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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 75

QUEBRANTADO

C. Quebrantado

  Gn. 32:22-32 relata una experiencia crucial en la vida de Jacob, el escogido de Dios. Esta es verdaderamente una porción extraordinaria de la Palabra santa. Es única, y no hay ningún otro pasaje similar en la Biblia. No obstante, por falta de experiencia, la mayoría de los cristianos no han prestado la debida atención a este pasaje de la Escritura. Por la misericordia del Señor, en este mensaje, examinaremos esta experiencia vital en la vida de Jacob y recibiremos ayuda de ella.

  En este capítulo, la experiencia de Jacob es muy práctica, personal e íntima. ¿Qué puede ser más íntimo que luchar con alguien por lo menos durante media noche? El Señor luchó en forma de hombre con Jacob “hasta que rayaba el alba” (v. 24). Jehová Dios jamás lucharía con un desconocido ni con un pecador incrédulo. Observe que el versículo no dice que el hombre “vino” para luchar con Jacob. No dice que “mientras Jacob permanecía allí solo, meditando en su problema, el Señor vino y luchó con él”. ¡No! dice simplemente: “Luchó con él un varón”, lo cual indica que el varón ya estaba allí y que no necesitaba venir. Esto revela que el Señor había estado con Jacob todo el tiempo.

  ¿Por qué empezó el Señor a luchar repentinamente con Jacob? Sin duda debe de haber una razón. La razón era el trasfondo de Jacob. Cuando Jacob regresó a la tierra de su padre, tenía dos problemas: a Labán en la retaguardia, y a Esaú en la vanguardia. Había sido liberado de la mano usurpadora de Labán, y ahora sentía desesperación ante la perspectiva de enfrentarse a su hermano Esaú. La lucha se produjo en ese momento. Los mensajeros de Jacob habían regresado para informarle que Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos hombres. Cuando Jacob oyó esto, quedó aterrorizado. Pensaba que si Esaú venía a recibirlo, no necesitaba traer consigo cuatrocientos hombres. Le parecía que Esaú era como el capitán que va al mando de un ejército. Indudablemente, Jacob pensaba que Esaú venía a matarlo. Al creer eso, Jacob se vio obligado a orar. Después de hacer una excelente oración, dividió en nueve manadas el presente de ganado que envió a Esaú. Sin embargo, no tenía paz, porque su problema seguía frente a él. Por consiguiente, como lo afirman los versículos 22 y 23: “Se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía”. Después de hacer esto, se quedó solo, probablemente considerando la situación y preguntándose qué iba a hacer en caso de que Esaú lo atacara. La carga de Jacob era pesada, y su situación era grave; de modo que estaba desesperado.

  La Biblia no indica que Jacob oraba cuando estaba solo. Uno ora en muchas ocasiones en que no tiene problemas, pero cuando tiene muchos problemas, no ora. Cuanto más preocupado esté uno, menos ora. Uno simplemente no puede orar porque el problema es difícil y la situación grave. ¿Por qué? Porque no ha sido derribado. Por muy grave que sea el problema, usted no ha sido derribado. Por una parte, igual que Jacob no podemos seguir adelante, pero por otra, no oramos, sino que permanecemos allí y reflexionamos acerca de la situación, preguntándonos qué hacer.

  Mientras Jacob consideraba la manera de enfrentarse a su problema, sorpresivamente un hombre se puso a luchar con él. Repito que el versículo no nos dice que el hombre vino y peleó con él. El texto dice simplemente: “Y luchó con él un varón”. Cuando leemos este pasaje, nos damos cuenta inmediatamente de que este hombre era el Señor. Sin embargo, al principio de la lucha, Jacob no se dio cuenta de que el hombre era Dios. El pudo haber pensado que la persona que lo atacaba era uno de los cuatrocientos hombres de Esaú. Cuando aquel varón empezó a luchar con Jacob, éste no estuvo dispuesto a perder. Quizá Jacob se haya dicho: “Este hombre ha venido para capturarme, pero no lo dejaré”.

