Mensaje 66
En este mensaje llegamos al relato de Jacob, una de las personas más interesantes del libro de Génesis. Génesis nos presenta el relato de nueve personas importantes. Los primeros cinco: Adán, Abel, Enós, Enoc y Noé, son considerados cinco personas separadas. Existía una relación espiritual entre ellos, pero de hecho Adán, Abel, Enós, Enoc y Noé no tenían nada que ver entre sí. Pero cuando llegamos a los últimos cuatro: Abraham, Isaac, Jacob y José, vemos que, en cuanto a la experiencia de vida, no deben considerarse cuatro individuos separados. Según dijimos, en Abraham no tenemos la elección. El llamamiento es el primer punto que se menciona en el relato de Abraham. Sin embargo, según la revelación neotestamentaria, uno no empieza a experimentar a Dios al ser llamado, sino al ser elegido por El. Primero, Dios nos eligió; en segundo lugar, nos predestinó; y tercero, nos llamó. Después del llamado de Dios, tenemos el perdón, la redención, la justificación, la regeneración y la plena salvación. Así podemos ver que no es en Abraham donde empezamos a experimentar a Dios. Empezamos a experimentarlo en Jacob, pues en él vemos la elección que Dios realiza. No obstante, en la historia de Jacob no encontramos el llamado de Dios. Pero decimos una vez más que Abraham, Isaac y Jacob, además de José, no son cuatro personas separadas, sino cuatro aspectos de una experiencia completa en vida. Abraham, Isaac y Jacob, junto con José, representan cada uno un aspecto de la experiencia de vida. Como veremos, Jacob representa la vida transformada, y José el aspecto del gobierno, la realeza, de esta vida transformada.
El Nuevo Testamento revela que primero los creyentes fueron escogidos por Dios en la eternidad pasada antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). En segundo lugar, los creyentes fueron predestinados conforme a la elección que Dios hizo. Esto también se produjo en la eternidad pasada. Luego, en el tiempo, Dios nos llamó. En el llamado de Dios, que sucedió después de Su predestinación, recibimos el perdón, la redención, la justificación, la regeneración y la plena salvación. Aparte de todo eso, debemos ser transformados. Día tras día, nos encontramos bajo el proceso de ser transformados por Dios a fin de ser introducidos no sólo en la plena filiación, sino también en el reinado. Nacimos de Dios, somos Sus hijos en realeza y estamos en el proceso de ser transformados por El a fin de poder ser reyes en el futuro.
No vemos el reinado ni en Abraham ni en Isaac. El reinado se encuentra en José, quien formaba parte de Jacob. Cuando Jacob fue recibido en Egipto, aparentemente el faraón reinaba sobre el mundo. Pero en realidad, el que reinaba era José y no el faraón. Sin embargo, José no luchó por sí mismo, sino que lo hizo por su padre. Por lo tanto, en aquel tiempo, el mundo fue gobernado por Jacob por medio de José.
Todos los santos se encuentran en el proceso de transformación para llegar a ser reyes. Por consiguiente, la experiencia adecuada y completa de Dios va de la elección al reinado. La elección se efectuó en la eternidad pasada, y el reinado se realizará en la eternidad futura. El reinado es nuestro destino. En la eternidad pasada, Dios nos escogió y nos predestinó para que fuésemos reyes en la eternidad futura. En Abraham no vemos ni la elección en la eternidad pasada, ni el reinado en la eternidad futura. En otras palabras, el relato de Abraham no tiene ni el comienzo ni el final de la experiencia que tenemos de Dios, los cuales se hallan en Jacob. En el relato de Jacob, vemos un buen comienzo y también un final apropiado. Jacob, el que agarra el calcañar, el suplantador, fue transformado en un príncipe de Dios. Al final, él llegó a ser Israel y dejó de ser Jacob. Si leemos detenidamente el Nuevo Testamento, veremos que el nombre de Israel aparece en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:12). Israel está en la Nueva Jerusalén, pero no se encuentran allí los nombres de Abraham, ni de Isaac ni de Jacob.
