Mensaje 79
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Génesis contiene las simientes de casi todas las verdades bíblicas. Si observamos este principio, cada vez que lleguemos a ciertos puntos en este libro, reconoceremos que los mismos se desarrollan en los demás libros de la Biblia. En otras palabras, si queremos entender algún punto mencionado en Génesis, debemos seguir su desarrollo en otros pasajes de las Escrituras. Sin los demás libros, no podemos entender Génesis, pues no es simplemente un libro de historias. Si deseamos descubrir la vida, la suministración, la revelación y la visión de todos los puntos mencionados en el libro de Génesis, debemos seguir su desarrollo en todos los otros libros de la Biblia.
La verdad acerca de la casa de Dios fue sembrada en el capítulo veintiocho. Si usted lee la Biblia detenidamente, verá que la casa de Dios se menciona por primera vez en dicho capítulo. La casa de Dios, es decir Bet-el, es mencionada a raíz de una visión concedida a Jacob de manera extraordinaria. Primero, Jacob tuvo un sueño, y luego éste fue interpretado por inspiración divina. En su sueño, Jacob vio los cielos abiertos y una escalera apoyada en tierra, que se extendía hasta los cielos. Sobre la escalera ascendían y descendían los ángeles de Dios. En un sueño, primero tenemos los hechos del sueño, y luego la interpretación. Jacob no tenía a Daniel para que le interpretara el sueño; así, este suplantador se convirtió en su propio Daniel. Sin duda, él interpretó muy bien su sueño, pues dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo.” (Gn. 28:17). Jacob dijo que ese lugar, Bet-el, era terrible. Si usted desea ir a los cielos, debe pasar por este lugar terrible, pues la casa de Dios es la puerta de los cielos.
Después del sueño, Jacob también hizo un voto, diciendo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios” (Gn. 28:20-21). En lugar de hablar con Dios en oración íntima, hizo un voto. Como parte de su voto, Jacob dijo que la piedra que había erigido como columna sería la casa de Dios (Gn. 28:22). En el voto de Jacob vemos una interpretación más profunda de su sueño. Cuando Jacob se despertó, dijo que ese lugar era la casa de Dios. Entonces prometió que de la piedra que usó como cabecera haría la casa de Dios. Aquí vemos que la casa de Dios será edificada con la piedra en la cual confió Jacob. La piedra que Jacob usó como almohada es una sombra, una figura, un tipo, de Cristo. Sólo Cristo es la verdadera piedra que puede ser la almohada sobre la cual podemos apoyar nuestra cabeza cansada. El Cristo sobre el cual descansamos se convertirá en la casa de Dios. Este es el material para la construcción de la casa de Dios. En Génesis 28 vemos la primera mención de la piedra con la que se construye el edificio de Dios. Por supuesto, el capítulo dos menciona la piedra de ónice, pero no definidamente. La piedra que es nuestra confianza se convertirá en la casa de Dios. Esto significa que el Cristo que experimentamos como nuestro descanso y confianza se convertirá en el material de construcción para la casa de Dios.
En el capítulo treinta y cinco hubo otra visión de Bet-el. No obstante, esa vez no vino solamente como sueño, sino como realidad. No fue solamente una visión, sino un hecho y una experiencia. La diferencia entre los capítulos veintiocho y treinta y cinco radica en que el capítulo veintiocho fue sólo un sueño. Bet-el, la puerta de los cielos, la escalera y los ángeles, fueron vistos en un sueño. Cuando mucho, sólo podemos decir que este sueño fue una visión. Todavía no había ningún hecho, ninguna realidad. El cumplimiento del sueño se concreta en el capítulo treinta y cinco.
En este mensaje examinaremos la experiencia que tuvo Jacob en Bet-el (Gn. 35:6-7, 9-15). En Génesis 35 Jacob pasó por una cambio drástico. Según vimos en el mensaje anterior, Jacob reaccionó a la exhortación de Dios de levantarse y subir a Bet-el con una purificación exhaustiva. Esta limpieza no fue llevada a cabo únicamente por él, sino por todos los que lo acompañaban. Jacob no estaba preocupado solamente por sí mismo, sino también por todos los que estaban con él. Esto demuestra claramente que había experimentado un cambio total y radical. Indudablemente, Jacob había sido transformado.