  Al llegar a este punto, debemos hacernos cuatro preguntas. Primero, ¿por qué luchó el Señor como hombre con Jacob? ¿Qué necesidad había de hacerlo? Cuando el Señor se apareció a Abraham, se presentó como el Dios de gloria. Sin embargo, aquí no vemos que el Señor se haya aparecido a Jacob, sino que como hombre luchó contra él. Segundo, ¿por qué no pudo el Señor, siendo todopoderoso, prevalecer contra Jacob, un pequeño hombre? Tercero, ¿por qué esperó el Señor tanto para tocar el encaje del muslo de Jacob? ¿Por qué no lo hizo desde el principio? El Señor debe de haber luchado con Jacob por lo menos seis horas, empezando quizás a la media noche hasta el alba. ¿Por qué permitió el Señor que esta lucha se extendiera tanto? Y cuarto, ¿por qué se negó el Señor a decirle Su nombre a Jacob? En muchas otras ocasiones, el Señor reveló Su nombre a la gente. Pero aquí, después de que Jacob le pidiera revelar Su nombre, no se lo quiso decir, y se lo ocultó. No pretendo dar una respuesta completa a todas estas preguntas, pero podemos, mediante nuestra experiencia, hallar por lo menos una respuesta parcial.

  En este pasaje de la Palabra, no vemos ninguna aparición del Dios de gloria, y tampoco tenemos una visitación del Señor. A Abraham el Señor se le apareció primeramente como el Dios de gloria (Hch. 7:2); más adelante, en Génesis 18, el Señor lo visitó y comió con él. Pero esta experiencia de Jacob no era ni una aparición de Dios ni una visitación del Señor; fue una especie de disciplina. Cuando usted fue salvo, el Señor se le apareció, y desde entonces usted ha recibido visitaciones agradables del Señor. No obstante, aparte de la aparición del Señor en el momento de nuestra salvación y de Su visitación en momentos de comunión, hay momentos en los cuales el Señor nos hace pasar por dificultades. Al principio, no nos damos cuenta de que el Señor está presente. Pensamos que nuestro cónyuge, o un anciano, nos mortifica. Finalmente, nos damos cuenta de que no se trata de nuestro cónyuge ni de un anciano, sino que es Dios quien obra en nosotros.

  Esto nos da la respuesta a la primera pregunta acerca de la lucha que el Señor, en forma de hombre, libró con Jacob. Dios no nos quebranta visiblemente apareciéndosenos como el Dios de gloria. Cuando Dios nos azota, al principio pensamos que alguien pelea con nosotros. Muchas veces la lucha dura mucho tiempo. En el caso de Jacob, es posible que la lucha haya durado unas seis horas, pero en nuestro caso, pueden ser seis semanas, seis meses o seis años. Hermanas, ¿cuanto tiempo han luchado ustedes con su marido? Quizá ustedes luchan con él todos los días. Se dan cuenta de que como cristianas, no puede haber ni separación ni divorcio. Sin embargo, se siente ciertamente libre de alegar con él. Quizá usted piense dentro de sí: “Qué desgracia haberme casado con este hombre. No puedo divorciarme de él, pero por lo menos puedo discutir con él”. Algunas esposas han estado luchando con su marido durante mucho tiempo. Por supuesto, pasa lo mismo con nosotros los maridos, pues nosotros también luchamos con nuestras esposas. En el caso de muchos de nosotros, la vida matrimonial ha sido una vida de lucha. Quizás pensemos que luchamos con nuestro cónyuge, pero en realidad, el oponente no es nuestro cónyuge ni el anciano ni las circunstancias, sino el Señor mismo. En nuestra experiencia, nos damos cuenta finalmente de que el Señor está ahí. Por ejemplo, una hermana puede al final decir: “No es mi marido el que lucha conmigo, sino el Señor”.

