Mensaje 65
En los dos mensajes anteriores acerca de Isaac vimos que él era el heredero de la gracia, y que descansó y disfrutó durante toda su vida. Ahora veremos que en esta persona que disfruta la gracia todavía permanecen la vida y la debilidad naturales. Nos resulta difícil entender este punto. Según nuestro concepto natural y religioso, siempre pensamos que si obramos según nuestro ser natural, no podremos disfrutar de la gracia. Según nuestro concepto religioso, el disfrute de la gracia depende de lo espiritual que seamos. En nuestras enseñanzas y exhortaciones, especialmente a nuestros parientes e hijos decimos que para disfrutar la gracia de Dios debemos ser buenos, y que si no lo somos, no recibimos la gracia de Dios. Es probable que ninguno de nosotros haya pensado jamás que participar de la gracia de Dios no depende de nuestra espiritualidad. Por el contrario, todos hemos pensado que debemos ser espirituales para poder disfrutar la gracia de Dios.
Isaac fue un modelo del disfrute de la gracia de Dios. En toda la Biblia, difícilmente podemos encontrar otra persona que haya disfrutado de la gracia como lo hizo Isaac. Durante toda su vida, él no hizo otra cosa que disfrutar de la gracia de Dios. Su vida fue una vida de disfrute y de gracia. No obstante, en Isaac vemos exactamente la misma debilidad natural que tenía Abraham. Además, en Isaac también vemos la vida natural de Jacob. Igual que Jacob, Isaac vivió de una manera natural. Jacob amaba a su hijo José según su preferencia natural (Gn. 37:3-4), y esto causó problemas en la familia. Los hermanos de José aborrecieron a éste porque su padre lo amaba con predilección. Isaac también amó a Esaú de la misma manera porque éste era un diestro cazador y podía conseguir así la carne que a Isaac tanto le gustaba (Gn. 25:27-28). Por consiguiente, Esaú era el hijo preferido de su padre. Con eso vemos que Isaac y Jacob eran idénticos en cuanto a la vida natural.
Si usted afirma que Isaac no engañó a nadie, yo le demostraría que su esposa Rebeca, su ayuda idónea, le ayudó a engañar. En cierto sentido, Isaac era diferente a Jacob en cuanto a suplantar, pero esta diferencia fue borrada por Rebeca. La esposa forma parte del esposo; ella es el complemento y la perfección del marido. Sin Rebeca, Isaac probablemente no habría sido experto en engañar. Sin embargo, con Rebeca, él llegó a ser como Jacob. Jacob aprendió de su madre suplantadora a suplantar, y ella fue el complemento suplantador para su padre Isaac. Por lo tanto, en Isaac vemos la vida natural de Jacob.
Isaac era una persona que disfrutaba de la gracia. Conforme a nuestro concepto natural, una persona que tiene una debilidad natural y que vive en la vida natural nunca puede disfrutar de la gracia de Dios. Es así como pensamos nosotros, pero no la palabra de Dios. La Biblia no nos enseña que Isaac fuera muy espiritual. El era un hombre que tenía una debilidad natural y que seguía llevando una vida natural. Entonces ¿por qué disfrutaba tanto de la gracia de Dios? Simplemente porque Dios lo había dispuesto de esa manera. En nosotros los cristianos existe el aspecto de lo establecido por Dios. Ya dijimos que nuestro destino es disfrutar de la gracia de Dios. Este destino fue dispuesto antes de la fundación del mundo. No se imagine que si usted es espiritual, tiene el privilegio de disfrutar de la gracia de Dios, y si no lo es no podrá disfrutarla. Este es un concepto religioso, mas la Biblia no enseña tal cosa. Después de escuchar que el disfrute de la gracia no depende de nuestra condición espiritual, algunos dirán: “Si no necesitamos ser espirituales para disfrutar de la gracia de Dios, entonces no seamos espirituales”. No diga eso. Nuestro nivel de espiritualidad, cualquiera que sea, no nos ayudará a disfrutar de la gracia de Dios. Todo depende de lo establecido por Dios, y no de lo que seamos nosotros ni de lo que podamos hacer. En nosotros existe el aspecto de Isaac. Dios lo dispuso todo para que disfrutemos la gracia. Si somos espirituales, no disfrutaremos más gracia, y si no lo somos, no perderemos la gracia de Dios. Sin embargo, no debemos decir: “Hagamos males para que vengan bienes”. No desperdicie su tiempo intentando ser espiritual o intentando no serlo. Diga simplemente: “Oh Señor, te adoro por lo que Tú has establecido. Tú me has designado para que disfrute de la gracia”. Todos nosotros formamos parte, por lo menos, de Isaac. En nuestro ser existe el aspecto de la designación para disfrutar de la gracia del Señor.
