Mensaje 74
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Gn. 32 y Gn. 33 contienen una experiencia muy extraña en la vida de Jacob, el escogido. Ya hicimos notar que Jacob no confiaba en el Señor. Desde que nació, se valió de su habilidad natural y obró por su propia cuenta. En el capítulo treinta y uno, huyó de Labán, y Dios lo libró de la mano usurpadora de éste. Labán contó a Jacob que Dios le había advertido que no le hiciera ningún daño; por esta razón, Jacob se aprovechó para reprender audazmente a Labán (Gn. 31:24, 36). No obstante, el Señor lo hizo pasar por estas dificultades. Sin embargo, Jacob tenía que enfrentarse a otro problema grave: su hermano Esaú.
Jacob se encontraba en un dilema. Detrás de él estaba Labán y en el frente se encontraría con Esaú. Creo que mientras Jacob huía de Labán y regresaba a la tierra de sus padres, estaba muy turbado por estos dos hombres. Le resultaba difícil permanecer con Labán, e igualmente difícil le era regresar al lugar donde se encontraba Esaú. Por la misericordia de Dios, Jacob fue librado de Labán, pero ahora tenía que enfrentarse a Esaú.
Dice en Génesis 32:1 y 2: “Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Y dijo Jacob cuando los vio: Campamento de Dios es éste; y llamó el nombre de aquel lugar Mahanaim”, que significa dos campamentos. Durante el viaje Jacob probablemente pensaba en la manera en que iba a enfrentarse a su hermano. Quizá se haya dicho: “He sido librado de mi tío, pero ¿qué haré con mi hermano Esaú?” Los ángeles de Dios le salieron sorpresivamente al encuentro, lo cual indica que lo iban a proteger. Los ángeles de Dios acompañan siempre de manera invisible al pueblo escogido. En este caso, los ángeles se aparecieron a Jacob, y él los vio. El no vio a unos pocos ángeles, sino que vio dos campamentos de ángeles. Esto nos recuerda Salmos 34:7, donde leemos: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”. La presencia de dos campamentos de ángeles debe de haber sido un gran aliento para Jacob, quien se encontraba en dificultades. No obstante, persistía en él el temor de que su hermano lo matara.
Después de ver los dos campamentos de ángeles, Jacob debió sentirse confortado. No obstante, él no confió en estos dos campamentos de ángeles. Dios, al mostrarle a Jacob esta visión de los ángeles, tenía el propósito de confortarlo, fortalecerlo e imprimirle confianza en Sus ejércitos celestiales. Sin embargo, Jacob no confió en lo que vio, sino que, confiando en sus propios esfuerzos (vs. 3-8), imitó a los dos campamentos de ángeles de Dios al dividir a su pueblo en dos compañías. En vez de poner su confianza en lo que había visto, copió la técnica. Sólo podemos especular acerca de lo que pensaba Jacob cuando hizo eso (quizá pensaba que cada uno de los campamentos de su casa sería protegido por los dos campamentos de ángeles), pero algo queda claro: Jacob no confió en Dios ni en la visión que tuvo, la de los ángeles; por el contrario, usó su tiempo y sus energías en su habilidad natural. Los versículos 7 y 8 declaran: “Entonces Jacob tuvo gran temor, y se angustió; y distribuyó el pueblo que tenía consigo, y las ovejas y las vacas y los camellos, en dos campamentos. Y dijo: si viene Esaú contra un campamento y lo ataca, el otro campamento escapará”. Esta era la astucia de Jacob. Pero en realidad, dicha acción no fue inteligente, pues si Esaú hubiera atacado el primer campamento de mujeres y de niños, ¿por qué no habría de hacer lo mismo con el segundo? Sin embargo, esta división de su pueblo fue lo único que Jacob pudo hacer.