  Si entendemos la respuesta a la primera pregunta, podremos contestar las otras tres. Al aparecérsenos el Señor para traernos salvación, se nos revela como el Señor de gloria, pero al quebrantarnos, se mantiene escondido. Cuando pasamos por dificultades, pensamos que éstas provienen de una persona o alguna situación; no se nos ocurre que vengan del Señor. Pero cuando venga una situación adversa, debemos percatarnos de que el Señor está allí. No le pregunte Su nombre. Con frecuencia, las hermanas me han preguntado: “Hermano Lee, ¿por qué el Señor me dio este marido?” Y algunos hermanos me han dicho: “Hermano Lee, ¿acaso no conoce el Señor todas las cosas? Si tal es el caso, ¿por qué no hace nada con mi esposa?” La respuesta a esto es que el Señor está obrando en secreto. Por la experiencia de Jacob, podemos conocer el nombre del que está luchando con nosotros. Para una hermana, el nombre del Señor podría ser “marido”, y para un hermano, “esposa”. En algunos casos, el nombre del Señor podría ser “un anciano complicado”. Si somos francos, muchos de nosotros reconoceremos que tenemos interrogantes acerca de nuestro matrimonio. Muchos han preguntado: “¿Por qué?” Otro podría preguntar: “Entre todas las hermanas jóvenes de la iglesia, ¿por qué tuve que casarme con ésta?” Cuando somos probados, al principio no reconocemos que se trata de una acción del Señor. A veces sí nos damos cuenta, pero nos rehusamos a reconocerlo. Si lo admitiéramos, indudablemente dejaríamos de luchar en el acto. Por consiguiente, nos esforzamos considerablemente por no dejarnos someter, y hacemos todo lo posible por subyugar al contrario, sin darnos cuenta de que en la mayoría de los casos en realidad estamos luchando con el Señor.

  Consideremos ahora la segunda y la tercera preguntas. Si el Señor nos sometiera inmediatamente, ¿cómo podríamos ser expuestos? Algunos dirán: “He orado por mi esposa durante años. ¿Por qué el Señor no me contesta? ¿Por qué ella no cambia?” La razón es que usted debe quedar expuesto. El Señor luchó con Jacob para exponer lo natural que éste era. Esto requirió por lo menos media noche. Nosotros también debemos pasar por un largo período de problemas. Muchos de nosotros seguimos luchando. El Señor intenta someterlo a usted, pero usted lucha para controlar las circunstancias. Quizá el Señor use a su esposa para someterlo a usted, pero usted ejerce su fuerza para vencerla. Por consiguiente, la pelea continúa. Espero que en este mensaje, la luz brille sobre usted, y usted diga: “Oh ahora veo que he peleado durante años. Ahora entiendo que el propósito de esto era exponer lo natural que soy. El problema no es mi esposa, sino mi fuerza natural. Sigo siendo un hombre natural”.

  ¿Qué había de malo en la lucha entre Jacob y el Señor? ¡Nada! La razón por la cual el Señor luchó con Jacob fue simplemente que éste todavía era muy natural. Aquí lo que estaba sucediendo no se relacionaba con nada pecaminoso, sino con la vida natural, con el hombre natural. Se requiere mucho tiempo para exponer nuestra vida natural. Necesitamos un período extenso de lucha antes de que eso pueda producirse. Mediante este período de lucha, nuestra naturalidad, igual que la de Jacob, queda plenamente expuesta. Al leer los capítulos treinta y uno, treinta y dos y treinta y tres, vemos cuán natural era Jacob. El había sido quebrantado y había sufrido mucho, pero en el capítulo treinta y dos seguía siendo natural. El no confiaba en el Señor, y era totalmente incapaz de expresar al Señor. Era natural, y su expresión estaba llena de sí mismo.