Jacob llegó a Bet-el, “él y todo el pueblo que con él estaba. Y edificó allí un altar, y llamó al lugar El-bet-el” (vs. 6-7). Lo primero que hizo Jacob en Bet-el fue construir un altar. Jacob había construido un altar en Siquem, pero no llamó a ese altar “El-Siquem”. No podía usar el título de Dios para el altar que construyó en Siquem. Esto significa que el altar de Siquem no tocaba el corazón de Dios; no era el altar que Dios deseaba. Del mismo modo, nosotros podemos construir altares por doquier sin edificar el que Dios desea. Usted puede construir un altar en Las Vegas, pero no puede llamarlo el altar de Dios en Las Vegas. Pero cuando Jacob actuó según la palabra de Dios levantándose, subiendo a Bet-el, morando allí y construyendo un altar para Dios, edificó un altar conforme a los deseos de Dios, y no según su propia intención. Dios no le pidió que construyera un altar en Siquem, pues ése no era el lugar que había elegido. El deseo de Dios era que Jacob volviera a Bet-el. Por tanto, el altar que Jacob construyó en Siquem no se conformaba al deseo de Dios ni a Su palabra. Sin embargo, Jacob se atrevió a llamar el altar que construyó en Bet-el “El-bet-el”, porque fue construido según la palabra de Dios.
Usted puede hacer muchas cosas para Dios, como por ejemplo predicar el evangelio y servirle en otros aspectos. Puede inclusive establecer una reunión y llamarla la iglesia. Pero no tiene la certeza ni la osadía de decir que eso es algo de Dios. Esto también es válido con relación a las pequeñeces. Por ejemplo, usted puede amar a un hermano, pero no osará decir que ese amor es el amor de Dios. Aunque usted ame a ese hermano, no lo ama según la palabra de Dios, sino por su propia preferencia y según su propio gusto. Puesto que se trata del amor que usted siente, no puede decir que sea “El-amor”, o sea, el amor de Dios. Usted no puede llamarlo el amor de Dios hasta que ame según la palabra de Dios, y no conforme a su preferencia. Cuando Dios le pida a usted que ame a cierto hermano, debe amarlo según la palabra de Dios. Si usted ama así al hermano, entonces su amor será el amor de Dios.
Muchos misioneros han salido al campo misional sin tener la seguridad de que su misión era “El-misión”. Muchos me han dicho que mientras laboraban, no sentían ninguna paz. No sentían la confianza, la seguridad, ni la osadía de decir que su obra misional era la obra de Dios. Tenían dudas al respecto y no podían darle el nombre de Dios.
Hoy en día muchos cristianos establecen grupos. Los grupos grandes se convierten en denominaciones y los pequeños permanecen como grupos libres. Pero los fundadores de esos grupos no se atreven a llamarlos la iglesia. No obstante, cuando nosotros los que estamos en el recobro del Señor decimos que somos la iglesia, ellos se indignan. En lo profundo de su ser, carecen de seguridad para decir que son la iglesia. Un hombre es un hombre, y una mujer una mujer. Usted no puede llamar a un hombre mujer. Hace cincuenta años, empecé a decir: “Esta es la iglesia”. Cuanto más decía esto, más confianza tenía porque esto realmente es la iglesia. Si no es la iglesia, ¿entonces qué es? Yo soy un hombre. Cuanto más digo que soy un hombre, más seguro estoy de serlo. Si usted no me llama hombre, ¿entonces cómo me llamará? Ustedes pueden realizar muchas cosas —establecer una obra misional, instaurar una reunión, formar un estudio bíblico—, pero todo eso puede ser solamente una buena obra hecha en Siquem, y no en Bet-el. Por consiguiente, usted no puede llamar a esa obra “El-bet-el”. Mas cuando Jacob construyó el altar en Bet-el, osó llamarlo “El-bet-el”.