Después de hacer estos preparativos, es probable que Jacob todavía no tuviera paz. Por tanto, hizo algo que no solía hacer: oró (vs. 9-12). Esta es la primera vez que se menciona una oración de Jacob en toda su vida (en Génesis 28:20-22 hizo un voto a Dios, y no una oración). Durante los veinte años en los cuales Jacob estuvo bajo la mano opresora de Labán, no existe ningún relato de que él hubiese orado. Pese a que Labán cambió su salario diez veces, Jacob no oró. En principio, todos somos como Jacob. Recibimos la promesa de Dios y llegamos a conocerlo, pero aun así no oramos. No oramos en ninguna circunstancia. En lugar de ejercitar nuestro espíritu para orar, ejercitamos nuestra mente para considerar, y nuestra fuerza natural para enfrentar cada problema. Jacob no oraba cuando vivía con Labán, sino que se valía de su fuerza natural para controlar la situación. Pero ahora frente a Esaú, Jacob fue llevado a una situación donde no tenía más habilidad. Todas sus habilidades, sus técnicas y su fuerza se habían agotado. Cuando se enteró de que Esaú venía con cuatrocientos hombres, tuvo miedo. Lo único que podía hacer era dividir su pueblo en dos grupos, pensando que si el primer grupo era aniquilado, el segundo podría escapar. Puesto que eso era todo lo que podía hacer Jacob, se vio obligado a orar.
Jacob elevó una muy buena oración a Dios. Su oración fue mucho mejor que las oraciones de la mayoría de los cristianos actuales. Dijo: “Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien” (v. 9). Aquí vemos que Jacob oraba asiéndose de la Palabra del Señor. La mejor manera de orar consiste en tomar la Palabra de Dios como base. Jacob parecía decir: “Señor, ¿no dijiste que me harías bien? Ahora me apoyo en Tu palabra y te pido que actúes al respecto”. Este versículo parece indicar que Jacob tenía bastante experiencia en la oración, pero no se menciona en el relato que él orase hasta esta ocasión.
En el versículo 10 Jacob dijo: “Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con Tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos”. Me agrada esta expresión de Jacob. El parecía decir: “Señor, mi capacidad es tan pequeña que no puede contener toda Tu misericordia y Tu fidelidad”. Aquí, Jacob fue humilde en la presencia de Dios, y confesó que no era digno de la rica misericordia de Dios ni de Su fidelidad para con él y que él había cruzado el Jordán usando solamente su cayado, pero que el Señor lo había multiplicado hasta hacer de él dos campamentos. Aquí vemos un cuadro patente de dos campamentos en los cielos y dos campamentos en la tierra. Por esta razón, el escogido debía estar perfectamente en paz. En el siguiente versículo, Jacob dice: “Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le temo; no venga acaso y me hiera la madre con los hijos”. Aquí vemos que Jacob temía a Esaú.
El punto culminante de la oración de Jacob se halla en el versículo 12: “Y tú has dicho: Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede contar por la multitud”. En esta porción de su oración, Jacob tocó la economía de Dios, pues habló de la descendencia. Orar de esta manera no consiste solamente en asirse de la Palabra de Dios sino también en tocar Su corazón. Dios había escogido a Jacob con el propósito de tener una simiente con la cual cumplir Su propósito: tener una expresión corporativa de Sí mismo en la tierra. Jacob probablemente no lo entendía, pero de todos modos oró muy bien. Cuando estudiamos esta oración, vemos que fue maravillosa en todos aspectos. Espero que todos oremos de esta manera.
Después de esta maravillosa oración, Jacob ciertamente debía haber tenido paz. No obstante, él seguía activo. En lugar de dormir, “tomó de lo que le vino a la mano un presente para su hermano Esaú” (v. 13). El dividió este regalo en nueve manadas “y lo entregó a sus siervos, cada manada de por sí; y dijo a sus siervos: Pasad delante de mí, y poned espacio entre manada y manada” (v. 16). Esta manera de proceder tenía la finalidad de averiguar cuál sería la actitud de Esaú para con él. Jacob fue inteligente al mandar un obsequio de nueve manadas de ganado a Esaú y al poner espacio entre cada manada. Esto aumentó la distancia entre él y Esaú y le permitió disponer de tiempo para enterarse de lo que éste haría y prepararse para la batalla.