  En cierto momento de la lucha, el Señor tocó el encaje del muslo de Jacob. El versículo 25 declara: “Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba”. El Señor tocó el tendón del muslo de Jacob, que es la parte más fuerte. El Señor no tenía la intención de someter a Jacob, sino de exponerlo. Después de exponer su vida natural, tocó su muslo. Inmediatamente se descoyuntó éste, y Jacob quedó cojo. Dice el versículo 31 que Jacob “cojeaba de su cadera”.

  Después de que el muslo de Jacob fue descoyuntado, pudo haber pensado dentro de sí: “Este luchador es más fuerte que yo. El no me ha dado muerte, pero indudablemente me ha debilitado”. Al darse cuenta Jacob de que su rival era más fuerte que él, le pidió que lo bendijera (v. 26). Dudo que aun en ese momento Jacob se haya dado cuenta de que este luchador era Dios. El luchador le dijo a Jacob después de tocarlo: “Déjame, porque raya el alba” (v. 26). Pero Jacob le contestó: “No te dejaré, si no me bendices”. Después de esas palabras, el Señor le preguntó a Jacob cuál era su nombre (v. 27). El Señor ya conocía el nombre de Jacob. Entonces ¿por qué le hizo esta pregunta? Para hacer que Jacob tomara consciencia de quién era él, y obligarlo a reconocer que él era Jacob, el suplantador. Después de que Jacob le dijo su nombre al luchador, éste le dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (v. 28). El nombre Israel significa “uno que lucha con Dios”. Muchos cristianos saben que Israel significa “príncipe de Dios”, pero, según los mejores diccionarios y traducciones, tal significado es secundario. El primer significado del nombre Israel es “uno que lucha con Dios”.

  Al oír Jacob que su nombre había sido cambiado por Israel, uno que lucha con Dios, entendió inmediatamente que el oponente era Dios. Quizá haya pensado: “Oh, El es Dios, y me ha llamado el luchador de Dios”. Entonces Jacob le dijo: “Declárame ahora tu nombre” (v. 29). El Señor contestó: “¿Por qué me preguntas por mi nombre?” (v. 29). El Señor no le dijo Su nombre a Jacob. En nuestra experiencia, el Señor nos quebranta siempre en secreto. El Señor no reveló Su nombre a Jacob, pero sí lo bendijo. Después de bendecir a Jacob, el relato no dice que el Señor lo haya dejado. El Señor había estado con él todo el tiempo, y aun después de la lucha seguía allí. El Señor no vino ni se fue; simplemente luchó con Jacob. Esta fue la experiencia de Jacob en el Antiguo Testamento, mas nuestra experiencia es aún más vívida. El Señor jamás nos abandonará. Cuando debamos ser disciplinados, El nos proporcionará el azote que necesitemos.

  El versículo 30 dice: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”. Después de recibir la bendición del Señor, Jacob vio claramente que el luchador era Dios, y llamó a ese lugar Peniel, que significa “la faz de Dios”.

  Después de examinar la experiencia que tuvo Jacob en este capítulo, podemos pensar que él fue transformado por ella. Pero en realidad, no hubo ninguna transformación, pues el capítulo treinta y tres revela que Jacob seguía siendo Jacob. No hubo ningún cambio en su manera de vivir. El seguía planeando, dividiendo y haciendo lo posible por enfrentar la situación. No se produjo ningún cambio en su manera de actuar, pero sí hubo un cambio evidente en su vida: su vida misma había sido tocada. Después de su experiencia en Peniel, él cojeaba. Tanto antes como después de haber sido tocado por el Señor, él podía hacer cualquier cosa, pero después de ser tocado por el Señor, todo lo que hacía lo hacía cojeando.