Abraham, Isaac y Jacob, junto con José, forman una unidad completa en la experiencia de vida. No debemos considerarlos como cuatro individuos separados, sino como cuatro aspectos diferentes de una experiencia única y completa. Ahora llegamos al tercer aspecto: el de Jacob. En Abraham tenemos el llamado de Dios, la justificación por la fe, el vivir por fe en Dios, y el vivir en comunión con Dios. En Isaac vemos la herencia de la gracia, el descanso y el disfrute. En Isaac no vemos la justificación por la fe, pues es parte de la experiencia de Abraham. No obstante, en Isaac tenemos la herencia y el disfrute de la gracia, los cuales no vemos en el relato de Abraham. Así vemos los distintos aspectos de la experiencia de vida. En Jacob vemos la elección y la obra que lleva a cabo Dios en la persona. A todos nos gusta heredar y disfrutar de la gracia, pero no nos gusta ser corregidos. En Jacob no vemos el aspecto del disfrute; por el contrario, vemos el aspecto de ser quebrantado por Dios. Por suplantar tanto, la mano de Dios siempre estaba sobre Jacob para corregirlo. La suplantación de Jacob trajo la disciplina de Dios. Era como si Dios dijera: “Jacob, tú puedes suplantar, pero Yo puedo quebrantarte. En cada etapa de tu suplantación, estará Mi disciplina”. Este no era el castigo de Dios, sino que El pasaba a Jacob por dificultades para transformarlo.
Mientras meditaba en este mensaje delante del Señor, me reí al observar que Jacob empezó a luchar aun antes de nacer. Rebeca había concebido, y “los hijos luchaban dentro de ella” (Gn. 25:22). Esta lucha la empezó probablemente Jacob, y no Esaú; Esaú debe de haber estado a la defensiva. Jacob probablemente dijo: “Esaú, no debes salir antes que yo; yo tengo que ser el primero”. Entonces Esaú pudo haber dicho: “No, me encuentro enfrente de ti, debo salir primero”. Los dos hijos estaban luchando, así que la madre, incapaz de tolerarlo, le pidió orientación al Señor (25:22). Bajo la soberanía de Dios, Esaú salió primero, pero Jacob no dejó de luchar. Después de salir, seguía asido del calcañar de Esaú (Gn. 25:26). Por esta razón, se le dio el nombre de Jacob, que significa, el que toma por el calcañar. Dios tuvo que pasar por pruebas a Jacob, porque éste era un asidor de calcañares. El resultado del toque de Dios fue la transformación. En una edad madura, Jacob dejó de ser Jacob y llegó a ser Israel, un príncipe de Dios. Finalmente, Dios sometió todo el mundo, incluyendo al faraón, a la autoridad de Jacob.
Repito que estas cuatro personas constituyen una unidad completa de la experiencia de Dios. Todos somos Abraham, Isaac y Jacob, junto con José. Ahora seguimos bajo el proceso de ser transformados por Dios. Sin embargo, un día todos llegaremos a ser Israel, príncipes de Dios que gobiernan con “José” a todo el mundo.
