Mensaje 78
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La Biblia comienza con la creación y concluye con la morada de Dios. Todos debemos recibir una profunda impresión de estas dos palabras: creación y morada. La consumación de la Biblia es la morada eterna de Dios. Si queremos conocer la Biblia, debemos tener muy presentes estas dos cosas: la creación y la morada de Dios. Hemos visto que el libro de Génesis contiene casi todas las semillas de las verdades relacionadas con la economía de Dios. Quizá la última semilla de este libro es la Bet-el, la morada de Dios. En la conclusión de la Biblia, y también en la última parte de Génesis, vemos el final consumado de la economía de Dios: Bet-el, la morada de Dios. La palabra Bet-el significa casa de Dios, o templo de Dios, morada de Dios.
El libro de Génesis abarca las biografías de ocho personas importantes: Adán, Abel, Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob con José. Debemos considerar la vida de José como parte de la vida de Jacob. En Adán tenemos la obra de creación que efectuó Dios, y en Jacob tenemos la morada de Dios, Bet-el. En Jacob no vemos solamente la elección que Dios hace. La mayoría de los maestros cristianos ha dedicado muchísimo tiempo al hecho de que Dios escogió a Jacob. Efectivamente, esta elección es el comienzo, pero ¿cuál es el fin, la meta consumada, de la elección de Dios? Es Bet-el, la morada de Dios. Dios nos creó, nos escogió, nos llamó y nos salvó, para tener una morada en la eternidad. Esta semilla del edificio, como todas las demás que aparecen en Génesis, se desarrolla a lo largo de la Biblia. Si queremos entender el significado de esta semilla, debemos examinar toda la Biblia.
Después de Jacob, tenemos la casa de Israel. La casa de Israel era en realidad la casa de Dios. Después del éxodo de Egipto, entre la casa de Israel se produjo la construcción del tabernáculo y, más adelante, la construcción del templo. Por consiguiente, el Antiguo Testamento es un relato de ocho hombres destacados, desde Adán hasta Jacob, y también del tabernáculo y el templo. La construcción, la destrucción y la reconstrucción del templo nos llevan al final del Antiguo Testamento. ¿Qué tenemos en el Nuevo Testamento? Vemos nuevamente dos cosas principales: el tabernáculo, el cual era Jesús (Jn. 1:14), y el templo, que es la iglesia (1 Co. 3:16). La consumación de la iglesia como templo es la Nueva Jerusalén. Una manera significativa y sencilla de memorizar la Biblia consiste en recordar los ocho hombres destacados, desde Adán hasta Jacob, el tabernáculo y el templo como tipos o figuras del Antiguo Testamento, y el tabernáculo y el templo como la realidad en el Nuevo Testamento, cuyo resultado final es la Nueva Jerusalén. Estos trece puntos abarcan toda la Biblia.
¿Cuál es el tema de la Biblia? Algunos dirán que es la caída del hombre, la redención efectuada por Dios, nuestro arrepentimiento, el perdón que Dios concede, nuestra regeneración y nuestra salvación. Obviamente, todas estas cosas se encuentran en la Biblia. Otros afirmarán que la Biblia menciona cosas como serpientes, escorpiones y ranas. La Biblia, que consta de más de mil capítulos, no es un libro sencillo. Inclusive un solo capítulo puede contener muchos puntos. Entonces, ¿cuál es el tema de la Biblia? Estudiar la Biblia es como estudiar a un ser humano. Los estudiantes de medicina han estudiado anatomía y fisiología durante siglos, pero todavía no han agotado el estudio del cuerpo humano, el cual constituye la tercera parte del ser humano. Saben algo del cuerpo humano, pero nada del alma ni del espíritu humano. El hombre es muy complejo. No obstante, sigue siendo un hombre, una entidad completa. No podemos referirnos a un hombre como un corazón, un riñón o una nariz. Un hombre tiene nariz, pero él no es la nariz, y la nariz no es el hombre. Algunos dicen que el tema de la Biblia es la justificación. La justificación está incluida en la Biblia, pero no constituye el tema de la Biblia como tampoco la nariz humana constituye al hombre mismo. Si queremos saber cuál es el tema de la Biblia, debemos ver que la Biblia nos habla de ocho hombres, desde Adán en la creación, hasta Jacob con la casa de Dios, Bet-el, y que después de esto, tenemos el tabernáculo y el templo en el Antiguo Testamento y la realidad del tabernáculo y del templo en el Nuevo Testamento, lo cual tiene su consumación en la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21 afirma que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios y que Dios y el Cordero son el templo en ella. Por lo tanto, la Nueva Jerusalén es la consecuencia final de Bet-el.
