lo tengamos tanto para la vida cristiana como para la verdadera vida de iglesia.
El versículo 33 nos indica que Abraham sembró un árbol tamarisco en Beerseba y también que “invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno”. Aquí vemos otro título especial de Dios: Jehová, El Olam. En el capítulo diecisiete vimos El-Shaddai, el Todopoderoso que todo lo provee. Aquí vemos El Olam. La palabra hebrea olam significa la eternidad o lo eterno. Sin embargo, la raíz de esta palabra hebrea significa esconder, velar u ocultar de la vista. Todo lo que es velado se convierte espontáneamente en algo secreto. Abraham experimentó finalmente a Dios como el Eterno, como Aquel que es secreto y misterioso. No podemos verlo ni tocarlo, pero El es muy real. Su existencia es eterna, pues El no tiene ni comienzo ni fin. El es el Dios eterno (Sal. 90:2; Is. 40:28).
Aquí encontramos otra semilla que se desarrolla en el Nuevo Testamento. El Dios que Abraham experimentó en el capítulo veintiuno es la misma Persona revelada en Juan 1:1, 4: “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios ... en El estaba la vida”. Esta vida es El Olam. El Dios misterioso en la eternidad es nuestra vida eterna. La vida eterna es una Persona divina que está escondida, velada, oculta, es misteriosa y secreta pero muy real, y existe eternamente y para siempre, sin comienzo ni fin. El título El Olam implica vida eterna. Aquí Dios no fue revelado a Abraham sino que fue experimentado por él como el que vive para siempre, que es secreto, misterioso y que es la vida eterna. En otras palabras, en Génesis 21 Abraham experimentó a Dios como la vida eterna. Cerca del árbol tamarisco de Beerseba, Abraham pudo dar testimonio a todo el universo de que él experimentaba a Aquel que está escondido, y que vive para siempre como su vida misteriosa. Allí, en Beerseba, él invocó el nombre de Jehová, El Olam. En el capítulo doce sólo invocó el nombre de Jehová, sin experimentarle todavía como el Dios que es misterioso y que vive para siempre. Pero aquí en el capítulo veintiuno, después de muchas experiencias, estando con Isaac en Beerseba debajo del árbol tamarisco él experimentó como vida interna a Aquel que vive para siempre y que es misterioso e invocó: “¡Oh Jehová, El Olam!” Nadie podía ver esta persona misteriosa, pero era real para Abraham en su experiencia. Tenemos dentro de nosotros ahora a El Olam, Aquel que está escondido, oculto, que es misterioso y que vive para siempre. El es nuestra vida. Podemos tener el mismo deleite que tuvo Abraham simplemente invocando: “Oh Señor Jesús”.
Mientras Abraham moraba en Beerseba, seguramente hizo muchas cosas. Pero aquí las Escrituras nos revelan una sola cosa: que Abraham plantó un árbol tamarisco en Beerseba e invocó el nombre de Jehová, El Olam. Con este breve relato, podemos ver dos cosas. La primera es que plantar el árbol tamarisco debe de haber tenido mucho significado; y la otra es que la siembra de este árbol tamarisco se relaciona con la invocación del nombre de Jehová, El Olam. Como hicimos notar, Génesis 1 y 2 no constituye solamente un relato de la obra creadora de Dios sino una narración de la vida, en cuyo centro vemos el árbol de la vida. Del mismo modo, este pasaje no es simplemente un relato de la historia de Abraham, sino también de la vida, y muestra la fuente por la cual vivía Abraham. El vivía por invocar a Jehová, El Olam, por experimentar al Dios eterno y escondido como su vida. En la terminología del Nuevo Testamento, él experimentaba la vida eterna que fluye con todas sus riquezas como un árbol tamarisco que expresa las riquezas de la fuente por la cual vive. Así como el árbol de la vida es el centro del relato en los capítulos uno y dos, el árbol tamarisco es el centro de este relato. Podemos decir que el árbol tamarisco es el árbol de vida experimentado, es la expresión del árbol de la vida. Nuestra vida cristiana y la vida apropiada de iglesia son un árbol tamarisco, el cual expresa el árbol de la vida por el cual vivimos. Esto acompaña la invocación del Señor que es nuestra vida eterna, nuestro Jehová, El Olam.
Esta fuente de agua viva hace de Isaac un holocausto (22:2, 9). La fuente de la cual Ismael bebió hizo de él un arquero, alguien que vivía de manera agreste y para sí mismo. No obstante, la fuente del vivir de Isaac hizo de éste un holocausto, uno que fue ofrecido a Dios para satisfacerlo.
Esta fuente de vida condujo a Isaac a Moriah, y no a Egipto (22:2). La fuente de vida de Ismael conduce a la gente hacia abajo, pero la fuente de Isaac conduce a la gente hacia arriba al monte de Moriah, donde Jerusalén fue construida más tarde. El ascenso a Moriah preservó al pueblo de Dios de los filisteos. También debemos subir de Beerseba a Jerusalén; no solamente debemos tener la vida de iglesia en Beerseba, sino también en Jerusalén. Finalmente, la fuente apropiada de vida hará de todos nosotros unos Isaac y nos conducirá a la Nueva Jerusalén.
Aquí tenemos otra semilla de la revelación divina. Ismael vivía en el desierto y se unió a Egipto, pero Isaac vivía en un plantío y fue llevado a Moriah. El monte Moriah fue más adelante el monte de Sion sobre el cual se construyó el templo de Dios (2 Cr. 3:1), y así llegó a ser el centro de la buena tierra que Dios dio a Abraham y a sus descendientes. Después de que sus descendientes siguieran el camino de Ismael y bajaran a Egipto, Dios los sacó de la tierra con la intención de llevarlos a la buena tierra de Canaán. Pero su incredulidad los mantuvo vagando en el desierto donde Ismael vivía. Finalmente, Dios introdujo a sus hijos en la buena tierra y escogió a Jerusalén, que había sido construida en el monte Moriah, como único centro en el cual lo debían adorar a El. Como resultado, todos los hijos de Israel subían tres veces por año al mismo monte Moriah donde había sido llevado Isaac. Por consiguiente, el hecho de que Isaac fuese llevado al monte Moriah constituía una semilla que se desarrolló en el ascenso de todos los hijos de Israel al monte de Sion.
De Abraham salieron dos pueblos. El primero está representado por Ismael, quien vivía en el desierto y que se había unido a Egipto; el segundo está representado por Isaac, quien vivía en Beerseba y fue llevado al monte Moriah. Hoy en día existen también dos clases de cristianos. Una clase es semejante a Ismael, pues viven para sí mismos en el desierto de su alma y se unen con el mundo. La otra clase es como Isaac, pues viven para Dios en su espíritu y en la iglesia, y son llevados a Sion. Inclusive los verdaderos cristianos podemos ser semejantes a Ismael, si vivimos en nosotros y para nosotros y si estamos unidos con el mundo, a menos que vivamos en nuestro espíritu y en la iglesia, como lo tipificaba Isaac, a fin de llegar a la meta de Dios.