El altar indica consagración. Un altar se construye para ofrecer algo a Dios. Antes de entrar en la vida de iglesia, me consagré totalmente al Señor. No obstante, después de llegar a la vida de iglesia, renové mi consagración. Esta consagración renovada fue totalmente distinta de la consagración que había hecho antes de entrar en la vida de iglesia. Muchos de nosotros podemos dar testimonio de esto. Usted puede haberse ofrecido al Señor muchas veces antes de entrar en la iglesia, pero una vez que llegó a la iglesia, tuvo la profunda certeza de que necesitaba renovar su entrega y de que había una gran diferencia entre esta consagración y la anterior. Cuando mucho, su consagración anterior fue hecha en un altar en Siquem, mas no en el altar de Bet-el. Una cosa es la consagración hecha antes de llegar a la iglesia, y otra la consagración hecha dentro de la iglesia.
Después de que el altar fuese construido, Dios se volvió a aparecer a Jacob (v. 9). La experiencia de Jacob era en cierto modo diferente a la de Abraham. Cuando Dios apareció a Abraham por primera vez, no había ningún altar. Pero Dios se apareció a Jacob, no sólo en Bet-el, sino en frente del altar. Antes de entrar en la vida de iglesia, experimentamos algo de la aparición de Dios. No obstante, no estábamos frente al altar de Bet-el. Estar frente a dicho altar hace una gran diferencia. Ahora, después de entrar en la iglesia y construir un altar, Dios se vuelve a aparecer. Muchos de nosotros podemos testificar que después de entrar en la vida de iglesia y de consagrarnos de nuevo al Señor, tuvimos la profunda convicción de que el Señor se nos había aparecido. Experimentamos personalmente la aparición del Señor; no era una simple doctrina. Si construimos un altar en Bet-el, debemos de experimentar la aparición de Dios. Esto no debe suceder de vez en cuando, sino que debe ser una experiencia continua. Cada día y cada hora debemos experimentar la aparición del Señor. En otras palabras, debemos andar en la presencia del Señor.
Cuando Dios se apareció a Jacob en Bet-el, lo bendijo (v. 9). ¡Que gran bendición recibimos desde que llegamos a Bet-el y construimos un altar! Cuando yo era joven, me gustaba el himno que dice: “Cuenta tus bendiciones, nómbralas una por una”. Lo aliento a usted a que cuente sus bendiciones y a hacer una lista de todas las que ha experimentado en la vida de iglesia. ¡Cuán profundas son las bendiciones que recibimos en la iglesia! Fuera de la iglesia, nadie puede recibir las bendiciones que se encuentran en Bet-el.
Al aparecerse Dios a Jacob en Bet-el, también le recordó su nuevo nombre, diciendo: “Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel” (v. 10). Dios parecía decir: “Jacob, ¿no cambié Yo tu nombre? Entonces, ¿por qué sigues llamándote Jacob? Ahora te recuerdo que tu nombre no es Jacob y que debes llamarte Israel. Abandona tu nombre Jacob, pues ello indica que vives, andas, actúas y te conduces de una manera ‘jacobezca’. Debes vivir, andar y conducirte como Israel. ¿No te das cuenta de que luchaste conmigo y me venciste? Debes mostrar al universo que tú eres un vencedor. No eres solamente un príncipe de Dios, sino un luchador de Dios. Tú debes vivir de esta manera”. Este recordatorio tenía un contexto: el problema causado por los hijos de Jacob, el temor de éste y su falta de confianza. El había sido osado en su lucha con Dios, pero era tímido para enfrentarse con la gente de las ciudades. En realidad, él los atemorizaba a ellos. Pero Dios, al recordarle su nuevo nombre, Israel, parecía decir: “No debes tener miedo de ellos. Si tienes miedo, eso significa que te has olvidado del nombre que te di. Te he dado el nombre ‘luchador de Dios’. Si puedes luchar con Dios, entonces ciertamente puedes luchar con cualquiera. Si me puedes vencer a Mí, ¿quién te puede vencer a ti? Jacob, no debes temerle a nadie. Te di el nombre de Israel. Tu lucha conmigo no me ofendió, sino que la valoro. Por eso te di el nombre de ‘luchador de Dios’. De ahora en adelante, no debes ser un suplantador, sino un luchador de Dios. Adondequiera que vayas, debes proclamar: ‘Soy el luchador de Dios. ¡Aquí viene el luchador de Dios!’ Jacob, compórtate como un luchador Mío. ¿Por qué estás tan temeroso? Después de obedecer a Mi palabra y de venir aquí a Bet-el, todos los de las ciudades se atemorizaron de ti. No debes tener miedo de ellos. ¿Por qué has de seguir siendo Jacob? Olvídate de Jacob y llámate Israel”.