Por la época del capítulo treinta y cinco, Jacob tenía unos cien años de edad. Pese a que había pasado por muchas cosas, no vemos en ninguna parte antes de este capítulo que él haya tenido un arrepentimiento total. El sufrió mucho con su hermano, con su tío y con sus primos, pues fue oprimido durante veinte años por su tío Labán. No obstante, Génesis nunca afirma que mientras Jacob pasaba por esos sufrimientos, hubiera sido purificado ni que se hubiera arrepentido por completo, sino que se nos habla de su habilidad y su forma de suplantar. Pero como veremos, cuando Dios le pidió a Jacob que se levantara y subiera a Bet-el, éste experimentó un arrepentimiento total.
La primera vez que Dios se apareció a Jacob fue en un sueño (Gn. 28:10-22) en el cual Jacob vio los cielos abiertos y una escalera que se extendía de la tierra a los cielos y sobre la cual ascendían y descendían ángeles. Cuando Jacob despertó de su sueño, por inspiración llamó el lugar Bet-el, y la piedra que había usado como cabecera, la erigió como columna y derramó sobre ella aceite. Después, él hizo un voto según el cual la piedra que había alzado como columna sería la casa de Dios, si Dios lo traía de regreso a salvo a la tierra de sus padres (Gn. 28:22). En este sueño, Dios en Su gracia visitó a Jacob e hizo que él, en el espíritu, hablara de la economía eterna de Dios. Si Jacob no hubiese sido inspirado por el Espíritu de Dios, ¿cómo habría podido, siendo un suplantador, decir algo que revelara el propósito eterno de Dios? Habría sido imposible. Dios le reveló a Jacob el deseo de Su corazón, que es obtener a Bet-el.
No obstante, el sueño que tuvo Jacob en Bet-el no lo cambió en nada. Parece que después del sueño, la inspiración volvió a los cielos. Su modo de vivir no fue afectado. Sucede lo mismo con nosotros. En Bet-el Jacob profetizó de una manera maravillosa de la casa de Dios, pero parece que la profecía volvió a los cielos. Igual que Jacob, muchos de nosotros hemos recibido un sueño, una revelación o una inspiración donde declaramos una profecía a los hombres, o por lo menos a los ángeles. No obstante, al día siguiente, seguimos viviendo como siempre. Después del sueño que Jacob tuvo en Bet-el, siguió suplantando, especialmente a Labán, como si nunca hubiera recibido el sueño. De hecho, después del sueño él era aún más Jacob que antes.
En el capítulo treinta y tres, Jacob seguía siendo él mismo. El sueño celestial y los sufrimientos no lo habían cambiado. Pero algo sucedió en el capítulo treinta y cuatro que afectó el corazón de Jacob. Su hija única fue deshonrada, y sus hijos le causaron problemas al matar personas y saquear la ciudad de ellas. Estos acontecimientos afectaron profundamente a Jacob y le hicieron dar un viraje total. Después de esto, Dios vino a él y le habló.
Dios no le dio a Jacob un sermón. Más bien, por el hecho de que el corazón de Jacob había sido conmovido, lo cual lo predispuso a escuchar la palabra de Dios, Dios sólo le dijo: “Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú” (35:1). Aquí vemos que Dios le pidió a Jacob que hiciera cuatro cosas: levantarse, subir a Bet-el, morar allí y hacer un altar al Dios que se le había aparecido. El cambio que Jacob experimentó en el capítulo treinta y cinco fue muy significativo.