Considere el cuadro completo. Primero, Jacob dividió su pueblo en dos campamentos. Luego, después de pronunciar una excelente oración, él debió haber ido tranquilo a dormir. Pero en lugar de hacer eso, formó nueve manadas de ganado como regalo para Esaú a fin de incrementar la distancia entre él y Esaú, y darse tiempo para enfrentar la situación. Esto describe una experiencia muy extraña. Por una parte, Jacob oró sinceramente, pero por otra, se valió de su sabiduría. Esta es una fotografía de nosotros mismos. Quizá Jacob haya hecho eso una sola vez, pero yo lo he hecho muchas veces. Por una parte, he hecho todo lo posible por prepararme para enfrentarme a una situación difícil, y por otra, he orado sinceramente al Señor. Por muy buena que fuese mi oración, de todos modos no confiaba en ella. Jacob oró muy bien, pero no tuvo ninguna confianza en su oración. Si la hubiera tenido, probablemente no habría estado tan activo después. Si yo hubiera sido uno de los siervos de Jacob, le habría dicho: “Jacob, después de esta oración, no necesitas obrar tanto”.
Jacob llamó a las nueve manadas de ganado un presente, pero en realidad era un soborno. No creo que Jacob tuviese un corazón tan bueno y cariñoso para con su hermano Esaú. Este regalo no brotaba de un corazón amoroso sino de un corazón atemorizado. Su propósito era apaciguar a Esaú. Jacob mismo dijo: “Apaciguaré su ira con el presente que va delante de mí” (v. 20).
Es posible que el pueblo y los siervos de Jacob hubieran dormido en paz, pero él no pudo descansar. El estaba desesperado delante de Dios. Este era un asunto de vida o muerte. Jacob esperaba una masacre, pues estaba seguro de que Esaú lo mataría a él y a su familia. Por consiguiente, Jacob no sentía paz en absoluto. De repente, cuando Jacob estaba solo, “luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (v. 24). Este combatiente no era un ángel sino el Señor mismo en forma de hombre. Sólo la Biblia puede contener esta clase de historia. Sorpresivamente para Jacob, en la oscuridad de la noche, mientras estaba desesperado, vino un hombre que procuraba con ahínco derribarlo. Jacob no quería rendirse, y por esta razón los dos hombres lucharon toda la noche hasta que rayaba el alba. Antes de este incidente, Jacob tenía miedo de ser muerto. Ahora, temía ser vencido en esta lucha y puso toda su energía en el combate. El Señor no lo sometió inmediatamente para poder exponer lo natural que era Jacob y la gran fuerza natural que tenía. Finalmente, el Señor tocó el sitio del encaje de su muslo, y lo dejó cojo. A pesar de ello, Jacob no quiso soltarlo hasta que lo bendijera. Examinaremos este asunto más detenidamente en el siguiente mensaje.
En el sueño que Jacob tuvo en Bet-el recibió una firme promesa del Señor. El Señor le había dicho: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por donde quiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (28:15). Además, cuando Jacob debía alejarse de Labán, el Señor le había dicho: “Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (31:3). No obstante, Jacob siguió confiando en sí mismo y se valió de su habilidad natural para salvarse de las situaciones difíciles. También pasó por un período en el que estaba desesperado delante del Señor. Al parecer después de todo eso, Jacob no haría nada más. Pero en el capítulo treinta y tres, vemos que no había dejado de esforzarse. Aun en este capítulo, no vemos ningún indicio de que Jacob confiara en el Señor.