¿Cuándo disfruta usted más gracia, cuando siente que es espiritual y bueno a los ojos de Dios, o cuando está desanimado y siente que es totalmente indigno? Yo he disfrutado más gracia cuando he estado abatido. Pero no debemos decir: “Estemos abatidos para disfrutar más gracia”. Si usted intenta hacer eso, no hallará nada. Repito que no depende de nosotros sino de lo que Dios dispuso. Espero que mi palabra no los aliente a ser espirituales ni a no serlo, sino que los anime a no ser nada. Sin embargo, no procure ser nada, pues su esfuerzo sigue siendo algo. Si usted pudiera decir: “Iré a casa y me olvidaré de todo”, eso sería maravilloso.
En el relato de la vida de Isaac, vemos una persona que disfrutaba de la gracia de Dios en todos los aspectos. ¿Cree usted que un hombre con tanto disfrute de la gracia de Dios podría tener todavía la debilidad natural de decir semejante mentira? El mintió al grado de exponer a su esposa al sacrificio. Tal vez digamos: “Si yo fuese esa persona, jamás mentiría así”. No diga eso. Podemos disfrutar más gracia y aún así mentir más que Isaac.
Considere su experiencia. Usted nunca ha mentido al punto de sacrificar a su esposa, pero le ha dicho grandes mentiras a su esposa. En mi juventud fui afectado por los conceptos religiosos, creyendo que los cristianos, y particularmente los que llamamos cristianos espirituales, nunca mentían. Con el tiempo, descubrí que los cristianos, incluyendo a los espirituales, también mienten. No sólo miente la gente mundana, sino también los cristianos y las personas espirituales. Esta es la condición del linaje caído. ¿Entonces qué debemos hacer? No debemos hacer nada. Dios nos escogió de entre el linaje caído, y Su designación llegó a nosotros. Esto no significa que cuando nos portemos bien o lleguemos a ser espirituales a los ojos de Dios, recibiremos más gracia. Isaac jamás intentó portarse bien ni ser espiritual, y aun así disfrutó continuamente de la gracia. No los animo a ser religiosos ni a no serlo; no los aliento a ser nada, pues el disfrute de la gracia de Dios no depende de la condición espiritual.
Isaac quería bendecir a su hijo Esaú. No obstante, él mezcló la bendición con su preferencia natural. En Génesis 27:3-4 Isaac dijo a Esaú: “Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera”. Pareciera que Isaac decía: “Esaú, antes que me muera quiero comer carne una vez más. Si tú me traes carne, yo te bendeciré”. Aquí vemos que Isaac mezcló la bendición de Dios con su preferencia natural. Nos preguntamos cómo una persona así podía bendecir a otros, pero Isaac de todos modos bendijo.
Isaac, quien no era religioso como nosotros, ni siquiera se daba cuenta de que no era espiritual. Supongamos que usted es padre de familia y quiere dar una bendición a uno de sus hijos. Creo que usted tendría cuidado y estaría alerta, orando y ayunando y no se atrevería a hablar en la carne ni conforme a su preferencia natural. Si usted fuese un hermano chino, ciertamente no le diría al hijo que está a punto de bendecir: “Hijo, vete al barrio chino y consígueme comida china, y luego te bendeciré”. Ningún hermano chino se atrevería a hacer eso, porque todos tenemos una tendencia religiosa a considerarnos espirituales. Todos diríamos: “Ahora que estoy a punto de bendecir a mi hijo, debo estar ante el Señor y no depender de mi preferencia natural”. Pero Isaac fue atrevido, y dijo a Esaú: “Hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera” (27:4). ¡Qué mezcla! Isaac, quien disfrutaba continuamente la gracia de Dios, bendijo ciegamente. No obstante, lo hizo en fe, y su bendición fue honrada por Dios (He. 11:20).