En Génesis 35:2-7 vemos la respuesta de Jacob a la palabra de Dios. Antes de este capítulo, no vemos a ningún hombre andar en la presencia de Dios y que se purificase a sí mismo y a toda su casa. Dice el versículo 2: “Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos”. Para subir a Bet-el, Jacob y todos los que lo acompañaban tenían que experimentar una limpieza total y purificarse. En este capítulo Dios no dijo: “Jacob, ve a Bet-el para construir un altar allí; recuerda que debes ser santo. Yo soy santo, y tú también debes ser santo. Debes desechar todos tus dioses ajenos, purificarte de toda contaminación, y cambiar tus vestidos”.
Hace poco un cristiano de edad avanzada que había sido predicador por más de cuarenta años, preguntó si nosotros enseñábamos que se debe uno vestir de cierta manera. El había observado la manera en que los hermanos y las hermanas se vestían y se preguntaba si les habíamos enseñado a vestirse así. Yo le dije que en catorce años jamás habíamos impuesto ninguna regla acerca del vestido. Pero todo aquel que es tocado por la mano de Dios para ser parte de Su morada sentirá que algo en lo profundo de él le dice que debe arrepentirse y purificarse. Usted puede tolerar cierta contaminación y cierta liviandad en su vida. Pero cuando toque la iglesia y decida seriamente ante el Señor participar de la vida de iglesia, algo le revelará desde su interior que ciertas cosas no corresponden a la vida de iglesia. Inmediatamente después de que Dios ordenó a Jacob que se levantara y subiera a Bet-el, Jacob mandó a los suyos que desecharan los dioses ajenos, se purificaran y cambiaran sus vestidos. Más adelante veremos que el cambio de vestido representa un cambio en nuestro modo de vivir, a saber: nos despojamos de la vieja manera de vivir y nos vestimos del nuevo hombre. Dios no le dijo a Jacob que hiciera eso, pero algo dentro de él lo requería. Si él hubiera recibido la comisión de ir a un lugar mundano, no habría sentido ninguna necesidad de purificarse; por el contrario, habría estado listo para contaminarse aún más. Jacob experimentó un cambio radical porque había sido llamado a Bet-el, la morada eterna de Dios.
Primero Jacob pidió a su casa y a todos los que estaban con él que se deshicieran de los dioses ajenos que hubiera entre ellos (35:2). Cuando Jacob y su casa huían de Labán, Raquel tomó los ídolos de la casa (31:34-35). Antes del capítulo treinta y cinco, Jacob no le había dicho a Raquel que se deshiciera de ellos. Pero después de que Dios le dijo que subiese a Bet-el, todos tenían que abandonar a sus dioses ajenos, sus ídolos. Esto es una sombra, un tipo, que se desarrolla a lo largo de la Biblia. Según el Antiguo Testamento y el Nuevo, la primera cosa que debemos eliminar por causa de la morada de Dios es nuestros ídolos.
Muchos afirmarán que jamás han tenido nada que ver con ídolos. Materialmente, es posible que esto sea cierto. Pero debemos saber cuál es el significado espiritual de un ídolo. Un ídolo es cualquier cosa que reemplace a Dios. Su educación, su aspiración, su posición, su fama, sus anhelos y sus intenciones pueden reemplazar a Dios en su vida y convertirse así en ídolos. Si usted considera esto bajo esta luz, deberá reconocer que ha tenido muchos dioses ajenos. Si un pariente o un amigo reemplaza a Dios en su vida, entonces él es un ídolo para usted. Nuestros padres, cónyuges e hijos pueden convertirse en nuestros ídolos.
¿Sabe usted por qué la gente adora a los ídolos? Indudablemente, los adora por causa de la seducción de Satanás. Pero desde la perspectiva humana existe una razón por la cuál la gente obra así. La gente adora ídolos para alargar la vida y tener felicidad. Satanás infunde temor a los seres humanos, diciéndoles que si no adoran ídolos, no tendrán larga vida ni felicidad, pero que si lo hacen, vivirán mucho tiempo y serán muy felices. La felicidad incluye muchas cosas: dinero, posición, aspiraciones, fama, aprobación, etc. Muchos tienen ídolos debido a su deseo de tener salud. ¿Por qué tiene usted cosas que reemplazan a Dios? Simplemente porque esas cosas pueden hacerlo feliz. A diferencia de Raquel, Jacob no tenía ningún ídolo físico, pero en su suplantación, sí tenía algunos ídolos. De hecho, su suplantación era un ídolo. ¿Por qué suplantaba Jacob a los demás? Por su deseo de felicidad y de deleite. Hoy en día, el hombre ha perdido a Dios, y en su búsqueda de dioses ajenos, busca su felicidad en los ídolos. No obstante, Dios es nuestra larga vida y nuestra felicidad.