  Quienes estamos en las iglesias del recobro del Señor somos escogidos de Dios. Estamos en Su mano, en Su camino, y yo tengo la plena certeza de que también estamos bajo Su disciplina. Independientemente de que usted se dé cuenta o no, que lo reconozca o no, usted se encuentra bajo la mano del Señor. Tarde o temprano sentirá que ha sido tocado por El. Cuando llegue el momento, sabrá que es cojo y que nunca volverá a ser el mismo. Usted puede seguir teniendo sus debilidades, pero no será el mismo. Si todavía puede seguir siendo el mismo, eso indica que no ha experimentado el toque del Señor.

  En el caso de Jacob, el toque del Señor se produjo una vez y para siempre; no obstante, en nosotros se pueden producir varios golpes. De todos modos, el principio es el mismo. Muchos de nosotros podemos testificar que desde el día que empezamos a amar al Señor y particularmente desde que llegamos a la vida de iglesia y empezamos a seguir al Señor en Su recobro, hemos tenido que pasar por circunstancias que han tocado lo profundo de nuestro ser. Estábamos luchando continuamente. Durante mucho tiempo no nos dimos cuenta de que el Señor nos estaba disciplinando. Un día, el Señor nos tocó repentinamente, y quedamos cojos. Desde entonces, no somos los mismos. Quizá seguíamos siendo naturales o débiles, pero no éramos los mismos.

  No se imagine que con un solo golpe, su vida entera cambiará y usted será totalmente transformado. ¡No! En el caso de Jacob, el golpe se produjo en el capítulo treinta y dos, pero la madurez no se manifestó claramente antes del capítulo cuarenta y siete. Del capítulo veintiséis al treinta y dos, encontramos muchos fracasos, errores y equivocaciones. Después de que Dios lo tocó, en el capítulo treinta y tres, él no cambió mucho aparentemente; pero en realidad, en vida, él sí sufrió un gran cambio. Antes del capítulo treinta y dos, Jacob era natural, y nunca había sido tocado por el Señor. Pero después del capítulo treinta y dos, todo lo que hacía, lo hacía cojeando. De ahí en adelante, la impresión que él daba a la gente era bastante diferente. Cuando se inclinó ante Esaú, todavía era natural, pero su cojera evidenciaba que había sido tocado por el Señor. ¿Notó usted alguna vez que cuando Jacob fue al encuentro de Esaú y se inclinó ante él, iba cojeando? Esaú no vio a un Jacob sano, sino a una persona lisiada. Aquí vemos que no hubo ninguna variación en su vivir, pero sí se había producido un cambio en su vida. Lo que el Señor tocó no fue su conducta, sino su fuerza interior natural. El tendón del muslo de Jacob había sido tocado.

  Son pocos los cristianos que entienden cuán importante es la experiencia de Jacob en esta porción de la Palabra. La mayoría dedica su atención al pecado exterior, a las acciones erróneas, a la mundanalidad, sin pensar jamás que su vida natural, su fuerza natural, debe ser quebrantada. No obstante, el Señor no se preocupa solamente por cambiar nuestra conducta, sino que desea mucho más tocar nuestra vida natural. No importa si usted se disgusta con su esposa o no, si su vida natural no ha sido tocada, usted sigue siendo natural. A los ojos de Dios no hay mucha diferencia entre enojarse con la esposa y mantener la calma. Si usted pierde la calma, sigue siendo usted, y si controla sus instintos, sigue siendo usted. Pero cuando Jacob fue tocado, aunque seguía siendo el mismo externamente, en su interior la vida natural había sido quebrantada. Por supuesto, desde el punto de vista humano, me gusta ver que los hermanos y las hermanas cambien de actitud hacia su cónyuge. Pero en lo profundo de mi ser, no valoro mucho ese cambio externo si su ser interior sigue igual. Cuando nos portamos mal, le resulta difícil al Señor forjarse en nosotros. Y cuando somos buenos, el caso es el mismo. De hecho, puede resultarle más difícil al Señor forjarse en nosotros cuando somos tan buenos. No se trata de cambiar externamente ni de mejorar, sino de ser tocados internamente. El tendón de uno, su fuerza natural interna, debe ser tocada por el Señor. Todos necesitamos ser tocados así.