En Jacob vemos la elección que efectuó Dios; vemos la elección de Jacob (Gn. 25:21-26; 1 P. 2:9) ¿Cree usted que ha sido escogido? ¿Cómo lo sabe? Podemos recurrir a la Palabra de Dios y decir: “Sé que fui escogido porque la Biblia lo dice”. Pero yo le haría esta pregunta: ¿Cómo sabemos en nuestra experiencia que Dios nos escogió? Lo sabemos por el hecho de que no nos podemos escapar de El. Durante los últimos cincuenta años de mi vida cristiana, he intentado apartarme muchas veces del Señor. Inclusive le dije: “Señor, estoy cansado de la vida cristiana. Me voy a apartar”. Intenté hacerlo, pero no pude. Algunos obreros cristianos temen que usted se aparte del Señor, pero yo tengo la osadía de animarles a que se aparten de El. Hagan todo lo posible por alejarse, diciéndole: “Señor, ya no te amo. Estoy harto de ser cristiano”. Usted puede decir esto al Señor, pero El contestará: “¿Con que quieres romper conmigo? Eso no depende de ti. Quizá tú quieras romper relaciones conmigo, pero Yo no. ¿A dónde irás, a Egipto? Si vas allí, ahí estaré esperándote. Cuando llegues allá, te darás cuenta de que ya estoy allí”. Ya fuimos atrapados, y no tenemos escapatoria. Esto demuestra claramente que fuimos escogidos por Dios.
Jacob fue escogido antes de su nacimiento, inclusive antes de la fundación del mundo (Gn. 25:22-23; Ro. 9:11; Ef. 1:4). Nosotros, igual que Jacob, fuimos escogidos antes de nacer. En la eternidad pasada, antes de que Dios creara las cosas, El nos escogió. Podríamos pensar que somos muy insignificantes, pero a los ojos de Dios, somos lo suficientemente importantes como para que El nos preste atención. Desde antes de la fundación del mundo, Dios nos prestó atención al escogernos en la eternidad pasada.
Al principio de mi ministerio me molestaba el hecho de que muchos de mis amigos que estaban a punto de hacerse cristianos no fueran salvos. Sin embargo, muchos de los que estaban lejos del Señor y que, según yo nunca serían salvos, sí lo fueron. Algunos de ellos fueron salvos al asistir a su primera reunión evangélica. Parece que fueron salvos sin ningún motivo, pero en realidad, fueron salvos porque Dios los había escogido. Jacob, el travieso, el que se ase del calcañar, el suplantador, fue escogido por Dios. Esto fue lo que determinó su futuro. El hecho de que él fuera escogido por Dios fue el origen y la iniciación de la vida de Jacob. No piense que usted fue salvo por casualidad. En absoluto; nuestra salvación fue el cumplimiento de la elección que Dios realizó.
Fuimos escogidos por Dios conforme a Su presciencia (1 P. 1:2; Ro. 1:29). Me agrada la palabra presciencia. Antes de que naciéramos, Dios ya nos conocía. En la eternidad pasada Dios nos escogió y nos predestinó conforme a Su presciencia.
Jacob no fue escogido por todo lo que luchó (Gn. 25:22-23, 26). Del mismo modo, nosotros no fuimos escogidos por causa de nuestros esfuerzos. Jacob era insensato hasta cierto punto. Por supuesto, él no tenía el conocimiento que tenemos nosotros. Si él hubiera sabido que había sido escogido, no habría sentido la necesidad de luchar y habría podido decirle a Esaú: “Esaú, pasa primero. No importa quién salga primero, yo ya fui escogido. No importa lo rápido que seas ni lo lento que sea yo. La primogenitura es mía, porque yo fui escogido”. No obstante, Jacob peleó porque no tenía esta revelación.
En Romanos 9:11, con relación a Jacob y a Esaú, dice: “Aunque no habían aún nacido, ni habían hecho aún bien ni mal (para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama)”. En este versículo, vemos que la elección de Jacob no se debió a sus propias obras. Antes de que los hijos hubiesen hecho bien o mal, Dios había dicho a Rebeca, la madre, que el mayor serviría al menor (Ro. 9:12). Esto demuestra que la elección de Dios no depende de nuestras obras. El hecho de que seamos buenos o malos no significa nada.