Cuando Dios habló a Jacob acerca de Bet-el, Jacob recibió la revelación acerca de su vida y se dio cuenta de que su vida en la tierra no tenía como fin su propia felicidad; la finalidad de su vida era Bet-el, la casa de Dios. Por lo tanto, Bet-el se convirtió en su meta, el destino de su vida humana sobre la tierra. Anteriormente su meta era su propia felicidad. Ahora su meta y su destino fueron reemplazados. Su meta ya no era algo para sí mismo, sino para Dios. En Siquem, Jacob lo tenía todo. No obstante, debido a los problemas causados por sus hijos, él perdió su seguridad y su paz. En ese momento crítico, Dios parecía decir: “Jacob, sube a Mi casa. Aquí en Siquem no tienes ni seguridad ni paz. La seguridad y la paz se encuentran en Bet-el. Debes subir allí”. Por lo tanto, Bet-el se convirtió en la meta y el destino de Jacob. Jacob se dio cuenta de que la meta, la casa de Dios, era santa, y no era algo común. Nadie podía entrar en la casa de Dios trayendo consigo ídolos, contaminación o vestidos viejos y sucios. Por consiguiente, Jacob mandó que su casa y todos los que lo acompañaban quitasen de su medio todos los dioses ajenos.
Jacob también mandó que todos se purificaran (35:2). No sólo debemos desechar los dioses ajenos, sino también purificar todo nuestro ser. En otras palabras, nuestro ser, nuestra manera de vivir y nuestra expresión deben cambiar. Esta no es simplemente la regeneración ni un pequeño cambio de vida superficial, sino que se trata de una transformación completa. Aquí en Génesis 35 Jacob fue transformado.
En la Biblia la purificación significa purgarse de toda contaminación. Todo nuestro ser debe ser depurado de toda contaminación a los ojos de Dios. En 2 Corintios 7:1 Pablo declara: “Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. El concepto que Pablo expresa en 2 Corintios 6 y 7 era el mismo que el de Jacob en Génesis 35. Como los corintios eran el templo de Dios, Pablo les dijo que se purificaran. No puede haber concordia entre el templo de Dios y los ídolos (2 Co. 6:16). Los ídolos son ídolos, y el templo de Dios es el templo de Dios. ¿De qué lado se pone usted? Si escoge los ídolos, entonces vaya con sus ídolos. Si escoge el templo de Dios, entonces venga al templo sin ningún ídolo.
Cuando usted entró en la vida de iglesia, nadie le sugirió nada, pero en lo profundo de su ser, algo le convenció de que ciertas cosas debían desaparecer por causa de la vida apropiada de iglesia. Cada uno de nosotros ha experimentado esta limpieza al entrar en la iglesia. En dicha ocasión, desechamos muchos dioses ajenos, a lo mejor todos, pues nos deshicimos de cosas, asuntos y personas en que confiábamos para ser felices, y dijimos: “No deseo conservar estas cosas. Todos los ídolos ajenos deben desaparecer”. En la vida de iglesia, no debemos ceder ni un solo centímetro a los dioses ajenos. Además, cuando entramos en la vida de iglesia fuimos purificados. Por lo menos, aspirábamos a ser puros, y dijimos: “Por causa de la vida de iglesia, decido ser puro en todo mi ser, en mi mente, mi parte afectiva y mi voluntad”. Tuvimos el mismo deseo que Jacob. Cuando los que estaban con Jacob subieron a Bet-el, se purificaron y entre ellos no se halló ningún dios ajeno.
Muchos de nosotros, incluyéndome a mí mismo, nos damos cuenta de que no somos muy buenos. Es posible que aún hoy usted haya dicho: “Yo no soy muy bueno, y mis pensamientos todavía no son muy puros”. Aún así, compare su presente manera de vivir con la pasada. Ciertamente no debe estar orgulloso, pero sí debería decir: “Señor, gracias. No estoy muy contento conmigo mismo, pero si me comparo con lo que era anteriormente, tengo que agradecerte y alabarte porque soy bastante diferente”. En el capítulo treinta y cinco, Jacob todavía no era maduro, pero indudablemente había cambiado. En el mensaje siguiente, veremos cómo Jacob fue transformado radicalmente. Dios volvió a cambiar su nombre por Israel, y le dijo que ya no se llamaría Jacob y que su nombre sería Israel.