Cuando leí este pasaje en mi juventud, no pude entender esta mezcla tan grande. Dije: “Isaac ¿qué estás haciendo? Si quieres comer carne de la caza, entonces no hables de bendición. No deberías mezclar tu gusto natural con la bendición de Dios. ¿Cómo puede Dios honrar una bendición mezclada con su gusto natural?” Cuando Isaac le dijo directamente a Esaú que si él le preparaba la carne que a él le gustaba lo bendeciría, no estaba consciente de ser religioso. El estaba totalmente fuera de la religión. No existía ninguna religión en su concepto. Si nosotros hubiéramos estado ahí, habríamos dicho: “Isaac, no hables así. Si quieres obtener lo que a ti te gusta, no hables de la bendición de Dios. Dios jamás honrará tu bendición. Isaac, estás totalmente equivocado”. Sin embargo, Isaac habría dicho: “¿De qué estás hablando? Jamás voy a hablar de una manera tan religiosa. No tengo tal concepto, ni tengo una conciencia religiosa. Sólo sé dos cosas: quiero satisfacer mi gusto personal y deseo bendecir a mi hijo. Después de comer carne, bendeciré a mi hijo. No sé lo que significa ser espiritual ni religioso. Lo único que sé es que yo soy el padre, que él es mi hijo y que el mayor siempre bendice al menor”. Cuando era joven, eso me molestaba mucho, pues no podía entender cómo Isaac, que disfrutaba tanto de la gracia de Dios, podía tener todavía la misma debilidad que Abraham y la misma vida natural que Jacob.
Debemos ver dos puntos muy claramente. Primero, la gracia no se basa en lo que somos. El hecho de ser buenos o malos, espirituales o no espirituales, no tiene ninguna importancia. Dios nos ha dispuesto como el objeto de Su gracia; por lo tanto, la gracia viene a nosotros, y no la podemos rechazar. En segundo lugar, como hemos mencionado varias veces, Abraham, Isaac y Jacob no son tres personas separadas en la experiencia de vida, sino que representan tres aspectos de la experiencia de una sola persona completa. Esta es la razón por la cual en Isaac podemos ver tanto a Abraham como a Jacob. Isaac tenía la debilidad natural de Abraham y la vida natural de Jacob.
Como dijimos, Isaac tenía la misma debilidad natural que Abraham (cfr. Gn. 20:1-2, 11-13). ¿No tiene usted una debilidad natural? Aun la persona más espiritual, tiene una debilidad natural. ¿Qué clase de debilidad tiene usted? Todos tenemos alguna debilidad natural, pero ninguno de nosotros puede designarla. Sabemos que tenemos una debilidad, pero no sabemos cuál es. Si usted está seguro de que un asunto específico constituye su debilidad natural, éste no es su debilidad. Antes de que Isaac fuese expuesto en el capítulo veintiséis, probablemente no estaba consciente de que su debilidad natural era idéntica a la de Abraham. El pudo haber pensado que su debilidad era una de muchas. No obstante, un día viajó al sur y su debilidad natural quedó expuesta.
Por nosotros mismos, nunca podemos conocer nuestra debilidad natural; ésta debe ser expuesta. Ninguno de nosotros puede entender su propia debilidad. Usted mismo quizá no reconozca su propia debilidad natural, pero será evidente para todos los demás porque les es manifiesta. Quien permanezca con usted por cierto tiempo se dará cuenta de la debilidad natural que usted tiene. Según su concepto religioso, si usted tiene alguna debilidad natural, ya no puede disfrutar de la gracia. Pero la gracia de Dios sigue presente en usted. Al principio yo también pensaba así. Pero he aprendido que la gracia no depende de lo que somos. Cada objeto de la gracia divina tiene un punto débil. No se imagine que el apóstol Pablo no tenía ninguna debilidad. Pedro, Juan y Pablo tenían sus debilidades, pero sus puntos débiles no les impidieron disfrutar de la gracia de Dios. Cada uno de nosotros tiene su debilidad natural. En la historia, ha habido una sola persona que no tuvo ninguna debilidad natural: Jesucristo.
