Mensaje 62
La Biblia es una revelación completa, cuyo contenido es el propósito eterno de Dios. Ya dijimos varias veces que el propósito eterno de Dios consiste en forjarse en un hombre corporativo para tener una expresión corporativa en el universo. Si queremos entender correctamente toda la Biblia, debemos tener esto presente.
En este mensaje llegamos a Gn. 25. Hace muchos años, no me gustaba la primera parte de este capítulo. Sin embargo, esta sección de Génesis 25 debe ser muy importante puesto que la Biblia no desperdicia palabra. Si no conservamos delante de nosotros el propósito de la revelación en la santa Palabra, no podremos ver el significado de este pasaje. El Señor, en Su misericordia, nos ha mostrado la profundidad de este pasaje de la Palabra.
Tanto en Génesis como en Romanos vemos claramente que Abraham era muy viejo cuando engendró a Isaac. Romanos 4:19 dice que Abraham consideraba su cuerpo como ya muerto. Sin embargo, cuarenta años después del nacimiento de Isaac, Abraham se volvió a casar (25:1), y cuando llegó a la edad de ciento cuarenta años, engendró otros seis hijos (25:2). ¿Cómo podemos explicar eso? Si él tenía la vejez de un difunto a los cien años de edad, ciertamente él debe haber estado más que muerto cuando se volvió a casar a la edad de ciento cuarenta años. En el capítulo veintitrés Sara murió y fue sepultada, en el capítulo veinticuatro Abraham consiguió esposa para Isaac, y en el capítulo veinticinco él mismo se volvió a casar. ¿Qué significa esto?
Génesis 25 incluye también el relato del nacimiento de Jacob y de Esaú. ¿Por qué un relato tan maravilloso consta en el mismo capítulo que enumera los seis hijos de la concubina de Abraham? El relato de los seis hijos de Abraham es algo negativo, mientras que el relato del nacimiento de Jacob y Esaú es positivo. Si usted hubiese redactado este capítulo, ¿juntaría usted estos dos relatos? Ninguno de nosotros habría escrito este capítulo de esta manera. No obstante, debe de tener un significado importante según la inspiración del Espíritu Santo.
Si consideramos todos estos asuntos, veremos en lo profundo de nuestro espíritu que la intención del Espíritu Santo en este capítulo consiste en mostrar que Abraham no era una persona madura en vida. El tenía una edad avanzada en su vida física pero no era maduro en su vida espiritual.
Ya vimos que el propósito de Dios consiste en forjarse en una persona corporativa para tener una expresión corporativa. Para cumplir eso, Dios creó los cielos, la tierra y al hombre, en quien puso un espíritu como órgano receptor (Zac. 12:1). El hombre fue creado a la imagen de Dios para expresarlo y con Su dominio para representarlo en Su autoridad. En Génesis 3 vemos que Satanás se inyectó en el hombre, y en consecuencia éste cayó. En los capítulos del tres al once el hombre experimentó por lo menos cuatro caídas. Después de la cuarta caída, Dios sacó a Abraham del linaje caído y lo estableció como padre del linaje llamado. Al hacer de Abraham el padre del linaje llamado, Dios tenía la intención de forjarse en ese linaje a fin de cumplir Su propósito. Dios no tuvo la oportunidad de forjarse en el hombre creado, el linaje adámico, pero ahora tenía una oportunidad de forjarse en el linaje llamado, el linaje de Abraham. El relato que abarca la última parte del capítulo once hasta la primera parte del capítulo veinticinco muestra cuánto obró Dios con esta persona. Sin embargo, cuando llegamos al final de la vida de Abraham, ¿vemos una persona madura en vida y expresando a Dios en todos los aspectos? No. Abraham no era tal.
Muchos cristianos aprecian demasiado a Abraham. Yo respeto a Abraham y no quiero menospreciarlo, pero debo hacer notar que, como lo indica el relato de Génesis, él no fue maduro en la vida divina. El capítulo veinticuatro es maravilloso, pero no lo es en lo relacionado con la vida de Abraham sino en el relato de sus actividades. Abraham hizo algo maravilloso al escoger la esposa apropiada para su hijo; no obstante, inmediatamente después de eso, se volvió a casar. Génesis 25 no dice: “Después de haber encontrado una buena esposa para Isaac, Abraham vivió con ellos en la presencia del Señor por más de treinta años. Un día, él llamó a Isaac y Rebeca, impuso sus manos sobre ellos, los bendijo, y luego se fue con el Señor”. Si el relato fuese así, todos lo apreciaríamos y diríamos: “He aquí un santo maduro en vida”. ¿Cuál es la prueba de la madurez en vida? Es bendecir a los demás. Cuando somos jóvenes, recibimos bendiciones de otros. Pero cuando maduramos, impartimos bendiciones a los demás. Abraham era anciano, pero no bendijo a nadie. Esto demuestra que no tenía madurez en vida.