He conocido a muchos de ustedes por doce años o más. Sé que muchos no están contentos consigo mismos ahora. Cuando alguien les pregunta como están, ustedes por costumbre contestan: “Muy bien”. Pero interiormente, no se sienten tan bien. Quizá usted acaba de arrepentirse y ha clamado al Señor; pero cuando alguien le pregunta cómo está, responde que está bien. Usted puede decir que está bien a un hermano, pero nunca puede decirle eso al Señor. No debemos sentirnos orgullosos ni estar desilusionados. Compárese con lo que era hace doce años. ¿No nota un gran cambio? ¿Quién lo cambió? Todos debemos reconocer que nosotros no nos cambiamos a nosotros mismos; fuimos cambiados para estar en Bet-el, en la vida de iglesia. Si usted se aparta adrede de la vida de iglesia durante algunas semanas, su frialdad anterior regresará, la cola de zorro se hará visible, la lengua de serpiente se ejercitará y todos los bichos estarán activos. Pero si sigue viniendo a la iglesia, y se mantiene en contacto con la iglesia, la cola de zorro será eliminada así como la lengua de serpiente, y los bichos serán envenenados. Si usted viene a la iglesia, todos los bichos serán exterminados.
La vida de iglesia es la purificación más eficaz. Hace poco, experimenté mucha purificación en la reunión de oración. Mientras estaba sentado en la reunión, uniéndome a las oraciones, fui bañado y purificado. No diría que me purificaron las oraciones, pero sí la iglesia. La iglesia es una bañera grande donde todos somos lavados y purificados. Si la iglesia no tiene esta función, me temo de que no seguirá siendo la iglesia. Mientras la iglesia sea la iglesia, tendrá esta función. Con frecuencia, al momento de ir a la reunión, algo dentro de nosotros empieza a purificarnos, diciéndonos que debemos limpiarnos. En camino a la reunión, a menudo hemos orado: “Señor, voy a la reunión. Perdóname por esto, límpiame de este asunto, y sácalo de mí”. Esta es la purificación necesaria para subir a Bet-el. Purifiquémonos, pues debemos levantarnos, subir a Bet-el y encontrarnos con nuestro Dios. No podemos encontrarnos con El en vejez y contaminación; debemos ser purificados. Esta purificación no es un asunto de obras, sino de la mano divina que obra sobre nosotros. Cuando nos ocupamos de Bet-el, la mano divina nos purifica.
Además de desechar a sus dioses ajenos y de purificarse, ellos cambiaron sus vestidos (35:2). La Biblia afirma que el cambio de vestido se refiere al modo de vivir. Efesios 4:22-24 revela que la vieja manera de vivir era la de la humanidad caída, y que la nueva manera de vivir está relacionada con la iglesia. La iglesia es la nueva creación regenerada, y la humanidad es la vieja creación caída. Cuando no éramos salvos, llevábamos una vida que pertenecía a la vieja creación caída. Después de ser salvos y regenerados y de haber sido introducidos en la vida de iglesia, debemos tener una nueva manera de vivir. Debemos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. Deshacernos del viejo hombre equivale a desechar los vestidos viejos, la vida vieja; y vestirnos del nuevo hombre consiste en ponernos la nueva manera de vivir, la iglesia.
Después de desechar los dioses ajenos y de purificarnos, debemos mudar nuestros vestidos, cambiar nuestra manera de vivir. Ya deberíamos dejar de expresarnos de un modo viejo, y hacerlo como iglesia, como el nuevo hombre, en la nueva manera de vivir. Eramos la vieja creación caída, pero ahora somos la nueva creación regenerada. Muchos de nuestros parientes, amigos, compañeros y vecinos pueden testificar que después de que entramos en la vida de iglesia, nuestra vida cambió radicalmente. La iglesia ha cambiado y sigue cambiando nuestra manera de vivir. Esto se relaciona con Bet-el.