En Romanos 9:13 dice: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. Cuando leí el relato de Jacob y Esaú en mi juventud, compadecí a Esaú, y me decía: “Esaú era mucho mejor que Jacob. ¿Por qué dijo Dios que aborrecía a Esaú y amaba a Jacob?”. No diga que Dios es injusto. El es Dios. El es el Hacedor, el Creador. Su elección no depende de nosotros, sino exclusivamente de El. No es cuestión de lucha ni de obras, sino del que llama. Nosotros no somos el creador; El es el Creador. En Romanos 9 Pablo respondió a los opositores, y parecía decirles: “¿No se dan cuenta ustedes de que no son más que barro y que Dios es el Alfarero? ¿Acaso el Alfarero no tiene derecho de hacer lo que quiera con el barro?”. Así vemos que nuestra elección depende completamente de Dios, quien llama.
La elección que Dios realizó también se debe a Su misericordia (Ro. 9:14-16). Dios le dijo a Moisés: “Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia, y me compadeceré del que Yo me compadezca” (Ro. 9:15). Todos nosotros somos objeto de la misericordia de Dios. ¡Cuánto le agradecemos por la misericordia que nos tiene! “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16).
La elección de Dios también depende de Su gracia (Ro. 11:5). Nos resulta bastante difícil entender la misericordia y la gracia y su relación con la elección que Dios efectuó. Fuimos elegidos y conocidos por Dios en la eternidad pasada, pero cuando El nos llamó, nos encontrábamos en una situación lamentable, una situación que requería la misericordia de Dios. El diablo, el enemigo, pudo haberle dicho a Dios: “Mira a este que Tú has elegido. ¡Qué vil es!” Entonces Dios le habría contestado: “Satanás, ¿no te das cuenta de que ésta es una buena oportunidad para que Yo muestre Mi misericordia? Sin una persona tan vil, ¿cómo podría Yo mostrar Mi misericordia? Si todos fuesen perfectos y satisficieran tu norma, Yo no podría tener misericordia de nadie. Satanás, este elegido es la persona adecuada para ser el objeto de Mi misericordia”. ¿Qué diremos de la gracia? Como ya vimos, la gracia es algo de Dios forjado en nuestro ser. Nosotros éramos viles, pero Dios no nos rechazó. Por el contrario, a pesar de las acusaciones de Satanás, Dios tuvo misericordia de nosotros. Dios pudo haber dicho a Satanás: “Satanás, no sólo mostraré misericordia a Mis escogidos sino que me forjaré en ellos”. Cuando Dios se forja en nuestro ser, se revela la gracia. No somos solamente el objeto de la misericordia de Dios, sino también el objeto de Su gracia. Nos encontramos bajo la misericordia de Dios, y Su gracia está dentro de nosotros.
Puedo testificar que me encuentro bajo la misericordia divina y que en mí se encuentra la gracia divina. Todo eso se debe a la elección de Dios. ¿No es ésta su experiencia también? Todos nosotros podemos testificar que a pesar de ser las personas más viles, Dios nos concedió Su misericordia y nosotros nos arrepentimos. En esa misma ocasión, algo divino, la gracia de Dios, se forjó en nosotros. Ahora no estamos solamente bajo la misericordia de Dios, sino que también tenemos Su gracia, la persona viva de Cristo como el Espíritu, quien está en nosotros. Esta es la elección de Dios. En el relato de la vida de Jacob, vemos algo que puede designarse como la misericordia, y algo que puede llamarse la gracia.
En la eternidad pasada Dios nos eligió y luego nos predestinó (Ro. 8:29; Ef. 1:5). Es difícil explicar el significado de la palabra predestinación. Según el griego, significa ser marcado de antemano. Dios nos marcó de antemano. Antes de nuestro nacimiento, Dios nos vio y nos conoció. No sólo nos escogió en la eternidad pasada, sino que también nos marcó de antemano, y Su marca está ahora sobre nosotros. Hasta los ángeles saben que fuimos marcados de antemano. Por consiguiente, la predestinación significa que Dios nos marcó de antemano con un destino específico: ser Sus hijos. El nos escogió y nos predestinó para filiación (Ef. 1:4-5).