Después de luchar con el Señor, quien vino en forma de hombre, “alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él” (33:1). Después de todas las promesas del Señor, después de orar y después de luchar con el Señor, Jacob aún tenía algo nuevo que intentar. El volvió a dividir a sus esposas y a sus hijos. Su primera división fue la fracción de su pueblo en dos compañías, conforme a los dos campamentos de ángeles. Su segunda división fue la de su regalo en nueve manadas. Y ahora, después de calcular nuevamente el asunto, volvió a repartir a su pueblo conforme a su corazón. “Repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y a sus niños, y a Raquel y a José los últimos” (33:1-2). Jacob amaba a Raquel y a José, y por esta razón los puso en el último lugar. Incluso en este último momento, Jacob seguía ejercitando su habilidad para afrontar la situación. Las dos siervas y sus hijos iban en primer lugar, para que fueran sacrificados si era necesario. El segundo grupo, incluyendo a Lea y sus hijos, venía luego. Y Raquel, a quien él tanto amaba, y su hijo José, venían al último. Esta era la obra del que suplantaba, de uno que es totalmente natural. El tenía las promesas de Dios, el quebrantamiento y los sufrimientos, la oración excelente, la lucha, y la división anterior de su pueblo, pero todavía hizo algo más. A esto me refiero cuando digo que este capítulo relata una extraña experiencia.
Después de todo esto, cuando Jacob vio a Esaú, fue valiente, y a la vez humilde, pues pasó adelante a su encuentro (33:3-4). Dice en el versículo 3: “Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano”. En cierto sentido, él fue honesto y fiel para con sus esposas e hijos y salió delante de ellos. Esaú quedó muy sorprendido de ver la manera en que Jacob llegaba a él y “corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó” (v. 4). Tanto Jacob como Esaú lloraron. Así vemos que todos los temores de Jacob eran fruto de su propia preocupación, y que todo lo que hizo fue en vano. El no necesitaba dividir a su pueblo en dos campamentos, pronunciar la mejor oración, regalar nueve manadas de ganado como obsequio para Esaú, luchar con el Señor, quien vino en forma de hombre, ni repartir a sus esposas, hijos y siervos por segunda vez. Si El hubiera conocido verdaderamente a Dios y hubiera confiado en él, habría estado continuamente en paz, y habría dicho: “No me preocupo por Esaú porque Dios prometió volverme a la tierra de mi padre. El mismo me dijo que regresara, y tengo paz porque El me llevará allí. Por mucho que me haga Esaú, no me preocupo porque mi Dios me ha dado Su palabra”.
Todos debemos aprender de la experiencia de Jacob. No necesitamos hacer tantas cosas. ¿Acaso no somos el Jacob de hoy, los escogidos? Ciertamente lo somos. ¿Acaso no nos ha dado el Señor Su promesa? Indudablemente lo ha hecho. ¿Acaso no acampan las compañías de ángeles alrededor nuestro? Debemos creer que así es. Podemos pensar que ciertas personas son nuestros enemigos. Satanás, el enemigo, puede inyectar pensamientos en nuestra mente acerca de nuestro Labán o nuestro Esaú. Todos estos pensamientos son vanos. Recuerde su pasado. ¿No ha hecho usted muchas cosas que finalmente resultaron inútiles? Todo lo que hicimos fue en vano. A menudo he pensado en mí mismo: “Hombre, tú eres realmente necio. Has desperdiciado tu tiempo y tu energía actuando en vano. Nada de lo que hiciste te ha ayudado, pues el Señor no usó nada de ello”. Ciertamente Jacob jamás se habría imaginado que Esaú vendría a él con un amor tan ferviente. Dios detuvo a Labán al hablarle en un sueño y también suscitó el amor fraternal de Esaú para con Jacob. Por consiguiente, Esaú no vino a Jacob con odio ni con deseos de vengarse, sino con un amor cálido y fraternal. Esaú había olvidado el sufrimiento que Jacob le había causado. Sin embargo, Jacob, el suplantador, no había olvidado lo que le había hecho a su hermano. Así vemos las obras maravillosas de Dios.