Jacob significa “suplantador, uno que toma por el calcañar”. ¿Quién quiere ser usted, uno que suplanta o un luchador de Dios? Nuestro nombre original era Jacob, pero ahora nuestro nombre es Israel. ¿Lo cree usted? Si lo cree, entonces ¿por qué todavía tiene temor de su ira? ¿Por qué no se levanta y dice: “Ira, debes saber que soy un luchador de Dios, soy Israel”? Lo que usted teme, eso le vendrá. Si usted teme perder la calma, tenga la seguridad de que la perderá. Pero si dice a su ira que usted es Israel, el luchador de Dios, entonces el “bicho” de la ira desaparecerá. Algunos de ustedes dirán: “No siento que yo sea Israel”. No se nos ha pedido que sintamos nada. Dios no le dijo a Jacob: “Jacob, ¿no sientes que eres Israel?” Si Dios hubiera dicho esto, Jacob ciertamente habría contestado: “No, jamás he sentido que sea Israel. Según lo que siento, sigo siendo Jacob”. Preste atención a la palabra de Dios. ¿Qué es más confiable, sus sensaciones o la palabra de Dios? Olvídese de lo que siente, lo que piensa, lo que comprende y lo que ve con su visión natural, y más bien escuche la palabra de Dios y Su recordatorio. Dios ya ha dicho que nuestro nombre debe ser Israel. ¿Entonces por qué sigue siendo usted Jacob? De ahora en adelante, todos debemos ser Israel. Aquí en Bet-el, Jacob empezó a llamarse Israel. ¿Diría usted que es Israel? ¿Tiene usted la confianza de proclamar esto, o sigue diciendo que es débil? Estamos en Bet-el y somos Israel. Tanto Bet-el como Israel terminan con “el”, lo cual indica que ambos nombres contienen el nombre de Dios. No se mire a sí mismo; escuche el recordatorio de Dios. Esto debe alentarnos y prepararnos para recibir la promesa de El.
En el versículo 11 Dios le dijo a Jacob: “Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate”. Este es el primer aspecto de la promesa de Dios. En Bet-el Dios prometió a Jacob que él crecería y se multiplicaría. Todos los que estamos en la vida de iglesia, incluyendo a los más pequeños y jóvenes, debemos creer esta promesa y proclamar su cumplimiento, diciendo: “Señor, no estoy de acuerdo con ser un creyente solitario. Creo en Tu promesa de que creceré y me multiplicaré”. Si usted hace eso, en corto tiempo, habrá una multiplicación al treinta, luego al sesenta, y luego al ciento. Cuando yo era joven, oraba de esta manera muchas veces, y el Señor contestó mis oraciones. Todos debemos orar para multiplicarnos. El Señor contestará nuestra oración y cumplirá Su promesa. El camino del recobro del Señor es estrecho y nunca se convertirá en un movimiento de masas. Ningún movimiento multitudinario puede pertenecer al recobro del Señor, porque el recobro del Señor gira en torno a una vida que se reproduce. Observe las plantas. Tienen vida y se multiplican. Estamos viviendo por la vida divina, y ésta es una vida que se multiplica. Tenemos la certeza de que nos multiplicaremos. Oren por eso y crean en la promesa de Dios, asiéndose de Su palabra. Algunos dirán que esto era solamente una promesa dada a Jacob y que ninguna de las promesas del Antiguo Testamento son para nosotros hoy. En el sentido literal, esto es cierto. Pero las promesas hechas a Israel son tipologías. Puesto que estamos en la realidad hoy, las promesas dadas en tipología están destinadas también a nosotros. Permanezca en la palabra del Señor, y diga: “Señor, lo que Tú prometiste a Jacob era un sombra, pero debe ser una realidad para mí”.
