Mensaje 92
(1)
En este mensaje llegamos a la sección más agradable del libro de Génesis: los capítulos del treinta y siete al cincuenta. A todos los niños les gustan las historias contenidas en estos capítulos. En esta sección, el autor cambia su estilo. El relato de los primeros treinta y seis capítulos es breve y enfático, pero la narración de los últimos catorce capítulos es muy detallada. Por ejemplo, el capítulo treinta y siete da muchos detalles. Esta sección contiene tantos pormenores porque es muy aplicable a nuestra vida humana. Ninguna sección del libro de Génesis es más práctica que la última sección, que consta de catorce capítulos.
Antes de examinar el capítulo treinta y siete, quisiera llevarlos de nuevo al principio de este libro. Cuando leemos un libro, debemos entender el tema, el propósito, del mismo. Después de leer todo el libro de Génesis, compuesto de cincuenta capítulos, es posible que uno no reconozca todavía el tema. ¿Cuál es el tema de dicho libro? Cuando yo era joven, me dijeron que Génesis abarca dos puntos principales: la creación y la caída del hombre. Génesis empieza con las palabras: “En el principio creó Dios”, y termina con las palabras: “Y [José] fue puesto en un ataúd en Egipto”. Se me dijo que Génesis es un libro que trata de la obra creadora de Dios y la caída del hombre porque el primer versículo habla de la creación y el último versículo habla del hecho de que José fue puesto en un ataúd en Egipto. Esta perspectiva no es incorrecta, pero sí es una comprensión muy deficiente del libro de Génesis.
No es fácil entender la Biblia. De hecho, también resulta difícil entendernos a nosotros mismos. Tenemos cabello en la cabeza y diez dedos en los pies, pero ¿constituyen el cabello y los dedos un hombre completo? ¿Es eso una persona completa? Por supuesto que no. Todos los miembros y órganos vitales, tales como el corazón y los pulmones, se encuentran entre el pelo y los dedos de los pies. Del mismo modo, las partes más importantes de Génesis se encuentran entre el primer versículo y el último.
Génesis 1:26 es un versículo crucial: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree...” Note dos palabras significativas en este versículo: imagen y señorío. Efectivamente, el hombre fue creado por Dios y luego cayó. Pero debemos considerar de qué manera fue creado el hombre y con qué propósito. La Biblia afirma que el hombre fue hecho a la imagen de Dios. No existe nada más elevado que Dios. Por consiguiente, el hombre fue hecho a la imagen del ser más elevado. Quizá usted jamás se haya considerado tan elevado. Por llevar la imagen divina, debemos reconocernos como seres elevados. No somos criaturas inferiores; fuimos hechos con el propósito de expresar a Dios y ejercer Su señorío. El tema de Génesis es que el hombre tiene la imagen de Dios y ejerce el señorío de Dios en todas las cosas. Llevamos la imagen de Dios para expresarlo a El, y tenemos Su señorío para representarlo. Por consiguiente, somos la expresión y la representación de Dios. Este es el corazón de Génesis.
Si queremos conocer eso progresivamente, necesitamos los cincuenta capítulos de este libro. Todas las generaciones mencionadas en este libro: Adán, Abel, Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José, cumplen un solo propósito: mostrar que la economía de Dios en el universo consiste en que El se exprese a Sí mismo por medio del hombre. Este es el propósito de Dios, Su meta, y el deseo de Su corazón. El propósito y la economía de Dios están relacionados con el hombre.
El relato de todas las generaciones mencionadas en este libro describen la economía de Dios. En Adán no vemos mucho de la expresión ni del señorío de Dios. Aunque Abel creyó en Dios, no vemos claramente en él la expresión ni el señorío de Dios. Enós se dio cuenta de que era frágil y débil, y empezó a invocar el nombre del Señor. Pero en él apenas vemos la expresión o el señorío de Dios. Enoc caminó con Dios. Por consiguiente, vemos en él un poco de la expresión de Dios; no obstante, no vemos nada del señorío de Dios. En Noé vemos un poco de la expresión y del señorío de Dios, pero es algo vago; no está definido ni impresiona ni es claro. En Abraham vemos menos de la expresión y el señorío de Dios que en Noé. Aunque muchos cristianos han exaltado mucho a Abraham, él sólo se encontraba en el primer nivel de la doctrina de Cristo. Abraham fue el padre de la fe en cuanto a la justificación, que es simplemente el comienzo de la doctrina de Cristo. Además, difícilmente podemos ver la expresión y el señorío de Dios en Isaac. Isaac lo heredó todo de su padre y sólo se preocupaba por comer. Mientras le dieran algo de comer, él daría su bendición ciegamente.