Dice el versículo 4: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina que estaba junto a Siquem”. No sólo fueron sepultados los ídolos, sino también los zarcillos. Los zarcillos, artículos que sirven para embellecer, recibieron el mismo trato que los ídolos. A los ojos de Dios, en muchos casos los zarcillos, y las artículos usados como adorno equivalen a ídolos. Cuando los de la casa de Jacob desecharon sus dioses ajenos, también desecharon sus zarcillos, lo cual indicaba que para su conciencia, sus zarcillos eran tan abominables como sus dioses ajenos. Después de entrar en la iglesia, muchas hermanas tuvieron la misma convicción y desecharon esta clase de adorno abominable. Esto no está relacionado con la moralidad, sino con la casa de Dios.
Dios no mandó a Jacob que hiciera esta limpieza. Y tampoco le dijo: “Jacob, debes decir a toda tu casa y a todos los que te acompañan que hagan una limpieza general y que se purifiquen”. Entonces, ¿por qué Jacob ordenó a todos que hicieran tal cosa? Porque la casa de Dios no es un asunto individual. No se trataba solamente de Jacob. La casa de Dios debe ser la casa de Jacob y debe convertirse en la casa de Israel. Finalmente, todos los descendientes de Jacob se convirtieron en la casa de Dios, Bet-el. El verdadero Bet-el no era el tabernáculo, sino los hijos de Israel. Asimismo debemos ver que hoy en día nosotros somos la iglesia. Debemos purificarnos no solamente porque vamos a Bet-el, sino porque hemos de ser Bet-el. Debemos desechar todos los dioses ajenos y los adornos abominables, purificarnos y cambiar nuestros vestidos. Desechar los dioses ajenos también significa desechar todas las cosas en las que nos apoyamos. Todo nuestro ser debe ser purgado, interior y exteriormente, de toda contaminación, y debemos cambiar nuestra manera de vivir. Todo esto tiene como fin la vida de iglesia.
Dice en el versículo 5: “Y salieron, y el terror de Dios estuvo sobre las ciudades que había en sus alrededores, y no persiguieron a los hijos de Jacob”. Es muy alentador ver que sus enemigos sintieron terror. Debido a los problemas causados por los hijos de Jacob, éste tenía miedo de que la gente de las ciudades combatiera contra él y lo matara. Sin embargo, después de que Jacob y los que lo acompañaban se deshicieron de los ídolos, se purificaron y mudaron sus vestidos, cayó terror de parte de Dios sobre la gente de las ciudades. La limpieza que ellos experimentaron y la purificación que tuvieron causaron terror al enemigo. Esto indica que si, por la vida de iglesia, desechamos todos esos dioses ajenos y todos los adornos abominables que nos decoran, y si nos purificamos y cambiamos nuestros vestidos, los demonios y los pecados que nos rodean serán atemorizados. No habrá necesidad de combatir para vencer; el enemigo será aterrorizado y la victoria será nuestra. ¿Ha atemorizado usted los pecados alguna vez? ¿Ha atemorizado las apuestas, la bebida o el cigarrillo? Quizá ha encontrado que estas cosas son difíciles de vencer. Si tal es el caso, no ha desechado los dioses ajenos ni se ha purificado ni ha cambiado sus vestidos. Si usted obra así, todos esos “bichos, escorpiones y topos”, se atemorizarán, huirán y se esconderán. He leído algunos libros sobre vencer el pecado y el mundo. Hace cuarenta o cincuenta años practicaba lo que leía en estos libros. Pero cuanto más practicaba, más vencido era, porque no estaba en la iglesia. Estar en la iglesia desechando las cosas ajenas en que confiamos, purificarnos y cambiar nuestros vestidos, atemoriza al pecado y la mundanalidad, y hace que obtengamos la victoria. ¿Está usted irritado por el pequeño “topo” de su ira? Este bicho será atemorizado. Génesis 35:5 afirma que la gente de las ciudades no se atrevió a seguir a Jacob. Dios le proporcionó a Jacob un viaje próspero hasta Bet-el. Cuando estamos en la iglesia, todos los “topos” son atemorizados.