Dios también le prometió a Jacob: “Conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos”. Primero, tenemos un “conjunto de naciones”, lo cual indica multiplicación, y luego tenemos reyes, lo cual denota el reino. Después de Jacob, existió la nación de sus descendientes. Después vino el reino de sus descendientes bajo David y Salomón. En los tiempos del Nuevo Testamento, vino el reino bajo su descendiente, Jesucristo; en la próxima era, surgirá el reino milenario; y después, el reino eterno en el cielo nuevo y la tierra nueva. Este asunto de los reyes requiere los demás libros del Antiguo Testamento y del Nuevo para llegar a su cumplimiento. Apocalipsis 11:15 forma parte de la promesa hecha a Jacob: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos”. En esta promesa se incluye la iglesia actual como reino de Dios sobre la tierra. Me doy cuenta de que algunos argumentarán conmigo al oír esto, diciendo que al mezclar la iglesia con Israel, estoy enseñando algo equivocado. En el aspecto literal, esto quizá parezca correcto, pero recuerde que en la vida de Jacob todo era un tipo que nosotros cumpliríamos. No se conforme con salvar a una o dos personas. Usted debe más bien decir: “Señor, no estoy conforme con esto. Quiero ver el reino. Necesito la multiplicación que traerá el reino”. Este es un asunto importante. ¿Tiene usted la fe para ello? Todos debemos decir: “Señor, quiero tener la fe que necesito para multiplicarme, no para formar mi imperio, sino para que se establezca Tu reino”.
El versículo 12 menciona otro aspecto de la promesa que Dios hizo a Jacob: “La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra”. Aquí Jacob recibió la promesa de heredar con sus descendientes la tierra. Esta promesa es semejante a una gran montaña. No se imagine que la tierra mencionada aquí sólo se refiere a la estrecha franja del país de Palestina. Esta estrecha franja de terreno tipificaba a Cristo como la buena tierra. Cristo como la buena tierra para nuestra posesión vendrá a ser la piedra que cae de los cielos en Daniel 2. Esta piedra se convertirá en un monte que llenará toda la tierra. ¿Cree usted que toda la tierra será un gran monte y que no habrá ningún llano, sino solamente un monte santo? Este gran monte es Cristo.
En los versículos 14 y 15 vemos la reacción de Jacob a la promesa de Dios. Cada vez que el Señor nos habla, debemos reaccionar. No debemos ser torpes ni sordos ni estar muertos. Puesto que vivo, reacciono a todo lo que oigo. Si un hermano no tuviese ninguna reacción a lo que yo le digo, yo concluiría que él es sordo o que está muerto. Cuando hablo con mis nietos, ellos son muy activos y bruscos porque están vivos. Cuando Dios habló con Jacob, éste reaccionó inmediatamente.
El versículo 14 afirma que “Jacob erigió una columna en el lugar donde había hablado con él, una columna de piedra” (heb.). Lo primero que hizo Jacob al reaccionar a la palabra de Dios fue repetir lo que había hecho en Bet-el la primera vez: erigir una columna de piedra. No podemos olvidar nada de lo que nos mostró el Señor en el primer sueño. Cuando volvemos a la visión, debemos repetirla. En 28:18 Jacob erigió por columna la piedra que había usado de almohada y le dio a esta columna el nombre de Bet-el. El repitió esto en el capítulo treinta y cinco. Este es un asunto crucial. En lo profundo de su ser, Jacob quedó convencido de que había sido conducido por Dios a construirle una casa en la tierra. Quizá Jacob se haya dicho: “Nunca podría olvidar mi experiencia en Bet-el. Ahora, después de regresar a Bet-el, Dios me habló mucho más que antes. Hace muchos años, erigí una piedra como columna para Su casa. Ahora, después de escucharlo nuevamente, debo repetir eso”. Jacob había hecho el voto de construir una casa para Dios en la tierra. Más adelante, esto lo cumpliría Salomón, quien construyó el templo, la casa de Dios.