En Jacob vemos la expresión de Dios. Pero antes de los últimos catorce capítulos de Génesis, no vemos mucha expresión de Dios en Jacob. Ahora bien, en estos últimos capítulos, vemos en él mucho de la expresión de Dios y del señorío de Dios. En esta sección Jacob era de edad avanzada, pero sus ojos espirituales eran muy agudos. Adondequiera que iba, percibía cuál era la verdadera condición y bendecía a la gente como correspondía. Además, su bendición se convirtió en profecía de parte de Dios. Jacob llevaba verdaderamente la imagen de Dios y lo expresaba. Incluso Faraón, quien gobernaba en ese entonces, se encontraba bajo la bendición de Jacob. Cuando Jacob fue llevado a la presencia de Faraón, no le dijo: “¡Hola! ¿cómo está? ¿Cuántos años tiene?”. Sino que extendió su mano y lo bendijo (47:7, 10). Esto indica que Faraón estaba bajo la autoridad de Jacob, aquel que era la expresión de Dios.
La bendición de Jacob a los dos hijos de José, a saber, Efraín y Manasés, también era una profecía. Isaac fue engañado por Jacob, y lo bendijo ciegamente. Pero la bendición que Jacob dio a Efraín y a Manasés fue muy diferente. José trajo a sus dos hijos a Jacob, esperando que Manasés, el primogénito, recibiera la primogenitura. Sin embargo, Jacob puso su mano derecha sobre la cabeza de Efraín, el más joven, “colocando así sus manos adrede” (48:14). Cuando José intentó mover la mano de Jacob y ponerla sobre la cabeza de Manasés en lugar de Efraín, Jacob se rehusó y dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé” (48:19). Jacob parecía decir: “Hijo mío, tú no sabes lo que estoy haciendo, pero yo sí. Yo conozco el corazón de Dios. Mi bendición es la expresión y las palabras de Dios. Las palabras de mi bendición son la profecía de Dios”.
En la vida de Jacob vemos a un hombre que era uno con Dios y que lo expresaba. Lo que decía Jacob era lo que decía Dios. No piensen que las palabras son insignificantes. Según el Nuevo Testamento, el Hijo expresó al Padre, principalmente al hablar. El Señor Jesús dijo: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras”; y: “La palabra que habéis oído no es Mía, sino del Padre que me envió” (Jn. 14:10, 24). Por tanto, expresar a Dios consiste principalmente en hablar por Dios y en declararlo a los demás.
Hemos visto que Jacob, la expresión de Dios, llevaba la imagen de Dios. Pero, ¿qué diremos del señorío de Dios? El libro de Génesis concluye con el señorío que ejercía José sobre toda tierra. Aunque el faraón era el soberano, no pasaba de ser una figura decorativa. El que verdaderamente gobernaba era José, quien formaba parte de Jacob en la experiencia de vida. En la vida de Jacob y José vemos la expresión de Dios y el señorío de Dios. No separe jamás a José de Jacob. El relato de los últimos catorce capítulos de Génesis los mezcla a los dos. Esto indica que José es la parte reinante de Jacob, y que Jacob y José no deben considerarse dos personas separadas.
En esta sección Jacob sufría, y José reinaba. En el capítulo treinta y siete, José no dio ninguna muestra de sufrimiento. Dicho capítulo revela que Jacob sufría, y no José. Algunos argumentarán diciendo: “Cuando José fue echado al pozo, ¿acaso no sufrió?”. Esta es su interpretación, pero este capítulo no nos revela eso. Por otro lado, Jacob sufrió mucho. El no lloró cuando murió Raquel, pero sí lloró amargamente cuando oyó que José había sido devorado por una fiera (vs. 33-35).