No estoy alentándolos a ser espirituales ni a que no lo sean, pero sí los animo a que sean osados en disfrutar la gracia. No dejen que sus conceptos religiosos los priven del disfrute de la gracia. Abandonen sus conceptos y alaben al Señor porque ustedes son el objeto de la gracia divina. Aunque no podemos determinar cuál es nuestra debilidad natural, sí sabemos que tenemos alguna. Los demás, como por ejemplo, nuestro cónyuge o nuestro compañero de cuarto, saben cuál es nuestra debilidad. Otros la conocen, pero a nosotros nos resulta difícil identificarla. Algunos de nosotros quizá sólo veamos nuestra debilidad natural cuando veamos al Señor cara a cara. Alabado sea el Señor porque estamos ciegos a nuestra debilidad natural. Si no lo estuviésemos, seríamos impedidos de disfrutar la gracia. No los estoy animando a perseverar en su debilidad natural, pero sí les digo que es bueno no estar conscientes de ella. Cuando estemos conscientes de cierta debilidad, nuestros conceptos religiosos nos impiden disfrutar la gracia. Pero cuando no conocemos nuestra debilidad, sólo sabemos disfrutar de la gracia del Señor. En Génesis 26 la debilidad natural de Isaac quedó expuesta repentinamente. No obstante, eso no le impidió disfrutar la gracia de Dios. En otras palabras, el hecho de que su debilidad natural fuera expuesta no le impidió confiar en Dios.
Isaac salió de Beerseba, y descendió al sur, no a Egipto, sino a un lugar cerca de Egipto (Gn. 26:1-2). Dios quería que Su pueblo escogido permaneciera en la buena tierra. Cuando la debilidad natural de Su pueblo salía a flote, ellos siempre iban hacia abajo. No encontramos ni un solo caso en el cual el pueblo de Dios partiera hacia arriba, hacia el norte, cuando estaba débil. Lo peor que uno puede hacer es ir hacia abajo, a Egipto. Esto fue lo que hizo Abraham (12:10). La segunda vez que Abraham fue hacia el sur, fue solamente hasta la tierra de los filisteos (Gn. 20:1). Mientras Isaac, repitiendo la historia de Abraham, se dirigía hacia el sur, Dios intervino y lo amonestó, diciendo: “No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré” (Gn. 26:2). Quizá Isaac haya tenido la intención de ir hasta Egipto, pero Dios le ordenó que morara en la tierra que El le mostraría. Aunque Isaac no permaneció exactamente en el lugar adecuado, de todos modos tenía paz al disfrutar la gracia de Dios. El no tenía conceptos religiosos. ¡Qué bueno es no tener conceptos religiosos! Pero cuando el enemigo ha inyectado algo en nuestra mente, resulta difícil extraerlo. En este mensaje, tengo la carga de decirles que el disfrute de la gracia de Dios no depende de si somos religiosos o no. En el caso de Isaac vemos una persona que no era religiosa, y aún así, disfrutaba de la gracia de Dios todo el tiempo.
Isaac no permaneció en el lugar correcto, y además mintió al punto de exponer a su esposa al sacrificio (Gn. 26:6-7), igual que lo hizo Abraham. No obstante, él y su esposa fueron preservados por el cuidado soberano de Dios (Gn. 26:8-11). La gracia de Dios fue lo que le impidió sacrificar a su esposa.