Después de que Dios nos eligió, nos llamó (Ro. 8:28). Dios nos eligió en la eternidad pasada y nos llamó en el tiempo. No podemos experimentar la elección y la predestinación que Dios efectúa, pero todos hemos experimentado Su llamado. Todos fuimos “capturados”. Yo puedo testificar con firmeza, que un día, cuando era un ambicioso estudiante, fui capturado por el Señor. Hice todo lo posible por librarme, pero jamás lo logré. Todo cristiano ha tenido la misma experiencia. Ibamos por nuestro camino, y un día el Señor nos capturó. ¿Qué podemos hacer? No tenemos ninguna alternativa. Cuanto más intentamos librarnos, con más fuerza somos asidos. El lazo que nos capturó es tan largo que se extiende por todo el universo. Adondequiera que vayamos, seguimos capturados. Si usted se escapa a un casino de Las Vegas, hasta allí llega el lazo. Esto es lo que significa ser llamado. Muchos padres reprenden a los hijos que han sido capturados por Dios, y les dicen: “¿Por qué son ustedes tan necios? ¿Por qué tienen que ir a esas reuniones todas las noches? ¿Acaso no saben que tienen un futuro?” Nosotros vamos a las reuniones porque fuimos capturados por el lazo divino. ¿Quién puede resistirse a este lazo? Nadie. Cuando este lazo divino viene a nosotros, no podemos ofrecer resistencia. Este es el llamado del Señor, Su visitación de gracia.
Fuimos elegidos y llamados para el propósito de Dios (Ro. 9:11). Muy pocos cristianos saben cuál es este propósito. Cuando era joven, oí mensaje tras mensaje y leí un libro tras otro acerca de Abraham. Aquellos mensajes y libros hablaban de la justificación por la fe y del hecho de que Abraham era el padre de la fe, pero ninguno de ellos decía que Dios llamó a Abraham con un propósito. En Abraham no podemos ver este propósito, porque él no alcanzó la madurez de vida. No vemos el comienzo de experimentar a Dios en Abraham, ni tampoco el final apropiado de una vida adecuada en su experiencia. De repente, mientras Abraham vivía en Caldea, Dios resplandeció sobre él, y él fue “capturado”. Dios llamó a Abraham, y éste fue capturado. Sin embargo, el verdadero comienzo no se dio en Caldea; sino que empezó con la elección que Dios hizo antes de la fundación del mundo. Encontramos este comienzo en Jacob, y no en Abraham. Vimos que la vida de Abraham terminó en un segundo matrimonio. Después de llegar a ser tan viejo, él se volvió a casar y engendró seis hijos. Esto no es de ningún modo la madurez en vida. No vemos que Abraham fuera transformado en príncipe de Dios. Si queremos ver el comienzo y el fin de la experiencia de Dios, debemos acudir a Jacob. Jacob empezó a experimentar a Dios en la eternidad pasada y esta experiencia perdurará en la eternidad futura.
¿Cuál es el propósito del llamado de Dios? Transformar a Sus llamados y convertirlos en reyes. Podemos ver este propósito en Jacob, pero no en Abraham ni en Isaac. Isaac sólo sabía comer carne deliciosa. Si preguntáramos a Isaac cuál era su propósito en la vida, él habría dicho: “Mi propósito en la vida es disfrutar”. Isaac no sabía otra cosa. Del mismo modo, la mayoría de los cristianos de hoy no saben cuál es el propósito de su vida. Pueden decir: “Fuimos salvos para llevar una vida feliz, para tener paz y gozo hoy en día y para ir al cielo en el futuro”. Pero el Nuevo Testamento revela claramente que el propósito por el cual Dios nos eligió, nos predestinó y nos llamó, es la filiación (Ef. 1:4-5). Fuimos predestinados para ser hijos. No somos hijos comunes, sino hijos reales, hijos de la familia real destinados a ser reyes. En Romanos 8:29 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo”. Este es el propósito de Dios. El propósito de Dios al escogernos, predestinarnos y llamarnos, es convertir viles pecadores en hijos reales con un fin: que podamos regir como reyes después de que el proceso de transformación se haya completado.