El relato bíblico tiene un propósito. Génesis es el libro de la imagen y el señorío de Dios, y presenta un cuadro completo de la manera en que los seres humanos pueden ser hechos de nuevo y transformados para expresar a Dios en Su imagen y representarlo en Su señorío. Los últimos catorce capítulos de Génesis indican que después de que Jacob hubo llegado a ser Israel, llevaba la imagen de Dios y ejercía el señorío de Dios. El libro de Génesis está completo; termina de la misma manera que empieza. Empieza y termina con la imagen y el señorío de Dios. En los últimos capítulos, Dios debe de haberse alegrado, y posiblemente haya dicho: “Ahora tengo un hombre en la tierra que me expresa y me representa. Este hombre lleva Mi imagen y ejerce Mi señorío. Sus palabras son Mi profecía, y sus acciones son el ejercicio de Mi señorío”. Este es el tema del libro de Génesis.
En el capítulo treinta y siete Jacob era viejo. En cuanto al tiempo y a la geografía, él había viajado mucho y había llegado finalmente a Hebrón. Jacob había pasado por muchas experiencias. Probablemente ningún otro personaje de la Biblia haya pasado por las numerosas situaciones confusas y complicadas que experimentó Jacob. El fue quebrantado por Dios hasta el punto de perder casi todo lo que le interesaba. El el capítulo treinta y siete Raquel ya había muerto, y Jacob vivía en Hebrón disfrutando de la comunión que sus antepasados Abraham e Isaac habían conocido allí. Parece que Jacob se había jubilado en Hebrón. Pero en la vida espiritual no existe jubilación; así que Dios intervino para alterar lo que parecía ser la jubilación de Jacob.
Yo creo que en Hebrón Jacob hizo todo lo posible por llevar una vida tranquila. Mientras Jacob estaba en comunión allí, él quizá haya tenido muchos recuerdos. En la calma él pudo haber pensado: “No debí haber tomado el calcañar de Esaú. No debí engañarlo a él ni a mi padre. Tampoco necesitaba perder a mi madre ni huir a casa de mi tío Labán. Además, no debía haber amado tanto a Raquel. ¡Cuántos problemas me acarreó mi amor por ella! ¿Por qué fui tan insensato? No debí haberme dejado engañar por Labán. ¿Por qué prometí trabajar tantos años para conseguir a Raquel? Durante los años en que estuve con Labán, tuve que sufrir el calor y el frío”. De haber estado usted en el lugar de Jacob, ¿qué habría hecho en su jubilación? Quizá usted haya dicho: “De ahora en adelante, sólo quiero llevar una vida tranquila. Ya no habrá más suplantación, ni asiré calcañares. Esaú, Labán y Raquel ya han muerto. Ahora es tiempo de estar tranquilo y de disfrutar la vida”. Sin duda, Jacob disfrutaba una vida tranquila allí en Hebrón.
Jacob amaba a José más que a los demás hermanos de éste, y le hizo una túnica de diversos colores (v. 3). Si Jacob no estuviera jubilado, no habría podido hacer esta túnica a José. Un padre ocupado no podría dedicar tiempo a eso. Sin embargo, Jacob disfrutaba de la vida y disponía del tiempo suficiente para confeccionar la túnica para su hijo predilecto. Esto demuestra que él se había jubilado. La túnica de diversos colores es una pequeña ventana a través de la cual podemos ver el carácter, el deseo, la intención, la meta y la disposición de Jacob.
Después de recibir tantos azotes por parte de Dios, Jacob ciertamente estaba cansado de la vida humana. El estaba harto de suplantar, de engañar, de luchar y de pelear. Su vida era tranquila y tenía un hijo predilecto que era el tesoro de su corazón. Debido a la parcialidad de su amor por José, le hizo una túnica de diversos colores. ¿Fue acertado Jacob al hacer eso? ¿Por qué no hizo una túnica para Rubén, el hijo mayor, ni para Benjamín, el menor? Rubén se había contaminado al cometer adulterio con la concubina de Jacob, y Benjamín, el menor de la familia, todavía era demasiado joven para cometer errores. No obstante, el corazón de Jacob se fijó primeramente en José y luego en Benjamín. Jacob era parcial. Como veremos, la parcialidad de Jacob hacia José le causó sufrimientos.