Quisiera dirigirme particularmente a los hermanos y hermanas jóvenes. Indudablemente, ustedes aman al Señor. Al amar al Señor, ustedes tienen la seguridad de que son uno de los escogidos. Como escogidos, la promesa del Señor, Su meta y el destino que preparó son para ustedes. El Señor nos exhorta a todos a proseguir a la meta, a seguir adelante hacia la tierra de nuestro Padre, donde podemos disfrutar de las riquezas del Señor para que se cumpla Su propósito eterno. Por tanto, debemos simplemente disfrutar la paz en El. No se preocupen si encuentran algún Labán o algún Esaú. En cualquier situación descansen en el Señor. Si no pueden recibir estas palabras ahora, esperen, y descubrirán que todas las cosas que les preocupan no se desvanecerán. Ustedes no necesitan hacer nada, porque en realidad no hay ningún problema ni frente a ustedes ni detrás. Aparentemente, hay muchas dificultades; pero en realidad, no hay ningún problema porque ustedes son los escogidos de Dios y están bajo Su cuidado, el cual todo lo provee. Ustedes son escogidos de Dios, tienen la seguridad de Su promesa y se les ha encomendado Su meta. Ahora ustedes están en el camino. No me preocupa la oposición ni los rumores. A menudo me he reído de eso. En tanto que estemos en camino a la meta de Dios y tengamos Su promesa como escogidos, todo está bien.
Estos dos capítulos son un retrato que revela la clase de Dios que tenemos. Puedo dar testimonio de Su misericordia y de Su fidelidad. Si Jacob era más pequeño que toda la misericordia y fidelidad del Señor, yo soy aún más pequeño que él. Por muy arduas que sean nuestras circunstancias, el Señor estará allí. Lo tenemos a El, Su promesa, Su meta y Sus ejércitos. Olvídense de sus habilidades para soportar las dificultades. Jacob era muy hábil, pues dividió a su pueblo de una manera y después de otra. Como ya vimos, la segunda distribución del pueblo correspondía al deseo que tenía en su corazón de preservar a Raquel y a José. Sin embargo, no sirvió nada de lo que hizo; todo fue en vano. ¡Qué cuadro tan claro es éste para nosotros ahora!
Mientras preparaba este mensaje, recibí mucha ayuda. Me dije a mí mismo: “Pobre hombre, todavía eres igual a Jacob en cierta medida. Por una parte, guardas la Palabra de Dios, confías en Dios y oras. Por otra parte, sigues con muchas divisiones. Al fin y al cabo verás que la persona a quien temes te ama”. En muchas ocasiones aquellos a quienes tememos llegan a ser las personas que nos ayudan. Esto le sucedió a Jacob con Esaú. Jacob tenía muchos bienes y necesitaba ayuda para transportarlos. Esaú había traído consigo cuatrocientos hombres para ayudarle, pero Jacob tuvo miedo cuando oyó que venían cuatrocientos hombres. Aquellos a quienes él temía resultaron ser en realidad quienes le ayudarían.
A veces la Biblia usa juegos de palabras. Por ejemplo, había dos campamentos de ángeles, y Jacob también dividió a su pueblo en dos campamentos. Más adelante, él dividió el ganado en nueve manadas. Cuando Esaú vio estas manadas, no las llamó manadas, sino grupos, pues dijo: “¿Qué te propones con todos estos grupos que he encontrado?” (33:8). Esaú parecía decir: “Jacob, ¿mandaste a estos grupos para combatir contra mí? ¿Qué significa eso?” Jacob contestó: “El hallar gracia a los ojos de mi señor ... acepta, te ruego la bendición que te he traído” (v. 8, 11 heb.). Observe que Jacob usó la palabra bendición en lugar de la palabra presente. Aparentemente él estaba diciendo: “Esaú, no vengo a luchar contra ti, sino a darte esta bendición. Estos no son campamentos, sino mi bendición para ti”. Después de eso, Jacob y Esaú quedaron en paz.