En Isaac no vemos solamente la debilidad natural sino también la vida natural. El seguía viviendo en el nivel natural. No llevaba una vida supuestamente espiritual todo el tiempo. Después de que Isaac oró, Dios le dio dos hijos: Esaú y Jacob. Isaac amaba a Esaú porque éste era un cazador muy hábil y porque “comía de su caza” (Gn. 25:27-28). El amor de Isaac por su primogénito fue limitado a la esfera de la vida natural, a su preferencia natural, como lo fue el amor de Jacob por José (37:3-4). El marido empezó a mostrar un amor parcializado; así que la esposa hizo lo mismo. Esaú, “diestro en la caza”, fue el hijo preferido de su padre, y Jacob, un hombre tranquilo que moraba en tiendas, fue el hijo predilecto de su madre. A las madres les gusta tener un hijo que se quede tranquilo cerca de ellas. Ninguna madre preferiría a un hijo agreste que disfruta de los deportes todo el día. En la familia de Isaac, el padre prefería a Esaú, y la madre a Jacob. ¿Qué clase de vida era ésta, acaso era una vida espiritual, una vida de resurrección? No. Era una vida natural, aunque no era una vida pecaminosa. No debemos pensar que somos diferentes, pues los padres tienen un amor parcializado. Si usted tiene varios hijos, amará a uno de ellos más que a los demás, conforme a su preferencia, y todos sus hijos sabrán quién es su predilecto. Este amor parcializado no corresponde a nuestro espíritu, sino a nuestras preferencias naturales. Amamos a un muchacho o a una muchacha en particular, porque corresponde a nuestro gusto natural. Esta es la vida natural.
La vida natural siempre nos causa problemas. La predilección en la vida de Isaac provocó la necesidad de suplantar. Rebeca quería que su hijo preferido recibiera la bendición. En el capítulo veintisiete vemos que ella perfectamente podía suplantar (vs. 5-7). Ella le enseñó a Jacob a suplantar. En el capítulo treinta Jacob engañó a su tío Labán en cuanto al rebaño (vs. 31-43). El principio se aplica también en el capítulo veintisiete. Rebeca preparó una carne gustosa y cubrió las manos y el cuello de Jacob con pieles de cabrito. Cuando Isaac lo palpó, dijo: “La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las manos de Esaú” (27:22). Aquí vemos que el arte de suplantar lo aprendió Jacob de su madre, quien formaba parte de su padre. En cierto sentido, la madre engañó al padre; eso significa que la segunda parte de una persona engañó a la primera. El engaño de esta familia consiste en engañarse a sí misma. Al final en la familia, todos fueron engañados. Cuando leí este capítulo, dije: “Rebeca, te creías muy lista, pero en realidad, fuiste necia. ¿Acaso no sabes que Dios había dispuesto que Jacob fuese el primero? Tú no necesitabas ayudar”. Rebeca al tratar de ayudar a su hijo, lo perdió. Génesis no nos dice cuánto tiempo vivió Rebeca. Es posible que haya muerto antes de que Jacob hubiese vuelto de la casa de Labán. Eso significa que Rebeca perdió a su hijo por causa del engaño. Rebeca probablemente no vivió lo suficiente para ver nuevamente a su hijo Jacob. Ella pensaba que lo estaba ayudando, pero en realidad, lo perdió por haber suplantado.
Resulta difícil pensar que una persona como Isaac hubiese tenido esta debilidad natural y hubiese llevado una vida tan natural. Isaac sufrió por causa de su vida natural (Gn. 26:34-35; 27:41-46; 28:6-9). Isaac disfrutó siempre la gracia, pero hubo sufrimiento en su vida. Tanto Isaac como Rebeca sufrían por vivir de una manera natural, pues las mujeres de Esaú fueron “amargura de espíritu” para ellos (26:34-35).
Debido al amor parcializado predominante en esa familia, Esaú aborreció a Jacob y quería matarlo. Cuando Rebeca se enteró de esto, le pidió a Jacob que huyera a casa de su hermano Labán y se quedara con él hasta que la ira de Esaú hubiese desaparecido. No obstante, Rebeca le presentó a Isaac otra versión (Gn. 27:46). Parecía decir: “Las esposas de Esaú nos han causado mucha amargura de espíritu y yo no podría vivir si Jacob tomara como esposa a una mujer de éstas. Debemos mandarlo lejos para que consiga esposa”. Rebeca dijo lo mismo de dos maneras distintas. Toda esposa sabia hace eso, pues cuenta la misma historia de dos maneras distintas. Igual que muchas esposas actuales, Rebeca le mintió a Isaac al decirle la verdad. Ella quería enviar a Jacob lejos para protegerlo de Esaú, pero no le dijo esto a Isaac, sino que le dijo que estaba cansada de sus nueras gentiles y que no quería que Jacob tomara esta clase de esposa, sugiriendo así que Isaac enviara lejos a Jacob para que consiguiera una esposa de su propio linaje. Lo que dijo era cierto, pero la intención era otra. Eso causó sufrimiento.