En este capítulo todo se encuentra bajo la mano providencial de Dios. No se ve ninguna coincidencia. Por ejemplo, inmediatamente después de que los hermanos de José lo echaron al pozo, apareció en la escena un grupo de ismaelitas, y aquéllos decidieron vender a José a éstos. Entonces José fue llevado a Egipto y vendido a Potifar, un oficial del faraón. Todo eso sucedió por obra de Dios. De hecho, aun la parcialidad de Jacob para con José era fruto de la intervención de Dios. En el capítulo treinta y siete, Dios intervino quebrantando esa parcialidad para que Jacob madurase.
Antes de este capítulo, Jacob era una persona transformada; aun así, no era maduro. Ser transformado significa experimentar un cambio en la vida natural, pero madurar consiste en ser llenos de la vida divina que nos cambia. Podemos ser transformados en nuestra vida natural, y no estar llenos de la vida divina. Los capítulos treinta y siete a cuarenta y cinco relatan el proceso de la madurez de Jacob. Este proceso empieza en 37:1 y termina en 45:28. En los últimos cinco capítulos de este libro, vemos a un Jacob plenamente maduro. Es probable que Jacob en toda su vida no haya sufrido tanto como en estos nueve capítulos. Esta es verdaderamente la historia de los sufrimientos de Jacob. En estos capítulos tenemos los quebrantos que experimentó Jacob en la última etapa de su vida. Los sufrimientos por los cuales él pasó aquí tocaron profundamente sus sentimientos más personales. Después de estos capítulos Jacob no volvió a ser quebrantado, pues había madurado plenamente, estaba lleno de la vida divina y tenía la expresión de Dios y Su señorío.
Se necesita madurez para expresar a Dios y ejercer Su señorío. Lo único que puede llevar la imagen de Dios y ejercer Su señorío es una vida madura. Todavía en el capítulo treinta y siete Jacob no podía llevar la imagen de Dios ni ejercer Su señorío. El había sido transformado, pero todavía no era maduro. Su parcialidad hacia José demuestra que todavía no era maduro. Este amor parcializado era un punto débil. No se imagine que una persona transformada no puede ser parcial en su amor ni tener otras debilidades. Por consiguiente, Dios tomó a Jacob en Sus manos para llevarlo a la madurez.
Para madurar, Jacob primero tenía que sufrir la pérdida de José, el tesoro de su corazón. Aparentemente, José no podía perderse. El fácilmente pudo haber muerto de alguna enfermedad, pero ¿cómo lo pudo perder Jacob? José no iba a morir, pues sería muy útil, pero tuvo que ser apartado de Jacob. Examinemos ahora la manera en que Jacob perdió a José.
El versículo 2 dice que José informaba a su padre de la mala fama de sus hermanos. Entre los doce hijos de Jacob, sólo había dos buenos: José, quien tenía diecisiete años de edad, y Benjamín, el menor, que todavía era un niño. Los otros diez hermanos eran viles y perversos, y José daba continuamente a su padre informes negativos acerca de ellos. Rubén, el mayor de estos diez hermanos, cometió adulterio con la concubina de su padre (35:22), y Judá, el cuarto, cometió fornicación con su nuera, quien estaba disfrazada de ramera (38:12-16). Leví y Simeón eran crueles, pues se habían vengado de la deshonra de su hermana Dina, matando a Hamor y a Siquem, y despojando su ciudad (34:25-29). El hecho de que estos hermanos conspiraran para matar a su propio hermano denota lo pecaminosos que eran. Es difícil creer que eran hijos de una familia escogida y santa y que habían de ser los padres de las tribus de los hijos de Israel, los escogidos de Dios. No obstante, si sus hermanos hubiesen sido buenos, José jamás se habría perdido.
Ya vimos que “amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores” (v. 3). Debido a la parcialidad del amor de Jacob por José, él tenía que perderlo para madurar. La pérdida de José se debió mayormente al amor parcializado que le tenía Jacob.
Leemos en el versículo 4: “Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente”. El amor parcializado de Jacob por José fue la causa del rencor que le llegaron a tener a éste los demás hijos. Los padres no deben tener un amor especial por un hijo, porque eso causa rencor en los demás. Nuestro amor debe ser igual para todos e imparcial. Los hermanos de José también lo odiaban porque él era bueno y porque daba informes negativos de ellos a su padre.