Ahora llegamos a un asunto de mucha importancia: el derramamiento de la libación sobre la columna (v. 14). En el capítulo veintiocho Jacob vertió aceite sobre la piedra que había alzado como columna. Pero en el capítulo treinta y cinco vemos un desarrollo. Antes de derramar aceite sobre la columna, Jacob derramó una libación sobre ella. Es probable que muy pocos de nosotros conozcamos el verdadero significado de la libación. Si usted examina los estudios teológicos para hallar la definición, no la encontrará. No obstante, al leer otros versículos, tales como Números 15:1-5; 28:7-10; Filipenses 2:17 y 2 Timoteo 4:6, y al examinar nuestra experiencia, podemos comprender el verdadero significado de la libación.
Según Levítico 1 a 7 Dios mandó que Su pueblo ofreciera diversas ofrendas, y no mencionó la libación, porque esta ofrenda era adicional. Más adelante, Dios le dijo a Moisés que Su pueblo, después de entrar en la buena tierra, le debía ofrecer la libación aparte de las ofrendas básicas mencionadas en Levítico 1 a 7. Por consiguiente, la libación se añadía a las ofrendas básicas. Las ofrendas básicas eran el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Aparte de estas ofrendas básicas, los hijos de Israel tenían que ofrecer la libación (Nm. 15:1-10; 28:7-10). (La libación mencionada en Exodo 29:40-41 se relacionaba con el servicio de los sacerdotes, y la libación mencionada en Levítico 23:13, 18 y 37, con las primicias ofrecidas a Dios después de que los israelitas hubiesen entrado en la buena tierra y hubiesen laborado en ella, v. 10). Tanto en Filipenses 2:17 como en 2 Timoteo 4:6 Pablo se consideró una libación. En Filipenses 2:17 dijo: “Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros”. Aquí Pablo les dijo a los filipenses que él era derramado como libación sobre el sacrificio u ofrenda de ellos (la palabra griega puede traducirse de ambas maneras). Pablo parecía decir: “Vosotros filipenses ofrecéis algo a Dios. Yo me alegro de ser derramado como libación sobre vuestra ofrenda”. Poco antes de que Pablo fuese martirizado, dijo a Timoteo: “Porque yo ya estoy siendo derramado en libación, y el tiempo de mi partida está cercano”. ¿Sobre qué se vertía la libación? Según el Antiguo Testamento, la libación siempre se vertía sobre alguna de las ofrendas básicas. Cuando Pablo estaba a punto de ser mártir, ¿sobre qué estaba siendo derramado en libación?
Como veremos, él estaba siendo derramado sobre Cristo. Según Levítico, podemos ofrecer a Cristo ante Dios como ofrenda básica. Al ofrecer a Cristo de esta manera, lo experimentamos. Nuestra experiencia nos alegra, y llegamos a ser un pueblo lleno de gozo, de vino nuevo. Nosotros los que ofrecemos a Cristo ante Dios, estaremos llenos de vino nuevo. Tendremos el vino dentro de nosotros. Finalmente, este vino saturará todo nuestro ser y, de hecho, nosotros mismos nos convertiremos en vino. Cuando Pablo dijo que él estaba siendo derramado en libación, él mismo, por haber experimentado ricamente a Cristo, era el vino que estaba siendo derramado como libación sobre el Cristo que había experimentado y ofrecido a Dios. Si usted pudiera hablar con algunos mártires, tales como Pedro y Pablo, ellos testificarían que su martirio no fue más que un derramamiento sobre el Cristo en quien se regocijaban con todo su ser. Todos los mártires fueron derramados en libación para Dios sobre Cristo. Experimentaron a Cristo hasta el punto de ser derramados en libación sobre Cristo cuando ofrecieron a Cristo ante Dios como ofrenda básica. Si experimentamos verdaderamente a Cristo día tras día, esta experiencia nos llenará de gozo como si fuera vino divino. Entonces nos embriagaremos de vino, llegaremos a ser vino para Dios, y diremos: “Oh Dios, quisiera ser derramado sobre Cristo en libación para Ti”. Muchas veces en la reunión de la mesa del Señor, me he dado cuenta de que muchos santos han experimentado a Cristo a este grado y que cuando ofrecían a Cristo ante Dios en la mesa del Señor, sus oraciones y alabanzas indicaban que estaban listos para ser derramados ellos mismos sobre Cristo ante Dios. Esta es la libación, y sólo puede ser experimentada en Bet-el.