Esaú tenía un buen corazón, y le dijo a Jacob: “Anda, vamos; y yo iré delante de ti” (v. 12). No obstante, Jacob todavía tenía cierto temor de Esaú y no quiso permanecer mucho tiempo en su presencia. El volvió a usar su astucia y dijo: “Mi señor sabe que los niños son tiernos, y que tengo ovejas y vacas paridas; y si las fatigan, en un día morirán todas las ovejas. Pase ahora mi señor delante de su siervo, y yo me iré poco a poco al paso del ganado que va adelante de mí, y al paso de los niños, hasta que llegue mi señor a Seir” (vs. 13-14). En otras palabras, Jacob está diciendo: “Por favor, déjame. No quiero estar cerca de ti. Mientras tú estás aquí, me siento amenazado”. Cuando Esaú dijo: “Dejaré ahora contigo de la gente que viene conmigo”, Jacob contestó: “¿Para qué esto? Halle yo gracia en los ojos de mi señor” (v. 15). Mientras Jacob veía el rostro de Esaú o el de sus hombres, no podía estar en paz. Con frecuencia, aun después de pasar por cierta experiencia, la cola de dicho problema sigue dentro de nosotros, y no queremos que nos lo recuerden. En realidad, esto no fue algo problemático, sino algo amoroso. Esaú vino con un corazón amoroso. Sin embargo, el temor de Jacob no se había alejado por completo. Este es un cuadro muy exacto de nuestra experiencia.
Si yo hubiera estado en el lugar de Jacob, habría pensado: “Necio, no necesitabas hacer nada; tienes la promesa del Señor y te diriges a Su meta. Tú viste Sus ángeles, y El mismo vino a luchar contigo, cambió tu nombre por Israel y te dio una bendición. ¿Qué más necesitas? No deberías hacer nada”. Por el contrario, Jacob seguía muy ocupado, correteando como si anduviese sobre una sartén caliente. En estos dos capítulos no se menciona que Jacob disfrutase. Yo dudo que él haya comido bien o haya dormido tranquilo. El estaba continuamente ocupado, pensando en la manera de enfrentarse a la situación y a Esaú. Inclusive cuando Esaú vino a Jacob con amor, éste todavía desconfiaba de él y le pidió que fuera adelante. En realidad, Jacob decía: “Esaú, no te quedes aquí, toma tus cuatrocientos hombres y ve adelante. Tus hombres me atemorizan. No quiero a ninguno de ellos aquí conmigo”. ¡Qué experiencia más extraña!
Dios es fiel, y finalmente Jacob volvió a Canaán (vs. 17-20). El versículo 18 declara: “Después Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem”. El volvió a Canaán “sano y salvo” (v. 18). Esto es, llegó en paz y con seguridad. Por consiguiente, el hecho de que Jacob volviera a Canaán sano y salvo significaba que había llegado en paz y con seguridad. En el mensaje siguiente, veremos que Jacob siguió los pasos de Abraham. Según el capítulo doce, cuando Abraham entró en Canaán, la primera ciudad que visitó fue Siquem. Jacob también llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem. Esto demuestra que Dios cumple Su palabra y Su promesa, pues El le había prometido a Jacob que lo traería de vuelta a la tierra de sus padres a salvo. Jacob no emprendió este viaje por su propia cuenta; Dios lo hizo por él. Aquí en Siquem Jacob hizo dos cosas, las mismas que hizo su abuelo: plantó una tienda y erigió un altar (vs. 18, 20). Ahora empezaba a tener un testimonio. En los veinte años anteriores, él no tenía ni el altar ni la tienda, lo cual indica que su vida no expresaba el verdadero testimonio de Dios. Ahora, después de volver al terreno apropiado, él expresaba en su vida el testimonio de Dios. Aquí vemos que este elegido de Dios fue traído de regreso, por la gracia de Dios, al lugar correcto para cumplir el propósito eterno de Dios.