En Génesis 1:26 se revela que el propósito de Dios al crear al hombre era que éste lo expresara en Su imagen, y lo representara con Su dominio. El Nuevo Testamento también dice que fuimos hechos sacerdotes y reyes (Ap. 1:6; 20:6). Como sacerdotes, llevamos la imagen de Dios con la cual le expresamos, y como reyes, tenemos el dominio de Dios con el cual lo representamos. Durante el reino milenario, lo expresaremos a El en Su imagen, como Sus sacerdotes, y ejerceremos Su dominio con Su autoridad dominando la tierra como reyes. Ahora pasamos continuamente por el proceso de transformación para que se forje en nosotros la plena imagen de Dios y para ejercer Su autoridad.
Si nos miramos a nosotros mismos, diremos: “Cuanto más me miro, menos parezco un hijo de Dios, y mucho menos un rey. ¡Cuán vil soy! Fui salvo hace muchos años, pero aún sigo siendo vil”. Alabado sea el Señor porque nos damos cuenta de que somos tan viles. No se desanime. Esta es la razón por la cual nos encontramos en el proceso de ser transformados por Dios.
Entre los cincuenta capítulos del libro de Génesis, veinticinco y medio están dedicados al relato de Jacob y José. En estos capítulos vemos que Jacob estuvo bajo la disciplina de Dios. Todo aquel que se relacionaba con Jacob o tenía contacto con él llegaba a ser un medio en las manos de Dios para azotarlo. Dios usó a su padre, su madre, su hermano, su tío, sus esposas y a sus hijos. Cuando Jacob finalmente salió del horno, llegó a ser un príncipe de Dios.
¿Cuál era el propósito de la experiencia de Jacob? ¿Consistía en que tuviese paz, alegría y una vida feliz? Si decimos eso, Jacob contestaría: “No estoy de acuerdo. En toda mi vida no tuve paz, ni siquiera cuando estaba en el vientre de mi madre. Dios no me puso en primer lugar; tuve que luchar. Además cuando perdí la pelea, no tuve ninguna paz. Engañé a mi hermano, y él quiso matarme. Entonces mi madre me ayudó a huir a casa de mi tío Labán, el cual era aún más astuto que yo para engañar. No me hablen de paz. No he tenido paz ni alegría, sino muchas contrariedades”. El propósito de Dios para con Jacob no era darle paz ni gozo ni una vida feliz, para llevarlo luego a los cielos. El propósito de Dios era tocar a este vil suplantador hasta que fuese transformado en un príncipe Suyo que llevara Su imagen y lo expresara, y ejerciera Su dominio en representación Suya. Esta es la meta de Dios. Cuando llegamos al final de Génesis, vemos que Israel era exactamente esta clase de persona. Cuando él vio al faraón, no dijo ni una sola palabra; simplemente extendió sus manos y lo bendijo (Gn. 47:7, 10). Jacob poseía la imagen de Dios, pues lo expresaba plenamente. Además, por medio de José, él tenía dominio sobre toda la tierra, representando así a Dios sobre la tierra. Por lo tanto, al final de Génesis, vemos la meta de Dios, la meta de Su elección. Hoy en día, estamos en la senda de Jacob. Todos fuimos llamados y justificados, y disfrutamos la gracia de Dios. Al mismo tiempo, nos encontramos bajo la disciplina de Dios. Dios no sólo pone Su dedo índice sobre nosotros, sino también Su pulgar. Este es el quebrantamiento y la transformación que Dios lleva a cabo. Esto hará de cada uno de nosotros no solamente un hijo de Dios, sino también un Israel, un príncipe de Dios.