  Existen muchísimas clases de personas entre los millares de santos que hay en la vida de iglesia: inteligentes, sabios, astutos, orgullosos, arrogantes. Según la religión, el camino correcto es cambiar nuestro comportamiento exterior. No obstante, el camino de Dios, el camino de vida, es distinto. Dios no le dijo a Jacob: “Jacob, he peleado contigo, te he tocado, he cambiado tu nombre, y te he dado Mi bendición. De ahora en adelante, no debes usar tu astucia ni tu fuerza natural para enfrentar a tu hermano Esaú. Deja de ser astuto. Confía en Mí y déjame hacerme cargo de este asunto”. La Biblia no dice eso. Todo lo que vemos es el relato del toque que recibió Jacob. El Señor tocó su muslo, cambió su nombre y le dio Su bendición; esto fue todo. No le dio ningún sermón, ni ninguna instrucción. Todo lo que hizo Jacob después de eso, por ejemplo, dividir a los suyos en tres grupos, era decisión suya. Muchas veces después de que el Señor nos toca, no nos dice qué debemos hacer, sino que nos deja la libertad, y nos permite hacer lo que nos parezca. Si examinamos nuestra experiencia, veremos que las cosas son así.

  A los que cuidan de los demás, y particularmente a los ancianos, les gusta instruir a la gente. En ocasiones dicen: “Hermano, estás equivocado. Ahora que el Señor te ha bendecido, no debes seguir tratando así a tu esposa. Indudablemente, por causa de la gloria del Señor, debes cambiar”. Las hermanas comprometidas en el cuidado de los demás quizá le digan a otra: “Hermana, deja de discutir con tu marido. No debes hacer esto ni aquello”. Este es nuestro método, pero no es el método del Señor. Después de que el Señor hirió el muslo de Jacob y lo bendijo, no le dejó ninguna instrucción. No le dijo ni una sola palabra. Después de que Jacob recibió aquel golpe, seguía valiéndose por sí mismo. El parecía decir a los suyos: “Quédense atrás. Déjenme ir adelante para ver a mi hermano Esaú”. Sin embargo, cuando se aproximó a su hermano, lo hizo cojeando. ¡Qué diferencia entre nuestro concepto natural y los caminos de Dios! ¡Qué diferencia entre la práctica religiosa y el toque del Señor!

  No quisiera oír que se les dé instrucciones a ustedes; preferiría ver que el Señor tocara a muchos de ustedes uno por uno. A menudo las hermanas han acudido a mí para quejarse de su marido. No obstante, mientras acusan a su marido delante de mí, me alegro porque en sus acusaciones observo que cojean. Quizá algunos días antes, hubieran venido a mí sin ningún rasguño. Pero ahora se puede ver claramente la cojera, pese a que siguen quejándose de sus maridos y acusándolos. No reprendo a estas queridas hermanas, pues estoy contento de ver que han sido tocadas. Ser quebrantado es mejor que cualquier tipo de instrucción. El toque del Señor en nuestra vida natural es mucho mejor que cien mensajes. Esto es lo que necesitamos hoy.

  Dice el versículo 31: “Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera”. Después de haber sido tocado, le salió el sol. Estaba lisiado, pero en la luz. En el recobro del Señor, todo aquel que tiene luz debe ser una persona lisiada. Bajo la luz nadie es totalmente sano; todo aquel que se encuentra bajo la luz del resplandor celestial es cojo. En la noche oscura, Jacob era fuerte y todos sus miembros estaban sanos. No obstante, después de haber sido tocado, salió el sol sobre él y quedó lleno de luz. El estaba bajo el resplandor de la luz celestial; aún así, era un hombre lisiado. Muchos de nosotros tenemos esta clase de experiencia porque estamos verdaderamente en la mano del Señor y seguimos Su camino.

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