Mientras Isaac disfrutaba de la gracia, también sufría por vivir en la esfera natural. La vida natural no entorpece la gracia, pero nos acarrea sufrimiento. No disminuirá la cantidad de gracia que recibamos, pero sí incrementará nuestra medida de sufrimiento. Mientras usted tenga parte de su vida natural, ésta le causará sufrimientos. Si usted no desea sufrir, no debe vivir en la vida natural. No se valga de su astucia, ni ejerza su sabiduría para ayudar a Dios, ni haga nada usando su vida natural. Esto solamente añadirá sufrimiento. Es mejor que no llevemos una vida natural.
Isaac vivió en la vida natural, pero Dios obró soberanamente en todas las cosas. En cierto sentido, la vida natural ayudó a la soberanía de Dios. Dios había predestinado a Jacob para que tuviera la primogenitura y participara de la bendición del primogénito. La suplantación de Rebeca le causó sufrimientos, pero esto fue dispuesto soberanamente por Dios para cumplir Su propósito. Todo se encontraba bajo la soberanía de Dios para que se cumpliera Su propósito. Por lo tanto, podemos decir: “Alabado sea el Señor, porque el propósito de Dios se está cumpliendo, aunque yo sea bueno o malo, espiritual o no. No importa lo que suceda, me encuentro en la gracia y la disfruto”. Nada nos puede impedir que disfrutemos la gracia. No obstante, si queremos evitar el sufrimiento, no debemos vivir en la vida natural.
Isaac tenía cierta madurez en vida, aunque no mucha. El bendijo, pero lo hizo ciegamente (Gn. 27:21-29). Su bendición correspondía a su preferencia natural (Gn. 27:1-4). El bendijo ciegamente en lo físico y también en lo espiritual, porque había sido cegado por su predilección natural. Con todo, bendijo por fe (He. 11:20). El había dicho que su alma bendeciría, pero finalmente no fue su alma la que bendijo, sino su espíritu, y su bendición se convirtió en una profecía. Nadie puede profetizar estando en el alma. Si queremos profetizar, debemos estar en nuestro espíritu. Por tanto, Isaac sí bendijo en el espíritu por la fe.
La fe no depende de lo que somos, sino de lo que vemos. Cuando usted desea ejercitar la fe, no debe mirarse a sí mismo, ni lo que usted es, ni sus circunstancias. Debe mirar lo que Dios es y lo que dice. Entonces podrá ejercitar su fe en Dios y en Su palabra. Isaac bendijo así por la fe. Según su condición, él no estaba calificado para tener fe. Pero no consideró lo que él era, sino que miró a Dios y Su promesa, y bendijo a su hijo por la fe y en el espíritu. Si queremos tener fe, debemos apartar la mirada de nosotros mismos, pues si nos miramos a nosotros mismos, la fe desaparecerá. Mire hacia Dios y vea lo que El ha dicho en Su palabra. Entonces declare simplemente lo que El ya ha dicho. En esto consiste la fe. Isaac bendijo a su hijo de esta manera.
La Biblia no indica que Isaac fuese una persona muy espiritual, pero él no murió en una condición miserable. El murió en la fe lleno de días (Gn. 35:28-29). Esto queda demostrado por el hecho de que sus hijos lo sepultaron junto con su esposa Rebeca en la cueva de Macpela (Gn. 49:30-32) Es probable que antes de morir, Isaac haya pedido a sus hijos que lo sepultaran en la cueva de Macpela, donde Abraham y Sara estaban sepultados. Esto demuestra que Isaac tenía la fe de Abraham.