El relato de Génesis 25 no es un relato de bendición, sino de un segundo matrimonio. Abraham se casó con Cetura después de la muerte de Sara. ¿Es un segundo matrimonio una señal de madurez en vida? ¡Por supuesto que no!
Podemos dividir la vida de Abraham en tres secciones: la sección de Ismael, la sección de Isaac y la sección de los seis hijos. Ismael fue producido por la carne de Abraham, e Isaac fue producido por la gracia de Dios. ¿Qué diremos de estos seis hijos? Fueron producidos de una manera aún más carnal. Después del nacimiento de Ismael, la carne de Abraham fue disciplinada, y la gracia vino a reemplazarla. Sin embargo, después del nacimiento y el crecimiento de Isaac, la carne de Abraham se activó nuevamente. En la primera sección, la de Ismael, la carne de Abraham era una sola, pero en la tercera sección, la de los seis hijos, su carne se multiplicó por seis, pues se intensificó seis veces. Mientras la carne joven produjo a Ismael, la carne vieja produjo seis hijos.
La Biblia es honesta, pues nos dice que Abraham se casó con Cetura y tuvo seis hijos con ella. Aún así, él conocía la voluntad de Dios. Dice en el versículo 5: “Y Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac”. Isaac era el único heredero, el heredero escogido, designado y establecido por Dios. Ninguno de los otros hijos fue considerado heredero (v. 6), pues todos fueron hijos de la concubina y, como a Ismael, Dios los rechazó. Abraham tuvo dos concubinas. La primera dio a luz a Ismael, y la segunda dio a luz seis hijos. Sin embargo, Dios no quiso a ninguno de ellos. Tanto antes como después del nacimiento de Isaac, Abraham hizo algo que Dios no deseaba. ¿Cómo podríamos decir que esa vida era madura?
La intención de Génesis 25 es mostrar que Abraham no tenía la madurez de vida. El murió sin ella, pues como vimos, murió sin impartir ninguna bendición. Abraham fue bueno pero no fue maduro en la vida divina. Es correcto apreciarlo, pero debemos darnos cuenta de que él tenía una gran carencia. Abraham fue llamado, tuvo fe y vivió en comunión con Dios, pero, usando una expresión neotestamentaria, no experimentó suficiente transformación.
¿Qué es la transformación? Una vez más quisiera usar el ejemplo de la madera petrificada. Mientras el agua corre por la madera, el elemento de la madera es arrastrado y los elementos minerales se depositan en su lugar. Mientras los elementos minerales se forjan en la madera, ésta es transformada en piedra. Esta es la petrificación. Nosotros somos madera, y el fluir del agua viva debe eliminar nuestro elemento natural e introducir en nuestro ser todos los elementos divinos, celestiales, santos y espirituales. Es así como somos transformados.
Si volvemos a leer los capítulos del veintitrés al veinticinco, veremos que Abraham no era una persona plenamente transformada. Era un hombre que vivía en comunión con Dios, y que actuaba guiado por El, pero no era totalmente transformado. Se volvió a casar y se valió de la carne que había sido azotada por Dios y de este modo engendró otros seis “Ismael”. Es cierto que debemos ser como Abraham, pero necesitamos ver que él mismo no era un modelo completo.
Sin lugar a dudas, Abraham murió en la fe. Sus dos hijos Isaac e Ismael lo sepultaron en la cueva de Macpela (vs. 9-10), la cual él había adquirido para Sara en el capítulo veintitrés. Sin duda sus hijos lo sepultaron allí conforme a su deseo.
Abraham era bueno, pero no estaba completo. El debía ser completado y perfeccionado por las vidas de Jacob y de Isaac. Conforme a lo que implica el relato divino, Abraham, Isaac y Jacob no son tres individuos separados. Del mismo modo, el Dios de ellos, o sea, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no se refiere a tres dioses sino a un solo Dios, el Dios Triuno. En Abraham vemos a Dios el Padre; en Isaac vemos a Dios el Hijo; y en Jacob vemos a Dios el Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu, tres en uno, son el único Dios Triuno. Según este mismo principio, Abraham, Isaac y Jacob, son una persona triuna. Al ser tres en uno, son una persona completa en la experiencia de vida.