Después de que Jacob experimentara un cambio total, él y todos los suyos se levantaron y subieron a Bet-el (vs. 3, 6). En Bet-el, construyó un altar a Dios y “llamó al lugar El-bet-el” (v. 7), pues se dio cuenta de que Dios era su Dios en Bet-el. Debemos responder al llamado de Dios o a su recordatorio de que subamos a la iglesia donde podemos edificar el altar de nuestra verdadera consagración y experimentarle en la práctica. Después de entrar en la iglesia, nos percatamos de la necesidad de una verdadera consagración. Con esta consagración, experimentamos que Dios es nuestro Dios en Su casa, la iglesia.
Dice el versículo 8: “Entonces murió Débora, ama de Rebeca, y fue sepultada al pie de Bet-el, debajo de una encina, la cual fue llamada Alón-bacut”. Durante cierto tiempo, no podía entender por qué en este preciso momento murió Débora, la nodriza de Rebeca. La Biblia no desperdicia ninguna palabra. Débora era la nodriza de Rebeca, la madre de Jacob. Rebeca debe de haber muerto antes del regreso de Jacob. Por tanto, es muy probable que Débora fuese muy querida para Jacob como consuelo en lugar de su madre. En el momento preciso en que Jacob tuvo la experiencia de Bet-el, Débora, su consuelo, fue llevada por Dios. Como muchos de nosotros podemos testificar, Dios intervino para quitar nuestra “Débora”, nuestras nodrizas, cuando desechamos los dioses ajenos, nos purificamos, cambiamos nuestros vestidos y entramos en la vida de iglesia. Muchos de nosotros hemos tenido una “Débora”, alguien o algo que amamos, que nos comprende y nos consuela. Pero el día que llegamos a la vida de iglesia, Dios quitó espontáneamente a esta persona, y nuestra “Débora” murió. La vida de iglesia no requiere nodrizas. Ninguno de los santos de la iglesia necesita una nodriza. Sin embargo, lamento decirlo, a algunos de nosotros todavía nos gusta tener a estas personas que nos comprenden, que nos consuelan y nos confortan como una madre que cuida a su pequeño. Todo lo positivo que se pueda decir de las nodrizas tiene que ver con niños. Después de estar en la iglesia durante tanto tiempo, ¿todavía necesita usted que alguien lo cuide? Pero incluso los santos de edad avanzada desean todavía una “Débora” que los consuele y los cuide. Si tenemos una relación seria con el Señor en cuanto a Bet-el, El quitará nuestras nodrizas.
En estos versículos vemos que se sepultaron tres cosas: los ídolos, los zarcillos y la nodriza. Todas estas cosas fueron sepultadas debajo de una encina. La encina simboliza la vida floreciente. Por lo tanto, los dioses ajenos, las cosas que usamos para embellecernos y las nodrizas quedan sepultados debajo de la vida que florece, particularmente la vida de iglesia. Esto no es una doctrina, sino algo que corresponde a nuestra experiencia. La vida florece en la iglesia igual que una encina, pero debajo de ella se encuentran las “Déboras”. Nosotros desechamos los ídolos y nos deshicimos de los zarcillos, pero Dios hará morir a nuestra “Débora”. Esta es una verdadera purificación, tanto por nuestra parte como por parte Dios. Nosotros desechamos y Dios quitó. Nosotros desechamos los dioses ajenos, los zarcillos, las contaminaciones y los vestidos, y Dios se llevó a las nodrizas. En la vida de iglesia no necesitamos ni la comprensión ni el cuidado de las nodrizas. Todas nuestras “Déboras” deben ser sepultadas.
La encina debajo de la cual Débora fue sepultada se encontraba “al pie de Bet-el” (v. 8). Esto indica que nuestra experiencia de desechar y sepultar a nuestras “Déboras” no se encuentran en un nivel elevado, pues están debajo del nivel de la iglesia. La iglesia como casa de Dios se encuentra en el nivel más elevado, y aquí en la iglesia debemos tener algunas experiencias que también se hallan en el plano más elevado, como por ejemplo experimentar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Experimentar la sepultura de nuestra “Débora” es algo bastante pobre; se encuentra al pie de Bet-el. Por consiguiente, la encina de la sepultura fue llamada Alón-bacut, la encina del llanto. Este no es motivo de regocijo.