José tuvo dos sueños que suscitaron más rencor en sus hermanos (vs. 5-11). Estos sueños venían de Dios. Fueron dos sueños porque dos es el número de confirmación y de testimonio. Ambos sueños se refieren a una sola cosa, pues tanto los manojos como las estrellas se inclinaban ante José. En nuestro concepto, los hermanos de José, por ser adúlteros, fornicarios, criminales y aborrecedores, debían haber sido condenados al infierno. Pero José no soñó con espinos ni con ladrones que rodeaban a un hermoso adolescente, sino con gavillas y estrellas. Una gavilla es un manojo de espigas de trigo que se ata al recoger la cosecha. Esto indica que a los ojos de Dios, los hijos de Jacob eran su cultivo en la tierra. Además, no eran una labranza verde, sino una cosecha madura, recogida y atada en gavillas. En el segundo sueño, los miembros de la familia de José son representados por el sol, la luna y once estrellas. Eran luces que resplandecían y brillaban en los cielos. En el estudio-vida de Apocalipsis hacemos notar que el sol, la luna y las estrellas tanto en Apocalipsis 12 como en Génesis 37 representan la totalidad del pueblo de Dios. En los tiempos de José, su familia era la totalidad del pueblo de Dios en la tierra. Conforme a nuestra manera de ver, eran viles y perversos; mas para Dios, eran brillantes y celestiales. Del mismo modo, según nuestra naturaleza humana, somos desagradables, malvados e impuros. Con todo, fuimos escogidos, redimidos, perdonados, regenerados y transformados. De modo que somos la labranza de Dios, la mies de Dios. Finalmente, seremos la cosecha de Dios; El nos recogerá en gavillas. Además, somos luces celestiales. ¡Qué visión más grandiosa!
De Dios provinieron estos sueños que tuvo José, pues revelan la naturaleza, la posición, la función y la meta del pueblo de Dios en la tierra. El pueblo de Dios es Su cosecha y Sus luminares. Como cosecha tienen vida, y como cuerpos celestes tienen luz. El primer sueño contiene vida, y el segundo, luz. La vida y la luz caracterizan al pueblo de Dios.
En el primer sueño, las gavillas se inclinaban delante de la gavilla de José, y en el segundo, el sol, la luna y las once estrellas se inclinaban ante él. Cuando José contó a su padre y a sus hermanos su segundo sueño, Jacob lo reprendió, diciendo: “¿Qué sueño es éste que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?” (v. 10). José no era diplomático; por el contrario, era sincero, franco, fiel y recto. Si él no les hubiese contado francamente sus sueños, no habría surgido ningún problema. En la vida de iglesia, debemos ser como José, y no como los políticos. No obstante, en nuestro medio hay pocos que son francos y rectos como José; por el contrario, casi todos nosotros somos diplomáticos “prudentes”. Quizá usted tenga un sueño, pero jamás lo cuente a los demás. José era genuino, franco, sencillo y transparente; se alegraba de contar sus sueños a sus hermanos. Pero eso provocó más odio de parte de ellos, y la transparencia de José fue la causa de su “crucifixión”. Muchas veces yo también he sido “crucificado” por mi transparencia. Pero si me vuelvo diplomático, dejaré de ser como José. Desde el punto de vista humano, José estaba equivocado al contar sus sueños a sus hermanos. Muchos de nosotros, en su lugar, habríamos dicho: “¿Saben? tuve un buen sueño anoche”. Cuando los demás nos hubieran preguntado por el sueño, habríamos contestado: “Perdóneme, pero no les puedo decir”. Esta es la “sabia diplomacia” de los cristianos actuales. ¿Será usted un diplomático o un José? Si usted es un José, será “crucificado” por su franqueza. Debido a los sueños de José, sus hermanos lo aborrecieron aún más.
Los hermanos de José fueron a apacentar las ovejas de su padre en Siquem (v. 12). Con el pastoreo se ganaban la vida. Esta actividad les proporcionó la oportunidad providencial de separar a José de Jacob.