En el relato de Abraham, vemos el llamamiento. Pero la revelación divina nos enseña que el llamamiento no es lo que viene primero. La elección que Dios hace precede Su llamamiento. Cuando Abraham estaba en Caldea adorando ídolos, Dios lo llamó, pero no fue ése el momento en que fue escogido. Dios lo escogió antes de la fundación del mundo. Abraham fue escogido en la eternidad pasada, y en Caldea fue llamado. ¿Pero dónde está el relato de la elección de Abraham? Se halla en Génesis 25 donde se menciona la elección de Jacob. Abraham mismo no fue escogido; fue escogido en la elección de Jacob. La vida de Abraham no tuvo un comienzo pleno ni un final completo, pues ni tuvo una elección como tal, ni maduró plenamente en vida, pues ambos aspectos se hallan en Jacob. En otras palabras, en cuanto a la experiencia de vida, Abraham no puede permanecer por sí solo como una persona completa a los ojos de Dios. El necesita a Jacob y a Isaac. Estas tres personas: Abraham, Isaac y Jacob, representan la experiencia espiritual de un hombre completo. En el relato de la vida de Jacob no se menciona el llamamiento. ¿Dónde y cuándo fue llamado Jacob? Fue llamado con Abraham en Génesis 11, así como Abraham fue elegido en él. En Abraham vemos claramente el llamado de Dios, pero no vemos la elección ni la madurez en vida.
En Génesis 25 vemos tres genealogías: la de los hijos de Cetura (vs. 2-4), la de los hijos de Ismael (vs. 13-16) y la de Isaac (vs. 19-26). Dios no escogió a nadie de las primeras dos genealogías. Ninguno de los hijos de Cetura ni de Ismael fueron escogidos. Ni siquiera fue escogido Esaú, quien nació de Isaac. Entre todas las personas nombradas en este capítulo, solamente una fue escogida: Jacob. Estas tres genealogías van juntas en un solo capítulo con un propósito específico: mostrar la clase de persona que Dios rechaza y la clase de persona que escoge. Dios escogió al más travieso, a Jacob, cuyo nombre significa suplantador, o el que coge el calcañar. Si nosotros fuésemos Dios, jamás habríamos escogido a una persona tan traviesa, a un suplantador. Pero Dios escogió a Jacob. En este capítulo vemos que Abraham no produjo lo que Dios deseaba. Ninguno de sus seis hijos fue escogido por Dios. Al producirlos, todo lo que hizo fue en vano. Del mismo modo, Dios no escogió a ninguno de los descendientes de Ismael. Veinte años después de casarse, Isaac oró a Jehová por su mujer, pues era estéril; y Jehová lo oyó, y Rebeca su mujer concibió (v. 21). Ella dio a luz dos gemelos, al segundo de los cuales escogió Dios. En este capítulo vemos más de veinte nacimientos; todos fueron vanos excepto uno. En este capítulo Dios parecía decir a Abraham: “Has engendrado muchos hijos por tu carne, pero todo ha sido en vano. No elegiré a ninguno de los que proceden de tu carne”.
Este capítulo revela que una vida carente de madurez siempre laborará en vano. Si no somos maduros en vida, podemos ser bastante activos, y hacer muchas cosas, pero toda nuestra labor será vana. Nada concordará con la elección de Dios. Abraham era un santo amado que llevaba una vida muy buena, pero su vida no era madura y él hizo muchas cosas vanas. Nada de lo que procedió de su carne fue escogido por Dios. ¿Desea usted llevar una vida así? Con el relato de la vida de Abraham, vemos que él no estaba completo. El necesitaba a Jacob y a Isaac para estar completo y ser perfeccionado. Como lo revela este capítulo, él necesitaba que Jacob fuese escogido para llegar a ser completo y perfecto.