La semilla de la libación fue sembrada en Génesis 35. Si queremos entender esto, debemos leer Números 15 y 28, Filipenses 2:17 y 2 Timoteo 4:6. Entonces entenderemos que no sólo debemos ofrecer a Cristo delante de Dios como ofrenda básica, sino también como libación. Debemos ser llenos de gozo al experimentar a Cristo a fin de convertirnos en vino para Dios y estar dispuestos a ser derramados como libación sobre Cristo delante de Dios. Esta experiencia es profunda y bastante subjetiva. Ustedes dirán: “Padre Dios, me ofrezco en libación sobre Cristo para Ti”. Ustedes pueden decir esto, pero si no han experimentado a Cristo hasta el punto de llenarse de gozo y de embriagarse con el vino celestial, no sentirán el gozo ni la disposición de ser derramados en libación para Dios. En la vida de iglesia, existe la posibilidad y el potencial de experimentar a Cristo hasta el punto de ser saturados con el vino divino y convertirnos en vino. En la vida de iglesia estoy lleno de gozo y estoy dispuesto a ser derramado sobre Cristo como ofrenda para satisfacer a Dios.
Dios se deleita bebiendo el vino. El no quiere el vino hecho de la uva, sino el vino hecho del Cristo que nos satura. Dios no se interesa en las uvas; El se interesa en usted con Cristo. Usted debe convertirse en vino experimentando a Cristo. El único lugar donde podemos convertirnos en el vino de Dios es la iglesia. Les aseguro que en la iglesia la experiencia que usted tiene de Cristo lo llevará a llenarlo del gozo celestial, lo convertirá en vino divino y le dará la disposición de ser derramado sobre Cristo para satisfacer a Dios. Esta es la reacción de Israel en Bet-el. Tengo la completa certeza de que en lo sucesivo se producirán muchas reacciones similares en las iglesias locales. Muchos santos amados dirán: “Señor, estoy tan saturado de Tu regocijo que estoy ebrio. Me he convertido en vino para satisfacer a mi Dios. Ahora estoy dispuesto a ser derramado, e inclusive a ser mártir”. Recuerde que Pablo dijo que él ya había sido derramado sobre Cristo para satisfacer a Dios. En la vida de iglesia, todos debemos ser saturados del regocijo celestial para estar preparados y dispuestos a sacrificarnos, a ser derramados sobre Cristo como satisfacción de Dios. En la vida de iglesia todos podemos experimentar a Cristo hasta el punto de estar dispuestos a ser derramados en libación.
Como hicimos notar en el capítulo veintiocho, verter aceite sobre la columna representa el derramamiento del Espíritu de Dios sobre Su pueblo escogido para edificar la casa de Dios. Pero este derramamiento de aceite sobre la columna viene después del derramamiento de la libación sobre dicha columna. Esto indica que al verternos nosotros en libación ante Dios, viene el derramamiento del Espíritu de Dios, lo cual produce Su edificio. Cuanto más nos derramemos en Cristo como ofrenda a Dios para Su casa, más derramamiento del Espíritu de Dios se producirá. La edificación de la casa de Dios necesita esto.
Leemos en el versículo 15: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar donde Dios había hablado con él, Bet-el”. En Génesis 28 Jacob llamó al lugar Bet-el, pero en Génesis 35, al estar convencido de que era Bet-el, le volvió a dar a ese lugar este nombre. Cuanto más permanezcamos en la iglesia y más experimentemos allí a Cristo, más seguridad tendremos de que estamos en Bet-el, y más confianza tendremos para decir: “Esta es la iglesia, y yo estoy en ella”. Esto no es simplemente un término, mucho menos una designación o una denominación; es la convicción y la declaración de un hecho. Tenemos la plena seguridad de que estamos en Bet-el. Alabado sea el Señor porque todos podemos decir: “Estoy ahora en Bet-el. Esta es la iglesia”.