Más adelante, José fue enviado por su padre a ver a sus hermanos (vs. 13-17). Esto también fue obra del Señor. El hecho de que Jacob mandase a José a ver a sus hermanos constituye otra indicación de que Jacob disfrutaba de la vida. Si él hubiese estado ocupado, no habría pensado en mandar a José para hacer eso. Por no tener nada que hacer, pensó repentinamente en sus hijos y se preocupó por ellos. Cuando le pidió a José ir a ver a sus hermanos, éste fue obediente; no murmuró ni pronunció ninguna palabra negativa, sino que obedeció a su padre y fue a buscar a sus hermanos.
Cuando los hermanos de José “lo vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle” (v. 18). Le dieron a José un título, diciendo entre ellos: “He aquí viene el soñador” (v. 19). Todos ellos conspiraron para matar a José, y luego para engañar a su padre acerca de lo sucedido (v. 20).
Rubén, el hermano mayor, deseó librar a José de las manos de ellos. Cuando oyó el plan, “lo libró de sus manos, y dijo: No lo matemos. No derraméis sangre; echadlo en esta cisterna que está en el desierto y no pongáis mano en él” (vs. 21-22). Rubén tenía la intención de librarlo de las manos de ellos y regresarlo a su padre.
En ausencia de Rubén, Judá, el cuarto hermano, propuso que en lugar de matar a José, lo vendieran a los ismaelitas (vs. 25-27). Dijo: “¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y encubramos su muerte? Venid, y vendámosle a los ismaelitas, y no sea nuestra mano sobre él; porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne” (vs. 26-27).
José fue vendido a los ismaelitas de Madián (v. 28). Ismael era el hijo de Abraham y Agar, y Madián era el hijo de Abraham y su última esposa, Cetura. Tanto los ismaelitas como los madianitas representan la carne. El odio está relacionado con la carne, y ésta con el mundo, representado por Egipto. Debido al rencor que le tenían sus hermanos, José fue entregado a la carne, la cual lo llevó a Egipto. No obstante, Dios es soberano sobre todas las cosas. El lo usa todo en Su providencia, incluyendo la carne y el odio de los hermanos de José. En este capítulo todo lo negativo —el odio, la carne, el faraón y Potifar, el oficial del faraón— fue usado por Dios para cumplir Su propósito.
Por la intervención de Dios, quien actuó en todas estas circunstancias que parecían coincidencia, Jacob perdió el tesoro de su corazón (vs. 31-35). Después de la muerte de Raquel, el corazón de Jacob se prendó totalmente de José. Repentinamente José le fue arrebatado. Los hijos de Jacob lo engañaron haciéndole creer que José había sido devorado por una fiera (vs. 32-33). Cuando Jacob oyó esto, “rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días” (v. 34). A Jacob ya no le quedaba nada en la tierra. No sólo estaba quebrantado, sino que había sido despojado hasta el punto de no quedarle nada. Sus hijos intentaron consolarlo, pero rechazó el consuelo y dijo: “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (v. 35). Jacob estaba totalmente destrozado, y nada podía consolarlo. Había perdido el tesoro de su corazón. ¡Cuán profundo y personal fue este golpe!
En principio, tarde o temprano, todos pasaremos por esta experiencia. No se asuste ante esta perspectiva. Alabado sea el Señor porque no solamente tenemos el capítulo treinta y siete sino también el capítulo cuarenta y siete, donde vemos un resultado glorioso. El capítulo treinta y siete es simplemente un túnel estrecho. Jacob tuvo que caminar bajo este túnel y experimentar un sufrimiento que afectó profundamente su corazón y lo hizo madurar. En toda su vida, nada lo había afectado de manera tan personal y profunda como la pérdida de José.
José no estaba perdido. Dios lo estaba preservando en Egipto. El hecho de que José fuese llevado a Egipto era en realidad un traslado del “colegio” a la “universidad”. En Egipto él recibiría una educación más elevada, la cual lo prepararía para el reinado. Por supuesto, Jacob no sabía esto. Para Jacob, José había sido devorado por una fiera. Pero a los ojos de Dios, José estaba siendo preparado para el reinado. Por lo tanto, Dios podía decir: “Jacob, no llores. Más bien, debes regocijarte porque tu hijo está en Egipto y está recibiendo la preparación necesaria para ser rey”.