Abraham también necesitaba la madurez en vida de Jacob. El libro de Génesis revela que la primera persona que bendijo a alguien fue Melquisedec (14:18-19). Como lo revela el libro de Hebreos, Melquisedec representaba a Cristo. Abraham llegó a una edad muy avanzada, mucho más que la de Jacob, pero no bendijo a nadie. El recibió la bendición, pero jamás bendijo a nadie. Después de Melquisedec, la segunda persona que bendijo a otros fue Isaac. Sin embargo, Isaac bendijo ciegamente; él fue engañado y no bendijo claramente. Bendijo a la persona equivocada, y dio la primogenitura a Jacob en lugar de a Esaú (cap. 27). Pero Jacob, según lo revela el relato al final de Génesis, aunque no veía muy bien, bendijo claramente. Después de llegar Jacob a la madurez, bendijo a todo aquel que encontraba. Adondequiera que iba, no hacía otra cosa que bendecir. Cuando Jacob fue conducido a la presencia del faraón, lo primero que hizo fue bendecirlo (47:7). Después de hablar un poco con él, Jacob volvió a bendecirlo (47:10). Jacob no solamente fue una persona bendecida, sino que también bendecía.
Es fácil recibir bendición, pero no es fácil bendecir a los demás. Un nieto no puede bendecir a su abuelo, porque carece de madurez en vida. Al ser maduro Jacob, bendijo a todo el que encontraba a su paso, incluyendo al faraón, quien era un incrédulo, un rey gentil. Jacob no sentía que debía hacer nada por nadie. Sólo tenía la carga de bendecir.
Considere la bendición que impartió Jacob a los dos hijos de José (48:8-20). Cuando Jacob impuso su mano derecha sobre Efraín en lugar de Manasés, el primogénito, a José no le pareció bien e intentó quitar la mano derecha de su padre para ponerla sobre la cabeza de Manasés, diciendo: “No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza” (48:18). Sin embargo, Jacob rehusó y dijo: “Lo sé hijo mío, lo sé” (48:19). Jacob parecía decir: “Estoy ciego físicamente, pero espiritualmente veo claramente. Tú no sabes lo que estoy haciendo, pero yo sí”. Aquí vemos que Jacob bendijo a los dos hijos de José con una bendición clara, plena y rica.
Jacob también bendijo a sus doce hijos de una manera muy clara. Estas bendiciones son el fundamento de las profecías básicas de la Biblia. Si queremos conocer las profecías bíblicas, debemos volver al fundamento, a los elementos básicos, como lo vemos en las bendiciones que dio Jacob a sus doce hijos. Jacob pudo bendecir a sus hijos con una plena revelación divina porque él era plenamente maduro en la vida divina. El nació como Jacob, pero fue transformado en Israel. El nació como suplantador, como el que coge el calcañar, pero fue transformado en un príncipe de Dios. El llegó a discernir claramente y a estar lleno de vida. Cuando tenemos claridad y estamos llenos de vida, no podemos hacer otra cosa que bendecir. Esta es una señal de madurez.
Ya vimos que Abraham, Isaac y Jacob conforman una sola persona completa en la experiencia de vida. Abraham no bendijo, porque no tenía la madurez en vida. Isaac tuvo cierta madurez, pero carecía de la riqueza de la madurez en vida, y bendijo ciegamente. Jacob, quien era maduro en vida, bendijo con claridad y plenitud. Todo lo que él dijo era la palabra divina, y todas las bendiciones que profirió, fueron una profecía acerca de la economía de Dios con relación a todos Sus hijos. Finalmente, Jacob se convirtió en Israel, la expresión de Dios.
Si tenemos la luz de las Escrituras en conjunto, veremos que el libro de Génesis es una miniatura de la revelación completa de la Biblia. Al final de Génesis vemos un hombre llamado Israel, una persona transformada, transparente, clara y llena de vida. El Israel transformado es una semilla, una miniatura de la Nueva Jerusalén. Al principio de Génesis, tenemos un hombre creado a la imagen de Dios. Al final de Génesis, tenemos a una persona transformada, no solamente un hombre hecho a la imagen de Dios, sino un hombre en el cual Dios se ha forjado y ha hecho de él Su expresión. Muchos cristianos aprecian a Abraham, pero la vida de él no fue lo suficientemente elevada; la vida de Israel fue mucho más elevada.
Para ser completo Abraham, también necesitaba participar del disfrute que tuvo Isaac de la herencia (24:36; 25:5). Desde el día en que Dios llamó a Abraham, empezó a quitarle cosas. Primero, le quitó a su hermano y luego a su padre. Más adelante, Dios rechazó a Eliezer, mandó a Abraham que echara a Ismael y le pidió que ofreciera a Isaac en el altar. Después de devolverle a Isaac, Sara falleció. La vida de Abraham no fue una vida de deleite, sino de despojo. Por el contrario, la vida de Isaac fue una vida llena de disfrute. Isaac no hizo nada; él sólo heredó todo lo que su padre tenía.
En nuestra vida cristiana, tenemos las experiencias de Abraham y de Isaac. Por una parte, somos despojados constantemente; Dios rechaza todo lo que tenemos, y parece que dijera: “Te gusta esto, pero a Mí no. Tú quieres dármelo, pero Yo no lo quiero. Tú quieres preservarlo, pero Yo lo rechazo”. En realidad, Dios siempre actúa al contrario de nuestros deseos e intenciones. Abraham quería que su padre permaneciera con él, pero el padre le fue quitado; quería preservar a Lot, pero Lot se separó de él. El quería que Eliezer fuese su heredero, pero Eliezer fue rechazado. El quería conservar a Ismael, pero Dios le mandó que echara al hijo de la esclava. Abraham amaba a su hijo Isaac, pero Dios le exigió que lo ofreciera sobre el altar. Poco más tarde, Sara, la amada esposa de Abraham, le fue quitada. Dudo que Abraham hubiera tenido tiempo para disfrutar.
Sin embargo, la vida cristiana tiene otro lado. Mientras somos despojados, disfrutamos de nuestra herencia. Esta es la razón por la cual los relatos de Abraham y de Isaac se superponen, lo cual no ocurre con los relatos de quienes los precedieron, tales como Abel, Enoc y Noé. El relato de Isaac está mezclado con el de Abraham. Mientras sufría Abraham, Isaac disfrutaba. Mientras lloraba Abraham, Isaac se regocijaba. Esto indica que la vida cristiana es una vida que tiene tanto noche como día. La noche se encuentra en nuestra mano izquierda y el día en nuestra mano derecha. En la vida cristiana, la noche y la mañana van juntos. Muchas veces no puedo determinar si estoy en la noche o en el día. Mientras yo estaba en el día, estaba en la noche, y mientras estaba en la noche, estaba en el día. Por una parte, yo era, como Abraham, despojado de todo, y por otra parte, como Isaac, disfrutaba de la herencia.
Todos fuimos elegidos junto con Jacob y fuimos llamados y creímos junto con Abraham. Así como fuimos despojados con Abraham y disfrutamos con Isaac, un día nosotros seremos maduros junto con Jacob. No debemos decir que cierto hermano es un Abraham o un Jacob o un Isaac. Debemos llamarlo Jacob-Abraham-Isaac. El es Jacob al principio y al final, y es Abraham e Isaac en el intermedio. Estos tres constituyen una persona completa. Como ya dijimos, ni Abraham ni Isaac llegaron a la madurez en vida; sólo Jacob la alcanzó.
La señal de la madurez en vida es la bendición. He visto miles de cristianos. Casi todos suplantan o se quejan. Algunos santos se quejan de los ancianos, de los hermanos y de todas las iglesias. Parece que la única iglesia que les gusta es la Nueva Jerusalén. Quejarse es una señal de inmadurez. Cuando usted madure, no se quejará, sino que bendecirá y dirá: “Oh Dios, bendice a todos los hermanos y a todas las iglesias”. Para quien ha madurado en vida, la mano que suplanta se ha transformado en una mano que bendice. Cuanto más maduro sea usted, más bendecirá a los demás. No solo bendecirá a los buenos, sino también a los malos y también a los peores.
La vida de Abraham era preciosa y ha sido valorada por los cristianos en el transcurso de los siglos. Sin embargo, como ya vimos, él no fue maduro en la vida divina. Nuestro Dios no es solamente Dios el Padre, sino también Dios el Hijo y Dios el Espíritu. El no es solamente el Dios de Abraham, sino también el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Que todos nosotros veamos la necesidad de tener los tres aspectos: la vida de Abraham, y las vidas de Isaac y de Jacob. El Dios Triuno obra en nosotros como el Padre, el Hijo y el Espíritu, para hacer de nosotros Su plena expresión. El es el Dios Triuno, y nosotros debemos ser personas constituidas de tres aspectos en las experiencias espirituales de la vida divina. Debemos ser transformados plenamente. Cuando seamos plenamente transformados, Dios cumplirá Su propósito.